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Huim

Capítulo 1.

La tarde es fría en el pequeño jardín. El Consejero está sentado frente a una mesa, observando con cuidado cómo las volutas de vapor del té giran hacia arriba y se difuminan en el aire, desapareciendo en él. El día ha sido largo y cansado, aunque últimamente todos lo son. No lleva demasiado tiempo allí cuando escucha llegar al invitado desde detrás, acercándose despacio y sin hacer mucho ruido al caminar.

—Buenas tardes, Consejero.
—Buenas tardes, buenas tardes —repite, un poco perdido— ¿qué tenemos hoy aquí?
—Lamento molestarle, es la hora.
—Bien, bien, empecemos. Por favor, indica a Arnaud lo que quieres tomar, mi amigo se pone nervioso si la mesa permanece tan vacía y yo últimamente apenas toco lo que me sirve, así que... hazle feliz, ¿quieres?

El recién llegado toma asiento y pide un café al asistente, que permanece de pie a una respetuosa distancia. Él Consejero no se siente del todo bien y lo mira detenidamente, analizándolo mientras sonríe y asiente. Arnaud trae el café en una taza blanca como la nieve, impoluta, con el sello de la corporación en un costado.

—¿Así que ya está todo?
—No todavía, aun quedan semanas hasta que tome posesión del cargo, si le parece correcto.
—Bien, bien. Me parece bien. Siempre es agradable conocer a tu remplazo. Llevo algún preparando esto. No desde siempre, por supuesto no desde el principio, pero sí los últimos años. Es curioso como pasa el tiempo y, de repente, llega lo que pensabas que no iba a llegar nunca. En ese momento lo que parecía irrelevante se vuelve necesario —duda un momento y, sonriendo al invitado, continúa—. Pero no me dejes que me alargue más de lo que conviene. Estoy aquí para allanarte el camino todo lo que sea posible.
—Se lo agradezco, Consejero.
—Creo que encontrarás que mucho de lo que te voy a decir tiene la capacidad de sorprenderte. Y pienso que algo puede serte de utilidad en tu futuro trabajo, amigo. A ver... ¿por dónde empiezo?
—Por donde crea conveniente, Consejero.

Al fondo del jardín hay una fuente rodeada de árboles y bancos donde sentarse. El chorro de agua crepita y al Consejero le trae recuerdos de otros días, lejanos, en los que jugaba arrancando cortezas y puliéndolas hasta darles forma de quilla.

—El CER. Creo que es lo más lógico hablar de ello ahora. No del CER en sí, la teoría la conoces como la palma de tu mano, pero quizá... sí algo de sus orígenes. Después del encuentro todo el mundo se volvió loco, y no sin razón. Empezó el juego del parloteo, las corporaciones se acusaban las unas a las otras y los estados iniciaron infinitos contactos diplomáticos sin saber a dónde apuntaban, sin control. Todos y cada uno de ellos obviando que nadie jamás había visto naves como aquellas en ninguna parte. Créeme, cuando crees que te enfrentas a la aniquilación frente a una fuerza superior te vuelves tremendamente locuaz, la diplomacia entra en juego de verdad sólo cuando no hay posibilidad alguna para solventar el asunto a golpes. Si tienes la fuerza suficiente no negocias, tomas lo que te apetece. Pero, amigo, si consideras que no tienes ninguna posibilidad, que estás derrotado antes de empezar... pues gritas. Gritas todo lo que puedes. Esgrimes derechos de los que no te has acordado nunca, argumentas posiciones desesperadas, intentas conseguir por la vía del diálogo lo que no puedes conseguir golpeando. Si hubiera sido alguno de ellos el que tenía acceso a esa tecnología te aseguro que no habría asistido a ningún comité ni a ningún foro de análisis de la situación. Cuando finalmente empezaron a comprender que ninguno de ellos podía ser el responsable los ánimos se relajaron en cierto modo. Y digo en cierto modo porque el hecho que que ningún humano tuviera ese poder no hacía más que trasladar el problema: alguien de hecho lo tenía. Ahí es cuando hizo su jugada maestra Lorca, una de las personas más inteligentes que la humanidad ha conocido jamás, puedes creerme.
—Lo lamento mucho, Consejero. Le pido disculpas, pero no tengo datos sobre ella.
—Normal, amigo, nadie que no deba los tiene, y eso está bien. Tú los tendrás no dentro de mucho. El CER surgió del consenso y de un esfuerzo conjunto, así que ponerle un creador, aunque lo tuviera, no habría tenido utilidad alguna, ¿no crees?. Pero el hecho es que ella fue quien concibió el sistema que nos ha organizado desde entonces. El Car... Cardumen... disculpa, a veces es complicado... no, no te levantes, no es nada, es sólo un momento. Ya está, olvídalo. ¿Por dónde iba? Ah, sí, Lorca, una mujer increíble... El asunto es que el hecho diferencial, el quid de la cuestión que nadie afrontaba porque el orgullo les volvía a todos estúpidos, era que quizá... quizá en caso de conflicto no teníamos ninguna posibilidad de ganar. Ninguno de nosotros, ni tan siquiera unidos. Eso no es algo que le puedas decir a un militar acostumbrado a la pelea ritual de gallos de la paridad de fuerzas, aunque quizá lo reconozca si lo planteas tú. Sólo quizá. Si lo haces bien. Si no le ofendes. Y de ahí, amigo, derivó todo lo demás. Es tan simple que casi parece una broma, pero es lo más inteligente que ha hecho la humanidad desde el descubrimiento del fuego. Crecer. Expandirse. Redundar. Un cardumen, por supuesto. El hecho de que Lorca fuera bióloga le hizo ser capaz de hacerse una composición de lugar antes de nadie. Si la humanidad no podía ganar quizá podría resistir, complicarle la victoria al enemigo. Si crecíamos, nos extendíamos y creábamos nodos independientes, el trabajo que supondría aniquilarnos se haría agotador... y había al menos una posibilidad de que no mereciera la pena para quien quisiera intentar hacerlo. Quizá pudiéramos combatir sucio, sobrevivir evitando el KO, dejando que el combate se resolviera en un lento desgaste. El ejército se enfureció, como era previsible, porque para ellos la única vía de acción era concentrar todo el poder de fuego en un punto tan poderoso que el golpe fuera devastador y definitivo y... una científica les dice que lo más conveniente, sin embargo, es dividirnos, diluirnos. Eso dio pie a una nueva época de gritos y acusaciones y oposiciones, cada uno buscando dónde ocultaban la trampa los demás. Ah, amigo, esa historia. Si tuviera alguna utilidad tendría que ser contada. El modo en el que pudo convencer a todas las facciones de que era la única solución, cómo pudo contra argumentar todas las críticas.... una fascinante locura, si me lo permites.
—Por supuesto, Consejero. Por supuesto que se lo permito. Lo que me extraña es lo que este relato difiere del oficial. Quiero decir que algo así debería haber trascendido en algún momento.
—No, amigo. Precisamente lo importante es que ese relato no lo haya hecho en absoluto, y que nos aseguremos de que no lo haga nunca. Mitigar las diferencias, las duras palabras de cuando se repartieron los vectores de expansión entre las corporaciones, los últimos coletazos de unos estados que seguían reclamando protagonismo incluso una vez que su razón de ser, los territorios anclados a la vieja Tierra, habían dejado de ser un elemento relevante del juego, el ejercicio extenuante de la diplomacia encontrando espacios de consenso en una nueva situación que debía ser gestionada de un modo nuevo, diferente, inexplorado. Todo eso debía desaparecer. Una vez que la decisión se ha tomado hay que ahogar a los combatientes, no puede quedar rastro de ellos. Lo único importante es haber encarado la realidad como especie y estar dispuestos a afrontarla sin disonancias. Amigo mío, lo que Lorca puso sobre la mesa no era simplemente una reordenación del tablero, sino un estado de excepción del que no hemos salido desde entonces. Piensa en eso y verás que sacarla del cuadro era la única opción posible. Nadie debe ser consciente de diferentes caminos cuando sólo uno es posible.
—Me resulta difícil creerlo, Consejero. Precisamente la labor del Consejo es...
—Bueno, bueno, no seamos tan drásticos. Tendrás que creer muchas cosas, porque no todo lo que parece inverosímil es falso. Eso haría del mundo un lugar no demasiado complicado y... mucho menos interesante de lo que desde luego es.

Padma Branislav

Pestañea.

Está en el parque. Juegan a los mineros como casi siempre. La publicidad da lo mejor de sí misma para que todos anden obsesionados con ello. Al volver de la escuela, después de acabar las clases, se sientan en el suelo y fingen que extraen mineral hasta que aparecen algunos piratas en un escáner direccional imaginario. Echan a correr, combatiendo como ases del cielo, acabando con todos ellos mientras dan vueltas y vueltas por la calle como avispas nerviosas alrededor del avispero. Después gritan y discuten un rato, reclamando sus correspondientes bajas y comentando las jugadas, y vuelven a minar hasta que llenan los cargos. Sólo entonces vuelan en perfecta formación flecha hasta regresar a la base para vaciarlos. A veces reciben la visita de más piratas en el camino, y tienen que volver a correr de nuevo para defenderse. "¿Viste cómo me puse detrás de él?, ¡no pudo hacer nada!". Corren, discuten y gritan, entregan la carga y vuelven al cinturón de asteroides a minar de nuevo. No les cansa nunca. No importa cuántos juegos fueran inventándose o aprendiendo con el tiempo, siempre vuelven a ese tarde o temprano. Tienen sus piratas especiales, que siempre consiguen huir para volver en otro momento. Cara de Perro, Sangre de saco, Asesino, Horror. Se anuncian con prisa su presencia en las ocasiones especiales en las que aparece alguno. Y juegan entonces muy atentos, sabiendo que esta vez es distinto porque quizá consigan abatir alguno, y con ello la muesca. Pactan con Asesino, que quiere desertar. Eso da mucho juego. Él les cuenta tácticas y les hace ganar ventaja, y así es hasta que termina muriendo derribado por sus antiguos compañeros. Nadie perdona a un traidor.

Asesino destrozó su minera rebotando contra unos haces láser una tarde que estaba empezando a llover y tenían que terminar el juego rápidamente, volviendo a casa antes de que sus padres se cabrearan de verdad. Al día siguiente le hicieron un funeral en la base, y Pedro se encargó del gran panegírico de despedida. "Fuiste un enemigo durante mucho tiempo, pero al final te uniste a nosotros y nos enseñaste mucho sobre cómo sobrevivir, te echaremos de menos". Tampoco les iba a dar para algo más elaborado, y pese a todo más o menos les pareció adecuado. Durante un tiempo Cara de Perro se alió con Sangre de Saco, al que llamaban así porque una vez estuvieron a punto de derribar su nave, y cuando huyó maltrecho habían encontrado suficiente sangre congelada en el espacio como para llenar un saco en el cargo de Padma. Lo guardaron para siempre como si fuera un amuleto. Saco de sangre, Sangre de Saco. Cara de Perro era invencible en el cuerpo a cuerpo. A veces, ya adolescentes, todavía pasaban una tarde entera jugando.

Pestañea.

Está en la escuela de ingenieros. Se habían expandido por el Sistema Solar lentamente, como una mancha de aceite inexorable, perdiendo tripulaciones enteras en naves que fallaban por desgastes no previstos o porque su diseño no se ajustaba completamente a su función. Eso no facilita que el proyecto sea compartido por todos. La adaptación siempre es forzosamente más lenta que la vida, y sólo cabe el ensayo y error, una y otra vez hasta acertar. Pero no todo el mundo lo ve de ese modo. Corrientes rápidas y cambiantes de pensamiento, que mutaban sobre sí mismas una y otra vez para volver a ser las mismas con otro rostro, juzgaban estúpida la cantidad de medios que se estaban dedicando a romper la distancia en cercanía en vez de a mejorar la vida que ya tenían, en esa frustrante bola azul en la que no habían hecho más que estamparse unos contra otros desde que la humanidad recuerda. Esa bola azul que orbita otra amarilla que orbita vertiginosamente el centro negro de una galaxia en la que casi todo puede ser una amenaza, y sobre todo su propia enormidad. Y la enormidad es siempre indiferencia de lo pequeño e indiferencia con respecto a todo lo que no sea ella misma. ¿Merecen el viaje, salir fuera, escapar lejos? Él no lo sabe, pero está seguro de que el fin de la competición es lo único que puede conducirlos a abandonar el círculo vicioso en el que se mutilan. Lo hacen desde que el primer homínido tuvo conciencia de sí mismo y decidió explicarle un par de cosas al de al lado a trompazos. Eso, para él, es responsabilidad únicamente de la distancia, cuanta menos proximidad menos necesidad de competir. Mantenerse lejos del alcance del brazo del de al lado es vital. Los recursos no importan a partir de cierto punto, lo sabe desde que se hicieron infinitos, virtualmente, con un sistema solar entero al que maltratar. Se da cuenta de lo curioso y lo absurdo que parece que precisamente él, que acaba de ser el ganador de la criba más exigente, aborrezca la competencia. A veces tienes que conocer a fondo las cosas para saber con qué estás tratando, piensa. Nadie mejor que él para eso.

Como la lluvia que intenta llenar un pozo cerrado la brutal inyección de recursos no ha conseguido cambiar demasiado en lo esencial la vida en la Tierra. Siguen perseguidos por los mismos males de siempre. Y él sabe el porqué, incluso sin haber dedicado demasiado tiempo a pensarlo. Mientras sus compañeros se enredan en las revueltas del hambre y en las que vienen después, él sigue absorbiendo todo lo que puede y estudiando hasta el límite de su resistencia, observándoles regresar magullados, cabreados, frustrados y extrañamente felices al mismo tiempo. Las corporaciones ceden en ciertas cosas, más como un modo de asegurarse población para las colonias de Luna y Marte que por generosidad. No había habido ningún altruismo en ello. Nota cómo la lucha hace que los ojos de sus compañeros brillen y que sus días se llenen, pero los suyos ya están llenos hasta el borde y no les envidia en absoluto. Más bien al contrario. Lo que pensaba, cuando decidía perder un rato el tiempo en ello, es que ninguna manifestación, ninguna protesta silenciosa, iba a lograr que los que aferraban el control lo liberaran. La competición entre las corps es inexorable, y el único resultado de perder el paso es la desaparición. Los estados se lamentan de haber concedido licencias de la exploración a las corporaciones, las corporaciones se devoran unas a otras por las vetas más ricas. Y si cualquiera afloja el ritmo que entre todos se han impuesto, aunque sea medio segundo, el único resultado será desaparecer pisoteado por los demás, que no perderán ni un segundo en rellenar el hueco. Eso era lo que él cree que no terminan de comprender sus compañeros, que el problema no es quién hace qué, sino el sistema mismo. No sirve de nada conseguir que La Federación incluya caviar en las raciones generales, por usar una caricatura, y no servirá de nada porque si en algún momento supone una desventaja competitiva no va a pasar demasiado tiempo antes de que cualquier otra se haga con el control, devolviendo las cosas al estado inicial. La única tendencia viable es la que suponga incrementar el poder. El problema no está en los recursos, tienen más que suficientes. El problema está en la amplitud. Se están ahogando en una charca. Enorme, pero centrada en y gestionada como una charca. Lo único que puede cambiar todo eso es, y está convencido de ello, repartirse. Salir fuera hasta el punto de que las normas se estiren y pierdan el sentido. Cuando emborronas un folio intentando hacer un dibujo llega un punto en el que no te queda más remedio que coger otro, si no quieres que las líneas y las sombras de los bocetos lo ensucien todo.

Pestañea.

Está en su habitación, la madrugada del lanzamiento. Si todo va bien no tardará en volver más de seis meses en la vida de los que se quedan. Nada ha fluido nunca bien con la gente en general, y desde luego tampoco con sus padres. Encontrarse con ellos una vez más antes de partir no deja de parecerle un poco hipócrita, un recurso lacrimógeno gratuito. Un espectáculo para los que se quedan en el que está obligado a participar. Él seguirá enfrascado en las tonterías que no ha dejado de montar nunca en el garaje, en la búsqueda eterna de la piedra filosofal. Nunca supo bien qué hacía ella. Le acompañaba, tenía todo a punto en casa. Miraba el televisor por las tardes. Cuando ambos salían a cenar la pandilla entraba en ese terreno prohibido de la casa, sorprendidos y al mismo tiempo sobrecogidos por las cosas que descansaban en los estantes, cogiendo de cuando en cuando alguna sin saber bien qué era y dejándola cuidadosamente en el mismo exacto lugar, porque si él notaba algún cambio no iba a ser fácil vivir las siguientes semanas. Entonces eran los días de no tener nada en mente, abrazar lo que iba llegando, sin planes y sin una idea determinada de lo que iba a pasar mañana. Cuando le dijo que se había matriculado en ingeniería casi se vuelve loco, e iba y volvía para abrazarlo dando pasos nerviosos por el taller, gritando "¡la escuela de ingenieros, joder!". Pese a ser un capullo integral era su padre, y eso no había podido dejar de influenciarlo. Él se matriculó sólo para estar por encima de él, y porque nunca había dejado de repetirle "dime de una vez qué sacas de jugar a los mineros todo el día, ¿de qué te sirve?" hasta prácticamente desquiciarlo. Pensaba en un "te lo mereces" en el futuro de su imaginación y sonreía. Su padre era un hijo expatriado de la Duma y llevaba las cosas mucho más al límite que cualquiera para demostrar que estaba no sólo perfectamente integrado, sino absolutamente entregado en cuerpo y alma a LaFed. Y, al fin y al cabo, él debía haber terminado aprendiendo eso de él. Había hecho exactamente lo mismo. Cuando su mente se centró arruinó completamente su visión periférica, todo lo que no fuera ser el primero se evaporó.

Se habrían pasado los últimos días en el salón con los ojos clavados en el monitor. Él estaría preocupado, ella estaría llorando. Todo en un inevitable cliché.

Se despertó dando vueltas a la idea que no dejaba de obsesionarle, en una sociedad peleada consigo misma no queda mucho espacio para una sensación duradera de éxito. Sí para los logros, los pequeños avances, el intentar acercar el futuro como si este no fuera a hacerlo de todos modos. Caer y volver a levantarse para caer una y otra vez en lo mismo, en un sopor invernal. El agua en la ducha está caliente, y deja que le reblandezca la piel mientras se frota a fondo, sabiendo que va a ser la última vez que lo haga en el medio año de viaje que está a punto de empezar. Abajo le espera el transporte que le llevará a través del circuito interno hasta las instalaciones de despegue. Durante todo este tiempo se ha ocultado de una forma perfecta, sin olvidarse nunca de mostrar una actitud excelente. Es lo único que se necesita de él. Sonriendo siempre, siempre dispuesto para repetir una vez más el ejercicio, ilusionado en las sesiones de integración de La Federación (¿quién no la ama?, ¿quién no?), el primero en llegar y el último en marcharse. No podía haber sacado nada en claro hablando, su mejor defensa siempre fue representar el personaje plano y correcto que se espera de él. Un hombre ejemplo para su tiempo, un héroe. Cuando se da cuenta de que la cabina del vehículo está fría recuerda que, cuando la humanidad no está haciendo las cosas bien, tirita. No tiene nada que ver, pero le parece curioso.

Pestañea.

Está en la plataforma de lanzamiento. Al llegar sólo encuentra al agente que le guiará por el ascensor de la torre hasta el cohete, por si hubiera decidido olvidar de un golpe todo lo que ha practicado una y otra vez en los últimos años. Pequeñas cortesías tendenciosas. No pueden permitir que suba solo, demasiado riesgo. Su último test. El agente le saluda en un gesto marcial y, después de dudar unos segundos, le tiende la mano, mostrando la cartuchera al hacerlo. Cuando acepta el apretón le dice en voz baja "señor, es todo un honor". Él asiente con un gesto calmado, duro, severo. Tiene que mantener el personaje, en algún momento este hombre hablará y dirá de él que parecía tranquilo, serio, concentrado, profesional, y esas palabras se extenderán por la pelota azul creando la imagen correcta, generando un nuevo mito al que abrazarse para redondear las aristas cortantes de lo cotidiano. Ascienden mirando ambos hacia delante, en silencio, hasta que el ascensor se detiene y la puerta se abre. Se gira un momento para despedirse llevando el canto de la mano a la frente y entra. Lo bien hecho bien hecho está. A partir de ahí no tiene que acompañarle nadie, porque ya sólo puede ir hacia delante.

Pestañea.

Está en la cabina. Una vez sentado mira hacia arriba, amarrado firmemente al asiento. Las últimas semanas han supuesto un ritmo frenético de preparativos y revisiones constantes de todo lo que pueda suceder o fallar. El simulador le parece ahora más un hogar que la habitación en la que apenas ha parado para dormir, ducharse, cambiarse de ropa y volver al trabajo. Así ha sido, de uno u otro modo, desde que se hizo público el descubrimiento del motor WARP y del portal estelar. No puede quejarse, él siempre ha querido estar ahí. No podría haber vivido en ninguna otra parte sin haberse vuelto loco. La humanidad no va a permanecer encerrada en el sistema solar para siempre, si sabe lo que le conviene. Y lo hace. Antes de de que se anunciara el proceso de selección había pensado en prepararse para comandar una nave minera, o en unirse quizá al grupo de exploración que iba a viajar a Plutón. Pero una vez que todo estalló dejaron de interesarle. En comparación eran tirar la vida a la basura y prenderle fuego al contenedor, sin olvidar meterse dentro dentro justo después.

El tirón de la gravedad lo hunde en la silla, y cierra los ojos. Un trámite hasta entrar en el rango en el que pilotar de forma manual para anclarse en la estación, donde estará un par de días ayudando en las últimas comprobaciones. Intenta no prestar atención a las pequeñas explosiones, porque con los sentidos sobreexcitados puede ver un problema en cualquier parte. Lo perciba o no la suerte está más que echada. Cuando el tirón para, las escotillas muestran un cielo negro plagado de estrellas y una construcción enorme y circular a su derecha con una pequeña excrecencia colgando, su nave. Se reclina en el asiento desabrochando los cinturones y busca el puerto de atraque, justo en el centro de la rosquilla de giro. Aferra la palanca de control y maniobra suavemente siguiendo las lecturas de los sistemas de proximidad hasta que los indicadores del panel le confirman que lo ha conseguido.

Pestañea.

Está en la estación espacial. Le ofrecen un café que resulta ser agua manchada ligeramente por algo marrón. Él está a punto de perder algo marrón manchado por un rastro acuoso.

—Se han adelantado los planes de salida, ¡joder! ¡Es una completa insensatez! No quiero que te preocupes, estamos preparados, pero no habría venido mal el tiempo programado para terminar de correr todas las rutinas. No hay ningún problema, está lista, todo está bien. Me quedaría mucho más tranquilo si hubiéramos podido mirar algunas cosas un par de veces más, es sólo eso. Debo ser un perfeccionista.

Un hombre así tiene que gritar así. El pelo al rape, gris en las sienes. Musculado, despierto, vivaz. Lo bueno que tienen los estereotipos es que encuentran individuos que los llenen con profesionalidad, siguiendo las pautas de un modo adecuado. Uno es lo que ha decidido ser, y eso combina casi a la perfección con lo que los demás esperan que uno sea sin aparente intervención externa. Magia. Lo malo es que cuando se adopta un rol quien lo hace suele empeñarse concienzudamente en no salirse de él, se dé la situación que se dé. Gente excelente a la que confiar la vida sin darle muchas más vueltas.

—Señor, yo estoy preparado.
—Claro que lo estás, ¡eso no me preocupa en absoluto! Lo que sí lo hace es que los putos ruskis se están moviendo todo lo que pueden para parar completamente el lanzamiento. Nuestro plan es sacarte de aquí cagando leches, mientras los charlatanes de ahí abajo enredan para que cuando haya una resolución en firme de la ONU tú ya estés fuera. Tienen un piloto preparado que pueden lanzar en un par de semanas, o eso dicen, y están poniendo todo su empeño en ganarle este pulso a LaFed. Si en algo conozco a la Duma seguramente necesitarán aún un par de meses para tenerlo todo terminado correctamente, pero a esa gente le da igual. Podrían mandar a su madre de cabeza contra una bola de hierro si eso les hiciera ganar alguna ventaja. Esto es condenadamente importante, hijo, no hace falta que te lo diga, necesitamos sacarte de aquí en un par de horas. ¡Y voy a estar chorreando diarrea todo ese tiempo! No sé cuándo me va a llegar la contraorden, pero va a llegar. Tienen demasiado peso como para que no consigan lo que están husmeando. No tengo el ánimo... correcto para prohibir tu salida. De hecho, no se me ocurre uno en el que pudiera hacerlo sin sentir ganas de mandarlo todo a la mierda, coger yo mismo la nave y largarme de aquí. Acaba el café, date una vuelta, echa un vistazo, duerme o lo que quieras, pero dentro de exactamente dos horas tienes que estar preparado. No creo que haya una forma educada de decirte esto, así que lo haré sin más. Algunos tripulantes se han ofrecido como voluntarios para compartir un rato contigo antes de que empieces los seis meses de abstinencia. No importa qué género prefieras, tenemos voluntarios de ambos.
—Capitán... no será necesario.
—Como quieras. Se ofrecen sinceramente. No es algo oficial. No están obligados. ¡Sólo quieren echarte una mano, joder!
—Señor, preferiría no relajarme ahora, de verdad —y quizá, sólo quizá, no tocar la tecla emocional antes de saltar al infinito.

Él lo mira como si estuviera hablando con un bolígrafo que le acabara de lanzar una perfecta sonrisa. Mueve los ojos hacia la mesa y entrecruza las manos, apretando hasta que le brotan pequeños lagos blancos en la piel. Se levanta y se dirige hacia el portón. Se gira elásticamente sobre sus talones y se lleva la mano a la frente.

—Perfecto. Supongo que es algo que habla muy bien de ti, o quizá estás loco de remate. No puedo ni quiero saberlo, hijo. Afortunadamente no soy yo el responsable de haberte elegido, ¡pero joder si rezo para que estés en tus cabales y termines esto con éxito! No quiero volver a recordarte lo... bueno, tú ya sabes lo importante que es. Utiliza el comunicador si necesitas cualquier cosa, por tonta que sea. Cualquier cosa, ¿de acuerdo?

La Tierra es una bola azul manchada de parcelas verdes y marrones sobrevoladas por trozos blancos de algodón, exactamente igual que en los cientos de fotos que ha ojeado y las descripciones que ha escuchado desde crío. Le gustaría decirse que lo que ve ahora es diferente, pero a través de la mampara todo le parece lo mismo que siempre. Lo que lo cambia todo es el hecho de saber dónde está. Esa pelota contiene el grueso de lo que hay de la humanidad en el universo. Si le sucediera algo probablemente la gente de las colonias podría sobrevivir y buscar algún otro lugar en el que empezar, pero sería mucho más complicado que contando con ella. No sale del compartimento, es un lugar como cualquier otro donde esperar. No quiere entablar ninguna conversación. No le sorprende que las corps lo compliquen todo hasta el final. No quieren que ninguna adquiera ventaja. Conoce el nombre del piloto que irá detrás de él, o delante si consiguen parar la salida. Tiene todos los datos y ha repasado su expediente decenas de veces, siempre ha sido su enemigo invisible. Pero llega tarde. Él ha sido mejor, más rápido. Más listo. Llevan apelando a ONU desde que LaFed anunció que estaba en condiciones de ser la primera corporación en hacer el viaje, intentando ganar en la carrera de las negociaciones lo que no podían de otro modo. Las corporaciones hunden sus raíces en los estados dentro de los que se han creado, manteniendo una relación de amor-odio con ellos, se detestan pero no terminan de despegarse cuando se necesitan mutuamente. Los recovecos del poder explicados en burocracia ramificándose sobre viejas estructuras que siguen teniendo, como poco, el peso de la inercia.

El comité de despedida es el mismo que el de bienvenida, los ingenieros y mecánicos que han montado la nave. Una cáscara con la capacidad de mantenerlo vivo montada casi como en un descuido alrededor del motor, que es prácticamente todo lo que hay sin contar con el remolque en el que el material se apila esperando que alguien lo ensamble. Llegará a Alfa Centauri en tres meses. Y allí dejará las piezas del segundo portal estelar, el primero ya está construido en alguna parte entre Saturno y Urano. Alfa Centauri. ¿Por qué allí? Pues porque está cerca. ¿Y qué hay allí? A estas alturas tienen una idea bastante precisa. Y aún así dará igual. El hecho de ubicar el portal allí es suficiente. No hace falta más. El primer hilo. El camino de la conquista, la forma de estirar los trazos hasta desdibujarlo todo, alejarse a una distancia de más de un brazo. Y una vez que todo funcione y que la humanidad se extienda, el poder se irá diluyendo. O no, pero podría ser, y eso siempre le ha parecido suficiente para empezar.

Se monta en la cabina y se aleja la distancia programada antes de seguir el protocolo de activación del motor, que plegará el espacio delante y detrás de él haciendo que sea el universo quien se mueva a su alrededor. Se envía a sí mismo oleadas de triunfo y optimismo para distraer la pequeña ansiedad que empieza a sentir. La apuesta es dura, pero también lo es la recompensa si todo sale bien. Y si no lo hace no cree que vaya a enterarse de nada, excepto si en vez de explotar la nave decide volverse inservible en algún punto de la ruta, condenándole a morir de hambre. Una muerte planificada a un año vista. Seis meses de viaje y un año de alimento, no son del todo crueles. Si lo hace en alguno de los puntos de recarga es posible que puedan mandar a alguien detrás de él, pero si falla en una localización aleatoria no habrá forma de que le encuentren antes de que sea demasiado tarde, ahí fuera todo es demasiado grande. Cuando el motor se activa las escotillas devuelven una mancha gris a su alrededor. Tendrá que pasar la siguiente semana bajo ese resplandor hasta que se quedé sin carga y pare.

Pestañea.

Está más allá del cinturón de Kuiper. Mientras se esfuerza por intentar correr con normalidad en la cinta empiezan a sonar todas y cada una de las alarmas, y como no se le ocurre qué puede causar tanto estruendo en medio de la nada mira hacia los monitores y se frota los párpados, suelta los anclajes y recorre los dos escasos metros que le separan del puesto de control. Pestañea.

Lanza los protocolos estándar de comunicación sabiendo que van a ser inútiles, pero está obligado a hacerlo. Por algo los llaman protocolos. Tres bolas enormes flotan frente a él. Si están ahí por casualidad alguien tiene una idea muy precisa de lo que es la puntería. No mucha gente conoce este punto exacto.

Muy, muy poca. Pestañea.

Ni siquiera hay oficialmente otro motor WARP en funcionamiento montado en un conjunto de hierros retorcidos como el suyo. O la Inteligencia de la corp ha decidido darle poca importancia o a alguien se le ha escapado el modelo de casco que tiene enfrente.

Quedarse catatónico en la situación en la que está no es un mal modo de morir, pero si le da un par de vueltas rápidamente prefiere otros.

Pestañea.

"¿Han llegado aquí los malditos rusos? No, no es posible que sean ellos, ¡no había nada programado, por Dios! ¿Cómo pueden haber escamoteado algo tan enorme de la vista de todo el mundo? No son naves de transporte reacondicionadas, ¡no son nada parecido a nada de lo que se está moviendo por el sistema solar, joder!". No hacen nada, no se mueven. No recibe comunicación alguna, no han respondido a las suyas, no saludan. Sólo están ahí mirándolo. Vuelve a sentir la ansiedad en la boca del estómago. Se llama a sí mismo atontado, se da ánimos. Lanza de nuevo los protocolos de comunicación, dudando de si realmente consiguió hacerlo antes. Quiere confiar en que todo sea un susto, una confusión, un "eh, amigo, estamos por aquí, perdona si te hemos asustado, pero sólo queríamos decirte hola". Pone a grabar todo lo que lleva para registrar lo que sucede, todo lo que puedan hacer esas cosas. Busca con la mirada algo que salga de ellas y se dirija hacia él, temiendo un impacto, pero no ve nada. Y repite "madre mía, joder, ¿qué coño es eso?, ¿qué jodida puta maldita mierda de cosa es todo esto?"

Al fin y al cabo, piensa, perder el control en una situación así casi está justificado. Pestañea.

Le quedan cuatro minutos. Vuelve a intentarlo todo. Las comunicaciones, repasar mentalmente la imagen de todos los cascos de las naves que ha estudiado. Nadie ha construido algo tan grande jamás ni lo ha puesto a volar tan lejos. Da un golpe nervioso en el panel, se preocupa y comprueba que no haya roto nada. "No seas estúpido ahora, relájate y no lo seas". Lanza una comunicación abierta y repite varias veces: "Hola, amigos, soy Padma, piloto de La Federación. Quiero saludaros en son de paz". Y a partir de ahí suelta todo lo que se le pasa por la cabeza atropelladamente, una frase después de otra, sin prestarle atención a lo que está diciendo. "Represento, o puedo representar, o se da la circunstancia de que ahora mismo estoy representando al grupo de seres vivos que nosotros llamamos la humanidad, una civilización pacífica que... que estoy seguro de que estará encantada de establecer relaciones diplomáticas con cualquier viajero que recorra el espacio como estamos empezando a hacer nosotros mismos, aunque en esto somos bastante novatos. Veréis que tenemos una música fuera de lo común, una literatura excepcional. Algunas cosas que hacemos son tontas pero divertidas, otras son intensas, preciosas, a veces se nos va un poco la mano por estupideces pero sabréis apreciar que en nosotros en el fondo sólo hay pensamientos positivos y..." Se siente ridículo. Tiene los ojos clavados en el contador que muestra apenas un minuto. "Yo mismo soy un ejemplo de..." 59, 58, 57, "que somos abiertos y tolerantes y..." 56, 55, 54, "siempre hemos buscado la paz". Vuelve al principio, quiere evitar en lo posible seguir haciendo el payaso, recordando que está registrándolo de diez modos diferentes en las grabaciones que se repetirán hasta el absurdo una y otra vez en el futuro. Comienza de nuevo y entra en bucle. "Hola, desconocidos, soy Padma Branislav, piloto de la..." y no para hasta que no oye el bip que le informa de que el condensador está cargado.

Cierra los procesos de grabación y lanza un haz con la información dirigido a la Tierra, e inmediatamente golpea el pulsador y todo vuelve a convertirse en un universo gris. Llora un poco, pero no cree que pueda echarse en cara el estar ligeramente sobrecogido. "Ok, estoy bien de momento. No sé si he hecho lo correcto, pero si alguien hubiera sido tan listo como para preverlo habría metido un puto procedimiento en el programa, así que si no les gusta no es culpa mía. Quizá vuelva a encontrármelos allí". Casi se cae del asiento pensando en ello, pero será un problema para cuando llegue. De pronto el espacio no le parece un lugar tan apetecible, tan disponible, tan vacío como antes. Quizá tras tanto esfuerzo no iban a encontrar en él la suficiente distancia, quizá habían llegado tarde y las puertas iban a estar cerradas. Necesitaban esa distancia. Tantos años de SETI, tantos sin encontrar absolutamente nada para que ahora aparezcan en el momento y el lugar preciso. Mientras va perdiendo el conocimiento, y sin darse cuenta, empieza a elegir nombres de pirata adecuados.

Borgar Dungar.

Está corriendo, todo lo que puede hacerlo en el laberinto de las polivalentes. No es fácil moverse en ellas, pero al menos él tiene el mapa actualizado y ellos no pueden decir lo mismo. Si no estuviera tan preocupado casi podría reírse de antemano imaginando sus caras cuando se encuentren con un muro donde debería haber una puerta, o con una sala el doble de grande de lo que pueden ver en sus retis. Iba a ser divertido, pero eso no le quitaba importancia alguna al hecho de que estuvieran allí, lo que ya no era tan gracioso. Da las gracias porque los nervios le obligaran a dejar la comida a la mitad, tener la panza llena ahora mismo no sería nada bueno. Ella dijo que no sabe hasta que punto es fiable, pero que desde luego no es un orgulloso miembro de La Federación. Como siempre no tiene ni idea de dónde ha sacado la información, pero ha funcionado otras veces y tendrá que hacerlo ahora. Se pregunta en qué andará metida ahora mismo, y piensa que seguramente en alguna idiotez. Le gustaría odiarla, pero no puede permitírselo. Y tampoco quiere, ha vivido cosas que no está dispuesto a olvidar pase lo que pase. La puerta de la derecha está atascada, se rasca la cabeza justo delante y un par de segundos después coge otra y recalcula la ruta. Una puerta forzada no es el tipo de señal que quiere dejar para los que vienen detrás, a los que oye cada vez más cerca. Otra cosa muy diferente sería que el piloto no fuera lo que parecía y hubiera cantado la localización, pero ¿para qué? Esa sería una línea bastante complicada. No tenía mucho sentido, ¿desvelar la red ahora? ¿Si querían haberlos detenido para qué llegar tan tarde, cuando aún podía correr y largarse? Pero el caso es que los perros habían empezado a aporrear la entrada justo un rato después de salir el piloto, obligándole a coger la salida oculta tras unas cajas. El tipo entra, charla un rato, toma medida de lo que tiene delante y manda a los perros a terminar el trabajo. Sonaba bien, pero no dejaba de ser estúpido. Se agacha, acciona el botón disimulado tras unos fardos y pasa sin erguirse por el pequeño portón, que se cierra inmediatamente tras él. Toma un poco de aire, esto le dará un pequeño respiro. Al fin y al cabo una vez que ganase la suficiente confianza podría hacer mucho más daño. Era sólo cuestión de esperar, y un tipo así tenía que ser capaz de algo tan simple. Si ese es todo el trabajo que La Federación es capaz de hacer a la hora de eliminar una cepa, no parecen demasiado peligrosos. Pero el caso es que sí lo son, joder si lo son, así que el planteamiento tiene que estar equivocado. No, el piloto no ha dicho nada, tanto si es lo que dicen que es como si es uno de ellos. Encoge los hombros, sale por la puerta del fondo y sigue corriendo. Por supuesto que Petrov la ha cagado, pero eso era esperable. Joder, su padre era su propio abuelo, y había recibido tantos golpes antes de llegar a ser legalmente un adulto y salir de su casa para no volver que lo raro era que todavía pudiera caminar y respirar al mismo tiempo.

Veinte años mirando el polvo que iba acumulando su habitación, meciendo la mano entre la posibilidad de hacer algo y la estupidez que suponía hacerlo, les había vuelto a todos algo inestables. Salvar el mundo era una estupidez tan grande que no tenía sentido ni discutirla, lo primero era salvarse a ellos mismos de todo aquello. De ese tipo de vidas. Le había puesto una marca al polvo, en milímetros. Para cuando alcanzó la tercera raya fue consciente de que tenía que hacer algo. Y cuando uno tiene ciertos... antecedentes... es complicado tomar algún camino. No molestes. Haz lo que quieras, pero no molestes. Lo que se espera de uno cuando ha perdido una vez el equilibrio es que no la líe más, a ser posible, y que se mantenga vegetando hasta que no haga falta soltarle algo de comida de cuando en cuando. Podían haber intentado meterse en cualquier zulo productivo si no tenían demasiadas pretensiones, pero el caso es que las tenían. Tenían unas cuantas. Todos somos especiales y podemos servir a la corp, todos tenemos una tarea que cumplir. Eso no es muy lavable, ni siquiera bajo el agua hirviendo de días y días vegetando y dando gracias por estar vivo a los mismos que te han puesto el cepo en el cuello. No habían hecho nada que fuera más grave que estúpido, pero para como estaban las cosas habían hecho demasiado. No tienes que hacer nada. Toma esto. ¿Tienes hambre? Come. ¿Tienes sed? Bebe. ¿Estás enfermo? Espera, que te curo. Pero no molestes, ¡he dicho que no molestes! No hagas nada que pueda suponer una puñetera molestia. Quédate ahí tranquilo y deja que pase el tiempo hasta que seas carne de colector de reciclaje. Tiene que consultar el camino constantemente, si pierde la concentración va a terminar en un bonito callejón sin salida con vistas a las rejas. Cada uno tenía un historial, y eso contaba más que las ganas, más que la formación, más que cualquier otra cosa. Había estado allí, y para cuando estás en posición de reclamar un puesto que no sea tan insignificante sale a la luz el historial y vuelves abajo, de nuevo al principio. Siempre era culpa de algún tipo de cambio en la organización, algo relativo a la productividad, por supuesto. Nunca era culpa tuya. Nunca te decían que era culpa tuya. No tenían por qué hacerlo, todo el mundo lo sabia. No podría haberlo sido en un sitio tan civilizado. Siempre podría sacar un montón de chiquillos adelante antes de ser demasiado viejo, que se apilarían en su puerta como deshechos o terminarían en alguna parte de la máquina recibiendo caricias en el lomo. O podría ir camino abajo hasta perder la ciudadanía, que era justo lo que estaba haciendo. Era un riesgo, pero de todos modos ya conocía lo que venía después por el otro camino.

La cabeza de Petrov no estaba del todo en este mundo, pero el tipo no era tonto. Había conseguido de alguna parte algunos planos de la base de datos del Consejo para hacer sus propios diseños, sin ninguna intención en concreto y sabiendo, al mismo tiempo, que si le pillaban iría directo al pantano. Y, lo mejor, haciéndolo por pura diversión. Así había sido desde aquella tarde en la que buscaban alguna tontería que hiciera más ligero el tiempo, con las hormonas disparadas y posibilidades nulas de entrar en ninguna parte que no fuera sus propios patios. ¿Era realmente consciente de lo que se estaba jugando? Seguro que sí, y lo más probable es que le importase un bledo. ¿Qué más daba, en realidad, perderlo todo? Nada. No importaba nada. El puto NIF a la mierda. Un ser humano es mucho más que todo eso. Vuelve a oír pasos cercanos, y casi se imagina pequeños susurros que se dan instrucciones unos a otros. Sacude la cabeza para quitarse esas tonterías de la cabeza y atraviesa la siguiente puerta, detrás de la que las tejedoras se afanan en sus terminales. Ellas no van a decir nada. Esa es la mejor defensa, estar atento a otra cosa. No sé, no he visto nada, yo sólo estoy con esto, sólo me preocupo de cruzar estos datos, ¿lo ve?, para que cuadren con estos otros que son los del consumo energético y... ¿le estoy aburriendo?, claro, no se preocupe, ya paro. Y que los Con siguieran con su persecución y no se molestasen en intentar comprender lo que aparece realmente en los terminales. Que sigan su camino sin molestar demasiado, con sus pechos henchidos y orgullosos cumpliendo la misión que les han encomendado, de la que no entienden una mierda. Un volador, eso era lo que había hecho esa tarde. Había cogido los planos de un transporte y los había modificado para construir esos cuatro palos en los que te podías montar e ir de un lado al otro. No era tan jodido. No era algo tan salvaje, era sólo una moto, algo con lo que pavonearse un poco. RAL, claro. La Inconsistencia y toda su guerra. Dar unas vueltas, enseñar algo de imaginación, conseguir que ellas te mirasen un rato, pensando en dar un largo paseo hasta el malecón y quizá gemir un poco debajo. Menos que nada, pero delito. Escapar de la trampa, buscar un refugio soleado. Algo de ese estilo, ser consciente de que aunque no haya ninguna esperanza a largo plazo quizá podamos hacer algo con esta tarde, que aún no se ha ido y todavía puede tener sentido. Mañana va a venir otra vez lo mismo. Pero para qué intentar explicar nada. En la sala siguiente encuentra un pequeño escondite, que podría utilizar si las cosas se ponen realmente complicadas. Durante un momento piensa que no sería mala idea meterse dentro, abrir una lata y dejar que todo pase, pero una vez en él no tendrá ninguna seguridad sobre cuándo salir. Prefiere seguir con la apuesta a rojo o negro. Si gana quiere ganar con todo, por una vez. Si pierde piensa que bueno, que de algún modo ya es hora de hacerlo con estilo.

La latitud y la longitud de encontrarse en medio de una situación privilegiada que era todo menos un privilegio. Gira a la derecha, saluda al tipo que está doblando algo y éste inclina la cabeza y sigue a lo suyo. Joder, por supuesto que no eran más que unos novatos. K no tenía derecho a decir lo que había dicho, ni siquiera la mitad de lo que soltó hubiera sido medianamente respetuoso. Cada uno hacía lo que podía, cada uno daba hasta donde llegaba. Por supuesto que le hubiera gustado tener una flamante flota, un cuerpo de élite que le protegiera. Profesional, limpio, aseado y mortal. Esas cosas no existen, esas cosas no pueden pasar. La realidad es mucho menos brillante. Cuando el tipo entró en la habitación después de que Petrov le guiara a través el laberinto él, de pronto, no supo qué decirle. Después de tanto tiempo soñando con algo parecido no podía ni empezar. ¿Qué se dice en estos casos, bienvenido a la Rebelión? ¿Estamos encantados de verte por aquí, a ver si nos echas una mano para organizarnos con otras cepas? Desde luego que no. Sólo pudo decirle "buenas tardes, siéntate, por favor", sintiéndose completamente estúpido mientras lo hacía. El piloto husmeó la habitación, oteando entre las sombras, descartando posibles amenazas. Le entendió perfectamente. Él hubiera hecho lo mismo. Por fin encienden las alarmas, la fase dos. Cualquier otro que no supiera de qué va el asunto empezaría a asustarse de verdad, pero él sabe perfectamente lo que significa, han perdido el rastro y piden ayuda. Activar las alarmas hará que los ciudadanos buenos y sensatos comuniquen su posición en cuanto le vean. Les desea mucha suerte con eso, toda la que puedan necesitar. Descubrirán que dentro de las polivalentes la gente no es muy comunicativa. Y él ya está fuera.

Abre la última puerta y aspira el aire de la calle. Se lanza hacia el transporte que le está esperando y asciende mientras mira abajo por si sale alguien detrás de él. Un complejo demasiado grande como para que no despegaran decenas de transportes a la vez, eso le da tiempo. Lo importante ahora es saber a dónde ir. Desconecta el camuflaje del tip, si no le han descubierto dentro no va a pasearse por ahí llamando la atención de ese modo. Tampoco puede ser tan idiota como para ir a su habitación, no está aún a salvo. Desciende tras volar sólo un par de calles, hace lo que puede para borrar los registros del vehículo y sigue caminando. Se acopla en el ritmo de la gente hacia el centro, la horda humana de los turnos de trabajo. La última reunión del grupo fue relevante porque por primera vez tomaron decisiones significativas, más allá de las vigilancias que solían no ser útiles excepto para aumentar la moral. Lo decisivo fue votar contactar al piloto lo antes posible, inmediatamente después de su llegada si conseguían saber por dónde andaba. Gira a la izquierda y elige algunos dulces mientras una patrulla de Concordia pasa detrás de él. Cuando les ve perderse al fondo del callejón sigue caminando fijándose en que las caras detrás de él no se repitan, y para estar seguro se detiene de vez en cuando como si estuviera perdido y tuviera que revisar todas las direcciones para saber por dónde seguir, con la mirada ausente, simulando estar concentrado en el reti. Mantener las rutinas, hacer lo que tiene que hacer en todo momento, no sentirse a salvo jamás. Está seguro de que eso le mantendrá vivo cuando haga falta. El proyecto Isaías quizá esté controlando cada uno de sus movimientos, quién sabe. Probablemente no estén haciendo más que mirar a sus propios ombligos y decirse unos a otros lo estupendos que son, pero si él fuera ellos está seguro de que le vendría bien tener una cepa a mano que denunciar si los Cons empezaban a volverse demasiado listos y a mirar donde no debían. Ese era el juego que todos hacían, él el primero. Llega a Eternidad y entra sin prisa, saludando al portero que no conoce pero está harto de ver. Y una vez dentro respira. No es como estar en casa, pero es un punto seguro.

El asunto de la moto no terminó muy bien, pero al menos no se habían encontrado a nadie cuando la estamparon contra un muro. Petrov cojeando fue la única baja. Al día siguiente su diseño era aún mejor, se movía como el viento debajo de la apariencia de un transporte estándar. Petrov se llevó una buena zurra por parte de su abuelo, su padre, por haber perdido una suculenta colección de repuestos. Tuvieron que pasar las siguientes semanas dando vueltas, localizando otros mientras iban montados en el cacharro nuevo. Dando vueltas por la ciudad en aquello que parecía como cualquier otro transporte pero no lo era, recorriendo desguaces. No estuvo tan mal. De hecho era una de las cosas que recordaba cuando le apetecía echar la vista atrás. Habían tenido un objetivo. Sabía que no podía ser tan sencillo, tan evidente, pero había estado bien de todos modos ir tachando cosas de la lista. Una vez que le entregaron al viejo todas las piezas por las que había estado blasfemando se quedaron sin nada que hacer, y eso fue raro. Tanto que durante un tiempo siguieron con la rutina de buscar piezas y acumulando más y más en el taller. Querían compensarle, le dijeron. Él estuvo encantado.

Apura el trago, apoyado en la barra. Pide otro mientras se rasca el bolsillo para ver si puede afrontarlo. Y cuando recoge el cambio se da cuenta de que está viviendo una ilusión. Tiene que hablar con ella, intentar explicarle que no. Que no es posible. Tiene que hablar con ella y explicarle que no pueden seguir así si no quieren terminar todos muertos. No va a entenderlo jamás. Seguramente le dé igual. ¿Muerto quién?, ¿muerto cómo?, ok, ¿pero cómo va todo? Piensa en el grupo un momento, despacio. El asunto de la moto podía haber terminado mucho peor, tanto entonces como ahora no son capaces más que de improvisar. Quizá no están en situación. Quizá no es el modo. El proyecto Isaías está contaminado, eso era lo que tenía que decirle al piloto cuando se decidiera a hablarle de él. Iba como la seda, funcionaba perfectamente, y ese era justo el motivo por el que no funcionaba en absoluto. El proyecto Isaías pertenece a LaFed. Eso es lo que los ha llevado a todos a ese punto, y eso es lo que debe decirle en cuanto pueda. Ella parece lo borracha que a él le gustaría estar en este momento si pudiera permitírselo, y eso le llama inmediatamente la atención. Ella se acerca al centro del bar y empieza a cantar, porque nadie se ha fijado jamás en lo que pasa con ellos y es ella la que tiene que decirlo. Se desnuda de cintura para arriba y muestra lo que se ha escrito en la piel de las tetas, la letra de la canción estúpida que sigue cantando. ¿Liberación animal? La cubre con su propia chaqueta antes de que pase lo que va a pasar. No es posible que les vaya tan bien, que tengan tantos recursos, no es posible en absoluto. Tiene que ser un modo de canalizar la disidencia, un ambiente perfectamente controlado en el que darle rienda suelta sin hacer daño a nada. Todo lo demás es basura. El proyecto Isaías es el fin de cualquier idea de cambiar las cosas, es de hecho donde mueren todas para ser reconducidas a la inutilidad. La ve salir del local con su chaqueta y se pregunta si no debería seguirla. Pide un trago más y se hunde sobre la silla. Quizá tienen un topo. Es lo más probable. Tienen a alguien dentro. ¿A quién? Esa es la pregunta. Ella vuelve a entrar sin su chaqueta, gritando. Él sale fuera, recoge la prenda del callejón y vuelve a entrar.

No es posible, demasiado perfecto. Acaba con la bebida y no sabe muy bien qué hacer a continuación. Quizá es siempre así, se dice. Quizá lo fácil sea esto. Liberación animal, él está a favor. Cómo no. Él es el primero. Va al baño a mear y cuando regresa vuelve a estar subida sobre una mesa, bailando, y puede ver como un montón de lobos hambrientos se rascan la espalda y empiezan a deliberar en lenguaje no verbal sobre quién será el que ataque. Y él se acerca y le pregunta cómo va el asunto de la liberación humana, qué dice la canción sobre eso. No parece haber mucha solución, añade, y ella le pregunta que a qué se refiere. Un tipo dentro sería el fin. Y, por más que le pese, lo más probable. No es posible de otro modo. ¿Quién? Es lo de menos. Le dice que a lo que se refiere es a quién los salva a todos. ¿Salvarlos de qué? De todo esto. Y mira alrededor.

Ella abre los ojos, le mira. Los cierra un momento y vuelve a mirarle. Le dice que le comprende. Está tan borracha que habla tumbándose en cada palabra. La sienta en una mesa, pide un café y deja la chaqueta en el respaldo. Se sienta frente a ella y piensa a toda velocidad, retroalimentado por el alcohol, en lo que tiene que hacer con respecto al piloto y a su grupo. Ellos no son más que gente desorganizada y no muy entrenada, pero tienen que ofrecer alguna alternativa, al menos ellos son algo, joder. ¿Quién los libera a ellos? Nadie puede hacerlo, sólo ellos pueden ayudarse a sí mismos, es lo único con lo que cuentan por poco o nada que sea. Algo es algo. Le pregunta si le importa que la lleve a casa. O la saca de allí inmediatamente o todo va a acelerarse rápido. Ella parece decirle que sí, así que la levanta, la rodea con el brazo y salen a la calle. Intenta que no tropiece y se caiga casi a cada paso mientras avanzan. Los robots de limpieza hacen su trabajo en la calle y van dejando un reguero de orden detrás de ellos. Delante basura y restos de cosas inútiles y detrás una calle limpia y perfumada. Piensa que ojalá fuera todo tan sencillo. Es imposible que cuenten con tantos recursos, tanta gente, que estén tan repartidos. En el fondo le gustaría creer en ello, y por eso no deja de darle vueltas. Porque una alternativa es unirse. Le gustaría descansar un rato, parar la cabeza. No debería ser tan complicado. Ella le dice que vive a tres o cuatro calles de allí y le da las gracias por acompañarla. Cuando pasa una patrulla de Concordia la apoya contra la pared y la besa. Lo ha visto en cientos de películas y en todas ellas ha funcionado. No es que le haga falta, pero no le importa hacerlo como si lo fuera.

Para cuando doblan la esquina ella está vomitando, reclinada. Él le recoge el pelo para evitar que se lo manche. Este podría ser el comienzo de una bonita relación, piensa. Y sonríe. No va a ser el comienzo de nada. Piensa en que se lo podrían contar a sus nietos. Y vuestra abuela, se dice, llevaba tal moco que no sabía ni cómo se llamaba, y el galante de tu abuelo la llevo a casa. Eso quedaría perfecto. Se apoya tanto en él para subir las escaleras que le cuesta un triunfo cada escalón. Él también lleva lo suyo encima, en esta batalla no ha estado sola. La tumba en la cama y la cubre con el edredón. La mira dormir un rato. Va a la cocina y coge una cerveza de una nevera prácticamente vacía de comida. Y esa, queridos nietos, fue la primera vez que vuestro abuelo vio dormir a vuestra abuela. Tiene que avisar al piloto, decirle que no puede ganar nada allí, que se marche. Y tiene que reunir al grupo y cerrarlo. Reconvertirlo en algo distinto que no tenga nada que ver. Un grupo de apoyo, un grupo de amigos que se reúnen para contarse sus cosas y nada más. Lo suficiente para no perder el contacto. ¿Y Isaías? No tiene ni idea. Es mucho más grande que él. No va a poder hacer nada con ello, ni a favor ni en contra. La gente se dará cuenta o no lo hará, será su guerra. Avisar al piloto, decirle que no sólo no son la única cepa sino que ni siquiera son la más importante, eso es lo único que tiene que hacer. Vuelve al dormitorio a mirarla dormir un rato, pensando en los detalles. Al menos intentándolo. Si tienen un topo dentro no puede hacer nada más. Quizá seguir organizando... quizá... no. No merece la pena. Va a buscar otra cerveza. No piensa respetar ninguna ahora que ha entrado en zona de combate. El piloto se había puesto como un energúmeno. Se da cuenta de lo que puede parecer todo desde su perspectiva, de la falta de previsión que ha tenido, de la irresponsabilidad que ha estado cometiendo. Si ni siquiera son capaces de hacer las cosas bien entre ellos... ¿qué pasaría si estuvieran en contacto con otros grupos? Sintió escalofríos sólo de pensarlo. Lo que habría sucedido es lo peor que podía haber sucedido. No le guarda rencor, ha hecho lo que tenía que hacer. Ha sido profesional. Ha hecho nada más y nada menos que lo que tenía que haber hecho él mismo hace mucho tiempo, darse cuenta de que no van a ninguna parte. Pero es difícil, es muy complicado dejar el hueco abierto. Necesita dormir, dejar de pensar en todo esto. Va a coger su RB y a fulminarla vegetando. Se acabo el jugar a los rebeldes. Al menos de momento. Quizá en el futuro... quizá. Buscar quizá un modo de entrar en Isaías, engañarlos para después dinamitarla desde dentro. Una vez que los suyos estuvieran a salvo. Lo que le queda por hacer es eso.

El comedor está casi repleto, le cuesta encontrarle. Ha pasado la noche durmiendo en un rincón de la habitación bajo unas mantas y tiene el cuerpo entumecido. Se ha despedido con prisas. Ella le pidió perdón por todo y le dio las gracias. Le pareció tierno, tanto que no pudo negarse cuando le pasó el contacto al tip, prometiéndose a sí mismo tomar un café con ella en algún momento, cuando todo esté más calmado. Ella sonríe sin saber muy bien qué decir, no se acuerda de demasiado y es evidente. Se despide desde la puerta mientras él se aleja intentando no llamar la atención. Adiós nietos, casi les vio difuminarse en la nada en que se estaba convirtiendo todo. Se siente triste. Una vez fuera no se atreve a moverse mucho hasta que no llega el mediodía y, aun así, intenta no pasar por lugares demasiado frecuentados, por lo que meterse ahora mismo en el comedor le parece una locura. Prefiere ver a Petrov antes de que se vuelva loco al no aparecer, si es que consigue averiguar dónde se ha metido.

—¡Eh, Dungar!, ¡aquí, aquí!
—No grites.
—Bueno, calma, hombre, alguien se ha levantado hoy jodido.
—Eres un trozo de carne, Petrov, estoy harto de decírtelo. Después de la reunión de ayer los perros me estuvieron persiguiendo por los pasillos.
—¿Escapaste?
—¿Tú qué crees? ¿Tú realmente qué crees que hice?
—Joder...
—El hombre de ayer, dime qué te impresión te dio. Y mira para otra parte, no me he salvado de los perros para que ahora me mate tu aliento.
—Pues una mierda, joder. El tipo no tenía ni idea, tampoco tenía tarjeta, y no dejaba de joderme llamándome novato, como si Petrov no supiera hacer su puto trabajo.
—Claro que no tenía ni idea, no era nadie de aquí. ¿Todavía no sabes a quién metiste ayer? Al puto transportista, joder.
—¿Yo qué voy a saber?, a mí nadie me dice nada. ¿Y qué hace ese tipo entrando en las polivalentes?
—Petrov... ¿verme a mí?, ¿se te ocurre que pudiera ser verme a mí? Pensé que el tonto de Dalma te lo habría explicado después de pasarle el contacto.
—Dalma seguro que sigue escondido ahora mismo, estaba hecho un manojo de nervios. Me dijo sólo que tenía que meter a alguien, como siempre, así que allí estaba, y lo vi y me acerqué y el tipo no sabía ni lo más elemental.

Y poco a poco fue interpretando un relato medianamente coherente de lo que Petrov le está ametrallando en ráfagas cortas y constantes. Que el tipo estaba en la barra y no parecía como los demás, ellos no suelen saber qué hacer con las manos y miran intranquilos a todas partes, sobresaltándose por cualquier ruido. Que le llamó la atención que él simplemente vaciara una cerveza en la barra, pero al fin y al cabo era el de la foto y lo que tenía que hacer era lo que tenía que hacer. Que las indicaciones del mapa estaban mal y tuvo que cambiar la ruta un par de veces, pero no más de un par de veces, y que el otro empezó a soltar insultos llamándole novato una y otra vez como si no pudieran ser normales un par de errores en las polivalentes. Que al final consiguió que dejara de hablar y concentrarse, y entonces lo llevó inmediatamente a la puerta sin más interrupciones. Lo conocía lo bastante como para saber que sus propios nervios le habían jugado una mala pasada. El piloto se habría limitado a dejarse llevar. Era eso o acabar con él. Petrov solía despertar ese tipo de reacciones.

—Petrov, llevo protegiéndote desde que recuerdo. No eres tonto, pero te lo haces estupendamente.
—Eh, ¿gracias?
—Creo que volverás a llevarlo dentro en algún momento. Es importante.
—¿Un puto piloto?
—Un puto piloto, Petrov. No me pidas que te lo explique.
—Joder, Dungar, no te pido nada. Sólo entender un poco de qué va todo esto, no creo que sea demasiado.
—¿Y de qué te va a servir entenderlo? No es que no puedas, pero te va a dar igual. El trabajo que tienes que hacer va a ser el mismo. Te digo dónde empieza el rollo y haces lo tuyo y listo. Sencillo. No tienes por qué complicarte, de hecho te pido que no lo hagas lo más mínimo. Haces lo que debes y dejas correr lo demás.
—Como tú quieras. Vaya mierda. Vaya puta mierda, Borgar. ¿Vas a comerte lo que te he traído o no?
—No. No voy a hacerlo.
—Estás nervioso. Los perros no te están siguiendo ahora.
—He estado pensando cosas, Petrov. Creo que va a haber cambios, que vamos a cambiar todo esto. Creo que tenemos que frenar un poco.
—Vaya. ¿por una persecución? ¿Pasó algo más que no me has contado?
—No pasó nada. Nada especial. Charlamos un rato y después te lo llevaste. Y un rato más tarde llegaron los Con y tuve que salir corriendo.
—¿Así que me das la razón en que todo va bien ahora, no?
—Sí. Tranquilo. Todo va bien ahora.
—Me alegro, eso es bueno. Come.
—No tengo hambre.

No todo lo que había sacado de la reunión con K había sido negativo. Todo estaba tranquilo ahora, todo estaba bien. El comedor repleto ardía en conversaciones sobre turnos y planes para ocupar el tiempo. El tipo barbudo a su derecha deglutía la carne como si no fuera a quedar para más tarde. El sol del mediodía brillaba en las cristaleras e iluminaba el interior con ganas. Le pidió un poco de vino al barbudo, que le llenó el vaso sonriendo. Automáticamente un robot de servicio cambió la botella por una llena. Un convoy de grasa salía de la comisura izquierda de la boca de Petrov para recorrer todo el camino hasta su barbilla, donde se concentraba en un pequeño lago invertido brillante que no terminaba de gotear. Le pareció tan gracioso que empezó a reírse. El barbudo se unió. Petrov se preguntaba por qué le estaban mirando fijamente, sintiendo que se estaba perdiendo parte de la broma, y cuando se la explicaron frotó un borde de la servilleta sobre su mandíbula, empeorando el asunto. El tipo barbudo trabajaba en una línea de producción. Les dijo que cantaba en una especie de coro en el que siempre estaban buscando nuevos miembros, y mientras vaciaba un nuevo vaso de vino les preguntó si querrían unirse. Y Borgar pensó que quizá no estaría del todo mal para empezar una vida normal de una vez, coger algo de cobertura. Le preguntó qué cantaban, y el tipo gritó que qué más daba, volviendo a reír. Él lo hizo también. Era divertido. Les enseñó un tatuaje de su unidad de producción, y les reveló, guiñando un ojo, que cubría uno debajo con el nombre de su primer amor, pero que ahora no sabía qué le daba más vergüenza, y se rieron. Borgar le enseño el tatuaje de su pierna. ¿Qué significa?, le preguntó el barbudo. No significa nada en absoluto, respondió, es sólo un dibujo que vi por ahí y me gustó. Y mientras les reponían de nuevo la botella se rieron de nuevo. La vaciaron y siguieron riéndose sin saber del todo por qué. Una mancha en el codo. Una herida reciente en la rodilla. Un mote medio olvidado de cuando eran críos. La gente suele merecer la pena. Una alternativa. Que no fuera todo morir en un lado o en otro. Un maldito punto medio.

Una coral. Una cobertura perfecta.

Ella, desde luego, era la primera que tenía que saberlo, pero ya entraría en sus juegos más tarde. Paró a Petrov antes de que acabase del todo con su ración de patatas y se lanzó a por ellas. Había pensado que no iba a ser capaz de comer nada. Nada de nada. Pero, joder, tenía hambre.

Anda Yoba.

Mira, cuando llega lleva dos meses metido en una lata, sesenta largos días oliéndose a sí mismo en la cabina de una nave de transporte. A ver, mucho de lo que te voy a contar son en parte suposiciones, chica, porque todos los datos que tengo son los que Aloz me fue contando y lo que añadieron después otros, yo estaba muy lejos por aquel entonces. Aún así no te creas que deben andar muy desencaminadas, porque a veces nuestras vidas se pueden entresacar del tejido como un hilo en un pespunte, cada uno de nosotros es diferente pero todos somos de algún modo parecidos. ¿Por dónde iba? El piloto había hecho el viaje despierto, ¿sabes?, algo relacionado con su última misión y la intención de La Federación de que recalibrara su brújula, no sé si me entiendes. Dos meses pueden no parecer tanto, pero metido en un cubículo diminuto te aseguro que pueden hacerse aburridos. Por supuesto tenía mucho que leer, informes del círculo local, de la producción, de la población... un montón de trabajo, y aún así seguro que le sobró tiempo a montones. Llega, entrega un informe de literatura fantástica sobre el estado de la nave, asegurándose un par de semanas de tiempo en investigación mientras la revisan e intentan encontrar todas esas incidencias que seguro que no van a aparecer en los chequeos, y coge el ascensor orbital para bajar a la superficie. Si en algo nos conozco su cara tuvo que ser un poema cuando finalmente bajó al suelo y el aire del secarral que es Huim en el ecuador lo golpeó en la cara, la mezcla de gusto y disgusto a partes iguales. No sé qué tiene una estrella y algo de atmósfera medianamente respirable, pero te aseguro que nos parece irresistible. Aloz había informado de la cepa a la corp, y en vez de organizar un comité de investigación y ponerle a él al cargo, como esperaba, van y le envían a un transportista de cargos encubierto a husmear. Es un eufemismo, claro, a ver qué va a mover un piloto de transporte que no sean cargos, pero cuando se le añade la coletilla lo que quiere decir que mueve cargos humanos. Gente congelada destinada a ocupar las necesidades de personal de otros planetas, gente que por el motivo que sea no encuentra función en el de origen, gente habitualmente no muy leal, no sé si me entiendes. El Cardumen siempre fomenta la movilidad para evitar problemas derivados de la Inconsistencia, claro. Que echen raíces, que se diferencien como grupo y cosas así. Pero estos no son voluntarios. Si en algún momento te cuento algo que ya sabes dímelo, no me dejes aburrirte, pero intento contarte las cosas desde el principio porque en tu situación, chica, no tengo ni idea de lo que sabes o dejas de saber. Me lo dices, ¿de acuerdo? El piloto tenía que estar bastante mosqueado, porque no creo que jamás le hubieran enviado a un planeta en apariencia tan cerca de la norma. Más mosca aún porque en el mundo del Consejo se supone que un Reclutador debe lidiar con sus cosas él mismo hasta que piense que se le van de las manos, y el hecho de pedir ayuda siempre es un punto negativo que anotar en el expediente. Así que el piloto debió pensar que, aunque Aloz seguía siendo un novato del borde, era bastante raro que hiciera precisamente los movimientos que podrían dejarle en él toda su vida. Y claro, te imaginarás que relacionó todo rápidamente con el Comandante, y que a lo mejor lo que no quería era ver sus investigaciones dinamitadas por las bombitas del otro cada vez que encontrase a un primo del tío del sobrino del que le vendía la leche a un rebelde.

A ver, LaFed sabe muy bien lo que se hace, y tiene muy claro que mandar como investigador a un tipo que va por ahí eliminando cepas no es muy eficiente a la hora de contactar con ellas, así que cultivan una imagen ambigua del piloto. Por una parte tiene que estar tan cerca del CER y todo eso como para que a nadie le extrañe que lleve ese emblema en el cuello de la camisa, así que le dan una misión oficial. Pero por el otro siembran rumores, sueltan chismes... que si en este planeta se eliminó una cepa aparentemente pero sin embargo había sido ocultada a los ojos de la corp, que en realidad acabaron con cuatro gatos insignificantes y nada más, que si en aquél consiguió ramificar cinco o seis que desde entonces actúan en conjunto, que si en ese otro salvó al líder de la captura cuando la situación se volvió insalvable... Nada serio que vaya a quedar en ningún informe, porque no sabes quién los va a leer ni con qué intenciones, pero sí lo suficiente para que los posibles grupúsculos locales piensen que acercarse a él puede resultar beneficioso. Y él llegaba, los encontraba y ¡zas!, se los cargaba. O eso había estado haciendo siempre, de otro modo a ver para qué le iban a estar moviendo de aquí para allá en vez de encerrarle en un agujero. Vete tú a saber cuándo, cómo y por qué cambia la gente en las raras ocasiones en las que es lo suficientemente inteligente para hacerlo. Se encontró con Aloz en el reservado de un restaurante y, después de las presentaciones y la palabrería inicial que utilizamos para entrar en calor, van directos al trapo. Como es normal el Reclutador alabó el planeta, la colonización y los grandes avances que habían conseguido con una dosis tremenda de esfuerzo y responsabilidad y blablabla. Y K que ni corto ni perezoso le pregunta por qué, entonces, una cepa que según los datos era tan diminuta le hacía preocuparse hasta el punto de dar parte a la corp, y Aloz que se pone rojo y le contesta que precisamente por todo ello, que no estaba dispuesto a dejar caer en saco roto el trabajo de todos los ciudadanos responsables por un grupo de abraza estrellas. El discurso habitual en estos casos. Se les llama abraza estrellas porque tarde o temprano suelen darse cuenta de que la tarea de sublevar un planeta entero es algo como un poco grande, y terminan esbozando un plan para irse a poblar algún punto fuera de la esfera de la expansión y morir allí de la primera forma miserable que se les presente, sin el soporte del CER. Esa es la idea, claro, ese es el discurso, ¿sabes? K le reprocha que no haya sido capaz de gestionarlo con Torba, que es el Comandante, para hacer una investigación más discreta y, a la vez, con menos desventajas, y ahí el Reclutador se pone nervioso y empieza a decirle que el comandante es intratable, que para él un tipo que no siga las recomendaciones de la RAL es ya un terrorista en potencia al que hay que exterminar y, básicamente, le confirma todo lo que él había pensado antes siquiera de conocerlo. Te aseguro que no hay nada que relaje más como que las cosas decidan alinearse con lo que tú has decidido comprender ya de antemano.

Y después, por la noche, el ujier había anunciado al piloto en la pequeña recepción tradicional que había organizado Glenda, muy eficaz a la hora de dejar ver todo lo que podía permitirse frente a aquellos que no podían permitirse tanto. En una civilización como la nuestra no es que los lujos sean muy ostentosos, pero al fin y al cabo para el ser humano la riqueza no es más que una cosa relativa. No eres rico, sino que eres más rico que el de al lado y eso es ya bastante. Había preparado el salón con toda la parafernalia, cortinajes, candelabros, platos rebosantes de comida y un par de perros enormes traídos de fuera del planeta que correteaban por la sala, dejándose acariciar por todos los que lo quisieran y aterrando sin piedad a los demás. K no debía estar acostumbrado más que a una cena íntima con el círculo local de gobierno, así que con todo el asunto del ujier anunciando y la gente vestida como si fueran a recibir a alguien del mismo Consejo tuvo que estar a punto de estallar en carcajadas, cosa que afortunadamente evitó porque si no Glenda le habría asesinado allí mismo con un cuchillo de untar o una cucharilla de café, lo que hiciera más daño y tuviera más a mano. Dejó que esa especie de muñeco andante, educadísima, afectadísima y hermosísima, le presentara a los demás, y él se fue dedicando a casar los rostros con la imagen que estaba al inicio de los informes, fotografías que no siempre expresan simetría, parecido, o simplemente pertenencia a la misma especie. Oh, no te molestes, es sólo una forma de hablar. Torba le secuestró un rato para contarle relatos acerca de su hoja de servicios, excelente y larga y poblada de acciones heroicas que seguramente habían salvado a la humanidad un montón de veces, pero de las que no se vanagloriaba porque era una persona humilde. A K tanta humildad debió parecerle indigesta y le sugirió que se acercaran al grupito que se había formado con la gente del círculo para así conocer a los demás. Claro, cuando viene alguien de fuera tarde o temprano surge el tema del Encuentro, ¿sabes? Oh, por supuesto que lo sabes, disculpa. El caso es que eso fue suficiente para que Torba no perdiera el tiempo y apuntase que esa gente lo que tenía que hacer era aparecer de una vez y enfrentarse a ellos en el honor del combate, Lazio replicó que si hubieran querido eliminarlos lo habrían hecho desde un principio, cuando era más fácil y estaban más localizados, Zinto que quizá estaban esperando hasta justo antes del momento en el que nuestra tecnología pudiera hacerles frente, estudiándonos mientras tanto, y Natra diciendo que bueno, que era realmente imposible intentar saber lo que podía pasar por los cerebros de aquella gente, ya que si a veces era difícil comprender lo que está pensando otro humano mucho más lo era saber algo acerca de lo que tenía en mente alguien que no lo fuera. Una mujer muy inteligente, esta Natra. Después de aquello, cuando Glenda tuvo que ir a la cocina por algún tipo de lío con la comida, ella misma se ofreció para presentarle al resto de los invitados y para responder las preguntas que le fueran surgiendo. K ya debía estar bastante mareado de ver pasar caras por delante y decidió bailar un rato con ella, aunque supongo que los cuatro metros cuadrados que habían sido su casa los últimos meses no debían hacerle muy instintivo moverse con soltura, pero cuando se lo dijo a Natra ella se rió y respondió algo parecido a que se limitara a no pisarla y todo iría bien, lo que le pareció extremadamente tierno a Claudia. Y así empiezan muchas veces estas cosas, ya sabes que está bien visto que nos emparejemos siempre que haya ocasión, por todo el tema de procurar miembros útiles para la sociedad mientras se pasa un rato entretenido. El caso que cuando bailaban él seguro que vio cómo un par de gotas de sudor le resbalaban por el cuello, y fue consciente de cómo olía y le gustó que su vestido reflejara, sin estridencias, los cambios de luz que le llegaban. Así suele más o menos suceder, chica, no sé los detalles exactos. Tampoco voy a hacerte una tontería de las de los seriales, pero estoy segura de que fue algo así.

Y cuando ella fue a por unas bebidas Torba le secuestró de nuevo para contarle más batallitas, según lo que me contaron, y algo dijo que no debió de terminar de gustar al piloto, porque se lo llevó a una habitación aparte. No se oyeron gritos ni nada parecido, pero según Claudia, que es una excelente persona y estaba casualmente cerca de la puerta, allí dentro no se estaban repartiendo caricias precisamente. Pese a intentarlo con todas sus ganas, y tiene más que suficientes, no fue capaz de escuchar de qué estaban hablando, y tuvo el tiempo justo de apartarse un poquito cuando el piloto salió de allí con pasos enfadados dirigiéndose a Natra, que no sabía qué había sucedido con su pareja de baile, y le preguntó amablemente si quería seguir intercalando baile y bebida, y ella dijo que sí y que por cuál empezaban, y como mostró cierta predilección por la bebida pues empezaron desde ahí, sin ninguna intención de dar la noche por terminada e irse a dormir. Desde luego no a dormir, como buenos ciudadanos. En eso Claudia es tajante. ¿Vosotros dormís, verdad? Bueno, algo parecido, eso está bien, tranquiliza.

¿Que qué es un ciudadano? Bueno, pues menudo lío para ahora mismo. Uno ya nace ciudadano en el Cardumen, pero no tiene por qué seguir siéndolo toda su vida, depende de que se ajuste a las normas y no la líe gorda. Y es un verdadero fastidio perderla, porque el NIF está unido a la condición de ciudadano, y si la pierdes te quedas sin ninguna las ventajas, haciéndote la vida verdaderamente complicada. Mortalmente complicada, diría de hecho. El que recibe ese castigo no consigue mantenerse vivo mucho tiempo. La idea es que el resto de la población comprenda dónde están los límites, y observarlos decaer hasta que con el tiempo... pues eso, decaen. Oh, no, no es que se haga con frecuencia, se imparte con cuidado, ya que si lo piensas un poco tiene más valor como amenaza para los demás que como castigo en sí... imagina una población de no ciudadanos organizándose, cogiendo fuerza... no tendrían nada que perder, serían un caldo de cultivo ideal para cualquier cepa que los tentase con unas migajas. No costaría demasiado, por supuesto, para fastidiarla hasta ese nivel una persona ya ha tenido que pasar muchas lineas rojas antes, así que supongo que no le importaría una más. En realidad la civilización del Consejo es como cualquier construcción que se te ocurra, ¿sabes? Las fiestas lo son porque alguien las celebra, el lenguaje lo es porque alguien lo habla, la educación lo es porque alguien quiere aprenderla. No sé si me explico, quiero decir que en nuestro mundo... ¡vaya berenjenal en el que me estás metiendo! Me refiero a que nos inventamos las cosas, y luego nos las creemos, y eso hace que las cosas parezcan sólidas. Y la gente empieza a creer en algo y eso crece y ya es algo y lo seguirá siendo mientras la gente siga creyendo en ello. Y cuanta más gente cree más gente se une. Es como lo que te he contado, a ver que diferencia iban a suponer aquellos perros en nada, o el ujier, o las cortinas, pero si la gente cree que la diferencia existe, pues existe, aunque en realidad no lo haga... no importa, dejémoslo aquí porque no voy a conseguir que lo comprendas de golpe. Lo que quiero decir, y ya no te lío más, es que el Consejo y sus normas y el RAL y el CIF y el NIF parecen cosas serias e indudables, pero sólo lo son porque mucha gente las respeta. Y una persona que ha perdido su condición de ciudadano no supone una diferencia para que eso cambie, pero muchas personas pensando de otro modo pueden ser un problema gordo, por eso perder la ciudadanía funciona más como amenaza que como castigo real. Chica, la vida no son solo piedras y planetas y cosas tangibles, cosas que puedes tocar y oler y besar, a veces hay otras. Te repito que si tuviera más tiempo, si me dieras un poco más podría hacer de todo esto algo más comprensible. No hace falta que me mires así, ya sé que no, pero no pasa nada si te lo pregunto.

¿Y esto a qué venía? A ver... No me acostumbro a esos controles, y de todos modos salta a la vista que mis manos tienen poco que ver con ellos. ¿Podrías bajar un poco la luz? Así está bien, gracias. Mataría por un baño y una buena taza de té. No, no, al agua no le pasa nada, es perfecta, y la cosa esa de vapor me deja limpia como el mismo día que vine al mundo. Bueno, mejor, es verdad que cuando uno viene no lo hace en un entorno muy aseado, sobre todo porque el mismo proceso tiene mucho de fluidos corporales y... o, ya estoy otra vez, ¿verdad? El caso es que se fueron juntos y poco más hay que añadir sobre eso.

A la mañana siguiente el piloto fue a ver a Lazio, que era el encargado de agricultura en la colonia. A la secretaria, una bellísima persona honrada como la que más, casi le da un infarto porque el encargado es una persona ordenada y metódica, y encontrarse a alguien en la puerta pidiendo ser recibido sin tener una cita era como si de repente un planeta decidiera volverse hueco y darse la vuelta sobre sí mismo delante de tus mismas narices, algo que ni siquiera puede considerarse un poco si uno no ha perdido del todo la cabeza. K insistió lo suficiente como para que la pobre se viera forzada a irrumpir con un mensaje el plácido intercomunicador del encargado, y rozó la incredulidad cuando este le dijo que, por favor, le hiciera pasar. Ella así lo hizo y volvió a sus cosas, a punto de darle la vuelta al teclado de su unidad y empezar a escribir en él girando las muñecas sobre una bola invisible y pensando que, bueno, al fin y al cabo parece que una nunca ha vivido lo suficiente para que la realidad deje de estar empeñada en golpearte con novedades cuando menos las esperas. Allí dentro K se encontró con más o menos lo que debía esperar, un tipo volcado en su trabajo que le explicó pormenores que ni quería comprender ni le interesaban en lo más mínimo, pero debía haber tenido una intuición y esas hay que seguirlas fielmente hasta que manifiestan lo que esconden, que no es sino otro modo de decir que K se había olido que debajo de esa primera capa de formalidad había otra más humana que quizá, si se andaba listo, podía ordeñar. No, claro, no ordeñar como a las vacas, sino más bien como una metáfora. ¿Comprendes? Que podía sacar información de él, quiero decir. Habéis hecho un buen trabajo entendiendo el idioma, pero aún puedo enseñaros unas cuantas cosas. La primera resquebrajadura apareció cuando Lazio le confesó que durante algún tiempo él mismo había estado pensando en orientar su carrera hacia la profesión del piloto, pero que al final la organización de datos le había atrapado y había terminado en ese despacho. K acogió entre sus dedos esa pequeña chispa, la alimentó con anécdotas románticas sacadas de las pocas ocasiones en las que había terminado enfrente de un serial y con pequeñas ramitas de comprensión hasta que se hizo una llama que podía ser perfectamente aprovechable para extraer lo que quería saber, de ahí lo de ordeñar que te decía antes. La secretaria, que lo escuchaba todo desde el intercomunicador, se llevó las manos a la cabeza. Y una vez tentado y domesticado, Lazio le dio cosas. Y así es como se enteró de que Glenda era una cantante de cuarta en un circuito de actuaciones en locales de tercera en los que enseñaba pierna y sonaba como un pequeño pollo desubicado. Le dijo que había nacido en el mismo Huim y se había pasado su infancia entre la formación básica y pequeños altercados en los que sabía sacar lo mejor de sí misma para arrebatar a quien fuera lo que ella deseaba en ese momento. Gracias a esa experiencia desarrolló los mecanismos para meter su hermosa nariz donde quiera que pensara que le podría venir bien. Y si el Reclutador era un asiduo de ese tipo de espectáculos, pues nada le iba a impedir subirse al escenario para que él la viera en todo su esplendor, a ver quién era ella para rechazar lo que la vida le ponía delante. En realidad ni sabía ni dejaba de saber hacer bien su trabajo ahí arriba, se movía lo justo para enseñar lo que se cubre sin parecer hacerlo, cantaba lo justo para hacer la experiencia tolerable, y todos tan sobreexcitados y contentos. Y pertrechada con esas armas y la intención clara de atrapar a Aloz para dar un paso más, navegó su corta carrera en el el mundo del espectáculo, que duró justo el tiempo suficiente para que este la viera, la invitara a tomar algo después de la actuación y cayera inevitablemente a sus pies apenas diez minutos después. Curioso, ¿eh? Bueno, nunca subestimes nuestra determinación. Hay gente que no es capaz ni de levantarse por las mañanas si no viene un tipo de recursos humanos a preguntarle si está queriendo decir que renuncia a la asignación extra y quiere volver a subsistir con la RB, y eso es así. Pero cuando un día ese mismo tipo decide, o piensa, o se convence de que quiere realmente hacer algo ya te puedes andar con cuidado y no meterte de por medio si no quieres terminar atropellado. Y eso sirve para el común de los mortales, pero Glenda va mucho más allá, ella es definitivamente una persona con una idea entre ceja y ceja, que por lo que creo saber incluye largas estancias en el núcleo, entre fiestas y reuniones de sociedad y, en definitiva, hilos mucho más largos para poder mover las cosas con mucha más fuerza y desde mucho más lejos. K le preguntó a Lazio qué pensaba del Reclutador, y cómo podía no haberse dado cuenta de todo esto. Y este le respondió, muy serio, que dudaba de que en realidad no hubiera visto nada, pero que el amor a veces es más fuerte que el instinto de supervivencia más elemental y que, al fin y al cabo, no le impedía hacer correctamente su trabajo excepto cuando, algunas veces, Glenda empezaba a sentir una angustia profunda y multidimensional según la cual no estaba avanzando lo suficiente. Esos eran días negros en la residencia, pero quizá bien valían lo que costaban si uno ponía en consideración que cuando desaparecían le quedaba todo lo demás. K, que parecía tener lo que había ido a buscar y debía querer camuflar un poco el rastro, le preguntó al encargado acerca de esa frase sobre el amor, y cuándo, sobre todo, la había experimentado él mismo, y acto seguido supongo que debió apagar el cerebro, excepto las funciones básicas de sonreír maliciosamente y asentir de cuando en cuando, mientras Lazio le contaba pequeñas batallitas insignificantes que en su cabeza eran valientes y sacrificados lances amorosos en los que había de algún modo participado. La secretaria lo había escuchado tantas veces que, según me dijo después, sintió nauseas, retortijones. Incluso algo de eccema. Pero esa es otra cosa, no puede caber todo si queremos llegar al punto algún día de estos.

¿Tenéis algo más de gravedad aquí, verdad? Ya suponía, me pesa como una losa. No, por favor, no tanto, no es tan molesto para que todos vosotros tengáis que adaptaros a la mía, es más sencillo que lo haga yo a la vuestra. Esa forma que tienes de hablar sin mover la boca me tiene completamente fascinada, aunque la verdad es que no sé realmente dónde la tenéis, me limito a ponerla donde estaría si fueras humana. Espero que no te moleste, pero estoy empezando a verte cada vez más como una más. No, por favor, no me des las gracias, no es algo en lo que me esté esforzando, es algo que simplemente está pasando. Es curioso, ¿eh? A ver por dónde sigo... pues en realidad ahora no sé si quiero hablarte del invitado del consejero, que sería consejero algún día, o de Ansehelm y Tara, o quizá de las cosas que pasaron cuando Torba encontró un filón que explotar. No es una cuestión de querer una cosa u otra, entiéndeme, es más bien mi idea de dejarlo todo lo más claro posible. Es un poco organizar el discurso para que no sea todo tan raro, porque no lo es tanto, pero estas prisas vuestras están retorciéndolo todo.

Da igual, sigamos con Aloz. Andaba medio loco con Glenda encima de él, pidiéndole explicaciones sobre el piloto y sobre la discusión que había tenido con Torba en la sala del té. No era ninguna novedad, claro, Glenda siempre le había puesto la cabeza loca con sus pretensiones de que terminara de una vez en ese planeta cumpliendo sin más con su trabajo para que pudieran ir al siguiente destino en un lugar más cerca del anillo. Aloz supo desde el mismo principio que no iba a ser fácil convivir con ella, pero no pudo evitar meterse en ese avispero porque, como un imán, adoraba la miel y la miel le llamaba. Y cuando uno desea el premio termina haciendo todo lo posible para conseguirlo, aunque eso incluya largas charlas recriminatorias de cuando en cuando. Aloz sabía que en algún momento tenía que decirle que había dado parte a LaFed de una posible cepa, pero tenía miedo de su reacción. No miedo por la simple bronca, por supuesto, sino miedo por si hacía algo un poco estúpido con ello. Y no estúpido para ella misma, sino para lo que él estaba buscando, que era otra cosa muy diferente. Ella sabía lo que haber dado el parte implicaba para sus planes, y seguramente no estaría demasiado dispuesta a comprender qué era exactamente lo que él necesitaba para los suyos. Total, que esa noche que estaban paladeando esa cosa con huevas que Aloz detesta tanto y por la que no quería ni preguntar, porque pensaba que ya lo había hecho alguna vez y ella le miró como si fuera un bruto, se lo dijo. Claro, la tormenta fue tremenda, le repitió que estaba haciendo esfuerzos para ayudarle a mejorar, y que esto no podía ser bueno de ninguna manera, resultara en lo que resultara, acabara del modo en el que lo hiciera. Pero al final no tuvo más que aceptarlo porque estaba todo hecho. Y si puedo fiarme de Claudia y en algo conozco a Glenda, ella empezaría en ese justo momento a pensar en el modo en el que podía reconvertir la situación para sacar algo de beneficio en todo ello.

Y a partir de ahí todo se revoluciona un poquito porque, bueno, porque sí, porque las cosas a veces son así entre nosotros. Imagínate, al día siguiente K aparece hecho una furia en la residencia de Aloz pidiendo verle urgentemente, le dicen que está volviendo de la oficina y se queda dando vueltas y vueltas y vueltas al pasillo. Qué cosas. Cuando Aloz llegó le dice que acababan de asesinar a alguien con un tiro en el cuello delante de él mientras conversaban. Y añade que no tiene una cepa sino dos, una sacando gente de los registros con la intención de emigrar, en el mejor de los casos, y la otra con un miembro menos, y le pregunta qué piensa hacer al respecto con un tono de voz no muy educado mientras Aloz no deja de repetirle que, por favor, baje el volumen. No hizo mucho caso, en verdad, porque Claudia pudo escuchar perfectamente cómo pedía una y otra vez que encerrasen a Torba por desacato, que por mucho que le había ordenado el día anterior que dejase de seguirle el rastro no le había hecho ni caso y se había cargado a su contacto. Y Aloz diciendo que tendría que revisar todo eso, que se lo esperaba pero no podía acusar a nadie sin más pruebas, y que por favor se relajara y, sobre todo, bajara de una maldita vez la voz. A partir de ahí se hizo el silencio, así que no puedo darte más información. Al rato el piloto salió del despacho, se encontró con Ellery en la entrada y se marcharon juntos a alguna parte. Y una media hora después Aloz salió también y se encontró con Glenda que entraba, le dio un beso y le dijo que preparara el equipaje y saliera lo antes posible a donde quisiera mientras le mantuviera informado, y acto seguido salió por la puerta y Glenda que pregunta que dónde esta el artista, Claudia que le dice que llegó hace un rato pero se fue con el piloto, y Glenda que parece algo asustada y sale a su vez por la puerta mientras Claudia no sabe muy bien qué pensar de todo lo que está viendo. Ya sabéis lo que pasó después, si no me equivoco, así que es fácil juntar los hilos y hacer un bonito bordado, si es que puedo decirlo así, ¿no?. ¿No? Bueno, ya se irá entendiendo poco a poco. ¿Cómo? ¿Ya es la hora?, ¿estás segura? ¿tan pronto? Pero... queda tanto aún... Lo sé, lo sé. Pero todavía no he podido contarte nada de Tara y de cómo llegó al borde en una nave de Concordia, y tuvo mucho que ver con lo que terminó pasando al final aunque no quisiera. Ya me gustaría poder tener más tiempo para contártelo todo. ¿Puedo llevarme algunas cosas conmigo?, ¿sí? No, si ya sabes que no traje nada, pero le he cogido cariño a algunos de vuestros cacharros, una vez que aprendes como manejarlos son realmente útiles.

Una última cosa. Sé que vais a examinar todo esto con lupa y quizá la impresión que sacaréis no es del todo... del todo bonita. Entiendo que si no sois parecidos a vosotros todos estos movimientos y luchas de uno contra otro, todas estas... bueno, la historia, ya sabes, todo lo que te estoy contando, todo esto, puede ser que parezca confuso, caótico e incluso un poco tonto. Y mira que ahora que te lo cuento a mí misma me está pareciendo algo de lo que no sentirse demasiado orgullosa, porque al hacerlo es como si lo viera con tus ojos... ¿eso son tus ojos?, ¿no? Bueno, es igual. Habría pensado que lo eran, se mueven de aquí para allá... pensé que quizá te pasara algo en ellos... no importa. Lo que quiero decir es que, en el fondo, pienso que todos y cada uno de ellos actuaban como creían que estaban haciendo mejor para los demás. Incluso contra su propia voluntad, claro, tienes que comprenderlo, el problema de la razón es que es tan poderosa que cuando uno cree tenerla la ve clara y perfecta e intenta metérsela a los demás en la cabeza, aunque sea a martillazos... A donde voy es a que sé que parece un poco horrible, incluso horroroso, pero todo tiene su lógica, así que intentad no juzgar demasiado rápido, ¿eh?, ¿lo haréis? Gracias, chica.

Nadir Navegante.

Todo fue fluyendo de un modo natural, sin que fuera planificando más que el siguiente paso cada vez. Pasó su infancia entre las corrientes que rodeaban la estación, creciendo como uno más entre otros. Siempre tuvo la capacidad de escuchar, y le gustaba saber qué pensaban los demás niños para, después, escribirlo mientras lo ordenaba. Y como llegado el momento ya sabía las historias de los de su edad, empezó tímidamente a hablar con los adultos. Eso le hizo ser consciente de cómo funcionaba el complejo, y le gustó. Comprendió por qué las normas existían y para qué servían, y fue consciente de cómo cuidaban unos de los otros de modo que el peligro de vivir se minimizara en lo posible. Le parecía maravilloso el modo en el que estaban organizados, y se lo contaba a todos siempre que podía para que no quedara nadie sin saber el porqué las cosas. No mucho más tarde le puso un día y una hora a las explicaciones para que dejaran de preguntarle en cualquier momento y evitar así que lo interrumpieran. A partir de entonces, cuando lo hacían, él les invitaba a la siguiente. A veces asistían muchos y otras veces casi nadie, el interés por esas cosas fluía de un modo que no terminaba de comprender. Pero él nunca faltó, y siempre salió contento de ellas, incluso las veces que no acudió nadie y permaneció sentado en una mesa, aprovechando el tiempo para revisar, organizar y sobre todo contarse lo que había sucedido en la última semana. Porque se dio cuenta de que al hacerlo comprendía mejor, incluso aunque lo hiciera sólo para sí mismo.

El día de su catorce aniversario habló con su madre para decirle que tenía que marcharse, porque necesitaba conocer qué había ahí fuera. A ella no le pareció bien, porque se resistía a perder su compañía, pero no tenía ningún modo de impedirlo que no le doliera aún más. Así que le hicieron una gran fiesta de despedida y él les entregó el volumen que contenía todos sus archivos desde que había empezado a guardarlos. El Reclutador le entregó a cambio un equipo de pesca fabuloso, y no olvidó incluirlo en su bolsa antes de salir, con lágrimas en los ojos que afortunadamente se trago el mar antes de que nadie pudiera verlas. La última noche la había pasado cogido de la mano de su madre en la cama hasta que se durmió, y eso estuvo bien. Por la mañana ella lo abrazó y le dio un beso que aún le sigue hormigueando en la mejilla, años y años después.

Las estaciones, según habían ido adaptándose al mar, cada vez habían sido menos necesarias, y mucho del conocimiento que las había puesto en marcha sólo permanecía en las bases de datos que pocos sabían utilizar, y ya no en la cabeza de nadie. Eso contribuyó a que los que habían estado siempre cerca fueran estando cada vez un poco más lejos, aunque nunca permitieran que el equipo de comunicaciones dejara de funcionar. Si alguna vez la colonia sufría algún tipo de imprevisto que pusiera su existencia en peligro tenían que ser capaces de pedir auxilio, esa era siempre la primera responsabilidad de todo Reclutador. A veces era posible que una unidad se quedase sin el alimento suficiente, o que una corriente fuerte rompiese más mamparos de los que podían reparar ellos solos. Pero excepto ese tipo de cosas cada vez tenían menos que comunicar a los demás. ¿De qué iban a hablar? No tenían un gobierno conjunto desde hacía mucho tiempo, se habían ido convirtiendo en comunidades autónomas unas de otras. De cuando en cuando llegaba algún buhonero, viajeros que guardaban en sus bolsas pequeñas maravillas con las que pagaban su estancia. Quizá, pensó Nadir, él estaba destinado a convertirse en uno de ellos. Compartían pequeños cuentos de otros sitios, mantenían las comunidades unidas en la distancia mucho mejor y al mismo tiempo mucho peor que las estaciones de comunicación. A ellos podían invitarlos a cenar delante del fuego, mirarlos cara a cara, y ese vínculo era inmediato. Una vez que las agallas les dieran todo el oxígeno que necesitaban para vivir quizá permitirían que el agua inundase las estaciones, cuando los filtros ya no fueran tan necesarios. Pero eso no sería ahora, no todavía. Cuando lo hicieran, comprendió Nadir, no volverían a bombear aire dentro. A él le preocupaba que eso pasase, porque significaría que el aislamiento aumentaría. Tenía miedo de que en algún momento no pudieran comprenderse entre sí. Él mejor que nadie sabía lo importante que podía llegar a ser el lenguaje para que nada importante se olvidara.

Después, a lo largo de los años, aprendería dialectos conversando, motivado por las ganas de escuchar las historias de cada nuevo sitio. Y claro, estableció relaciones con mucha gente a lo largo del rumor del agua, y utilizó los viejos comunicadores en un uso nuevo para no perder el contacto con aquellos en los que había permanecido un tiempo. Hizo que algunos volvieran a disfrutar de los mensajes, tejiendo una nueva red de palabras que se iba construyendo siguiendo sus rutas, enlazando puntos en el océano con un hilo tenue que lejos de desaparecer se iba reforzando rápidamente. Mantuvo la costumbre de entregar todo lo que había escrito antes de marcharse, y se dio cuenta de que a la gente le gustaba que sus vidas aparecieran en aquellas lineas en vez de desaparecer, y eso estaba bien. Luego las radiaban para los demás, y parte de las nuevas comunicaciones consistían en saber qué había pasado con unos y con otros, qué había sido del pescador que se enfrentó a diez tiburones y salió con vida, del que se había metido en la boca de una ballena sólo para descubrir que las cerdas de su boca no hacían daño y le convirtieron en un hombre con la salud de un adolescente. No todo era cierto, por supuesto, pero él no juzgaba a nadie y se limitaba a escribir todo lo que le decían que había sucedido. Las cosas tenían que pervivir, eso era lo importante por ahora. Después de tanto hablar con unos y con otros comprendió un poco más a los que viven, y lo que les hacía mantenerse contra la corriente pasase lo que pasase. Y eso era lo importante, que el contacto siguiera produciendo conocimiento y maravilla. Las palabras contaban sucesos, pero no era lo que mejor hacían. Por encima y por debajo de ellas sucedían miríadas de otras cosas que no comprendía todavía, y que le harían mucho daño cuando finalmente lo averiguara.

Cuanto más se alejaba más diferente era el lenguaje. Nadie más lo notaba demasiado porque todo el mundo podía comunicarse con las estaciones de su alrededor sin demasiados problemas, pero él que había venido de tan lejos podía percibirlo con claridad. Le pareció que no estaba bien, pero quiso confiar en el uso de la red para que las diferencias fueran desapareciendo con el tiempo. Aún así en un par de lugares plantó la semilla de la idea de un lenguaje universal, y dejó que los que iban estando interesados se pusieran en contacto unos con otros para ir trabajando sobre ello. Descubrió que era bueno en hacer que la gente se centrase sobre una idea y se esforzase para hacerla realidad, y pensó que era algo a lo que podría dar buen uso en el futuro.

En una estación cercana a la costa le hablaron de los caminantes, que se movían sobre sus piernas fuera del agua. Durante un par de días ni siquiera pudo dormir pensando en las posibilidades. El simple hecho de que existieran estableció una definición, así que empezó a hablar de los suyos como los navegantes. La estación intercambiaba esporádicamente bienes con ellos, y permaneció en ella para conocerlos en la siguiente ocasión que se presentara. Cuando salió del agua no se sintió especialmente mal, no era en nada diferente a permanecer en el interior de una estación, pero el sol en el cielo hacía que su piel doliera. Le dijeron los nombres de los que se presentaron y él, respetuosamente, les preguntó si podía ir con ellos. No pudo ocultar su decepción cuando le respondieron que tendrían que consultarlo y que no podía simplemente acompañarlos de inmediato. Esperó de nuevo en la estación el tiempo hasta el siguiente intercambio, centrado en reunir toda la información disponible sobre ellos mientras no dejaba de lado su tarea de recopilar las historias, tender las redes, unir con palabras a los dispersos. La noche antes del día señalado le entregó a la estación su libro y recibió con alegría las risas y los agradecimientos de todos. Ya le habían confirmado que los caminantes no pondrían ningún problema si era su deseo adentrarse en tierra firme, así que los que habían sido sus compañeros en los últimos meses le miraron apenados, aunque sin dejar de desearle lo mejor. Pero en sus ojos vio que no esperaban encontrarse con él de nuevo. Los más viejos le recordaron una y otra vez que la tierra no es el lugar para un nadador, que se agrieta y se solidifica hasta morir. Agradeció los consejos y prometió andar con cuidado y mantener el contacto. Habló con su madre en la larga distancia que había unido y le dijo lo que pensaba hacer, y ella no disimuló su terror. Él intentó tranquilizarla diciéndole que era importante y que nadie pretendía hacerle daño, y que lo peor que podría pasar es que tuviera que tirarse al océano antes de que no pudiera seguir respirando, o de que el sol le quemase la piel hasta matarlo.

Y al día siguiente se fue con aquellos seres curiosos que eran básicamente lo mismo pero parecían diferentes, con sus pieles duras y ennegrecidas. Le habían fabricado una tienda en la que protegerse de la luz y le preguntaban qué hacía allí, qué quería, qué estaba buscando. Él les dijo que no buscaba nada mas que lo que le pudieran contar. Les dijo que recopilaba historias, y que llevaba haciéndolo desde que había nacido. Tras llegar al campamento pasó largas jornadas hablando con todo el mundo, e iba saliendo fuera poco a poco, habituándose y fortaleciendo la piel. Media hora al día. Una hora al día. Cuatro horas al día. Después de un tiempo se había endurecido lo suficiente como para permanecer fuera desde que el amanecer hasta el atardecer, y fue entonces cuando le dijo a todos que tendría que seguir su camino. Les entregó el libro de sus historias y les gustó, y eso estaba bien. Les prometió volver en algún momento, cuando su camino se convirtiera en uno de retorno. No le permitieron ir solo, y Brun y Lara se unieron a su camino. Fueron de aquí para allá recopilando nuevas historias mientras la red crecía más y más, uniendo firmemente los puntos. El lenguaje universal estaba preparado, y lo primero que hizo tras aprenderlo fue enseñárselo a sus compañeros para que ellos pudieran a su vez enseñárselo a más y más gente. Por aquel entonces sus libros se habían extendido por tierra firme y, sin dejar de escribirlos en cada asentamiento, empezó a escribir uno diferente con su viaje, con lo que él mismo pensaba. Describió la primera vez que vio un manantial en medio de una montaña, lo que sintió cuando ese agua sin sal le salpicó en la cara con toda su frescura en medio de el calor abrasador de un sol de verano. También describió la nieve, y se aseguró de que esa parte fuera recibida por todo el mundo allí abajo. Eso iba a volverlos locos.

El tráfico de la red se multiplicó, y empezaron a compartir las pequeñas tecnologías que hacían que aumentara su capacidad y su potencia. Enseñaban el lenguaje universal a gente ansiosa de poder tener noticias de los lugares más lejanos, y eso estuvo definitivamente bien. Se dio cuenta de que el lenguaje no es nada sin cosas que contar, y se alegró de que nunca faltaran. Él era el que cuenta las cosas que suceden lejos, pero hacía tiempo que había dejado de ser el único. Le esperaban cuando llegaba y algunos querían hacer lo mismo que él, y él les hablaba de lo que había aprendido. Y justo cuando empezaba a sentir nostalgia y se planteaba volver atrás, hacer el camino a la inversa, le hablaron de los voladores. Los que habían vivido en poblados flotantes hasta que cayeron al suelo y que ahora recorrían el cielo de un lado a otro, pisando raramente la tierra. Y quiso saber qué había de cierto en ello antes de volver a su estación, pero no tenían forma alguna de contactar con ellos. Un asentamiento le informó de que, de cuando en cuando, se acercaban y les traían pájaros a cambio de cuchillos y pequeñas herramientas, y se quedó en él durante el tiempo suficiente como para tener la oportunidad de conocerlos. De sus brazos salía piel que se unía al torso en formas que se le hacían tan raras que cuando les saludó sintió miedo, porque lo diferente siempre lo da, pero había conocido tanto distinto que el miedo no pudo vencer a la curiosidad. Les preguntó si podía irse con ellos, pero no pudieron entenderle. Sintió pena, porque por fin se encontraba con lo que había estado temiendo desde siempre. Dibujó en la arena su propio cuerpo sin alas montado en uno de ellos, alado. Ellos gritaron. Miró hacia el suelo, apaciguándolos con las manos. Se acercó a la que menos nerviosa parecía y la señaló con el dedo, indicando después el suelo. "Tú", quería decir, "aquí". Y ella pareció entenderlo, porque cuando los demás alzaron el vuelo se quedó a su lado, y lentamente empezó a enseñarle el lenguaje básico. Ella se llamaba Aire, y a él le gustó el nombre. Él se llamaba Nadir, pero eso no podía traducirlo, era solo un nombre, así que le dijo que se llamaba Agua. A ella pareció gustarle. Durante meses mejoraron la comunicación hasta que se comprendieron, y le explicó lo que estaban haciendo con aquellos viejos aparatos. Le costó imaginar que hubiera gente viviendo debajo del agua, así que le enseñó las agallas y le dijo para qué servían. Cuando estuvo preparada se fue y volvió con otros a los que había explicado lo qué estaba haciendo mientras les enseñaba la lengua, y entretanto él seguía recopilando todo porque esto era lo más importante que había vivido nunca. Como no tenían modo de abrir ningún archivo preparó un libro de hojas de piel en el que inscribió los símbolos que contaban lo que Aire le había dicho. Y pareció gustarles el saber que todo lo que había escrito se iba a quedar allí para cualquiera que quisiera acercarse. Al menos esa parte del pueblo del aire parecía haber comprendido lo importante.

Y eso le hizo sentir completo. Y como él ni podía ni debía hacerlo todo le dijo a Aire que tenía que volver a casa. Y ella sintió pena pero él le recordó que hablarían a través de los comunicadores siempre que quisieran y pudieran, y empezó con Brun y Lara el camino hacia atrás, viendo en qué se había convertido todo su esfuerzo. Y le gustó, le gustó mucho, y comprendió que todo había crecido mucho más de lo que se hubiera atrevido a imaginar nunca. Se dio cuenta de lo que habían ganado, de cómo era más fácil mantenerse con vida cuando lo que habían aprendido podía ser almacenado y recordado en cuanto hiciera falta. Y cuando finalmente llegó a casa y le dijeron que su madre había muerto hacía unas pocas semanas lloró, y se dio cuenta de que aunque los quería a todos había algunos a los que había querido más que a otros. Y tras ponerse al día y actualizar las historias pensó que no había nada que quisiera hacer más que continuar de nuevo su viaje, ya que nada le retenía allí ahora que sus lazos se habían cortado. Pensó que no estaría de más saber si había más gente aislada a la que poder conectar, y que no sería un mal modo de pasar lo que le quedase de vida. Cuando preguntó por qué nadie le había contado antes lo de su madre le respondieron que temían hacerle daño, y él comprendió que querían volver a verle, y que les preocupaba que no regresara si ella ya no estaba. Se sintió herido de un modo que no podía contar, porque sabía que no habían tenido mala intención. Pero pese a saberlo notaba cómo el rencor se abría paso en su mente.

Y ahora, algunos años después, está sobre la alta colina. Nada más pasar el vertedero, justo antes de llegar a los muros de cemento que contienen el océano. Desde allí despegan los ala-deltas que sobrevolarán el valle con los que se van a familiarizar con la idea de volar. Más allá de la contención, saliendo desde los muelles de atraque, los sumergibles de cristal hacen lo mismo con el agua, y la gente elige cuál es la actividad a la que va a dedicar la tarde. Se asegura de haber desanclado los cierres antes de entregarle el aparato a uno de los trabajadores del complejo para que lo recoja y lo guarde. Se dirige a la oficina y allí le sellan los comprobantes en el registro digital. No hace falta que él los tenga sellados, pero aún así lo hace y le gusta haberlo hecho. Al salir se sorprende de nuevo del cielo, con sus nubes como enormes dirigibles que destacan sobre el abismal color en un sobrecogedor baile de formas danzantes, sin acostumbrarse aún a tenerlo constantemente sobre él. Coge un transporte para recorrer el camino hasta la oficina central. Ha dedicado mucho tiempo a pensar sobre la situación y se resiste a repasarlo todo una vez más, así que se hunde en el asiento y deja de mirar fuera, intentando vaciarse. Cuando llega lanza el dibujo intrincado que anunciará que ha llegado, baja del vehículo y camina despacio hacia la entrada, mirando la punta de sus zapatos. Se da una ducha rápida y pasa brevemente por el pequeño refectorio para coger un zumo y unas galletas, que mordisquea nervioso mientras vuelve a caminar por los pasillos.

Cuando conoció a Jonás estaba muriendo en calma. Su piel curtida por la sal, sus ojos medio ciegos brillando blancos. Su encargo cuando llegó fue pasar sus últimos días con él, ya era alguien importante para la comunidad que merecía ser recordado. Él le mostró los sitios especiales que había ido conociendo a lo largo de su vida. Durante un par de semanas recorrió las ubicaciones con él y se esforzó por descubrir por qué le era tan valioso vivir. Él le relató lo que había sucedido en todos y cada uno de ellos, a quién conoció, de quién se enamoró y cómo lo hizo, y lo que significó después. "Escucha", le decía, "escucha por ti mismo". Pero para él nada significaba lo mismo si no lo tamizaba a través de sus ojos lechosos. Sobre la alta colina, acobardado por la altura, notó silbar el viento a su alrededor y no pudo evitar acordarse un poco de él, sentado en aquella formación rocosa mientras el salitre les lijaba la piel. Le enseñó cómo las cicatrices esconden un camino que siempre es interesante recorrer. Una tarde en la que estaban buscando, agotados, la corriente que les facilitaría el camino de regreso, el grupo de tiburones apareció sin más. Él le miró señalando abajo, pero Jonás se despidió y los atravesó nadando. Le desgarraron en unos segundos y pedacitos sangrantes fueron cayendo al fondo lentamente mientras él descendía poniéndose a salvo. Cuando pudo volver a la estación y lo contó todo el mundo se apenó. Le hubiera gustado haber compartido con él algo más de tiempo.

Después de recorrer el fondo durante un tiempo se empezó a preguntar qué había más lejos. Y cuando lo supo, se preguntó qué había más lejos todavía. Y, cuando también lo supo, decidió preguntarse qué habría fuera del planeta que les había acogido. Él había elegido el mar porque el mar le había elegido a él, pero el mar no era más que un sitio en el que estar, tenía que haber muchos más. Compartió hogueras en llanuras en las que el sol se ponía tiñendo de rojo el horizonte, comió y bebió, habló. Supo de algunos dioses. Vivió de un modo igual a como lo había hecho siempre, y se sintió bien por ello. Y siguió escribiéndolo todo, pese a pensar de sí mismo desde lo de Jonás que no era más un fraude. Una mentira que sin embargo sostenía una verdad hermosa. Y finalmente llegó a la ubicación de los restos de la nave en la que los primeros habitantes de ese mundo habían llegado mucho tiempo atrás.

Tuvo que comprender los controles primero y el lenguaje después, pero en adivinar probando tenía mucha experiencia. Allí descubrió que, en algún momento después de que todo empezara, sus antepasados decidieron que no iban a terraformar el planeta más de lo que ya lo habían hecho. Eso había aprendido. Ninguno de los CAD que habían llevado con ellos iban a ayudarles, pero eran un buen punto de partida para seguir investigando. Y evolucionando sus cuerpos conquistaron la tierra, el mar y el aire, para justo después ir separándose unos de otros hasta perder el contacto.

Le quedan aún un par de horas, y no termina de decidirse cómo rellenarlas para no pensar demasiado. Una vez que todo está resuelto no es necesario seguir torturándose. La decisión no es suya, lo único que tiene que hacer es montarse en las corrientes y dejarse llevar. Bajo el agua es diferente, más tranquilo, más silencioso. Los cerebros siguen buscando las mismas referencias mientras la vida ya ha empezado por en parte. Bendita memoria en la plasticidad. Lo único a lo que está obligado es a dar lo mejor de sí, y eso está seguro de poder hacerlo. Baja a la piscina para remojarse un rato, y allí un grupo de niños caminantes están aprendiendo a nadar. Deja que miren con fascinación sus agallas y se mete dentro del agua, sentándose en el fondo, mientras ellos suben y bajan, bajan y suben haciendo burlas sencillas y riéndose. Él nació en el fondo del mar y esto es sólo un tanque con agua. Él creció saliendo de estaciones rodeadas por lo desconocido, donde la luz del sol llega tan amortiguada que es mejor confiar en el resto de los sentidos. El referente del arriba y el abajo de la gravedad son las coordenadas de la supervivencia, sin que sea necesario saltar o coger un transporte para elevarse del suelo. Uno de los niños le pregunta que si dolió cuando salieron, y él responde que nació con ellas y que no, no dolió. Parece más tranquilo, y desliza un dedo por el borde exterior de la superficie rosada de su cuello. Sale del agua después de darles un par de consejos para que naden mejor, y vuelve al exterior. El aire le duele en los pulmones, está caliente. Pero no es eso.

Todo es mentira y todo es verdad, le había dicho el volador. Se reunió con él buscando consejo, para eso era un Alimentador de Espíritus. Le contó todo lo que percibió tras la muerte de Jonás. Que no había conseguido comprenderlo, que no lo encontraba ni siquiera ligeramente en las palabras que había dejado sobre él, que no había sabido hacerlo mejor por más que lo intentase. El anciano asentía y lo miraba fijamente, y lo llevó a volar con él una tarde en la que el frío escarchaba sus palabras según salían de su boca. Desde el aire vieron la vida abajo y el le fue señalando cada especie y qué es lo que estaban haciendo. Le habló de Arnd, el dios de los vientos de la comunidad, y de como les complacía sustentando sus alas, y le preguntó si tenían un dios bajo el agua que se ocupara de ellos. Él le respondió que allí abajo todo era diferente, le dijo que no tenían los mismos dioses y que, incluso, en muchos sitios ni siquiera existía alguno. El volador aterrizó en la cabaña y ambos entraron a calentarse al fuego."Hay cosas de las que no se habla, Nadir, porque en el fondo son lo más sencillo del mundo y si se enuncian se desposeen de la magia que contienen. Los dioses existen y no lo hacen. Pero eso no es lo importante. Sólo puedo decirte que tu carga es la misma de la que libras a los demás, y eso debería ser bastante para ti." Asintió, le dio las gracias, y siguió su camino. No había entendido nada, o quizá sí, pero si lo había hecho no parecía bastarle. Volvió con fuerza al trabajo, restableció algunos vínculos que habían empezado a desintegrarse y organizó reuniones. Él mismo se convirtió en volador y caminante utilizando la nueva tecnología, sin dejar de ser jamás un nadador en su interior. Y cuando comprendió que ni siquiera así la vida era suficiente volvió los ojos hacia arriba, donde el camino no había hecho más que empezar. Resucitar las estaciones de comunicación que orbitaban el planeta, iniciar ese diálogo. Volar más alto que nadie, abandonar la atmósfera. Buscar señales de otros. Rescatar el resto de la tecnología que se pudría en los hangares y ponerla en funcionamiento, rastrear en las bases de datos recuperando el conocimiento que se había abandonado por inútil durante tanto tiempo.

Volvió a la nave y a leer, y entrevió al Consejo desde los archivos. Comprendió el peligro del contacto sin dejar de presentir que tenía que realizarse pese a todo. Pasó los siguientes meses devorando la información, haciéndose una composición de lugar. Leyó sobre el Encuentro, leyó sobre el Cardumen, las normas que esa otra civilización se había dado y lo que no estaba dispuesta a permitir. Comprendió el significado de la Esfera de la Expansión y sintió miedo por primera vez en años, un miedo tangible. Eso hizo que todas sus dudas pasaran de momento a un segundo plano, y el dolor remitió.

Cuando llega la hora entra en la sala, se aclara la garganta y hace todo lo que puede para trasladarles la idea de una civilización enfocada en el único objetivo de extenderse por la galaxia como medida de supervivencia. A Los Seis les parece una completa locura. Y él coincide con ellos. Les pregunta qué piensan que va a suceder cuando sean ellos los que les encuentren. Y empiezan, lentamente, a ver los posibles caminos. Le miran preguntándole qué es lo que pretende hacer, con respeto, sabiendo que son sus deudores. Él hizo que ellos fueran posibles.

Quiero investigar, les dice. Necesito más gente. Sé que merecerá la pena encontrar a los que son como nosotros. Os he hablado de civilizaciones que se extienden por racimos de planetas y que trabajan juntas para la supervivencia, millones de humanos en otros lugares de los que estamos desconectados. Él es un contador de historias, les dice, y necesita relatar lo de allí como ya ha hecho aquí. Le preguntan qué necesidad tienen ellos de ayudarlo, dónde está el bien para la comunidad frente al peligro del contacto. Él les habla de la tecnología que ya han recuperado, y de cómo cada ser vivo había sido traído por aquellos que llegaron primero. Les habló de cómo éstos habían modificado el entorno, y de cómo después decidieron dejar de hacerlo y que todo siguiera su curso natural. Debían todo lo que tenían a una gente de la que no sabían nada, y eso no estaba bien. Si habían sido capaces de dominar el espacio y el planeta, no podía ni imaginarse qué conocimientos podrían aprender de ellos para curar, alimentarse o generar energía. Contactarlos sería de mucha ayuda. Y él sólo no iba a ser capaz de leerlo todo.

Uno de los dos caminantes se levantó y se acercó a él, pensativo. Comprendía lo que estaba diciendo, pero tenía una duda que le intranquilizaba. Y preguntó qué decían los registros sobre el porqué del aislamiento, ¿algo había dejado de funcionar?, ¿cómo es que los primeros habitantes, que recordaban aún todo, no habían sido capaces de arreglarlo? Nadir respondió que el aislamiento había sido voluntario. Que cortaron toda comunicación. El caminante vuelve a su sitio, y le dice que si ellos lo habían hecho así tendría que haber sido por un buen motivo. Y Nadir calla, sin saber qué responder. Pero le conceden la gente, y nada más de momento. Volvería a las historias que permanecían escondidas en aquella máquina. Las historias, al fin y al cabo, no eran diferentes unas de otras. Todas despertaban su curiosidad.

Sonríe, aliviado. Pero todavía no ha terminado. Les dice que ha pensado en un proyecto, y que aunque todavía le quedan muchas cosas por atar cree que puede ser un buen camino para vivir. Les dice que no es posible que sus ancestros fueran los únicos que se apartaran del Consejo. Y antes de que terminen de digerir lo que acaba de decir les habla de La Suma, la idea que ha concebido. Del mismo modo en el que todo ha sucedido siempre, una cosa le lleva a la otra. Un paso detrás del anterior. Le da miedo que no funcione como piensa. Le da miedo que los otros no sepan interpretar lo importante. Le queda el consuelo de que suceda lo que suceda las historias se van a seguir contando, y de que está bien que así sea.

Capítulo 2.

En la mesa hay un plato con restos de comida, en el que mientras él se acerca el Consejero de cuando en cuando picotea, mirando a ninguna parte.

—Buenas tardes, Consejero, me alegro sinceramente de verlo.
—Gracias. Es agradable oírlo. Al igual que la fuerza te confiere una ventaja palpable en las negociaciones entre distintas facciones, el poder lo hace entre personas. El poder no es más que otra expresión de la fuerza. Y últimamente siento como el mío se debilita. No es porque me esté muriendo, no quiero que me comprendas mal, sino porque el hecho de que no vaya a encargarme de ciertas decisiones en el futuro inmediato hace que los intereses hacia mí de ciertas personas se... se relajen. El poder es un palo que pasa de mano en mano, y aquellos que buscan tratar con él buscan el palo, no a la persona que lo sujeta. Es una cosa que a veces se nos olvida.
—Lamento oír eso, Consejero.
—Oh, no te equivoques. Yo no lo lamento en absoluto. Prefiero pasar mis últimos días entre aquellos que me ven simplemente a mí. Hablando de eso... entiendo que sabes que estas charlas son opcionales.
—Siendo sincero... no lo son del todo. Está bien visto al menos asistir a unas cuantas. Supone una cierta forma de respeto.
—¿Quieres un café? Seguro que sí. Arnaud, ¿podrías traerle uno? Muchas gracias. Hoy quería hablarte del NIF. Nutrición, Igualdad, Funcionalidad. Seguro que de ahí podemos sacar algunas conclusiones tramposas, ¿no crees?
—No lo sé, realmente. Para mí es parte y conclusión lógica del CER.
—Bueno, no siempre lo fue directamente. Quiero decir que directamente no se extrae del CER, pero una vez puesto todo en marcha la cosa fue cambiando. Adaptándose a los tiempos, si se entiende así.
—Comprendo, Consejero.
—En realidad todo empezó con la Duma, que nació como una corporación de origen en el estado que por aquel entonces aún se llamaba Rusia. Aunque los estados hubieran perdido toda su fuerza, pervivían en la educación de aquellos que formaban parte de ellos, es difícil erradicar la cultura. En la Duma el movimiento sindical era fuerte y anclaba sus raíces en un largo pasado.
—¿Sindical?, ¿un movimiento de síndicos?
—No realmente. Los sindicatos eran agrupaciones de trabajadores que intentaban mejorar sus derechos frente a los empresarios, que en aquel entonces eran los dueños de los medios de producción. El caso, y ahorrándonos los detalles, es que en la Duma los sindicatos habían presionado para que cualquiera, por el simple hecho de haber nacido, tuviera derecho a una educación, justicia, sanidad y una renta básica. Toda una revolución en un universo de corporaciones acostumbradas a tomar todo lo posible aquí y ahora y entregar lo mínimo a cambio. Y eso, amigo, había que mantenerlo económicamente, una corporación con esos gastos no iba a poder competir en el ecosistema de las demás. No parecía que tuvieran muchas oportunidades de sobrevivir.
—Pero... de hecho lo hicieron. Quiero decir... el NIF es un pilar básico.
—Ya, amigo. Lorca fue la persona con más visión de futuro que he visto jamás. Si el objetivo hubiera sido incrementar el rango de beneficios no se hubiera implantado nunca. Pero Lorca tenía otras prioridades en mente a la hora de crear lo que llamó el Consejo. En él las corporaciones tenían voz y voto en función de cómo cumplieran el CER. Población, número de sistemas, número de sistemas autónomos. No es que la primera preocupación de los sindicatos fuera aumentar el poder de su corp, pero en eso habían matado dos pájaros de un tiro. Porque una vez que el NIF se puso en marcha.... supuso una diferencia competitiva imparable. La población de la Duma creció de un modo exponencial. Hasta tal punto fue efectiva que todas las corporaciones se vieron forzadas a aceptarla venciendo las reticencias de los consejos de administración. Si el resto de corporaciones no hubieran estado rápidas, la Duma amenazaba con convertirse en el voto mayoritario, y eso no lo quería ninguna de ellas. Así que, amigo, la mano muerta de Lorca movió los hilos desde su tumba e hizo recapitular al poder, una vez más, si me permites decirlo.

El chorro de agua de la fuente arranca reflejos de la tarde que se extingue. El Consejero ha terminado los restos del plato y llama a Arnaud para que los retire.

—Entonces... con todo respeto, ¿lo que está intentando decirme es que las corporaciones no supieron ver lo que beneficiaba al común?, eso no encaja de ningún modo en lo que he aprendido.
—No del todo, amigo. Piensa en Lorca. Si no hubiera sido por ella todo sería completamente diferente. Sería mejor o peor, nunca se sabe, pero sin ella la humanidad no se había expandido de forma tan eficiente. A veces, contadas veces, los intereses de las corporaciones coinciden con los de la gente en general. Pero no tiene por qué ser así. De hecho, raramente lo hace. Hace frío, ¿te importa si terminamos la charla por hoy? Discúlpame, no era mi intención tener un encuentro tan breve.
—No, Consejero. No importa en absoluto. Puedo esperar perfectamente a que se encuentre mejor

El invitado se levanta, se inclina en un gesto de respeto, y se da la vuelta. Y justo cuando está a punto de salir del rango de visión del Consejero retorna sus pasos y se acerca de nuevo a la mesita, con sigilo.

—¿Consejero?
—¿Sí?
—Sé que nuestro siguiente encuentro no es hasta dentro de un par de días, pero... ¿podría volver mañana?
—Por supuesto, amigo, por supuesto.
—Me alegro. Me gustaría decirle que estoy disfrutando mucho estas conversaciones. Sólo quería que lo supiera.
—Perfecto, es siempre mucho más sencillo así.

Y, ahora sí, se da la vuelta. Por un momento parece dudar en acercarse al fondo del parquecillo para tal vez meter las manos en la fuente, que escancia el tiempo con su ruido incesante. El consejero le ve salir por la puerta mientras Arnaud levanta con facilidad su pequeño cuerpo para ponerlo en la silla de ruedas y llevarlo al interior de la casa.

Balzhorn Segura.

En la noche cerrada el camino no es fácil de seguir, pero lleva tanto tiempo aquí que puede hacerlo con los ojos cerrados. Le complica más la vida el dolor de la rodilla que la vista, se dice riéndose para sí mismo. Casi la totalidad del equipamiento ya está allí, y eso hará el proceso más rápido, pero no sabe de cuánto tiempo disponen. Espera que del suficiente, Anda lleva intranquila un par de días y eso no puede ser nada bueno. Los últimos transportes regresaron hace una semana y reportaron que la situación seguía siendo la misma, todo despejado. "Al menos una buena noticia al día te da salud y alegría". Sonrió. Hubiera sido un genio si hubiera decidido dedicarse a hacer refranes, de eso estaba seguro.

La noche es fría, no gélida pero sí fría, y se arrebuja en la chaqueta. Conoce las curvas del camino, y juega a encontrarse con las piedras que no sabía que estaban ahí. No le quedan muchas por localizar en su mapa mental. Tres meses en aquel campamento, todo un peligro. Un peligro menor al haber utilizado las instalaciones subterráneas de control de la presa, pero un peligro sin duda. Quién sabe qué hubiera pasado si se hubieran limitado a poner un campamento en alguna parte, sin los muros sólidos y el invierno por delante. Prefería no pensarlo. Alcanzó el picaporte de la puerta que sabía que estaba ahí aunque no pudiera verla y abrió, bajó un par de niveles repletos de equipo y entró en la sala, que sí estaba iluminada. Era imposible que ni tan siquiera un pequeño rastro de luz subiera a la superficie, y esa era la idea. Un campamento en la superficie hubiera sido fácil de localizar. La clave era establecerse en un lugar que había estado desde antes y que seguiría allí cuando se fueran.

Bodur no está respondiendo bien al tratamiento, y tose tumbado en un rincón. Tienen todas las medicinas que puedan necesitar para una buena temporada, pero todavía no ha llegado nadie que sepa utilizarlas. Le están tratando con piedras y calmantes. Y, cuando hace falta, un somnífero, pero eso es más por el resto que por él mismo, cuando sus quejidos hacen perder la paciencia a los demás. Láina habla de campos de energía y su armonización, música cósmica y energía interior, pero Balzhorn sabe que no tiene más idea de lo que hace que él mismo si se pusiera a tratarlo. El hueco que la sanidad no cubre siempre se ha rellenado con habladurías repletas de buenas intenciones. Plantas, seguro, pero ¿piedras? Deseos en forma de plegaria. Lleva demasiado tiempo vivo como para saber que no funcionan más que en las cabezas de algunos y en los cuerpos con pequeñas afecciones, cosas que tarde o temprano habrían terminado por curarse por sí mismas. Lo que fuera que tuviera Bodur no era nada de eso. O terminaba sanando o tendrían que congelarlo para ver qué encontraban en él al llegar. Al menos no parecía contagioso, lo ocultó el tiempo suficiente para que estuvieran todos infectados ahora mismo si lo hubiera sido. Eso sería algo que tendría que ser valorado en su momento. Bodur, si seguía vivo, tendría que responder por ello. Por lo que a él respectaba ahora mismo estaban todos en cuarentena, lo que al fin y al cabo es lo mismo que si no lo estuviera ninguno.

Eso no era nada bueno. Pero cuando las situaciones se lanzan llega un punto en el que ya no hay vuelta atrás. Hacer un viaje tan largo para terminar muertos en destino por una enfermedad que habían llevado con ellos mismos sería más que una estúpida ironía.

—Madre mía —gritó—, ¿es que si no está Anda nadie puede hacer una cena decente?
—Es temprano, pensaba ponerme yo mismo en un rato.
—Eso espero, ¡no sois críos de cinco años! ¡Vamos, coño, tenemos que meter algo sólido en el estómago!

Recogió los cacharros limpios y fue guardándolos en los estantes. Anda apareció al fondo mirándoles a los dos y les hizo un pequeño gesto con la cabeza, y él dejó de ordenar para ir al final de la habitación. Ella se les unió cuando llegaron y se sentó, no sin dificultad, en la única silla. Ellos lo hicieron, como siempre, en el suelo.

—Todo se ha acelerado. Tenemos que salir —dijo la anciana.
—¿Cómo?, pero... aún no estamos preparados. Míranos, no debemos ser más de doscientos y nos faltan aún un buen montón de campos por cubrir.
—Tendrá que ser suficiente, las cosas han cambiado.
—¿Y de verdad no es posible retrasarlo, seguir como hasta ahora?, ¿a qué viene tanta prisa de repente?
—No, no lo es. Sería bonito que lo fuera, pero lo que hay es lo que tenemos, y con eso tendremos que apañarnos.
—No somos los suficientes. Podemos aprender, claro, pero eso lleva tiempo. Y en ese tiempo pasan cosas.
—Vamos, Pinter, tocón de madera, sabes que ni en tus mejores sueños podríamos haber juntado lo que a ti te gustaría.
—Bueno, quizá sea cierto, pero podríamos habernos acercado algo más. No veo muy claras las opciones tal y como estamos ahora mismo.
—Quizá prefieras que, amablemente, recojamos, devolvamos todo el material pidiendo perdón muy convencidos y nos reintegremos en nuestras ocupaciones. ¿Prefieres eso?
—Joder, Anda. No me refiero a eso y lo sabes. Pero tenemos que estar preparados si queremos sobrevivir. No hace falta que te enfades.
—Estás muy bien aquí, ¿eh?, ¿es eso? ¿Te gusta el sitio?, ¿estás pensando en echar raíces? ¿Has visto alguna jovencita que te guste y te has planteado el formar una familia? Tenemos que largarnos. Esa parte de la conversación no es discutible. Ahora, si no os parece mal, podéis ayudarme a planear cómo vamos a empaquetar lo que nos queda para el último cargo.
—¿Cómo es, Anda? El destino, quiero decir.
—¿Y yo qué sé? No puedo saberlo y no me importa. Lo único que os interesa saber es que no está terraformado, que no hay ascensor, que no hay portales. ¿Qué más queréis saber?, ¿pensabais que os apuntabais a una merienda con globos y saltos a la comba? Pues lamento ser yo la que tenga que romper vuestros pequeños corazoncitos, pero no.

Ambos miran al suelo y Balzhorn se arrepiente de haber preguntado. Cuando pasa un tiempo razonable sin interferencias es difícil no acostumbrarse a lo que hay, vivir con normalidad la situación. No puede echarles en cara que se aclimaten, hacerlo es parte de aguantar. No tienen la información que seguramente tiene ella. No la necesitan ni la piden, pero ella debería comprenderlos mejor que nadie y tener paciencia.

—Lo siento, perdonadme. Estoy algo nerviosa. Que no os preocupe verme así, llevo nerviosa desde que puse el pié en esta presa, y os digo que estaría loca de remate si no lo hiciera. Así que recomponeros lo mejor que podáis y mañana vamos a echarle un vistazo a las zonas de carga, a lo que tenemos arriba y al espacio del que disponemos e intentaremos meter ahí dentro todo lo que se pueda. Id a ayudar con la cena, os servirá para pensar en otra cosa mientras tanto. Y no le digáis nada a nadie de momento. Ya lo haré yo cuando sea conveniente.

Los dos se levantan y se marchan. Él sabe que a ella le recuerdan en cierto modo a sus propios hijos, que quién sabe dónde andan en medio de esta locura. Conoció a sus nietos en el archivo que le mandaban una vez al año, eso no era humano. Algún día quizá sentirían nostalgia y vendrían a buscarla. Entonces se llevarían la sorpresa. Y se la merecían, desde luego, por tontos y por insensibles. Anda es una persona que se preocupa, no ser capaz de verlo merece recibir dolor a cambio.

Al día siguiente se despertó helado. En cualquier otra parte no haría falta un hogar, pero estaban tan al norte que la leña ardiendo y el calor corporal eran lo único que podía separarles de la congelación. Maldijo mil veces mil a todos por despreocupados, cogió el pulsador y un par de troncos y, después de colocarlos correctamente, lanzó un pulso sobre los leños para que entraran en ignición. Doscientas personas y ninguno se había despertado antes de que la llama se extinguiera para hacer lo mismo que él acababa de hacer. A veces se preguntaba si el martirio de la edad no eran tanto los achaques como ser siempre consciente de lo que le hacía falta a todo el mundo. Encogió y estiró los dedos agarrotados por la ligera artrosis frente al fuego hasta que recuperaron una movilidad más o menos normal. Se acercó al estante y recogió una olla grande, que llenó de agua de la garrafa y puso sobre el trébede. Con el fuelle avivó la llama para estabilizar el fuego, y se limpió las manos de los restos de ceniza en el pantalón, satisfecho. Cuando el agua estuvo caliente se preparó un té en una taza y colocó en una sartén unos trozos de panceta, que crepitaron sobre el silencio de la noche como un extraño. Después se los comió con el placer culpable de alguien que sabe que está haciendo lo que no debe, pero... ¿por qué no?

Los niños hubieran sido los que se habrían levantado primero, si los hubiera habido. A estas alturas seguro que tendría un par de personajillos somnolientos interrumpiéndolo a cada paso y diciendo cosas curiosas, pero sólo el silencio hablaba a su alrededor, atravesado por un orfeón de ronquidos de forma intermitente. Cortó un trozo bien crujiente y lo masticó impregnado en el té. Uno de los pocos placeres que aún le quedaban, masticar, y hasta eso era temporal. No podía saber lo que pasaría después, cuando la falta de mantenimiento fuera degradando todo y los mecanismos dejaran de comportarse correctamente. Nadie podía saber nada. Siguió comiendo trozo tras trozo hasta que el plato quedó vacío. Entonces salió fuera, ascendiendo los dos pisos envuelto en el abrigo y una manta, sintiendo en la boca el rocío que se extendía sobre los escasos edificios y que podía tocar con la yema de los dedos sobre las superficies. Deberían haber tenido cereales en los campos, en otro sitio estarían a punto de la recolección. No podía saberlo a ciencia cierta tan al norte, claro, pero tendrían que haber estado más o menos a tiempo. Y en ese momento que no se daba aún así añoraba el sudor, los gritos, la herramienta golpeando, cortando. Añoraba esos días. El crepitar del cereal al saltar por los aires. La primera etapa, hace demasiado tiempo, cuando no era más que un crío. Cuando los cortes de electricidad constantes. Cuando tenían que recuperar viejos hábitos y lanzar sus brazos contra el trigo armados con guadañas. No había sido tremendo, ni grande, sólo había sido. Los cortes, la respiración entrecortada, poco oxígeno en esa fase de terraformación. Él llevaba agua en un cuenco y daba ánimos, eso recordaba. Tenían que conseguir alimento para el invierno o todo estaría más o menos perdido. No lo estaría del todo porque, bueno, los intercambios del CER. Nadie moriría de hambre, pero mucho mejor si conseguían salvarse por sí mismos. Se acordaba de su madre preparando el enorme e imposible atillo para un cuerpo tan pequeño. "Toma, llévalo a la plantación, asegúrate de que todos coman algo", y él se iba con "Pasitos" al campo en el que a veces aventaban, a veces sembraban, a veces pasaban las guadañas. Cuando los cortes terminaban entraba la maquinaria y una especie de magia se agotaba, los hombres se relajaban y dejaban hacer a los engranajes. Los ancianos echaban cuentas: no pasaremos el invierno con esto. Era sólo un niño y recordaba cosas, cosas que nadie más recordaba porque casi todos los que habían sido niños entonces ya no estaban cerca o no estaban vivos. Se encontraban siempre más o menos al borde del precipicio en aquel entonces, pero quién no lo estaba en algún momento. Y tampoco habían cambiado tanto, era todo mucho más drástico en el recuerdo que en los hechos. No habían cambiado tanto si se obviaba el artificio, que nadie terminaba de comprender del todo y que había supuesto la nueva diferencia entre la salud y la inanición. Si nadie sabe lo lejos o lo cerca que estamos de él disminuye la percepción del precipicio. Ésta poco tiene que ver con el peligro en sí mismo. Y éste sigue estando igual de presente por muchas capas que pongas entre él y tú. Se preguntó si el fuego seguiría crepitando, si lo había iniciado bien, así que pensó en volver dentro y bajó a la sala, despacio, visualizando en su mente cada recoveco para no terminar estampado contra el suelo. No estaba dispuesto a quedar impedido tan cerca del momento. Cuando pensaba en Bodur sentía escalofríos.

Anda vigilaba el fuego. Echaba un nuevo leño y lo cuidaba, se preocupaba de que las llamas lamieran sus bordes, calentando la madera. Se había hecho un té con el agua caliente que él dejó. Se acercó a su lado y asintió, acercando las manos al calor. La anciana olía a sudor estable, el que sólo se consigue después de acumularlo un tiempo. Todos podían reconocer a los demás por él.

—Hola, Anda. Suponía que andabas despierta.
—Y qué otra cosa puedo hacer, con todos durmiendo. Nadie se ocupa de nada.
—Bueno, yo estoy despierto.
—Gracias.

Le comentó, susurrando para que nadie lo oyera, que Pinter tenía razón, que se pusieran como se pusieran no iban a ser capaces de conseguir que todo entrara dentro, ni ser los suficientes. Anda asintió, y no le sorprendió. Era una persona razonable. "Haremos lo que podamos", dijo. Él refugió las manos de la anciana en las suyas, mirándola con la ternura del que sabe que tiene enfrente de sí a alguien que se preocupa. Mirándola, de repente, con el cariño del que sabe que el que tiene enfrente está absolutamente dedicado a que todo vaya como debe. Y él empieza a mover el pulgar en círculos concéntricos sobre su muñeca transmitiendo todo el cuidado que es capaz, queriendo devolver algo, por poco que sea. Y ella, cansada quizá, debe confundir algunas cosas mientras otras pasan a un segundo plano. Eso lo ve en cómo lo mira ahora. Quizá cogiendo la situación por el lado que desea más que por el que percibe. En un terreno tan sin fraguar, tan inestable, lo imposible se vuelve accesible en la inconsciencia de estar a punto de entrar en zonas aún más pantanosas, y con aún menos expectativas de futuro. Su cabeza se volvió un poco loca también, un poco del revés durante un instante. Pero lo dejó todo de lado cuando miró alrededor y recordó dónde estaba. La situación ya había cambiado en su cabeza cuando ella volvió a hablar.

—Oh, me gustaría tener muchos, tantos años menos que pudiera cogerte entre mis brazos, llevarte al fondo y hacer de ti un hombre tranquilo y de mi una mujer satisfecha.
—Anda...
—¿Qué pasa? Estoy vieja, pero no muerta. No te asustes, sólo es algo que quiero, no algo que piense en hacer.
—Me alegro.
—¿De que no lo pueda hacer?
—No, de que puedas contármelo. Íbamos a pasar algo de frío, de todos modos.
—El frío es lo de menos. No intentes hacerte pasar por novato, Balzhorn, a estas alturas. No ayuda.
—No creo que nuestros cuerpos puedan calentarse como antes. Es sólo eso.

Aunque fuera una estupidez, notaba un cierto picor en zonas de su cuerpo que pensó que hacía mucho tiempo estaban apagadas. Nunca se sabe, mientras aún se esta vivo. Sus huesos crujieron, y se dio cuenta de lo extraño de la imaginación. La vida es cruel cuando hace que el tiempo pase por el cuerpo y no por la cabeza, o al menos no del mismo modo. Su cuerpo podía estar agostado, pero su cabeza era la misma que había sido siempre.

—Eres un hombre agradable, Balzhorn.
—Lo sé. Puedo llegar a comprenderte. Y a comprender todo esto. No es fácil para nadie. No me refiero... a eso. Me refiero a qué no es sencillo... mantenerse vivo.
—Tenemos que poner más agua. Lamento haber sido tan brusca. Era tan solo una broma.
—No has sido brusca. Es un momento tenso, anciana, la tensión la sentimos todos.
—¿Por qué me llamas anciana ahora?
—Porque lo eres.
—También lo era antes. Lo he sido desde hace mucho tiempo, anciano.

Después se fueron levantando los demás, sin muchas fuerzas. El frío mantenía a todo el mundo en el borde de lo conocido y el calor de las mantas demasiado cerca de la somnolencia. Cuando él se levantó le dio un beso en la mejilla en el que sus labios se demoraron un par de segundos más de lo habitual. "Gracias", dijo ella con la mirada, y él asintió con la cabeza. No había sido lo que su mente había deseado, pero era mucho más de lo que su cuerpo podía dar. "En otro momento", pensó, "cuando todo termine bien. ¿Quién sabe?" Se metió de lleno en el trabajo de preparar desayunos, ayudar a vestirse a los más dormidos, se metió en ello a fondo hasta terminar de erosionar el hormigueo entre cabezas despeinadas y malolientes que todavía no saben muy bien dónde están. Puso más agua al fuego, preparó los coladores con las hojas secas.

Bodur renquea en un esfuerzo por levantarse, y al cabo de un rato deja de intentarlo. Láina está a su lado expresando todo el cariño posible con sus piedras para generar la fuerza suficiente como para que él se recupere y deje de toser, y deje de toser y se levante, y se levante y se reintegre a una vida normal antes de que sea tarde. Le duele verla, tan convencida como inefectiva. Recita frases sanadoras como si no pudiera hacer más que aferrarse a ellas, como si sin ellas no hubiera más esperanza detrás. Y no la hay. Pese a que nada funciona, ella frota y reza para después rezar y frotar la misma herida que no deja de sangrar mientras cualquier conexión con la realidad se aleja y todos, menos ella, parecen saber que la vida ha hablado y hace tiempo que ha dejado el marcador de opciones tan cerca de cero que se ha aburrido y se ha largado a otra parte. Pero Bodur lo agradece, sonríe entre cada estertor de dolor y, como puede, la abraza. Combate el frío con las horas que aún le quedan por estar. Eso es, más o menos, lo que hace siempre todo el mundo, así que nadie se siente del todo extraño con la idea, aunque no pueden evitar mirar discretamente a otro lado por pudor. Ha sido así siempre, el grupo siempre sabe cuando alguien está condenado. Es una imagen a la vez festiva y demoledora. Festiva porque ellos están vivos y sanos, y verlo se lo recuerda. Demoledora porque tarde o temprano todos estarán como él ahora. En la vida, piensa, la victoria es un asunto siempre temporal.

Dejan a los demás en la sala común y se acerca con Pinter y Anda al depósito de suministros. El problema es que no pueden saber qué les va a hacer falta. En los viajes anteriores han llevado un poco de cada cosa disponible, lo que parece razonable en un primer vistazo pero no lo es en absoluto. No tienen forma de saber lo que van a necesitar, y mucho menos cuánto de cada cosa, todo dependerá de lo que suceda. Y nadie puede hacerse a una idea ahora mismo. Llevar un poco de cada puede ser fácilmente insuficiente, cada suministro que dejan en tierra puede ser justo el que vayan a necesitar en una derivación concreta de los acontecimientos. El espacio en las lanzaderas es limitado, y los viajes que pueden hacer antes de llamar la atención aún más. Podría volverse loco pensando en ello, una y otra vez. En esa situación lo único que se puede hacer es trazar un plan y seguirlo lo más fielmente posible, con la esperanza de que al final sea el adecuado. Si no funciona no servirá de nada reconsiderar las cosas entonces. Balzhorn siente una especie de predestinación que vuelve sus pensamientos más ligeros. Si no tienen forma de estar preparados hagan lo que hagan, en realidad no pueden ser responsables de nada, ni del éxito o el fracaso ni, desde luego, de las vidas de todos los que les esperan abajo y confían en ellos. Se deja reposar un rato allí mientras numeran y organizan los vuelos. Es agradable no sentir la responsabilidad y la culpa que le aguijonea el cerebro todo el tiempo que está despierto y durante las pesadillas que tiene por las noches, cuando consigue dormir a ratos entrecortados.

Terminan de marcar y él se queda vigilando que todo se coloque correctamente. Un uno para la lanzadera uno, dos para la dos, tres para la tres y de ahí sucesivamente las siguientes rondas. Han terminado marcándolo todo, por si se presenta la posibilidad de que puedan hacer diez viajes con cada una. Mientras los jóvenes apilan las cajas en orden, más alejadas de las lanzaderas cuanto mayor es el número del lateral, él sigue leyendo los carteles identificativos. Medicinas, semillas, maquinaria hidráulica, y con ello los aguijones terminan por volver. Es una apuesta, y tiene su mismo mecanismo. El hecho de saber que cualquier número puede salir no hace más llevadero no haber elegido el ganador. Cuando terminan les agradece a todos la ayuda y les despide. Se da un par de vueltas más hasta que se convence de que es imposible hacer nada más y revisa las naves por si ve algo que no parezca en su sitio. Con sus conocimientos de ingeniería es algo del todo inútil, pero no podría bajar si no lo hiciera.

Cuando lo hace Anda está diciendo a los demás que se preparen para la última noche en Huim. Muchos se alegran, sobre todo los que tienen menos idea, pero otros preguntan. Ella hace lo que puede, aunque no parece que le sobren las respuestas. Como conoce los puntos fuertes le pide al que será el responsable de los hidropónicos que informe a los demás sobre cómo estará solventado el problema de la comida cuando se acaben las reservas. No será una alimentación muy variada, pero sí suficiente para mantenerlos aburridamente fuertes y sanos. Después de un rato el grupo se dispersa y cada uno va a recoger lo poco que conserva, y la mayor parte sonríe y parecen contentos. El mensaje final de Anda ha sido todo lo motivador que él podía esperar, ya la ha visto hacerlo antes y sabe de lo que es capaz.

Podía haberselo ahorrado todo, haberse quedado con los demás en el paraguas del NIF, pero no lo habría sentido correcto. No le faltaba comida ni un techo, pero sí todo lo demás. Había algo que recordaba de aquellos primeros años de la colonización que se había clavado en su cerebro de forma indeleble. Echaba de menos la sensación de libertad. Libertad de qué, se pregunta, si casi todo el tiempo del que disponían estaba destinado a mantenerse con vida, ocupado en generar energía y comida. Libertad de qué si cada actividad no productiva era relegada sin que nadie se lo preguntara dos veces. No terminaba de comprender qué había cambiado, qué le había llevado a abandonar todo lo que tenía para embarcarse en esto. No odiaba a la corporación, aunque tampoco es que le tuviera mucho aprecio. Quizá fue que la libertad se había ido convirtiendo en un concepto más lejano, más complejo, en algo menos comprensible que cuando crecieron y estabilizaron la colonia. Cuando Concordia y todo lo demás apareció por allí un día y empezaron a organizarlo todo. No sabía qué terminaba de estar mal en ello porque vivían de un modo más confortable, pero sabía que había algo. Libertad de qué, recordando las tardes encerrados cuando sobrevenía el mal tiempo y no podían hacer más que mirarse las caras los unos a los otros esperando a que pasara el temporal, preguntándose cuánto tiempo se alargaría y si podían permitírselo, revisando las provisiones en la alacena y la carga de las baterías cuando el suministro se cortaba. Quizá es que antes ellos eran los que decidían qué se podía y qué no se podía hacer, los que establecían las prioridades. Quizá sólo echaba de menos ser joven y estaba confundiéndolo todo, trasladando a la civilización sus propias carencias. Echaba de menos cuando el Reclutador no era sino uno más que trabajaba a tu lado, al que le dabas un coscorrón cuando decía algo fuera de lugar como a cualquier otro. Entonces lo que podía hacer y lo que pensaba formaban parte de algo y podía ayudar a solucionar cualquier problema que se presentara, ahora cobraba su RB, paseaba, comía y veía pasar los días uno detrás de otro. Como si ya no sirviera para nada. A cambio de tanto esfuerzo y de emplear su vida en que la colonia prosperara le habían dado unas migajas para que no se muriera y nada más. Y eso estaba mal, muy mal, pero al mismo tiempo no lo estaba. ¿De qué se estaba quejando si tenía todo cubierto, qué era tan distinto? ¿Qué más podía pedir? No tenía ni idea, pero lo sentía cada segundo. Él seguía siendo capaz de hacer muchas cosas. Mientras piensa en ello a veces le llega claramente una conclusión, pero un instante después se le escapa. Algo relacionado con cómo La Federación trata a la gente, lo que tomaba de ellos y lo que no le interesaba en absoluto y despreciaba. Algo así. Pero libertad de qué, si había visto morir a un montón de compañeros por cualquier absurdez no planificada que aparecía de repente y se los llevaba. No tiene nada que ver con las mejoras, no está dispuesto a pensar que lo que está echando de menos es precisamente la precariedad, porque eso no es lo que siente. Pero algo... algo era diferente entonces, y ese algo había muerto a manos de la corporación en cuanto tomaron el control. Se siente demasiado viejo y cansado como para seguir dándole vueltas a todo en la cabeza. No es tan importante. Las prioridades cambian, simplemente, y si uno no está de acuerdo con las que hay se larga. Eso es lo que les ha reunido a todos ellos allí, cada uno descontento a su manera.

Se sienta al lado de Anda, que mira el fuego de nuevo. Hace tiempo que le preguntó qué le había llevado a ella allí, y le contó la historia de sus hijos. Para ella una sociedad que no cuidara de que la gente estuviera junto a los suyos, y que de hecho fomentaba justo lo contrario, era una sociedad muerta. Oh, quizá seguía construyendo cosas y viajando por ahí, pero ya estaba muerta y era sólo cuestión de tiempo que se reventara contra sí misma. Una sociedad muerta en vida que aún no se había dado cuenta de que todo había acabado, y si ella podía empezar otra cosa en alguna parte en la que todo fuera distinto sentiría que está haciendo lo correcto. Quizá era sólo eso, al final. Quizá no era demasiado humano que fuera otro quien decidía lo que era correcto y lo que no lo era.

—¿Qué, amigo, dando vueltas?
—No es nada, Anda. Me pregunto cosas.
—Menudo momento para hacerlo. Preguntarse cosas no está mal, mientras los demás no sepan que lo estás haciendo. Y sobre todo mientras no se te ocurra que es un buen momento para comentarlo en voz alta.
—No te preocupes, ya he decidido dejarlo. No llego a ninguna parte.
—Bien. Me alegro. Madre mía, tienes un don para lo inoportuno.
—Sí, es cierto. Debo tenerlo.
—No es que pueda hacerme más que una idea general de por dónde andas, pero si te sirve de algo te diré que todo el mundo está pensando más o menos lo mismo, excepto los idiotas. Así que al menos te queda la alegría de no ser uno de ellos. El que no tiene dudas no sirve para nada. Acércame una taza, anda, y deja de fruncir el ceño que se te va a pelar del esfuerzo.

Se levanta y le sirve un té, azuza el fuego y vuelve a sentarse a su lado.

—Tengo que decirte una cosa, Balzhorn. Y espero que no te explote la maldita cabezota. Yo no voy a ir con vosotros. Bueno, sí, pero no en el mismo viaje. Me reuniré más tarde. Tengo que hacer cosas en otra parte. Baja la voz.
—No comprendo, Anda.
—Bueno, han pasado cosas ahí fuera. Un agente de La Federación está husmeando por aquí y por allí, haciendo algo de ruido.
—¿Y resulta que ahora eres una espía y vas a seducirle para luego matarlo mientras duermes a su lado? Joder, Anda. ¿Qué narices tienes tú que ver con eso?
—Bueno, nuestro amigo el benefactor está nervioso por la visita. Y el agente puede saber cosas que le hacen pensar que quizá... el convoy está comprometido. Grábate a fuego que no le puedes decir esto a nadie más, y hazlo en serio. Tampoco podemos saber si alguno de los que están roncando a pierna suelta puede estar enviando información a quien no debe, así que cuanto menos sepan mejor será para todos. Yo iré más tarde.
—No sé si te das cuenta de que no tiene ningún sentido. ¿Qué narices vas a hacer tú en cualquier otra parte?, ¿es que has perdido el juicio? Este grupo no va a poder sobrevivir sin ti, por muy tonta que te hayas vuelto de repente estoy seguro de que eres consciente de ello.
—Salvar una vida en el peor de los casos, Bal. Lo cierto es que me estoy muriendo. No es que tenga que pilotar o algo parecido, solamente tengo que apretar los botones correctos en el caso de que alguien tenga que hacerlo.
—¿Te...?
—Así es. No es el mejor modo de decírtelo, pero no creo que vaya a encontrar uno mejor antes de mañana. Mantén tus ojos secos antes de que te estampe la taza en la frente, animal, y hazte a la idea de que tienes que sustituirme hasta que me reúna con vosotros. Espero que no te dejes llevar por esa pereza tuya y pienses que es el momento para tomarte unas vacaciones, porque te aseguro que vas a estar de trabajo hasta arriba y que me voy a encargar personalmente de revisarlo cuando vuelva. ¡Y ay de ti como no me guste lo que vea!

Ellery Jalali.

Termina un par de trazos, mientras la luz de la tarde se escapa por la ventana y derrumba el juego de naipes de sus construcciones de color sobre el lienzo agrietado. Abre el reti y utiliza su ayuda para cuadrar la imagen de la modelo sobre su propio e inconsistente juego de espejos. Se acerca y le da un golpe, para ver si despierta del letargo que no cesa sobre el que ya se ha asentado definitivamente. La luz se escapa sobre los tejados como si estuviera predeterminado, y empieza a pensar que al fin y al cabo la tarde sigue siendo una metáfora de su inútil y disfuncional trabajo. No puede dejar de verlo así. Tiene que salir fuera, comer algo. Sexo, ahora. Paga y se revuelca en una habitación desordenada en lo que lo único que oye es su propia respiración, agitada, sobre el marco efervescente de las paredes, que rezan para no seguir siendo tramos verticales que unen el suelo con el techo. Puede proyectar un par de odios sobre ellas, hacer que se tambaleen. Le duelen los nudillos. Siempre terminan doliendo. Hace un par de eones que no se echa nada en el estómago, así que pregunta y se van los tres a un comedor cercano, pide cervezas como para terminar de emparedar la maldita sensación de vacío que le está destrozando por dentro, pero no es capaz de comer nada, sin embargo. Un tipo se acerca y él le invita a sentarse, tiene ansia de sobra. Después, ya en el estudio, le pide que se desnude y lo pinta, mientras ellas lo acarician. El tipo es un gracioso y está contando algo de las guerras Intracorps que vivió algún antepasado lejano como si hubiera sido ayer mismo. El tipo habla maravillas de cosas que no ha escuchado más que a través de cien bocas. Ahora le gustaría terminar con él, que se fuera, que se marchase a cualquier otra parte. Que le deje en paz. Bocas sobre bocas. Le da un puñetazo y el tipo le pega duro en respuesta, sabe dónde hacerlo. El tipo se está empleando a fondo y nota cómo le falta el aire, y para cuando quiere pararlo le ha cogido el gusto. Se está desmontando entero, pieza a pieza, y todo le duele. Nada que no esté bien, que no sea correcto. Cuando todo empieza a hacerse insoportable abre viaje para todos, barra libre. Que cada uno, en función de su necesidad, se sirva, que todos tengan lo que han venido a buscar y sean uno con la nada, con el todo, qué más dará. Cuando caen rendidos él vuelve a salir fuera, pide un bocadillo que sabe a tanta amargura que no sabe dónde encajarlo. Qué asco todo. Sale de sí y vuelve a entrar rápidamente, buscando un lugar donde pedir calma. Se tropieza con un bordillo y cae de boca al suelo. Durante un segundo es consciente de que puede tender los brazos hacia delante y pararlo todo, pero sin embargo se deja hacer. Deja que pase lo que tiene que pasar. Lo que tiene que pasar es la ley. Si está perdiendo el tiempo, da igual. Si no ha conseguido reflejar algo, da igual. Si no ha conseguido explicar lo que sucede, qué más dará todo eso. Pierde las palas, repelidas por el impacto contra el suelo. La boca que son las bocas le duele horrores. La nariz ha explotado definitivamente.

Se queda mirándolas un momento, y se extraña. Aunque las recoge y se las mete en un bolsillo en de la chaqueta no termina de sentirlas propias. Como si ahora que han salido de él ya no fueran un asunto suyo, inmediatamente, sin transición alguna. Intenta hablar con la pareja de Con que ha aparecido para decirles que todo está bien, pero todo lo que le sale lleva un seseo espantoso. "Todo esssta bien, agentesss". Le entran ganas de reírse, pero ahora no debería. Siente una necesidad intensa de ponerse a cantar a voz en grito, para que se enteren de lo que sucede, pero se da cuenta de que no sería inteligente. "Esstá todo bien, ha sssido un asssidente, nada mássss". Les ve marcharse, después de indicarle la dirección de un sanitario y ofrecerse a acompañarle, con el triunfo del que ha estado al pie del cañón mientras todos sus compañeros caen bajo el fuego enemigo, que tiñe el cielo de negro y el suelo de sangre. Si no ha conseguido nada, si todo era para nada, qué más dará. Los demás están en el sueño del viaje allí arriba, así que busca la dirección, pregunta a la gente y se hace entender como puede. No conoce el barrio donde vive porque no le importa una mierda, porque si no ha conseguido nada de qué le sirve sentirse parte de algo, intentar hacerlo, con todo lo que tiene que decir al respecto. Nota la pulpa sangrante de sus encías con la lengua, y le parece que es parte de algo. De sentirse vivo, la aniquilación de estar siendo sujeto del cambio. Estar vivo es morir, piensa. Estar vivo es ser consciente del paso del tiempo, lo que incluye deshacerse en mil hojas cuando sopla algo de viento, deshacerse en ellas mientras intenta retener el sonido de lo que sucede. Porque suena. Definitivamente suena. Las palas actúan como un retén que cubre el momento y le da sentido, desde su bolsillo. Siente el sabor metálico sobre su lengua, que palpita resonando las pulsaciones de la encía. El dolor aulla en su interior, pero lo sigue sintiendo como algo bueno y se permite sentirlo sin más. Alguien está gritando a su lado, y si no ha conseguido plasmarlo de qué sirve saber que el que grita es posible que sea él mismo. El aviso de muerte en vida del dolor, de peligro, crepita en su frente y se pregunta, por primera vez, si entiende algo de todo lo que está sucediendo. Quizá el azogue de su espejo está podrido porque no ha sido capaz de comprender nada nunca. No tiene datos, está vacío. Está completamente vacío. El aviso de vida del dolor en la nada que es.

"Seeh", dice, "seeh", y entra en una sala de espera blanca con plantas verdes y cuadros azules mientras no puede dejar de decir "seeh" una y otra vez, como si se hubiera vuelto loco. El dentista le dice tiene que anestesiarlo o va a doler, y él le dice que llega tarde para eso. Tiene ganas de saber lo que es. Mantiene la calma mientras le extraen los pedazos de lo que ha quedado dentro, de lo que no se ha enterado que tenía que salir fuera con el golpe. No hay dolor en la anestesia, pero sabe que está ahí pese a todo y quiere demolerse y destruirse y dejar de ser parte consciente del mundo que le recibe. "Seehaaah" consigue decir cuando el trozo de la izquierda aparece en la herramienta. Cosa hecha, si no encuentra el modo de describir esto es que no tiene sentido que siga hablando. Eso es un punto cierto de lo que se va a encontrar en lo que le quede de vida, que no es sino vivir un millón de muertes caminando. Se está volviendo sentimental, definitivamente. "Ssssigue con la otraaaa". El tipo le dice que perdón, que no le entiende, mientras el tubo succionador que le han metido en la boca aspira litros de sangre que se van, desaparecen, pedazos de él mismo que ya no lo son. El dentista no comprende, pero él levanta la mano para decir que todo está bien, quiere querer decir que era sólo una forma de hablar, pero es complicado. "Efsss complicado... fssiga, por favor", y arranca el otro trozo, que termina en forma de colmillo invertido nacido hacia dentro. El azogue podrido retruena en su mente como si todo esto estuviera conectándole con algo, con lo que tenía que haber sabido desde siempre, con una especie de "no sé si teníamos que haber nacido, pero una vez hecho tenemos que comprender que, y retornar al vacío que es el todo". Y sabe que el misterio que sigue a ese "que" es lo que no termina de asimilar y que seguramente no importe demasiado. Le informa de que va a anestesiarlo un poco más antes de taladrar, y lo duda un segundo. Taladrar el hueso. Está pensando en negarse cuando el dentista le dice que no piensa hacerlo sin anestesia, que no piensa ser parte de ese algo así de repugnante.

Cobarde, piensa.

Bueno, pues seeh. Ahora tiene ganas de terminar cuanto antes. Ya ha visto lo que tenía que ver y vuela sobre sus sienes y habla de las cosas que ha visto en voz baja, cosas que estarán ahí para siempre, si es que siempre es una medida de algo. Tiene que encontrar el punto, el lugar desde el que todo cobra sentido y lo hace de forma definitiva. No sabe qué hora es. Nota las agujas penetrando en la carne y dejando su carga de olvido, y lo abraza. No quiere sentir nada ahora, el momento ha pasado y está listo. El taladro suena como si no perteneciera al mismo mundo, los agujeros se hacen y sale de allí con palas nuevas. ¿Qué ha sucedido? Nada. No ha pasado nada. Cuando vuelve al estudio siguen durmiendo, y empieza a pintarlos con tonos grises, formas que se multiplican saliendo de ninguna parte para ir a ninguna otra. Llueve. Fuera está lloviendo. Se despereza primero una ella que no sabe muy bien dónde está y antes de que reaccione la mete en la ducha y la besa de los pies a la cabeza. Ella sólo quiere tumbarse fuera. La seca y le dice adiós. No tiene sentido seguir jugando a un juego al que no quieren jugar los demás. Se acaricia las nuevas palas con la lengua, están ahí como si no hubiera pasado nada, porque no ha sucedido nada. Pero sí.

Sale fuera y les despide, les deja llevarse el viaje. El tipo le pide perdón antes de irse, y él le da las gracias. Él quiere seguir el ritmo. El ritmo lo es todo cuando nada es nada, en eso no puede hacer más que comprenderle. Seeh. El ritmo marca las cosas que deben ser marcadas. Tiene hambre de nuevo, no puede callarse cuando su cuerpo habla. De qué narices puede servir el viaje, más que sucedáneo, pero ya es tarde para explicárselo a nadie, recuerda que todos se han ido. Al fin y al cabo, si no ha conseguido decir nada no ha hecho más que perder el tiempo.

"Esta renta básica no es más que un tipo de argolla especialmente evolucionado", le dice algo más tarde al piloto, que ha acudido a ver la representación. El cribador estaba metido en la cena de recepción de Glenda como si lo hubieran encajado allí a puros martillazos. Quiere mirar dentro de esa cabeza, asomarse allí y comprobar si la distancia de estar aquí y allí a ratos es suficiente para que se haya salido de la vía, al menos un poquito. Ve cómo en el escenario el bailarín levanta los brazos, se gira, completa el movimiento y salta hacia atrás librándose en el último segundo de ser capturado por la forma que le persigue. Se agacha, se tumba en el suelo y rueda de costado, levantándose para correr unos pasos hacia el frente y enfrentarlo de nuevo. Toma aire y se lanza, saltando sobre la forma que, despistada, reacciona tarde y arremete contra el lugar en que estaba apenas hace unos segundos. Abraza la forma por la espalda y se funden en una sola figura que vibra al ritmo de la música, tropiezan, se recuperan, se deslizan hacia el fondo para terminar desapareciendo por un lateral mientras la música cesa. En ese momento estallan los aplausos, y elige ese instante para decirle lo de las argollas, esperando una epifanía. Pero él no quiere jugar, así que desciende un par de peldaños y recuerda cómo se iniciaban las conversaciones.

—¿Qué te ha parecido, K?
—Interesante.
—Es lo menos que se puede decir, pero sí. Es una pieza especialmente famosa aquí, se llama "La persecución del miedo".
—Nunca he sido demasiado bueno para estas cosas, Ellery.
—Bueno, no hay que ser nada especial para apreciar el arte, sólo... observarlo. Todo lo demás viene solo. El sexo es una buena representación al alcance de cualquiera, incluso con uno mismo. La gente no se plantea demasiado qué es lo que quiere realizar, pero lo hace. Vive, muere, come, caga, folla. Entrar, salir, golpear, disparar, siempre es un buen intento. Ya sabes, el arte siempre es lo mismo porque no puede ser otra cosa, la aprehensión del vacío, la falta de sentido, el futuro, el pasado, el miedo, la soledad, la compañía... todo lo que cabe en una vida cabe en una representación, y de algún modo todo es una forma de conjurarlas a todas para que parezcan menos aterradoras.
—De eso no comprendo mucho, ya te digo.
—Oh, todo el mundo comprende, amigo. Todo el mundo se siente sólo, acobardado, insignificante, pequeño, sin sentido, todo el mundo se duerme solo en su cabeza por muy acompañado que se meta en la cama. El teatro pone nombre a esas sensaciones y las convierte en compartidas para que cada uno sienta que es comprendido y parte de un todo que, por supuesto, somos todos. El arte es una cura para nuestras pequeñas miserias.
—La vida no es tan complicada.
—Por supuesto que no, K, la vida es sí es muy sencilla. El problema somos nosotros. Voy a traerte otra copa, que no te veo muy animado.
—Como quieras.

Levanta la mano para llamar a un camarero y tiene las axilas sudadas, recorridas por vetas de humedad que hacen extrañas figuras jugando con las costuras. El día está siendo sorprendentemente largo.

—Hay una cosa que siempre intento preguntar a los pilotos. No siempre es posible, claro, no todos se quedan tanto tiempo como harás tú y no siempre puedo robarles un momento. Sé que la RAL vigila para que la diversidad cultural no sea muy... aparatosa, pero también soy consciente de que no se puede evitar una cierta variedad, que debe ser más evidente al verla desde fuera.
—Si quieres que te diga la verdad, en todas partes todos quieren vestirse como los protagonistas de los seriales. Todos quieren hablar como ellos.
—Bueno, para eso están, ¿no? Yo he viajado bastante, no te estoy preguntando al tontamente. Yo mismo he visto esas cuestiones de matiz, y me gustaría saber qué piensas tú.
—No pienso nada de ellas.
—No te creo, ¿no me digas que nunca te has fijado en un cierto tipo de variedad genética, de perfume, de vestuario, gestos, maneras de hablar... ¿nunca?
—Creo que me estás confundiendo, de verdad. Nunca paso en ninguna parte más que un par de días. Es cierto que hay diferencias, pero no puedo hacer más que apreciarlas de forma superficial.
—¡Ajá!, ¡así que las ves!
—Bueno, por supuesto, no sé cómo podría alguien no hacerlo.
—¿Y qué piensas, hablando teóricamente, que podría pasar si no hubiera una RAL que mantuviera todo en su sitio?
—Pues lo único que se puede pensar, Ellery. Que la raza humana se convertiría en razas diferentes en un tiempo. Vas a tenerme que explicar todo esto, no sé a dónde quieres ir a parar con ello.
—Tenemos formas expresivas que utilizamos para transmitir conocimiento, sensaciones, sentimientos o lo que tú quieras, de unos a otros. Como pregunta capciosa siempre intento pensar en qué pasaría si la humanidad pudiera desarrollar todos los contenidos que potenciaría la distancia de la expansión y todos los modos de contar cosas que se le ocurrieran. No te lo tomes a mal, es sólo algo que me gusta preguntar.
—Pues como puedes imaginarte, para mí como viajero sería un coñazo. Ahora mismo allí donde voy la comida es comestible, la gente habla de forma comprensible, sé utilizar las cosas que me encuentro...
—Sí, sí, claro, claro. Pero pregunto más bien en la utilidad para la humanidad.
—¿Y a dónde quieres ir a parar con ello, repito?
—No te ofendas, K. Sé que estoy bordeando la herejía. Simplemente te pregunto qué crees que podría pasar si eso sucediera.
—Y es una pregunta trampa, porque no podría responderte sin adoptar una postura previa. Si adopto la del Consejo te diría que nos iríamos a la mierda en cuanto los de fuera decidieran atacar y nosotros estuviéramos entretenidos en nuestra torre de Babel.
—El objetivo de la torre de Babel era encontrar a Dios. El problema del lenguaje empezó como Su castigo por ello, pero no era el objetivo.
—El ser humano siempre está construyendo esa torre, Ellery. La torre cambia con el tiempo, pero el humano no. El humano siempre está buscando algo eterno, porque lo que tiene es efímero y no puede parecerle suficiente. Y no le parece suficiente porque es lo que tiene. Y, sin embargo, lo es.

Ellery se echa hacia delante en su silla y le mira intensamente. Levanta la mano de nuevo, pide un par de copas y calla hasta que las traen.

—Sabía que había un filósofo ahí dentro, K. ¡Lo sabía! Por más que te hagas el rudo. Compláceme, por favor, y desarrolla un poco tu respuesta.
—Me siento en la escuela otra vez, pero da igual, como quieras. Todas las sensaciones de las que estuviste hablando antes responden sólo a dos motivos: no sabemos qué hacemos aquí y nos vamos a morir. ¿Cómo quieres que el humano se conforme con lo que tiene y no busque algo más allá, que no es más que un futuro en el que tendremos algo claro, lo que sea?
—¿Entonces crees que... y no respondas si no quieres, yo ya tengo mi respuesta, pero... crees que la civilización del Consejo es un tipo de Dios?
—Joder, Ellery. Esto es aburrido y tonto. En el universo sólo hay mortales y dioses. Y el mañana no es un hombre, si te sirve como respuesta. Pero si lo hace tienes que tener en cuenta lo relajado de mi interpretación de las cosas, para mí todo aquello que creemos y queremos para un futuro es un tipo de Dios. ¿La civilización, una infinidad de humanos naciendo y muriendo para un futuro que es probable que no vean ellos ni sus hijos? Si eso no es una forma de eternidad no sé qué podría serlo.
—No es muy fácil verlo después de el condicionamiento de la educación y de los principios, K. Por eso me gustan los pilotos, tienen la facultad de ver la diferencia, la que hace que se distorsione el paradigma.
—Estás loco. Yo no veo nada especial sólo por el hecho de andar viajando de un lado al otro. Estás rematadamente loco, créeme.
—¿Y quién no, K?
—¿Y el arte, Ellery, qué es, otro Dios?
—Oh, no, nada más lejos. El arte para mí no es nada más que un intento de apresar y difundir algo del presente en un mundo de gente creyente, disparada al futuro. Y, al mismo tiempo, como te dije antes, una forma de rascarnos la espalda unos a otros y decir "eh, no estamos solos sintiendo esto". ¿Cuál es tu Dios, K?
—Mi Dios es el de no pensar demasiado, y desde luego no demasiado a menudo, sobre ese tipo de cuestiones. Porque en realidad no son nada.
—¿Cómo puedes decirme que ese tipo de preguntas no son nada?
—Porque no lo son. Los pensadores se pavonean sobre cosas que todo el mundo percibe y acto seguido deshecha. ¿Crees que nadie ve lo que tú ves, Ellery, te crees especial? No puedes estar más equivocado. Lo ve todo el mundo, pero acto seguido lo olvida y deja de pensar en ello. Pensar es una herramienta para movernos de forma eficaz en el medio en el que vivimos. Quita el medio, pon cualquier cosa, y tendrás una escuela de pensamiento rimbombante, un cerebro actuando en vacío y produciendo borrones sobrevalorados.
—¿Y qué pasaría desde otra perspectiva que no fuera la del Consejo, la de una de las nuevas posibles civilizaciones, por ejemplo? ¿Cómo verían este pasado?
—No sales de las trampas, ni siquiera sabemos si habría alguien para ver algo.
—Compláceme de nuevo, por favor.
—Los más críticos quizá lo verían como una mutilación. Y los menos como una respuesta, que es justo lo que es. Una respuesta a un estímulo. Pasa algo, se hace algo. ¿Ahora... puedes decirme para qué hemos estado hablando de todas estas estupideces?
—¿Y por qué no? Es parte del presente. Es parte —dijo abriendo los brazos señalando a su alrededor— de todo esto. Y sé que me vas a decir que no, que lo que nos rodea es el trabajo y la idea y el esfuerzo, pero como bien has recalcado antes nadie se libra de buscar a su propio Dios, su propia eternidad.
—Cogido en mi propia trampa esta vez, supongo.
—En la de todos, cómo no. Por cierto, la obra era mía, disculpa que no te lo haya dicho antes. ¿Qué te ha parecido, sabiendo que lo es?
—Una mierda.
—Oh, por favor.
—Era hermosa, Ellery. Como el rocío, como un atardecer, como una nova a la suficiente distancia. Son cosas que pasan y no van a ninguna parte. De verdad, no sé qué esperas que te diga. Lo único que se puede hacer es comportarse de acuerdo a lo que piensas que es honesto, y hasta eso tan simple debería pasar más a menudo. Ya sería más que bastante. ¿La eternidad, Dios, el no sé qué, la Uva Sagrada, el Gran Colofón Final? Estupideces. No existe nada que merezca el esfuerzo porque no hay nada que no cambie, y la eternidad no es nada más que un cuento que nos contamos susceptible ser manipulado, controlado, dirigido. No hay nada más allá de eso, y te repito que sólo los presuntuosos creen estar a la suficiente distancia de lo que son como para... Joder, esto es tedioso. ¿Sabes lo que te digo? Vives aquí, ahora, y haces lo que se corresponde con lo que sientes que es correcto, y lo demás no son más que estupideces para hacerte pensar a ti mismo que estás cerca de algo que ni existe ni ha existido nunca. Eso es lo que hay. Eso es todo. ¡Joder!
—Me da a mí que tu Dios no es el que me has dicho. Y ahora, y espero que no sea muy celoso, vamos a ver a otro.

Ellery terminó convencido de que K era un tipo concreto de persona, y eso es todo lo que tenía que hacer allí para Glenda, así que se dispuso a pasar a cosas menos presuntuosas. Siguió pidiendo copas, del mismo modo que en una pelea de bar los combatientes que ya no tienen fuerzas para dar un solo golpe siguen levantando los brazos. Al pedir la última ambos se abrazaron y se pidieron perdón, y se dijeron que ambos eran estupendos y unos grandes amigos y que en realidad estaban hablando de lo mismo y que no merecía la pena, desde luego, pelearse por ello y estropear la noche que todavía no había hecho más que comenzar. Y después se pierden en un desorden de caras, brazos, piernas y sensaciones de calor y tersura. Y en un momento dado ve como K se levanta y empieza a decir "Dios no es el problema, Ellery, y la eternidad aún menos. No lo es en ningún momento. Dios es la salida hacia delante, el camino fácil. Lo que sí es ahora y te impulsa son los demonios, esos grandes agujeros en el estómago que te roen día a día. Debería... debería ser ahí donde tendrías que estar mirando" para al terminar darse la vuelta y seguir en el asunto en el que está metido de pies y manos.

Una vez, en un parón, le pide que le hable de Glenda. Y qué puede decir sobre ella. Que de críos iban juntos a reventar cristales con las piedras que encontraban en el camino y guardaban en los bolsillos de la chaqueta con mucho cuidado. Ella siempre conseguía que alguien cargara con las culpas, sin saberlo. Vamos, que intentaba que si pillaban a alguien fuera al crío que se había rendido a sus promesas. El helado de la esquina de las dos calles en las que vivían era el mejor, era delicioso, y siempre se acercaban después de las correrías a saludar al viejo que abría y cerraba las cámaras con aquella cuchara ortopédica mientras saludaba a todo el mundo que pasaba. "Eh, Antonio", decía por ejemplo, y mientras tanto iba cargando el cucurucho con aquellas bolas. "Eh, Dornas, ¿qué tal va todo?" En la misma esquina de sus dos calles, menuda casualidad. Allí justo en medio ponía el puesto en verano, con sus ruedas y los dos palos que lo mantenían firme. Luego, claro, todo fue evolucionando, y vino aquel adolescente granujiento que controlaba el patio, de ese se acordaba bien porque no sabía dónde tenía la mano derecha, pero era tan grande para su edad que no importaba en absoluto. Era un imbécil, pero él se acercaba a verles follar mientras las palomas se arrullaban sobre las migas de pan que alguna vecina había dejado con cuidado en el suelo. No protestaba porque estaba bien, estaba más que bien tener al tipo protegiéndoles por todas partes. Pero a él no dejaba de parecerle un poco raro entonces que ella se abriera de ese modo, como un melón que cruje, gimiendo exageradamente sólo para sus oídos. Abierta para recibirle con todas aquellas palomas volando por todas partes, aterrizando y comiendo pan. Pero pese a todo siempre volvía a él, y ella era todo lo que él necesitaba. Mucho más tarde, cuando ya eran lo suficientemente mayores como para poner palabras en las cosas, ella le había dicho que todo estaba bien, que no tenía que sentirse mal. Y él no lo hacía, por supuesto. Pensaba en todo aquello como una representación y se reía. Se reía porque podía ver el escenario, pero echaba un poco de menos cuando iban a romper cristales y después a por helado. Cuando realmente.. y después vino Dungar, y Aloz, pero eso ya quedaba muy lejos, muy delante, muy atrás. Un par de veces, en medio de los líos, ella no tuvo ningún reparo en dejar al crío allí en medio mientras saltaban las tapias, ellos dos solos, corriendo como almas que llevaba el... como almas corriendo. El hombre señala una cantidad imposible de ISKs en el marcador, y el lo cubre con su tip y deja una pequeña provisión para después, para lo que aún queda. La chica llega vestida con plumas enormes que ciñen su talle y se disparan hacia los lados. Está realmente preciosa mientras se pavonea.

La fiesta vuelve a empezar, renovada.

Y es el tiempo para levantarse, para recordar qué es lo que están haciendo y para qué han venido, y le aconseja al piloto que se mantenga en paz con su dios, que tiene que decirle que esta no es una forma real de adoración, y que lo que están haciendo no tiene nada distinto a lo que se ha hecho siempre. Y el crío, que no era lo que se dice un tipo, se echó a llorar y gritaba que él no había tenido nada que ver, como si el hecho de estar allí no fuera suficiente. Años después había ido a ver a aquella vecina, y al dejarle entrar en la casa desordenada y llena de suciedad en la que vivía se había sentido ligeramente extraño, como si no tuviera nada que hacer allí. Era todo una cuestión de perspectiva, y afortunadamente la suya no era otra que la de dar las gracias. Por las palomas.

Una vez, en otro parón, le pide a K que le recuerde de qué estaban hablando, pero él también lo ha olvidado.

Zinto Bernan.

Mira por la ventana, donde las hojas se estremecen. Es cruel cómo se pueden endiosar ciertas situaciones. Cómo pueden volverse molestas algunas cosas que suceden a destiempo. Y cómo el simple hecho de que las puedas ver así contamina todo lo que te rodea en ese momento, todo lo que tienes y eres. ¿Qué cosas tienen esa fuerza, por qué tienen que tenerla? El aire es frío y él, como casi siempre, está llorando. Recuerda la cuna, los escasos juguetes a su alrededor, la ropa limpia doblada encima del aparador, oliendo a lavanda y a pequeño. Cuando se acerca lo coge en brazos y le hace carantoñas, baila para ver si consigue dormirle de nuevo. En la mesa tiene los papeles, las lecciones del curso, restos de comida, la tableta con la conferencia en la que el maestro da la clase con la reproducción pausada, las llaves de la puerta.

Es cruel cómo ciertos futuros condicionan ciertos presentes. Cómo pueden acaparar toda la importancia. Cómo sin llegar a ellos el presente puede llegar a significar menos que nada. Cómo en una situación dada todo puede difuminarse, dejar de ser algo, de ser relevante. Y sin embargo ahora, que ya no está allí, puede ver la habitación entera, recorrer cada detalle. En su momento no conseguía siquiera llegar a saber en qué rincón había tirado los pañales sucios. Ahora es capaz de recorrer secuencialmente todos y cada uno de los rincones en los que los fue dejando. Quizá está exagerando, pero cree hacerlo sin equivocarse en uno solo. No tiene modo de comprobarlo. Recuerda la rabia, el malestar, la acritud con respecto a todo. Los días largos de clases y lloros y dar saltitos para que se callase, si era posible que lo hiciera. Recuerda incluso el curioso llavero del que colgaba la tarjeta de entrada al apartamento, un dinosaurio verde con los ojos saltones que llevaba impreso "no me dejes dentro". Y es curioso que ahora mismo recuerde todo esto, mientras se recuesta sobre el sofá estirando las puntas de los pies todo lo que puede y mordiendo nerviosamente el almohadón.

Se abre la puerta y entran Nather y los críos, que saltan casi inmediatamente encima de ella gritando "¡mami, mami!", y ella los abraza y aprieta fuerte. Él le da un beso y va a la cocina a preparar la cena y servirla en la mesa, y ella lleva a los niños a darse el baño. "Es curioso", piensa, "que nada fuera tan importante como lo que tengo ahora, y sin embargo... y sin embargo ahora es otra cosa." Durante el baño no olvida la ración complementaria de abrazos y mimos, ni jugar con Babur el Temible Corsario que recorre los mares de la bañera sembrando la desolación en las rodillas que asomaban un poco fuera del agua, tremendo conquistador de pieles ajenas que a la mínima oportunidad crea un asentamiento que se extiende, y se extiende, y se extiende...

Cuando terminan de cenar Nather los acuesta mientras ella se encarga de meter los platos en el electrodoméstico del que saldrán impolutos. Abre una botella de vino, coge dos copas y las lleva al salón. "¿Y esto?", dice él, "¿por qué no", y permanecen en silencio un rato.

—¿Qué tal ayer la cena?
—Bueno, ya sabes, lo normal en estos casos. Glenda mostrando todo lo que puede derrochar, todos intentando caer bien... lo típico.
—Vaya, lamento habérmelo perdido —dice irónicamente—.
—Ojalá pudiera haberlo hecho yo.
—Oye... ¿estás bien?
—Sí, ¿por?
—No sé, te noto triste. ¿Pasó algo que no estuvo bien, algo de la colonia?, ¿algo... que yo deba saber?
—No, tonto... más de lo mismo. Simplemente me fastidia que todo sea así, eso es todo.
—¿Y el vino?
—Ya te lo dije, ¿por qué no?
—Puede ser, pero...
—Anda, no me lo estropees y ponme otra copa.

No debía haber sido complicado en absoluto, pero lo estaba siendo. Desde la red no era difícil acceder a los datos que se descargaban regularmente en cada salto. Revisó la información y estaba como debía estar. A veces sentía cómo el corazón se le encogía y no tenía suficiente oxígeno como para funcionar correctamente. Daba igual de todos modos, al final no habría nadie que explicara el extraño vacío, ese lugar disfuncional dentro de un universo funcional. Las unidades corrían del modo correcto, no había nada que revisar allí. Era su pequeño puzzle. Y allí estaba de nuevo, esa especie de desorden. Casi lo saludó con alegría. "Hola, cariño, ¿qué haces?", "nada, estoy aquí arriba, con la tableta". Todo empezó como una tontería, al fin y al cabo sólo quería recuperar su llavero, el de los ojos saltones. Todo aquello. Pero no había más que mirar detenidamente y se veía. Los intersticios hablaban a gritos para cualquiera que quisiera mirar, y que realmente lo hiciera. Había demasiadas cosas que se daban por supuestas.

Mientras bañaba a los niños el programa estaba corriendo arriba buscando discordancias. Pero eso no era muy importante mientras Andora, el Vengativo Señor de los Platos, buscaba niños pequeños que no hubieran terminado la cena y los llevaba a un reino mágico en el que no había atrás y delante y todo el mundo iba por ahí sin zapatos. Siguió un rato más, una vez acostados, con Zinto, la señora de la noche que se convertía en La Amante cuando los que habían nacido después se iban a dormir y la cama se convertía en una zona de juegos diferente para Nather. Y después, sólo después de todo aquello, se encontraba consigo misma y volvía a la tableta para ver que todo seguía en su sitio.

Él dormía abajo. Era consciente del silencio, de la tranquilidad, de lo sencillo que era mantener todo dentro de lo fácil. Mantenerse dentro de los límites de lo que debía ser hecho para, desdoblando el tiempo y el espacio, ensanchar las superficies disponibles. El truco estaba siempre en no estirar demasiado.

Menudo camino había abierto el ponerse a buscar al dinosaurio de los ojos saltones. Claro, que realmente no estaba persiguiendo ese llavero, en eso no tardó demasiado, lo encontró dentro de una de las cajas. Estaba buscando a un niño que fue enviado a un orfanato una mañana en la que pensó que ya no podía más y que simultanear los estudios de industria mientras planificaba horarios de biberones no era posible mucho más tiempo. Eso se había convertido, desde entonces, el monstruo de Mucho Más Tiempo. Un enemigo casi insalvable, indestructible, un pequeño glotón que agotaba sus reservas cuando ya estaban prácticamente agotadas por el resto de monstruos de la realidad cotidiana. Siempre tenía que hacer tiempo para él. Jamás había podido evitarlo. Cuando se preguntaba cómo era posible que lo que está sucediendo siempre le pareciera tan poco importante frente a lo que había sucedido, no dejaba de decirse que aquello era simplemente un bucle infinito en el que estaba atrapada. Se mareaba en el conflicto, pero el asunto era sencillo: no era capaz de darle suficiente importancia al presente. El monstruo era parte de su cuerpo y había salido de él, y la misma importancia que no tenía cuando sucedió era clave ahora. Al fin y al cabo, dar a luz a aquel crío había sido tan importante como descorazonador. Nunca consiguió verle por todo lo que abría, sino más bien por todo lo que cerraba. Era difícil atender al curso cuando pañales y cuando no se duerme y cuando tengo que hacer que deje de llorar. No, nunca conseguía darle demasiada importancia al presente.

Y mientras estaba buscando esa imagen, al recuerdo de pañales que seguramente había crecido y se había convertido en casi un adolescente, empezó a recopilar datos que no tenían nada que ver con él en los tiempos de espera. Era su pequeño espacio, buscaba. Nada en concreto, pero encontraba un montón de cosas que no deberían estar como estaban. Al principio todo parecía estar donde debía, pero eso era sólo porque aún no estaba familiarizada con los gráficos.

Y así lo dejaba. No sin guardar los registros bajo una llave inventada, una clave de cifrado que no sería nada para nadie excepto para ella misma. Cuando no podía soportar estar un minuto más despierta se iba a la cama.

Al día siguiente abre los ojos y se despereza bajo la sábana mientras el sol entra. Dhorn y Luar corretean por el pasillo perseguidos por un búfalo imaginario que ha entrado por la ventana y los persigue. Se levanta y va ayudarlos, explicándoles que no tiene por qué ser malo, que es un ser herbívoro que come plantas y no niños. Les prepara el desayuno en la cocina y sonríe cuando comen, cuando se gastan bromas, cuando se quejan porque no quieren comer más, cuando lo hacen porque desde luego no quieren ir al colegio. "Mamá, ¿por qué tenemos que ir", "oh, os lo he explicado mil veces", "cuéntanoslo una vez más, por favooor".

Y ella vuelve a decirles que ahora son pequeños, pero que cuando el tiempo pase dejarán de serlo, y entonces tendrán la oportunidad de ayudar a la gente como sus padres lo están haciendo ahora. "¿Es para luchar contra los malos, mamá?, ¿a los que asustaron a Padma?" "Por supuesto que sí, tendréis que haceros grandes y fuertes comiéndooslo todo para que, cuando seáis adultos como mamá y papá podáis ayudarnos a luchar contra ellos y a que nosotros ganemos", "ohhh, ¿y cómo va a ayudarnos el cole a eso, mamá?", "porque igual que no podéis luchar si no sois grandes y fuertes, tampoco podréis ayudar si os quedáis tontitos... si no vais al cole... ¿cómo podréis aprender lo que necesitáis para ayudarnos?". Dhorn dice casi en seguida que él está dispuesto, que aprenderá todo lo que pueda para ayudar y conseguir que nadie se meta con sus papás. Luar es más pequeña, e irá a cualquier sitio al que vaya su hermano. "Pero, mamá, ¿por qué no podemos ir a la misma clase?, yo aprendería más rápido". "Por que tú eres un bebé, no puedes venirte conmigo y los mayores. ¿Verdad, mamá?". "No, ya no es un bebé, pero sí, así es, tú ahora tienes que estar con los niños de tu edad, ya llegarás a dónde está Dhorn". "Ya, mamá, pero cuando llegue el ya no estará ahí". "Bueno, hija, cuando acabéis el cole los dos estaréis en el mismo punto". Dhorn puso cara de no terminar de gustarle mucho la idea que las cosas fuesen a terminar igualándose. Los acompañó a coger las mochilas y los despidió en la puerta, saludando con la mano hasta que se perdieron en la altura.

Una vez dentro de nuevo pensó en llamar a Nather, pero no serviría de nada. No así, tendría que esperar a la cena. Repasó mentalmente cómo lo iba a hacer, y no era capaz de hacerlo convincente ni siquiera en su cabeza. Recogió los cacharros del desayuno y llamó al trabajo para avisar de que se retrasaría una hora. Se metió en la ducha con el agua lo más caliente que pudo y cerró los ojos, dejando que le escurriera por el cuerpo un rato largo antes de empezar a frotarse el pelo. Cuando terminó se vistió despacio, revisando que no tuviera ninguna comunicación importante. Pensó por un momento terminar la botella de vino, pero sabía que nada bueno podría salir de ahí. Se preparó otro café, miró por la ventana cómo la mañana transcurría y se preguntó cuánto duraría todo, o si duraría para siempre y ella estaba equivocada, o si quizá podría encontrar el modo de que no sucediera nada. Si no fuera por el piloto todo sería más sencillo, y podría continuar como siempre. Pero era demasiado peligroso ahora, demasiado riesgo. Quizá no era nada, quizá lo era todo. Terminó el café y se fue al trabajo.

No había demasiado que hacer, en el caso de que hubiera podido concentrarse lo suficiente como para poder hacer algo. Aun así le había venido bien tener un rato para ella misma, para centrarse. Respondió un par de comunicaciones menores, se sentó todo lo erguida que pudo y puso toda la intención del mundo en ocuparse de lo que tenía enfrente. Planes de posición, informes geológicos, necesidades energéticas y de distribución. Tendría que hacer un buen trabajo si quería que las instalaciones pudieran escalar correctamente y no encontrarse con dificultades luego, una vez que la construcción básica hubiera pasado y tuviera que empezar a planificar las ampliaciones. Pero no era un buen día, desde luego, no podía esforzarse lo suficiente en ello. Tender unas buenas comunicaciones terrestres entre las centrales era necesario, porque aunque el transporte aéreo es mucho más efectivo también es mucho más caro. Si fuera capaz de tender redes de carreteras automatizadas no tendría que preocuparse por los costes, pero tendría que organizarlo muy bien para que no se saturaran y la dejaran peor que al principio. Las aéreas suponían retos diferentes en el tráfico, y también ahí resultaban mucho más caras de solucionar. Los críos en el cole. Nather en el trabajo. Todo con absoluta normalidad. Siempre le pasaba lo mismo, no terminaba de apreciar lo que tenía hasta que no existía la posibilidad de perderlo, se preguntó qué gen defectuoso sería el responsable de eso y sí se lo habría legado a sus hijos. A Dhorn seguro que no, estaba siempre metido en lo que vivía con una fuerza que la sorprendía. Luar era diferente, más reflexiva, menos envuelta en la acción excepto cuando seguía a su hermano en alguna aventura. Pero no podía saberlo, eran demasiado pequeños. No podía saber si ellos vivirían la misma pesadilla. Y quizá llamarlo pesadilla era demasiado.

Pensó en pasarse por el colegio, echar un vistazo. No le pareció una mala forma de pasar la mañana. Avisó a su secretaria, que le dijo que no había nada en la agenda que requiriera atención, y que si surgía algo la llamaría inmediatamente.

Los edificios bajos y achaparrados rodeaban el patio en el que los columpios se retuercen como estructuras devastadas. La directora la estaba esperando en la puerta, ligeramente sorprendida. "No esperaba esta visita, Zinto". "Oh, no es nada oficial, simplemente quería venir a ver qué tal iba todo y a dar una vuelta". "Me alegro, es un buen momento, estamos obteniendo unos resultados excelentes, los niños son maravillosos, y los tuyos suelen estar entre los primeros de su clase." Agradeció la visita guiada, porque mientras la seguía y asentía podía pensar en sus propias cosas. Recorrieron las instalaciones deportivas, donde la directora le enseñó el mejor equipamiento del que disponían. "Estamos orgullosos de nuestros niños, el deporte contribuye a que se integren y a minimizar las discusiones." En el claustro de profesores se encontraron con los que no tenían clase en ese momento, y le parecieron gente simpática y entregada a su trabajo, gente del Cardumen, bonita gente del Cardumen haciendo lo que tenía que hacer. La corp atravesaba un buen momento, los sistemas que controlaba eran productivos, la población crecía exponencialmente y la labor de todos estaba consiguiendo unos resultados increíbles comparados con otros momentos no tan agradables. Durante un momento le dio la impresión de que no eran más que papagallos, pero tampoco se esperaba otra cosa de ellos. Para transmitir cierto conocimiento no hacía falta comprenderlo. Es más, algunas veces hacerlo puede resultar un impedimento. Después de un rato se fue cada uno a las clases que empezaban en el nuevo turno. Vinieron otros, que fueron más de lo mismo. La directora la llevó entonces a visitar un par de clases, donde los niños la saludaron y le hicieron preguntas sobre cómo estaba siendo su día. Entró en las de sus hijos intentando no llamar demasiado la atención sobre ellos. Una mano sobre el hombro de Dhorn, un abrazo para Luar, levantándola del suelo. Ella era más pequeña y podría perdonárselo. Terminó la visita en el despacho de la directora, como si hubiera sido castigada por algo. No dejaba de sentirlo así.

—Me preguntaba, encargada... sé que no es directamente tu responsabilidad, y te pido que me perdones si te incomodo, pero me preguntaba si habría algún modo de influir en el Reclutador para conseguir un pequeño aumento de presupuesto. Oh, nos va bien, pero nunca está de más contar con más recursos para asegurarnos de que la educación es excelente.

Lanzó algunas promesas vagas.

—Gracias, encargada.
—De nada. Tengo una curiosidad, y me gustaría aprovechar la visita para salir de dudas.
—Por supuesto, pregunta lo que necesites.
—A raíz de una conversación que surgió hace unos días, me preguntaba cuál es la opinión del Consejo sobre las adopciones y los padres biológicos.
—¿En qué sentido?
—Quiero saber si se les facilitaría retomar el contacto con ellos.
—No hay ningún problema, excepto quizá si el niño ha sido enviado como generación de reemplazo a un nuevo asentamiento.
—No comprendo, ¿generación de reemplazo?
—Muchas veces no es del todo funcional esperar a que la primera generación genere la segunda, y hay que rellenar el... "hueco", por decirlo de algún modo. Eso se hace enviando con ellos niños que serán adultos justo entre generaciones.
—Pero... ¿eso no se resolvería simplemente enviando más adultos?
—Bueno, sí, claro, pero un asentamiento nuevo es un lugar muy delicado. Es más conveniente establecer lazos y... aumentar la diversidad. Un niño no produce como un adulto, claro, pero tampoco necesita los mismos recursos. No es una medida que se emplee muy a menudo, Encargada. Sólo en situaciones concretas.
—Comprendo. ¿En qué tipo de situaciones?
—Básicamente cuando el reclutador lo ve necesario. Suelen ser emplazamientos en los que se prevé una media de bajas por encima de lo normal, particularmente debido a un acortamiento previsto en la esperanza de vida. Entiendo que en una situación como esa no sería muy operativo que los padres biológicos pudieran entorpecer la normalidad. Una vez que se estabiliza la colonia los datos vuelven a ser públicos, por supuesto.
—Vaya, creo que mi amiga estará algo contrariada. Pero supongo que la podré consolar diciéndole que es sólo una cuestión de tiempo.
—Eso ayudará, seguro. La labor de esos niños es muy importante, dígale de mi parte que puede sentirse muy orgullosa.
—Eso haré, gracias.

Volvió a la oficina tras despedirse de la directora, revisando en el transporte que su cara no reflejara nada. Los niños estaban bien, todo funcionaba correctamente. Ligeros problemas de presupuesto, todo dentro de lo normal. Saludó a su secretaria, confirmó que no había pasado nada que requiriera su atención inmediata y entró en su despacho. Se preguntaba dónde estaría él. Y si se acordaría de ella. Y si a veces pensaba en encontrarla algún día. Quizá se preguntaba si ella estaría al otro lado haciendo lo mismo. Se pregunto qué pensaría de ella. Qué estaría pensando ahora mismo. Lo más probable es que estuviera haciendo su vida sin más en alguna parte. Quizá incapaz de disfrutar lo que tenía y pensando en cómo y hacia dónde expandirlo.

Tendría que hablar con Nather, y tendría que ser condenadamente buena haciéndolo. Y, si quería que sirviera para algo, tendría que ser esta misma noche. Sus entrañas se movían como si un búfalo enorme y peligroso se hubiera parado delante de ella y estuviera afilándose las uñas contra un saliente. Se recordó que un herbívoro imaginario no supone ningún peligro real, pero no pareció tranquilizarla demasiado. El baño fue tranquilo y estuvieron jugando como siempre con Babur el Temible Corsario, pero esta vez Dhorn le preguntó cómo era posible que el pirata persiguiera sólo piel. Estaba creciendo. "¿Qué es lo que busca, mamá?, ¿dónde podría vender algo como eso?". Ella no supo muy bien que responderle, así que le dijo que los piratas siguen códigos de conducta de los que no podían saber mucho. Él le preguntó si realmente existían los piratas, y ella le respondió que, bueno, al menos Babur existía, lo que no pareció dejarle demasiado satisfecho. Ambos cenaron como verdaderos campeones, contándole que en el colegio todos los niños les habían dicho que tenían una madre muy guapa. "Bueno", apuntó Luar, "todos menos ese bruto de Zantlion, que me ha dicho que eras muy vieja para ser mi madre. Pero mamá, no te preocupes, sólo quiere llamar mi atención. No eres nada anciana". Ella le sonrió y le dijo que se alegraba un montón de no haber sido tan mayor como para no haber podido tener una niña tan lista. Ella se puso colorada y se dedicó a los guisantes con atención. "Bah, ese es un completo idiota", dijo Dhorn, y ella se rió por dentro pero le dijo que no podía hablar así de ningún niño del colegio. Que todos eran parte de lo mismo y tenían que permanecer unidos. Ambos sonrieron. "Mamáaaa", replicó Dhorn, "hay niños con los que no puedes pensar eso, es que son muy tontoooos". Ella respondió que lo que había dicho era lo que había dicho, y que quizá en un futuro dependieran de ellos para vencer a los malos, y que la discusión se había acabado, y que iba a acostarles mientras su padre limpiaba los platos y ella iba a leerles un cuento estupendo que les dejaría agotados y durmiendo como los angelitos que, si fueran lo suficientemente inteligentes, tendrían que ser, ya que ahora mismo no estaba del todo segura. "Pero mamá, somos muuuuuy inteligentes". "Bien, me alegra saberlo, en un momento veremos si es cierto". Cuando terminó y volvió a la cocina Nather estaba colocando la vajilla en los estantes.

—Si siguen creciendo así tendremos que ponerles habitaciones separadas antes del nuevo ciclo de colegio. Madre mía, ¿te lo puedes creer? ¡Hasta ayer eran unos enanos!
—Tenemos que hablar. Tenemos que sentarnos un momento y hablar.
—Oh, oh. ¿Qué te han dicho en el cole?, ¿tan grave es?, ¿está Dhorn haciendo algo que no debería?
—Nat, siéntate.

Él la miró inquisitivo y ella le presentó un rostro duro, adusto, serio. No podía flaquear ahora. Lo que estaba decidido estaba decidido. Si en algo le conocía no se lo iba a poner fácil.

—Dime, cariño —dijo cogiéndole la mano.
—Oh, Nather... —retiró la mano y metió ambas debajo de la mesa.
—¿Tan serio?
—No... no puedo seguir con esto.
—¿Con qué?
—Con todo esto. Necesito un tiempo, aclarar mis ideas, necesito que os vayáis un tiempo. Joder, no me mires así, te quiero, pero de verdad necesito centrarme, un poco de soledad para poder hacerlo, creo que no es pedir demasiado.
—No, no lo es. ¿Qué es lo que propones?
—Que os vayáis. Mañana si es posible. Que cojas el primer destino disponible.
—Pero... cariño...
—Oh, joder, no me llames cariño —y al ver dolor en su mirada, añadió—, por favor. No ahora. No pasa nada, no me pasa nada, pero necesito tiempo.

Él se levantó y siguió colocando la vajilla, despacio. Buscando el hueco correcto para cada uno de los vasos, los platos, los cubiertos.

—Cuando me he levantado esta mañana —dijo desde la encimera— estabas abrazada a mí. Normalmente te despiertas en cuanto me muevo, pero no esta mañana. Respirabas tranquila y sonreías, cogiéndome la mano. Te acaricié el pelo y sonreíste aún con más fuerza.
—Joder.
—Ya, joder. En ese momento te di un beso, y de repente te iluminaste como si fueras la persona más feliz del universo. Sé que suena estúpido, pero tú sabes lo que quiero decir. Y, por si no lo sabes, te lo digo. Este tipo de cosas se ven. Así que hazme el favor de decirme qué es lo que está pasando. Sabes que odio cuando intentas protegerme de algo.

Todos sus argumentos se estrellaron contra el techo de su propio cuerpo. Al fin y al cabo, no podía luchar contra eso. Intentó recombinar las frases, las razones de peso, incluso los tópicos que pudo encontrar en el fondo más recóndito de su cerebro, pero no encontró una salida creíble. Tendría que contarle algo que le convenciera. Lo más sencillo era decirle simplemente la verdad, pero al mismo tiempo... no lo era en absoluto.

—¿Qué está pasando, cariño?
—Oh, joder. Oh, joder, Nather. Joder. Joder tú. Joder todo.
—Dime sólo qué esta pasando, luego ya veremos.
—No puedo.

Y pensó que quizá, del mismo modo que sus hijos merecían una oportunidad en todo esto, él no debería largarse de aquí con una mentira y recriminaciones sobre las que pensar más tarde. Quizá no era el momento de mentir, aunque tampoco fuera el momento de decir la verdad. De repente encontró miles de posiciones entre ambos caminos, y pensó que quizá estaría bien detenerse en una de ellas.

—Tenéis que salir de aquí.
—¿Por qué?
—No puedo responderte a eso. Pero tenéis que salir de aquí, Nather. Tienes que hacerme caso en eso. No me lo puedo permitir.
—¿Qué no te puedes permitir?
—¡Nada! No me puedo permitir nada. No me puedo permitir nada de esto, ni seguir preocupada, ni el tiempo que necesito para que todos estéis bien, cuidados y contentos. Por Dios, Nather, tienes que hacerme caso en esto.
—Me estás preocupando, cariño. Entiendo que es difícil, pero tienes que hablar más despacio. Tienes que intentar sonar menos... no, eso no importa. Tienes que decirme algo concreto.
—No puedo decirte nada. Tú tienes que coger esa cara complaciente y preocupada, metértela en el trasero, buscar un puesto fuera de este maldito planeta y salir de aquí con los críos mañana mismo, si es posible. Y sé que no lo es, así que ya puedes esforzarte. Y, sobre todo, tienes que hacerlo todo sin preguntarme nada más, por si aún te parecía fácil.

Él sigue sin estar convencido. Así que, resignada, le recuerda la cena de recepción, y le cuenta que el piloto se reunió con el comandante y que cuando salieron ambos parecían búfalos embravecidos. Cuando Nather continuó preguntando que qué significaba exactamente eso, ella suspiró y le contó lo de los datos, las pequeñas desapariciones de material que se destinaba a reciclaje pero no entraba en la factoría, las personas que abandonaban la colonia pero ni entraban en un crematorio ni salían por el ascensor.

—Eso es imposible, Zinto.
—No, no lo es, Nather. Lo tengo guardado arriba.
—¿Y nadie lo sabe?
—Al menos nadie que no haya mirado donde lo he hecho yo. Si tomas los registros uno a uno todo es correcto. Lo que no debe estar no está y no ha entrado nada en ninguna parte que no lo haya hecho efectivamente. ¿Y por qué no falsear las entradas en la recicladora o en el ascensor? Porque de hecho no está entrando nada en ellas, y falsearlo haría que el número de gente que podría detectarlo aumentara exponencialmente. No aparece nada raro si no cruzas los datos, y eso requiere un cierto nivel de acceso.
—¿Y por qué has hecho tú eso?
—Porque me aburría, Nather, sólo por que me aburría. Es única razón, te lo aseguro aunque te parezca difícil de creer. Hace tiempo que me pregunto qué hacer con ello. ¿Quién es el responsable?
—¿Y no podría ser que fuera alguien de algún almacén, y ya está?
—No es un almacén, son muchos. Oh, las cantidades son discretas, pero aún así hay que moverlas después para llevarlas a donde sea que lo estén haciendo. Eso requiere más medios. El problema ahora es que si el piloto es algo más que un piloto, y no puedo pensar en alguien que no lo sea con esa capacidad de cabrear a Torba sin que le pase nada, va a mirar precisamente donde debe. Y una vez que lo haga terminará por darse cuenta de que puede contar con los dedos de una mano quién podría tener los contactos suficientes para llevar a cabo la operación entera, así que o la cepa está completamente ramificada o...
—Joder.
—Y no sé cómo va a reaccionar La Federación en cualquiera de los dos casos. Pero estoy asustada. Asustada de muerte. Alguien ha estado extrayendo gente y material para llevarlos a algún sitio, y o el planeta está podrido o alguien muy arriba está moviendo los hilos. Así que te pido que tú y los críos os larguéis de aquí cuanto antes.
—¿Pero... y tú? ¿Qué narices vas a hacer tú aquí?
—Necesito comprobar un par de cosas más.
—¿Para qué?, ¿puedes explicarme un motivo coherente para no venir con nosotros?
—Necesito hacer las cosas bien, Nather, y asegurarme de que nada de esto nos afecte a ninguno de nosotros. Necesito cerrar el tema completamente esta vez.
—¿Y eso qué demonios quiere decir?
—Sólo eso. No va a pasarme nada. Estaré bien atenta de mí misma, créeme. Sabes que —le tendió la mano, y él se acercó y la recogió— soy lo único que necesito para volver con vosotros. Así que mueve tu culo, termina con los cacharros y ven conmigo a la cama.

Y aunque cuando se lo dijo pensó que iba a poner en práctica todas las cosas en horizontal que alguna vez se le hubieran pasado por la cabeza, simplemente se tendieron abrazados entre besos cortos de cuando en cuando, buscándose entre las sábanas como si se acabaran de conocer y aún tuvieran que encontrar los lugares en los que se reconocían el uno al otro como nadie más habría podido. Se preguntó cuánto habría del presente que termina en todo ello, pero no mucho más tarde, mecida por los besos, dejó de hacerlo y sintió calma.

Torba Cande.

La reunión ha ido según lo que se podía esperar.

Silencia a un par de mensajeros antes de que puedan decirle nada, porque sabe lo que le vienen a decir. No es ciego, lo ve en el tip. Ese inútil del Reclutador parece que quiere volverse activo precisamente ahora, pero tendrá que esperar. Si necesita decirle algo que mueva el culo y se acerque él. Tampoco es que vaya a conseguir nada, pero al menos demostrará presencia de ánimo, cosa que por otra parte duda que tenga. Después de su arenga se siente relajado y en forma. Le ha dado algo en lo que no pensar a ese destacamento de críos gordos e idiotas que llevan la placa como si la estuvieran paseando para que no se aburra. Que actúen. Ahora comprenderán de qué va realmente todo esto, más allá de patrullas de rutina y prácticas de formación. Por primera vez desde que él cogiera el mando tienen un enemigo al que poner cara.

Las malditas polivalentes eran una basura, pero una basura útil si conseguía situarse en el punto correcto, era todo cuestión de estrategia. Tener un espacio reconfigurable que pueda adaptarse a las necesidades de la colonización siempre ha sido muy conveniente, pero no imagina cómo a alguien se le había podido pasar que también podrían ser un caldo de cultivo especialmente beneficioso para que gente sin lealtad se dedicara a montar sus pequeñas y estúpidas conspiraciones. Ahora sabía que había gente en los grupos de control de intendencia que no tenía ni la más remota idea de cómo estaban configuradas las salas en un momento dado, y no porque no tuvieran la información, sino porque cuando se metían allí dentro no coincidía nada. No comprendía cómo los abraza estrellas se las habían apañado para anular los sensores de los paneles haciendo casi imposible hacer un mapa en el que moverse, pero lo habían hecho esquivando todo control. Y claro, para tener alguna posibilidad de revertir aquello habría que cerrarlas durante el tiempo suficiente para arreglarlo todo, deteniendo las producciones que hiciera falta por el camino. Pero Aloz no permitiría jamás eso, "es que si cerramos afectaremos la producción, Torba", se imagina que diría. Un pusilánime. Si se afecta la producción se afecta durante el tiempo que haga falta, porque el resultado es tener una zona confiable. Podría no pedirle permiso y cerrarlas él mismo durante el tiempo que necesitara, pero era demasiado pronto y no quería gastar esa bala en un objetivo tan pequeño. Un objetivo que podría marcar la diferencia pero no sería la diferencia. Siempre se había encontrado lo mismo, era imposible hacer entender al mando civil el verdadero calibre de lo que estaban manejando, como si el enemigo jugara a despellejar mientras ellos seguían con las casitas y los vestiditos. La producción, decían, sin comprender en ningún momento que si el planeta se iba a la mierda no habría producción alguna. Pero claro, la eficacia de Concordia hacía imposible que pudieran comprender el alcance de lo que tenían alrededor. Siempre había pensado que su eficacia era su peor enemigo, tanto tiempo sin incidentes volvía imposible que comprendieran los motivos por los que llevaban tanto tiempo sin incidentes. El mando civil tendría que haber pasado algún tiempo en servicio antes de poder llegar a serlo, sería el único modo de comprender de qué va la cosa. Las polivalentes se le habían pasado porque por muy estúpido que fuera no se le había ocurrido mirar ahí, pero nadie podría reprocharle que no pudiera aprender de sus errores. Nunca podría haberse alegrado más de haber puesto bajo vigilancia al piloto nada más llegar. Quizá podrían acusarle de paranoico, pero eso era lo que le hacía ser tan bueno en su trabajo. Cuando le echó un ojo al informe que había presentado en mecánica pensó que si el tipo no ocultaba algo raro era un firme candidato a hacerlo. No había visto algo tan visiblemente fabricado desde que... bueno, la verdad es que no había visto uno así jamás. Y ahora el que se reía era él, y estaba disfrutando cada segundo.

Le gustaría volarle la cabeza con un fusil a un objetivo que va cambiando en su imaginación. A veces era K, a veces era Aloz, pero lo que tenía seguro que él estaría en el lado del gatillo. No controlar el interior de las polivalentes ni sus entradas y salidas era una desventaja, pero tenía una opción que valía su peso en oro. Desde ayer por la tarde había metido gente dentro buscando los supresores y eliminándolos como medida de distracción. Era una locura, un caos, y no podía evitar que de cuando en cuando se le perdiera un idiota dentro pero, qué cojones, al menos no iba a estar muerto. Quizá pasaran algo de hambre si no conseguían orientarse, pero de eso también iba la cosa. No va a venirles mal en absoluto. Le habían dado un tablero, y cuando uno tiene un tablero al menos tiene claro dónde jugar. Si no podía hacerlo dentro podría hacerlo circundándolo. Si no podía enfrentar al enemigo en combate directo y honorable no iba a dar por perdida la partida. Había modos. Había formas de hacer que las cosas girasen al menos lo suficiente a su favor como para cantar algo parecido a la victoria. Quizá no era su posición ideal, ni el sitio que él hubiera elegido para entablar el combate en una situación más favorable, pero si no tenía nada más lo tomaría sin dudar un segundo. Hay que saber adaptarse, la norma número uno de un soldado. Podrían hacer lo que les apeteciera dentro, podrían moverse con completa libertad, pero en algún momento tendrían que salir y, cuando lo hicieran, las calles serían suyas, y poco a poco los efectivos iban encontrando puertas, uniendo puntos. Si conseguían encontrar la correcta no haría falta nada más. Sólo necesitaban a uno. De todo lo demás ya se encargaría él.

"Señores", había empezado, "es de la máxima importancia que encontremos a esos malditos bastardos. Tenemos reconocimiento explícito, así que solicito la máxima prioridad. Toda información debe pasar por mí, repito, toda información debe pasar por mí, y abrid vuestros oídos hasta que estén a punto de estallaros porque esto es crítico, no me importa una mierda si algunos de vosotros creéis que algo es tan relevante que tenéis que enviárselo primero a vuestras madres, a la prostituta con la que pasasteis un rato agradable anoche o al mismísimo Consejo, todo debe pasar primero por mí. Espero que quede meridianamente claro. Quiero veros ahí fuera siguiendo vuestros retis hasta que os quedéis ciegos, y el primero que tarde dos segundos en actuar después de recibir una orden directa será considerado rebelde de inmediato. Señores, espero lo mejor de vosotros. No me decepcionéis." Esa panda de mentecatos que sólo esperaban un ejercicio más se quedan con las bocas abiertas como tarados, y él continúa un rato repitiendo lo mismo de diferentes modos para que no les quede ninguna duda de lo que tienen que hacer. Cuando termina y les ordena retirarse espera haber resultado inspirador. Mantiene un gesto marcial y confiado para que sea lo último que ven de él mientras se marchan. Si eso no les da el nivel de implicación suficiente para dejarse la piel ahí fuera lo único que podría conseguirlo es apuntarles con una pistola a la cabeza, y lamentablemente no tiene tantas manos.

No podía haber ido mejor, de hecho.

Treinta años, toda una vida al servicio de La Federación para ver cómo ascienden mequetrefes con buenas habilidades de baile, equilibristas del juego político. No sabía cuándo, pero desde luego era claro como el agua que todo el mundo había olvidado que estaban en estado de guerra. Como si esos lo que fueran se pusieran a detenerse en matices una vez que se decidieran a ponerse en marcha, "¿oh, disculpe, usted es poseedor de la etiqueta suficiente como para resultar entretenido en una cena de gala?, por favor, siga adelante, la extinción no cuenta para usted". Añoraba aquellos benditos tiempos que nunca había vivido, cuando el Encuentro era más reciente y todo el mundo sabía perfectamente cuál era el peligro, y odiaba cómo el tiempo era capaz de hacer que las costumbres se relajasen hasta el punto en el que se encontraban: una miserable conjunción de almas mediocres reconociéndose entre ellas oliéndose los sobacos apestosos. Las cepas no eran más que un tipo diferente de la misma mierda. Cuando se pierde el norte todas las direcciones parecen apetecibles, todo el mundo quiere sentarse en su propia silla y olvidarse de todo. La humanidad está compuesta de individuos notablemente dispersos. Dales un tiempo de tranquilidad sin nadie que les presione la tapa de los sesos y cada uno decidirá ir por un camino diferente. Por eso mismo él está dispuesto a agarrar esta cepa y a exprimirla hasta hacer de Huim un lugar ordenado y enfocado. Y si nadie lo impedía en ese momento se encargaría de K, simplemente por haberse atrevido a gritarle cuando le preguntó qué hacía en las polivalentes. No olvidaría jamás su reacción, el modo en el que le llamó idiota y le dijo que no se atreviera a interferir en su investigación. Pues bien, amigo, la investigación la cojo yo, termino con todo, y después si quieres charlamos un rato sobre quién debe hacer qué y quién no. No quedaría demasiado de él cuando le presentara amablemente sus respetos en el momento oportuno. El miedo cementa el esfuerzo vivo y activo, y la pérdida de él es lo que les está llevando a esta decadencia. Si les dan un par de siglos más, cuando los alienígenas actúen sólo necesitarán una escoba y un recogedor enorme para llevarse la mierda en la que se habrán convertido.

Está disfrutando de una copa de importación de verdad cuando suena el comunicador y le transmiten la detención. Lo esperaba, pero sienta bien de todos modos. Deja la copa a medias y sale, ignorando una nueva comunicación de Aloz en la que lo cita en su residencia. "Tarde, inútil, coherentemente tarde, voy años por delante de ti y no vas a detenerme ahora." Este es el momento del baile en el que se retiran las máscaras y el que puede, puede. Y el que no puede se humilla. Así de simples son las cosas cuando todo empieza a ir como debe.

El prisionero está sentado, con una sonrisa desafiante y las manos atadas en los reposabrazos. Decide que prefiere darle un poco de aire, no tiene prisa alguna. Así es cuando eres tú quien tiene todo agarrado y no el de enfrente. Pregunta al interrogador acerca de su traje, que está visiblemente arrugado y lleno de sudor. Su tip le marca mensajes incesantes del Reclutador, lo que le hace feliz. Manda al interrogador a arreglarse, con una pequeña charla acerca de lo importante que es para la disciplina mantener el equipo en orden. Se disculpa y sale por la puerta tras un saludo marcial. Le pregunta al tipo si le apetece algo, y le responde que un buen pollo a la rebelde. Torba pregunta cómo se prepara eso, y le sorprende saber que realmente tienen una receta. Le pide que deje de hablar y llama a un cocinero. Cuando llega le ordena que tome nota. El prisionero empieza de nuevo con ella, y no parece mal del todo. Pollo, algunas especias, una fritura suave. Incluso piensa que no le importaría probarlo cuando esté preparado. El cocinero discute acerca de algunos ingredientes, comenta que no puede conseguirlos todos. El detenido grita "¡por eso es pollo a la rebelde!" Un hombre simpático. Le dice al cocinero que haga lo que pueda dentro de lo que tenga en la cocina y que lo traiga en cuanto termine. Lo quiere para lo antes posible.

—Comprendo que no va a interesarte una mierda, pero quizá puedas aprender algo, así que mientras hacemos tiempo voy a contarte un par de historias personales. Un par de anécdotas para... que te sitúes.
—Por mí...
—Presta atención. Quién sabe, a lo mejor puedes aprender algo de ellas.
—Seguro.
—Recuerdo una vez en la que uno de mis mejores compañeros —dice, confidente— se quedó atrapado en una exclusa como un gazapo demasiado crecido en la madriguera, no sé si me entiendes. No había muchas opciones de rescate desde dentro porque el muy idiota había bloqueado el acceso intentando que no le capturáramos en el ejercicio, y mientras éste no se cerrara no había forma alguna de abrir el de la habitación con la que conectaba. Así que las posibilidades no eran muchas realmente para él, y se limitaban a quedarse allí enganchado hasta que se le acabara el aire y muriera como una rata, lo cual es tan prometedor como parece. Se nos dio la orden de no intervenir porque ninguno teníamos experiencia alguna en ese tipo de EVA de rescate y, en teoría, había un grupo en camino desde el orbital. Pero joder, yo sabía cuánto iban a tardar en llegar, no es muy complicado hacer los cálculos, y no se puede dejar que uno de tus compañeros muera de esa forma. De ninguna forma, pero mucho menos de una tan tonta. Así que cogí un cortador y empecé a abrirle un maldito boquete al módulo. Yo no podía ver al tipo, pero sabía que estaba enganchado en la exclusa interior, e intenté cortar lo más lejos que pude de ella. Abrí el casco después de un rato y de cerrar las comunicaciones externas, tanto grito con órdenes de retirada no hacía más que ponerme cada vez más y más nervioso. No sé cómo no podían comprender que si había llegado hasta allí no iba a abandonar teniéndolo tan cerca. Una vez dentro le vi enganchado por el abdomen y sin sentido, pensé que medio aplastado por el propio diafragma de la exclusa. El portón exterior y el interior permanecían abiertos al no haberse completado el cierre de éste, una buena noticia para el tipo, de otro modo se habría convertido en una masa amorfa e irreconocible dentro y en trocitos de humano fuera de los bordes. Corté el diafragma, me lo eché encima y cuando llegué al agujero me di cuenta de que no íbamos a caber los dos a la vez. Tanto la opción de dejarle flotando dentro como la de dejarle haciéndolo fuera me intranquilizaban un poco, no sé si me explico, así que al final opté por agrandar el agujero. Claro, podía haber salido cogiéndole de un brazo o de cualquier otro sitio y sacarlo detrás de mí, o sacarle primero y agarrarle igual mientras tanto, pero cualquier pequeño despiste, cualquier inconveniente y le habría perdido. Dejándole a él dentro las opciones mejoraban, pero me había tirado un buen tiempo allí entre unas cosas y otras y no sabía cuánto oxígeno le quedaba en el traje, así que me puse a agrandar el maldito agujero y listo. Y estoy en ello y de los paneles empiezan a saltar chispazos como si aquello fuera una fogata. Cuanto más cortaba más chispas por todas partes. Me empecé a preocupar por la posibilidad de que me incendiaran el traje, hazte una idea de a qué nivel eso estaba soltando fuego. Finalmente terminé de ampliarlo, lo saqué y lo metí directamente en el primer hangar disponible. No puedes hacerte una idea de las sirenas, los empujones y la locura del momento. Entre los que estaban cabreados conmigo y los que querían darme un abrazo hubiera tenido suficiente para un par de meses sin hacer otra cosa. A él se lo llevaron hacia la enfermería y a mí hacia el despacho del teniente. No sin problemas porque resulta que había cortado un par de nodos de energía y algunos de comunicaciones, así que la nave de prácticas estaba medio apagada, medio muerta. A mí me daba igual, realmente, sólo quería saber cómo estaba mi compañero. Parece ser que tenía tantas ganas de acabar bien el ejercicio que dio la orden de cerrar la exclusa desde fuera y entonces la atravesó, y fue cuando el diafragma lo pilló y casi le parte por la mitad. El teniente y el resto de los mandos andaban medio locos, llenos de furia, pero cuando fui a ver al tipo y respiraba y se movía y hablaba, comprendí que había hecho lo correcto. Una mancha en el expediente por haber desobedecido órdenes directas y por haber inutilizado media nave no son nada comparado con eso.

El tipo no responde, así que él empieza a preguntarle, pero sin mucho empeño. Quién es el cabecilla, silencio y tortazo, quienes son tus compañeros, silencio y tortazo, cuáles son vuestros planes, silencio, puñetazo y cabezazo. Está calentando bien, lo nota en el tono que adquieren sus músculos.

—Voy a contarte la otra, hoy me siento especialmente hablador. Salí de la academia con grado de teniente. No sé si conoces la política de Concordia según la cual el primer año de servicio se tiene que realizar siempre como soldado raso en algún destino. ¿Sí? Bueno, el caso es que me destacaron en aquel planeta en el que era algo conocido que una especie menor de cepa estaba tomando el control de todo rápidamente. No es que pretendiera revolucionar nada, funcionaba más como una organización local de juego de favores. Se extendía por todas partes tomando control de todas las actividades a su alcance, porque luego podía traficar con ello y obtener mejores puestos para los que estaban en su cuerda. No sé, tampoco es que tuvieran más opciones que esas al fin y al cabo, o quizá sí, no puedo saberlo. El caso es que todos los novatos que habíamos aterrizado allí estábamos más que concienciados con el tema de encontrar la cabeza de la rebelión y cortarla de raíz. Indagando después parece que a LaFed le daba más o menos igual, dentro de lo que pueden darle igual cosas como esa. Quiero decir que no tenían ninguna aspiración política ni querían cambiar nada, sólo controlarlo. Pero, claro, para controlar ya está LaFed, y en ese sentido, y con razón, no suele permitir ningún tipo de interferencias. Empiezas con algo molesto y luego quién sabe, quizá te da por pensar las cosas de modo incorrecto. Ya sabes, "el egoísmo es el fin del CER". Pero alguien debió tocar las narices a quien no debía y se había pasado la consigna de obtener toda la información posible para terminar con ella de una vez. Joder, ese planeta estuvo cerca de la extinción. Te lo digo en serio, zambombazo biológico y a tomar por culo todo, una repoblación posterior nueva y solucionado, la maldita cepa estaba metida en medio de todas las actividades que te puedas imaginar. Empezaron a acojonarse los muy cabrones cuando la corp ordenó el cambio de todos los mandos militares, ahí sí que pensaron que iban a estar bien jodidos. Ya te puedes imaginar, nueva gente al cargo, nuevas inquietudes y ganas de mejorar el expediente, y empezó a caer gente por todas partes. Hubo un par de escaramuzas callejeras y nos dimos bien con los que salían a protestar, pero bien de verdad. Hubo sangre, golpes, todo lo necesario para acabar con el asunto. Dirigentes locales llamando a la calma y al respeto de Concordia, investigaciones con detenciones masivas... bueno, supongo que te haces a la idea. Dentro de los detenidos había incluso uno de los nuestros. ¡Uno de nosotros! Así que me acerqué a él donde estaba detenido y le reventé la cabeza de un disparo. No es algo de lo que me alegre, pero te juro que tampoco es algo de lo que me arrepienta en absoluto.

—Nadie puede matar a alguien de Concordia y...
—Bueno, pues parece que sí. Quizá comprendas que un tipo en una silla que se muestra demasiado confiado, en mi modesta opinión, que no es capaz de valorar con precisión su situación actual, no va a suponer mucho problema en mi escala de valores. No es que no esté disfrutando el momento, desde luego. Pero creo que es posible que en algún momento tú dejes de hacerlo.
—No tengo nada que decir.
—Es curioso. La última vez que lo miré el dispositivo que camufla la identidad del dueño de un tip era ilegal. No sé, no es mi campo realmente, quizá debería consultarlo de nuevo, ¿no crees?

Como no responde vuelve a la rutina, quién es el cabecilla, tortazo, quiénes son tus compañeros, tortazo, cuáles son vuestros planes, puñetazo. Y a empezar otra vez, quién es el cabecilla, tortazo, quiénes son tus compañeros, tortazo, cuáles son vuestros planes, puñetazo. Va cogiendo ritmo, es una cadencia divertida. Inútil, pero divertida, y disfruta viendo como la cara del tipo se va amoratando. Casi parece que incluso él también le está cogiendo el gusto, que espera los golpes con alegría. Han establecido una especie de relación, y se alegra de que el otro también esté implicado. No está aquí para ser un capullo, al fin y al cabo, está aquí simplemente para obtener información. El otro la tiene, y se la niega. Sabe el precio que tiene hacerlo, y lo acepta. Quién es el cabecilla, tortazo, quiénes son tus compañeros, cabezazo, cuáles son vuestros planes, puñetazo, y su ojo izquierdo va adquiriendo una hinchazón curiosa, abruptamente cóncava. Así que ahí vamos otra vez, pregunta, respuesta, golpe, pregunta, respuesta, golpe. Una rutina en la que ambos están ya cómodos. Cuando llega la comida encarga al cocinero que le dé de comer. Discuten sobre si es una buena receta o si no está mal, o si tampoco es nada del otro mundo. El detenido les interrumpe de cuando en cuando y les dice que si no piensan que es el mejor pollo que han comido en su vida no tienen ni idea de gastronomía. El comandante está de acuerdo, definitivamente le gusta el pollo a la rebelde. Para cuando terminan todos parecen satisfechos.

Una lástima la comida que el tipo vomita cuando justo termina de sacarle un ojo. Afortunadamente ha podido esquivar la masa líquida que iba directamente hacia él y no ha llegado a mancharle el traje. No sabe lo que hubiera podido hacerle si no lo hubiera conseguido. Tres minutos después el tipo está por fin hablando, aullando de dolor entre un nombre y otro. Torba se sienta y pide una palangana, con la que le limpia la cara y amablemente le pregunta por el nombre del cabecilla. Él le mira desde su único ojo pidiendo algo de tiempo, pero la sonrisa del comandante no le deja lugar a dudas.

—Borgar... Borgar Dungar. Joder, que Bob me perdone, Borgar Dungar.
—Bien, amigo. ¿Ves como no era tan difícil? No puedo decir que hayamos disfrutado por igual del momento, pero supongo que tampoco lo esperabas de otro modo. Tienes que entender que así es como suceden las cosas cuando te saltas la ley. Cada uno de nosotros cumple su cometido en cómo suceden las cosas. No voy a decir que para mí haya sido tan desagradable como para ti, pero... tampoco quiero que pienses que para mí es... vaya, da igual. Se me ha acabado la inventiva.

Alguien está transmitiendo los nombres a los efectivos que peinan las calles, y dentro de no mucho formarán un bonito grupo con vistas al patio. Le informan de que han encontrado a Borgar muerto hace no demasiado en compañía del piloto, lo cual no deja de ser inconveniente. Entra dentro de lo posible que se le haya adelantado, pero no va a dejar las cosas así si puede evitarlo.

—Vaya, parece que no hemos terminado aquí.
—Por favor...
—Necesito que me des el nombre real del cabecilla. Parece ser que el último que has dicho lleva unas horas mirando fijamente al horizonte, no sé si me explico. No dejo de reconocer un movimiento inteligente cuando lo veo, pero culpar a un muerto no parece muy honorable, ¿no crees? No es muy bonito, desde luego.
—Oh, no...

Y el tipo no está lamentando la muerte de un amigo, desde luego. Lo que muestra su cara no es pena, sino el terror del que ve que ve su tapadera descubierta, Torba está convencido de ello. Así que Borgar no debía ser el líder al fin y al cabo. Presiona un poco, da un par de golpes. Hace daño donde ya duele. Y le da igual que le diga el nombre de la primera persona que pase por su cabeza, de su primera novia, del tipo que le vende las cervezas. Lo que necesita es cualquier cosa. Ni siquiera tiene que zurrarle demasiado, el tipo está roto. Y cuando habla no puede creerse que tenga tanta suerte. Ese nombre junta tantas variables positivas que no puede creérselo, pero tampoco es que le haga falta hacerlo. Con que haya aparecido ahí es mucho más que suficiente. Vuelve a coger la palangana y le dice que ya ha pasado todo, que ha hecho lo que tenía que hacer y que ahora puede descansar un rato. Lo limpia con cuidado.

Así que lo primero es lo urgente. Llama a un médico y espera. Cuando llega mira al ojo al prisionero y le corta las piernas con el láser, sin gestos grandilocuentes. Esa va de regalo. El tipo pierde el sentido, y Torba le dice al médico que lo quiere vivo. Él le responde que el láser cauteriza, y el comandante le ordena que se asegure de no perderlo, que eso es todo lo que necesita de él por ahora.

Cuando despierta parece un tanto desorientado. Mirando alternativamente a Torba, al hueco que han dejado sus piernas en la silla y al bulto que han colocado al fondo de la habitación, en una esquina. "Espero que hayas disfrutado la comida", le dice, "te dejo a solas un rato para que recapacites sobre tu vida, extrae una lección de todo ello". Cuando sale está aullando. Hay que darle tiempo para que se acomode a la nueva situación y vuelva a ser silencioso, porque su fascinante jornada aún no ha terminado. Aún le queda lo mejor.

Cuando se relaja y finalmente coge la llamada de Aloz este le pregunta que qué está pasando. Él le dice que ha conseguido encontrar la cepa y que está acabando con ella. El Reclutador le responde que tiene que parar, que es necesario reunirse de inmediato. Sólo tiene una velocidad, un engranaje. Nunca ha sido un valiente ni ha sabido lo que tenía que hacer, así que intenta detenerlo todo incluso ahora que la realidad se está despeñando ladera abajo. Si tiene que ponerse serio no le va a costar demasiado esfuerzo. Le dice que esté tranquilo, que gente más capacitada ha cogido las riendas, que no se mueva de la residencia hasta que él llegue. Se sulfura y grita. Bueno, que grite lo que quiera. No puede hacer nada para que él suelte la presa ahora. Vuelve a sus habitaciones y coge la copa mediada y la llena hasta el borde, concentrándose en averiguar qué va a hacer ahora. El nombre que dijo es Glenda. Glenda Sobrado. Brinda consigo mismo por su suerte, apura la copa y da la orden de meter al chivato en la misma celda que los demás, no sin antes dejarles ver la grabación del momento en el que da ambos nombres. Que decidan ellos mismos.

Y justo cuando termina vuelve a sonar el tip. Está a punto de rechazarlo pensando que es de nuevo Aloz, pero cuando mira cambia inmediatamente de idea. Es el alto mando. Disfruta sintiendo su momento haciendo un ruido estruendoso mientras llega.

Ya era hora.

Capítulo 3.

—¿Qué tal esos trámites? —pregunta al invitado cuando termina de sentarse y ordenar el café—.
—Bien, Consejero. Mucho mejor ahora que me limito a firmar documentos sin más. Sigue pareciéndome confuso, aún así.
—Normal, amigo mío. Es una opción razonable no dejarse llevar por una idea equivocada de lo que es importante y lo que no lo es. E intuyo que estás pasando por otro tipo de procesos de... de adaptación al puesto.
—Mucho en qué pensar. Como tener una colección de juguetes que se van rompiendo.
—Bueno, no me parece una imagen desacertada, al fin y al cabo. En realidad hice una pequeña trampa cuando concebí el programa de charlas que íbamos a tener en este pequeño jardín. Recuerdo haberte dicho en su primera visita que quería allanarte el camino, y es completamente cierto, pero... estoy acelerando un proceso que debería llevarte años completar. Es una pequeña jugarreta por mi parte, es cierto, pero creo que necesaria. No lo hubiera hecho si no hubiera revisado a fondo tu expediente.
—No quiero pecar de modestia, pero no veo que tenga nada de especial.

El Consejero sonrió mirándole fijamente un segundo, para después remover con la cucharilla el líquido ambarino de la taza y alisarse cuidadosamente el pelo.

—Amigo mío, llega una etapa en la vida en la que casi nada lo es. Una razón es seguramente que has visto demasiado como para que nada pueda realmente sorprenderte, y otra quizá que con los años se va perdiendo la capacidad de ver lo nuevo como realmente nuevo. Intento mantenerme lejos de ambas, aunque quizá la segunda sea enteramente culpa nuestra, de lo que hemos hecho aquí. De nuestro enemigo más real, quizá después justo de los responsables del encuentro.
—La Inconsistencia.
—La Inconsistencia, por supuesto. No puede ser otro. El problema de los nodos completamente independientes es que puedan llegar a serlo realmente. Imagina una expansión en la que los nodos lo son tanto que la comunicación es imposible, que las tecnologías son diferentes, que no puedas viajar de un lado a otro sin tener que pasar por largos procesos de aprendizaje.
—Eso lo comprendo, Consejero. Es parte del aprendizaje básico.
—Por supuesto que lo es. Este es un estado de excepción, y esa y no otra es la guía que mueve todos los pasos que se dan a cierto nivel, con sus salvedades debidas a la imposibilidad de poner en marcha un modelo perfecto. En esta solución al estado de excepción en concreto elegimos conservar un conocimiento homogéneo para poder mantenernos fluidos llegado el caso, pero eso no se hace sin tener que pagar un precio.

El consejero permanece un momento en silencio, se estremece, y le pide una chaqueta a Arnaud.

—Ese, Consejero, en cierto modo, ha sido uno de mis temas preferidos desde siempre. En los años de la conquista del sistema solar es curioso ir observando cómo los diseños de las naves se fueron homogeneizando. El espacio es un entorno hostil, y es conveniente poder reparar naves y equipos en apuros sin tener que llevar en el cargo cientos de piezas de repuesto. El idioma y los controles de navegación fueron paulatinamente homogeneizándose. Si uno examina las naves y las herramientas del primer siglo y después las del segundo... el proceso de cambio es extraordinario.
—Así es, y realmente no creo que hubiera podido ser de otro modo. Mira, por otra parte, los procesos de producción, imagina lo que mejoran si sólo deben fabricar unas decenas de piezas en vez de unos cientos, o incluso miles. El desarrollo de la tecnología mejora de forma radical si se simplifica. No hay parte del proceso, desde el diseño hasta el uso final, que no mejore significativamente. Por supuesto, a estas alturas ya debes imaginar que tiene un pero.
—Sólo puedo ver uno, en realidad. Quizá una cierta dificultad para adoptar nuevas tecnologías que no puedan hacerse compatibles con las actuales, en los objetos que ya de hecho sean cotidianos.
—Nada nos impidió desarrollar el motor WARP y la puerta espacial.
—Por supuesto, ¡porque eran objetos realmente nuevos, sin precedentes!
—Y nuestra flota entonces, una flota con equipamiento depurado después de mejora tras mejora, que se había refinado tanto que casi podría ser considerada perfecta... y sin embargo tan acostumbrada a una realidad de velocidad subwarp...
—Santo Bob.
—Por favor.
—Disculpe, Consejero.

Ahora es el invitado quien se queda callado y ordena con un gesto un nuevo café. No puede evitar que las manos le tiemblen ligeramente. Empieza a hacer casi demasiado frío. El consejero mira a la fuente y vuelve a recordarse a sí mismo puliendo cortezas de árbol hasta dibujar una quilla. Tirándola al agua para ver cómo flota y se mueve, intentando golpear las de sus compañeros, mejorando en cada nueva pieza que talla. El invitado titubea un momento mientras aclara sus pensamientos, y entonces habla.

—Pero nos adaptamos. Construimos una nueva tecnología, que volvimos a estandarizar haciéndola fiable, simplificando y multiplicando la versatilidad. Comprendo el problema, Consejero, pero no termino de ver realmente su importancia. Si llegado el caso se produce un cambio lo suficientemente grave podremos reaccionar, y mientras tanto mantenemos nuestra capacidad de organizarnos como una única cultura, la de agruparnos y reagruparnos según dónde ataque el enemigo, la de ofrecer un blanco correoso y difícil de exterminar que se adapta y se reorganiza entorno al peligro con más rapidez de la que este puede manejar.
—Por supuesto que no puedes ver su importancia, amigo mío, porque no está ahí. No es el único precio que estamos pagando, aunque tampoco esta tan lejos como para que no puedas verlo en cuanto puedas revisarlo todo un poco más despacio.

"Dos manos".

No era como un encargo cotidiano, o como un maldito ejercicio de rutina. Menuda oportunidad para freír la cara de esos pobres idiotas. Karl, Note, Vil, allí en casa con sus trabajos importantes haciendo mierdadas. Uno de ellos, no recordaba quién, fue el que le dijo que mierdadas no es una palabra. Eso no iba a ser suficiente para que él dejara de decirla, como mucho la hacía más suya. Por supuesto tampoco iba a dejar de decirla si le daba la razón al hacerlo, así que ya se podía poner a esperar, el idiota. A ver quién era el guapo que dejaba de considerar esto como un éxito en toda regla con el que poder volver a casa como quien lleva un tesoro entre los brazos. Y el tesoro sería él mismo. Estaba seguro de que ahora le mirarían de otro modo, como no lo habían hecho nunca. No es que le hubieran menospreciado todo el tiempo, pero sería estupendo que las cosas cambiaran un poco a mejor. Como el pasillo parece despejado sigue avanzando, entre trozos de cañerías que revientan y saltan por los aires, entre gente agarrándose el cuello como si no pudieran encontrarlo. Sentía unas ganas horribles de decirles "eh, lo tienes ahí, justo entre tus manos", y reírse un rato. No habría estado bien del todo, claro. Pensó en buscar una salida por alguna parte antes de que tuviera que hacerla él mismo en una pared cualquiera, si es que podía conseguir que le dejaran en paz el tiempo suficiente, cuando la vio siguiendo a los que salían boqueando como peces buscando aire. No se llegaba a formar parte del cuerpo de élite si no se sabían seguir las reglas más elementales de orientación, pero no siempre las cosas estaban del todo donde debían, solía haber pequeñas diferencias, y por eso uno no siempre está del todo donde cree estar. Para orientarse hay que conocer perfectamente en qué tugurio te estás moviendo. En la academia todo era distinto. No radicalmente distinto, pero sí diferente. Muñecos, simulaciones, ejercicios, corre hasta aquí, pega un salto, levántate, date la vuelta, vuelve de espaldas sin perder de vista al maniquí que representa al enemigo. Eso era más o menos complicado en el momento, pero en el fondo fácil. Cómo le gustaría ver a la cabo aquella otra vez después de esto, decirle que no siempre las cosas son lo que parecen, hasta el punto de que es más fácil pensar en lo evidente que rascar un poco, que tener una idea un poco más informada de lo que sucede. Hay que informarse, no cuesta tanto. Y es que no es tan complicado, si uno lo piensa bien la gente es lo que es en un momento pero puede ser todo lo contrario en el siguiente, si se presenta el correcto y las ganas. Le gustaría volver a verla, estaba buena. No buena de volverse majareta, por supuesto, pero sí buena. En realidad buena de sudar. Buena de agarrarse la polla y tener que tener una conversación seria con ella para que se estuviera quieta y dejara de saludar con ganas un rato. Buena de preguntarle a Bob en qué narices estaba pensando cuando terminó de hacerla. En qué estaba pensando y, sobre todo, dónde tenía las manos justo después. Bueno, quién sabe. Y si alguien lo sabe ese es el buen Bob, así que asunto terminado.

Estaban acabando allí dentro, retransmitió la posición de la puerta y esperó a ver si alguien se retrasaba, alguno podía haberse perdido o estar herido. Quién sabe, con toda esa gente loquísima y desesperada por ahí no se puede estar seguro. Las comunicaciones no dicen nada, pero uno no suele hablar mucho cuando está muerto. Se le ocurrían un par de buenas opciones más para ser incapaz de contestar, aunque no quería pensar demasiado en ellas, tétricas. Sólo tendría que aguantar un momento, hacer recuento e irse hacia arriba, a la estación meteorológica que le habían asignado como punto de destino. Era lo que tenía que chequear. Así que sólo esperar a que pasen todos. El puto Vil, allí metido en su cubículo esperando a que las naves fueran atracando, un controlador de tráfico. No era broma, no había ninguna broma en eso. El tipo se colgaba ahí arriba en su cúpula de cristal y vigilaba que los pilotos se metieran en el muelle que les había asignado. Y eso le parecía importante, al muy capullo. Iba a alucinar cuando le contara. El día que volviera a encontrárselo hablarían despacito de todo eso, le explicaría un par de cosas con calma. De eso y de lo de Lucas, por eso sí que iba a tener que responder, y dijera lo que dijera iba a perder un par de dientes, e incluso un par de buenos años de vida si podía conseguir algo así de un par de golpes. El último ha pasado, no hay nadie comprometido. Eso siempre es una buena señal, así que se pone a caminar. Al hacerlo se siente un poco menos raro, o al menos un poco más normal. Por todas partes ve rastros naranjas, nubes del gas a ras de tierra. Un par de ranas en una charca pidiendo a gritos un cambio de agua. Bueno, un cambio de agua o algo, pero en su idioma debían estar suplicando lo que fuera. La estación quedaba lejos, tanto que pensó que podía pedir un transporte, pero se recordó a sí mismo que si no lo tenía era porque no era necesario, así que continuó andando mientras se llamaba idiota. Este era el puto momento, y no podía cagarla ni un poquito. No tenía derecho, por lo que fuera a ser él mismo en el futuro. No quería ser demasiado exigente, pero gracias a lo que era ahora mismo tendría un resto de su vida precioso. Una manada de perros bailaba allí al fondo, en los árboles, una danza exótica de cabeceos contra el suelo. Vaya cosa. Vaya maldita cosa. Al verlos comprobó nervioso la integridad del traje y el reti le mostró un resultado positivo. Menos mal. No podría dejar las cosas en paz con Vil si moría, y si lo hacía de forma idiota ni siquiera podría dejar un bonito recuerdo. Le cubrirían, seguro, lo había visto antes, pero prefería que no fuera así. Si moría ahora el tipo pensaría que lo de Lucas se había quedado en menos que nada, que había salido entero, se sentiría salvado, pero él sabía que la piedra que le había reventado la cabeza no había venido del cielo, tenía la forma perfecta para encajar en un tirachinas como el que utilizaba todo el tiempo. Y suponía que todo el mundo pensaba lo mismo, pero claro, un futuro piloto de combate no podía perder sus oportunidades solo por eso, al fin y al cabo no era más que un puto perro. Bueno, un perro, no hacía falta añadirle más. Y él se había visto a sí mismo tan pequeño que no había tenido los cojones necesarios como para abrir la boca y decir lo que tenía que decir. Eso era todo, una cuestión de agallas. Una cuestión de decir me da igual, pero esto no está bien. La verdad es que uno no puede decir cosas como esa cuando no es nadie, así funciona el mundo durante toda la semana. Ya se encargaría de decirlo cuando volviera siendo alguien. Si no se lo impedían le bajaría él mismo de la maldita cúpula de control en la que había finalmente terminado y le metería un montón de mierdadas por el culo. Una tras otra, si alguien era capaz de preguntarlo, hasta que simplemente no cupieran más y explotara. El camino flanqueado por pájaros ya muertos tiene una cuesta jodida, no nada que le impidiera subir en condiciones normales, pero con el traje en modo de bajo consumo la cosa se complica un poco. Pesa como una puta roca de granito, joder. Casi podía escuchar a Karl diciéndole que era un maldito quejica, que levantara la barbilla y tirara hacia delante. Pues coño, tiraba. La tierra parece extraña, grano gordo mezclado con grano fino, como si el camino no se hubiera hecho andando y le hubieran tirado grava encima para matar cualquier cosa que pudiera crecer encima. Vaya tarados, al final lo que tiene que crecer crece y punto. Le recordaba a aquel punto del patio al que no iba nadie, en el que los caminos habían vuelto a pertenecer a las plantas. Y a aquel otro al que iba todo el mundo, en el que los caminos no los seguía nadie y se habían hecho nuevos sólo a fuerza de pisar. Los que diseñaban las cosas tenían que estar locos si pensaban que sólo con desearlo la gente iba a ir por donde a ellos les diera la gana, y que sólo por trazarlos las plantas iban a dejar de considerarlo un sitio correcto donde brotar. No importa cómo organices a todo el mundo, al final se organiza él mismo. Ve un transporte parado a la izquierda, tras la curva, con las puertas abiertas. Un tipo se retuerce dentro intentando abrir la guantera entre estertor y estertor. Piensa que se va a quedar un rato a verle desde una prudente distancia, pero cuando le ve se pone en pie, con todo el rollo de diarrea escapándose por las perneras de su pantalón, mugiendo como un toro en un intento de liberar la traquea y tendiéndole las manos. La gente se equivoca mucho con los soldados. No dejan de hacerlo todo el tiempo. Era como si se pudiera razonar con ellos, como si fueran a encontrar un flanco accesible en el que decirse "eh, qué coño, al fin y al cabo somos todos humanos". Él cumplía órdenes, y si alguien tenía algún tipo de problema tendría que escalar la cadena de mando con las reclamaciones. La gente no era tan gente en el ejército, desde luego. No es no tuvieran una capacidad normal de razonamiento, pero desde luego seguro que sí un menor rango de acción. Corre hasta aquí, pega un salto, levántate, date la vuelta, ese tipo de cosas son su dominio. Nadie sabía dónde estaba Karl, lo que no era raro en sí mismo porque el tipo había llegado a sitios en los que esas cosas no se sabían casi nunca. Y menos con su expediente, impoluto. Quizá incluso está ahí arriba, dirigiendo todo esto. Le hubiera gustado decirle que tenían que encontrar un modo de hacer las cosas de otra forma, uno un poco menos sucio. Joder, el tipo está realmente chorreando mierda. Pone un poco de música en el reproductor, simplemente para no escuchar los lamentos que empiezan a llegarle sordos por el aislamiento que ha activado cuando no pudo soportarlo más. Estaba haciendo un esfuerzo genial con esa traquea tan destrozada, desde luego. Afortunadamente debe ser como doscientas veces más rápido que él en su estado, porque de otro modo habría tenido una situación ahí a la que no le apetecía enfrentarse más que de un modo expeditivo. Al fin y al cabo qué más daba. Si al menos Luisa le estuviera acompañando habría importado menos, pero estaba bien jodida. Es la cosa de estar vivo. Un montón de medicina, un montón de recursos y, sin embargo, cuando te follan estás bien follado y punto. Estás y no estás, hola y adiós, mala suerte, amigo. El tipo no va a alcanzarle nunca, pero tampoco parece que vaya a dejar de intentarlo. Quizá él hiciera lo mismo en su caso. Le da algo de pena y levanta el láser para que deje de sufrir, y casi le parece escuchar debajo de la música al tipo gritando "no, por favor, no", mientras alza los brazos protegiéndose la cara. Vaya mierda en la que le toca estar a veces. Pues te reviento. Hazme caso, al final vas a estar un poco más tranquilo, si es que algo sé de eso. Bueno, de no sé de casi nada, pero aquí tienes lo tuyo. Que Bob te recoja, amigo. El tipo es un charco entre él y el transporte, uno bastante desagradable. Se acerca por pura curiosidad y ve que en el asiento hay fotos de niños. Puto pederasta. Bueno, no, espera, hay sólo dos, quizá sean sus hijos. Dos repetidos todo el rato. Críos pequeños. No es bonito, la verdad. Pierde el hilo, dónde coño esta Luisa cuando hace falta. Ella ya tiene bastante con lo suyo, pero tampoco le importaría que estuviera aquí echándole una mano con esto. No es nada justo que le haya dejado solo. Son compañeros, esas cosas se hacen los unos por los otros.

El camino acaba en un llano cubierto por una pradera de hierba, con árboles frutales espaciados entre pequeños huertos con lo que le parecen patatas, zanahorias, coliflores. El sitio tiene toda la pinta de un puto edén. Allí se tenía que vivir estupendamente hace un rato, como quien dice. Se acerca y mete la punta de la pistola en la tierra para comprobar que no estaba encharcada, pero tampoco seca. Esa gente sabía lo que se hacía con las plantas. Luisa también está buena. Bueno, quizá estaba. Putas cosas. Esté como esté desde luego es como para tener que tener una conversación otra vez con el de abajo cada cinco minutos, en plan "eh, relaja". Empieza a notar como la rabia le sube por el cuello y le llega a la boca en forma de algo amargo y desagradable. Si el responsable de toda esta mierda era Karl no le importaría tenerlo delante para explicarle un par de cositas a él también. Hoy se está sintiendo con muchas ganas de hablar con gente concreta, lo que es raro. Sabe que a cierta altura todo son puntos en un mapa, pero más de cerca esos puntos resulta que tienen sus aficiones, y hablan. Esos puntos hacen cosas muy parecidas a las que hace el tipo que les mira desde arriba, si pudieran parar un poco y darse cuenta. Mea y el catéter recoge el fluido y lo lleva al depósito de su espalda. Levanta la vista sobre el edificio de la central y puede leer "Huim, 7.24". Si hubiera habido más tiempo tendrían que haberle puesto un compañero sustituto, esta mierda no es para ir por ahí sólo, con tu propia respiración resonando dentro del casco como en una película de terror. Es como aquello del perro, esa tarde de domingo en la que salió gritando "Lucas", una y otra vez, como siempre, pero esta vez ni aparecía ni podía escucharle ladrando por alguna parte, molestando a los gatos del vecino que eran tremendamente estirados y estúpidos. Lo siento, dice, como le dijo cuando entonces sintió lo mismo, justo después de encontrárselo tumbado en... bueno, de encontrárselo. Aunque no terminaba del todo de comprender por qué tenía que sentirlo cuando... da igual. No terminaba del todo de comprenderlo, no era más que un perro, un puto perro. Bueno, un perro, lo de puto no hace ninguna falta. Con la cabeza destrozada, intentando levantarse sin poder hacerlo, y él acariciándole el lomo porque era una parte en la que podía hacerlo sin peligro de ponerse perdido. Y no es que le importarse mancharse de él, sino que no quería empeorar la cosa, no quería tocar algo que terminase de romperlo, y al mismo tiempo sí quería para que pudiera descansar tranquilo. Es raro no saber cuál es la opción que prefieres, fue muy raro estar dividido de ese modo. La verdad es que no se maneja bien con ese tipo de sentimientos encontrados. Lo que le hubiera gustado en realidad era reventar a esos gatos en vez de insultarlos, estirados y estúpidos, mirándolo todo sin decir nada. Seguro que estaban contentos por ello. Si en ese momento los gatos hubieran estado cerca habría acabado con ellos sin pensarlo dos veces, y luego quizá se habría arrepentido. Después todo había sido un poco lo mismo, pero en diferentes sitios. En la academia con los ejercicios prácticos, cuando el tipo que era un verdadero genio terminó explotado contra un raíl. Seguro que no se decía así, menuda palabra tonta que decir. ¿Riel? Una vía. Estaba muy cansado de repente. Tenía que dejar de pensar en todo aquello si no quería poner en peligro su trabajo, no poner en peligro la vuelta a casa, no poner en peligro el trofeo. La vuelta a casa restregándole a todo el mundo que él, un tipo no demasiado inteligente, no demasiado guapo, no demasiado valiente, había conseguido lo que ninguno de ellos se había atrevido ni a soñar. Joder. Qué cosas, él mismo. Le gustaría tomarse algo con alcohol ahora, ya, estar en la nave. Pero para eso tendría que terminar el trabajo y entrar en aquella maldita cosa de una vez, que era lo que estaba retrasando. Seguro que eran sus hijos, los del pobre tipo que se había estado cagando por las perneras del pantalón. Vaya. Vete tú a saber dónde estarían ellos dentro de todo esto. Le gustaría pensar que están fuera, pero es realista. No es que él se considere especialmente sensible, pero podía ver cuándo la mierda te cogía desprevenido sin tener culpa alguna. Esas cosas pasan constantemente, mira Laura.

Entra por la puerta aplicando el código de su tip sobre el receptor. La puerta se desliza un poco a la izquierda y se detiene, atrancada. Definitivamente no quiere meter sus manos ahí dentro, así que busca un palo grueso que parezca resistente y hace palanca con él hasta que consigue abrirla. Encuentra el raíl reventado, aplastado por un martillo o algo pesado. Riel otra vez, palabra tonta, vaya día. Tendría que buscar cómo se decía realmente eso, la vía sobre la que la puerta rodaba. Recorre el pasillo bañado por luz blanca prestando atención a cualquier movimiento. Eso lo tiene bien entrenado, mirar al fondo pero sin centrarse en nada, dejar que el cerebro recoja cualquier movimiento y apuntar el cañón del arma instintivamente hacia allí. No comprende por qué nadie tendría que plantar verduras en una estación meteorológica, la gente tiene aficiones extrañas. Eso seguro, no pueden centrarse en una sola cosa a la vez. Si quieres plantar patatas hazlo en tu casa, joder. Entra en la única sala grande que tiene la sección, que parece vacía. Pero, por supuesto, no se fía. El comunicador está a la derecha, no se acerca a él de momento, ni siquiera lo piensa. Evita pensarlo con fuerza. Ha visto muchas veces como ese tipo de errores terminan siendo fatales, si hay alguien dentro estará esperando que vaya allí lo primero. Mira detrás de la mesa y entonces la ve, tumbada, intentando esconderse. No se está muriendo, lleva una máscara. Debe estar aterrada. Lo mira e incluso a través del plástico que la protege puede ver lo verdes que son sus ojos. Joder. Tiene una especie de bicho verde entre las manos con algo escrito que no puede leer. Esos de frente deben ser preciosos, piensa antes de dispararle dos veces en el pecho, una en la cabeza. Entonces se acerca un poco y lee "no me dejes dentro". Una mierda de llavero.

Revisa el resto de la habitación, incluso los armarios en los que realmente no podría caber una persona. Es mejor estar precavido, la gente hace cosas desesperadas en situaciones como esta y se encaja en sitios imposibles. Si el tipo estaba allí abajo, a medio camino, y ella está aquí, siempre hay una posibilidad de que estén los críos por alguna parte. Mejor que no. Sin darse cuenta le reza un poco a Bob para que estén muy lejos. Cuando está convencido de que no se va encontrar a nadie más se acerca al comunicador, se identifica y dice "7.24, limpio". Podría haber informado desde el de su traje, pero el protocolo establece que tienen que hacerlo desde las instalaciones locales. Por si alguno decidía ahorrarse el viaje, le había dicho Laura. Vuelve hacia atrás y le retira la máscara para poder escanear bien el rostro. Cuando la información vuelve suenan un par de indicaciones, parece ser que ella era alguien. Eso requerirá una medalla adicional. Se da cuenta de que no ha escaneado la cara del tipo que chorreaba lo suyo por las perneras, pero no le preocupa demasiado, tiene que volver a pasar por ahí para bajar. El tipo ya hace rato que no respira, no es que se vaya a ir a ninguna parte. Baja recorriendo el camino a la inversa hasta que ve el transporte antes de la curva. Le escanea sin éxito, no es más que una mancha pastosa bastante desagradable, y sigue bajando. Ahora está realmente convencido de que el camino es artificial. Quizá cuando repueblen todo esto alguien tenga más luces a la hora de diseñar las rutas. Quizá no. Al final harán lo que quieran, siempre lo hacen. Tendrán que repoblar todo esto, no va a haber bicho que sobreviva. Tendrán que meter un montón de gente para sustituir a todos los que se han ido hoy. Tendrán un buen trabajo por delante.

En el cargo del transporte todos parecen bastante abatidos porque lo que han visto deja su poso, al menos hasta que el sargento se levanta y les grita cosas bonitas. No en su rollo habitual de sois unos mierdas y el mundo podría prescindir de todos y cada uno de vosotros, sino más bien en el de vuestra corporación os necesitaba y habéis hecho lo que teníais que hacer. Eso sienta bien. Les dice que son unos héroes, lo que sienta definitivamente mejor. Les dice que tienen que mirarse los unos a los otros con respeto de ahora en adelante, que han dejado de ser la escoria de la corp para convertirse en la crema de la crema, lo mejor de lo mejor. Y hasta él empieza a sentirse así, pero qué sabe él. No deja de pensar en Lucas, de algún modo todo le recuerda a él. El pobre bicho no tenía que haber muerto, cuando pille a Vil le va a grabar en el pecho la tabla de multiplicar número a número. Menea la cabeza fuerte para que se le pase. No es el más adecuado para interpretar lo que está sucediendo. Despegan de la superficie que se ha vuelto naranja como en un largo amanecer que no acaba. Largo porque dura todo el tiempo entre el despegue y el amarre en el hangar, largo porque sabe que no va a terminar pronto. Una vez arriba todo son gritos de júbilo, gente que se lanza a la cantina para pillarse una buena borrachera. El mismo sargento les ha dicho que como pille a alguien sobrio en un par de horas le va a someter a un consejo de guerra, y conociéndole lo más probable es que lo diga en serio. Si han terminado con éxito tampoco puede echárselo en cara. No es que le preocupe demasiado que su destino en Huim haya terminado de una vez, tiene un montón de ganas de volver a casa y utilizar todo esto para algo. Dos años aquí metido es tiempo más que suficiente.

Decide ir a ver a Laura, aunque no tenga que hacerlo. Ni siquiera porque le guste hacerlo. Simplemente porque siente que de algún modo se lo debe. Siete, el puto gato siamés de ojos torcidos, está sobre la cama en la que ella está tumbada. Debe ser el único gato de un soldado que puedas ver en toda la nave. El padre de Laura es síndico en un orbital o algo por el estilo. Eso no debería marcar ninguna diferencia, pero lo hace, por todas partes donde mires. Ella está hundida en el colchón como si se acabara de caer del techo. Parece bien jodida, la verdad, con todos esos tubos y los sensores, y los paneles de información por todas partes. Le sonríe al verle y a él le entran unas ganas tontas de llorar, pero tendrá que dejarlo para más tarde si no puede evitarlo del todo. Ella está delirando y le llama "Drova". Está completamente zumbada.

—Drova, ¿eres tú?
—¿Quién narices es Drova? ¡Soy tu compañero, Laura!
—¡Pensé que no iba a volver a verte! Tenías razón, tenías toda la razón del mundo, no tenía que haberme alistado nunca. ¿Qué tal está papá?
—¡Laura, joder! ¿Laura?, ¿me reconoces?

Y en ese momento todo empieza a pitar y los gráficos a dispararse, y antes de que se dé cuenta un ejército de enfermeras entran e intentan sacarle de allí para hacer su trabajo, pero Laura le ha agarrado el brazo con tanta fuerza que no hay nadie que pueda soltarlo. La imagen es tonta de narices, él mismo intentando soltarse de la garra de acero en la que se ha convertido la mano de Laura, que lo mira fijamente y no hace más que repetir "Drova, te quiero, dile por favor a papá que a él también le quiero". Y la primera vez le dio por reír, pero mientras tanto ella sigue repitiendo una y otra vez que quiere al tal Drova y a su padre, mirándolo fijamente a los ojos, una y otra vez mientras él se siente cada vez más enfermo.

—Joder, ¿nadie puede soltarme su mano, de verdad?

Y las enfermeras corriendo, dos de ellas intentando aflojar los dedos uno a uno, y todo aquello pitando sin parar, y los monitores crepitando, y ella mirándole a los ojos y diciéndole que no se le olvidará decirle a papá que le quería. Había tenido suficiente drama para todo el día. Y aunque fuera tonto, muy tonto, de repente tiene muy claro lo que tiene que hacer. Se acerca a ella, le pone la mano libre en la frente, le da un beso en la mejilla y le dice "Laura, yo también te quiero, papá está fuera y también te quiere", y ella que lo mira y le lanza un beso, y se va. Deja de estar ahí.

Se va.

La imagen seguía siendo tonta de narices cuando se sienta en el suelo y uno de los médicos dice que hay que certificar la muerte. Todo ha terminado para ella. La vida es una mierda, y a él lo que se le dan bien son otro tipo de cosas. Sale por la puerta a trompicones y consigue de algún modo encontrar la cantina, donde todos están gritando y haciendo apuestas tontas sobre cuántos tragos pueden dar antes de vomitar. No le parece mal del todo. Se acerca a la barra y pregunta qué tienen para un soldado, y se lo toma. Cuando vuelva a casa se va a asegurar de que un par de cosas queden más que bien claras, hay que resolver algo en alguna parte. La gente hace cosas estúpidas, como hacer caminos donde no los hay para terminar levantando el cabreo de alguien. Como intentar, como hacer, como... la verdad es que no tiene ni idea de por qué sucede nada. La vida es una mierda, pero está vivo. Eso tiene definitivamente que tenerlo en cuenta. No todo el mundo lo está. Y... ¿qué cojones quiere decir con eso de "no me olvides dentro"? Pues nada. Qué narices va a querer decir. Cuando termine con todo esto va a coger el primer transporte a casa, va a coger a Vil del pescuezo y le va a sacar de la cabina, le va a escupir tantas mierdadas a la cara que Lucas va a terminar ladrando otra vez, como siempre cuando lo rescataba perdido entre los matorrales en los que jugaba a esconderse y lo llevaba a casa para llenarle el plato de comida, rascarle el cuello y decirle que era un buen perro. Eso era lo que iba a hacer, joder, y no iba a permitir que nadie se metiera en medio. Porque quizá nada merecía mucho la pena, pero había cosas que la merecían más que otras. Y dejaría a Karl para el final, para cuando estuviera cansado. Cuando ya no tuviera mucha fuerza. Cuando estuviera agotado y a punto de dormirse, para asegurarse de que iba a hacerlo despacio. Y, sin violencia, le llevaría al porche y le preguntaría un par de cosas antes de darle un buen coscorrón. Y no en el sentido amigable, uno de los que te hacen replantearte qué camino has tomado. Y después de eso, cuando todo estuviera en paz de una puta vez, encontraría otro perro. Y una casa. Y un pequeño huerto. Y algo que hacer los fines de semana. Y una pequeña vida tranquila que no dependiera de nadie y que estuviera tan lejos de las cosas que suceden, de las cosas que pueden acabar contigo en un pestañeo sin que seas capaz de darte ni cuenta, de las cosas tan grandes que no pueden sentir ni un ápice de lástima por ti, que ni en el más remoto supuesto iban a entrar en colisión con todo lo que tenía pensado para sí mismo. Y no olvidaría cómo defenderse, de hecho pondría todo lo que había aprendido a buen recaudo para el día que hiciera falta. Como era realista sabía que ese día llegaría, y como era realista ese día desataría un puto infierno.

Y él no invitaba a nadie, desde luego, pero no despreciaría a ninguno. Siete se abalanzó sobre él en la cantina, se sentó en su regazo y se dejó acariciar. El puto gato no se le había acercado nunca. A duras penas podía moverse sin tambalearse, pero se acerco a la barra a pedir una cerveza más, y mientras se la traían pudo ver con el rabillo del ojo cómo se tumbaba sobre su chaqueta. Definitivamente, pensó, el puto gato tiene que estar bien jodido. Laura era de ese tipo de personas que, sin darse cuenta, sin pretenderlo y sin buscarlo, dejan un agujero en ti cuando se alejan. Personas así no deberían nunca estar muertas. Se quedaría con el gato. Compartirían la espera.

Tara Durhem.

"Detrás del asteroide con los motores apagados y el soporte vital al mínimo no se está del todo mal", pensó Tara, "el té está caliente, he dormido estupendamente, tengo un estupendo buen humor esta mañana y la temperatura aún no es demasiado gélida". El asteroide oscuro parece perfecto para la operación. Llevan unos cuantos días con una nave en sigilo observando rutinas, manías, costumbres, modos de hacer las cosas, mientras ellos esperan en un punto ciego del escáner. A veces dos naves, a veces tres, minan un turno completo, pero no ha aparecido nadie ni en el segundo ni en el tercero, lo que seguramente quiere decir que esta veta particularmente rica es mantenida en secreto. Conveniente. Ella sabe que los cupos hay que cumplirlos, y que encontrar una veta así es un modo espectacularmente rápido de hacerlo. Y de disponer de un montón de tiempo libre en el futuro si uno sabe dónde acumular lo restante sin que nadie se entere. Por supuesto que va en contra de cualquier norma, pero ¿quién iba a echárselo en cara si no lo sabía nadie? Fallos de seguridad, problemas de seguimiento mientras todo el mundo está concentrado en otra cosa. Va a por un té, por mucho que las naves aparezcan no va a suceder nada hasta que no estén cargadas de mineral.

No estaban siendo buenos tiempos en absoluto. Y no es que no fuera lo normal, pero últimamente sus suministros decrecían por debajo de lo más que peligroso. La zona estaba complicándose, el borde estaba dejando de serlo para convertirse en parte del anillo y los signos estaban por todas partes. Eso suponía más Concordia, y más Concordia siempre lleva a problemas. Tendrían que moverse, y rápido, pero moverse significaba volver a lo desconocido, buscar ubicaciones seguras, presas nuevas. No sabía cuántas operaciones les quedaban antes de tener que plantear definitivamente el marcharse. ¿Una, dos? No demasiadas. Otra vez esperar que nadie se cabreara lo suficiente como para esforzarse de verdad, mantener un perfil bajo y unas expectativas aún más bajas hasta hacerse una idea del entorno. El peligro de llamar demasiado la atención, de un joven teniente con demasiada ambición, de un encuentro desafortunado... intentó no pensar demasiado en ello. Al salir John hacía como que dormitaba en su panel, pero si le conocía lo más remotamente estaba más atento que ninguno. El termo sin alimentación aún guardaba agua templada, así que llenó la taza.

John apareció por la puerta, mirándola fijamente. "Tara", dijo en susurros "ven ahora mismo". Lo siguió por los pasillos hasta el puente, y una vez allí comprendió el porqué de la urgencia. Una nave de segunda tecnología había empezado a minar. "Vaya, eso reduce nuestra espera a media hora". Removió la bolsa en su taza, intentando olvidarse de que podía ver perfectamente el fondo. Habían ejecutado el plan las veces suficientes como para que todo el mundo supiera lo que tenía que hacer. "Vamos a hacernos ricos de repente, J". "Quizá para morir después, es una T2, todas las miradas se van a volver hacia nosotros muy rápido". "No si nos vamos justo después, con lo que saquemos de aquí tendremos combustible para una buena temporada". "Una buena temporada no es para siempre". "Nada es para siempre". "Y algunas cosas son para muy poco. Espera un momento, ¿irnos?". "Quién sabe".

Veinte minutos más tarde el agua es desde hace un buen rato sólo agua fría. Da la orden de encender todos los sistemas y rodear el asteroide, si el escáner direccional no ha dado su señal hasta ahora ya es demasiado tarde para el minero. La nave en sigilo sale de él y enciende el módulo que neutralizará el motor WARP y las comunicaciones, impidiéndole escapar y avisar al orbital. Aguantará lo suficiente para que el crucero entre en combate, y con algo de suerte sobrevivirá para hacer lo mismo en la próxima ocasión. El tipo actúa rápido, los drones salen de la minera y empiezan a destrozar el escudo de la exploradora, pero no tiene ninguna posibilidad.

Ven el huevo eyectarse antes de que la nave explote. Sin dudarlo ni un momento utilizan sus propios drones para reventarlo antes de que pueda saltar al orbital, confiando en que no haya habido tiempo suficiente para que la cápsula informe sobre una ubicación que, de todos modos, no está registrada.

—Bien, vamos a acabar el trabajo, señores. Lanzad los drones de rescate, recuperemos todo lo que podamos de esos restos.
—Drones fuera, capitán.
—¿Algo en el E-D?
—Nada todavía, señora.
—Bien, mantén el contacto. ¿Tiempo estimado para terminar?
—Diez minutos, mínimo.
—Perfecto, voy a por algo que esté realmente caliente y huela. Las comunicaciones están abiertas. Avisad de cualquier cosa.

En la cocina John la espera. Con un café en la mano y una mirada más que evidente de cabreo.

—Ahora no.
—Ahora sí.
—Oh, como quieras, dispara.
—¿Nos mudamos?, ¿en qué narices estás pensando?
—Perfecto.
—¿Qué?
—¡Que perfecto!, ¿qué cojones quieres que hagamos?
—Joder. Qué bien. Joder. Eso mismo. Joder. Ahora me estás gritando.
—No te grito. No te estoy gritando. Pero me muero de ganas de hacerlo. ¿Qué cojones quieres que hagamos?
—No lo sé, ¡pero pareces un puto miembro del Consejo!
—No me toques los huevos, John. Si fuera un puto miembro del Consejo estaría apuntándote con algo a la frente. No me jodas. ¿Qué coño quieres decir?
—Pues que ahí estás tú, tomando decisiones sin consultar a los demás. Que joder, que entiendo que eres la maldita capitana de todo esto, pero coño, ¿nos vamos sin que hagas ni una maldita consulta?
—¿Una maldita consulta de qué narices, John, me puedes decir de qué narices? ¿Has visto los números últimamente?, ¿sabes lo que significa? ¿Qué quieres que consulte?
—Lo sé.
—Lo siento.
—Lo veo, no te creas que no lo hago.
—Estoy segura de ello.
—Y tengo miedo.
—También lo sé. ¿Qué crees que podemos hacer? En serio.
—Joder, Tara, joder. Nada. Eso es lo que podemos hacer. Nada. Puta nada. Puta y pura nada. Mañana empiezo los preparativos.
—No prepares nada, nos vamos ya.
—Joder, Tara....
—Nos vamos ya.
—Eres un puto dolor, ¿lo sabes?
—Intenta decirme algo que no sepa.

La fragata está segura en el hangar, reparando el daño. Redoblan los esfuerzos para recuperar todo lo posible. Para cuando el escáner direccional empieza a pitar ellos ya hace tiempo que están preparados. Saltan.

Un par de días después, en medio de la nada en un nuevo sistema, las tareas de reparación son complicadas. Aún guardan algunos reemplazos de cuando se hicieron con la nave, y para lo demás siempre quedan trabajos de ingeniería, sacar de la base de datos los planos de todo, construir con lo que han recuperado, bendita Inconsistencia.

A veces el éxito es la peor de las cosas que te pueden suceder. Acertar. Tener suerte. Por eso la tripulación no ha estado del todo conforme con la orden de abandonar el sistema. La gente no suele tener claro cuándo arriesgarse, cuando coger la oportunidad antes de que se largue, pero es aún mucho más difícil que sepan cuándo abandonarla una vez que lo hacen. La supervivencia no es más, la mayor parte de las veces, que cuestión de mantener las distancias con el pez grande, que es mortal pero no puede estar en todas partes. El éxito complica las cosas. No tenerlo las complica absolutamente.

—¡Mierda! —gritó Tara perdiendo los nervios— ¡este maldito tornillo no quiere terminar de salir!
—Tranquila. Es cuestión de paciencia.
—Todo es cuestión de paciencia, John, pero la paciencia es cuestión de tiempo, y ahora mismo no tengo del todo claro si no tengo o no.
—No nos hemos topado con nadie todavía, la colonización de este sistema no debe llevar en pie más de una década, el planeta ni siquiera está terraformado. No vamos a tener problemas.
—Todo lo contrario. Será un problema en cuanto la nave esté reparada y tengamos que buscar un objetivo. Como has podido deducir tú solito aquí no hay nada.
—Esa es otra historia, de momento preocupémonos de lo que podemos abarcar, que es reparar esto. El orbital proveerá cuando haga falta. Y si no, nos iremos.

Después de un rato intentándolo el tornillo por fin salió, pero tras doce horas ininterrumpidas estaba demasiado agotada como para seguir. Dejó que John continuara el trabajo y fue a darse una ducha. Todo el mundo estaba atareado con algo o durmiendo, así lo que no vio movimiento por los pasillos de camino a su camarote. Ser la capitana podía ser un fastidio a veces, pero el hecho de disponer de su propio espacio personal era una bendición. Observó el desastre de su cuarto con satisfacción. Fuera de él no podía permitírselo, pero dentro le gustaba cultivar el desorden, la relajaba al mismo tiempo que le hacía distraerse. Encontró una muda limpia en el armario y cogió una de las últimas pastillas de jabón de la reserva, tendría que mirar luego si quedaban más en el almacén. Después de desnudarse abrió el grifo y dejó correr el agua hasta que pasó de helada a escaldante. "Y es ahora cuando todo se tuerce". No llevaba ni tres minutos debajo del chorro cuando un testigo le advirtió de que se la requería en el puente. "Oh, joder, ni siquiera puedo permitirme esto". Sale de la ducha con prisas y se viste rápido. La tripulación está reunida mirando el escáner.

—¿Qué tenemos?
—Una nave de transporte.
—Madre mía. ¿Nos ha visto?
—No parece. No hay movimiento.
—Entiendo que no hay ningún lugar al que acercarse.
—No lo hay.
—Bien. Ábreme comunicación con Taz.
—Hecho.
—Taz, ¿cómo van las reparaciones?
—Esas piedras nos dieron duro, Tara. No creo que pudiéramos defendernos demasiado bien ahora mismo.
—¿Y de tres o cuatro drones?
—De tres o cuatro, o quizá de cinco, podría funcionar. Pero no creo que pudiéramos resistir una andanada de otra cosa que tire balas o lance algún tipo de haz.
—Entendido. Prepárate para un encuentro.
—Haré todo lo posible, cuenta con ello.

La nave de transporte sigue detenida. Ningún registro de actividad en los sensores. A todos los efectos, parece muerta. No puede ver ningún impacto en el casco, y ni las escotillas de las cápsulas parecen abiertas. Fuera cual fuera el estado de la nave, toda la tripulación estaba dentro. Lo único que queda por descubrir es en qué condiciones.

—¿John?
—No lo sé, capitana. Demasiado bonito para ser cierto. Puede ser que hayan tenido algún tipo de problema, pero no hay ninguna baliza de auxilio activa. Ningún aviso en la red local. Ninguna actividad de energía... parece un cebo.
—¿Lara?
—Es correcto, no hay actividad.
—Joder. ¿Cómo la hemos encontrado?
—Bueno... ya estaba aquí. Lo siento mucho, capitana, pero no la detecté hasta que no hice un reconocimiento visual y me di cuenta de lo que parecía ser un asteroide de formas demasiado regulares. Si nos ha descubierto, lo ha hecho desde el principio. Pero pondría mi mano en el fuego a que ninguna chispa de energía se ha activado en ella en ningún momento.
—¿Escáner local?
—Vacío.

La historia de la piratería estaría llena de situaciones como esta si los piratas vivieran lo suficiente, escapando de Concordia, como para que alguien tuviera tiempo suficiente para registrarlo en alguna parte. Chica conoce cebo. Notó como la yema de sus dedos empezaba a hormiguear, como siempre antes de un combate. "Vaya, parece que mi cuerpo ya ha decidido por mí".

—John, ¿pros?
—Podríamos sacar las piezas que necesitamos simplemente de rapiñar lo que tenga equipado, si es que lo que ha provocado el silencio no ha sido un fallo masivo. Pero...
—Correcto. Abridme línea general.
—Abierta, capitana.

Pensó un par de segundos en lo que iba a decir a continuación. Y lo pensó porque tenía que ser lo suficientemente concisa y precisa como para que nadie se llevara a error.

—Tripulación, aquí Tara. Tenemos delante de nosotros una nave de transporte sin actividad. No puedo asegurar que no se trate de un cebo y que una vez que lo mordamos nos salte encima Concordia, pero la posible recompensa es vital para la supervivencia de la nave. No me voy a tomar a mal si nadie se ofrece, pero necesito un par de voluntarios para que cojan una lanzadera y se dirijan al amarre y entren en ella. Una vez que hayáis desembarcado alinearemos al punto seguro más cercano, listos para saltar en el caso de que aparezca algo en el escáner. No habrá rescate en el caso de que veamos movimiento. Repito, no hay posibilidades de rescate. Si no hay voluntarios daremos media vuelta y nos iremos todo lo lejos que podamos de aquí, y no lo recordaré en cuanto nos hayamos ido. Esto lo digo completamente en serio, así que espero que no haya malentendidos. Adelante.

No quería ni pensar en la posibilidad de perder a nadie. Se ofrecen dos voluntarios inmediatamente. Después de ellos un montón más. Tarde para ir, a tiempo para quedar bien.

—Concedido, a ambos. Reuníos conmigo en el hangar ya.

John la mira con cara de pocos amigos, detrás del gesto indiferente de cobertura que podría engañar a cualquiera que no lo conozca lo suficiente. Ella no puede permitirse relajar su actitud en este momento, así que intentará aclararlo más tarde. Cuando estén lejos con un cargo vacío y dos tripulantes menos. O cuando su nave vuelva a estar en condiciones de enfrentarse a cualquier cosa que se les quiera oponer más adelante. El estar preparados y listos no es opcional, y aunque en cierto modo no le parece del todo horrible pensar con deseo en alargar la deriva de su tripulación durante un par de semanas o meses más, en realidad, a efectos prácticos, si tienen que desaparecer da igual ahora que entonces. Un cebo en medio de ninguna parte, tan apagado que es imposible de detectar excepto a simple vista, no es uno bueno. Al menos hay opciones de que no lo sea. Concordia no suele elaborar tanto las cosas, o mucho han modificado las tácticas desde que lanzaron al capitán por la escotilla o esa nave es simplemente lo que es, por muy difícil de creer que parezca.

En el hangar les obliga a equipar un traje de aislamiento, mientras les dice que no es opcional. Comprueba que todo esté en orden, repasando ella misma los cierres de los trajes, las válvulas de seguridad, la resistencia de los anclajes. Se fija en que él parece algo nervioso enfundado en las capas de aislante, pero ella aparenta estar razonablemente tranquila dada la situación. No van a ir en la lanzadera, sino en una nave de sigilo, lo que no tiene mucho sentido en un simple abordaje. Todavía no saben si lo es.

—Al mínimo síntoma de peligro volvéis de donde estéis y os largáis. Ya veremos cómo podemos ponernos en contacto luego. Tenéis una mínima oportunidad de supervivencia si sois capaces de montaros en la nave y alejaros lo suficiente como para activar el sigilo y que sea eficaz. No es mucho, pero al menos es algo.
—Gracias, capitana —la está mirando desde detrás del cristal del casco—, pero si se me permite opinar...
—No, Shorna. No se te permite. Sé exactamente lo que vas a decir. Sé que no tenemos más que una nave equipada con sigilo y, sin embargo, una buena media docena de lanzaderas. Pero no quiero que vayáis allí sin ninguna opción. No es una recomendación, es una orden. No es que no quiera perderos, es parte del trabajo. Pero no sin opciones. ¿Entendido?
—De acuerdo. Lo siento, capitana.
—No tienes nada que sentir. Me vuelvo al puente. Estad atentos. Estad muy atentos. Y, y en esto tenéis que escucharme atentamente, hay una cosa que me jode mucho más que el hecho de que vayáis sin opciones, y es que las tengáis y no las aprovechéis si hace falta. ¿Comprendido?
—Comprendido.
—Capitana —dice apresuradamente Glub mientras Tara ya se está dando la vuelta—, gracias.
—No es el momento de las gracias, joder, aquí nadie ha hecho nada todavía. Buena suerte y hacedlo bien.

A unos dos kilómetros del crucero la nave activa el sigilo y desaparece del escáner. Quizá si el cebo estuviera suficientemente nervioso al verla salir del hangar dieran el aviso y podrían ver un montón de bonitos letreros en el E-D, y en ese caso estar en sigilo les haría muy sencillo saltar fuera. "Esa ha sido Shorna, bien jugado". No podía enfrentarse ahora mismo a la mirada de John, dejó que le taladrara la espalda sin enfrentarla de momento durante un segundo, y acto seguido se dio cuenta de su error y se dio la vuelta y se la devolvió con un gesto de "te necesito aquí al cien por cien, luego hablamos" que él pareció entender. Al menos volvió la vista a sus controles.

Dentro del sigilo la nave no era del todo imperceptible a la vista, pero sí a cualquier medio de detección electrónica. Allí dentro estarían pasando un buen rato intentando respirar normalmente y meter el exceso de saliva de la boca, si lo tenían, por el diminuto agujero en el que se tiene que haber convertido su garganta.

El sigilo se desactivó cuando las interferencias por el objeto cercano hicieron que dejara de tener sentido, y un momento después activaron el pilotaje manual para terminar de acercarse y acoplarse. Quemaba sus ojos en el escáner, aunque barrido tras barrido no se movía nada.

—La nave está muerta, capitana. Estamos anclados pero no podremos conectar nada para hacer la apertura a riesgo de que nos seque el condensador si hay algún corto.
—Rajadla.
—No veo nada en el escáner.
—Confirmo desde aquí, nada en el escáner. Rajadla.

Shorna informó de que Glub se iba a poner con el soldador mientras ella seguía vigilando. Tendría que intentar cortar la exclusa por el lado de la nave. Si había algún tipo de pérdida en el aislamiento de la carguera sus trajes les protegerían de la descompresión, aunque Tara preferiría que las cosas se mantuvieran lejos de esa situación. No es fácil saber de antemano dónde puede derivar todo cuando ciertas cosas se ponen en marcha. Lo único que tenían por delante era un buen cuarto de hora de espera sin nada que hacer más que mirar y sufrir compulsivos ataques de ansiedad uno tras otro.

Tara había sido la segunda al mando de un crucero de Concordia que patrullaba un sistema del borde en el que no tenían ningún apoyo más que ellos mismos. Ser la única fuerza está muy bien porque no tienes oposición y eso facilita el trabajo en ciertas ocasiones, pero también puede llevarte en otras a sentirte demasiado confiado en tu posición y empezar a permitirte ciertas licencias. No mucho después el capitán empezó a mostrar signos de que, al mismo tiempo que hacía respetar la ley a todos los demás, tenía una cierta tendencia a saltársela él mismo. Nada serio, un poco de contrabando, un poco de tráfico ilegal de personal, algo de utilizar su camarote como punto de encuentro multicultural. Eso no la preocupaba especialmente, había nacido en un sitio exactamente igual. Aunque las normas del cardumen son claras y pocas para intentar limitar las confusiones, Tara sabía que a veces lo simple no se lleva del todo bien con lo complejo y aquellos que deberían estar en una mejor situación de comprenderlo parecen andar bastante desorientados. El Reclutador de su sistema natal había organizado las cosas de tal modo que todo funcionara perfectamente, tanto mejor cuando él se quedaba para sí parte de los recursos sin que fuera demasiado evidente, dando por buena la teoría de que cuanto mejor van las cosas menos se notan unas requisaciones aquí y allí. El tipo mantenía dentro del juego a cualquiera con algún poder de decisión, así que era probablemente la persona de la expansión que gobernaba con menos trabas. El padre de Tara había sido un pequeño distribuidor local de alimentos, un encargado de segunda que después de veinte años en el puesto empezó a ver que se evaporaban bienes de una forma aparentemente mágica, pero regular. El hombre empezó a investigar un poco por todas partes para intentar encontrar los duendes que estaban trastocando los números. Siguió preguntando y preguntando durante una buena temporada a todo el que podía saber algo del asunto hasta que un día desapareció. Para cuando Tara creció y pudo hacerse una idea aproximada de lo que pudo haber sucedido, sin llegar a creer el relato de que simplemente se había hartado de todo y había emigrado harto de la vida que llevaba para empezar en otra parte, ella ya era parte de Concordia, recluta novato. Según los registros había sido criogenizado adecuadamente y metido en un cargo con varios destinos, así que no desechó la posibilidad de encontrarle si estaba realmente vivo, aunque no confiase demasiado en ello. Si van apuntarte con cosas a la cabeza, mejor tener una tú misma. Guardaba esos destinos en una lista que pensaba utilizar en cuanto tuviera ocasión.

—No sé si estás más loca que... lo loca que estás. De hecho no sé si estás tan realmente loca que le has dado la vuelta al marcador y estás rematadamente cuerda. De hecho no sé con seguridad si tu propia locura es un peligro para todos o si es lo único que nos mantiene vivos. En cualquier caso, enhorabuena.
—No sé, enhorabuena es quizás demasiado... ¿qué tal un simple "gracias, Ambi?".
—Oh, eso sí que sería demasiado. ¿En qué narices estabas pensando?

Una vez que confirmaron que no había más que una docena de cadáveres repartidos por los camarotes y que el escáner seguía limpio, Shorna y Glub hicieron una revisión del cargo. Resultó que había un montón de equipamiento y recursos. Los test primarios mostraron algún tipo de infección bacteriana. Nadie puso pegas al traje de aislamiento esta vez.

El maldito hijo de puta fue perdiendo el norte más y más en un movimiento casi natural al no encontrar ninguna resistencia. Limitó el contenido de las raciones porque algo de hambre estimulaba la disciplina, duplicó las tandas de ejercicios y creó un grupo de "élite" con los más cercanos a él, que no tardaron demasiado en levantar sus pequeños imperios propios. Control de los recursos, mercado negro. Abusos. Todo bonito. Su gesto en el momento en el que se encontró con los suyos en una exclusa era mitad rabia y mitad asombro, y, justo cuando abandonó los insultos y pasó a utilizar promesas encantadoras que incluían recompensas y cambios, Tara apretó el botón de apertura sin darle más vueltas y observó cómo el espacio les hacía hueco. El espacio siempre lo hace, nunca te dice que está lleno. Al menos eso hay que reconocérselo.

—Es posible que estemos muertos, Tara.
—Joder, John. Podemos estar muertos mañana.
—Ya, pero eso es una posibilidad, sin embargo esto...
—¿Qué?, ¿esto qué?
—Oh, joder. Ya sabes de lo que hablo.
—Compláceme.
—No tengo ningún interés en complacerte ahora mismo, te lo aseguro.
—Dis... ¡sí, claro que quiero otra, tráemela ya! Dispara.
—Bueno, algo mató a esos tipos.
—Eso es lo que suele suceder, no debe haberte costado mucho trabajo llegar a esa conclusión.
—Y tú has dejado que Shorna y Glub se unan a los demás.
—No han tenido más contacto que los que fueron a recuperar el cargo.
—¡Mejor me lo pones!
—Cuarentena para todos... ¡eh, gracias, no olvides traerme otra cuando vayas a por más!
—¡Pues eso, podemos estar muertos!
—Y... ¿qué hacemos con el equipo, John?, ¿cómo sabemos que no está contaminado?
—¡A eso mismo me estoy refiriendo, Tara! ¡No ha sido una buena idea desde el principio!
—Mira, John... Estamos vivos, tenemos combustible de sobra y repuestos suficientes como para seguir una temporada. ¿Qué quieres que te diga?
—No soporto tu cara de poker cuando me ocultas cosas.
—Ajam.
—Eres imposible, Tara. Dime lo que sabes.
—Uf, tienes que pensar un poco más.
—Eres, eres, eres... Joder, Tara. Acabamos de tener contacto con una nave infectada que seguramente nos llevará a la tumba si uno sólo de los trajes tenía alguna fisura, ¡y tú no haces más que contarme estupideces!
—Paro. Ya paro.
—¿Quieres contarme de una vez lo que está pasando?
—Quiero que hagas un poco de memoria, John, si no es pedirte demasiado. Quiero que intentes recordar los emblemas.
—¿Los emblemas?
—Sí, ya sabes. Esos dibujitos en el costado de la nave que representan la corporación a la que perteneces. Ya tienes bastante con lo que jugar. Une los puntos. Voy a coger un par de cervezas más y me voy a dormir, mañana será otro día.
—Espera un momento... no te deshagas de mí tan rápido. No recuerdo ningún emblema.
—No lo había.
—Oh, joder.
—Eso reduce las posibilidades de que no estemos vacunados contra lo que había ahí dentro en... yo qué sé, ¿un cincuenta por ciento, por decir algo? Ese porcentaje me parece maravilloso ahora mismo. Ahora me voy a dormir. Creo que he tenido suficiente por hoy.

Y no pudo evitar llamarle un rato más tarde para que se reuniera con ella en su camarote. Intentó no hacerlo, pero no encontró el modo. El color del indicador del panel de comunicación era azul. Azul Concordia.

Glenda Sobrado.

Entra por la puerta disparando, acertando a Ellery en mitad de la cabeza, haciendo que explote y rocíe a K con restos calientes de piel y carne lubricados de sangre. El cuerpo se derrumba sobre la silla como un abrigo pesado que se ha soltado de la percha. Puede ver como el piloto comienza a brillar sutilmente, haciendo que se convierta en su propio fantasma de pronto. Lo mira y le dirige un leve gesto de asentimiento para que sepa que lo sabe, mete la pistola en un bolsillo y se acerca a una de las estanterías, saca un lienzo y lo mira con atención mientras lo observa con el rabillo del ojo, tranquilamente sentado frente al cadáver.

No le había servido de mucho Ellery esta vez, tonterías de tonterías sobre tonterías. Para ser un verdadero genio, y desde luego lo era, había veces que tenía la inteligencia de una tulipa. De una de cristal sencillo y sin adornos en el fondo de una caja al final del almacén. A ver de qué narices podía servirle esa colección de tonterías. Lo que necesitaba realmente saber es si era fiel a la corporación o no, que era lo único que le podía ser útil. "Claudia, te aseguro que como dejes ese dobladillo así te mato", y hasta ella pudo comprender en cuántos años luz había excedido sus licencias en el trato. Dejó que el silencio enfriara un poco la recriminación y siguió mirándose en el espejo. El vestido ceñía lo que tenía que ceñir, mostraba lo que tenía que mostrar y ocultaba lo que era mejor sólo insinuar. Para darle una noche gratis de placer a Ellery no necesitaba ni de lejos tanto. Comprensión del vacío, a ver qué narices quería decir él con eso. "Claudia, querida, ¿podrías acercarme aquellas flores?", "escurre un poco el agua, si no te importa. Sí, secarlas con el paño sería perfecto". Eso mismo era el resumen de todo, la muy bruta hubiera sido capaz de traerle el manojo goteante y ponérselo encima. "A ver, señor K, ¿sois fiel a la corporación o estáis comprometido con otras cosas?, ¿qué es lo que debería transmitir, eh?" Había pedido más información a La Federación, pero la única que había recibido fue la de los círculos. Rumores, rumores, rumores sin ninguna validez, historias románticas sacadas de un serial. "Claudia, bonita, está bien, así es perfecto, ¿podrías ayudarme a bajar? No, cógeme de la mano, que por eso te la estoy tendiendo, deja mi cintura en paz". Necesitaba algo más concreto. "Tiene una excelente comprensión del vacío, querida". Bueno, si seguía informando así Ellery mismo terminaría teniendo él también una buena. Y ella se encargaría, personalmente, de que fuera en primera persona.

Eso le hizo sonreír. No podía contar con nadie. Lazio no sabría verse el pie izquierdo si no pudiera sacar la referencia de algún informe, Zinto la desorientaba tanto que no habría sido más que una bomba de relojería, Natra era una pequeña niña tonta, Aloz estaba ya maldito y Torba... Por mucho que se llevaran como el perro y el gato, suponía que esos dos iban a compartir el mismo destino. Uno no muy halagüeño. Eso era todo lo que tenía. Un espectáculo deprimente en conjunto, esa era su mano de cartas en esta partida. Pero lamentarse es de débiles, de gente que no va a ir a ninguna parte más que por casualidad. Había conocido a unos cuantos así, y no estaba dispuesta a acompañarlos donde quiera que fueran o terminaran yendo. Si lo hacía no sería capaz de perdonárselo a sí misma jamás. Entendió las reglas del juego muy pronto, mientras jugaba con Ellery. Nadie iba a darle nada que no exigiera ella misma.

El CER, el Consejo y la organización social al completo no eran más que estructuras peladas y limpias en las que organizar a la gente según los intereses de los que tenían realmente el poder. No es el que tiene más argumentos el que gana la partida, sino el que sabe jugar mejor sus cartas. Había veces en las que ayudaban, pero sólo como un tipo diferente de suerte, nada más. La gente creía en las estructuras como si contuvieran más verdad de la que realmente tenían, del mismo modo que Ellery jugaba a descubrir las fisuras del sistema como si detrás de ellas estuviera la verdad que las reglas enmascaraban. Como si hubiera alguna verdad ahí detrás, por alguna parte. No había ninguna. Nunca la ha habido.

El juego es sencillo, piensa. Sólo hay que estar en el sitio en el que las cosas suceden. Era consciente de los rudimentos del sistema. Era muy consciente de que todos aquellos que no están donde las cosas suceden no son más que números, bajas disponibles en un momento dado. Ella no querría jamás eso para sí misma. Él único objetivo es situarse tan arriba que tus palabras empiecen a significar realmente, digas lo que digas. Y hacer que todos los demás trabajen en ello. Quizá no tenía toda la información, pero sabía discriminarla cuando la veía. Creía en ello.

Cuántas veces había visto que las diferencias de criterio hacían que todo se estancase, cuántas había presenciado discusiones y discusiones que no llevaban a ninguna parte. Como Aloz, tan enfrascado en la idea de hacer que todo el mundo apreciase su trabajo que miraba a todas partes menos a donde era realmente importante: saber si su tarea merecía la pena o no. Y gestionar un planeta más del borde, uno más que podía fracasar en cualquier momento por cualquier tontería, no lo era. Pero él no podía ver más allá de su propia nariz, buscando constantemente que se la rascasen. Si algo le enseñaron sus juegos infantiles era que no importaba cómo te hubieras hecho con la peonza, sino lo que hacías con ella cuando era tuya. Los demás no eran capaces de ver más allá del trozo de madera, venerándolo como si fuera de oro. La humanidad estaba haciendo sistemáticamente el tonto y eso y no otra cosa acabaría con ella.

Las cosas no vienen solas, hay que ir a por ellas.

Aloz pensaba que era bonito que tuviera un sitio donde guardar las cosas de cuando se dedicaba a cantar por escenarios miserables y lo llamaba su templo, pero ella prefería darle otro uso, uno menos prosaico. Si Ellery no había podido sacar más no sabía quién podría hacerlo. Más allá de lo desagradablemente incompetentes que eran todos a su modo, ella era una intrusa y así se lo hacían saber a la mínima oportunidad. Uno de sus puntos fuertes era ser consciente de lo que tenía y de lo que carecía. Cuando cantaba lo sabía, por supuesto. No se hizo ilusiones en ningún momento. Ese cuarto le recordaba más allá de toda duda la fase quemada por la que ya había pasado, y la convencía de que igual que estaba allí habría otros que vendrían después. Era importante no olvidar que hasta lo más remoto tiene una dirección de destino a la que dirigirse. Ese cuarto era la peonza que no debía olvidar si quería hacer algo importante alguna vez. Y claro que quería.

—No termino de comprender por qué prefería este tipo de soporte tan inútil.
—Yo tampoco —respondió K—. Era un tipo curioso.
—Tenía que serlo, desde luego. Existen dos tipos de artistas, los que reflejan la realidad como si fuera una fotografía y los que buscan las grietas y las muestran. Ellery estaba obsesionado con ellas. Las respiraba. Durante años intenté que mirase de cuando en cuando a otra parte, para ver si se daba cuenta, pero fue imposible. Una pena.
—¿Por?
—La gente que busca la verdad da pena.
—¿No crees en la verdad, Glenda?
—Verdades hay muchas, piloto. Si quieres te doy una gratis, detrás de las grietas no hay más que más grietas. Me pregunto qué vamos a hacer ahora, tú y yo.
—Es una pregunta interesante. Necesito que me expliques lo que ha sucedido aquí para que pueda hacer un bonito informe después de detenerte.

Ella no puede evitar lanzar una carcajada. Mira al piloto con ironía, vuelve a dejar el lienzo donde estaba y se dirige a la cocina para prepararse algo de beber. Le pregunta si quiere tomar algo. Él responde que no. La gente no puede evitar ser idiota porque no sabe enfocar la mirada.

—He tenido siempre la mala suerte de conocer hombres entregados a causas equivocadas. Incapaces de girar el timón. Hombres inflexibles, dependientes de sus convicciones. ¿Eres tú uno de esos?
—No sabría decirte.
—En mi experiencia esa respuesta, en sí, suele ser un problema.
—Cada uno hace lo que puede con lo que tiene, Glenda.
—En eso tienes toda la razón, piloto. Ellery fue siempre especial. Esa habilidad de darle la vuelta a la realidad para mostrarla por detrás, donde las superficies se tejen en el artificio, me fue muy útil. Es cierto que no comprendió jamás el tapiz por más que lo pintara, pero una cosa no quita la otra. Voy a echarle de menos.
—Supongo que es una forma de verlo.
—No seas idiota, K. Te aseguro que voy a hacerlo. Tú tendrías que saberlo.
—Creo que me sobrestimas.

Siente como la copa la va recomponiendo lentamente. Vuelve a la estantería, saca otra vez el mismo lienzo y no puede evitar mirarlo con pena. "Maldita sea, Ellery, maldita sea". Necesita que todo siga tranquilo un rato, mientras reconsidera la situación, así que se alegra de que K no parezca tener de momento muchas ganas de ponerse en movimiento. Todo se ha estropeado tanto y tan rápido que no ha podido pensar en lo que estaba haciendo, o en cómo continuar con todo una vez hecho. ¿Qué le podía haberle dicho Borgar? Un montón de tonterías. Se lo podía imaginar perfectamente haciéndole un relato lacrimógeno sobre cómo perdió el control de La Rebelión cuando ella entró en contacto con Aloz, un relato en entregas interminables sobre la traición y la rotura de la confianza. Algo así. Sazonado con orgullo, con toneladas de él. Otro tipo más idolatrando su trozo de madera sin ser capaz de comprender que lo importante era usarlo.

Así que simplemente hizo lo que tenía que hacer. No creía que hubiera cambiado nada si hubiera tenido más tiempo, pero, joder, no le habría importado algo extra para asumirlo. Lo que tiene que suceder sucede, sin más, sólo hay que seguir las líneas. Si al salir a la calle llueve sólo significa que está lloviendo, no es algo de lo que tengas que responsabilizarte. Y si Borgar hubiera sido capaz de verlas, aunque fuera medio maldito minuto, se habría dado cuenta y hubiera contado con ello y seguiría respirando bobamente.

Todo podía haber sido muy diferente. Todo siempre puede serlo. Pero cuando la realidad toma forma hay que abrir el paraguas y dejar de lamentarse. Las cosas a veces suceden de tal modo que no queda más que una opción posible, y ahí termina todo.

—Hace tiempo que no me pregunto demasiado por lo que sé o dejo de saber, Glenda.
—Y haces bien. Eso dice mucho de ti.

El juego es sencillo. Hay que mantenerse en la partida. No es importante cómo, sólo es importante la partida. El siguiente escalón. La siguiente mentira que trazar con claridad y con esfuerzo para poder poner el pie un poquito más arriba. Si tropiezas y no te recompones estás fuera.

—Así que La Federación lo conocía todo.
—¿El qué, exactamente?
—Lo sabía todo acerca del grupo de Dungar.
—Bueno, yo les mantenía puntualmente informados, por supuesto.
—¿Y el proyecto Isaías?
—¿Qué es eso?
—No trago.
—La Rebelión, el proyecto Isaías, no se puede negar que al menos tienen un cierto gusto por los nombres musicales.
—Muchas veces no tienen otra cosa —respondió el piloto.
—Será eso. El proyecto Isaías no es más que una estructura igual de tonta que la Rebelión. Quizá algo más organizada, quizá un poco más jugosa, pero nada más.
—Tengo información diferente, Glenda.
—¿A qué te refieres, a la emigración? Tengo un tipo dentro. No será ningún problema. Ya nos hemos ocupado de todo. Has llegado tarde. A tiempo para hacer de catalizador, tarde para hacer nada al respecto.

Se lo comunicaron un par de días antes de que aterrizara. Su único objetivo era comprobar si el piloto era de fiar, en una situación ya controlada. Y eso era lo que seguía sin tener claro del todo. Pero hay que mantenerse en la partida y la respuesta que tenía que dar podía garantizarle un montón de favores si era la correcta. O, al menos, si el encargado de evaluarla la veía como tal.

—El proyecto Isaías es más de lo mismo, te lo aseguro. No hay forma de luchar contra todo esto.
—Borgar pensaba de otro modo.
—Claro. Claro que sí. Su némesis. Borgar pensaba muchas cosas. Lleva más tiempo activa, tiene mejores contactos, medios, eso es todo. Pero Borgar debía canalizar su necesidad de poder justificando la necesidad de crear una nueva que, casualmente, dirigía él mismo.
—Al menos hasta que llegaste tú.
—Yo he estado ahí siempre, K. Una vez que a través de Aloz tomé contacto con gente de La Federación no podía permitirme tener a una persona por encima de mí que organizara las cosas. No era operativo, nada más. Hice lo que tenía que hacer.
—Hasta hace un minuto culpaba de su muerte a Torba. Espero no haber hecho que Aloz tome decisiones precipitadas.
—No tienes nada que temer en ese sentido, te lo aseguro.
—Borgar no era un mal tipo.
—Lo realmente fascinante es que casi nadie lo es.

Había cogido el arma del armario de Aloz. Había subido las escaleras con prisa, perdiendo el aliento al hacerlo. Se había tropezado un par de veces. Por la mirilla vio cómo charlaban en un banco mientras ella miraba colocada en posición. ¿De qué estarían hablando? Le vio sentado un segundo antes de disparar, y después le vio caer y al piloto agacharse tras el banco hasta que llegó Concordia. Había sido tan fácil como acabar con Ellery. ¿Cómo dos actos tan inconexos podían estar tan relacionados, el hecho de apretar un trozo de metal y que alguien muriera? Intentó no dudar y no recordar nada, pero no era sencillo. ¿Le habría gustado despedirse de él?, ¿para decirle qué? ¿Cómo podía haber sido tan estúpido, como podían haberlo sido todos? En su cabeza se repetía la secuencia de movimientos mecánicos una y otra vez, las escaleras, el reclinarse en el suelo, montar el arma, colocar la mirilla, echar un vistazo, dudar un segundo. Podía recordar el olor del aire, la pequeña piedra que se le estaba clavando en la rodilla.

—Borgar era un gran tipo, eso puedo juzgarlo yo mucho mejor que tú. Ellery también lo era, por supuesto. Y ahora pregúntate conmigo de qué les sirvió a ambos. A ninguno le ha ido bien del todo.
—No sé cómo puedes hablar con tanta frialdad de esto.
—Yo creo que sí lo sabes. No eres tan distinto de lo que yo soy. No puedes serlo o no estarías donde estás.
—Me pregunto por qué no hiciste lo mismo conmigo.
—Nunca le haría eso a un compañero, no me traería más que problemas. Aún pareces seguir pensando que he hecho lo que quería hacer, que he disfrutado algo de todo esto.
—Entonces dime por qué no hiciste lo mismo con Aloz.
—Aloz no tiene ninguna información sobre mí que pueda comprometer mi posición.
—No me refiero a eso, Glenda. Aloz es el cabecilla de Isaías.

Ella duda un momento antes de continuar, después de dar un largo trago a la copa.

—Más vale que tengas alguna prueba de todo eso.
—La tengo. Y ahora la tiene también La Federación. Va a resultar un poco raro que tú, precisamente tú, no lo supieras. Que nunca hayas informado de eso. Me pregunto cómo va a afectar que no lo hicieras cuando reclames tu recompensa.
—Mi recompensa está sobradamente ganada, piloto. Ese detalle no cambia absolutamente nada.

Pero sí lo hace, y mucho. Si el piloto sabía de lo que estaba hablando ella podía estar en serios problemas. Tendría que preparar una coartada antes de coger el ascensor. El maldito Aloz, al fin y al cabo él. Llevando su necesidad de ser admirado a un viaje que sólo podía terminar en una bonita explosión. Hasta donde ella sabía el plan estaba ya trazado y no llegarían muy lejos. Pensándolo despacio casi lo prefería. Prefería verle morir rápido antes que afrontar su fracaso en un planeta perdido. Pero él precisamente... ¿En qué momento cambió y dejó creer en la peonza que ella tenía controlada?

Dungar había sido diferente. Cuando le vio caer su corazón se rompió un poco. Nada serio, pero si algo. Necesita otra copa, y va a por ella. Pregunta de nuevo si él quiere una, y la respuesta es negativa una vez más. Para que pudiera beberla el brillo tendría que desaparecer antes, y eso no parece que vaya a suceder de momento. Dungar había sido la confirmación de que a veces las cosas que se meten en medio de tu camino pueden llegar a ser dolorosas, justo como la piedra.

—Sólo espero que tengas claro lo que tienes que decir tú. Aunque aún tengamos que esperar un tiempo en realidad todo ha sucedido ya. No hay nada que puedas hacer.
—Claro. ¿Qué es lo que tengo que decir, exactamente?
—Nada.
—¿De todo?
—No. Según de qué.
—Tendrás que ser más específica.
—Bueno, de este par de disparos, por ejemplo, no es conveniente que digas nada. Si lo haces yo me defenderé, por supuesto, así que haz lo que quieras. Pero podría resultar incómodo para ambos.
—Comprendo.
—Eso espero, tampoco es que la corp confíe demasiado en ti en este momento, piloto. ¿Estás seguro de que creerían tu palabra frente a la mía en el caso de que tuvieran que hacerlo? ¿Sabes por qué estás aquí? Sencillamente para ver si eras capaz de informar de lo que ellos ya sabían, si podían confiar en ti. Piensa sobre eso antes de tomar una decisión.
—No se puede estar seguro de nada.
—Demasiado melodramático para mi gusto. Lamentablemente tengo que coger el ascensor en un rato, aunque me encantaría continuar la conversación. Si todo va bien no dudo que podamos terminarla en un futuro próximo. No te lo tomes como algo personal, es simplemente que tal y como se han desarrollado los acontecimientos no creo que pueda confiar en que Torba vaya a respetar mi vida. Apuesto lo que quieras a que a estas alturas ya tiene mi nombre y lo está acariciando con deleite. Esos idiotas se han dejado atrapar cuando lo único que tenían que hacer era mantenerse fuera de las polivalentes como Dungar ordenó, sólo eso, y nuestro comandante no hubiera hecho más que dar palos al aire sin encontrar la piñata. No es un tipo muy listo, ¿sabes? Pero claro, tampoco es tonto de remate, y si resuelven el caso delante de sus narices nadie puede reprocharle que haga lo que tiene que hacer. Eso, sin embargo, se le da especialmente bien.
—Casi parece que te hubieras limitado a recoger un poco, poner las cosas en orden y encender una fragancia para tener la habitación lista para una visita.
—Para de una maldita vez. Lamento sus muertes de un modo que no creo que seas capaz de comprender, K. Ni ahora ni cuando le des un par de vueltas. De hecho creo que si sigues avanzando por donde no debes tendré que recomendarte que no bajes el escudo que te empeñas en mantener activo. No puedo controlar lo que te haya dicho ninguno de ellos. Lo único que puedo controlar es su capacidad de repetirlo. Eso es todo. Era lo que tenía que hacer, me gustara o no. Al fin y al cabo yo no tomé ninguna decisión, la tomaron ellos mismos. Voy a levantar el pequeño escudito que tengo yo también, seguramente igual que el tuyo, ¿te parece? Y con eso me despido. Mi informe sobre ti será favorable, por supuesto. Espero que te haya quedado claro después de esta conversación que lo que te conviene es que el que hagas sobre mí lo sea también. Todo está controlado. Todo va a salir bien. Esta la hemos ganado, K. No te hagas demasiados líos si sabes lo que te conviene. Y sé que lo sabes, así que zanjemos la reunión con un "hasta pronto", ¿te parece? Te veo arriba, en el "arriba" que sea.

Sale por la puerta y baja las escaleras esperando oír sus pasos tras ella en cualquier momento, pero no fue así. Monta en el transporte y se acerca al ascensor temiendo patrullas que puedan detenerla. Su tip marca una identidad de las de reserva, una perfectamente legal, tecnología oficial pero no divulgada de la corp. Está siendo agotador mantenerse en marcha, pero no puede pararse ahora. No cuando todo está a punto de suceder. Hiciera lo que hiciera el piloto no iba a cambiar demasiado lo que le queda por hacer.

Maldito piloto. Maldito Aloz. Malditos todos. Maldito el ritmo frenético que habían tenido que adoptar. Si K no la hubiera cagado en la última misión no habrían tenido que mandarle para ponerle a prueba, y si no hubiera llegado los planes de Isaías no se habrían acelerado, Dungar estaría vivo, Ellery también, y Aloz seguiría siendo simplemente un pesado narcisista intentando mejorar la producción de un planeta al mismo tiempo que... al mismo tiempo que preparaba sus planes para emigrar la cepa. No terminaba de creérselo del todo, pero si el piloto se había atrevido a contárselo es que debía tener pruebas sólidas. ¿Lo había hecho quizá sólo por hacerla daño? No, lo había hecho para hacerla dudar. Y ahora, y eso era lo peor de todo, toda la maldita situación estaba en manos de Torba. Torba el estúpido. Torba el sanguinario. Torba el incontrolable.

¿Podía ser Aloz?, ¿podía él haber hecho todo eso? No podía dejar de pensar en la noche siguiente a la cena de recepción, cuando le contó que había sido él el que había dado el aviso de la cepa a La Federación, como un niño pequeño que sabe que está haciendo mal pero no piensa dejar de hacerlo sólo por eso. ¿Por qué iba él a avisar a la corporación si era él mismo el que estaba organizando el proyecto Isaías?, ¿qué sentido tenía? Le recordaba con su cara angustiada, intentando meterse el caviar en la boca sin demostrar lo mucho que le repugnaba. Le recordaba justificando lo que había hecho, cegado por su propia necesidad de hacer un buen trabajo en Huim, por que nada ni nadie se entrometiera en él. Cuando le lanzó el tenedor no hizo siquiera un amago de esquivarlo, y una gota de sangre empezó a caer por su mejilla, mientras intentaba convencerla de que era lo único que tenía sentido, que la cepa podía poner en riesgo todo lo que estaba consiguiendo. Un Reclutador que no sabe hacer su trabajo no tiene mucho futuro en el Cardumen, y le molestaba tener que repetírselo una y otra vez. Prefería mil veces que antes de dar parte a La Federación detuviera a medio planeta, lo metiera en una celda y olvidara la clave de acceso. Y eso mismo es lo que hubiera preferido cualquiera con algo de sentido común. El mismo Aloz de las noches sin dormir examinando cualquier tontería. Ese Aloz. ¿Ese Aloz era el líder del proyecto Isaías? O no lo conocía en absoluto o no estaban hablando del mismo hombre.

Su contacto en la tropa de Torba le confirma que las detenciones se han producido y que el mismo comandante está interrogando a los detenidos. Es cuestión de tiempo que su nombre salga de la boca de alguno, por muchas precauciones que haya tomado eso es inevitable. No le gustaría estar en la posición de ninguno de ellos en este momento. Mientras empieza a llover entra en el ascensor y da la orden de no esperar a nadie más. Debería hacer falta una autorización, pero todo el mundo sabe lo que puede suceder si no se respeta una orden de Glenda. El suelo va quedando atrás. Tarde o temprano llegará el mensaje de la corp, cifrado y secreto, en el que le comunicarán a Torba que tiene que estarse quietecito, pero no puede confiar en que vaya a hacerlo a tiempo. Una arruga en su pantalón empieza a volverla loca. Es imposible alisarla, y un pequeño punto señala el agujero que la piedra ha hecho en él. Vivir no es nunca fácil.

—Perdone... ¿es usted Glenda?

Mira a la niña que le devuelve la mirada con brillo en los ojos, y sin dejar pasar ni un segundo mira a los padres, que están concentrados en la ventana. Él tiene su brazo sobre el hombro de ella. Ella se reclina sobre el asiento.

—Sí, claro, bonita. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Nora, encantada.
—¡Nora! Deja de molestar a la señora. Discúlpela, por favor, esta niña no puede estarse quieta.
—Oh, no es ninguna molestia. ¿Dónde vas, bonita?
—Vamos a otro planeta en el que mi padre va a hacer un trabajo mucho mejor que el que hace aquí. Vamos a ser muy felices, y la escuela está llena de niños de los que me podré hacer amiga.
—¡Nora!
—¿Quéeeeee?
—¡A la señora no le interesa nada de eso!
—Pero, mami, si me ha preguntado...
—No es molestia, de verdad. ¿Dónde vais?
—A Tendran VI.
—No me suena. Pero es un buen momento para salir de Huim.
—¿Y eso?
—Por nada en concreto. Simplemente es un buen momento. El Cardumen siempre espera de los ciudadanos que se repartan.
—Así es como debe ser. Eso es lo que se espera de nosotros.
—Eso es lo que todos debemos hacer.

La niña es preciosa. De pronto le recuerda en cierto modo a sí misma. Mira por la ventana y respira hondo. La arruga le está poniendo nerviosa, así que sigue intentando alisarla. La gente tiene que hacer lo que se espera de ella, de otro modo no hay más que caos. La organización, las líneas, el camino que tienen que cumplir todos. Empieza a sentir un ligero dolor de cabeza por las bebidas que tomó en casa de Ellery, y no puede evitar imaginárselo hablándole de todo lo que iba a escribir y a pintar. Era inevitable, desde luego, pero no es menos molesto por eso.

—Quizá pueda hacer algo por vosotros ahí arriba.
—No es necesario, de verdad, tenemos todo preparado.
—Aún así.
—No es necesario, de verdad, pero gracias de todos modos. ¡Nora, ven aquí!

La abraza con fuerza. En ese momento él se da la vuelta. Ella juguetea con la culata en el bolsillo. En sus ojos puede ver un montón de cosas que no quiere. Repasa las lecciones básicas de la partida. ¿A quién cojones se le ha ocurrido meter en medio a la niña? El suelo ha quedado muy abajo y ella se pregunta si no está pensando nada más que tonterías.

—¿Dónde habéis dicho que ibais?
—A Tendran VI. No está muy consolidado todavía, pero necesitan gente especializada. No es que sea como un destino en el núcleo, desde luego, pero no está tan mal. Y si todo va bien podremos seguir avanzando a partir de ahí para buscar un destino más cómodo. Joel tiene muchas opciones si conseguimos que todo vaya bien allí.

Él no deja de mirarla, desentendiéndose de las dos mujeres. Ella quiere llegar ya, que se abran las puertas, bajar en la estación orbital y comprarse un helado gigante, o lo que sea que tengan comestible allí. Lo que probablemente va a suceder es que cuando lleguen arriba se abran las puertas, salgan a hacer sus cosas y la dejen tranquila. Pero el caso es que él la mira fijamente. No puede ser un agente, nadie sería tan incauto. Se frota compulsivamente la arruga del pantalón. ¿Quién no acepta la ayuda de la esposa del Reclutador?

—Vaya, parece que tienes un agujero.
—Así es. Una tontería.

El cielo va lentamente volviéndose negro y las estrellas comienzan a brillar. Es como la peonza, siempre es como la peonza. Todo va a ir bien, todo va a ir tremendamente bien.

—Me agaché un momento en la galería, y alguien debía haber olvidado allí un clavo que me lo rompió. Pero, ¿ves? No hay herida.
—Jooo, menos mal.
—Claro, no ha sido nada de nada.

Mira por la ventana un momento.

—Ahora que lo dices... Tendran VI, ¿no es el Reclutador Van Doliente?
—No lo sé realmente. No hemos tenido mucho tiempo para informarnos, lo lamento mucho. Ayer mismo nos comunicaron que el traslado estaba aprobado y hemos salido inmediatamente.

Sólo tenían que haber mirado la firma de la autorización. O ella tenía mucha suerte improvisando nombres o no existía nadie con ese nombre. No comprendía el proceso. No tenía salida, sólo tendrían que haber colocado un destacamento en la puerta del ascensor. Y mucho menos la niña. Antes de darse cuenta tiene la culata del arma en su mano derecha.

—No queremos problemas, señora.
—En eso coincidimos. Yo tampoco los quiero.
—No sé quién es el Reclutador, pero te aseguro que vamos a Tendran VI en cuanto bajemos del ascensor y la nave salga.
—Por supuesto.

Él la mira con un gesto de odio. Espera que sepan agradecer ese tipo de actitudes allí.

—Yo sólo quiero salir sin problemas.
—Nosotros también —dice él.
—¿De qué vas a trabajar allí, exactamente?
—Soy oficial de Concordia.
—Suponía. ¿Hace cuanto que lo han radiado?
—Cuando empezamos a ascender.
—¿Qué han radiado, cariño? Estáis empezando a ponerme nerviosa.
—Papá, ¿qué pasa?
—Nada, cariño, nada de nada. Voy a tirar al suelo el juguete que tengo entre las manos, pero no puedes cogerlo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.

Se levanta despacio, camina y deja la pistola en el suelo.

—Cuando lleguemos quiero que salgáis en cuanto se abra la puerta, después de identificaros en voz alta.

El tipo, sólido como una roca, vuelve al asiento sin perderla de vista.

No hay nada que pueda hacer, así que deja que los nervios se relajen. Cuando no hay más que una linea de acción todo está decidido. Al abrirse las puertas la madre y su hija salen con prisa gritando su nombre por la puerta mientras el tipo sigue mirándola. Y entonces entran todos los demás, el tipo se queda. La inmovilizan, la registran, la esposan. Si todo lo que tiene que salir mal es eso no tiene motivo de queja.

Él la mira, le inclina la cabeza. Ella inclina la suya, justo antes de sentir dolor en sus rodillas. Su tip sigue marcando una identidad alternativa que no coincide con su cara. Es difícil estar en todo. Le hubiera gustado darle un beso a la niña. Así suceden las cosas a veces.

Petrov Li.

Zumbar por los corredores, rápido como el diablo con la moto mientras Concordia hace el tonto de un lado para otro. Echar un vistazo a ambos lados de la calle antes de cruzar, tener la tarea limpia, darle la vuelta a la tortilla cuando ya está dorada por debajo. Concordia hace el tonto porque se mueve en parámetros calcados unos de otros, protocolos. Esquivarlos no es nunca más complicado que estar un poco atento a lo que sucede, tener el pulso de lo que está sucediendo, joder. No es tan difícil. Déjales que vivan sus películas de estar salvando la galaxia como si no fueran capaces de hacer nada más. Porque de hecho no son capaces de mucho más que interpretar un papel.

Realidades virtuales, sus códigos no les permitían más que vivir realidades alternativas en las que los que ganaban siempre no eran los buenos, sino los del uniforme planchado y brillante. Para ellos eso, para ellos todo eso si era lo que querían, a él no le importaba en absoluto. Que les jodan. Había jodido por última vez ayer, la tipa aquella que sólo quería darse una vuelta por debajo a ver si todo era igual que arriba. Cuando le dijo que quería ir a su habitación él le dijo que de acuerdo. No le gustaba especialmente, pero... ¿quién lo hacía? Nadie, y el sexo es como el baile, si encuentras una pareja bailas. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para darle más importancia. No había nadie en medio de aquel desierto que pudiera comprenderlo de verdad. Porque aquello era un puto desierto, un puto y maldito desierto, ¿y qué? Pues nada. Maldita y puta nada. Tener la tarea limpia, que no tengan nada que echarte en cara, y todo lo demás va rodado. Darle la vuelta a la tortilla, no podía estar más claro. Si no lo haces se quema, joder. Siempre le había prestado atención a lo importante, pero no había nadie que hubiera podido darse cuenta, era un tipo discreto. Los del uniforme impoluto saludando en formación. Bien por ellos, menos esfuerzo.

Él tenía un huevo en la rodilla como recuerdo, así que nadie podía decirle realmente nada dentro del tono correcto. Podían dar vueltas sobre ello como los buitres que eran buscando la carroña correcta, el cadáver perfecto, pero no iban a estar más cerca ahora de lo que lo habían estado nunca, eso era lo único cierto. Como Borgar, de aquí para allá diciendo siempre lo que estaba bien y lo que estaba mal hacer, como si él fuera la puta medida de todas las cosas, como si no hubieran estado interactuando todos en esa danza que daba tanto asco. Tú vives, tú mueres, al final no era nunca más que eso, joder. Un puto desierto en él que él se moría de asco día sí día también, así que si ella había querido meterse en su cama a ver quién podía decirle que había hecho mal. Nadie iba a hacerlo, claro, y mucho menos a ella, pero la cosa estaba rondando por ahí. Una vida limpia, un destino limpio, un recuerdo de una vez en las que las cosas podían haber salido de otro modo. Pero las cosas nunca vuelven hacia atrás, joder. La gente se limita a hacer lo que tiene que hacer, y él se pregunta si alguna remota puta vez se han planteado dónde están. Nadie lo hace. Cuando se levantaron ella le miró raro desde sus pupilas gastadas mientras él le presentaba una tortilla perfecta para desayunar. ¿Es que eso no era suficiente, joder? Borgar tocándole los huevos todo el tiempo, como una pesadilla recurrente. ¿Has hecho esto, y esto otro? Pues yo qué sé. Habían estado trasteando con los planos hacía eones, y habían construido cosas curiosas, y no les sirvió de prácticamente nada más que para huir, huir ayer y huir hoy como dos tontos montados en cosas que conservaban intacta la capacidad de explotar. ¿Qué quieres que te diga, joder? Pues que no lo hicieron, y eso debería ser más que bastante, si me preguntas en serio. No explotaron. Fin del caso. Él tenía un huevo en la rodilla, y recuerda a la chica preguntándole "¿de qué es eso?" Pues de lo que es. De qué narices va a ser si no.

Y el tipo aquel insultándole mientras intentaba introducirle en el laberinto, en las habitaciones quebradas de las polivalentes. Podía multiplicar por cien las veces que era capaz de decir y yo qué sé y aún se quedaría corto. Zumbar por los corredores, puto piloto, a eso me dedico. Intenta comprenderlo si puedes. Si las cosas no cuadran no es culpa mía, yo hago lo mejor que puedo, ¿comprendes? Pero qué cojones iba a comprender ese mierda si no podía ver ni dónde le terminaban las uñas de los pies. Ella era preciosa y casi le hubiera gustado saber que sabía dónde se estaba metiendo mientras abrió la puerta y entró dentro. Tonterías. Cuando se quitó la ropa era mucho más hermosa porque por fin podían comunicarse, que era a lo que habían ido allí definitivamente. Lo que no terminaba de comprender era qué le había dicho antes que allí podía haber algo con sentido. Con sentido de qué, cuando su olor a coño casi le había partido por la mitad nada más entrar. El olor a coño es estupendo. De eso no puede librarse nunca. Joder. Le encantaba. Le estaba pareciendo precioso. Pero sabía que no podría mantener el encanto después de dormir y que el sol apareciera por la ventana. Esa era definitivamente otra historia. Y... ¿por qué el puto sol, por qué el puto mañana? La sucesión de las cosas le desorientaba. Sabía que era un maldito enfermo y que todo el mundo era consciente de ello. Todos lo sabían. Cuando la encontrase despertándose por la mañana y no supiera ni darle los buenos días sin atragantarse ella también lo sabría.

Joder.

Y sabía que algo iba rematadamente mal. Dungar no había acudido a la cita, y eso no es que fuera raro, es que era peligroso. A Petrov no se le había ni siquiera ocurrido intentar contactar con él, es lo que habían acordado en el caso de que alguno no se presentase a una reunión de "hombre muerto". Ese era el riesgo que corrían. Se coló por el canal buscando el punto que habían planeado. Quizá estaba bien y se había quedado dormido o cualquier otra tontería, pero no quería imaginarse lo que le caería encima si no hacía lo que tenía que hacer, fuera o no para nada. El corredor estaba lleno de ratas, el corredor estaba tan lleno de ratas que parecía una reserva biológica, el corredor estaba tan lleno de ratas que tendría que abrirse camino a patadas. Dungar no le dijo jamás que fuera a ser fácil, sólo le dijo que lo hiciera. Y él podía comprender perfectamente cuáles eran los motivos para hacerlo, aunque a veces pensara que a Borgar se le iba la cabeza cuando empezaba a pensar en sus conspiranoias. Vaya pedazo de bichos algunos ejemplares, llegaría más rápido si pudiera domarlas y continuar montado sobre una de ellas. Corredor B, corredor C, corredor D, todo el maldito abecedario por delante hasta llegar a la X. Las muy zumbadas intentaban morderle los tobillos, así que sacudía las piernas en cada paso para intentar que no se le acercaran demasiado, pero eran listas como demonios y sólo se acercaban a la pierna que tenía apoyada en el suelo. Quizá no como demonios, pero al menos eran tan listas como ratas. No iban a conseguir nada, no había olvidado los calcetines especiales que llevaba siempre en la mochila como parte del plan, podían morder lo que quisieran si no se tomaban demasiadas confianzas y no iban más arriba. Cuando empezó a ponerse nervioso utilizó los petardos que había guardado dentro de los calcetines hasta que se los puso, para conseguir algo de espacio un rato. Pesadas. Cuando llegó a la X se metió esquivando mierda y encontró el cajetín con la pequeña baliza de corto alcance. No sabía cómo Dungar pretendía que alguien llegara aquí ni por casualidad, pero si él mismo había llegado tan lejos no iba a empezar a dudar ahora. No tendría sentido.

El soporte en su sitio y se pregunta qué le pasa por su cabeza. Por qué no puede, simplemente, dar los buenos días, quedarse esperando un beso, terminar la tortilla, saludar con más besos, entender que tiene que hacer algo fuera que supone hacer algo fuera. ¿Acompañarla? Algo así, algo de ese estilo, reanudar el contacto después de jadear uno encima del otro. Le hubiera gustado ser algo más que un trozo de hueso enhiesto que se dirige a donde debe un rato, darle más placer que el físico. Pero para eso tendría aún que entender algunas cosas y no sabía todavía cómo. No era un tipo tan raro al fin y al cabo. No era un puto psicópata. No era nada más que él mismo, con los problemas habituales para comunicarse. Joder. Le olía tan bien todo... Cuando metió allí la cabeza sintió que estaba en el puto paraíso, con las caderas moviéndose como bombas de agua dentro y fuera. No podía saber por qué no terminaba todo de ser tan sencillo, por qué la magia no podía seguir al puto día siguiente, justo después de que se hiciera la luz y evitase quemar la tortilla. ¿Por qué no? Pero nunca sabía qué decirla. Pues ya está. Pues será que es así. Joder, por qué no.

Después de dejar el soporte de datos en el cajetín y asegurarse de haberlo conectado correctamente desandó el camino. Las cosas que uno tenía que hacer a veces iban más allá de lo normal. Se preguntó si él estaría bien, si sería cierto todo. No había querido hacerlo antes porque sabía que podría desanimarse y no habría sido bueno entre tanta rata. Necesitaba entereza. Seguro que simplemente estaba roncando en la cama y se echarían unas buenas risas cuando comentasen juntos el miedo que había pasado. El piloto no podía saber nada de nada, por más que no dejara de hablar. Seguro que Dungar se reiría de él diciéndole lo tonto que era a veces, pero sin dejar de felicitarle por lo bien que lo había hecho todo. Quizá le echaría la bronca por haber hecho caso a K. No era nadie, no era uno de ellos. No era un tipo del que se pudieran fiar. Una cosa tenía clara, ya podía encargarle a otro volver a recuperar aquello antes de que alguien lo descubriera, porque él desde luego no iba a hacerlo, ya podía decirle y repetirle que era lo que se tenía que hacer y que era importante, le daba igual. Ese camino sólo lo iba a recorrer dos veces pasara lo que pasara, uno de ida y otro de vuelta. Pero el caso es que Borgar ni había avisado ni había venido a la reunión, y eso no era posible. No se había quedado dormido. Si de algo podía estar seguro era de eso. Borgar jamás lo habría hecho. Tenía que estar jodido.

Quedó con el tipo en un lugar cualquiera de ninguna parte. Él seguramente estaría ya en busca y captura si era cierto que habían empezado a cantar y Aloz no era alguien que pasara desapercibido, precisamente. El puto Aloz, joder. No le había dicho nada, a ver qué era capaz de decirle mientras montaron en el transporte, con él guardando aún en la barba el olor de aquella fosa y preguntándose a dónde narices podían ir que tuviera algo más de sentido. No iba bien, claro, no iba nada bien, porque Borgar había muerto y él no terminaba de querer asumirlo. Al fin y al cabo qué cojones había hecho tan fuera de sitio. Nada. Nada de nada.

Y claro, al rato y antes de que pueda hacerse ilusiones de que todo va bien todo se va a la mierda, que es donde no deja de estar la mayor parte del tiempo. Cuando se baja del transporte el Señor Don Reclutador se mete debajo del capó e intenta arreglar la maldita cosa, sin tener ni la más remota idea. Él se va a por algunos conejos porque tarde o temprano se dará cuenta de que no tiene forma de solucionarlo y no estará mal tener un poco de comida caliente para entonces. Dungar estaba muerto y eso le estaba molestando especialmente, así que pone las trampas rápido y se queda esperando detrás de una piedra, sin hacer ningún ruido. Podía no haberlo hecho, las trampas van a funcionar igual, pero quiere vaciarlas en cuanto se llenen. Cuando caen limpia las cosas y prepara la carne para ponerla al fuego. Tiene experiencia, tanta que cuando lo hace delante de la puta gente se acojonan. Viven en un mundo de deshecho en el que la carne aparece en paquetes listos para su consumo, pero él sabe de dónde sale todo. Él sabe eso, eso y más. Lo que está en la bandeja hay que matarlo y trocearlo antes, y no es bonito. En la tripa hay mierda, y arrancar la piel no es algo que puedas mostrar en una reunión de trabajo. No sabe por qué tiene que explicar esas cosas si son de sentido común y puede verlas el que quiera. Las cosas se resisten a morir, cojones, al igual que tú. Pero es más sencillo obviar y olvidar los pasos intermedios. No tenía una puta bandeja disponible, pero esperaba que fuera bastante que la carne ya no sangrase casi nada.

Le dice que haga algo de fuego con los leños que ha traído y que cocine la carne, sabiendo que va a joderla. Tiene que apartarle del motor. No va a hacer un guiso de eso porque el tipo es Reclutador e idiota. La carne viene preparada en filetes que pones al fuego y haces una comida en un momento. Pero en verdad las cosas no son tan fáciles. Es como lo del coño y el día siguiente, algo que no termina de comprender del todo pero que implica un montón de charla idiota sobre un montón de cosas que no son ciertas en absoluto. ¿Cómo explicarlo? ¿Y cómo luchar contra eso? Pues de ningún modo, no hay ningún puto modo de hacerlo. El puto piloto ha hablado con nada menos que Aloz para hacerle un hueco en un viaje a alguna parte, y se lo dice después de llamarlo y darle noticias estúpidas sobre Borgar. Todos sus sentidos se han puesto en alerta, porque ni conoce al piloto ni conoce a Aloz, pero ambos son definitivamente el enemigo. De lo otro no tiene más datos que los que le dan. Ha estado con el tipo al lado de una nave en el maldito frío del camino a ninguna parte, cazando conejos para que coman esperando a que el tipo comprenda que es absolutamente incapaz de reparar el transporte, que lo deje. Ha estado perdiendo ese tiempo. En el fondo está corriendo más riesgo que nunca, sólo porque ha confiado en quien no sabe si puede hacerlo. Si todo es cierto no le quedaba otra. Si todo es falso la ha jodido. Pero Dungar no ha aparecido. Dungar lo hace siempre.

El piloto le dijo un lugar y una hora después de darle las malas noticias, y de allí a esto, atrapados en medio de la explanada con Aloz quemando la carne y el ahí debajo, buscando la cosa que no funciona del todo y que les mantiene anclados al suelo. No debería ser todo tan complicado, maldita sea. No debería serlo en absoluto. "Avisa a los que puedas", le dice. Pero él sabe que a estas alturas han debido caer todos uno detrás de otro, ninguno de ellos estaba preparado para que las cosas se volvieran reales. La carne en bandejas. Nadie es capaz de ver lo que sucede si no quiere. "Aloz te llevará a La Salida, y de allí saldrás con los demás". Él se cabrea, claro. A ver qué tiene que ver con esa gente, pero el piloto le hace ver que no tiene hay más opciones y que Concordia ya le está buscando. Le dice que es lo único que puede hacer realmente. Y si es lo único que puede hacer no queda mucho más que pensar. Así que trastea bajo el capó hasta que da con lo que no está en su lugar, y lo arregla, y le dice a Aloz que ya está todo preparado para salir de allí. Y abandonan los conejos ennegrecidos en mitad de la nada y se montan de nuevo, mientras las montañas se van acercando y él sabe que están yendo al norte. Y allí no hay nada bueno, nada más que hielo, así que no le parece un mal lugar en absoluto en el que esconder a un grupo de tarados que planean abandonarlo todo. En cierto modo le parece inteligente, y siente un poco de envidia. Quizá si ellos hubieran tenido algo más de esa inteligencia no habrían terminado en manos de la maldita Concordia hechos pedazos, y podrían seguir haciendo las mismas tonterías que no dejaban de hacer todo el tiempo y llamaban vida.

Zumbar por los corredores y darse una alegría cuando todo funciona bien, cuando resulta que a todo le da por ir como debe, eso es lo que quiere hacer. Se marea pensando en las veces que han conseguido huir de Concordia cuando construían esos malditos cacharros. Después de dejarla en el intercambiador, le ha dado un beso intentando no hablar demasiado. Para qué. A lo mejor le busca mañana, pero él mañana ya estará muy lejos de allí. No van a conseguir nada, y él echa de menos el olor, después de un rato le parece casi posible haber intercambiado más de un par de palabras en el futuro. La única vez que se le da medio bien todo tenía que torcerse, es ley de vida. Quizá habrían sido capaces de verse con regularidad, hacer cosas. Pero eso era demasiado bonito para tener buen color. Podían haber establecido una relación. Podían haber hecho algo estable de eso. Quizá no. Quizá sí. Quizá otro día. Quizá había sido un error haberse metido en todo esto al fin y al cabo. Le gustaría hablar de todo eso con Borgar.

A veces sólo es necesario un error. Desde los primeros días en los que les pillaron en medio de alguna tontería y, en un solo paso, se les cerraron todas las puertas. No recuerda exactamente qué fue, sólo el encierro. Andarían robando alguna tontería, una pieza que no podían sacar de ninguna parte, algo así. El Cardumen está muy bien si no tienes cerebro y te da igual no tenerlo. Hay un modo de hacer las cosas que todo el mundo sabe que es el correcto, y si perseveras y te comportas tendrás derecho a un montón de cosas que no significan nada. Podrás trabajar hasta caer reventado, podrás tener una vejez tranquila mientras a nadie le importas una mierda y recibes puntualmente tu RB para morirte del modo que prefieras, pero sin molestar. Porque si lo haces una vez, una sola, todo se habrá acabado para ti. Vaya estupidez. Vaya subnormalidad. Quizá a veces lo importante es seguir lo que te apetece, aunque no vaya a ninguna parte en concreto. Más de una vez, trasteando con los planos, ha conseguido algo cuando buscaba algo completamente diferente, ¿y eso cómo se conjuga en este modo de hacer las cosas? No se hace. Simplemente no cabe. Quizá sea mejor empezar en otra parte donde no tengas a nadie sobre ti todo el tiempo, donde lo importante sea ver qué puedes hacer por ti mismo en vez de a qué plan de producción te puedes apuntar. Pero no lo cree, ha conocido a demasiada gente como para saber que con o sin Concordia y los Reclutadores todos tienden a intentar adueñarse de lo que tienen alrededor, y eso es lo que hay. Eso es definitivo.

Pero viendo en qué ha terminado todo quizá deberían haber cogido la opción sencilla. Sí, le gustaría tener una charla con él de todo eso, repasando punto por punto toda la mierda y todas las consecuencias de querer comer otra cosa. Si todos están equivocados quizá algún día.

Aloz no dice nada mientras pilota. Tampoco tiene nada que decir, supone. Pero él tiene que creerse que el reclutador que tiene enfrente le está llevando a una cepa con la capacidad suficiente como para marcharse del planeta, en vez de a una prisión de alta seguridad o algo así. Sabe que es una tontería, si hubieran querido detenerlo lo hubieran hecho ya, a qué tanto teatro. No importa nada en absoluto, y será lo que tenga que ser. Pero quizá esta vez... quizá. El clima cambia mientras siguen yendo al norte y todo se vuelve frío y muerto, así que deja de mirar por la ventana, se acomoda en el asiento e intenta echar una cabezada. Y cuando está empezando a conseguirlo, haciendo que el ruido que retumba en su cabeza casi todo el tiempo se calme y deje sitio para el silencio, siente en su estómago que están empezando a descender. No puede creerse que el Reclutador sea esa clase de tipo, no parece tener ni la mitad de las agallas que hacen falta para eso. No es esa clase de tío, simplemente. No puede creer que durante vete tú a saber cuánto tiempo haya sido capaz de jugar a dos bandos marcando tantos en los dos, haciendo feliz al Consejo mientras conseguía hacer desaparecer a la gente y los recursos necesarios para dar una vuelta por el mundo de los que no están de acuerdo. Mientras lo odia ligeramente por una de sus caras no puede dejar de reconocer que lo admira un poco. Sea lo que sea, el tipo ha sido capaz de hacer su juego sin que le descubran y sin que nadie sospeche nada. No se atreve a preguntarse que va a suceder cuando el Consejo descubra que la cepa llegaba tan alto, nunca nadie le ha hablado de una en la que haya sucedido. Daría igual si estaban lo suficientemente lejos. Por otra parte, sabe que la información sobre ese tipo de cosas llega siempre deformada y mitificada, para uno o para otro lado. O bien Concordia se comportó con la sabiduría de cien mil ancianos y desmontó la tonta jugada de la cepa en medio segundo, o bien los heroicos miembros del proyecto Isaías engañaron a todo el mundo y salvaron la trampa para llevárselo todo a otra parte. Podía haber algo de cierto en todo ello, podía si gente como el piloto y Aloz estaban en contacto. Eso era algo que no había conocido jamás. Eso si el piloto era lo que decía, si el Reclutador era lo que decía, y si todo esto era algo más que algo así como una trampa especialmente elaborada para un idiota como él. ¿Estarían jugando? Bueno, que jugaran. Ya daba igual. Había vivido lo suficiente, no tenía nada que reprocharse.

El problema del Cardumen y todo ese cuento que se contaban unos a otros es que era asfixiante, que no dejaba huecos donde coger aire. Sólo podías hacerlo desde fuera. Siempre había algún idiota que te decía que eras libre de irte, perder la condición de ciudadano, buscarte tu propia vida fuera. Pero era mentira. Nunca nadie podría vivir así, cuando ellos tenían todos los caminos acotados. Era como un permanente chantaje, en el que recibías lo que necesitabas sólo en la medida en la que fueras capaz de olvidarte de todo lo demás y abrazar con ganas lo que te pedían a cambio, que era todo. Que era tu propia cabeza, joder. Un maldito desierto. Un puto erial. Bien para la gente que quería exactamente lo que le exigían, mal para los demás. Se habían montado una sociedad entre unos cuantos en la que habían organizado las cosas en función de lo que les apetecía y lo que no. ¿El encuentro? Estaba convencido de que no era más que un montaje, cosa que cada vez escuchaba más y más a su alrededor. No tiene sentido que unos bichos te contacten para después retirarse y no volver a aparecer. Y sin embargo sí que tenía mucho sentido si lo mirabas desde la perspectiva del que quiere tener un argumento poderoso para controlarlos a todos. Si lo mirabas preguntándote qué utilidad podía tener cada una de las versiones no quedaba mucho hueco para las dudas. Y de ahí lo restante, la expansión organizada en manos de las corporaciones, con una mano de obra lobotomizada. Y el núcleo, donde todos los hijos de hijos de hijos vivían exprimiendo a la gente que lanzaban al borde para conseguir más y más espacio, más y más recursos. Seguro que en el núcleo se estaban descojonando de todos ellos. Un parque de atracciones. Un jodido parque temático en el que ellos eran los que vendían las entradas y limpiaban las instalaciones mientras los demás disfrutaban de las atracciones.

—Prepárate, hemos llegado, aterrizaremos en un par de minutos. Recoge el petate y no dejes nada dentro cuando salgamos.
—De acuerdo. Gracias.
—No tienes nada que agradecer, es un favor a K, no a ti. Agradéceselo a él.
—Eso haré cuando le vea. Si lo hago. Parece que hace un frío de cojones ahí abajo.
—Hace un frío de cojones.

Siempre puede salir bien, después de todo. Siempre puede ser que el modo correcto de no quemar la puta tortilla sea haciendo caso a los que saben dorarla mucho mejor que tú. El hecho de que no haya funcionado muy a menudo no quiere decir que no pueda hacerlo. Quizá cuando se vayan y estén ya en otra parte todo será más sencillo y dejará de sentir la presión constante de ser un paria en un mundo funcional, enfocado y dirigido. Como hablar lenguas distintas. Como no tener los mismos ojos que ven lo mismo. Todo debería ser más amigable en un mundo de expatriados. Tendrían que hacer reglas nuevas, que tomar decisiones sobre cómo hacer las cosas, y ahí él podría ayudar. O quizá no, pero al menos podría participar. Se acabaron los planes trienales de cualquier cosa. Eso iba a estar definitivamente bien. Le hubiera gustado que Borgar hubiera podido ver esto. Si hubiera sobrevivido le habría matado saber que el proyecto Isaías era sólo lo que decían que era. No una cobertura del Consejo para localizar a todos y cada uno de los que pensaban diferente. Él habría intentado traer a Glenda, y eso quizá no habría salido tan bien. Porque Glenda no fue nunca trigo limpio. El puto Borgar siempre había estado colado por ella.

Cuando por fin aterrizan recoge la bolsa del suelo y por primera vez en toda la tarde sonríe. Al menos ha quedado él para buscar algún tipo de compensación en el futuro. Se dice a sí mismo compensación cuando sabe que quiere decir venganza, pero venganza es una palabra demasiado gruesa, necesita que muchas cosas salgan bien para poder pronunciarla sin temer atraer sobre él la mala suerte y que todo se tuerza. Cuando se abre la compuerta lateral baja y siente inmediatamente el aire gélido en sus brazos desnudos. Espera que el refugio esté realmente cerca. El viento aulla a su alrededor y le pregunta a Aloz por dónde tiene que ir, y sigue la dirección que él le marca con su brazo. Al fondo hay una pequeña luz y una anciana espera, haciéndole señales de que se acerque, y se dirige hacia allí. Y cuando algo empieza a no ir bien tampoco puede asegurar que no lo estuviera de algún modo esperando. Se lleva la mano al pecho y sigue andando, la luz está cada vez más y más cerca. La anciana se lleva las manos a la cabeza, pega un grito y se dirige hacia él, mientras la luz rebota en el suelo congelado que salpica de brillos la noche. Se acuerda de los conejos chamuscados, de la chica con la que estuvo anoche, de Borgar, de todas las veces que corrieron detrás de algo. Después de un rato cae, y ya desde el suelo ve la luz casi a su lado y escucha por primera vez la voz de la anciana, diciendo "joder, Aloz, ¿qué cojones es esto?", "ya te lo explicaré dentro, no preguntes", "pero, coño, ¿vas a dejarle ahí?, "¿y dónde quieres que le deje, dónde?" Y a partir de ahí todo se vuelve oscuro y sólo puede oír pasos que se alejan.

Había estado cerca. Había estado tan cerca que era casi una victoria.

Al fin y al cabo Borgar tuvo siempre razón, y se alegró de haber hecho lo que debía. La cosa está en su sitio, y espera que algún día pueda servir de algo. Deja de sentir el frío del suelo. Deja de sentir el dolor en el pecho. Deja de sentirlo todo y lo agradece. Si tiene que ser así mejor que sea rápido.

Capítulo 4.

El rostro del invitado deja ver la tensión de las reuniones que está manteniendo en los últimos días, y es muy diferente al que el Consejero pudo observar en él cuando se conocieron. Le deja que se siente y pida el café, sin empezar la conversación esta vez.

—Consejero —dice nervioso—, sé que no es lo correcto, pero también se que a estas alturas debes haber comprendido que no podría hacer nada que supusiera una falta de respeto. Hoy me gustaría a mí fijar el tema de nuestra conversación.
—Cuéntame qué quieres saber.
—Quiero que me hables del Consejo.
—Antes de nada, compláceme. Cuéntame qué has visto tú en él.
—Realmente es sólo una impresión, y no he acudido a tantas reuniones como para pensar que conozco cómo funciona de un modo completo, pero... Consejero, ¡es como asistir a un evento deportivo! Quiero decir que todo el mundo habla cuando le llega el turno, y hay un ritmo que se respeta, se replica cuando se debe, se acota el tema, se continúa, se para y se hace un descanso, se continúa. ¡El ritmo es tan musical que uno podría dormirse allí dentro, o ponerse a bailar, lo que prefiera!

Es la primera vez que ve al Consejero soltar una carcajada detrás de otra, hasta que en un punto empieza a dolerse. Arnaud ya está encima de él para cuando eso sucede.

—Señor...
—No pasa nada, Arnaud, no creo que un poco de risa vaya a matar a este viejo ahora mismo. Son sólo las costillas, que nunca terminaron de cerrar del todo desde aquello de Ontra... nada que no pueda soportar si merece la pena. Deja que siga la reunión, por favor, haz prometer a nuestro invitado que no volverá a contarme cosas graciosas. Creo que eso será suficiente por ahora.
—Como ordene, señor.
—Gracias, Arnaud, Gracias. No, amigo mío, no hablaremos hoy del Consejo. No es el momento. Es mi pequeña treta la que estamos siguiendo, y te pido que me concedas el organizarla como crea más conveniente.
—Por supuesto, Consejero. Lo lamento.
—No tienes nada que lamentar, olvídalo sin más. Eso acabo de hacer yo mismo. Aunque no toque el tema que me pides, creo que podrás sacar bonitas conclusiones del que te ofrezco a cambio, incluso quizá para ayudarte a entender el consejo... ¿quién sabe? Las lecciones están contenidas una dentro de otra, y no hay un modo de desenredarlas para que hablen sólo de ellas mismas... no importa, de verdad, no importa. Cambia el rostro, ya tienes suficientes preocupaciones ahora mismo, soy consciente. Hoy vamos a hablar de la cultura, buen amigo, nada más y nada menos de la cultura.
—¿De la RAL?
—No creo. No. Sé que seguramente consideras que sabes de ella lo suficiente, pero espero que también intuyas que sabes exactamente lo que alguien ha considerado que debes saber. Ya eres casi un experto a estas alturas.
—No lo sé, Consejero, pero la cultura es parte del problema de la Inconsistencia, y pensé que ese tema estaba ya cerrado. Dentro de lo que se puede cerrar un tema, por supuesto.
—Bien, bien... aprendes rápido. ¿Qué hay de la adivinanza que te dejé como tarea la última vez?
—Sigo en ello, Consejero. No puedo darte una respuesta todavía.
—Podrás, te lo aseguro, podrás. Confía en el modo en el que el conocimiento se posa y ordena en la cabeza. El problema del pensamiento no es siempre qué conocimientos posee nuestro cerebro, sino de cómo los organiza. La mayor parte de las veces la solución no es obtener la respuesta, sino descubrirla, ser capaz de verla. Pero bueno, no permitas que me despiste, nuestro tema de hoy es la cultura, esas cosas que los seres humanos se transmiten entre generaciones de un modo diferente a codificarlo en los genes. Pero no quería hablarte de cómo la RAL gestiona las diferentes versiones de la misma o de cómo aplica las de la tecnología que supervisa el Consejo, o de cuáles son los métodos para mantener un idioma uniforme y hacer posible una comunicación fluida e inteligente en toda la esfera. Había pensado hablar de Roma para introducir el tema, ya que sé que es otra de tus fijaciones dentro de la cultura antigua. Pero me temo que nuestro tiempo hoy aquí es limitado, dudo que Arnaud nos conceda el suficiente para la extensión que el tema merece. Uno se hace un plan, amigo, sólo para ver después cómo el universo entero conspira contra él. Por eso tengo que saltarme todo lo demás e ir al grano. Es una pequeñez, una casi nada, pero también es una pequeña semilla. Como toda semilla si la cuidas lo bastante puedes terminar descubriendo algo sorprendente. Necesito que comprendas por encima de todo, hasta su último corolario, que la cultura nos hace parte de algo. Y sólo te daré una pista esta vez, ser parte de algo significa reconocerte a ti en alguna parte y, por supuesto, definir lo que es "el otro". Sigue ese hilo y no lo pierdas, aplícalo a todo lo que se te ocurra, y cada vez estarás más cerca. Si tienes que recordar tan sólo una cosa de todas nuestras conversaciones, te exijo que sea esa.

Le mira con unos ojos inteligentes que, sin embargo, parecen desvanecerse paulatinamente.

—Señor, sus signos vitales...
—Lo sé, Arnaud, lo noto. No te preocupes, hemos terminado por hoy, aunque no sin fastidio. Haz lo que tengas que hacer, pero acompaña primero a nuestro invitado a la salida, concédeme un par de minutos para observar este estupendo día antes de que termine.

K Reilly.

No sabía ya cómo enfocarlo, pero quién podía hacerlo con el mundo al revés. Se cree demasiado listo, desde luego. Le mira como si no tuviera nada que hacer más que esperar a que se desvanezca entre las sombras, las caras, las rutinas de la tarde. Lo que no sabe es que lleva demasiado tiempo detrás de él como para permitir que ahora se le escape entre los dedos, con su ropa de ceñida de figurín y su peinado de fantasía. "Joder", piensa, "¿cómo ha podido todo irse tan a la mierda en este sitio?"

Hace tres días lo vio por primera vez, en medio de un mercado, vendiendo contrabando y viaje con una pose estudiada, hablando en voz baja y tapándose la boca al hacerlo, recibiendo a clientes que desaparecían entre la multitud nada más terminar de hablar con él y tras un apretón de manos. La vida no era fácil, por mucho que no apareciera en ningún informativo. Gente sedada por una renta básica mutilada por las corps, gente que intentaba darle un soplo de aliento a su vida desapareciendo un rato en la euforia plástica y la ensoñación de la droga para después levantarse, rascar la cuenta, ver lo que quedaba y vuelta a empezar, mientras los trabajos empezaban y acababan y ninguno era importante —porque casi ninguno realmente lo era ni lo había sido nunca—, y los días dolían un poco menos, las mañanas eran un poco más fáciles y al llegar la noche costaba menos dejarse mecer por el sueño. Unas jornadas en algún campo de producción o en una factoría y se reunía lo bastante para un par de viajes sin poner en peligro la comida, para hacer que el ciclo no parase nunca. Había estado casi toda la mañana ocupado en su negocio mientras él le observaba desde un café. Quizá el tipo era todo un genio y fuera consciente de que le había localizado, pero lo dudaba. Los que están demasiado satisfechos de sí mismos no suelen ser capaces de ver nada aunque lo tengan delante. Abrió la libreta para anotar la descripción y sacarle una foto mientras hacía que le preguntaba algo a la camarera sobre lo que tenía en pantalla. "No, no tenemos café, pero puedo ofrecerle un sucedáneo que se convertirá en su favorito a partir de ahora, señor". Nada que no supiera, nada que no hubiera visto antes. "Gracias, creo que tomaré uno de esos". Mantener una civilización era una tarea complicada, jodidamente complicada bajo su punto de vista. No hay intención que, con el tiempo, no se convierta en el egoísmo más mezquino. La imaginación es poderosa cuando se trata de pervertir. Paga el café de antemano por si tiene que salir corriendo y continúa mirando al tipo. Un burócrata había pasado por su oficina un par de días atrás para contratarle, su mujer había desaparecido sin dejar rastro y ni una sola nota, aunque no olvidó llevarse los mejores vestidos. Le habría gustado decirle allí mismo que ningún secuestrador se lleva una maleta, pero al fin y al cabo quién era él para ponerle pegas a un cliente. El tipo paga y el tipo recibe la información que ha venido a buscar, esa es la única ley que aún tiene sentido y que probablemente lo tenga siempre. Si eso cambiaba tendría que buscarse otro modo de mantenerse entretenido. Pero sospechaba que no iba a tener que hacerlo a corto plazo. El tipo parecía preocupado de verdad, mientras le decía que ella no sería nunca capaz de desaparecer sin dejar rastro. Claro, respondió. Qué otra cosa podía haberle dicho.

En su casa tampoco es que hubiera sacado nada en claro, pero sí lo suficiente para al menos tener un punto desde el que empezar. Amistades, familia, vínculos. Empezó las entrevistas, prestando atención a medias sobre lo que le decían porque nada le importaba en absoluto más allá de lugares, rutas, aficiones, gustos, pequeños vicios. La gente es gente en cualquier sitio, eso no decepciona. La casa estaba amueblada con buen gusto, al menos hasta donde él podía saber. Con el dinero del tipo podían haberse permitido una infinidad de cosas superfluas que no estaban, y se prometió recordarlo para cuando fuera importante. La hermana, histérica, decía no tener ni idea de dónde andaba. Quizá fuera verdad, quizá no. La siguió durante la primera tarde sin resultado, pero tampoco era cuestión de forzar el ritmo. Al día siguiente volvió a caminar a una distancia prudencial de ella mientras saludaba a gente, entraba en cafeterías, pedía la vez en puestos, se sumergía en las aguas termales de los baños públicos. No estaba nada mal, nada mal en absoluto, ese cuerpo había conocido tiempos mejores, pero de qué cuerpo no se podía decir lo mismo. Tampoco iba a hacerle realmente daño reconocer que tenía un culo bonito. Después de comer en un pequeño restaurante en el que él se quedó con ganas de pedir algo contundente, salió y fue al encuentro del tipo del viaje, lo cual le pareció bastante raro. No porque el consumo fuera algo en lo que todo el mundo no se metiera tarde o temprano, sino porque no parecía de ese tipo de gente. Trabajaba con críos en el centro de formación básica, y pese a que había conocido casos de algunos que habían terminado rematadamente locos con eso, en general eran de lo más centrado que te podías encontrar en el Cardumen. Los críos son inocentes y eso marca la diferencia, no te van a reventar de un minuto al siguiente, los ves venir. A la gente como ella le suele ilusionar pensar que pueden hacer algo con ellos diferente al toma y daca que se van a encontrar de adultos. La mano que mece la cuna es la mano que mece el mundo. La forma más eficaz de cambiarlo, si es que hay alguna, es hacer que los críos piensen que son fenomenales y tener la esperanza de que van a poner en práctica y a extender por ahí lo que aprendan contigo. Lo que le llamó la atención es que, o se estaba volviendo demasiado viejo y ciego, o ella no se llevó nada en el intercambio. Por supuesto que se estaba volviendo viejo y ciego, como todo el mundo, pero por suerte para su trabajo todavía no hasta ese punto.

Por la tarde fue a ver al mando, a preguntarle si sabía si su encantadora pareja consumía. Él lo negó una y otra vez, y se ofendió o fingió ofenderse con la pregunta. "¿Feliz?, ella siempre estaba feliz". Y sus neuronas retumban y cantan viejos ritmos que acuden a su mente sin esfuerzo, sus neuronas empiezan a evitar las sinapsis que siempre se activan, de puro aburrimiento. Caminos trillados con tantas pisadas que podría observar las tendencias del calzado en un momento concreto sólo abriendo su cráneo y mirando dentro. Dio por finalizada la amigable charla, pasó por una tienda a comprar un par de litros de cerveza y se metió en su despacho, atravesando la puerta acristalada con su nombre en él. Llenó la bañera y se metió dentro. Dentro del agua siempre pensaba mejor, pero no era lo que le había llevado allí. Lo único que podía sacar de aquello en ese momento era una noche de sueño turbio, sucio y agradable. Y en eso estaba metido a fondo cuando oyó cómo el cristal de la puerta se rompía y alguien entraba dentro. Para cuando quiso levantarse, secarse y ponerse en guardia, el par de tíos ya estaban dentro del baño y empezaban a zumbarle prestándole una atención especial a la cara. Escupió un par de dientes que tampoco eran originales a esas alturas, se tocó el ojo derecho tumefacto y pensó que ya era hora de dejar de ser la piñata en esa fiesta en la que no le habían invitado, y empezó a dar de lo que tomaba y a esquivar lo que no podía aceptar, resbalándose en el suelo mojado y buscando el punto en el que sus pies se afianzaban para lanzar un puñetazo bien dirigido. Los tipos se fueron un poco más tarde, no del todo contentos pero tampoco bien jodidos, y él se sentó en la taza del váter con un litro entre las manos preguntándose cuándo había empezado todo a parecerse tanto. Lo peor de todo es que sabía cómo iba a continuar todo aquello, paso a paso, detalle a detalle. Pero, amigo, se dijo, aún así hay que vivirlo. Se bajó los calzoncillos para soltar lastre aprovechando de algún modo la coyuntura. Terminó con el alcohol, puso la toalla empapada y ensangrentada cubriendo el hueco de la puerta y se fue a la cama.

Y la hermana reaccionó con piedad mezclada con algo de asco cuando, a la mañana siguiente, fue a visitarla. Le preguntó si alguien le había curado eso y, cuando él dijo que no era nada y no importaba, ella le dijo que se sentara en el salón mientras cogía lo necesario, y después le limpió y desinfectó como hacía tiempo que no recordaba. La parte de las heridas que puede generar adicción, si es que eso es posible, es precisamente unas manos tiernas curando la carne herida, intentando retornar lo correcto, poner las cosas de nuevo en el camino. Levantó la pierna derecha sobre la izquierda para disimular una erección sin seguramente conseguirlo. Sintió unas ganas tremendas de besarla, aunque al saber exactamente del recóndito lugar del que venían esas ganas pudo controlarlo sin problemas. Todo va y viene en un flujo inacabable. Cuando ella terminó le preguntó por el camello. Ella se echó a llorar despacio, resignada. Él volvió a preguntarla. Ella siguió lagrimeando entre pequeños hipos intentando hablar de algo, así que ahora fue su turno y le cogió las manos, mirándola directamente a los ojos mientras le decía que no pasaba nada, que él sabía. Porque él sabía, por supuesto que lo hacía. Le hubiera gustado arrancarle la ropa y llevarla a la cama sin preguntar nada más, pero ya había pasado por eso. Y recordaba de dónde venía todo aquello, por supuesto. Recordarlo le mantenía vivo. Cuando pudo más o menos tranquilizarla hasta el punto de no perder el aire, ella le dijo que... bueno, para qué repetirlo. Un par de apuestas que salen bien. Un par de ellas que no lo hacen. Un par de ellas que cubren las pérdidas, otro par un poco más arriesgadas. Sólo hay una historia que se repite una y otra vez sin perder nunca el ritmo, aunque todo el mundo piense que está haciendo las cosas de un modo diferente. Quizá precisamente porque todo el mundo se piensa haciendo las cosas de un modo distinto.

Así que le da un sopapo al tipo, nada serio. Le marca el anillo que lleva en el índice profundamente en el pómulo. El tipo que grita un poco, gime un poco, se desinfla un poquito. El tipo que se da cuenta de que no tiene delante a alguien con un simple mono, sino a alguien que puede complicarle la vida más de lo que está acostumbrado. No olvida los protocolos y le tiende un par de dosis, por si puede tentarle, pero no estamos hablando de eso ahora mismo, no, amigo. Creo que estás equivocando la conversación de cabo a rabo. Nota el relax en el brazo de antes de soltar el golpe, esa petit mort de abandono antes de la concentración aprendida, así que lo lanza hacia delante e impacta en la cara, esta vez con la intención de hacer realmente daño. Tres calles más abajo, un número de habitación, y súplicas. La diplomacia sólo entra en juego cuando realmente no tienes nada que hacer, cuando de algún modo todo está perdido. Le noquea con un golpe seco y lo arrastra detrás de un contenedor. Preferiría verle muerto, pero también preferiría no tener que responder de esto luego.

El agua incómoda cae del cielo mientras camina. Ese tipo de agua que se introduce en todos los recovecos y empapa la ropa sin respetar nada, ese tipo de agua que retumba en sus oídos y pide un poco de calma. Ahora no le conviene escucharla, piensa mientras pasa la lengua por los huecos de los dientes que le faltan en la boca. Ahora no es el momento en el que es conveniente entrar en razón, ahora es el momento en el que conviene perderla. Y baja la calle esquivando puestos de comida y gente evidentemente viva que hace cosas que comprende pero no comparte. La gente se ha convertido en un misterio a fuerza de conocerla. No es que no sepa qué es lo que están haciendo, o que no lo entienda, lo que no puede definitivamente asimilar es que no se aburran, que no vean las parodias de sí mismos en las que se han convertido. "¿Para qué?", se pregunta. Entra en el portal reventando la puerta de una patada y sube un par de pisos, fijándose en los carteles para saber dónde está. Alguien intenta detenerle dándole el alto, pero él ya está a kilómetros de altura manejándose a sí mismo como si fuera un droide el que estaba golpeando, y levanta la pierna mientras baja los brazos y le estampa la mandíbula contra su rodilla, y lo ve caer flácido sobre la asquerosa moqueta con el rabillo del ojo. Camina. Cuando entra, ella está gritando como una posesa, y sin más le da un medio tortazo que la deja tumbada sobre la cama. Visualiza la foto en el reti hasta estar seguro de que es ella, y se la echa sobre el hombro. Todo es un poco como en un sueño, sale por la puerta, le da una patada a cámara lenta a un tipo en los genitales, con la mano libre le da un golpe al otro en la traquea y le ve pelearse por encontrar un poco de aire casi como si no fuera real. Todo en orden, podía haber dicho no hace mucho tiempo. Ya en la calle el agua sigue cayendo del modo habitual, empapándole entero pese al improvisado paraguas que reposa sobre su hombro izquierdo. No olvida parar a por un par de litros de cerveza. Si el ciudadano que se los mete en una bolsa ve algo raro en sus accesorios se cuida mucho de decir nada.

Llega a casa empapado. La deja en el único armario de su despacho que se puede cerrar con llave y la gira. Abre un litro de cerveza convencido de que no hay mejor momento en el día para hacerlo y lo apura del cuello al fondo. Le queda otro y la sensación pegajosa de lluvia en los zapatos, así que se los quita estampándolos contra la pared, frotándose los calcetines uno contra el otro intentando entrar en calor. Y cuando se da cuenta de que es imposible con ellos puestos también se los quita y sigue frotando y bebiendo hasta que se duerme.

A la mañana siguiente entran los dos al mismo tiempo, lo que es confuso. Mira la toalla que tapa la puerta y va lentamente recordando cómo llegó todo a estar como está, aunque hacerlo no le sirva de mucho. El tipo alto y educado se queda callado pacientemente al fondo, como si al no haber sido invitado lo más natural fuera esperar. El otro da las gracias, rescata a la mujer del armario abriendo con la llave que está encima, suelta la pasta mientras ella grita histérica que van a matarlos, una y otra vez. La pasta no huele, no tiene sabor, y encaja perfectamente en su bolsillo. Tiene una resaca importante, lo que es más que suficiente y no quiere ni prácticamente puede preguntar más. Le hubiera gustado que todo el mundo saliera por la puerta, pero sabe que no es posible. Aguarda lo que está a punto de venir y que preferiría no vivir. Reconoce los galones aunque no destaquen demasiado en su cuello, ese tipo de galones no necesitan ningún refuerzo para llamar la atención. Le dice "hola, Consejero", y el tipo responde "hola, K". Como si fuera lo más sencillo y lo más normal del mundo.

Casi de verdad lo parece.

Le pide que se siente, y el Consejero lo hace con dignidad y tranquilidad. Después de la conversación con Glenda recibió una comunicación para reunirse con alguien en el orbital. Cogió una lanzadera y cuando llegó fue simplemente congelado y embarcado, y lo primero que vio al despertarse fue la cara del instructor. No podía hacer más que confiar en que Aloz supiera lo que estaba haciendo, porque no podía comunicarse con él de ningún modo que se le ocurriera. Lo que fuera a suceder tendría que hacerlo a su modo.

Y el instructor le habló entonces con el mismo gesto con el que lo hizo el primer día de su carrera, al terminar la formación, cuando no había nada decidido y aún se estaba pensando en qué parte de la corporación podía especializarse para intentar hacer algo. Hacer algo, de algún modo, cuando no tenía ni idea de hacia dónde debería encaminarse si quería que no le molestasen demasiado, si quería aprender y sumergirse en algo que realmente le supusiera un orgullo... no, no un orgullo precisamente, no tenía sentido agarrarse a algo tan inadecuado. Algo que le hiciera sentir que todo tenía algún sentido.

Le dijo, aquel primer día, no dejes que piensen que te engañan, ni siquiera cuando a ti te interese. La gente suele hacerse una idea equivocada de aquellos a los que pueden engañar, pase lo que pase. Habían transcurrido años desde aquello y aún se seguía acordando cada vez que aterrizaba en alguna parte. El sentido es un animalillo retorcido que te busca los puntos débiles todo el tiempo, de eso estaba seguro. Podía encontrar algo que le interesara lo suficiente como para dedicarle algo de tiempo y... ahí aparecía, de la nada, debajo del estómago, pinchando y bufando como si mereciera toda la atención posible. No podría escaparse del sentido del mismo modo que no podría escaparse de respirar mientras estuviera vivo. Había momentos, por supuesto, situaciones excepcionales. Minutos, días, incluso semanas en las que podía entregarse a cualquier cosa, una relación, una disciplina, un juego, tiempo en el que todo parecía completo en sí mismo y no hacía falta nada más. Pero eso, intuía entonces y sabía ahora, no eran más que pequeñas distracciones, cortinas de humo, entretenimientos. Al final la sensación entraba y salía, reclamaba, lloraba por las esquinas, atenazaba, presionaba hasta conseguir su tonto resultado: un agujero en el estómago y la necesidad compulsiva de llenarlo. No siempre era fácil. En realidad no solía serlo nunca.

Vaya, me ha tocado un pensador, qué suerte, le decía cuando acudía a su despacho por las mañanas preguntándole acerca de lo que no le había dejado dormir la noche anterior, o de lo que había pensado durante las clases teóricas que luego repasaba de un vistazo y ordenaba sistemáticamente en su cabeza de cara al examen. No tienes ni idea de dónde te estás metiendo, pequeño listillo, deja de darle vueltas y toma lo que hay como lo que es. Ahora, con el tiempo, sabe que se lo decía con cariño y no con la especie de rencor que dejaba que iluminara sus ojos. En aquel momento era diferente, claro, y él pensaba que su mentor jamás permitiría que se graduase si seguía con aquellas tonterías sobre casi todas las cosas que le rodeaban. Pero ahora puede comprender además pequeños detalles, retazos de conversaciones, respuestas certeras que no podría haber formulado si el instructor no hubiera estado exactamente en el mismo punto. Con el paso de los días ha ido viendo esos mismos detalles en otros con los que se ha ido encontrando, más o menos integrados en el Cardumen según su grado de adaptabilidad. Los más duros, como el hierro, que no aprendían a doblarse de cuando en cuando, yacían en algún camastro partidos por la mitad rogando algo de viaje, o directamente suplicando por todo después de haber perdido la condición de ciudadanos en alguna lucha estúpida que no podía conducir a ninguna parte. Recuerda cómo le animaba a seguir compartiendo con él aquellas tonterías día tras día, y lo que en su momento pensaba que era una burda treta para sonsacarle ahora le parece simple curiosidad. Oh, sí, él sabía en qué tipo de realidad se estaba metiendo él solito con su solo esfuerzo, y lo que le acarrearía en un mundo como el del Consejo. El tipo estaba preocupado por él.

El último día, cuando aún no había decidido nada pero el transcurso de los acontecimientos lo hizo por él y se graduaba como piloto de cargo, cribador, fue a despedirse del mentor en su despacho y le dijo esa frase, repitiéndola un par de veces, marcándola probablemente para que no la olvidara. También le dijo que podía contactarlo si tenía dudas que pudieran ir por cauces normales. Y que, si después de un par de años volando quería un par de consejos, no dudara en volver a verle y hablarían. ¿De qué hablaremos, señor?, vuelve entonces, no me toques las narices porque no es contigo ahora con quien debo hablar. Se dieron la mano y se marchó a su primer destino.

Y ahora, tras descongelarlo, le sonríe y le dice que ha hecho un estupendo trabajo. Descubrió la cepa, descubrió a Aloz y la corporación ya ha solucionado el problema. Le dice que ha conseguido despejar las pequeñas dudas que su comportamiento había estado provocando de un sólo plumazo, y lo felicita. No se hace ilusiones. No se lo habrían llevado de ese modo si las medidas no hubieran sido drásticas. De todos modos pregunta, y la respuesta excede todo lo que él podría haber imaginado. Torba ha ejecutado una maniobra de exterminio sobre la superficie y la cepa emigrada ha sido destruida en tránsito por una fuerza mercenaria. Caso resuelto. Aloz debió morir pensando que él era un traidor. Natra. Zinto. Petrov.

—Entiendo que el hecho de que estés aquí significa que fuiste tú quién tomó la decisión.
—No tiene por qué.
—Tiene mucho que ver, Consejero. Supongo que no es fácil vivir con eso.

Intenta contener la rabia el tiempo suficiente como para que las ganas de partirlo en pedacitos se evaporen un poco. Su cara debe reflejar la lucha interior. Su cara y los años en ninguna parte.

—Tampoco tengo que justificarme, piloto. No es ese el motivo por el que he venido.
—Por supuesto que no tienes por qué justificarte.
—¿Lo preferirías?
—Quizá. No lo sé.
—Tengo un par de preguntas.
—No hay nada que preguntar a estas alturas. No sé qué cabos puedes querer cerrar ahora. ¿Quieres que te perdone o algo así?
—Nada importante, por supuesto. Quería saber por qué no detuviste a Aloz después de que te dijera que era lo de Isaías, después de que la responsable de industria te pusiera al día.
—Zinto. Tenía otras cosas en qué pensar, Consejero.
—Lo dudo. No estoy aquí para juzgarte. Sólo necesito saber. Si fuera de otro modo habría venido con más compañía, no lo dudes. No creo que la necesite.
—Eso nunca se sabe hasta que no llega el momento.

K recuerda la conversación. Después de la clave del puzzle que le envió Zinto en aquel mensaje críptico. Después de que Borgar cayera frente a él. La recuerda, sentados en su despacho mientras él le pedía la cabeza de Torba a un traidor. No había tenido mucho tiempo para decidir entonces, y aún así seguía pensando que había hecho lo correcto.

—Ya no tiene sentido hablar de todo eso.
—Lo tiene, K.
—Él tenía razón. Y la sigue teniendo pese a llevar tanto tiempo muerto.
—¿En qué?
—En que nada de esto tiene sentido. Todo esto. La Inconsistencia es el problema.

El consejero lo mira, intrigado.

—¿Fue por eso?
—¿Por qué si no? Dudo que no lo sepáis. Dudo que hubieras venido a preguntarme si tú no lo supieras.

Recuerda la cara del Reclutador cuando le dijo que sabía que él era el responsable de todo el material y la gente que había desaparecido de los registros. No vio miedo en él, vio pena. Pena por no poder terminar la tarea que se había impuesto a sí mismo. Le pidió aquella tarde, nada más, unas horas. Pero la corp siempre había ido un paso por delante. Y el tipo tenía razón. La tenía toda.

—Pero aquello... fue un horror, Consejero.
—No habríamos podido hacer otra cosa aunque hubiera sido posible, y te aseguro que no lo era. Intenta pensar con frialdad un momento y ponerte en nuestro lugar. Un planeta con dos cepas, el Reclutador implicado. No podíamos saber cuántos de los colaboradores ni en qué puntos de la cadena se iban a quedar allí. ¡Si ni siquiera pudimos confiar en Torba para lo realmente inmediato, eliminar el convoy! Podíamos haber trasladado al círculo a una celda, por supuesto, ¿pero hasta dónde llegaba todo, dónde parar?, ¿dónde dejarlo para considerarlo limpio? ¿Tienes alguna respuesta para eso?
—No tengo por qué tenerla. Ni ahora, ni entonces. Yo no me dedico a eso.
—Eso es precisamente lo que sucede, piloto. Que no tienes por qué tenerla porque no era una decisión tuya. Él único responsable fue el tipo al que dejaste marchar cuando lo tenías delante de ti. El gran tipo, el hombre. ¿Comprendes que él sabía perfectamente lo que iba a pasar cuando todo se descubriera?, ¿te das cuenta de que fue él mismo el responsable de todo?
—Oh, por favor, Consejero. Él no transmitió ninguna orden, no apretó ningún botón. No está bien.
—Te pido que lo consideres un momento, K. Sólo un momento. No dejó ninguna otra opción disponible, y él tenía todos los datos para saber cómo iba a terminar todo. ¿A qué coste hizo su pequeño juego?
—Ya da todo igual. No sé por qué estamos discutiendo esto. Yo no quiero hacerlo. A mí no me sirve de nada. Y si te sirve a ti es que no mereces mi tiempo.
—Se está reproduciendo. Huim. Está volviendo a suceder.
—Me alegro.
—No creo. Hemos hecho avances.
—Yo no he visto ninguno.
—Has estado lejos de todo. El Cardumen se flexibiliza.
—No, no lo hace. Quizá es lo que te guste pensar, pero no lo hace. No sabe hacerlo.

Mira al Consejero con tristeza. Aloz le dio la clave para después morir con ella. Para destruir una civilización tan homogénea sólo hacía falta encontrar una debilidad. Extenderse de verdad, le dijo, diferenciarse. Volverse cientos de formas diferentes era el único camino para sobrevivir, y no repetirse una y otra vez, iguales. Y eso, de algún modo, lo sabían todos, también el Consejero.

—Tengo una resaca tremenda.
—Bueno, seguro que las has tenido peores.
—Seguramente sí.
—Me pregunto si podrás responder al reto que te planteo.
—No he escuchado ninguno.
—Quiero que me ayudes a salvar Huim, tal vez ahora haciendo un poco menos de estropicio. Ya no soy un novato y creo que he conseguido volverme algo más sutil.
—No hay nada allí para mí. Ya no.
—Tenemos una planeta que salvar.

Se acerca al refrigerador y lo abre, sacando un par de cervezas. Pone una frente al consejero y la otra frente a él. Si el tipo quiere ser familiar, que lo sea. Lo más complejo de la vida es cómo se configuran las relaciones entre gente que no tiene nada que ver. Le gustaría contarle un montón de cosas, pero no va a entenderlas por mucho que se esfuerce. No tiene nada que hablar con ese hombre. Ni quiere ni puede hacerlo. Lo único que le mantiene activo es pensar que va a reventar por algún lado, tarde o temprano.

—Si realmente pensaras que puedo ayudar en algo, no creo que te limitaras a pedírmelo.
—Estás muy equivocado, K. No puedes verlo, pero lo estás.
—No, no lo estoy. Lo que sea que vaya a sobrevivir está haciendo su trabajo ahora mismo. Te das demasiada importancia, a ti y al Consejo.
—Ha habido más encuentros, K.
—Ya ni siquiera eso puede importarme. Será lo que sea. El reto ya no es nuestro. Desde luego no mío. Y aunque te parezca estúpido, tampoco tuyo. Has venido aquí buscando una respuesta que no puedo darte, porque no tengo ninguna. Lo que creo que no eres capaz de ver es que si estás aquí es porque es demasiado tarde para todo.
—Quizá.
—¿Quizá?
—¿Quién sabe? No puedo resignarme.

Abre otro par de cervezas.

—Hice lo correcto, Consejero. Nos estancamos. Nuestra tecnología es la misma. Y acumulamos y repetimos nuestra debilidad. Eso es lo que me dijo Aloz. Y era tan evidente como lo es hoy, y fue tan definitivo que no he dejado de pensar en ello desde entonces. Y no quiero luchar contra eso. Eso es el futuro.
—No lo dudo.
—Nuestro tiempo se ha acabado. Y no me refiero a que tengas que salir por esa puerta, sino a que lo que podíamos haber hecho ya está hecho y la inercia ya lleva las cosas de la mano. Llevamos tanto tiempo en esto que no hay forma de darle la vuelta. No nosotros.
—Correcto. Pero no lo sabes todo, piloto. Quizá podamos hacer un poco más. Quizá ya se esté haciendo.
—Por supuesto.
—Tienes que ayudarme a que no suceda otra vez, porque no tiene por qué hacerlo de nuevo. Y eso será importante para lo que venga después, estoy seguro. Si no lo solucionamos volverá a pasar lo mismo.
—Hasta que deje de pasar.
—El Consejo aprende. Lo pararemos, y para siempre.
—No sé cómo se hace eso. Y, por mucho que intentes aparentar confianza, tú tampoco.

Bastantes horas más tarde lo ayuda a tumbarse en el sofá y él se va a la cama, y mientras se intenta sacar los calcetines se pregunta si podía haber habido otro modo de no dejar que todo se rompiera tanto. Y no lo hay, no puede haberlo. Cuando el Consejero se despierte en su oficina se dará cuenta de que las cosas suceden al mismo ritmo que las cosas quieren suceder, y será justo entonces cuando entienda que ha despertado en el último sitio en el que querría haberlo hecho. Y él estará allí para recordarle todo lo que ha jurado recordar. Si ha llegado hasta aquí, quizá simplemente buscara eso. Se aferra a ese pequeño consuelo.

Mañana.

Ansehelm Ed.

Estaba en el refrigerador, y seguramente por eso no fue detectada cuando vinieron a limpiar el orbital. El frío le recordaba a su casa, y lo necesitaba cada vez más a menudo. Al despertar y salir de la cámara no pudo encontrar a nadie por los pasillos, nadie respondió al comunicador. Era imposible. Y en ese momento empezó el ruido atronador, como si la estación se estuviera aplastando sobre sí misma, empezó el quejido sordo y largo del hierro retorciéndose. La información en los paneles no daba ninguna alerta, pero las imágenes del exterior decían lo contrario. ¿Dónde estaba Drova, dónde estaban todos? En ninguna parte. No dejó que el miedo la venciera y fue directa al hangar de las cápsulas de escape, esperando encontrar todavía alguna. Y lo que realmente la sumió en el pánico fue que allí estaban todas, intactas. Tan sólo media hora, no podía comprender qué podía haber pasado en tan poco tiempo.

Ahora, que habían pasado muchos años de todo aquello, se sorprendía de poder recordar aún su cara. Su traje la molestaba, no estaba acostumbrada a llevarlo por muy ligero que fuera. Pequeños remolinos de viento revolvían la tierra del suelo y borraban los pasos que acababan de dar, pasos entre las estructuras precarias que estaban definitivamente abandonadas. O eso o la gente que pudiera estar dentro había decidido abandonarse y morir. Tara avanzaba con paso firme entre los restos, seguramente decidida a buscar las pistas de lo que había sucedido, recomponer el relato. No se veía ningún cadáver, sólo restos de cosas abandonadas apresuradamente. Si ella hubiera tenido que dar alguna opinión habría dicho que esa gente se había ido voluntariamente, pero con prisas. Cuando no es por decisión propia suelen quedar cuerpos por el camino que nadie tiene la necesidad de enterrar. El cielo rojo picaba tras el cristal de la escafandra. Según las exploradoras robot había un pequeño campamento no muy lejos de allí, y Tara la asignó para la misión de reconocimiento. Ellos se quedarían aquí para seguir revisando lo que quedaba. Cogieron equipamiento y se pusieron en marcha. Tenían por delante quizá dos o tres días de camino.

El orbital estaba realmente fuera de control. No es que ella no fuera consciente de lo que sucedía, pero pensaba que no era para tanto. Aunque en un orbital minero no hay muchas novedades le parecía realmente desproporcionado. Había terminado el turno de extracción hacía un rato, y se había pegado una ducha preguntándose por donde andaría Drova, aunque sin querer relacionar ambas cosas. Los turnos se habían espabilado desde que encontraron la nueva veta, y últimamente nadie tenía tiempo para nada, excepto para Joshua, claro. A veces parecía que todo el tiempo libre que tenía cada uno en el orbital se lo dedicaba a él, ¿de dónde sacaría el tiempo para todos? Joshua hace un recital en la sala multiusos, un concierto, Joshua se ha acostado con el grupo beta al completo, Joshua hace una ponencia sobre literatura preliteraria... bueno, este último se lo había inventado ella, pero quién sabe si no haría algo peor algún día. En la zona de las literas no hubo suerte, así que quizá podría probar en el comedor, ¡seguro que no estaba en el gimnasio! No se lo iba a decir, claro, al menos no de momento, pero era verdad que últimamente había tratado con más raciones de las que era necesario. No es que le echara la culpa, las horas apretando el botón de los láseres mineros como único ejercicio no suponen un gasto calórico importante.

Andar por un terreno que no conoces, en el que no sabes de primera mano si algo que esté vivo puede amenazarte, es una pesadilla. No había formas de vida que pudieran detectar, pero eso no significaba nada. Sólo podían detectar las que se ajustasen a los parámetros de las conocidas.

Cuando despertó no se podía creer del todo que estuviera viva, que hubieran pasado sólo unos pocos años desde que se lanzó en el huevo, mucho antes del tiempo límite en el que habría perdido la energía suficiente como para mantenerla viva. Reconoció una enfermería regular de una nave del Consejo y se sintió tranquila, al menos estaba entre amigos. Aquello que había aplastado el orbital no lo parecía tanto, el cambio había sido bueno. Por un lado le costó integrarse en la rutina, pagar su pasaje con trabajo, pero por otro fue de algún modo reconfortante. Hacer cosas realmente útiles, limpiar el suelo, cocinar, revisar el inventario, sistematizarlo. Podías ver el resultado al terminar. Erá fácil con Anda y Tara, con los demás según con quién. La anciana tenía un montón de cosas que contar sobre la emigrada que se había salvado gracias al señuelo que los piratas habían destruido. Ansehelm le preguntó un par de veces cómo era posible que no les guardara rencor, y ella le respondía que no podían haber hecho un mejor trabajo de cobertura. Nadie informó a nadie de la escasez de biomasa tras el asalto, Tara se negó a hacer nada que no fuera parte de lo que le habían exigido. Esa información no llegaría a ninguna parte. La cepa estaba a salvo, y eso parecía hacerla feliz. Pero no conseguía ubicarla. Entre los restos que pudieron recuperar no había ninguna indicación del destino. Anda siguió buscando una temporada. Todo el tiempo que pudo.

Había quedado con él en media hora, y se había ido a la cámara a esperar. Eran unos críos por aquel entonces, carne de orbital minero, los niños mimados del Cardumen. Un tercio de la jornada apretando un botón, otro entre masajes y baños y juegos y el último, de cuando en cuando, durmiendo. Eran unos críos y sólo pensaban en cómo iban a divertirse al día siguiente, era parte del programa. Sus vidas se habían configurado de ese modo precisamente para que el mineral fluyera lo suficiente como para sostener la Expansión. Siempre iba a buscarlo al acabar el turno porque, en aquel entonces, le parecía importante estar a su lado, compartir tiempo con él, ahora no sentía lo mismo. Después desaparecieron todos y se quedó pensando en si había hecho algo realmente motivada alguna vez, además de buscarlo por los pasillos tras terminar su turno. Desde luego no lo había sido dejarle ir y sobrevivir. Que no hubiera sido su decisión no suponía ninguna diferencia, no podía dejar de sentir algo parecido a una traición. Por ello le agradaba ser de ayuda, hacer la vida de los demás algo más fácil. Y esta vida era mucho más real, en cierto modo. No más sana, no más segura desde luego, pero más real. Estaban luchando por su vida y se organizaban como creían conveniente para que no peligrara. Aquí cada decisión contaba.

A su alrededor todas las conversaciones parecían seguir invariablemente con el mismo tema, así que intercambian miradas divertidas mientras terminan la comida. Ansehelm no podía evitar preguntarse si quizá... no sería una buena idea no asistir a la clase hoy y extender el tiempo a dos horas. Al fin y al cabo le habían explicado los contenidos más básicos desde que era una niña pequeña. Todo aquello del encuentro y lo demás, ¿quién podía no saber nada de todo eso? ¿En qué burbuja de aislamiento tendría que haber estado toda su vida? Pero la asistencia quedaría en sus registros e influiría en sus resultados, así que estaba claro que mejor ir a una clase aburrida por un buen expediente que disfrutar otra hora con Drova y... joder, seguía sin ser una decisión fácil.

Y se acordaba de la felicidad que sintió al despertar. Estaba viva, no sabía todavía dónde pero lo estaba. Luego vino todo lo demás. Después de un tiempo Anda les dijo que se marchaba, que se congelaría en un huevo. Se estaba muriendo y prefería la opción de vagar aún viva por el espacio. Quizá la recogiera alguien que pudiera curar lo que tuviera. Parecía una esperanza débil, pero desde luego era una. Le preguntaron por el orbital, pero ella no supo decirles más que lo que había visto. Le preguntaron si pensaba que habían sido los mismos del encuentro con Padma, y ella no sabía muy bien qué responder. Sólo que o alguien había desarrollado una tecnología más allá de la Inconsistencia o nadie podría haber hecho algo como eso nunca. Vivió como una niña malcriada, entre pucheros y lágrimas, durante un tiempo que duro demasiado poco. El asunto de las cargueras había tensado los ánimos y Tara necesitaba alguien con quién sincerarse. Mientras tuvo a Anda todo fue bien, pero cuando se marchó le dejó un extraño agujero en el pecho. No podían conocerse tan a fondo, y sin embargo parecían hacerlo. Qué extraña pareja, pensaba Ansehelm, la víctima y la verdugo unidas por un vínculo sutil y, sin embargo, sólido. Cuando prepararon la expulsión le hicieron algo parecido a un funeral, pero no fue del todo emotivo. Se fue y ya está. Excepto ellas dos, nadie la echó de menos desde que abandonó la exclusa.

Una cosa era ir en contra de La Federación robando para sobrevivir, eso podía transmitir un ideal a la tripulación, un cierto sentido de la existencia. Pero atacar un par de cargueras de civiles era otra cosa completamente distinta, por mucho que hubieran resultado estar medio vacías. Habían trabajado para La Federación. Tara seguía actuando como si todo estuviera bajo control, porque tenía la sensación de que no hacerlo habría estropeado aún más las cosas, pero se había roto un pequeño equilibrio, algo que lo había cambiado todo y no parecía que fuera a solucionarse ni pronto ni tarde. Durante años intentó cerrar y suturar las heridas, recuperar la confianza de los demás.

—¡Hola!
—¡Ed!, esperaba verte por aquí.
—Claro, seguro que te mueres de ganas de comentarlo. Todo este asunto de Joshua.
—Exactamente, tenía que saber si tú habías caído también en su maligno influjo...
—¡No!, ¿cómo puedes decir eso?
—Madre mía, pues serás la única. ¡No he parado de oír hablar de él por todas partes, no hay ni un espacio libre de su presencia!
—Hombre, no puedo negar que es guapo...
—No tanto...
—Y que tiene una forma física brutal...
—Ya estamos... ¿por lo de los tiempos en el gimnasio?
—Bueno, por todo un poco...
—Oh, no, estás empezando a preocuparme... te veo algo infectada...
—Nah, era por picarte un poco. No tengo tiempo para frivolidades.
—¿Ah, sí?, ¿desde cuando?
—Eres un poco cerdito, Drova.
—¿Un poco?
—Bueno, vas subiendo el nivel, por si es lo que quieres oír. No, en serio, he empezado las clases para convertirme en educadora. Y con los turnos prefiero no quitarme demasiado tiempo, ya tengo bastante.
—Bff, casi prefiero lo de Joshua... ¿de verdad te planteas dejar el orbital? ¿En qué cabeza cabe? No sé, quizá prefirieras estar en tierra con tu RB mientras te haces vieja pudriéndote en tu, en tu... ¡pudriéndote de vieja!
—Mira que eres liante. No ahora mismo, claro, tampoco cuando termine la formación. Pero no está de más plantearse algo para cambiar cuando ya no encuentre estimulante golpear piedras lanzándoles haces de luz, ¿eh?
—No veo qué puede tener de malo golpear a esas malvadas.
—¡Por supuesto que nada!, pero es tan emocionante que quizá no debería reservármelo para mí sola, ya sabes, es egoísta, podría permitir que futuras generaciones de mineros puedan disfrutar lo mismo que disfruto yo mirando las evoluciones del escáner direccional... ¡toda una aventura!
—Así es. El orbital es para héroes. Gente ruda. Gente de la que ya no hay. No podrías encontrar gente más aguerrida en todo el universo, gente que cuando aparece un tópico humano andante pierde la concentración de un sólo golpe, eso está claro, pero la viva imagen de la excelencia.
—Estás exagerando.
—En absoluto, te lo juro. Mi padre me dijo esta mañana que la mitad de la flota obtiene resultados pésimos en las extracciones, y la otra mitad está rompiendo los registros de cupo en el cargo. Todo el mundo se ha vuelto loco a su modo.
—¿Y qué va a hacer?
—¿Mi padre? ¿Qué se supone que debe hacer? No se va a poner a prohibir que cada uno se acueste con quien le dé la gana. Si la cosa continúa igual, supongo que penalizará de algún modo a los que están produciendo menos. Dice que somos una panda de críos.
—Debe ser un prodigio físico... la minería, el ejercicio, el sexo... ¡es una fuente inagotable de energía!
—Me niego a creer eso. ¡Me niego! Y hablando precisamente de pasar un buen rato...
—¿Cuando exactamente he hablado yo de eso?
—No me desconcentres, mujer. ¿Cómo tienes esta tarde? ¿Podrías reservarme... digamos... dos horas?
—Podría concederte quizá una, si insistes, pero la segunda tengo que asistir a clase. ¡Y no me mires así! Digas lo que digas y hagas lo que hagas voy a ir, así que ni lo intentes.
—¡No he intentado nada!
—Estupendo, perfecto. Déjalo así y todo irá bien.

De nada sirvió le sirvió contar su historia. El mensaje de Concordia, las amenazas que contenía. La revisión exhaustiva del casco de la nave. El haber encontrado dos localizadores intactos. Operativos. El susto de muerte de comprender que podían haber muerto en cualquier momento simplemente si alguien hubiera considerado que eran algo que merecía la pena perseguir. La pequeña decepción de comprender que en ningún momento había sido así. El haber participado de algún modo en el exterminio de Huim. El haber sido parte de eso.

Cuando finalmente se dio cuenta de que no tenía nada que hacer y apostó su última carta y perdió, se montó en una lanzadera y siguió el camino de Anda. Quizá tenía esperanzas de llegar a alguna parte. Quizá no. Pero le dijo que la nave podría sobrevivir sin ella, y que era lo único en lo que quería pensar. Ella se sintió sola, aunque no mucho tiempo.

La vida es corta, pensó. Pero el olvido es para siempre.

Llegaron el segundo día, un poco antes de que anocheciera, y observaron con preocupación las torretas defensivas que bordeaban el perímetro de la base. El tipo que las había puesto no tenía demasiada idea de lo que hacía, había huecos sin cubrir y otros demasiado cubiertos. Una vez que comprobaron que estaban inutilizados entraron en única estructura. Un cuerpo tumbado en el centro de la estancia hizo que se pusieran en guardia un momento, pero llevaba demasiado tiempo muerto para ser una amenaza. ¿Qué hacía tan lejos del grupo principal, él solo? Alguien había terminado con su vida. Pequeños odios, suponía. Es difícil convivir en un entorno extremo y los pequeños roces pueden llegar a cambiarlo todo. Revisaron el contenido y se llevaron toda la información que pudieron rescatar. Ya lo revisarían más tarde. No fueron capaces de presurizar la estructura, así que montaron la tienda dentro y se metieron en ella a dormir. Ansehelm no pudo hacerlo, pensando en qué habría sucedido allí. Entre los registros encontró una especie de diario inconexo. El texto no hacía más que repetir que los de la colonia principal no podían perdonarle algo, pero que con el tiempo volverían de rodillas a buscarle. Lo repetía una y otra vez. Habían vuelto. En eso había tenido razón.

Le sacó la lengua restándole importancia al asunto y lo dejó allí sentado mientras salía por la puerta. ¿Quién se creía? Por la noche llevaba medio turno y se lo estaba pasando de lo lindo. Andra le había pasado ese nuevo juego que estaba creando y la verdad es que la tenía enganchada. No era todavía nada del otro mundo, pero la mecánica era interesante. Se trataba de esquivar las rocas que cobraban vida e intentaban minar la nave del protagonista, un minero. Nada enrevesado, simplemente esquivar y golpear hasta que una de esos puntos en la pantalla conseguía acercarse lo suficiente para impactarte. Tendría que decirle luego en persona que el juego prometía, aunque de momento le envío un mensaje con la palabra "juego" seguida de una cara sonriente, y casi enseguida recibió un "gracias". Se suponía que era importante estar atenta al minado para evitar cualquier tipo de incidencia con los láseres extractores, por lo que las comunicaciones estaban prohibidas excepto en caso de necesidad grave. Por ello casi seguramente le estuvieran monitorizando el texto, pero todo el mundo se saltaba la prohibición constantemente. No podían esperar que los mineros estuvieran ocho horas sin hacer más que mirar atentamente a una piedra. A su alrededor el resto de la flota podía acercarse en cualquier situación en la que le hiciera falta ayuda, y no había habido una baja de un minero desde quizá nunca. La indicación más importante era estar atento al escáner por si aparecía una nave no tipificada, pero no había habido más encuentros desde el de Padma, hacía una eternidad. Aprovechó para mirar y comprobar que el escáner estaba vacío más allá del resto de la flota. Una vez terminó de llenar el cargo avisó en las comunicaciones y se dirigió al muelle de atraque del orbital para hacer la última descarga del día, activó los test para verificar que la nave estuviera en buenas condiciones y saludó a Andra en el cambio de turno. "Menudo juego, va muy bien de momento, ¡me ha tenido absorbida horas!" "¡Me alegra que te guste! No es nada importante, simplemente algo para pasar el rato". "¡Me vuelve loca que lo estés haciendo a mano!". "Sí, es una locura, pero la verdad es que me divierte, mañana te paso una actualización". Le miró el culo mientras subía la escala hacia la cabina, sonriendo para sí misma. Salió del hangar y se dirigió a las duchas echando un vistazo al panel central por si había sucedido alguna novedad. Dejó que el agua la relajara y después pasó por el comedor antes de echarse un momento en el catre del compartimento. Ya tendría tiempo para la diversión con Drova luego, ahora todavía tenía un rato para la cámara. Cogió ropa de abrigo y se fue a donde podía sentirse por un rato como en casa. No del todo, claro, no es que tuvieran animales muertos colgando de ganchos como aquí. Pero si cerraba los ojos y lo intentaba un rato, a veces casi creía estar allí de nuevo.

Tara siguió revisando los restos después de la partida de Anda, intentando recomponer los datos corruptos de los ficheros. Se convirtió para ella en una válvula de escape. Horas y horas en el monitor, descuidando cada vez más sus funciones en la nave, mientras la tripulación parecía agradecer su ausencia. Cuando por fin los consiguió tuvo que convencer a todos de que tenían que ir a averiguar el estado de la cepa. Quizá pudieran ayudarlos en algo. Expiar una culpa, pensó Ed. Y seguramente también todos los demás. No tenían nada que hacer allí, pero Tara argumentaba que quizá podrían abandonar la nave y unirse a la cepa, en un lugar en el que el Consejo no tenía ningún poder y serían capaces de construir una vida sin tener que volver a huir. En el suelo y no en una nave que estaba lenta pero inexorablemente desintegrándose. John presionó para que los demás aceptaran. Ella conocía lo que había habido entre ambos, y sabía que él estaba haciéndole el último favor antes de darle definitivamente la espalda. Se pusieron en marcha con casi la mitad de la tripulación en contra y los ánimos tensos. En los pasillos circulaba el rumor de que Concordia les estaría esperando. Un cebo demasiado elaborado, demasiado paciente. Pero la gente tiene miedo, y cuando lo tiene lo razonable sigue un camino propio.

Y ahora, aún más años después, habiéndose convertido ella misma en la capitana de aquel armatoste que algún día fuera el orgullo de alguna flota, se preguntaba cómo habría cambiado todo si hubiera sido más madura entonces. Si hubiera conocido el poder que podían llegar a tener las palabras. A veces le hubiera gustado rebobinar, pero... bueno, era simplemente imposible. Había visto tantos reemplazos que pocos le quedaban para intentar obtener algo más de información sobre aquellos días, pero lo intentó con los que pudo. Y lo más curioso era que nadie asociaba la decisión de abandonar la nave con el asalto, le respondían una y otra vez que una cosa no tuvo nada que ver con la otra. Que Tara se había vuelto loca. Que quizá quería intentar cosas en otra parte. Que cerca de la ubicación en la que les abandonó había un planeta en el que estaba interesada. Y sintió algo de pena por lo frágil que es la memoria. La fuerza asombrosa del presente y cómo todo se desvanece cuando deja de serlo. Algunas veces lentamente, otras en cuestión de semanas, pero todo se evapora sin dejar prácticamente ningún resto. La nave se había reconvertido, todo el Cardumen lo había hecho hasta cierto punto, y ahora eran sólo una tripulación de transportistas siempre de un lado a otro. La Federación se había hecho más permisiva y terminó concediéndoles el indulto, o quizá olvidándose de ellos sin más. Nunca habían sido tan importantes. Pese a sus temores no habían encontrado ningún problema en ninguna parte debido al pasado, sólo gente que vivía y gente de diferentes corporaciones que aceptaba ser reclutada para mantener un perfil bajo, siempre por motivos diferentes que eran el mismo.

Cuando regresaron al campamento principal informaron a Tara de que allí no había más que un cadáver y equipos inutilizables, y ella asintió sin decir nada. No había realmente nada que decir. Se quedaron un par de días analizando lo que quedaba. Nadie quería hablar de irse, pero todos querían hacerlo y saltaba de conversación en conversación. La última noche Tara y John durmieron juntos en uno de los camarotes mientras algunos sonreían y otros murmuraban en voz baja. Lo cierto es que John se había convertido sin ninguna oposición en el capitán en funciones, y a algunos no les gustaban según qué lazos. Al día siguiente se montaron en las lanzaderas y despegaron. Se preguntó qué nombre le habrían dado a la colonia mientras veía el suelo alejarse.

Había participado en motines, en ambos lados según el caso. Había visto cómo todo se deteriora y se recompone, cómo lo que se pierde se crea de otro modo y la vida sigue. Había matado. Había apretado el gatillo con la conciencia limpia, comprendiendo que existe una línea peligrosa que se superpone a lo que ocurre y marca el camino, asustada de haber perdido el punto que establece el norte.

Eran unos críos porque era lo más conveniente, por supuesto. Porque de otro modo quizá hubieran empezado a hacer preguntas incómodas. Unos niños pequeños en medio de una aventura emocionante. El padre de Drova era el síndico del orbital, y sabía que había muy pocas opciones de que eso pudiera haberse producido por casualidad. "Las reglas están para romperlas", rezaba el dicho. Pero ella se preguntaba cómo podía nadie saber dónde estaba y qué estaba haciendo si las reglas más elementales no se cumplían. Empezó a comprender que quizá había reglas que no podían cumplirse, sencillamente. Que mantenían un decorado bonito sobre el que construir la dependencia de unos sobre otros, nada más. Que funcionaban como el cuento que las madres cuentan a los niños por la noche para que se duerman tranquilos. Siempre hace falta uno.

Y ella era el pegamento que mantenía a todos unidos, que decidía cuándo alguien se estaba pasando de la ralla y tomaba las medidas necesarias para mantener la paz a toda costa. Ella era ahora la responsable de escribir el cuento. Se había convertido en eso, y no podía negarse a sí misma que disfrutaba haciendo bien su trabajo. Disfrutaba el control que daba y la sensación de estar entregada a lo que pensaba era correcto. Se acordaba de Drova a menudo, y pensaba en él con el cariño de quien sabe que está viendo tan sólo lo que quiere recordar. Evitando ver los síntomas de una civilización que se iba muriendo lentamente aunque no lo supiera. Pero eso había sido hacía mucho tiempo, y el caso es que la civilización seguía estando viva. Ella no podía saber por qué, y tampoco le preocupaba. Para ella ya llegaba fuera de tiempo.

Una vez embarcó una mujer que dijo haber conocido a la historia de un hombre que se había dedicado a recorrer diferentes poblaciones de un lejano planeta, uniéndolas, y le gustó lo suficiente como para dejar que se la contara entera. Aceptó algunos libros que él había escrito y los leyó una y otra vez al final del día, tirada en la cama extenuada. Eran buenas historias. Historias normales, de vidas normales, y al mismo tiempo excepcionales por ser simplemente lo que eran. Y luego esa mujer desembarcó, y les regaló el libro de su historia en la nave antes de irse. Le habría gustado hablarle de Tara para que hubiera quedado todo allí preservado, pero no sabía muy bien cómo hacerlo correctamente. No le habría parecido honesto hacerlo mal, y dudaba lo suficiente de sí misma como para no atreverse. Así que finalmente la historia de Tara tampoco estuvo allí.

Un tiempo más tarde, cuando empezó a sentirse constantemente cansada, se quedó en uno de los planetas que habían tenido como destino con frecuencia. No conocía a nadie, pero no tardó demasiado en hacerlo. Anda, la anciana, le había hablado de cómo habían preparado la emigración, juntando gente y recursos suficientes, de todo lo que tuvieron que soportar allí antes de irse. Le habló del señuelo y de por qué lo habían necesitado, y sintió admiración por ella. Por el sentido de lo que uno hace a pesar de los argumentos más o menos razonables. Después de un tiempo murió, y la enterraron en una colina que reverdecía en primavera si las lluvias habían sido suficientes.

Arnaud Feraud.

Aquello de Ontra había ido mal desde que salieron del muelle y se encontraron a una muchedumbre rodeando el transporte que les estaba esperando. En su cabeza no tenía sentido darle más vueltas, pero el Consejero siempre tenía otros planes. Si querían peces, decía, tendrían que arremangarse los pantalones y meterse en el agua. A él se le ocurrían un par de modos más expeditivos y menos arriesgados de procurarse la cena, pero para el Consejero era importante comprender qué era lo que estaba sucediendo antes de tomar algún tipo de medida, fuera drástica finalmente o no. Saber lo que estaba produciendo aquel desastre podría darles alguna pista para parar situaciones parecidas en el futuro, y una vez que la seguridad de Concordia despejó el camino con las porras eléctricas entraron en los túneles hasta llegar hasta llegar a las dependencias del Síndico. Para alguien que estaba para servir al orbital les pareció que había demasiada maleza que cortar. El síndico había recopilado gran parte del arte local y estaba colocado en sus habitaciones como si tuviera una pequeña y exquisita sala de exposiciones. Allí no parecía haber nada excepto metales nobles con diferentes formas, pero evitó decir lo que pensaba sobre ello. De hecho no dijo nada en absoluto, permaneció a la espera mientras ambos empezaban el ritual de saludos y compartían una charla tonta y vacía, como si no hubiera nada de lo que tuvieran que preocuparse mas que de la destilación fermentada de la temporada. El león orbita la debilidad como los demás depredadores. No es especial en eso.

Una vez que todo aquello estuvo completado, el Síndico pudo por fin empezar a hablarles del Movimiento, sin, según explicó, comprenderlo demasiado. Pudo notar cierta decepción en los ojos del Consejero y, si el tipo que tenían delante cumplía lo que parecía, no sería la última vez. Un pequeño grupo había comenzado a pedir ciertas medidas para mejorar las condiciones de vida de la población, yendo definitivamente más allá de lo que dictaba el NIF. La producción era rica, y todos parecían saberlo. Eso siempre genera discrepancias a la hora de asignar los recursos. La diferencia es que Ontra era un planeta del anillo, no un puesto recién creado del borde. Se supone que cuando una colonia adquiere ese estatus ha pasado los controles suficientes como para que este tipo de situaciones no se den. Es parte ineludible del proceso de selección. Por supuesto que los Reclutadores intentaban, a veces, acelerar un poco el proceso, pulir algunos datos, sobornar a los técnicos de evaluación... pero nunca hasta el punto de representar algún tipo de peligro. Al menos no hasta ahora.

Y lo cierto es que el planeta estaba tomado, y el orbital a medio camino. En su cabeza era lo más cerca de lo imposible que se habían encontrado nunca. Se imaginaba perfectamente cuáles serían las implicaciones si no conseguían solucionarlo, y pronto.

—El Movimiento pide... en realidad, exige, formar parte del Cardumen como un estado libre asociado —explicó el Síndico—, dicen que si no queremos que los altercados escalen no nos queda más opción.
—¿Qué saben ellos de escalar? ¿Comprenden realmente el peligro al que se están exponiendo?
—Hemos intentado todo, Consejero. Una vez que el Reclutador despierte él mismo podrá darle más información.
—Lo que no comprendo es por qué no está aquí para hacerlo directamente.
—Bueno, él... su... salud se vio comprometida mientras escapaba.
—¿Hasta qué punto?
—Digamos que quizá tengamos que ir a entrevistarle a la enfermería.
—Oh, perfecto. Perfecto. Así que han atentado contra él y no ha sucedido nada.
—No podíamos hacer mucho más, señor. Concordia está de su lado. De hecho no sé hasta que punto podemos considerarnos a nosotros mismos seguros aquí.
—Esto es cada vez más y más bonito. No van a intentar nada contra mí, no todavía. Probarán primero un acuerdo. Si le sucede algo a un Consejero sus opciones están cerradas.
—Eso no lo tengo tan claro, Consejero. Lo digo con humildad.
—Tendrás que fiarte de mí, entonces.
—Por supuesto, señor, no pretendía cuestionarte.
—Mejor así.

Pasaron un par de días preguntando a todo el que parecía tener algo que decir sobre el Movimiento. Nada del otro mundo, en principio, el discurso habitual de lo importante sobre lo necesario. Las necesidades locales, la idiosincrasia local, todo lo local una y otra vez. El pequeño grupo se había ido extendiendo bajo la ceguera de todos, atrayendo lentamente a todo el mundo hacia la idea que centraba el eslogan. A nadie le cuesta tragar que el lugar al que pertenece es uno especial, elegido, superior a los demás. Ese tipo de cosas se venden solas.

Bajaron al planeta como la última concesión que podía hacer el Consejo, mantener una reunión cara a cara con la disidencia. No había ido mal, la seguridad había funcionado y la reunión transcurrió en una tensa calma. Ellos no estaban dispuestos a ceder en todo lo que respectaba a su autonomía, el Consejero no podía concederles nada. El problema de mantener una disciplina férrea con un fin común es que la mínima grieta, el mínimo recoveco en el que alguien pueda hacer una diferencia, será visto como un agravio comparativo por los demás. Y hay muchos ojos mirando. Si a Ontra se le permitía gestionarse de un modo diferente a como hacía el resto del mundo no pasaría demasiado tiempo antes de que todos empezaran a pedir un trato parecido. Y perder la cohesión significaría tarde o temprano la extinción, justo en cuanto la gente del Encuentro volviera a aparecer y se encontraran con una humanidad dividida. Durante todo el día orbitaba una y otra vez sobre la misma idea, y él podía percibirlo como si fuera capaz de leerle el pensamiento. Cuando fue evidente que no iban a llegar a ningún acuerdo empezó a impacientarse y a preguntarse cuánto estaba dispuesto el Consejero a hacerlo durar. Llegaría un momento en el que ni siquiera serviría para ganar tiempo.

Sabía que estaba demorando la situación hasta que fuera inevitable. No quería tener que echarse en cara el no haber hecho lo suficiente. Decidieron continuar la reunión al día siguiente, y salieron hacia sus habitaciones. Y ya en la calle, mientras caminaban al transporte, fue consciente un segundo del pequeño reflejo que brillaba en una de las ventanas de un edificio, del que salió un rayo de luz que le atravesó y le tendió en el suelo como una pesada piedra que se escapa de la mano. Activó los protocolos y se abalanzó sobre su cuerpo para evitar que volvieran a alcanzarlo. El equipo de seguridad hizo bajar los transportes, montaron en ellos con prisa y se lanzaron hacia el orbital. Recibieron mensajes de consternación y preocupación de la gente del Movimiento en las comunicaciones que siguieron, pero eso no iba a marcar ninguna diferencia llegado este punto. Habían alcanzado el último límite posible. El Consejero estaba en coma, la flota que se escondía en el sistema adyacente había llegado y empezó una batalla que sólo podían ganar ellos. En un par de días acabaron con toda la población, y cuando el Consejero despertó por fin sólo pudo verle llorar mientras le comunicaba cómo había acabado todo. Comprendía lo que pensaba, pero no podía entender por qué no les odiaba. "Amigo mío", le dijo, "idiotas hay en todas partes. Y lo que realmente me pregunto es si este idiota en concreto pudo saber en algún momento lo que estaba desencadenando". Arnaud veía las cosas de otra manera, sin embargo. Hay que terminar con el miembro gangrenado antes de que la enfermedad se extienda. Por supuesto que en él pueden quedar células sanas, pero el riesgo es demasiado grande como para no actuar. A lo largo de los años no recibió una sola recriminación sobre la decisión que había tomado, pero siempre supo que jamás le había podido perdonar, y que era completamente incapaz de hacerlo. Uno puede, y debe, agarrarse a lo correcto como a una balsa en medio del océano, es lo único que te separa de que te trague el agua y te ahogues en el fondo.

Pero eso había sido hacía mucho tiempo.

Fueron las consecuencias de aquella herida las que habían terminado por acabar con él prematuramente. No hace más de una hora que le ha comunicado al nuevo consejero la muerte de su predecesor, y comprende que no está aún preparado para la reunión de la que tendría que formar parte. Así que tendrá que ir él mismo, es demasiado pronto para que nadie más lo sepa. Si fuera un irresponsable habría dejado que todo siguiera su curso y que se encargara el novato de todo, pero todavía no está tan cerca del final. Espera no estarlo el tiempo suficiente como para que todo vaya bien. Hay demasiado en juego. Otra vez.

Cuando entra Nadir se siente un poco más tranquilo. Es un anciano como él y le cae bien. No sabe si hubiera sido capaz de lidiar con la impetuosidad de alguien más joven. No pudo evitar lanzar de nuevo una mirada curiosa a sus pequeñas agallas rosadas en el cuello. Ellos llevaban años controlando ese tipo de modificaciones por buenos motivos, y el primero era precisamente el que les hacía sentarse a uno frente al otro ahora mismo, tender puentes antes de que la distancia les separará de un modo irrecuperable. Las primeras reuniones no fueron más allá de un reconocimiento de las intenciones reales de ambas partes. Cómo, se preguntaba, alguien podría haber tenido la voluntad suficiente en el camino que había recorrido el nadador —había aprendido el nombre en su lengua en un gesto de respeto y reconocimiento que sobreactuaba—. Para qué tanto esfuerzo en algo tan horrible. No sólo habían sobrevivido, sino que además habían primero perdido y después recuperado los conocimientos que se habían llevado con ellos, y habían terminado encontrando y uniéndose a otros, organizándose en lo que llamaban "La Suma", hasta formar un pequeño imperio que no rivalizaba con el Consejo pero que, sin embargo, crecía cada día. Convirtiendo la amenaza en una cuestión de tiempo. El problema, se daba cuenta, no era la victoria o la derrota, sino el ruido. Crecían de un modo desordenado y caótico, pero lo hacían. Nadir no era un mal tipo, y sus ideas le parecían sensatas hasta cierto punto. No sabía hasta dónde, pero empezaba a ver un poco de coherencia en ellas. Una civilización sin control del lenguaje ni de las patentes, el punto opuesto al suyo. Se habían pasado años poniéndose en contacto unos con otros y tendiendo puentes alrededor de un lenguaje común que sólo utilizaban para hablar unos con otros. A Arnaud eso le parecía una locura, un sinsentido. ¿Para qué duplicar esfuerzos, por qué no aprender todos el mismo? Pero para Nadir parecía ser muy importante todo lo que cada pueblo crecía independiente de los demás. Para él era simplemente la respuesta que estaban buscando, la que tenían que buscar. Decía sentir que la solución a su problema era el caos, un preciso tipo de él.

Una civilización sin símbolos, sin emblemas, para unirse en algo que no era nada. La bandera de la no bandera. No hacían las cosas del todo mal, pese a no gustarle la idea en general. Cuidaban de los suyos. Todos tenían derecho a lo mismo sólo por haber nacido. No había ciudadanos, porque todos lo eran. Para qué un nombre cuando no hay más que uno. Para qué un emblema cuando no hay nadie contra quien diferenciarse. Utópico, pero funcionaba. No sólo no se les pedía que respetasen algún tipo de principio más allá de no hacer daño a nadie más, sino que casi se les exigía. Arnaud sabía reconocer un peligro cuando se lo ponían delante.

Nadir le explico que había salido todo de un modo natural. Si quieres unir tres civilizaciones diferentes en un mismo planeta no puedes darle ningún privilegio a ninguna de ellas. Una vez que completó su viaje comprendió, negociando con su propia versión local del Consejo, lo difícil que era armonizar intereses opuestos. Un curioso todo vale que había terminado siendo tremendamente productivo. Ellos se basaban en que todo fuera un recurso utilizable por cualquiera, y La Suma, sin embargo, en que cada uno fuera capaz de cultivar su diferencia, convirtiendo el entorno en algo más rico. Empezaron la reunión, y Arnaud lamentó de nuevo que el Consejero no hubiera vivido lo suficiente como para estar en ella. No habría negado jamás que era mucho más capaz que él para lidiar con esto.

—He pasado un tiempo aprendiendo su idioma, pero aún no me muevo en él con soltura. Le agradecería que mantuviera la conversación sencilla. Lamentablemente soy el mejor traductor al que podemos tener acceso.
—No es un problema, Nadir. Me alegro de tenerte aquí.
—¿Seguro?
—Dentro de lo que me puedo alegrar de que algo como lo que representas exista.
—Comprendo.
—No sé si terminas de hacerlo del todo. No sé hasta qué punto entiendes que todo lo que significa tu existencia está en contra de todo en lo que nosotros creemos.
—He comprendido algunas cosas a lo largo de los años. La nave original en la que mis antepasados llegaron a mi planeta guardaba intactos todos los registros. Comprendo el Encuentro, y me sorprende la inteligencia del plan que se trazó a partir de ahí. Pero me parece que tiene puntos que no son del todo adecuados.
—Por supuesto. Si estuvieras de acuerdo con él tendríais que acabar con vuestras vidas y vuestra civilización de inmediato, o sumaros a nosotros. Discúlpame si espero poder convencerte de ello.
—No, no lo esperas.
—Pero me gustaría hacerlo, y es mi guía.
—Creo que podemos ser importantes. Creo que tenemos mucho más que aportar que el peligro que podemos llegar a suponer en... vuestra forma de organizar las cosas. Creo sinceramente, de hecho, que el peligro es esa misma forma de organizarlo todo.

Y de aquello habían pasado algunos años en los que habían ido acercando posturas. No se engañaba, entendía que el Consejero de algún modo le había inoculado el virus de su propia percepción poliédrica de las cosas, y que eso le estaba volviendo más tolerante con lo que no hace mucho le hubiera hecho tomar una decisión inmediata y directamente resolutiva. Pero no era todo tan fácil, pese a todo. Quizá la civilización del Encuentro estaba esperando precisamente ese tipo de guerra civil para comenzar su propia conquista, así que volvió a verle siempre que fue posible y se esforzó para no terminar en ruptura. Fue a su planeta natal y observó cómo caminantes, voladores y nadadores mantenían las diferencias como un recurso más en vez de como un impedimento. Fue extraño. Aprendió los rudimentos del lenguaje universal, puso de su parte. Y Nadir había vuelto al agua mientras él se quedaba bajo aquel sol unos cuantos días, comiendo de su comida, compartiendo su espacio y su tiempo.

Seguía siendo todo igual. El hecho de que todo pudiera ser de otro modo no lo hacía más conveniente. Conoció a Lara y se preguntó qué sortilegio podía haber hecho que gente tan errónea pudiera parecer, sin embargo, tan hermosa, cómo no parecía haber correlación alguna entre el error y la belleza. Participó en un par de sesiones de juegos, se rió. Se sintió realmente confundido, lo que le hizo pensar que el mundo podía haber sido un hermoso lugar si no hubiera sido por la constante amenaza. Cuando el nadador volvió él y Lara ya dormían juntos, en un giro de los acontecimientos que no esperaba ya disfrutar a estas alturas. Ella intentó explicarle lo que había antes y lo que hubo después del viaje inicial de Nadir, y a él le pareció asombroso. Mientras él descansaba ella le contaba historias, y le leyó partes de los libros que el nadador había ido escribiendo, llenos de las vidas de aquellos que hacía tiempo que ya no vivían. Ella había estado con él desde casi el principio, y la vida le había dejado tantas señales que no se diferenciaba de él mismo en ningún sentido. El haber conocido tantas formas diversas les daba un brillo especial, un respeto indefinido pero apreciable. Había algo que no terminaba de comprender, y que sin embargo ella sentía. Lo único que les importaba era el ahora, y emprendían un camino por el camino mismo, pese a ser conscientes de a dónde llevaría si terminaban el viaje. Llegar no era lo más importante. No era ni tan siquiera relevante.

Él quería estar de acuerdo con ello, pero no podía.

No podía mientras recorría con sus manos su cuerpo ajado cuando ella dormía. Comprendía que su tiempo era limitado. Tenía la edad suficiente como para saber que podía morirse en cualquier momento. Pero eso no cambiaba nada, los demás seguirían viviendo. Esa era parte de su responsabilidad. Vendrán o no vendrán, le decía, pero la vida seguirá de algún modo. La vida sí, respondía él, pero no la vida tal y como la hemos conocido. Y ella había vivido cuando no había tecnología suficiente como para hacer que la muerte no fuera un acompañante constante. Él, sin embargo, no había conocido eso hasta ahora. Y tampoco podía resignarse sólo a eso. Para ella era vivir sin más, parte de la definición. Eran de dos mundos tan diferentes que tenía que conformarse con pulsar los bordes de lo que quería decir, comprender entre neblinas aquello a lo que podía referirse.

La tarde antes de marcharse intercambió unas palabras con Nadir, en las que éste le preguntó qué es lo que iba a hacer. El le dijo que volver y morir en casa, con el tiempo. Él le preguntó si se sentía mal, y él respondió que no, que se sentía mejor que nunca, pero que hay momentos que llegan pese a todo.

Le habló de las generaciones que habían vivido en la idea del objetivo que habían tenido siempre en mente, le habló de cómo el Consejo se había convertido en tan parte de todo que temía que cambiarlo modificara de forma radical la esencia de lo que eran. Le habló de lo difícil que le resultaría olvidarse de todo eso en algún punto. Le habló de que había historias en su civilización que también estaban por todas partes, del sacrificio. Le habló, finalmente, de Ontra, y de como ver las cosas tan de cerca le había hecho decidir en el caso de Huim, aunque sólo fuera para quizá equivocarse por segunda vez. Le dijo que tenía tantos cadáveres en sus costados que la decisión no podía ser sólo suya, tendría que pedir consejo. Le dijo, sincerándose, que intuía que no sería capaz de olvidarse de todo eso para empezar de cero. Y también le dijo que todavía no tenía claro si empezar de cero era realmente una opción viable. Y reconoció que no era el candidato más adecuado para empezar un camino nuevo.

Y Nadir le comprendía, o eso le dijo. Y le contó la historia del hombre que se había lanzado a los tiburones para seguir el ciclo cuando él mismo no podía seguir en él. Y le contó cómo ese hombre sabía que las cosas seguirían aunque él no pudiera estar en ello. Y él pensó que quizá tendría que hablar con otro, con alguien con menos a sus espaldas. Porque si dependía de él las cosas no iban a terminar de un modo demasiado agradable. Nadir agradeció la sinceridad con pesar en sus ojos, porque seguramente había terminado por apreciarlo. Él también lo apreciaba. Los dos sabían que no tenían demasiadas opciones, ambos se habían pasado la vida haciendo cosas distintas, y esas bolsas pesaban mucho en lo que podían reconocer como posible. Sus caminos, para bien o para mal, estaban marcados.

Lara le acogió en la cama con una sonrisa y ambos se miraron despacio. Sabían que iba a ser probablemente la última vez y no tenían prisa. Se adormecieron abrazados sin permitir que el sueño les robara el tiempo que podían recuperar en otro momento. Cuando se despertó sintió pena por todo lo que había y por lo que no, sin saber muy bien a qué se refería él mismo con ello. No es que estuviera volviéndose loco, es que no terminaba de llevarse bien con la duda.

Y delegó todo en manos del nuevo Consejero mientras él se convertía, casi a su pesar, en el opositor en segundo plano, en la voz de la conciencia o, al menos, de la diferencia. Lo primero de todo era informar al Consejo o acabar silenciosamente, si era posible, con ellos, y el no quería ninguna de ambas cosas. El Consejo era el juego de poder en el que sólo los más fuertes deciden, todo estaba configurado así. No puedes presentarle una amenaza a quien está dedicado a sobrevivir y pensar que no va a hacer nada al respecto. Después de un par de días en su rutina habitual, al volver, vio las cosas de un modo ligeramente diferente, un poco más cerca de como siempre lo había hecho. Una corporación que tuviera intereses fuera del Cardumen no iba a hacer más que dejar paso a otra que tuviera más fuerza y acabara con ella. El objetivo de Nadir era que informasen a las demás corporaciones sin darle más vueltas, pero era inocente como un niño y no conocía lo suficiente del Consejo como para sentir temor. Arnaud, sin embargo, sabía lo que eso podía llegar a significar.

Hizo un viaje para ver a Lara, algo que le sorprendió a él más que a nadie. El pequeño poder que había conseguido tener sobre él sin hacer nada le sorprendía. Estuvieron un par de semanas en silencio dejando pasar el tiempo en la cama. La vida, pensó, va por un lado, y las necesidades por el otro. El penúltimo día subió la colina despacio ayudado del bastón que ya no le abandonaba nunca, y cuando llegaron arriba saludó los que estaban allí percibiendo que le respondían con alegría. Eran buena gente. Era consciente.

Montaron la tienda y al llegar la noche disfrutaron de cómo todo el mundo bailaba, ellos sentados a cierta distancia. Brun trajo comida y sonrió, mirando a Lara. Recordó, de repente, a un montón de gente que hacía tiempo en la que no pensaba. Pensó en lo que había llevado a Tara a terminar la misión que le habían obligado a aceptar mediante coacciones, recordó al piloto. A Torba pudriéndose en una celda desde el mismo momento en el que se había puesto al alcance, sus gritos de odio. A Glenda sin sus únicas armas en un mundo nuevo, marchitándose en soledad. Se preguntó para qué, en el esquema general de las cosas, había servido todo eso. Recordó el mensaje de Zinto comunicando que Aloz era el responsable del proyecto Isaías. Recordó tantas cosas que se preguntó si no estaría perdiendo la cabeza, o al menos el hilo que las mantenía a todas conectadas y llenas de sentido. Ahí estaban, tres viejos sentados frente al fuego mirando a los demás vivir, conscientes de lo que tenían delante. Se acordaba de Ontra y de Huim porque quizá podría haber intentado hacer las cosas de otro modo, si hubiera podido permitirse ese margen. Pero siempre faltan datos. Y se preguntaba si hacer las cosas de otro modo hubiera sido un acierto o un tremendo error. Tarde ahora ya para echar cuentas, pensó. K perdido en algún otro lugar sin entender qué era lo que había levantado y todo lo que se le debía, o entendiéndolo perfectamente y por eso mismo aterrorizado. Después de todo el ruido y de todo el movimiento loco de un lado a otro, de unos contra otros, una vez pasado el tiempo, no quedaba más que gente que había intentado hacer lo que consideraron que era correcto. Detrás de la tienda, mientras meaba y Brun les acercaba más comida y bebida y se hartaban, se preguntó si había merecido realmente la pena. Lo importante, pensó, lo es mientras no pasa nada más. Vivir una vida entera de lecciones para terminar comprendiendo que realmente no ha aprendido nada es descorazonador. Frustrante.

Abrazó a Lara intentando ocultar las lágrimas que rodaban por sus mejillas mientras ella le preguntaba qué pasaba. No pasa nada, dijo, y pasa todo, pensó. Esto es hermoso, es eso sólo. La noche estrellada enmarcaba los bailes de la gente que se alimentaba festejando la vida, y le pareció tan vital y se sintió tan deudor de tanta gente, que o bien no estaba ya a su lado o bien estaba muerta, que no podía parar el torrente inmediato que salía de sus lacrimales. Pero todo estaba bien. En realidad no estaba haciendo más que celebrar lo que había vivido. Es cierto que mucho de todo ello había sido en cierto modo una tragedia, pero no dejaba de ser vida. No podía lamentarse de haber sufrido del mismo modo que no podía hacerlo de haber sido feliz, porque no era culpable de nada. Tendría que aprender ese tipo de humildad, y no tenía demasiado tiempo para hacerlo.

Cuando se levantó aún de madrugada dejó a Lara en la cama tras arroparla y abrió el comunicador cifrado en el que dio la orden de apertura. Él no saldría de allí ese día. Después volvió a la cama, la abrazó y e intentó dormir un rato más. Se levantó por un poco más tarde e hizo café reviviendo los rescoldos del fuego del día anterior. No tardarían demasiado, así que se aseguró de que fuera realmente bueno, cargado, fuerte, casi masticable.

El aire olía bien. La mañana se presentaba despejada. Ahí abajo la gente se levantaba de sus tiendas y buscaba un sitio en el que seguir festejando, bailando y saltando. Miró al suelo y la hoguera alimentaba de llamas que lamían el cuenco en el que el agua hervía. Miró al horizonte y le pareció mágico. Lara salió de la tienda y lo abrazó. Brun salió de otra y les abrazó a ambos. Se soltó entre sonrisas y empezó a tostar pan mientras el horizonte se volvía naranja.

Era importante ser consciente de todo. Desde luego que lo era. Mientras servía las tazas los últimos contenedores empezaron a brillar al entrar en la atmósfera, la gente empezaba a señalarlos con el dedo y a preguntarse unos a otros. No tardarían en abrirse al impactar contra el suelo. Se apresuró para que todo estuviera listo. Lo último que pensó, con claridad, era que todo estaba en su sitio. Que el Consejo tomara una decisión. Él ya había tomado la suya.

Aloz Lun.

Descargaron todo como pudieron. Lo primero era montar las tiendas, la atmósfera no tenía nada que ver con algo ni siquiera cerca de ser respirable, pero la presión era más o menos la misma, así que con eso bastaría de momento hasta que pudieran construir algo más sólido. Organizó los grupos de dos en dos para que pudieran cargar con los bultos ligeros y medianos, y uno especial con cuatro personas y la maquinaría suficiente como para que pudieran hacerse cargo de los realmente pesados, los que serían duros de manejar. Una vez que aterrizaron sabía que lo más complicado estaba hecho, salir de Huim sin ser capturados por el camino. Lo más complicado no quería decir, sin embargo, que fuera a ser lo que les mantendría vivos, pasarían por una sucesión de cuellos de botella en los que se lo jugaban todo. Con las escafandras ligeras parecían todos iguales, todos el mismo, y entre todos iban terminando lo que tenían que construir con la prisa y lo sencillo de saber que todo es una cuestión de simple supervivencia. Era agradable sentirlo. Él se asignó los grupos que iban a levantar las tiendas, en principio sin nada más dentro que las cámaras de acceso. Entras, te quitas el traje, te mueres gracias a un patógeno y no puedes pasar dentro porque ya eres incapaz de moverte. ¿Había bacterias, virus que pudieran matarlos?, ¿se podía pensar en una biología tan parecida a la suya que pudiera hacerlo? No tenían más opción, no podían quedarse con los cascos eternamente. No sabía si era un peligro aceptable, porque pese a que no era un riesgo que él pudiera aceptar, en principio, no tenían otra opción. Ni siquiera habían conseguido incluir un médico. Si era todo cuestión de rojo o negro, tendría que tomar la decisión por él mismo, pero... ¿por cuánto tiempo? Podía entrar en la tienda con el aire renovado, quitarse el casco y esperar a ver si se moría o no, pero... ¿por cuánto tiempo?, ¿cuánto tiempo necesitaba para morirse si había algo allí dentro que pudiera matarlo? ¿Cuánta seguridad podía mostrar? ¿Cuánto tiempo antes de permitir a los demás...?

Ninguno, en realidad. Una vez que estuvo montado lo esencial pasó por la cámara y se quitó la escafandra. Cuando entraron todos prepararon una cena especial. La gravedad no era muy distinta a la de Huim, aunque tampoco exactamente la misma. Eso conllevó una serie de desafortunados accidentes. Si lo pensaba con atención, al fin y al cabo antes de entrar en la tela que era su escudo ya tenía suficientes contaminados como para dar la colonización por perdida si había allí algo que pudiera hacerles algún tipo de daño. Así que, sin más, todo se convertía en una cuestión de fe. Tenía fe en que iban a sobrevivir. Y la tenía, sobre todo, porque no había nada más. Bodur no había sobrevivido al viaje, en lo que le parecía justicia poética. Permanecería congelado en medio de ninguna parte para siempre.

Y no pareció ir mal en absoluto, nadie murió entre horribles retortijones y estertores. Empezaron a ganar confianza en poder construir algo realmente estable allí. Las cargueras no podían aterrizar sin estrellarse, así que empezaron las misiones en lanzaderas para recuperar de ellas todo lo que pudieran llevarse. Algunos pensaban que era mejor dejarlas listas y orbitando como una posible vía de escape, pero él no quería ponerle las cosas fáciles a un grupo de arrepentidos que decidieran que ya habían tenido bastante. O vivían allí o morirían allí. El simple hecho de que la tentación existiera podía ser motivo suficiente para que se cumpliera, y no quería arriesgarse. Quedarían los cascos vacíos, nada más. Pese a que él no fuera el único allí, esa colonia era su sueño. Todos los demás no habían hecho más que seguir el camino fácil de apuntarse.

Era el momento de empezar a pensar en la comida. Tenían reservas para bastante tiempo, pero no las suficientes como para despreocuparse indefinidamente, así que levantó unas tiendas en las zonas escogidas para empezar a sembrar. Metieron en ellas horas de trabajo y fertilizantes suficientes como para escandalizar al mayor derrochador que hubieran llevado con ellos, pero era importante. Se sentía borracho cada día, y cada día mantenía la sonrisa para que nadie pudiera notar el filo estrecho en el que se estaban moviendo. Al cabo de un tiempo, las semillas empezaron a germinar. Él estaba más que atento para ver si alguna se marchitaba, y se sorprendía al comprobar con satisfacción cada mañana que ni lo hacían ni la tienda de cuarentena recibía a su primer ocupante. Eso estaba tan bien que sentía unas ganas enormes de gritar de alegría. Se las reservaba para las tardes en las que se alejaba caminando hasta el borde del campamento, se quitaba la máscara y, sin más, lo hacía. Gritaba hasta desgañitarse, hasta casi enfermarse. Gritaba y gritaba, notando como la atmósfera respirable de sus pulmones se vaciaba por completo, y en ese momento se ponía de nuevo la máscara, recargaba el aire y volvía a empezar de nuevo. Después de unas cuantas regresaba al asentamiento. Todos se habían terminado acostumbrando a ello.

No sabían nada de Anda y del convoy señuelo, lo que sólo podía significar que K no había querido finalmente mantener el secreto y les había vendido. Pensó haberle convencido, que se había dado cuenta de lo importante que era empezar de otro modo en otro sitio. Y ese "de otro modo" era la clave. Su supervivencia como especie no dependía de la locura que había empezado con Padma, sino de volverse cada vez más y más diferentes. Tener distintos puntos vulnerables. Que el se encontrasen con miles de pequeños frentes en vez de con uno inmenso. No toda la humanidad sobreviviría, pero algunos lo harían. Nadie podría abarcar tanto. Pero eso no era lo más importante. Sólo multiplicando las formas de ver el mundo podrían aumentar las posibilidades de que uno de los nuevos grupos humanos fuera realmente capaz de comprender a los que venían de fuera. Si había alguna opción, era esa.

Echaba de menos a Anda y a su forma gruñona de ver las cosas, la facilidad que tenía para motivar y organizar a la gente, los lazos que había tendido a lo largo de todo el tiempo que se apiñaban en La Salida. Nunca comprendería por qué había accedido a lo que pidió. Si hubiera muerto aquí habría sido el primer mártir, uno querido, y tendrían una tumba a la que mirar que les recordaría por qué estaban donde estaban y todo lo que importaba. Muerta en mitad del espacio no le servía de nada. De hecho la gente habría empezado a pensar a estas alturas que ella no había querido bajar al planeta, y se preguntarían por qué. No había sido fácil sin ella, él seguía siendo el Reclutador al fin y al cabo, el orden del viejo mundo. Entendía la ironía, la gente arriesgó sus vidas en un viaje complicado sólo para encontrar al final que el mismo que les gobernaba cuando escaparon iba a ser el que les iba a gobernar ahora. A él tampoco le habría convencido la idea. Sabía que esas dos cosas juntas iban a pasarle factura en algún momento.

Y empezó a notar los gestos, las caras, las señales, pero no podía saber si se las estaba imaginando. No tenía sitio dónde esconderse, así que no había nada que pudiera hacer más que seguir en lo correcto, intentar convencer con el ejemplo. Mirar los cultivos, montar exploraciones en los alrededores hasta llegar a las fuentes de agua que habían mapeado antes de venir. Los brotes crecían regados por esa misma agua, y la comida parecía que dejaba de ser una preocupación. Podían guardar las reservas enlatadas por si pasaba algo que echara a perder los cultivos. Lo que quedaba de las naves de transporte, cáscaras vacías, seguían orbitando el planeta en ciclos fijos, y ellos jugaban por las noches a descubrir los puntos justo encima de sus cabezas, distinguiendo las formas oscuras contra las estrellas. El campamento cambió de nombre y se llamó Roca Gris, no pudo hacer que Nueva Huim cuajara. Nueva Huim habría significado muchas cosas, Roca Gris no significaba ninguna que pudiera aprovechar. La roca gris es la que se levantaba en medio de la explanada, nada más.

Lo miraban mal, y él no sabía realmente qué hacer al respecto más que seguir ocupándose de todo sin dejar que sus propios gestos transmitieran otra cosa más que entrega. Siempre amable, siempre dispuesto a echar un cable. Campo 1 es como llamaron a la tienda en la que recogieron la primera cosecha. Ahí sí que pudo imponer el nombre, dándose cuenta casi en seguida que se había equivocado. Esa gente necesitaba algo más de épica. Sabía que estaba perdiendo un poco el juicio por la tensión, pero había empezado a tener conversaciones con Petrov, al que no parecía importarle estar muerto y enterrado en La Salida. Y Petrov le había estado diciendo todo el tiempo que era un error, que lo llamara Alsiana, como la zona fértil del planeta mítico del núcleo, o que se imaginara otra cosa con más gancho que Campo 1, al que seguiría el 2, el 3... sin que nadie pudiera sentir nada con ello. Petrov se había convertido en un pequeño sabiondo inteligente que le susurraba cosas al oído constantemente. "Oh, voy a tener mi venganza, y antes de lo que te esperas, Aloz", y él lo miraba queriendo pedirle perdón pero sin saber muy bien cómo. O para qué. Él le indicaba quién estaba en su contra, y le hablaba de lo que se decían entre ellos cuando él no estaba delante. "¿Vamos a dejar que nos gobierne otra vez?", "quizá es un agente del consejo y les está enviando todo lo que pasa aquí abajo, ¿hasta cuándo vamos a permitirlo?"

Seguían sin saber nada del señuelo, y eso no hacía las cosas más fáciles. No parecían comprender para qué servía exactamente un señuelo, o de qué modo había funcionado. Se lo explicó una y otra vez ahogando las ganas de insultar y gritar. Si no fuera por los datos falsos que les pasó a todos ahora mismo no habría colonia. Pero las ideas, pensó, se mueven en un plano diferente al de la realidad, a su lado pero no justamente en él. Y uno, si se esfuerza, puede terminar creyendo todo lo que necesite creer. Podía ver en sus caras que, pese a que debían saber en el fondo que lo que estaba diciendo era cierto, no les importaba demasiado. "Te han empezado a llamar el asesino de Anda, Aloz". Bien, sería eso para ellos si era lo que querían. Sería lo que necesitasen. Pero mejor podían quitarse esas ideas sin sentido de la cabeza y seguir trabajando duro, o en algún momento todo se nos irá de las manos. Si hubiera aparecido la nave de cargo ahora mismo y Anda hubiera aterrizado no habría podido mantener más la tensión y se habría echado a llorar.

"Tuve que matarte, Petrov. No podía saber si K te enviaba para controlarnos. De hecho, viendo lo que ha terminado pasando, ¿cómo podría haberte dejado que vinieras con nosotros?". "Pero no lo sabías, no sabías nada". "No, Petrov. Sabía sólo lo que sabía, y eso es igual a lo que necesitaba." Se estaba volviendo loco llevándose la contraria a sí mismo. Al final K no había sido lo suficientemente fuerte. No había sido lo suficientemente leal, y desde luego no había sido inteligente. Al final había descubierto el juego y había acabado con todo, él solo. O al menos había puesto a Concordia sobre la pista para hacerlo, claro. No debía haber nada en el convoy señuelo más que la cabeza de los pilotos para encontrar la localización, y ellos tenían la orden de asegurarse de que morirían al mínimo indicio de que les estaban interceptando. Y K había terminado con ellos, y si no hubiera estado rápido a la hora de montar el señuelo habría acabado con todos, el muy estúpido. La gente era gente, no decepcionaba, eran simplemente lo que eran una y otra vez. El tipo se había roto, o quizá nunca había estado entero, o de su parte. Lo más probable es que nunca hubiera entendido nada. Menudo imbécil. Gritaba por él en su desahogo al final del camino, el que él mismo había hecho yendo y viniendo, cuando se quitaba la máscara un par de minutos. Le odiaba con más intensidad de la que hubiera sentido nunca.

Y Glenda, la gran farsante, con sus juegos de poder manipulando La Rebelión mientras contactaba con la gente de la corporación, la belleza retorcida que le había dado los mejores y los peores momentos de su vida. Cuando se encontró con ella antes de salir por última vez de la residencia y le había dicho que hiciera las maletas y se fuera, ella tendría que haber sabido a quién estaba mirando. Tenía que saber lo que había conseguido con su constante guerra por intentar tener más, controlar más, alcanzar más poder que nadie a su alrededor. El poder es una cosa que tienes que luchar por conservar, no algo que te pertenezca sin más. El poder es una rata muerta que apesta y a la que todos miran con una mezcla de devoción y pavor. Pero para entender eso había que ser algo más de lo que Glenda había sido. Habría aprovechado el camino que ambos habían recorrido para ascender en La Federación, y él se alegraba. Cada uno tenía que jugar con su propio juguete, eso era ineludible. Le hubiera gustado saber lo que había pensado cuando descubriera quién había sido él todo el tiempo. Habría estado bien estar allí para verlo.

"Eh, amigo, despierta, vienen a por ti, ¡ahora!", el grito de Petrov le despertó en mitad de la noche y le hizo coger un traje y salir fuera mientras aún estaban todos dormidos. Si eso era lo que querían, lo tendrían. Él podría buscarse un refugio en cualquier otra parte, empezar de nuevo. Lo tenía todo preparado y se montó en el vehículo de carga en el que había metido todo lo que podría necesitar. Miró al conjunto de tiendas, despidiéndose, y arrancó. Había localizado un posible asentamiento a un par de días de camino.

El viaje fue renovador. Sintió cómo la tensión que había ido acumulando se desvanecía mientras más se alejaba de ellos. Cuando llegó miró al horizonte y se sintió bien, montó la tienda y una delicada selección de alarmas que le avisarían si alguien decidía hacerle una visita. Sólo tenían que seguir el rastro del tractor, no sería muy difícil, ni siquiera para ellos. Nadie vino, y Petrov le dijo que lo dejara estar, que bastante tenía con mantenerse vivo. Ahora le vendrían muy bien todos los conocimientos que había ido adquiriendo supervisando el trabajo de los demás. Era el único que conocía todas las partes del proceso, y el único que necesitaba para que todo funcionara. No le hacía falta nadie más, eso era lo que ellos no habían comprendido en ningún momento. Si hubieran tenido algo más que medio cerebro se habrían dado cuenta de que precisamente era él al que todos necesitaban, y tarde o temprano vendrían a presentarle sus respetos. Entonces él exigiría.

Montó todo como lo recordaba, y pronto pudo dejar de comer de la reserva y alimentarse de la recolección. Pasaba las mañanas ocupado en infinidad de tareas, y cuando tenía tiempo por las tardes se esforzaba en encontrar un nuevo lugar para los gritos, seguido por la risa de serrucho de Petrov, que no comprendía cómo podía ser, decía, tan tonto. "Te estás volviendo loco, amigo. Estás como una maldita cabra". Unas cuantas veces saltaron las alarmas y las torretas disuasorias les hicieron huir. Al cabo de un algunas semanas dejó de recibir visitas, y esperaba que al menos fueran capaces de comprender que habría podido matarlos si hubiera sido su intención. Era pronto, tenía que ser autosuficiente antes de poder volver a hablar con ellos en igualdad de condiciones. Eran tan tontos que necesitarían algo como eso para ver la realidad. Y si no, tenía sus medios, embriones. Si no conseguía que volvieran a verle como lo que realmente era iniciaría su propia colonia, y enseñaría a sus descendientes de dónde había venido y por qué tenían que odiar a los otros.

Y todo fue bien hasta que Petrov cambió. Todo estaba perfectamente claro, todo tenía un sentido, pero de repente él empezó a pedirle perdón y a decirle que había sido una broma, que en realidad nadie había hablado mal de él, que nadie había intentado matarlo. Que sólo quería vengarse un poco. "¿Pero de qué estás hablando?", "pues eso... parecías tan dispuesto a creer que todos estaban en contra tuya... sólo tuve que presionar un poquito, nada más, pero no quería que hicieras algo tan drástico, hombre. Era sólo una broma". No, no lo era, le repetía él una y otra vez. Por la mañana, mientras cuidaba los cultivos, Petrov se sentaba en el suelo y le decía una y otra vez lo mismo. Sólo una broma, una broma pesada pero sólo eso. ¿Por qué no recoges tus cosas y te vuelves con ellos?, ¿realmente crees que tienes alguna opción aquí tú solo?, ¿y a qué narices vino eso de montar las torretas?, ¿qué quieres, que piensen que se te ha ido la cabeza y que te peguen un tiro a la mínima oportunidad?, ¿en qué estabas pensando?. Estás loco, Petrov, yo mismo lo vi. No quiero que sigas hablando de eso. Pero él no paraba, una y otra vez, de insistir en lo mismo. Petrov, estás muerto. Sólo eres una invención de mi cabeza debida a la culpa por haber acabado contigo. Pues si eso es así, Aloz, si no soy más que tu propia cabeza, ¿no crees que te estás diciendo a ti mismo que te has equivocado?, ¿no te parece que si hubieran querido matarte hubiera sido algo más difícil escapar? Y a él no le parecía nada, porque no sabía realmente qué pensar.

En la primera cosecha que se perdió descubrió que los tubos de riego estaban cortados, y se preguntó cómo había sido posible que no lo hubiera visto antes de que fuera tarde. El serrucho de Petrov sonó detrás de él y le dijo "te estás boicoteando, hombre". Corrió hacia él e intentó ahogarle con sus manos, pero su cuello se escurría sin ninguna dificultad. No estaba en ninguna parte. "Creo que eso ya lo has hecho, si lo disfrutaste tanto tendrás que limitarte a recordarlo". A partir de ahí los pequeños sabotajes dejaron paso a otros mayores, y se frustró por no ser capaz de evitarlos. Lo que había revisado por la mañana estaba roto por la tarde, con la apariencia de llevar días así. Después de un tiempo comprendió que no tenía modo de luchar contra Petrov, por lo que habló con él.

"Qué es lo que quieres". "Que vuelvas". "¿Por qué?". "Porque no tienes ningún futuro aquí. Lo hago por tu bien. ¿Vas a esperar catorce, quince años hasta tener a alguien que te ayude, tú solo?, ¿y si enfermas?, ¿y si te pasa cualquier cosa que te impida hacer todo el trabajo que tienes que hacer? No, Aloz, tienes que volver". "No puedo volver, es demasiado tarde para eso, ellos no perdonarán, no mientras no les demuestre de lo que soy capaz. Hasta tú tienes que saber eso". No iba a sacar nada en claro de él.

Cuando la tienda se rasgó y entraron se los quedó mirando como si estuviera presenciando algo imposible. ¿Las torretas habían fallado?, ¿cómo era posible? Escucha como la tela se sella detrás de ellos con un ligero siseo. Al caer al suelo se siente pesado y también, se da cuenta ahora, agotado. Ha sido extenuante, en cierto modo no le vendrá mal el descanso. Ahora ya nada importa demasiado, y eso sienta bien. Petrov le mira con algo que parece lástima, y se despide con la mano.

—¿Está muerto?
—No, todavía no, pero no creo que le quede mucho tiempo.
—Mejor, qué hijo de puta, ¿en qué narices estaba pensando?
—¿Cómo podría saberlo?
—Joder, qué cantidad de material. ¿Voy empezando a cargarlo todo?
—No, espera. No sé si quiero llevarme nada de todo esto.
—¿Cómo que no?
—Nos dijeron que teníamos que evitar tener un peligro en la puerta de casa, nada más. En cierto modo todo esto está maldito.
—¿Maldito?, ¿estás tonto?
—Quizá, pero en cualquier caso tampoco es que vayamos a necesitarlo ahora. Vamos a tener suministros más que suficientes, no tendríamos que preocuparnos por robar a un muerto.
—Un muerto que nos robó a nosotros.
—Es posible, no te digo que no. Pero no sé si lo quiero. De todos modos no se lo va a llevar nadie, podemos regresar y que ellos decidan si quieren recuperarlo.
—¡Pero la orden era precisamente esa!
—Sí, pero echa un vistazo. La mitad de las cosas están destruidas. Aloz tiene que haber pasado buenos ratos aquí.
—¿Buenos ratos?
—Es un modo de hablar, joder. ¿Cuándo dijeron que volverían?
—En unos días. Una semana cuando salimos.
—Bien, qué decidan ellos entonces.
—Bueno, ellos no viven aquí.
—Por eso, ellos sabrán mejor lo que es correcto.
—¿Está muerto ya, Balzhorn?
—Creo que todavía no. Déjame que me ocupe de eso.