El año que no

UNO

1.

El tipo tiene una resaca tremenda. No es algo con lo que no pueda lidiar, pero es molesta. Además lleva en un atasco más de media hora intentando llegar al trabajo. «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, de acuerdo, puedo aceptarlo, pero podías haber dicho algo de los atascos, podías haberlo planteado antes de que se comieran la manzana y seguro que estos dos aún estarían en el paraíso, sin saber lo que es el sexo pero también sin conocer lo que es estar dentro de un coche parado mientras el tiempo pasa y llegas tarde a alguna parte. Qué le den al sexo. Qué le den a la búsqueda del sexo. Qué le den a todo lo que implique sexo. Y que le den al trabajo, de paso.» En eso es en lo que está pensando mientras evita chocar contra otro coche justo en el último milímetro, aprieta la bocina como un poseso y grita “¿dónde vas, maníaco?” En el retrovisor del coche de enfrente puede ver a su conductor gritando a su vez al otro lado de la luna.

2.

Cuando el tipo llega siente un pequeño mareo. Es cosa de su cuerpo intentando seguramente aún eliminar el alcohol del torrente sanguíneo. Tubos y cañerías de sangre circunvalando el cuerpo y transportando el veneno de lado a lado. «Debería quedarse en el estómago y no salir de ahí, al fin y al cabo lo que importa es beber». Pregunta a Víctor en la recepción y este le responde que ya es tarde para un café. Él se encoge de hombros y coge el ascensor que le lleva arriba, a la planta donde tiene su puesto de trabajo.

Saluda a Sonia, saluda a todas. En su trabajo casi todo son mujeres. Están ahí todo el día conspirando unas contra otras mientras la dirección se retuerce las manos. Recursos Humanos no quiere ser el objetivo de nadie. Por ellos que se maten entre ellas, con tal de que no se den cuenta de que cada vez ganan menos y cada vez son más esclavas de la silla, y por eso van untando ocasiones de conflicto por aquí y por allá, de forma selectiva. La última ha sido poner turnos para ir a mear. Cuando tienes ganas de ir al baño te apuntas en una lista y te llaman cuando te toca. Las ves revolotear por los pasillos entre los puestos como pajaritos, intentando no mearse antes de tiempo. Le hubiera gustado ver algún charco. Las decisiones idiotas deberían tener consecuencias en todo mundo consistente. Las que más se apuntan, ahora que hay una lista y se puede ver, son las más odiadas, como si se aprovecharan del trabajo de las demás por mear más que la media.

Una estuvo a punto de reventar porque cuando llegó al baño se encontró a la señora de la limpieza haciendo lo suyo y ya venía con la vejiga bien cargada por la espera de turno. El tipo estaba volviendo de la cafetería y escuchó la conversación iluminada entre ambas, una diciendo que no aguantaba más y que tenía que entrar y la otra diciendo que la dirección no permitía que nadie entrara mientras se estaba limpiando por la política de seguridad laboral. Aseguró incluso haber hecho un curso sobre eso. Una dijo que entonces entraría en el de los tíos. La otra le dijo que perfecto. Se quedaron mirando unos segundos, una convencida de que iba a cumplir su trabajo le pesase a quien le pesase y la otra amenazando con entrar al baño de hombres como si eso fuera blasfemia, o como si diferencias morfológicas hicieran que las tazas de váter no sirvieran para todo el mundo por igual. Al final lo hizo. Y así quedó la cosa, sin charcos por el suelo y con la estupidez humana campando a sus anchas entre humanos.

La señora de la limpieza muy satisfecha con lo suyo.

Cuando salió del baño de hombres, la trabajadora muy satisfecha y visiblemente aliviada.

Mal jugado, sin consecuencias esta vez.

3.

Su trabajo es una mierda, y lo sabe, pero de todos modos mete su clave en el teléfono y enciende el ordenador. Sonia le dice que llega tarde, y él sonríe sosteniendo su mejor crucifijo de la primera comunión entre las manos orantes y culpa al tráfico. Su trabajo es una mierda y al llegar le echan la bronca. Mientras arranca el ordenador antediluviano corre a la sala de empleados para sacar un café aguado de la máquina. Pero la máquina está rota. Su trabajo es una mierda, le echan la bronca y encima no hay café aguado, a ver cómo va a poder ahora ir al baño a media mañana a leer el periódico en el móvil. Eso son cosas que pueden terminar arruinando la vida de un tipo. Esas son la clase de cosas que harían que un tipo mandara todo a la mierda y se fuera a vivir al campo con las cabras y las vacas, pero seguramente no este tipo. Este tipo está mirando la pantalla aún en negro de su ordenador esperando a que termine de una vez de encenderse pero no lo hace. Su trabajo es una mierda donde le echan la bronca, estropean el café aguado y con él la cagada de media mañana con su consiguiente lectura, y además el ordenador no enciende. Y aunque no debería importarle demasiado le importa, porque mientras el cacharro no se ponga en marcha es un recordatorio insidioso de que ha llegado tarde, y de ese modo sus compañeras le miran con gesto compungido mientras piensan «ay este hombre, otra vez tarde», y empiezan a acumular las palabras seborreicas que expelerán en los comentarios de cafetería del resto del día, dejando las paredes de la sala común perdidas de polvos mal echados en vidas completamente aburridas.

Y no debería importarle, pero lo hace. Un poco por todo.

4.

El ordenador termina encendiendo justo cuando llega Antonio, un tipo perfectamente incapaz con incontinencia verbal. Los primeros diez minutos ni siquiera consigue distinguir las sílabas de lo que le dice, pero no importa demasiado porque antes de ir al meollo al comercial le gusta dar vueltas y vueltas sobre su vida privada, socializando. Cuando empieza a entenderle está diciendo algo de una operación que no consigue cuadrar, y le está preguntando si puede mirarlo él en un minuto. Claro, piensa el tipo, siempre tengo un minuto para cosas que no me pagan por hacer, qué menos.

Por supuesto, dos minutos más tarde aún no ha encontrado el fallo y Antonio le susurra que tiene que estar en alguna parte, y que le extraña que nuestro tipo, con su tremenda capacidad, no sea capaz de encontrarlo todavía.

—Sería más fácil si yo hubiera capturado la operación, sabría qué revisar, pero como lo has hecho tú... ¿por qué no dejas que la capturen los operadores?
—Es que esta operación me entró... directamente. Pero yo lo he hecho perfecto, estás perdiendo el tiempo si piensas en un error. El problema tiene que estar en otra parte.
—Ya, ya, sólo estoy descartando opciones.

El tipo es un hombre educado. No es capaz de decirle al comercial que le considera un mierda que no sabe hacer nada y que está en la nómina de la empresa a día de hoy simplemente porque socializa muy bien con quien debe. Pero lo piensa. Vaya si lo piensa.

5.

Es la hora de la cagada y el periódico diario y el tipo finge que busca el santo grial del fallo en la operación. Sonia aparece con un montón de papeles en las manos y le pregunta si tiene un minuto para echarle un vistazo. Parece ser que los balances no cuadran y él debe hacer algo al respecto.

—Es que estoy con esta operación de Antonio...
—Pues déjalo. Antonio ni siquiera es de este departamento, es un comercial.
—Ya, pero si su operación no cuadra la firmará de todos modos y después cuando te llegue no encajarán los balances y vendrás a decirme que...
—¿Estás siendo irónico?
—No, lo juro.
—Porque te aseguro que no tengo nada de tiempo para la ironía. No tengo ninguno. Si crees que esta empresa se sostiene con ironía estas muy equivocado. Deja esa operación de lado y revisa esto, por favor.
—Tienes razón, esta empresa se sostiene con sonrisas.

No está de más ser estúpido, bien vale un plato. Deja la operación del comercial sobre la CPU y empieza a navegar entre los papeles llenos de restos de café y grumos grasientos de algo que seguramente fue chorizo en otro tiempo, en otra boca y cayendo de una comisura que no fue la suya.

6.

Sube el ascensor y no tiene un buen regusto en el paladar. No le gusta que le llamen de Recursos Humanos. No le gusta ni siquiera que sepan que existe. Sonia, la muy puta, después de darle su trabajo a él le ha avisado de que le llamaban de arriba.

Recursos Humanos siempre está arriba. Está bien utilizar las analogías, tranquiliza a las bestias.

En todas las empresas en las que ha estado siempre Recursos Humanos estaba en el último piso, casi a la altura de los ángeles, casi a la altura del Olimpo. Inalcanzable para los simples humanos, excepto mediante invitación. Una de esas tenía él ahora. Y si alguien subía sin ser llamado ese alguien sabía que estaba subiendo sin que le esperaran. Con todo lo que eso significa para los pobres mortales.

Un par de empleadas con pantalones ejecutivos y tacones de entrenamiento para funambulistas le reciben y le preguntan el motivo de la visita. Es necesario un motivo, uno no sube a RRHH a saludar y a preguntar qué tal el fin de semana o para rellenar la botella de néctar y ambrosía. Para eso están los grifos del baño, a la derecha del ascensor, última planta.

—No sé, me han llamado. Soy Manuel Luque.
—¿De qué departamento?
—Dependo de Sonia.
—Ah, sí, te hemos llamado.

Parece que Sonia sí que tiene nombre allí, y sin necesidad de apellidos. Casi no le importa cuando la tipa se da la vuelta y se dirige a uno de los despachos de los dos que hay. Su culo es miel y se adapta perfectamente al pantalón. Se pregunta si todo el mundo allí tiene esos culos o si hay que estar dentro de los elegidos para que te caiga así el pantalón sobre las caderas. No quiere preguntarse si ese hecho es el factor diferencial para que te den unos zapatos a juego y un puesto en las alturas. No quiere preguntarse si culos como ese son escogidos desde el nacimiento por un comité empresarial de sabios que discrimina los futuros puestos en RRHH. Pero por supuesto lo hace.

Ella le llama al despacho después de consultar algo dentro y él entra, en la puerta hay un cartel que dice Marta y un apellido compuesto detrás. No parece haber sillas para las visitas. Y no parece porque no las hay.

—Manuel, Manuel, me temo que tenemos un problema de puntualidad...
—¿Tú también? Malditos atascos...

Hacer el idiota siempre desborda la corrección.

—Por supuesto que no. Yo no tengo un problema de puntualidad, tenemos un problema de puntualidad contigo. Y esta empresa no puede permitirse perder capacidad de trabajo...

Puta Sonia. Puta y reputa. Nadie va a mirar sus registros para ver si es puntual o no. Ella ha avisado y después, justo después, ningún resorte moral le ha impedido aún así darle a él su trabajo pese a todo.

—... pero aun así por esta vez lo vamos a dejar pasar, si el problema continua vamos a tener que mostrarte nuestra queja por escrito. Nada más. Esto es simplemente un primer aviso.

Le faltó el «puede retirarse» y al tipo hacer una genuflexión y salir caminando de espaldas. Le echó antes de salir un último vistazo reposado al culo de la secretaria, que no se molestaba en intentar esconder un tanga diminuto en forma de un triángulo de tela breve justo sobre la raja, y bajó, de nuevo al acuario, o pecera, o raspas, nunca se acordaba bien del nombre despectivo de turno que le habían puesto a las salas de los operadores sin darle demasiada importancia.

7.

Siempre se dice que el oficio más antiguo del mundo es la prostitución, pero este pensamiento no tiene base alguna. Se conquistaba al pueblo de al lado y a las mujeres se las violaba y punto. Para que exista prostitución tiene que haber una compensación a la transacción en forma de algún bien material y esto no llegó hasta más tarde, en los sitios en los que había algún tipo de paz momentánea y violar estaba mal visto porque, simplemente, al padre de la criatura podía no gustarle tu forma de aliviarte (a ella seguro que no le gustaba en ningún caso, sin embargo, aunque no parecía ser demasiado importante). Para compensarle se le daba algún trozo de cabra o algo semejante a la sujeta pasiva de la acción y todos tan amigos y es probable que vuelva luego si mi mujer sigue con sus manías. Así es el mundo, pura bondad dadivosa.

El oficio más antiguo del mundo, sin duda alguna, son las galeras. Galeras de trabajo esclavo o de sexo esclavo, es igual, no viene al caso. Un tipo te privaba de libertad, te ponía a remar y a cambio de eso te daba buena bazofia para comer y te permitía seguir viviendo, que no es poco, y ahí es donde se situaba entre alfileres la transacción o el pago. Cuando ya no podías remar te tiraba al mar y fin del contrato, con al menos una parte satisfecha como requisito sine qua non, seamos civilizados. Como alguna gente perspicaz responsable de alimentar a los demás con su trabajo no dejaba de criticar el proceso este sistema ha ido evolucionando a lo largo de la historia de muchos modos. En el caso clásico de las galeras el quid radicaba en que el tipo era dueño del barco, pero ese planteamiento hacía aguas porque tú podías responderle que qué coño hacías tú en un barco si el mar te marea y lo más que has viajado hasta ahora es al pueblo de al lado a... a aliviarte. Con semejante respuesta al tipo de la galera se le ocurrió reclamar la propiedad de la tierra, y como comer es algo que nos gusta a todos pues ya estaba hecho el trato: tú trabajas la tierra y yo te permito quedarte con la miseria que necesites para estrictamente mantenerte vivo. Más tarde vinieron los telares, la industria en general, las grandes empresas... las galeras se han conformado como el medio más eficaz para hacer que unos pocos disfruten la brisa en el puente mientras el resto se destroza abajo el lomo remando con la excusa de la propiedad de algo. El círculo se cierra y ahora las multinacionales vuelven a comprar la tierra para argüir algo medio creíble en este constante proceso de deslomar humanos con fines parasitarios. Siempre es bueno volver a los clásicos, nunca pasan de moda y constituyen un buen fondo de armario.

Nuestro hombre trabaja en un antro de este tipo. Es un sitio que produce papeles y que cambia numeritos de un sitio (llamado cuenta de un parasitado) a otro sitio (llamado cuenta en las Islas Caimán o paraíso fiscal equivalente) mediante algunos pasos oscuros intermedios llamados créditos de cualquier tipo. Los dueños argumentan que ellos tienen la propiedad del dinero prestado, los ordenadores, las oficinas, las moquetas, las máquinas de café que no funcionan, las tazas del váter y toda la demás parafernalia y que están pagando un sueldo a sus operarios porque son buena gente, ya que los remeros no arriesgan nada en el proceso y eso per se no merece remuneración alguna.

Nuestro tipo siempre se ha preguntado por qué el capitán del barco no baja a galeras si es una actividad tan libre que permite pasar de barco a barco sin riesgo alguno y vivir la vida padre, y más ahora que en vez de echarte por la borda cuando ya no puedes remar te dan una pensión, ganada reduciéndote la comida durante toda tu vida útil (es decir, mientras tu cuerpo puede remar) para dártela luego congelada paulatinamente en cómodos catorce pagos anuales hasta que educadamente te mueras. Y que sea pronto, que ahora eres improductivo y esto no es una ONG.

El tipo es consciente de estas cosas mientras sale del ascensor y acelera el paso para llegar a su puesto. Es consciente, pero no quiere pensarlo.

8.

Sonia le está esperando, porque sabe que una buena defensa es un buen ataque, y le recuerda que tiene que terminar los papeles que le ha dado para revisar. Él se sienta en el ordenador, que ha entrado en reposo y necesita media hora para completar un complejo ritual de resurrección mediante sacrificio de cuervos negros vírgenes y cosas por el estilo. Utiliza la media hora para revisar sus correos en el móvil, levantando nuevos murmullos en el corrillo de aburridas que le rodea. Mirar al móvil en tiempo de trabajo es el nuevo pecado, la nueva Sodoma. Gomorra es directamente llamar a alguien con él. Como si los teléfonos sirvieran para planchar camisas y hacer bocadillos de lomo y sólo a él se le hubiera ocurrido usarlos para hacer llamadas.

Los papeles de Sonia no cuadran porque no habría forma humana de hacerlo sin un martillo y un escoplo. Los comerciales hinchan las pretasaciones para aumentar el importe del crédito y con él su comisión, y las tasaciones finales son unos reflejos escuálidos de ellas. Las pretasaciones son el reino de los soñadores, de la poesía, de la esperanza. Cuadrar los balances requeriría un trabajo tal de ingeniería inversa mecánica que haría más fácil en tiempo y recursos evolucionar chimpancés para que lo hicieran ellos, lo que serviría al menos para tener más gente en el bar tomando cervezas, haciendo caja.

Nadie quiere meterse con los comerciales, porque traen el pan a casa. Prima donas...

Así que... hay que girar, dar la vuelta. Marcar el valor de la vivienda que dieron los comerciales con la pretasación como precio efectivo de tasación y el de está directo a la pre. Como resultado se ha prestado más de lo que se ha asegurado como garantía. De locos, pero ya lo ha hecho antes y nadie ha protestado, así que cuadra el balance, marca en color amarillo el desfase, lo justifica de este modo y le devuelve el papel con grasa de chorizo y café a Sonia.

Un trabajo de mierda bien hecho. En el mundo ideal la gente fabrica chorizos para comer, en este los chorizos fabrican el mundo para comérselo. Y punto. Un trabajo que bien merece un café y un descanso.

9.

—Te estoy escuchando, Víctor.

Nunca le ha resultado fácil hablar con él, pero por supuesto sí interesante.

—No, no me estás escuchando, si lo estuvieras haciendo harías algo al respecto.
—Te estoy escuchando perfectamente, lo único que pasa es que por mucho que tú me digas que estoy perdiendo el tiempo aquí mi casero piensa de modo diferente, y cuando me da por mirar quién me facilita un techo, aunque te juro que no intuyo por qué, sus opiniones tienen más fuerza que las tuyas.
—¿Ves?, no me estás escuchando en absoluto.

Víctor es un negro ecuatoriano que se pasa doce horas al día en la recepción de la empresa como guardia de seguridad. Disfruta las noches emborrachándose con las más altas cantidades de alcohol barato que le permite su presupuesto, bastante mermado porque no cobra una mierda y aún así manda la mitad a casa, paga el alquiler de su piso compartido y, por qué no, come de vez en cuando. No sólo de pan vive el hombre, pero ayuda tener fuerzas para soportar lo demás.

—Y digo que no me estás escuchando porque si no te darías cuenta de que la lección que te da un tipo viejo atrapado en este sitio es importante.
—Maldita sea, Víctor, estoy aquí tomando café contigo, si no le diera importancia a lo que dices no sé qué coño pinto aquí, tengo más de dos mil personas entre las que escoger alguien con quien pasar mi descanso.
—Pues entonces hazme caso, vuelve a casa de tus padres, escoge algo que estudiar y sal de aquí cagando. No tienes nada que hacer aquí, nada de nada. Lo único que va a pasar es el tiempo y antes de que te des cuenta estarás como yo. Nada menos. Atrapado.
—Es tarde para eso.
—¿Por qué?
—¿Por qué?, ¿y yo qué sé, coño? Es tarde, simplemente tarde. No voy a volver a casa de mis padres. No voy a quedarme años estudiando mientras me mantienen. Ya no. Ya tienen bastante ellos con lo suyo.
—Ahh, eres un cabezota. Tienes en tu mano dejar todo esto atrás y te empeñas en seguir haciendo el tonto. Ellos no tienen nada, están en el tiempo de descuento.
—Puede ser, Víctor, puede ser. Veremos a ver a dónde me lleva el camino.
—Eso ya te lo digo yo, man. Esto no te lleva a ninguna parte. Al centro mismo de ahí mismo te lleva.

10.

Se acerca a la mesa de Sonia y le pregunta si tiene un momento. Está tentado de decir un segundo, pero le da miedo soltar una carcajada mientras lo dice. Ella le mira con cara de haber dejado a todos sus amigos en el instituto el día que salió por última vez de allí y le dice que se siente. Al menos aquí hay sillas.

—Quería comentarte que... que recursos humanos me ha amonestado verbalmente por llegar tarde.
—Ya sabes a lo que te expones cada mañana, no soy tu madre.
—A eso mismo quería referirme... como no eres mi madre, ¿podrías no avisarles cuando llego tarde?
—¿Cómo?, ¿cuál te piensas que es mi trabajo aquí, sentarme en esta silla hasta que llega la hora de irme? —no fuerces, piensa, no fuerces.
—Precisamente por eso, Sonia, precisamente por eso, sé que estás tremendamente ocupada y no es justo que tengas que encargarte de los horarios como un vigilante, al fin y al cabo queda registrado cuándo marcamos la entrada en el teléfono, y si quieren saber si llego tarde sólo tienen que mirarlo...
—Estoy tremendamente ocupada, es muy cierto, pero precisamente una de mis funciones es avisar arriba de cuándo alguien llega repetidamente tarde. Tendrías que saberlo.
—Lo sé, por eso te pido precisamente a ti que no les avises...
—Me estás pidiendo que deje de hacer mi trabajo.
—No seas tan drástica, por favor, sabes que yo, además de llegar tarde, cumplo un montón de funciones que no está estipulado que tenga que hacer, sólo te pido una pequeña contraprestación por ello. Nada serio. Si un día llego escandalosamente tarde por supuesto que es tu deber avisar, pero por cinco miserables minutos...
—Imagina, listillo, que un día a alguien le da por mirar los registros y descubre que tú has llegado tarde cada mañana en el último semestre... ¿a quién crees que van a ir a buscar?
—A mí.
—No, antes vendrán a mí. Después a ti.
—Tengo una solución para eso, conoces mi clave, podrías registrar mi entrada a la hora y así no habría ningún problema para nadie...
—¿Qué?
—Pues eso, yo soluciono problemas que no debería solucionar y tú puedes registrarme a tiempo y...
—No he escuchado nada de todo esto, Manuel. Nada de nada. No quiero ni que recuerdes que hemos tenido esta conversación. No voy a hacerlo. Y tú, en cuanto a esas funciones que dices que haces sin tener por qué, haz lo que consideres. Yo haré lo mismo en los informes de los que depende tu bonus.
—¿Mi bonus?, ¿esos 50 euros trimestrales? Creo que eso no compensa nada de...
—Hemos hablado, Manuel, es suficiente. Vuelve a tu puesto.
—Una última cosa, Sonia... ¿es normal que te amoneste verbalmente la propia directora de RR.HH? ¿Se dedica a eso? Porque le van a faltar horas con tanto empleado...
—¿Qué quieres que te diga sobre eso, crees que estoy en su cabeza para saber por qué hace cada una de las cosas que hace?
—No. Es verdad. Lo siento.

Y el tipo vuelve. Cabreado pero vuelve. Este trabajo, piensa, es para que le griten, le jodan el café aguado, la lectura y la cagada, para que le den una herramienta del siglo pasado como medio de trabajo y además para que le amenacen. Un completo. Pero vuelve. Se sienta. Sale del descanso. Reactiva el ordenador. Mira el móvil. Y coge el papel de una nueva operación. Y empieza a pensar que más le vale no cabrear a Sonia si no quiere tener que volver a casa de sus padres a la fuerza.

11.

A la hora de comer baja solo al comedor y después de calentar la comida en el microondas busca una mesa en la que seguir estando solo. No es que odie la gente, pero a nuestro tipo le cuesta encontrar alguien interesante con el que relacionarse. El comedor es un sitio infame con mesas y sillas cutres, una máquina de refrescos y otra de café, el logotipo de la empresa omnipresente en el edificio y un montón de gente para la cual el momento de la comida es el más interesante del día.

Y no están del todo equivocados. Para muchos de ellos efectivamente lo es.

Estar sentado delante de un ordenador metiéndole datos no es algo que deje mucho para el recuerdo, ni un espacio demasiado proclive para la épica. Y el problema es que como todos son conscientes de ello tienden a sobre apreciarlo. Tienden a hablar mucho de otras cosas que hacen en su vida, pero no son muchas y acaban hablando de lo que han visto en televisión. Se desgañitan defendiendo a la última cantante del último programa concurso que se ha rebelado contra los jueces. O parloteando de fútbol. O de la prensa del corazón.

Y esos no son temas que le interesen mucho a nuestro tipo, para qué negarlo, así que prefiere comer solo con sus pensamientos.

—¿Está ocupado?
—Claro que no, Antonio, siéntate.

Porque no es fácil para el humano moderno encontrar un hueco para estar a solas con sus reflexiones más allá del baño, cagando y haciendo preferiblemente poco ruido, si te descubren alguien podría empezar a hablarte a través de las paredes de contrachapado.

—¿Le has echado un vistazo a eso?
—Sí, pero no encuentro el fallo.
Antonio no come nunca en el comedor. Come fuera. Ha venido a buscarle. Y él lo sabe.
—Pues sí que es extraño... ¿crees que podrás con ello?
—No lo sé... creo que lo más sencillo es que le pases los datos a un operador y que la capture de nuevo. Este sistema viene de automoción y no es muy preciso para hipotecario, a veces una operación simplemente se engancha y si se captura de nuevo se evitan los problemas.
—Mmm, preferiría que no... es una operación sensible, ¿sabes? Podría cancelarla y capturarla yo de nuevo, pero ya lo hice y no cambió nada.
—¿Sensible?
—Sí, es una operación de mi tío, que está harto de pagar un hotel en las vacaciones y se quiere comprar una casa y dejar de tirar el dinero. Quiere dejarnos algo, ¿sabes? No comprendo por qué no pasa. Es solvente de sobra.
—Es lo que te digo, el modo más sencillo es pasarla por un operador, ellos son expertos en capturarlas.
—Ya... pero el caso es que es una segunda vivienda, pero sólo vamos a un poco más del 60%, por lo de los muebles...
—Pero... en las segundas viviendas sólo se puede financiar hasta el 60%.

Lamentaba no haber sabido dónde mirar antes, se habría ahorrado cinco minutos que hubiera podido gastar en otra estupidez. La operación de hecho no estaba capturada como segunda vivienda. Su problema es confiar en los conocimientos mínimos de los demás sobre su trabajo. Al menos de uno de ellos, locuaz y delante.

—Ya, bueno, pero... lo tengo aprobado, sólo con no meter en el sistema que es una segunda vivienda me lo aprueban...
—¿Has conseguido que alguien te apruebe eso?
—Sí, sí, sí, por eso no hay ningún problema. El tema es que tengo que meter que es una VPO, eso sí que me lo han dejado claro.
—¿Alguien te ha aprobado la compra de una vivienda de protección oficial como segunda vivienda financiando más del 60% del valor de tasación?
—A ti no te mentiría, hombre. Mi tío es una persona que fue muy importante en este banco.

Empezaba a entender muchas cosas, y muy rápido.

—El caso es que por lo que recuerdo el valor de tasación era muy alto para una VPO, ¿qué se está comprando, un parque de atracciones?
—¡Hombre, no!, en el sistema he metido el valor de mercado, no el de VPO.
Se estaba empezando a marear.
—Creo que no puedo mirar tu operación, Antonio. Son demasiadas cosas que están por encima de mí. Supongo que al meter la operación y marcar la vivienda como VPO, y al pedir un poco más del 80% del valor de tasación el sistema reventó, porque eso no se puede hacer.
—Pero hombre...
—... pero es que además en el caso de una VPO no puedes indicar el valor de mercado, sino el de VPO, así que seguramente estaremos por encima del 100% realmente... Es decir... es decir... no tengo por dónde coger tu operación, Antonio. Lo siento, esto me supera.
—¿Serviría de algo que hablaras con Don Jaime?

Y tanto que serviría. Para probar imaginativas y no clasificadas aún formas de penetración anal, por ejemplo. Don Jaime era una de las personas más poderosas que el banco había externalizado en este call center de mierda. Si era él quien había aprobado esto lo que no entendía era por qué no se había limitado simplemente a firmarla sin más.

—No creo, Antonio, de verdad, no creo. No creo que yo pueda hacer esto.
—No se hable más, esta misma tarde hablas con él y que te lo explique, porque a mí me estás diciendo unas cosas que no entiendo y creo que te estoy confundiendo más que nada.

No entiende su trabajo.

—Como quieras.
—Pues ya está, te dejo comer en paz. Ya me contarás, ladrón, ya me contarás.

Y ahí le dejó. Sin poder comer. Sentado sin encontrar ni uno sólo de sus pensamientos, que se habían largado a otra parte acobardados.

12.

La cara de Sonia es indefinible por varias cosas. Primero porque esta ausencia en su puesto de trabajo no está especificada en ninguna previsión previa. Eso ya tiene lo suyo en una mente tan estricta. Segundo porque ha sido la misma secretaria de Don Jaime quien ha llamado para reclamar a Manuel arriba. En un segundo como ese tu vida pasa ante tus ojos y te preguntas si tu situación laboral está a punto de cambiar de (a) la situación actual de puta madre a (b) algo incómodo por debajo del tipo que está a punto de subir a hablar con uno de los Jefes. Y no es infrecuente que en una situación como esa te vuelvas súbitamente amable y extremadamente comprensible, por la posibilidad de crear un espacio en el que espulgarse mutuamente en un futuro cercano.

—Manuel, ven un momento, corazón, que quiero hablar contigo.

Si supiera lo que significa «corazón» en el diccionario personal que nuestro tipo tiene de ella no habría pronunciado esa palabra. Se sientan en la mesa de Sonia y ella le regala una de sus mejores sonrisas, indistinguible de una mueca provocada por un ataque repentino y grave de peritonitis.

—He estado pensando en lo que me dijiste, y creo que es justo. De ahora en adelante te abriré siempre que llegues tarde. Pero con una condición.

Nuestro tipo había desechado ya la idea, así que le cuesta un segundo reaccionar.

—¿Lo de abrirme...? Joder, ¡genial! Lánzame esa condición.
—Si vas a llegar más tarde de media hora, y sobre todo si no vas a venir en todo el día, tengo que saberlo cuanto antes. Si estás pedo como la tenia de un alcohólico el día de antes y sientes que no vas a ser capaz de levantarte de la cama en un mes, tienes que avisarme entonces.

Nuevo ataque de peritonitis en forma de horrenda sonrisa.

—Por mi perfecto, ¡muchas gracias! Te avisaré, te lo juro, no te preocupes, no voy a hacerte quedar mal. ¡Gracias, gracias!

Y nuestro tipo se levanta de la mesa y se da media vuelta cuando oye a sus espaldas:

—Ah, por cierto. Te han llamado de arriba. Tienes que ir al despacho de Don Jaime.

13.

No es muy difícil comprender que la gente que obstenta el poder tiene que rodearse de un hálito de divinidad para hacer su estatus indiscutible ante las mentes subyugadas. Como las catedrales en la Edad Media los departamentos de RRHH tienen que cumplir una función disuasoria mediante el uso intensivo del síndrome de Stendhal, el objetivo es que te quedes tan impresionado que no se te ocurra preguntarte por qué esa gente está en la tercera planta mientras tú estás dos plantas más abajo dando gracias por llegar con pasta al día 20 de cada mes, aunque sea juntando varios tallarines cocidos para hacerte unos cordones fungibles y baratos para los zapatos. Es sencillo, no hay más vuelta de hoja.

Pero esto se queda a nivel de parchís los domingos en el parque comparado con los despachos de los directivos.

Y es que ellos tienen a su vez que traumatizar a la gente de RRHH, no pueden andarse con tonterías.

—Hola, buenas tardes.
—¿Sí? —el chorro de amabilidad le desdibuja la cara y la convierte en la de un oso amoroso, erótico y encendido como un tizón oxigenado.
—Creo que tengo una cita con Don Jaime.
—Ah, usted debe ser su cita de las cinco.
—Es probable, aunque si tengo que esperar tengo todo el tiempo del mundo. Hasta las seis. No quiero molestar.
—No se preocupe, le está esperando, pase por favor al despacho, no hace falta que llame.

No hace falta que llame.

Puertas de madera. Puertas que no saben qué es un contrachapado. Mucho menos lo que es el aglomerado. Puertas que podrían formar parte de un panteón. La propia puerta, al girarla, pesa. No es que se note, porque las bisagras son tan eficaces como el escalpelo de un neurocirujano, pero lo dan a entender, «eh, pesamos, no somos cualquier cosa, manipúlanos con cuidado, melón». Un pomo sólido cuando lo giró. Ese pomo podría contrabalancear un yate en mitad de una tormenta perfecta de viento lateral. Atraviesa el dintel y es como si el cielo se girara sobre sí mismo para hacerle un hueco en la divinidad. Madera, cuero, parqué flotante.

Y al fondo, detrás de la mesa, en la silla, Don Jaime. Se levanta, rodea la mesa, extiende su mano con simpatía.

—Manuel, ¡buenas tardes! Le estaba esperando.

Le estaba esperando.

El efecto es demoledor. Ese tipo le está esperando. Ha dejado de lado todo lo que tiene que hacer para esperarle. Eso sumado a la decoración produce un efecto terrible. Le coge la mano y nota la fuerza. Él devuelve un contacto blando. No puede hacer otra cosa.

—¿Desea un café o cualquier otra cosa?

Lo que sea.

—Un café solo estaría bien, gracias.

Don Jaime pulsa un botón y dice «Carolina, por favor, ¿sería usted tan amable de traer un café solo y un vichy?

—Que sean dos, por favor.
—¿Dos?
—Sí, el vichy...
—Oh, perfecto. Dos vichy, por favor, Carolina. Espera... —mirando a nuestro tipo— yo suelo tomar el vichy con dos piedras de hielo y una rodaja de pepino, ¿está bien así para usted?

Jamás ha probado el vichy.

—Preferiría un hielo solamente —marcando territorial aunque levemente el árbol.
—Perfecto, Carolina, un vichy habitual y otro sólo con un hielo, por favor. Gracias.

Suelta el botón y sonríe. Y esa sonrisa se hace extensiva al resto de la habitación, que empieza también a sonreír. Y nuestro tipo se siente como si toda su vida hubiera empezado también a sonreír al mismo tiempo y desde todos los ángulos posibles.

—Bueno, amigo, he revisado los informes y está haciendo un papel destacado en esta empresa, por lo que veo.
—Por favor, tutéeme, si no es molestia.
—Oh, claro, tú puedes hacer lo mismo, por supuesto, aquí estamos entre amigos.

Separados por una reja de metal recubierta de caviar todos somos amigos.

—Es importante para nosotros contar con un equipo de gente eficaz que sea capaz de trasladar nuestras decisiones financieras al submundo de la captura de datos. Y por lo que he estado viendo últimamente tú eres uno de los mejores. Y no siempre es fácil. La gente que diseña nuestros workflow no puede ser consciente de todas y cada una de las necesidades que las complejidades de nuestras operaciones pueden llegar a requerir, y por eso a veces se producen ligeras desavenencias entre el mundo real y lo que vosotros podéis hacer abajo. Por eso es especialmente importante... oh, Carolina, pase, por favor.

Un culo enfundado en un pantalón estándar de elegido y ensalzado por los irremediables zapatos de entrenamiento de funambulista ocupa todo el campo de visión mientras deja el café y los dos vichy en la mesa. Bendito triángulo intuido sobre la raja, bajo la tela. Un culo en el que uno se perdería durante media eternidad mientras el día a día se deja la cara preguntando por nosotros infructuosamente por todas partes.

—Gracias, Carolina. No me pase llamadas hasta que nuestro amigo haya terminado aquí, ¿correcto?

Correcto.

Y ese glorioso culo realzado por los tacones se va caminando sobre dos piernas como livianos torreones de combate dejando en la sala una sensación imbatible de ausencia. Ese culo, y el otro culo, y todos los culos de RRHH le marean, por el el ralentí equilibrado. Por la falta de sonidos fuera de sitio, de chirridos, de engranajes girando para hacer lo suyo.

—Preciosa, Carolina, preciosa. Y eficaz. Muy eficaz. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí... He sido informado de que estás haciendo un trabajo excelente cuadrando las operaciones de nuestros comerciales, te felicito por ello. Por otra parte, el tío de Antonio es un viejo zorro en esta firma, una persona muy valiosa incluso estando ya jubilado. No tengo tiempo ahora para contarte cuáles han sido sus logros comerciales pero el caso es que esta operación se tiene que gestionar, porque aprobada ya está. Y ahí es dónde entras tú. Admiramos tu valía y nos gustaría saber que contamos contigo para ello.
—Ya... pero es que es una operación bastante confusa, de hecho.

Nuestro tipo le da dos vueltas al vichy con el agitador que han incluido junto al hielo y el pepino, y después le da un sorbo al café.

—¿Confusa? No comprendo.
—Bueno, es sencillo. Es una segunda vivienda, por lo que no se aprueba un crédito de más del 60% del valor de tasación, pero es que además es una VPO, por lo que ese el valor de tasación que debe incluirse, bastante inferior al de mercado. Pero es que el tío de Antonio solicita más del 60% del valor de mercado...
—Bueno, por lo que he podido comprobar eres un verdadero profesional, supongo que tendrás un modo de hacer que esa captura de datos sea posible, ¿right?

Right.

—No, no lo tengo. Realmente no hay un modo de...
—Por lo que le sé, la operación la capturó el mismo Antonio en el sistema.
—Así es.
—Aparecerá en los registros como tal, ¿no?
—Por supuesto.
—Se puede subir un poco más el valor de tasación de mercado para que parezca una operación de justo el 60%, corrígeme si me equivoco.
—Mmm, se puede. Pero la persona que lo hiciera aparecería en los registros...
—Perfecto, puedo hacer que Antonio lo corrija.
—Pero aún así quedaría el tema de no haber tomado el valor de VPO...
—Pero eso puedes solventarlo.

Claro que puede. Claro que puede hacerlo. Y volar a Andrómeda con una cometa en un atardecer especialmente ventoso de verano.

—Pero además quedaría el tema de que los valores no coincidirán con los de la tasación.
—Pero creo que podríamos utilizar los valores de pretasación y argumentar después que en la tasación real bajaron. Yo puedo hablar con la tasadora.
—Sí. Podríamos. Pero...
—Es una opción.
—En ese caso quizá podría capturarse... pero necesitaría que Antonio me pasara una pretasación con esos valores... y después podría cambiarlo todo en el sistema para que ajustase. Aunque aún así este tema sería un poco... extraño.
—Déjanos a nosotros eso, que ya te digo que ya está aprobada. Voy a hablar con Antonio para que te dé lo que necesitas, y con la tasadora para que haga los ajustes necesarios. El tío de Antonio se merece eso y más, sus servicios a la compañía están más que probados. Queda sólo la cuestión del plazo...

DOS

1.

Sube las escaleras intentando no pensar en nada, no alcanzar nada, no comprender en absoluto. El edificio es nuevo y resplandece desde todas sus esquinas impolutas, sin telarañas, desprovistas de desconchones. Detrás de una vitrina de cristal el portero le mira como si el perdonarle la vida no fuera más que una cuestión pendiente que, sin embargo, se pudiera resolver en cualquier momento. Abre la puertecita de la recepción y asoma la cabeza.

—¿Dónde va, por favor?
—Al Cuarto A. Voy a ver a Susana.
—Está bien, suba. Ahí mismo tiene el ascensor.

Recibió el email hace un par de días. Llegó del trabajo con el cuchillo entre los dientes y pensó que quizá revisar un poco su mundo virtual podría echarle una mano para olvidarse de eso de acabar con todo. El correo era muy breve, un par de líneas. Alguien le decía que le habían encantado sus fotos en Flickr y que quería reunirse con él para plantearle un proyecto. Estuvo tentado de lanzarlo al spam pero en el último segundo pensó que quizá pudiera ser divertido ver a dónde llevaba la línea, así que respondió. Se cruzaron un par de correos más y al final ella le dio su dirección para una reunión cara a cara.

Los ascensores y sus botoneras aerospaciales. Nunca tenía claro si iba a ir al piso de arriba o a la luna. Al presionar el botón se encendió la luz roja que indica que el cacharro se ha puesto en movimiento, y esperó meciéndose hacia atrás y hacia delante, adormeciendo la resaca, hasta que las puertas se abrieron y se encontró con un ascensor lleno de su reflejo.

Había ganado algunos kilos, decía el tipo del espejo. De estar sentado en el trabajo, seguramente. De no haber vuelto a coger la bici. De envejecer. De estar tan cansado. Tenía canas sobre las orejas. No le importaban las canas. Le preocupaba más la cara. Su viejo colega estaba realmente demacrado. Levantó la comisura de la boca tentando una sonrisa y su rostro pareció iluminarse, así que anotó mentalmente no dejar de sonreír. Se preguntó si sería suficiente, pero no tenía datos todavía para una buena respuesta.

Después del primer correo un segundo con algunos enlaces a galerías con fotos de Susana. Literalmente de Susana, ella aparecía en todas. Siempre sola. Siempre desnuda. Siempre follándose a sí misma o a algo. O a punto de hacerlo, a menos. Siempre el sexo de por medio como garante de atención inmediata. Y posterior. Algunas de esas fotos habían pasado a formar parte de su galería personal en el disco duro. Y también en el del ordenador, por supuesto, que la memoria es falible. Un cuerpo delgado, ágil, normal, casi corriente. Y al mismo tiempo tremendo.

Durante los últimos días pensó un par de veces que la reunión podía estar regularmente bien. Y ahora estaba en el ascensor camino a la luna.

Lo cual era un avance, dado el estado actual de las cosas.

2.

Abrió la puerta completamente después de saber quién era y le dejó pasar. Ella estaba desnuda. Le comentó algo de que sólo así se sentía más libre para expresarse. Él estaba intentando recuperar algo de sangre para el cerebro pero las tropas no querían un permiso, seguían empeñadas en causarle una lipotimia. Tras pasar se encontró con que la casa estaba destrozada con estilo, desordenada pero limpia. Pintadas en las paredes, muebles de Ikea, vasos, litros vacíos de cerveza reciente.

No estaba nada mal para empezar.

Un par de posters de los Doors, otro de Bob Marley. Festival internacional de topicazos, primera edición internacional. Sonando Hot Water Music, “well, I’ve got my heart up in a beautiful mess”. La primera impresión favorable, del tipo dónde ha estado esta mujer el resto de mi vida, con matices. Ella se va a la cocina a hacer un café y él se pregunta si no le iría mejor con una cerveza, pero quiere estar un poco lúcido, en términos normales de resaca. Fase uno terminada, él está aquí y tiene cinco minutos para restablecer un flujo sanguíneo normal. Fase uno terminada y satisfactoria. Cuando te metes en casa de alguien que no conoces es algo con lo que no puedes contar de antemano.

Se acerca a la mesa y en un sobre de plástico transparente ve más fotos de ella. Candy Candy vestida de lencería rosa con un consolador tremendo entre las manos, al que mira con la total devoción de unos ojos acuosos de emoción contenida. Un colchón con sábanas rosa y un cubrecama lleno de encajes. Saca las fotos de la funda y las mira. Ella sola bajo la nieve, en una terraza, desnuda, triste, intentando protegerse acunándose con los brazos. Una imagen devastadora. A su izquierda un par de tiestos con plantas muertas, ateridas. Desde la derecha llega la luz anaranjada de un atardecer que se tiñe de blanco con el reflejo de la nieve, o al revés. Ella mira a la cámara como si estuviera esperando, preguntando, pidiendo con insistencia algo. Algo que, desde luego, no llega. Miradas como esa casi acaban con él en el pasado. Miradas con ese calibre. Miradas de ese alcance. Miradas de ese tipo. Preguntas enunciadas de ese modo.

Preguntas.

Está montada sobre una bicicleta, subiendo una cuesta. Se la ve sudar. El esfuerzo se nota en sus tendones. En vez de un sillín la bicicleta tiene un consolador sobre el que, parece, no puede sentarse si quiere subir hasta arriba. No hay público jaleando, sólo los árboles junto a la carretera de montaña. Está sola. Da esa sensación. Da esa completa sensación. En la siguiente está vestida de tirolesa o algo parecido, al menos de cintura para arriba. De cintura para abajo esta desnuda, con el vello púbico recortado pero no rapado. Lleva un cubo de madera en la mano derecha y mira a la cámara desafiante. Con el mismo desafío de un gato acorralado contra una esquina. Más preguntas de ese modo.

Vuelve de la cocina con una bandeja que contiene un par de tazas, una cafetera italiana, una jarra con leche, un par de vasos y una botella de orujo de hierbas.

"Mal vamos", piensa él.

Ella le sonríe, deja la bandeja sobre la mesita justo donde antes habían estado las fotografías y se sienta a su lado, desanudándose el delantal y dejándolo pausadamente en el respaldo del sofá, detrás de sí.

3.

Están los dos sentados en la barra, tomando unas cervezas. El fin de semana es el sitio que se ocupa cuando llega la liberación del trabajo. Es posible que no sea así en realidad, pero es meridianamente claro en sus cabezas mientras piden otra ronda y echan un vistazo alrededor. Más que nada para ver qué hay, casi como un acto reflejo. No tienen ninguna gana de meterse en líos, pero tampoco de eludirlos si se presentan. Se hace más complicado seguir en primera línea cuanto más tiempo llevas en el campo de batalla. Sí. Te vas volviendo menos inocente, menos ingenuo. Empiezas a saber en qué escaramuzas quieres meterte y en cuáles no vas a entrar ni aunque te pagaran por ello. Empiezas a comprender que hay golpes que no llevan a ninguna parte. Ni siquiera aunque consiguieras bloquearlos a tiempo.

Así que están en la barra Merayo y él, en silencio, echando un vistazo alrededor. Dejando pasar los tragos despacio por el gaznate, dosificando las fuerzas. Sin levantar ni dejar caer nada. Sin expectativas.

Los fines de semana son ese momento en el que no tienes nada contra lo que definirte, y por eso mismo son el momento menos dependiente. Entre semana te defines en contra del trabajo y tu postura esta clara: “haría un montón de cosas si no tuviera que estar haciendo esto”.

El fin de semana es cuando le tienes que dar cuerpo y contenido a ese montón de cosas. Y no es fácil. No parece todo tan fácil.

—Tenemos que darnos una vuelta por el kebab, tengo hambre.
—Hecho. Cuando acabemos esto.

Siguen mirando. Un par de tías están al otro lado de la barra, hablando animadamente de algo. Parece que les es fácil lo de hablar, que tienen mucho que explicarse. Ellos suelen tenerlo ya casi todo claro, nada que no se pueda concretar con más que un par de monosílabos. «¿Sigues bien en el curro?», «sí». Y ya se comprende todo y se sabe que la misma mierda no ha dejado de suceder esta semana, que les han seguido puteando y que se han seguido vengando como más o menos han podido, o simplemente manteniéndose firmes. Estando.

—Una más, una menos.
—Más o menos lo mismo, tío.

Y así un rato.

4.

Cuando se acercan ellos están pensando ya en irse a comer algo, así que se lo dicen y ellas se apuntan. Se acercan los cuatro al Kebab, piden y se sientan en una mesa en la terraza. Una de ellas está contenta y se le ve de lejos que está deseando ponerse a hablar cuanto antes.

—Pues tú no te acuerdas de mí, pero yo te conozco, por eso me he acercado.
—Jo, lo siento, no recuerdo.
—Haz un poco de memoria, entonces yo llevaba el pelo corto. El resto era igual.
—No caigo...
—Ya verás como sí, amigo.

Y habla.

Trabaja en una empresa de diseño gráfico y se llama Andrea, está viviendo con sus padres pero está buscando piso para establecerse por su cuenta. Derrocha alegría mientras habla de su futuro y juguetea con su llavero sobre la mesa. La otra, Laura, está más lejos. Está fuera de sitio porque no quiere estar aquí, sólo por eso. Son terriblemente jóvenes. De algún modo, al menos, parecen serlo. Aún se pueden permitir el lujo de estar contentas por algo. O ausentes por prácticamente nada, sólo por querer estar en otra parte.

Aunque parezcan cosas diferentes, son exactamente lo mismo.

5.

Cuando terminan de comer piden más cerveza y se quedan sentados, disfrutando de una noche inusualmente fresca dentro de un verano cabrón.

—Qué, ¿no caes?
—No, en absoluto.
—Nos liamos.
—¿Cómo?
—Sí, nos liamos, en un San Canuto en la Autónoma. Hace un montón de años.
—Bueno, entonces comprendo que no lo recuerde. No solía terminar nada bien. Pero supongo que esa vez sí —ni siquiera a él le hace gracia el comentario.
—Nos echamos la siesta en mitad del campus. Tú tenías un pedo por encima de lo normal.

Depende de lo que consideres normal, supone.

—Y después nos despertamos y seguías bastante jodido, así que te disculpaste y te fuiste a casa.
—Lo siento, de verdad lo siento.
—Bueno, al menos te disculpaste, entonces y ahora.

La noche es gris, y el viento susurra cosas entre los coches que nadie entiende. Cosas que pasan sólo en situaciones como esta, y sólo entre la gente que las está viviendo.

—Era otra época. Me encantaba la universidad. Estaba allí conociendo gente y de vez en cuando aprendía algo interesante en alguna clase. Era otra cosa. Era todo más sencillo. Era más humano.

Laura se interesa.

—Imagínate —dice— trabajo limpiando en Carrefour. Y estudié biología. En aquel momento me veía trabajando en cualquier parte, pero desde luego no limpiando un centro comercial.
—¿Qué pasó? —comprendiendo que quizá su ausencia no fuera tan simple.
—Nada. No pasó nada de nada. Terminé la carrera, hice un máster y cuando lo acabé no conseguí ningún trabajo de lo mío, así que al final acabe aceptando un trabajo de mierda mientras encontraba otro. Y de eso hace cinco años. Cinco años... concatenando mierdas de trabajo y mierdas de contrato. Hasta ahora. Llevo dos años ya aquí. Soy limpiadora indefinida con una licenciatura en biología en el curriculum. Queda bastante mona ahí, la verdad. Aunque claro, para este tipo de trabajos siempre he tenido que quitarla para no correr el riesgo de que no me cojan pensando que voy a dejar el trabajo pronto para irme a hacer algo de lo mío.
—Eso se merece una ronda más —Merayo llamando al camarero—.
—...Y sigo buscando, pero cada vez ha pasado más tiempo desde que terminé y... cada vez lo tengo más difícil. Cuanto más tiempo pasa más desconectada estoy.

De lo suyo. Desconectada. Eso pasa.

—Pero sigo buscando. El trabajo es nocturno, así que sólo tengo que tener la fuerza de voluntad suficiente por la mañana para pegarme una ducha e ir a entregar currículos, y después para encender el ordenador y echar otros tantos. Si lo hago al revés termino no haciendo nada.
—Es jodido. Siempre es jodido.
—En la universidad —dice Merayo— estaba todo menos hecho. Parecía que podías terminar haciendo cualquier cosa estimulante, pero al final...
—Ya —apunta Andrea— al final tenemos esto. ¿Cuántos lo consiguieron de los vuestros?
—Hombre —dice Manuel— yo estudié filosofía, lo que en principio ya es desolador laboralmente. Creo que una compañera se quedó ayudando a un profesor y no sé si aún seguirá allí, que otro par de tipos hicieron el CAP y están dando clase en alguna parte, uno es corrector de textos en una editorial, pero los demás... están dando vueltas.
—¿Y tú?
—Yo trabajo en una financiera como administrativo. No me puedo quejar, aunque lo suelo hacer todo el tiempo.
—¿Y tú? —pregunta Laura.
—Yo estoy trabajando en un Cash&Converters. Lo único que no puedo negar es que es divertido.

Andrea pide otra ronda pese a que nos acaban de traer una, dice que la noche se está poniendo muy oscura. Laura dice que deberían cogerse un buen pedo todos juntos. Nadie parece poner reparos. Ni tener dudas.

6.

—¿Por qué haces esto, Susana?
—¿A qué te refieres?
—A esto, claro. Las fotos. Desnuda.

Llevan un buen rato repasando las copias hasta el punto que él se acostumbra. Hasta el punto justo en el que él deja de excitarse, lo que le permite empezar a hacerse preguntas. Que se las traslade a Susana es sólo cuestión de tiempo.

Ella tiene unos ojos extraños. Inteligentes, inquisitivos y al mismo tiempo escudados.

I don’t know. Una vez me hice una foto en el espejo del baño con el móvil y me gustó verme así. Desnuda y mojada de la ducha. La guardé un tiempo y alguien me cogió el teléfono y la vio y le encantó también, así que empece a hacerme más. Me compré una cámara. Empecé a colgarlas en internet. Así fue.
—Ya... pero, ¿por qué?, ¿por qué colgarlas?
—Para que las vieran, por supuesto. El arte es para el público, de otro modo es simple onanismo. Los escritores escriben para que les lean, los músicos para que les escuchen. Ningún artista coherente guarda lo que hace en un cajón y lo deja enmudecer allí...

Ella tiene unos ojos entrenados para ocultar cosas sin dejar de indagar al mismo tiempo.

—...sino más bien para que la gente mire y se produzcan reacciones, por supuesto. En estos papeles no hay más que mi cuerpo desnudo representando cosas. Esas representaciones son un mensaje que sólo existe si lo transmito. Soy consciente de que puede parecer una estupidez, si lo piensas desde el punto desde el cual lo que hago es fotografiarme desnuda para buscar la excitación fácil, pero... ese no es el punto. No lo es en absoluto. Por ejemplo, ¿qué ves tú en mis fotos?
—Polvos en primer lugar, no te voy a engañar. Sexo. Deseo. Deseos que pueden realizarse, que es lo único que busca un deseo en su vida, para lo que esta hecho.
—¿Te gustaría follar conmigo?

Y el cree ver que no es una pregunta que vaya a desencadenar una acción, sino una pregunta que busca simplemente una respuesta. Los ojos de ella escrutan todas sus reacciones. El piensa un momento qué es lo que realmente quiere decir a continuación.

Se acabaron las balas de fogueo, piensa, ahora es cuando me lanza toda la artillería.

—Sí, pero no es eso. Eres guapa, tienes un buen cuerpo, y de algún modo ya he estado intimando contigo al verte desnuda. Sé lo que hay, y no puedo negar que me he excitado.
—Entonces... —los ojos se clavan en los suyos.
—No sé... es más que eso. Claro que me gustaría follarte, pero no es eso sólo lo que veo en las fotos... es... como si pudiera follar del modo en el que siempre he querido, aunque no tenga muy claro lo que es eso. O como si todo fuera tan sencillo, pasar un buen rato juntos y llevarte a la cama y pasar otro, permanecer abrazados hasta que se haga de día mañana y tener la sensación de que he vivido al menos un rato.
—Sí... creo que he acertado contigo. Es sexo, pero... ¿no es sólo sexo, verdad?
—No, no lo es. Tiene que ver quizá más con el deseo y los sueños y con el cómo y el porqué de que tiendan a ser tan difíciles, tan complejos de alcanzar. Si tú tienes un cuerpo y yo otro y nos gustamos no comprendo por qué no podemos, simplemente, dejarnos llevar. Tiene que ver con las cosas que hacemos, las que no nos atrevemos a hacer y las que no nos dejan hacer, tiene que ver con el prisma bajo el que miramos las cosas. Con lo que no hacemos, quizá, o con lo que no nos dejamos hacer a nosotros mismos de tal modo que ni siquiera somos ya capaces de concebirlo. De verlo posible.
—Y... ¿por qué has dudado un momento al responder cuando te he preguntado?

Bajo la línea de flotación.

—Esa es sencilla. Porque eres una cabeza diferente a la mía y no te conozco en absoluto, y no sé todavía si te puedo decir lo que pienso sin ofenderte, insultarte, confundirte o cualquier otra reacción negativa posible. Porque me llevó un segundo decidir que prefería hacer este trabajo de acuerdo a lo que creo y pienso antes que hacerlo ocultándote cosas para no perder la posibilidad. Porque a lo mejor la respuesta correcta era “no, por supuesto, lo que quiero es poder trabajar contigo de un modo profesional y creo que cualquier contacto interferiría en el resultado”, o algo parecido.
—Me alegro.
—¿De qué?
—De que hayas decidido hacer lo correcto, porque de eso va esto. Me hago fotos desnuda y se las enseño a la gente. Eso es lo que hago. Y no sé exactamente por qué empecé a hacerlo, aunque si cómo, y sí sé que ahora lo hago por un motivo concreto. Yo lo llamo despertar, creo que mis fotos de algún modo despiertan a la gente, o que pueden hacerlo al menos. Eso me gusta pensar. El sexo es un reclamo. El sexo es un lugar de partida, el pitido incómodo del despertador que te lleva a hacer lo que tienes que hacer después, que hace que te levantes.
—Ya...
—Estamos dormidos. Estás dormido. Estamos dormidos incluso cuando más pensamos que estamos despiertos. Lo malo es que es un mensaje manido que en ninguna de sus formas, y hay y ha habido muchas, ha conseguido calar en ninguna parte. Está en todos los libros de autoayuda, está en la jodida Matrix, está por todas partes, y a veces creo que está tan presente que se ha fundido con el escenario de tal modo que ya nadie es capaz de verlo. Es curioso, ha llegado ha estar tan presente que se ha desvanecido por completo, se ha confundido con el atrezzo. ¿Sabes una cosa?
—Qué.
—Me gusta mi cuerpo.
—Me parece comprensible.
—Me refiero a que me gusta, me gusta de verdad. Me siento a gusto en y con él. Quiero a mí cuerpo, y creo que él me quiere a mi. La gente dice que se expresa con la ropa y el maquillaje, a mí me parecen estorbos la mayor parte de las veces. ¿Para qué voy a usar algo que es artificial para comunicar mis ideas, por qué no en vez de eso utilizar lo que es más propiamente mío?
—Bueno, algunos dicen que tu cuerpo te llega sin que lo elijas, y sin embargo la ropa la eliges tú...
—Eso es sólo parcialmente cierto, tu cuerpo lo trabajas, lo moldeas como si fuera un bloque de arcilla del que quieres sacar una representación interesante. Desde esa perspectiva comprarte una falda es coger el camino fácil. Es prescindir de lo que tienes del todo tuyo para adornarlo con telas, con engaños.
—No sé qué decir a eso, la verdad. Estoy un poco desconcentrado.
—Y no es culpa tuya. ¿A cuántas mujeres has conocido en tu vida?
—Dices... ¿sexualmente?
—No, quiero decir de cualquier modo, ¿a cuántas mujeres has visto en tu vida, en el metro, en el autobús, en oficinas, en bares, dónde sea?
—No sé, ¿cientos, miles?
—¿Y a cuántas de ellas has visto como me estás viendo a mí ahora?
—Menos de veinte, quizá. En internet muchas más, pero a esas no las he conocido. Borracho a alguna otra, pero no tengo recuerdos claros.
—A eso mismo me refiero. Hay una inflación del valor del cuerpo, del valor de reservarlo, de guardarlo, de no enseñarlo. Te relacionas constantemente con otros seres humanos y en muy contadas ocasiones puedes estar con ellos del modo en el que estás ahora conmigo, ¿no te parece esto mucho más completo?, ¿no es fascinante?
—Es... perturbador, desde luego.
—Claro, pero eso es porque no tienes costumbre, porque los cuerpos están sobrevalorados de un modo infantil y estúpido. «Guardo mi cuerpo para mi amor» y gilipolleces por el estilo, como si tu cuerpo fuera algo que se desgastara al contacto de los ojos de los demás. Moralinas y tonterías religiosas y culturales que hacen que nos escondamos, que nos comuniquemos a través de cosas que otros hacen para nosotros, ropas y complementos que intentamos adaptar a nosotros para que digan lo que nosotros queremos que digan, ¡pero es imposible que lo consigan, no son más que aproximaciones burdas!

Manuel le da un sorbo al orujo y mira a Susana, desnuda, frente a él. El orujo sabe a fiestas y a perder el control. El orujo sabe un poco a estar vivo. El orujo empieza a saber a follarse a la tipa que tiene delante. Pero todavía no lo bastante. Todavía no. Porque aún no sabe exactamente cómo funciona la cabeza que no es la suya y que le mira tratando de exprimirle entero.

7.

Despertarse con resaca e introducirse en el devenir cotidiano. Manuel saca una pierna de la cama y después la otra, y obviando los cuchillos en las sienes se sienta en el borde, suspira, toma aire y se levanta. Las mañanas traen el sol al mundo y están ahí gratis, para todos. Tiene un calcetín puesto pero no puede quitárselo, porque eso supondría llegar hasta el pie, tan lejos...

Se mira en el espejo y no le gusta lo que ve. Mete la cabeza debajo del grifo y deja que el agua chorree desde el pelo hasta su cuerpo mientras va a la bañera y abre la ducha. Se frota un pie contra el otro hasta que consigue sacarse el calcetín. Por lo demás, está desnudo.

Y entra.

Siente el calor.

Está empalmado. Espera que se pase pronto. No tiene el cuerpo para alegrías.

Es sábado, por Dios. Sábado por la mañana.

Después de un enjabonado breve sale, se seca, y se va a la cocina a hacer café. Ritos y rituales de entrada. Nada es nada sin el proceso, sin la ley. Abre la puerta del armarito, saca el bote del café molido después de darse cuenta de que no podría soportar el ruido del molinillo trabajando los granos. Gira la cafetera italiana, llena de agua el fondo, pone el cacillo y lo llena de café con una cucharilla, y se da cuenta de que las mañanas están llenas de diminutivos, de cosas disminuidas y delicadas, quizá para intentar volverlo todo más sencillo, o más fácil, o menos doloroso. Gira de nuevo la cafetera y la cierra, la pone al fuego. Coge un cazo, lo llena de leche y lo pone también al fuego. Enciende la tostadora y pone el pan en ella. Corta tomate y pela un par de ajos. Acerca la botella de aceite de oliva.

Coge cuatro ibuprofenos y los coloca en cuatro puntos diferentes de la mesa.

El café borbotéa. La leche está a punto de hervir. Retira a ambos del fuego y los pone sobre un corcho en la mesa. Pone el pan ya tostado en un plato, el tomate y el ajo en otro, vierte un poco de aceite en la aceitera y completa el cuadro.

Ahora pueden despertarse todos. Él ya está integrado en la escena.

Andrea sale del baño y se sienta derrotada a su lado.

Le tiende un beso que él recibe.

Y se abalanza a por el café haciendo pequeños gorgoritos como un urogallo.

8.

—Por otro lado, Susana... me pregunto si... quizá sea una tontería, pero si el destino final de un deseo es completarse es posible que el hecho de realizarlo lo fulmine. Que lo destroce. Que acabe con él.
—Puede ser, pero te digo que no. Yo creo, según mi propia experiencia, que cuando te das cuenta de que los sueños realmente se pueden realizar quieres más. O quieres repetir de nuevo o quieres realizar otros que tienes pendientes. Lo importante es el sonido del despertador. Eso que hace que te pongas en movimiento. Cuando un deseo se completa y muere deja paso a otro. Si no se cumple jamás, puedes estancarte en él para siempre, cangrenado en él.
—Espero que tengas razón. Hay otras teorías.
—No son buenas. ¿Quieres más orujo?
—No sé si debería.
—Mientras te mantengas aquí conmigo es una buena idea.

Le sirve otro y su pezón apunta levemente a la mesa coronando una pequeña montaña tierna, como la bandera de un explorador que desafía la dificultad y marca la cima. La conversación le retiene en tierra, a duras penas pero en tierra.

—Lo que quiero decir es que quizá los sueños son lo que te hace levantarte cada día, y es posible que una vez que se realicen no tengas nada por lo que dar el primer paso por la mañana.
—Eso es una estupidez.

El vaso de orujo está lleno de nuevo. Aún no es mediodía y él se lo lleva a los labios y lo vacía un poquito.

—No tengo mucha experiencia en eso. Creo que quizá mis deseos se conviertan en humo desintegrándose una vez que llegue realmente a alcanzarlos. Creo que quizá me dé cuenta de que no eran nada más que cosas agradables en mi imaginación pero algo tonto y estúpido finalmente.
—No hay finalidad. No hay marcha atrás, sólo directa hacia adelante. Cuando unos deseos mueren o se cumplen vienen otros que los sustituyen. Ahora mismo, en este momento... ¿qué es lo que más deseas?

9.

Merayo y Laura se han levantado y la cocina crepita en tonterías. La resaca no deja mucho lugar a la alegría ruidosa pero sí a otra más sorda, discreta, que se refleja en las caras de los cuatro haciendo que los ojos brillen.

—Mmm —susurra Merayo— ¡echaba de menos tu cocina, Manuel!
—Oye —responde Laura—, que si molestamos podemos dejaros solos, ¿qué opinas, Andrea, nos vamos?

Y cosas así todo el rato. Así de despreocupados de sábado recién levantados después de una noche compartida. Refrescados.

—¡Jajaja, no!, ¡prefiero que os quedéis, que con este cocinillas nadie está nunca a salvo, mejor que seamos tres contra uno!
—Tenéis suerte de que sea una persona tan social, que si no os ponía a los tres de patitas en la calle.

Andrea hace un puchero.

—Bueno, a ti no, Andrea, ¡sólo a estos dos descalabros!
—Bien, porque estaba empezando a pensar que esto era un asunto de usar y tirar.
—¿Y no lo es?
—No lo sé, dímelo tú.
—¿Ahora?
—Creo que tenemos que tener una conversación un poco más a solas.
—¿Quieres que les eche?
—Eh, tío, no jodas, ¡déjame acabar la tostada al menos!
—Claro, claro, la tostada. Qué desinteresado. Te doy la hospitalidad de mi casa y tú sólo piensas en tener el tiempo suficiente como para poder acabarte el pan. Muy bonito.
—¡Es culpa tuya, es que está de puta madre!
—Joder, ¡yo ni siquiera la he probado aún!
—¡Corre Laura, que cómo te despistes la vas a tener que envolver para llevar!

Y así.

10.

—Entonces lo que quieres es que sea yo quien haga las fotografías.
—Has eludido la pregunta.
—Sí. Lo he hecho. Entonces, ¿quieres que yo tire las fotos?
—Quiero un poco más que eso. Quiero que decidas todo lo relativo al disparo. Quiero que discutamos antes de hacerla sobre cómo podemos conseguir el objetivo que tenga en mente del mejor modo posible en cada una. No quiero que te limites sólo apretar el disparador.
—Eso me gusta.

Le explica que últimamente su website ha recibido muchas visitas, las suficientes para que una sala de exposiciones se interese en ellas hasta ofrecerle una exposición. Y que eso de algún modo hace que se sienta un poco insegura.

—A ver, nunca tuve en mente que nadie hiciera las fotografías por mí, pero el otro día, mientras veía tu flickr, me di cuenta de que tienes un concepto de lo sórdido que me abría una perspectiva curiosa sobre el modo eficaz de contar algo. Y pensé que quizá eso me ayudaría a centrar el modo y, por otra parte, a que la totalidad de las decisiones no recaigan sobre mí.
—Me halagas.
—No sé si deberías sentirte halagado... quizá lo que más me gustó es que parecían tomadas por alguien al menos un poco enfermo...
—Sigues halagándome, incluso casi más que antes.
—Y por eso pensé que sería buena idea contar contigo para esto.
—Bueno, pues estoy dentro. Estoy definitivamente dentro. Me gusta tu historia. Todavía no sé si el último resultado de tu proyecto no será empalmar a cuatro idiotas, pero la filosofía me mola. El despertador, el ver cosas. El poner delante de uno realidades excentradas en función del paradigma en curso para que la gente se pregunte si no habrá otro modo de verlo todo.
—Un modo más acertado.
—No, eso no lo sé. Un modo diferente. No tengo ni idea de qué es lo acertado ni en este ni en ningún caso.
—Deberías tomarte un orujo más, porque me parece que estamos empezando a pisar tierras raras.
—Uff, yo al menos no tengo ninguna intención de entrar ahí...

Están mirándose fijamente el uno al otro. El verano golpea en pulsos indolentes a través de la ventana del salón mientras él rellena el vaso de orujo una vez más y se lo lleva a los labios, pensativo. Ella está esperando, inquisitivamente, el rumbo que va a seguir la conversación.

—No quiero entrar en eso, Susana, de verdad. De momento digamos que es más que suficiente como idea de fondo el llevar a la gente a revisar sus propios postulados.
—Pero... ¿por qué ibas a llevar a nadie a revisar nada si ya están en el camino correcto?
—Porque incluso entonces es bueno. Pensar sobre lo que eres es bueno hasta cuando el resultado final es que eres lo que exactamente crees que debes ser, o quieres ser, o deseas ser, o lo que sea. Revisarte siempre es el mejor camino posible. Dejar de hacerlo no es malo en sí mismo, pero cierra puertas que están siempre mejor abiertas.
—Mmm.
—Mmm, ¿qué?
—¿Dónde estás, amigo?
—Aquí mismo. En ningún otro sitio. Es lo más que puedo decir sobre mí mismo.

Ella sonríe mientras sirve un par de orujos más y un poco de café en las tazas. Vierte en ellas después un poco de leche ya tibia. Le ofrece un brindis. Brindan en silencio, sin especificar un motivo. Cada cual en el suyo, pensativos. Ella le tiende la mano y él la recoge, y vuelven a mirarse.

Cuatro piscinas acuosas filtrando la luz dura del cénit del día, mientras se buscan. A ellos, a ellos mismos o a cualquier otra cosa. Lo que sea.

11.

Han estado bromeando todo el tiempo y riéndose. El dolor de cabeza mermado por los ibuprofenos ya no ha sido capaz de detener ninguna carcajada, así que se puede decir que ha sido un rato agradable.

Como todos parecían dispuestos a hablar del estado de las cosas se han ido Merayo y Laura, juntos, sin que esta buscase la compañía de Andrea ni este la de Manuel. Eso no quiere decir que ellos no se echasen una breve mirada preguntando sin palabras por la situación.

Manuel, sin palabras, responde “por aquí bien”. “Por aquí también”.

Y eso es más que suficiente.

Se han ido juntos a tomar un café o pasear o lo que sea. Y les han dejado solos. Y ahora están ambos recogiendo la mesa. Andrea coge los platos, vacía los restos de uno sobre otro y los apila para llevarlos al fregadero después de vaciar las sobras en la basura. Manuel ha hecho su parte con el mantel, el aceite y los vasos.

Ahora esta todo recogido, en sus ubicaciones de espera preferentes.

Y ya no pueden seguir mirando a otra parte, rellenando el tiempo con actividad.

—No sé —dice ella.
—Ya, yo tampoco.
—Ha estado bien.
—Yo me lo he pasado de puta madre.
—¿Podría tomarme otro café?
—Por supuesto.

Y le sigue el ritual de nuevo. Cafetera, café molido, agua, fuego. Hay que esperar a que el café salga. Es un tiempo muerto. No se miran demasiado. Sólo de cuando en cuando. Indecisos. Sin saber muy bien qué esperar del otro. Esperanzados a medias. Cansados a medias. Ilusionados y desilusionados por tantas mañanas más o menos como esta. Se rozan al moverse por la cocina. Él le recoge un mechón de pelo tras la oreja. Ella le acaricia con la mano el antebrazo hacia abajo hasta que se cruzan, cerrando los dedos entre sí, intentando reconfortarse el uno al otro.

—No sé —dice él.

Ella le mira con una interrogación en medio de la cara. Con ojos contentos y tristes al mismo tiempo. Con dudas. Se sonríen. Él le acaricia el hombro. Baja la mano siguiendo todo el recorrido del brazo hasta que de nuevo se juntan y se cruzan. Aprieta los dedos.

—No sé —dice ella.

Siguen mirándose y ella sigue teniendo la interrogación en medio, dibujando el rostro. Él no tiene respuestas porque no las ha tenido nunca. Ni siquiera ha estado cerca alguna vez.

—Te propongo una cosa.
—Dime.

El café hierve, y él se gira para apagar el fuego.

—No vamos a decir nada.
—De acuerdo.
—Ok, pero ten en cuenta que nos conocimos anoche, y que no tenemos círculos en común, así que podemos hablar diciendo exactamente lo que queremos decir, sin ningún tipo de restricción.
—Ya. Lo sé.
—Pero...
—No merece la pena.

Los sirven. El abre la nevera y saca leche. Cuando todo está dispuesto y cada uno tiene un vaso en la mano vuelven a mirarse. Y él habla.

—Me gustas. No espero nada de la vida, y mucho menos de las relaciones. Si he de ser sincero... y he de serlo o me estaría contradiciendo a mí mismo...
—A mí también me gustas.
—¿Es eso suficiente?
—Tendrá que serlo.
—¿Esperabas otra cosa? Me gustaría que estuvieras contenta con todo esto.
—Oh, no te creas. No me estoy rindiendo. Esto es sólo un aplazamiento.
—Es más que suficiente.

Y se besan, olvidando los cafés.

Se van a la cama, cada uno con la cabeza metida de lleno en sus propios infiernos. O paraísos. Quién soy yo para saber eso.

TRES

1.

Y a eso se limitaba todo, a estar en la calle cogiendo aire. No fue hacia el coche porque estaba demasiado confuso para conducir, fue al bar y le pidió una cerveza a Stewe, al camarero que se parecía al hijo menor en “Padre de Familia”. “Qué, ¿un día duro?”, “no sé, una vida rara”, y empezó a dar sorbos a la cerveza preguntándose si eso era realmente todo.

Al tercero fue al baño y vomitó.

Cuando volvió la cerveza todavía estaba agradablemente fría, así que empezó de nuevo. Stewe le comentó que estaba pálido. “Necesito un par de cervezas más, dame tiempo” es todo lo que pudo decir porque... ¿qué otra cosa podía tener sentido?

2.

Unas horas antes, sin embargo, le gustaría decir “no estoy sólo insinuándolo, lo estoy afirmando” pero no cree que sea la respuesta correcta. No en este caso. Así que se limita a repetir que fue Don Jaime quién autorizó la operación y que él se limitó a procesarla como le indicaron.

Y recibe otro “no estará insinuando...”, pero esta vez acompañado de un “supongo que tendrá las debidas autorizaciones por escrito”.

Y eso sí que era divertido, porque no las tenía. No tenía nada para atestiguar lo que estaba diciendo. Así que respondió:

—No.

Y al mismo tiempo que se iba hundiendo en la comprensión de lo que probablemente iba a suceder se iba levantando pensando “esto tenía que terminar tarde o temprano”.

Y mejor temprano, para qué negarlo. Cuando le dijeron que era libre para irse salió por la puerta, bajó las dos plantas de rigor y e intentó despertar de la suspensión a su ordenador. Sonia le llamó a su mesa.

—¿Qué tal, Manuel?
—Bien, sólo querían hacerme un par de preguntas.
—Espero que... no te hayan obligado a decir nada sensible sobre este departamento...
—Descuida, serías la primera en saberlo. El tema va por otro lado, no te preocupes. Sólo quieren saber si desde arriba se están autorizando cosas que no deben.
—¿Y tú qué vas a hacer?, ¿qué vas a decir?
—Lo que sepa.
—Ten cuidado, Don Jaime tiene mucha fuerza aquí. Ten en cuenta que es sólo una auditora externa... lo última palabra la va a tener siempre él.
—Por supuesto, gracias por preocuparte.
—Sabes que siempre me he preocupado por ti, Manuel.

Y él lo deja correr. Simplemente twittea “cómo jode cuando la serpiente venenosa te muerde la mano y finge ser una rana”.

3.

La cuestión del plazo. Esa era la cuestión pendiente. El tío de Antonio, provecto trabajador de la empresa durante largos y fructuosos años, tiene sesenta y nueve. Y quiere una operación a treinta años, aunque los números no cuadren ni a nivel cuántico. El sistema, que es ciego y no entiende de tíos ni hermanos ni trabajadores ejemplares ni cosas por el estilo, deniega automáticamente cualquier operación en la que la edad del titular pase de los sesenta y cinco años a su término. Mucho más si el tipo va a tener en ese momento noventa y nueve.

La deniega automáticamente por si el titular acaba como pasto de los tiburones al finalizar su vida útil.

No hay que perder de vista las viejas tradiciones, porque son recurrentes. Siempre vuelven.

4.

El día de la segunda auditoría estaba un poco más desenfocado. La resaca, de nuevo, le impedía ser consciente con prístina claridad del amanecer de la nueva era que estaba llegando. Tenía unas ganas tremendas de acabar con todo esto y de que le echaran a la calle de una vez. Pero no siempre es tan fácil llegar a puerto en días de tormenta.

En días de tormenta hay mucha gente navegando y todos quieren resguardarse cuanto antes, no es fácil encontrar sitio.

Le volvieron a preguntar por la captura de la operación, y el volvió a decir que no la había capturado. Que se había limitado a... ¿a qué?

—Eso mismo estoy preguntando, señor Luque. ¿Cuál es exactamente su trabajo aquí?
—Bueno, pues me encargo de averiguar por qué las cosas no cuadran de cuando en cuando y a hacer que lo hagan. También me encargo de las indexaciones de los cuadros de amortización... de lo que me den, de hecho.
—Entonces se puede decir que si algo cuadra sin tener que hacerlo... es responsabilidad suya, ¿no?
—No lo sé, digamos que es mi trabajo, pero yo no soy el que toma las decisiones.

En ese momento comprendió que estaba definitivamente en la calle. Nunca está mal, ni siquiera aunque sea tarde.

5.

Así que ahí estaba, tomando la segunda cerveza, cuando entró Ricardo. Él era el secretario de la sección sindical, y se conocían precisamente del bar y la cerveza, así que no le extrañó cuando se colocó a su lado en la barra. Manuel pidió dos más, ¿por qué no?

—Muchas gracias, hombre. ¿Qué tal va todo?
—Bien.
—Hace tiempo que no te veía, ¿cómo va el departamento?
—Bien.
—Me han llegado rumores de que están utilizando a una auditora externa para mirar con lupa el trabajo de alguien en hipotecario, ¿sabes algo?
—Nada.
—Hmm. ¿Puedes hacerme un favor?, ¿puedes estar atento e informarme si te enteras de algo?
—Es posible.
—¿Es posible? ¡No me jodas que ahora te ha dado por hacerte pro empresa!
—No precisamente.
—¿Entonces?
—Creo que el tipo no quiere divulgar mucho la historia.
—¡Así que algo sabes!
—Algo.
—Pues tienes que contármelo, el sindicato quiere meter mano. Parece ser que están encubriendo a uno de los pros cargándose a algún idiota.
—Eso he oído.
—Pues agárrate, porque parece que se van a cargar definitivamente al idiota. Han movido todos los hilos que han podido para limpiar el nombre del antiguo trabajador de la empresa culpándole a él. Si sabes quien es, adviértele.
—Eso haré, descuida.
—Que no se te olvide, colega, porque el tipo está ya en la calle, pase lo que pase. No sé cuánto tiempo les va a costar mover los acuerdos, pero dile que se dé por despedido. No importa lo que haga ni lo que quiera hacer, la decisión está tomada. Dile que venga a hablar conmigo, porque seguramente podamos hacer algo.
—¿Reincorporarle?
—No, no creo que lleguemos a tanto. Una indemnización seguro, quizá algo de pasta.

Eso le sonó mucho mejor.

6.

—Pero entonces... ¿quién toma las decisiones?, ¿y cómo lo hace? Supongo que guardará registros de las ordenes que recibía, correos, algo.
—La verdad es que no, ya lo dije en la reunión anterior. Simplemente me decían, como en el caso de Antonio, qué era lo que tenía que hacer. Y yo lo hacía.
—De acuerdo, muchas gracias. Nada más de momento.

Y al volver a su puesto Sonia, de nuevo, le estaba esperando.

Le preguntó si tenía un momento.

Él le dijo que dependía de ella.

Ella le contesto que no era momento para la ironía, casi como coletilla.

Y fueron a la cafetería, pidieron un par de cafés en la barra y se los llevaron a una mesa.

Sonia parecía nerviosa. Los mofletes le temblaban sobre la boca. Agitaba el café casi con rabia. Al mismo tiempo parecía, de algún modo, casi a punto de llorar. No estaba bien. No estaba bien que alguien como Sonia estuviera tan preocupada. Había tenido cientos de ocasiones para preocuparse por él y no lo había hecho en ninguna de ellas.

—Manuel... no sé si te das cuenta de cómo está engordando esto.
—Supongo que no, no tengo ni idea.
—Bueno, pues mucho. Está engordando mucho. Estoy recibiendo mucha presión de arriba. No te haces a la idea. Me están preguntando qué es lo que has hecho. Y hasta qué punto yo lo sabía.
—No he hecho más que cuadrar balances.
—Eso no importa, lo que realmente importa es cómo lo has hecho. ¿Qué cojones has hecho?
Nervios, palabras, dudas, pérdida de control.
—Sabes perfectamente cómo he cuadrado los balances, Sonia. Lo sabes perfectamente.
—No, ¡no lo sé!, ¿cómo lo voy a saber? Yo lo único que sé es que cogías cuentas que no cuadraban y después de pasar por ti encajaban. Y eso funcionaba. Eso iba bien. ¡Pero no sé qué coño hacías para resolverlo!

No parecía que nadie supiera nada de su propio trabajo allí dentro.

—Creo que ese no es el tema. Creo que quieren despedir a alguien, simplemente, y ese voy a ser yo. ¿Qué coño más dará cuál va a ser el motivo? Pueden coger mis retrasos, por ejemplo, ¡y ya tienen motivos para despedirme, contratarme y volverme a despedir más de doscientas veces!
—No tienes ni idea de lo que está pasando, no tienes ni idea —negando mecánicamente con la cabeza.
—No sé qué está pasando, pero tengo muy claro cómo va a terminar. ¿Qué más da?
—¡No da igual! Don Jaime tiene mucho poder, ¡pero hay una sección de gente que quiere que deje de tenerlo! ¿Crees que todo esto va por ti? ¡No tienes ni idea! Tú eres sólo... el país donde la guerra está sucediendo. Tú eres sólo el sitio donde se está combatiendo.
—Agradezco saberlo.
—No se te está juzgando a ti, al fin y al cabo. Tú eres simplemente un instrumento que dará fuerza a una sección para negociar con la otra y que haya un cambio en el equilibrio de poder. Sabrás que don Jaime es uno de los accionistas de esta empresa...
—No. Pensé que sólo era un tipo que trasladaron del banco aquí cuando externalizaron departamentos.
—Eso ya es mucho, pero no, no es sólo eso. Cuando formaron esta empresa para externalizar, algunos de los trabajadores del banco con más poder compraron las acciones... justo antes de anunciar que esta sería la empresa que se quedaría con la externalización. Lo hicieron para ganar un buen dinero comprando acciones que se iban a revalorizar inmediatamente y para asegurarse de que el consejo de accionistas de la nueva empresa subcontratada haría las cosas tal y como debía, ¡porque eran ellos!
—No sé si quiero saber más, de verdad.
—¡Pero es que tienes que saberlo!, ¡tienes que saber que se está dando un golpe de poder gracias a ti!
—Eso, a mí, no me afecta en absoluto. No me afecta de ningún modo.
—¡Pero a mí sí, imbécil, a mí sí!

Y él la miró directamente a los ojos. Y ella apartó la vista. Sabía lo que estaba pidiendo. Y que no podía hacerlo. Pero, sin embargo, no podía dejar de intentarlo.

Se tomó su tiempo para acabar el café antes de irse.

7.

Cuando Víctor llegó hacía más de media hora que Ricardo se había ido, con una medio promesa en la mano y más cervezas de las debidas en el estómago.

De las debidas para qué, se interrogaba.

Víctor siempre tenía información de primera mano que nadie más tenía.

—Bueno, al fin lo he conseguido, estás en la puta calle por fin. Ahora puedes centrarte en no acabar como yo, maldito cabrón. No tienes ni idea del revuelo que se está montando. Menos mal que tú estarás lejos cuando todo estalle.
—No lo sé, Vic, no lo sé...
—No, idiota, no, ¿en qué estás pensando?
—Acaba de salir Ricardo de aquí. Hemos tomado unas cervezas. Hemos hablado.
—¡Tienes que irte de esta empresa de una vez por todas!
—No me han prometido volver. Sólo una mejor indemnización.
—Claro. Y tú no puedes pensar en que quizá les salga mal, cojones —le quedaba extraño decir cojones—. En que quizá tengan que readmitirte.
—Por supuesto que no, Vic, yo estoy fuera.
—Yo no diría tanto. Yo no podría decirlo. Lo único que puedo decir es que ahora mismo estás fuera. Aprovecha. Vete. Lárgate. Vuelve a casa de tus padres. Haz algo con tu vida. Encamínate. No les des ninguna oportunidad. A nadie.
—Por un lado... no estaría mal, excepto lo de volver con mis padres. Por otro lado me gustaría ver a dónde lleva todo esto.
—Eso no es tan terrible... siempre por supuesto que sepas que te puede salir mal, idiota.
—Nada puede salir peor.
—Puede. Claro que puede. Puede ser que vuelvas a tener justo lo que tenías. Y eso, amigo mío, siempre es volver atrás, lo mires como lo mires.

8.

Estaba harto ya de todo y más de pensar cuando sonó el teléfono. Se había levantado algunas cervezas y los posavasos habían empezado ya a hablar confuso. La secretaria de don Jaime le preguntaba amablemente si podía subir a tener un meeting con él.

—¿Ahora?
—Sí, ahora mismo si es posible.

Y volvió a entrar en el edificio en el que pensó no volver a hacerlo. La vida tarda muy poco en traicionarte. La mayor parte de las veces no hace falta ni que te des la espalda, te ahorra el trabajo. Salió del ascensor dejando a la izquierda el departamento de RRHH, que ya no le parecía una cuestión tan tremenda. Un par de pisos por encima de su puesto, sin más. Las cartas de verdad se estaban barajando en otro lado, y una cosa es saberlo y otra muy diferente haberlo saboreado de cerca. No, no eran dioses, eran el saco de boxeo entre los dioses y los creyentes. La vara entre el pastor y sus becerros, o la tijera que cardaba la lana.

El limbo o una conserjería, daba más o menos lo mismo. Cortesía de Víctor.

Giró a la derecha y entró en en Olimpo en sí, mucho más en su sitio cuanto menos tenía que perder.

Saludó a los tacones, y estos le guiaron inmediatamente a la puerta de don Jaime. Y entró.

—Hombre, Manuel, amigo, pasa, pasa, por favor.
—Gracias, Jaime.
—¿Vichy y café?
—Vichy, café y algo de alcohol, si es posible.
—Mmm, ¿whiskey?
—Por ejemplo.
—Carolina, por favor —haciendo sonar el comunicador— traemé un Vichy de los míos, otro con un solo hielo, un café solo y un whiskey... —mirando a Manuel.
—Con dos hielos, sin agua ni refresco.
—Carolina, un whiskey on the rocks con dos hielos... y otro para mí. Gracias.

Un tipo delgado, bien conservado, en sus sesenta. Se levanta en un gesto serio y mira por la ventana, mientras Manuel espera sentado. Carolina aparece al momento con las bebidas, las deja en la mesa, se da la vuelta en un gesto gracioso y se va.

Don Jaime sigue mirando por la ventana, pero cuando ella se va se gira lentamente, meditabundo.

—Bueno, bueno, Manuel, parece que tenemos un buen lío montado aquí.
—Eso me han dicho.
—La verdad es que pagar viejas deudas no siempre es sencillo, amigo.
—Eso lo he vivido.
—Quiero decir que... ¿a quién le importa? Este hombre siempre ha pagado sus deudas, con nosotros y con todo el mundo, no termino de comprender... en una entidad tan grande, ¿a quién le puede importar que se compre una casa en la playa o donde le apetezca?.
—Hombre, por lo que he podido descifrar hasta ahora más bien parece que lo que importa es saber de dónde viene la pasta para que se compre lo que quiera...
—A eso precisamente me refiero. Sé que va a pagar. Todos lo sabemos. Esto es un pantomima para ocultar... qué se yo. Otra cosa. El tío de Antonio está destrozado. No se esperaba esto. No después de tantos años de servicio leal al banco. Por supuesto, está pensando en retirar la petición de crédito.
—Eso no nos ayudaría demasiado ahora mismo, están mirando más bien los procedimientos, no este crédito en concreto.
—Lo sé, lo sé. Procedimientos. No sé qué procedimientos se aplicaban cuando empezamos todo esto. Lo único importante era encontrar una forma de rentabilizar el dinero de los clientes, para poderles ofrecer más servicios por menos... esto se ha convertido en una jaula en la que hasta para respirar tienes que pedir permiso.

Y llegaba tarde, pensó Manuel. El mundo occidental entero hacía tiempo que se había convertido precisamente en eso. El mundo le había cogido ventaja y no por eso nadie parecía estar más a gusto fuera. Y el cambió sólo había supuesto carceleros más eficaces.

—Pero... don Jaime, ésta es una subcontrata de una financiera que depende de un banco, ni remotamente tenemos aquí el depósito de nadie.
—Eso son matices. La subcontrata es la financiera, y la financiera el banco. El caso, Manuel, es que tenemos que centrar una política de actuación con todo esto.
—Bueno, a mí ya me han entrevistado un par de veces, quizá debiéramos haber empezado antes...
—Lo sé, lo sé. Perdona que te interrumpa. Nunca pensé que esto fuera a llegar tan lejos. Pensé que era... una especie de aviso. Un toque de atención, ¿sabes?, que se desvanecería al tercer día sin dejar ni rastro. Pero parece que los perros han cogido la presa y no quieren soltarla. Las cosas no son tan fáciles aquí, Manuel. Hay grupos, y uno compite contra otro para poder tener más poder que los demás... no es tan fácil, y nada nunca es lo que parece.
—Oh, más o menos como en el mundo real.
—Con una pequeña diferencia. Este es el mundo real. Aquí es donde se toman las decisiones que merecen la pena. Aquí se decide lo que va a pasar.

“O las parcas y los hilos del destino y la misma mierda de siempre, todo el mundo piensa que está haciendo lo más importante del mundo en cada caso, mientras los demás están en galeras pasándoselo de puta madre remando para que el barco se mueva”.

—No quiero que te ofendas, pero la vida que has conocido hasta ahora ha sido fácil. La vida que has conocido hasta ahora no ha sido más que venir aquí a hacer tu trabajo para luego largarte a tu casa y hacer lo que te gusta hacer mientras pagas tus facturas por el camino.
—Pensé que de eso iba todo esto. Yo vengo aquí, hago lo que debo, me pagan y cuando salgo por la puerta hago lo que me apetece.
—De eso mismo va todo esto, no de otra cosa. Pero es posible que estés a punto de subir un peldaño en la escalera, de alcanzar otro nivel. Es posible que tu destino confluya ahora mismo en más realidad de la que has conocido nunca.

Se estaba hartando de gente que intentaba atravesarle con la mirada para ver al otro lado. Se estaba hartando de intentar mostrar fehacientemente que no había ningún otro lado al que mirar detrás.

9.

Llega a casa y ella esta esperando sentada en el sofá, viendo la tele.

Le mira la cara.

Se levanta.

Le quita la camiseta, va a la nevera a por algo de cerveza y al baño a por aceite.

Le da la cerveza y le masajea la espalda.

Él nota como todo se va yendo, rezando para que no vuelva. Mientras apura la cerveza.

—Mañana tengo que volver.
—No te preocupes. Eso no importa ahora mismo.

10.

Entró por la puerta del sindicato, y dentro estaba Ricardo, fumando tranquilamente.

—¡Hombre, pasa!, ¿qué tal todo?, ¿cómo acabaste ayer?
—Bien, bien, ¿por?
—Se te veía con sed.
—Ya. Me tomé un par de cervezas más y me fui a casa, y poco más.
—Me alegro, hay que estar sereno. ¿Qué tal el trabajo, tienes mucho tiempo?
—Tengo un poco, estoy oficialmente suspendido.
—¿Cómo?
—Bueno, oficialmente no... oficialmente estoy de vacaciones.
—Entonces no estás suspendido de sueldo, ¿no?
—Supongo que no.
—Ok. Míralo en tu próxima nómina. ¿Eras tú, entonces?
—Sí. Era yo.
—Bien. Cuéntame que ha pasado.
—No mucho, la verdad. Necesito, antes de nada, que me asegures que nada de lo que vas a escuchar va a salir de aquí, al menos no hasta que yo te autorice. Ni una sola palabra. No quiero que empieces ninguna maniobra hasta que yo no esté preparado.
—Bueno, déjame escucharte primero.
—No, es básico. Necesito que me lo prometas primero.
—Está bien. Como quieras. ¿Puedo ofrecerte un cigarro?
—Puedes. Pensé que no se podía fumar en ningún sitio de la empresa.
—No se puede.
—Bien, venga ese cigarro.
—Entonces... ¿qué ha pasado?
—Bien, no quiero decirte mucho de momento, pero sí quiero decirte algo.
—Vaya...
—¿Qué?
—No pensé que fueras a utilizarnos a nosotros.
—Bueno, probablemente me utilizarás también tú a mí, así que no creo que vayamos a estar desempatados. Voy al tema. Y rápido. El tema es que en hipotecario los balances no cuadran, y no lo hacen porque dudo que lo hagan en alguna parte. Supongo que sabrás que en todas partes se están hinchando las tasaciones, que se está concediendo el 100% del importe del crédito cuando el Banco de España no permite operaciones de más allá del 80%, que hay hipotecas sobre viviendas de protección que están tomando el valor de mercado cuando son de protección privada... un montón de mierda.
—¿Quéee?
—Da igual, no importa demasiado ahora mismo. El caso es que se están haciendo cosas en todas partes que no deberían hacerse porque el mercado de la vivienda está disparado, y aquí... pues también, como en cualquier otra parte. Es algo que se hace, y hay formas de mantenerlo debajo de la alfombra o... bueno, más bien de mantener las apariencias, se hace en todas partes pero hay que mantener una cierta etiqueta.
—¿Me estás diciendo que en esta empresa se están haciendo cosas ilegales?
—Como en cualquier otra, es una cosa sabida y de la que no vas a poder rascar mucho, porque es algo generalizado y que todo el mundo sabe, admite y protege. Ese no es el tema. El tema es que una cierta sección del banco ha empezado una guerra abierta contra otra, y como munición han tomado estas prácticas para lanzar una auditoría interna, con el objetivo de modificar el equilibrio de poder. Y yo estoy exactamente en medio.
—Joder. Joder. ¿Quienes están en qué facción?
—No, eso no te lo voy a decir de momento, porque tengo que jugar algunas bazas primero. De todos modos supongo que te haces una idea. Te lo diré después, porque esto va a terminar en sangría pase lo que pase. Pero primero me gustaría... encontrar una posición desde la que mirar todo y salir ganando.
—Pero... si no quieres que conozca los detalles... ¿para qué me estás contando esto? Sin más datos no puedo ayudarte ni hacer nada por ti.
—Para que lo sepas. Para que no te pille de sorpresa y te coja a ti también preparado. Para que, a lo mejor, también puedas colocarte tú en una situación ventajosa. Y porque quizá para lo que quiero necesite que cierta información se dirija directamente a RRHH y que no sea yo quien la lleve. No se me ocurre nadie mejor que tú para eso.
—Umm. Parece interesante. ¿Vas ganando por ahora?
—No, en absoluto. Nada más lejos. Pero por ahora digamos... que empiezo a ser importante para algunos. No yo, por supuesto, yo doy completamente igual, sino mi posición en todo esto.
—¿Ya has hablado con todos?
—No. Me faltan los que quieren dar el golpe. ¿Podrías acompañarme a dar una vuelta por el pasillo de la tercera planta? Me gustaría que alguien me viera contigo.
—Detrás de ti.

11.

Jesús López. No se le ocurría un nombre más común. Pero los nombres, por supuesto, sólo son formas de llamar a la gente. La gente después es lo que quiere ser, o lo que puede. O lo que le permite el nombre. Porque a veces un apellido compuesto hace más que un máster en Dirección Bruta de Empresas.

Pero no era el caso. El tipo se llamaba Jesús López. El segundo apellido ni siquiera aparecía por ninguna parte. Delgado. Cincuenta como mucho. Cada gesto no podía ocultar las pocas ganas que tenía de compartir el mismo espacio con Manuel ni siquiera un minuto.

—Buenos días, Manuel... ¿cómo estás?
—Bien, perfectamente.
—Soy Jesús López, director del área financiera, encantado de conocerte.
—Igualmente.
—Me han comentado que estás de vacaciones, te agradezco infinitamente que hayas podido hacer un hueco en ellas para poder venir a charlar un rato conmigo.
—Oh, no es molestia. La verdad es que mis vacaciones se han planeado de un modo... un poco precipitado. No tenía nada especial en qué ocuparlas.
—Te lo agradezco igualmente, ¿quieres tomar algo?
—Sí, por favor, un vichy con un pedazo de hielo y una rodaja de pepino y un café sólo.
—¿Puedo ofrecerte una copa, un dedo de algo?
—Sí, por favor, güisqui.

Se estaba acostumbrando.

—Por supuesto, déjame que llame a Olivia.

Interfono. Él pide un agua mineral y un poleo.

—Bueno, creo que sabes por qué estás aquí. Sabes que la empresa te está mirando con lupa por tu trabajo.
—Sí, lo sé. De hecho mis vacaciones responden precisamente a eso.
—Lo sé, lo sé... Estas vacaciones son remuneradas, entiendo.
—Por lo que sé las vacaciones siempre lo son.
—¿Sabes? —dice acercándose hacia la ventana— este trabajo muchas veces es tremendamente ingrato. La mayor parte de las veces no sé qué es lo que está sucediendo simplemente una planta más abajo. Yo recibo datos, los proceso, hago informes. Pero esos datos vienen de otros que han sido recogidos, procesados y hechos informe antes. No es que sean falsos, por supuesto, pero muchas veces son muy lejanos. Todo ha sido tan procesado que poco de lo que yo veo tiene que ver con vosotros, los que estáis en otra planta haciendo vuestro trabajo. Es frustrante. No puedo tomar contacto.
—Tiene que serlo, pero supongo que así funcionan las cosas cuando alguien tiene que supervisar el trabajo de otros.

Jesús se queda mirando por la ventana y en ese momento llaman a la puerta. Alguien entra.

—Ah, Olivia, pasa, por favor. Déjalo aquí mismo.

Otro pantalón con tacones y culo a juego deja las bebidas en la mesa. Ambos decimos gracias. Ella suelta un “no duden en avisarme si necesitan algo más” y se va, volteando su majestuosidad, que impacta en las retinas como un cuadro de Munch. Jesús coge su botella de agua de plástico y vuelve a acercarse a la ventana.

—Es frustrante. Lo es. Por eso, a veces, cuando algo llama mi atención, intento tomar la cercanía suficiente como para poder pensar que tengo algo de idea acerca de lo que está pasando. Tú me has llamado la atención.
—Le agradezco...
—No, no tienes que agradecer nada. Nosotros tenemos mucho que agradecer. Día a día tramitáis las operaciones, solucionáis pequeñas incidencias... hacéis que todo funcione.
—Eso me gusta pensar. Gracias por mencionarlo.
—No las merece. Me preocupó tu caso. Te voy a ser sincero. No me gusta que la gente utilice su poder para hacer lo que le venga en gana sin tener en cuenta a los demás. Desde el primer momento supe que tú no tenías nada que ver en esto, que habías hecho simplemente lo que tenías que hacer, y que cierta... gente... te ha estado utilizando para sus fines.
—No sé si ha sido así...
—Pues si no lo sabes te lo digo yo. Hay ciertas normas, Manuel, que no se pueden rebasar. Claro que a todos nos gustaría hacer justo lo que queremos hacer en cada momento, estamos diseñados para ello, pero no se puede hacer a cualquier precio. Las normas están para que nadie se aproveche de nadie, para que las posibilidades sean las mismas para todos. Si alguien utiliza su posición de poder para ganar ventaja sobre el resto está siendo desleal a todos los demás. Está siendo ruin. Y don Jaime lleva mucho tiempo siéndolo, ¿sabes? El viene de otra época, del salvaje oeste de los ochenta, en el que todo estaba permitido con el fin del beneficio. Ahora ya no es así. Para defendernos a los unos de los otros ahora tenemos normas, leyes. El mundo no tiene sentido si no somos capaces de establecer una convivencia justa para todos.
—Eso tiene mucho sentido.
—Por supuesto. Pero lo que más me cabrea, Manuel, es que él está intentando ahora escudarse en ti. No contento con haber sacado ya más de lo que debería ahora que le descubren quiere encontrar un culpable que pague las culpas por él, y... sintiéndolo mucho, Manuel, tengo que decirte que se ha fijado en ti.
—No comprendo cómo yo podría lavar las culpas de alguien así...
—Ah... bendita inocencia. Él ha estado manipulando tus cuerdas para que fueras tú quien moviera las fichas que él quería mover. ¿Con qué fin?, te preguntarás. Bueno, pues el fin era justo este que ahora tenemos delante. Le han cogido, Manuel, le han pillado, y él va a tratar de argumentar que todo lo que hiciste lo pensaste y decidiste tú, sin que él supiera nada de nada. Va a intentar que el decapitado seas tú, y no él. Eso es lo que está intentando que hagas por él.
—Madre mía...
—Sí, y si nadie lo remedia vas a terminar en la calle y vete tú a saber si no incluso en un juicio. Ese es el camino en el que te ha puesto a caminar.
—Pero... ¡yo sólo hice lo que me decían!
—¿Y cómo podías hacer otra cosa, si no tenías el esquema global de lo que estaba sucediendo? Eso es lo que quiero ofrecerte aquí, una idea completa de dónde estás metido.
—Joder... ¿qué puedo hacer ahora?
—Tómate tus vacaciones. Las mereces. Yo voy a hacer todo lo que pueda por ti, porque no me gusta ver cómo alguien quebranta las normas para su propio beneficio. Me he propuesto conseguir que no seas tú el que cargue con todo. Voy a ayudarte.
—No sé qué decir, la verdad...
—No tienes que decir nada. Sólo tienes que asegurarte de no dar los pasos incorrectos. Tienes que asegurarte de que no te sales del camino mientras no debas hacerlo, porque de otro modo le darías tiempo a rearmarse y atacarte por otra parte. Ten en cuenta que él está bastante tocado, y que lo único que le separa de su destino es su capacidad de usarte como escudo. Tienes que alejarte del sindicato, sólo van a marear las cosas y a frustrar tus posibilidades de defenderte. Tienes que tener en cuenta que el sindicato lucha por sus propios intereses, y que estos sólo algunas veces coinciden con los de los trabajadores. No escuches, no te dejes convencer. Mantente firme. Yo te iré diciendo por dónde va todo, y te informaré puntualmente de lo que esté sucediendo. Mantente cerca del teléfono, y disfruta tus vacaciones en la medida de lo posible.

Apura el café y la copa, traga despacio.

—Muchas gracias, Jesús, de verdad.
—No te preocupes. Estamos en contacto.

Y Manuel le da la mano, la estrecha fuerte, y se da la vuelta. No puede sacar de su cabeza el mantra “menudo hijo de puta” mientras lo hace. Y espera que su cara no haya dejado ver nada de lo que realmente ha estado pensando todo el tiempo. Saluda a Ofelia al salir, y coge el ascensor intentando no gritar. Al menos no fuerte.

12.

Tres bares más abajo se detiene, mira pensativo y sigue hasta el cuarto. Ricardo está en el fondo tomando un tercio.

—¿Qué tal ha ido todo?
—Bien. El tipo no quiere más que ayudarme.
—¿Qué?
—Bueno, al menos eso dice. Lo que está es loco por joderme junto a Jaime, o ponernos a joder juntos, o lo que sea. Llevará todo hasta el final, hasta que el poder cambie a su favor.
—Mmm, ¿sabes que puedo preguntar en RRHH a quién has ido a ver, no?
—Eso es cosa tuya, Ricardo. Ahora de momento pide un par de tercios.
—¿Y aún así sigues sin querer darme los nombres?
—Completamente. No me fío ni de mí mismo en esto.
—¿Tampoco de mí?
—No, Ricardo. Tampoco de ti. No tengo ni idea de lo que querrás sacar de esto. De momento a ambos nos conviene estar juntos, y eso es bastante. Saca la información que quieras de donde quieras, pero no será de mí. Y no será de mí porque así siempre te quedará la duda, la duda suficiente para no moverte donde yo no quiera que lo hagas. Será así.
—Eres un poco bastardo, ¿no?
—Espero serlo lo bastante. Joder si no espero ser lo suficientemente bastardo como para no pillarme los dedos con mi propia puerta.
—Te va a hacer falta mucha suerte, además de toda la ayuda que pueda prestarte.
—La suerte es algo con lo que nunca he contado. Confío más en el egoísmo de todos los que me rodean. Mucho más. Eso es algo tangible, y no la suerte.

Y llegaron los tercios, y no fueron los últimos. Y echaron unas risas hablando de cosas tontas, porque son esas cosas las que componen la vida en su mayor parte. Lo otro, lo importante, es algo que sólo sucede a veces.

Y aún así sucede demasiado.

CUATRO

1.

Para la primera reunión y la primera foto, algo íntimo, solos los dos y un par de consoladores, vestuario diverso, algunos litros. Cuando le da la gana la vida se desliza y ronronea como una gata mimosa.

“¿Qué es lo que más deseo? Follarte a ti y a todas hasta quedarme sin aliento. ¿Para qué?, no tengo ni puta idea. Es más, lo desconozco tanto que tampoco tengo ni puta idea de qué hacer con ello, ni la tendría si realmente se hiciera hecho, o de qué hacer después o mientras tanto.”

Eso deambulaba en su cabeza mientras entró por la puerta.

Misma casa, mismo desorden, misma Ikea por todas partes, las mismas pintadas en las paredes, cerveza fresca, recién ahuecada, recogida de cebada limpia de campos eternos que nunca empiezan ni terminan y nunca tienen a un tipo diciendo “eh, que esto se ha acabado” dentro.

A las diez de la mañana de un domingo es difícil empezar con cervezas y no sentirse afectado. No sentir que el mundo tiene algo que es un regalo en el que han equivocado el destinatario, no sentir que es lo que debe ser sin más, sin miedo a represalias.

No oler la trampa, no intentarlo al menos. No preguntarse dónde está la letra pequeña, el cepo que te va a condenar de una vez y para siempre a un resto de tu vida compuesto de miseria y mugre a partes iguales.

Así que entra por la puerta y ella está igualmente desnuda y sonriente, y sobre la mesa un par de vasos significativamente limpios en los que vierte ámbar con espuma a partes iguales porque no tiene ni idea de cómo hacerlo bien. Pero eso poco importa.

Él sonríe, alucina y sonríe, se despereza y sonríe, abre la boca y sonríe. La escucha hacer el plan de hoy para la primera foto y sonríe, mientras su cabeza está a millones de kilómetros de allí viendo la escena desde tan lejos que no tiene ningún sentido para él. Levanta el vaso y la cara y parece que sus ojos están mirando hacia delante, pero en realidad están invertidos hacia dentro, ahondando dentro. Excavando hacia dentro y preguntándose qué es todo esto al fin y al cabo. Viendo el encuentro desde millones de kilómetros a través de su cabeza, que no puede hacer más que ordenar a sus manos que acerquen y a su garganta que trague y a sus labios que sonrían y sonrían y no hagan nada más que sonreír a ver si el cervatillo se va a largar por una pisada sonora en la hierba a destiempo. Eso es lo que suelen hacer los cervatillos, sin duda.

Ella está maravillosamente compuesta de brazos y tetas y mejillas y un ombligo estupendo que es otra boca fagocitando hierro. Hay más bocas, y están todas presentes. No falta ninguna.

El hierro debe ser fagocitado siempre y en todo caso. Prioridad al hierro. Prioridad a las manos que lo tocan.

Él sigue como en un sueño cuando se levantan y van al dormitorio, y ella se viste y se desviste intentando encontrar lo que busca. El efecto deseado para la foto.

Su mente, desde una galaxia remota, le ha ordenado calibrar la cámara y él se esfuerza en concretar una apertura de diafragma y un tiempo de exposición que concuerde adecuadamente con la luz. El tema de quedar por la mañana era la luz natural. Es consciente. Su mente, desde otro universo paralelo en el que determinadas cosas no suceden gratuitamente, se esfuerza por cerrar los parámetros de una foto perfectamente iluminada. Así son las cosas. Ese es el esfuerzo. Periódicamente vuelve al salón a por más cerveza para intentar descentrar todo tanto que aparezca perfectamente centrado al otro lado del caos.

Donde se juntan las paralelas y el caos se convierte en un lugar ordenado en el que estar.

Donde toda la locura inimaginable se transforma en la materia de la realidad.

Al otro lado. El hierro no huele a nada. Son nuestras manos las que huelen a metálico después de entrar en contacto con él, y sólo porque decidimos por la experiencia que ese es un olor a metálico. Es una sustancia de nuestras manos la que se recompone de alguna forma en contacto con un metal y desprende ese olor.

Pero el hierro no huele a nada. Es un hecho.

Aunque es imposible tocarlo sin acabar con las narices reventadas de olor. De olor a él.

Pero él no tiene nada que ver.

Acabar con el hierro es lo importante, cargárselo entero y llevar hasta el extremo al caos para que aparezca por el otro lado nacarado, divino e impoluto, convertido en un orden perfecto y con perfecto sentido. Lavado, salvado, exonerado.

¿Es siquiera posible no dejar restos de uno mismo por todas partes? Se pregunta el tipo. ¿Es posible que me esté oliendo a mí mismo? Al fin y al cabo tiene los ojos volcados hacia dentro rompiendo el orden habitual, haciendo que sean estos los que filtren la información que le da el cerebro y no al revés.

Pero eso es por el asunto del hierro, en todo caso. Es por el maldito asunto del hierro y de no saber si hueles la barra o si no has sido capaz de dejar de olerte las malditas manos todo el maldito tiempo, impregnando la realidad de piel hasta no saber si has salido de tu cabeza en todo el proceso ni siquiera un solo, significativo, momento.

Y ella le percibe raro y no hace más que preguntarle si hay algún problema, como si los problemas fueran algo capaz de situarse en un momento y un espacio concreto, como si los problemas no fueran algo atemporal que existe indistintamente de la vida o de las circunstancias que están sucediendo en una ubicación espacio-temporal dada.

Como si no fuera que los problemas constituyen los ejes de ordenadas y abscisas porque eso mismo es lo que son los ejes. Menuda novedad. El tiempo y el espacio no son más que una mierda irrelevante. Los problemas son los cajones donde la existencia de cada uno cobra sentido y se puede ordenar, como los calcetines limpios bien emparejados un domingo de colada. Cada uno en su sitio según su color y su grosor: estos para invierno, estos son más fresquitos y me van bien con los pantalones que me regalaste el otoño pasado.

Frente a eso el espacio y el tiempo no tienen maldita cosa que hacer.

Ella es feliz porque no puede ser otra cosa en este preciso momento, y por fin ha decidido qué traje se va a poner para la foto. Y el traje es unas medias que le llegan a mitad del muslo y un sujetador de encaje. Y con eso está más que suficientemente preparada para seguir adelante. Y le pregunta qué tal, y él, desde millones de kilómetros de distancia y casi completamente piel oliendo a hierro, le dice que está estupenda y casi le pide por favor, casi le ruega que hagan la foto de una vez, que la lancen y no se preocupen de más.

La luz se vuelve tenue tamizada por el grosor de las cortinas. Las partículas de luz rebotan aleatoriamente sobre la tela que cubre la ventana y la mayor parte de ellas vuelve fuera, al mundo exterior de donde vinieron. A contar otras historias en otra parte. Algunas ondas o algunas partículas consiguen pasar por los espacios atómicos vacíos de la tela y se vierten en la habitación, que no puede negar que está regada por la mañana. Un poquito más tarde la encuentran a ella, con las medias por encima de la rodilla, a mitad del muslo, con un sujetador de encaje, y la graban en retinas mientras introduce un consolador en la boca que necesariamente debe repudiar el hierro.

Debe hacerlo, porque el hierro no huele a más que nuestras manos después de pasar por él. Eso ya está dicho.

La luz que le llega a ella rebota por todas partes, poniendo el mundo de la habitación perdido de ella. Y sólo algunas ondas-partículas rebotan convenientemente y encuentran el objetivo de la cámara, donde son recogidas tiernamente para enervar el sensor el tiempo suficiente como para tomar una foto. El tiempo suficiente para permitir que el sensor reciba el estímulo necesario para tomar una fotografía de esa excepción en toda regla.

Entonces es cuando ella, realmente, sonríe.

Y pregunta “¿qué te pasa?”

Y el tipo no puede decir más que “esto no debería estar pasando, hay demasiadas cosas en contra y muy pocas facciones a favor”.

Ella concreta, porque tiene las cosas más fáciles, y responde “lo que está pasando de hecho lo está haciendo, no hay que darle más vueltas”.

Tan sencillo como eso.

Y se acercan al macbook y enchufan la cámara, y realmente contra todo pronóstico pueden ver la imagen, bañada de la luz de la mañana, en la que ella aparece con las medias y el sujetador y el consolador ocupando el espacio.

Ella se gira, feliz, y le abraza. Y él siente botones sobre su pecho.

Y se empalma, ahora.

Qué menos.

Nota como su alma quiere escaparse por su glande para hacer una vida en otra parte, para aprender una profesión, ver crecer a sus hijos y criar a sus nietos mientras todo lo que parece suceder sigue sucediendo: las estaciones, las cosechas, las limonadas en verano, los calcetines convenientemente colocados en los cajones.

Nota como su mente, transida de hierro y a mil millones de kilómetros en otra galaxia, pugna por volver, por encontrar el camino a casa, mientras su alma se escapa irremediablemente a través de su grande hinchado. Es todo una discordancia. Irreconciliable. No hay un lugar común al que llamar casa porque pese a todo su esfuerzo no ha conseguido revertir el caos, darle la vuelta. Es mucho más fácil con los calcetines. Mucho más.

Se sientan en el salón y ella está más que satisfecha. La primera foto para la exposición está hecha. Él está a punto de llorar del esfuerzo. Él está a punto de desintegrarse.

Derramarse en el espacio.

Ella le mira a los ojos, cogiéndole de las manos, y le dice “gracias”.

No quiere verlo al mismo tiempo que no quiere dejar de mirar, pero sus ojos brillan porque están encharcados. Una parte del caudal debe salir para no contravenir ninguna ley física. Vuelve la mirada a la pantalla del macbook donde está la foto, y el caudal crece. El embalse en el que se han convertido sus ojos no tiene mucha más capacidad.

Y entonces él observa cómo una gota de humedad se hace consistente y abandona el ojo para atravesar levemente la mejilla.

Un leve rocío que es demasiado grande para evaporarse se escapa por la comisura de su ojo y, después de un corto tramo de espacio, encuentra la mejilla y rueda.

Rueda llegando a la barbilla.

Él lo recoge con la yema del índice, desconcertado.

Ella se olvida y sirve más cerveza. Son las doce de la mañana de un domingo y no parece que haya nada más interesante que hacer, así que él coge el vaso y lo derrama en su interior.

Ella le besa, sin ningún particular olor a hierro. El agradecimiento se ha extendido y se ha hecho labio que recoge los suyos.

La mira a los ojos y no sabe qué decir. Él está en la excepción, ella en la vida misma. No sabe quién está mejor ubicado. No es muy posible saberlo.

“Tenemos que hablar a lo largo de la semana para quedar para hacer la segunda foto”.

Él lo oye como a través de un acuario. Sordo, bocinado, deforme.

Sonríe. Coge el litro y lo revienta directamente contra la garganta. No puede ver pero intuye estrellas creándose contra el cielo del paladar. Universos saliendo de la nada para convertirse en algo.

Se levanta.

Dice “perdona, estoy un poco cansado, ¿te importa si me voy?”

“No, como quieras, te acompaño”.

“Te dejo aquí el macbook y la cámara, vendré un día de esta semana y ya concretamos”.

“Perfecto”.

Ella, desnuda, le despide en la puerta.

Sólo asoma la cabeza.

Una preciosa cabeza.

Él apesta a hierro, lo sabe. Entra en el primer bar. Saca veinte euros. Pide. Por favor. Una cerveza.

Y repite, sin que nadie se lo pida, "por favor".

Y no deja de hacerlo hasta que se la llevan.

2.

Al día siguiente la resaca es importante, es dura y sin aristas, y corta bien afilada. Ha dormido en la alfombra del salón, un sitio en el que dormir las borracheras no más duro que otros aunque menos mullido que el colchón, le dicen enfadadas sus costillas. Se mete en la ducha y deja que el agua le arrastre a él hacia abajo. Mete la cara debajo de la alcachofa y siente como el agua se lo lleva todo. El dolor de cabeza, las dudas, las tonterías, lo que no debe ser y también lo que forzosamente debe.

Está de vacaciones, así que no tiene nada que le reclame, por lo que se deja hacer. Coge el jabón y resbala la pastilla suavemente por todo el cuerpo. Suena el telefonillo, pero no es el momento. No es el momento en absoluto, así que hace lo que puede por no oírlo. Y sigue a lo suyo. Jabón en el pelo, agua caliente corriendo. La ducha es el invento mayor de la humanidad por excelencia, al menos para los días de resaca.

Termina y coge la toalla. Se seca. Se mira en el espejo.

Un tipo gordo intenta sonreír al otro lado.

No lo consigue muy bien. Apoya las manos en el borde del lavabo. La toalla, antes en su cintura, cae al suelo. Se mira enfrente. Dice “el final de dos líneas paralelas es un punto coincidente en el infinito”.

—Pero el infinito está muy lejos. Demasiado. No sé si tengo tantas ganas.

En la cocina ha puesto a hervir café, porque es lo que se debe. Tuesta pan. Rituales. Despertar por la mañana con resaca. Hacer lo que se debe hacer le confiere un cierto orden al universo, como en la esfera de un reloj, la una después de las dos en tiempo y forma. El segundero está en el uno, después en el dos, después en el tres... y pase lo que pase, así será.

No hay modo de cambiar eso. Eso es lo que hace que los rituales estén tan bien.

Se sienta en la mesa.

No tiene ni putas ganas de desayunar.

Restriega un ajo contra el pan. Luego tomate.

Sigue sin ganas.

Echa un poco de aceite.

Casi vomita por el olor.

Después, lentamente, coge el pan y se lo lleva a la boca. Muerde, mastica.

No entra. Es difícil.

Se fuerza a tragar.

Vuelve a morder. Todo parece coger densidad. Realidad. Consistencia.

El pan empieza a estar bien. Incluso a saber un poco bien.

Mastica, traga. Le da un sorbo al café.

Se está reconciliando de algún modo con todo.

Vuelve a sonar el telefonillo. Lo tiene justo al lado. Llaman también a los vecinos. Publicidad.

Retoma el pan.

Hace ese tipo de esfuerzo por reintegrarse en el mundo.

Mastica. Traga.

Café. Sorbo.

Mastica. Sorbo. Traga.

Y entonces llaman a la puerta. Se acerca a la mirilla. Es Susana.

Abre y dice pasa.

—Madre mía, estás aún más demacrado que de costumbre, tienes que cuidarte.
—No veo el modo en el que eso sea posible.
—Lo siento, no quería ofenderte, he venido a traerte el macbook y la cámara.
—No recuerdo haberte dado mi dirección.
—Lo hiciste.
—Lo más normal es que ahora estuviera en el trabajo.
—No me dijiste que tuvieras uno.
—Te haré unas tostadas.
—Ya he desayunado, gracias.

Él va a la cocina y se sienta. Ella también. Y no dice nada mientras él intenta terminar la comida. Sólo se queda sentada, mirando alrededor. Él deja de preocuparse. Demasiado tiene con terminar de comer. Lo deja por imposible. Esos ojos abiertos hacia fuera y escudados hacia dentro le irritan.

—Voy a vestirme, espérame en el salón.
—Ok. ¿Te importa si yo me desnudo?
—No.

3.

Entra en el salón con una camiseta y un calzoncillo. Ella está desnuda, sentada en el sofá, con la mirada perdida. Ha dejado el ordenador y la cámara sobre la mesa. Él se sienta en el sillón y la mira. Le da tiempo. Todo el que necesite, de hecho.

Tiene cosas en las que intentar no pensar, y eso requiere un esfuerzo definitivo.

—Me ha gustado mucho.
—¿El qué?
—La foto.

El la mira, porque ella quiere decir algo aunque no lo haga.

—Me alegro. Esa era la idea.
—No eras el único con el que he quedado para esto. Tenía que probar a varios. Al fin y al cabo los trabajos que puedes ver en internet no significan nada, sólo te dan una idea.
—Lo comprendo.
—Y tu foto me ha gustado mucho.
—Me alegro.
—Y cómo te comportaste mucho más.
—Eso sí que no lo entiendo.
—Al primero tuve que echarle de casa, intentó meterme en la cama. Dejó de lado la foto para eso, el muy cabrón. El segundo me habló de grabarme un video para meterlo en youporn, pero sólo después de que yo me diera cuenta de que de hecho ya estaba grabándome en vídeo. Antes no. El tercero fue peor.
—¿Peor...?
—Sí. El problema es la convención de la maldita ropa. Parece que cuando estás desnuda al lado de alguien es algo así como si quisieras follártelo sin más. Cuando estás vestida parece que eso no tiene por qué obligatoriamente suceder.
—¿Y...?
—No, no lo consiguió. Por supuesto que no. Yo sólo follo con quien quiero.
—Ya. Eso se da por hecho. ¿Hubo más aun... antes que yo?
—Sí.
—¿Y...?
—No hicieron fotos tan buenas como la tuya.
—Yo también tuve ganas de follarte.
—Sí, pero las dejaste ahí, en las ganas.
—Pero las tuve.
—Pero no te influyó.
—Claro que lo hizo.
—Pero no dejaste la foto en segundo plano.
—No sé si lo hice.
—Pero aun así tu foto es buena.
—No lo sé.
—Lo es. Te juro que lo es. Es justo lo que quería. Sexo, transgresión, timidez. Es justo lo que estaba buscando. Justo eso. Quiero que hagamos más.
—Contaba con ello.
—Eso es porque no sabías que estabas a prueba.
—Creo que me alegro de haber pasado la prueba.
—Debes hacerlo. Haremos grandes cosas juntos.

Y, después de eso, se vistió, se despidió y se fue.

Y él se sintió muy pequeño durante un rato. Y se dedicó a limpiar el sensor de la cámara con ahínco.

4.

Así que está de vacaciones, y ese es de nuevo uno de esos momentos en los que no puedes definirte en contra de nada. Y el caso es que el tiempo que uno pasa de ese modo es tan escaso que nunca se aprende cómo enfrentarlo correctamente.

Examina sus opciones. No tiene ganas de beber, no tiene ganas de pasear, no tiene ganas de hacer nada que se le ocurra. Pero está de vacaciones, y aunque sea decidir mirar el televisor sin ver nada tiene que decidir algo, porque le tiempo no para y siempre te coge haciendo algo, sea lo que sea. Piensa en vestirse y salir a la calle, por hacer algo, pero no le convence la idea. Al final se viste, coge las llaves del coche, lo arranca y se larga.

Le gustaba conducir, pero odiaba los atascos. No era muy original en eso, desde luego. Ambas sensaciones se mezclaban en su cerebro y no le permitían establecer un juicio claro sobre si estaba fastidiado o estaba disfrutando mientras lo hacía, y eso le cabreaba. Sobre todo porque tenía la teoría de que el fastidio estaba ganando, y eso iba viciando lentamente el placer de conducir de un modo pegajoso que empezaba a manifestarse con o sin atasco.

Empezó a comprender que estaba perdiendo el sentido de la realidad en su trabajo por culpa de los baches, el coche y los baches. Justo antes de llegar a su casa una franja, herencia de algún soterramiento de cables en la carretera mal asfaltado al terminar, se había llenado de agujeros. Fue algo muy gradual. Al principio sólo tenía que esquivar un agujero o dos, después se fueron multiplicando y había que pasar entre ellos, más tarde tenía que ir por el carril contrario para evitarlos, y al final se convirtieron en un único bache que no podía eludir de ningún modo. A veces cogía otra entrada, pero tenía que dar mucha vuelta para llegar a la puerta del garaje, por lo que normalmente accedía por donde siempre para evitar el rodeo. Empezó a ser consciente de que los baches jalonaban el principio y el final de su jornada laboral. Bum-bum, bum-bum. Golpes de gong para marcar el inicio del estar en otra parte y otros dos marcando la vuelta. Se volvía frenético. A veces, al regresar del trabajo y pasar por la carretera rota, pensaba inmediatamente en las horas que le quedaban para volver a pasar de nuevo al día siguiente. Él mismo se reía de sí mismo diciéndose “vaya problemas del primer mundo que te agobian, amigo, ¡eso no es nada!”. Y se carcajeaba. Pero la risa duraba poco. En seguida volvía a sentir que los baches le estaban destrozando la vida con su sonido monótono y regular, escanciando sus días en tiempos perfectos que iban y venían. Empezó a pensar que se estaba volviendo rematadamente loco. Empezó a soñar con ellos, que tenía mudanza y tenía que atravesarlos infinitas veces, por ejemplo.

Y luego, de repente, un día como cualquier otro, cuando llegó del trabajo habían asfaltado de nuevo y como recuerdo sólo quedó una pequeña protuberancia en el suelo donde antes estaban los agujeros. Y lo más raro es que no se sintió aliviado en absoluto. Para él, los agujeros seguían estando exactamente en el mismo sitio donde habían estado. Los agujeros no, por supuesto, no era tonto, pero el malestar no se había movido ni un sólo milímetro, seguía engarzado en la hora a la que salía al y en la que volvía del trabajo.

Ahora en vacaciones podía conducir sin ir a ninguna parte. Y al principio lo hizo sin una idea definida más que controlar el coche, ver las cosas que suceden a través del cristal de las lunas y del ruido sordo del motor, que enmascara. Y casi sin darse cuenta está rodeando Madrid por la M40 cuando ve el cartel que indica A5 Badajoz, y toma la salida. Avanza unos cientos de kilómetros hasta que encuentra lo que busca y sale, recorre carreteras comarcales presionado por los coches que van detrás de él para que corra más y más, pero él no va a correr hoy. No le apetece demasiado. No le interesa en absoluto.

Sale por una carretera minúscula de hormigón a su izquierda, estrecha y sinuosa como si alguien estuviera demasiado preocupado por la escasez de encontronazos frontales y hubiera querido ponerle un remedio, y sonríe cuando ve la casa al fondo, en su sitio.

Ahí vivo yo.

5.

—Te veo bien, tío.
—Eso no está del todo mal, entiendo.
—No, no lo está.
—¿Qué tal por aquí?
—Tomates, ahora tomates. Quitar malas hierbas, regar, cuidar los tomates. Mantener el riego, dar una vuelta para que ningún bicho esté haciendo estragos. De eso va todo. ¿Vienes para mucho tiempo?
—No tengo ni idea, supongo que hasta el domingo. ¿Por qué? Si tienes lío puedo venir en cualquier otro momento...
—No, no es eso. No has venido nunca antes, así que era sólo para hacerme una idea.
—¿De la gravedad?
—Sí, y de dónde está tu cabeza.
—Bueno, digamos que está en muchos sitios a la vez.
—Eso nunca ha sido malo.
—Depende de lo que te interese cada uno de ellos, creo.
—En la vida no hay ningún sitio en el que tengas que estar por obligación.
—Yo nunca he terminado de verlo así del todo, amigo.
—Tenías que haberte quedado cuando empecé todo esto.
—Todo el mundo parece tener una idea precisa de lo que debo hacer con mi vida, excepto yo mismo.
—Claro, es más fácil jugar con las vidas de otros que con la de uno mismo. Vamos a hacer algo de cena, anda.

Y limpiamos un par de lechugas pequeñas y unos tomates, troceamos unas cebollas y pepinos, abrimos unas latas de atún y las echamos en una ensaladera, lo aderezo y salimos a comerlo todo fuera, en la calle, mientras la luz se escapa en el horizonte gritando en tonos rojos como si, pese a la hora, no tuvieran ninguna gana de dejar el día sin plantar batalla.

Después encendemos unos cigarros.

—Imagina —empiezo—, sólo por un momento, que fueras el diseñador de algún tipo de realidad virtual, que tienes que ponerte a crear árboles, montes, ríos y, dentro de ellos, sus ramas, los reflejos de la luz en la ladera y los remolinos del agua. Imagina que tienes que hacerlo todo detalle a detalle, ¡y no en un sólo río o un sólo árbol, sino en el mundo entero, en cada cosa!
—Qué coñazo, ¿no?
—¡Exacto!, ¡un coñazo absoluto! En seguida te pondrías a pensar en un algoritmo que pudiera realimentarse a sí mismo para ir dando definición y cuerpo a todo de un modo automático. Imagina que pudieras hacer un sólo diseño para la montaña, o quizá sólo una figura geométrica simple, meterlo en tu algoritmo y ponerlo a trabajar para que multiplicándose fuera dibujando el espacio de una forma rica y compleja, ¿no lo harías?
—Pues hombre, lo primero es que no me pondría a diseñar un mundo entero ni de coña...
—Imagina...
—De acuerdo, pero es una pregunta muy tonta, claro que lo haría.
—¡Chapuzas!
—Bueno, vale, lo soy, pero joder, es que no me veo a mí mismo haciendo dibujitos durante años, prefiero el algoritmo.
—Ahora tienes un mundo completo que prácticamente se ha hecho a sí mismo a partir de unas instrucciones básicas, sin esfuerzo por tu parte, y tiene complejidad suficiente como para parecer minucioso y detallado. Imagina que has resuelto cómo interaccionan los diferentes objetos para que un árbol no se confunda con un monte cuando crece en la ladera, y para que ambos puedan seguir desarrollándose sin convertirse unos en otros. Ahora no sólo tienes un mundo profuso, sino que contiene partes que se relacionan entre ellas y dan lugar a otras cosas: un árbol en la vera del río tiene algunas raíces mojadas, chupa el agua para sus propios procesos vitales... deberás meter algún tipo de entropía para que lo que se crea no desborde el espacio, para que todo se vaya destruyendo a un ritmo regular y tu mundo no rebose, para que se equilibre. Después puedes introducir recursos escasos para limitar la expansión y poder regular correctamente el ritmo...
—Madre mía, tío, espero que esto vaya a alguna parte.
—Espera, prisas, imagina ahora que eres un tipo que habita esa realidad virtual, que está dentro de ella sin tener ni idea de que otro la ha construido. Y eres un tipo especialmente curioso, o perteneces a una corriente que lo es, al menos. Imagina que estás analizando la estructura de la realidad y...
—¡Y te das cuenta, descubres la mecánica!
—Sí. La mecánica del juego. Eso ha pasado.
—¿Cómo que ha pasado?
—En un nivel todavía muy básico, pero ha pasado y está pasando.
—¿Hemos visto eso?
—Las hemos visto. Las estamos mirando ahora mismo. Eso son los fractales, el ADN. Con ellos podemos describir la realidad de forma matemática, y si podemos describirla podemos reproducirla.
—No me jodas.
—Te jodo. Todo es código, la información lo es todo y toda información es algún tipo de código y todo código es replicable. El ADN es la transmisión de la información de un ser a otro y los fractales la matemática de cómo se construyen los objetos a partir de el ADN, e incluso sin él cuando no lo hay... todo está escrito.
—Pero... ¿eso quiere decir que todo ha sido creado por algo o alguien?
—No lo sé, no me atrevo. Lo que sí sé es que al menos lo parece.
—Joder.
—Seh. Joder. Estructuras que se repiten y que son indistinguibles independientemente del grado de acercamiento o alejamiento. Eso tiene toda la pinta de los ladrillos de una casa.
—Algo... manufacturado. Un ahorro de tiempo y esfuerzo construyendo algo. Una... simplificación del trabajo. ¿Y nosotros?
—También. La estructura de las venas, de los huesos, del riñón, de todo, incluso el ritmo de los latidos del corazón.
—Un mundo dentro de otro y dentro de otro y asi hasta el infinito. Eso quiere decir que nosotros también somos parte de algo, de otra cosa en la que somos células, otra cosa en la que nosotros somos lo que se ve al microscopio.
—Eso hace que las cosas sean más fáciles, ¿no crees?
—No veo cómo.
—Bueno, pues aunque sea sólo matemáticamente, todo tiene un sentido. Yo con mi huerto, tú en tu oficina.
—No, no me parece bastante.
—Pues es todo lo que hay, y ya hay más que antes.
La noche negra restallaba brillos de estrellas arriba.
—Me pregunto —dijo—, en el caso de que sea cierto todo eso del código y los fractales y el ADN, cómo puede ser que haya tanto, tanto espacio.
—En realidad, si es cierto, lo raro sería que no hubiera tanto. Si el código se replica y la construcción de las estructuras sigue un algoritmo, y si este es un espacio virtual, no veo ningún problema en el tamaño.
—Ya, pero... ¿para qué?
—¿Para qué qué?
—Para qué todo esto, claro.
—¿Lo dices por las estrellas?
—Un poco por todo, la verdad. Por las estrellas también. Tanto espacio.
—No sé, imagina que somos un proyecto de fin de carrera en el disco duro de un tipo granulento que se pajea todos los días después de revisar cómo va todo aquí abajo, revisar si las estructuras se replican bien, o si algo se desmadra... y luego se va a la cama a sobar.
—En realidad preferiría que fuera un genio.
—¿Por qué?
—Me sentiría más tranquilo.
—¿Más justificado?
—Puede ser. No te digo que no.
—Daría igual, nosotros seguiríamos siendo lo mismo fuera el tipo lo que fuera.
—¿Y qué seríamos nosotros?
—Portadores de las subrutinas, y estas persiguen una finalidad programada de antemano.
—Mmm, termina que te veo, ¿qué finalidad es esa?
—La propia existencia. El perpetuarse.
—Pero... si la finalidad es la existencia eterna, ¿por qué se combinan?
—No me hagas preguntas de las que ya sabes la respuesta. Se combinan para ser más adaptables, no porque les guste. Si las condiciones no cambiaran nunca ellas preferirían no combinarse y se clonarían. Si no fuera interesante de cara a la adaptación que a veces hubiera errores en el proceso de replicación y combinación, generando mutaciones, no habría errores. Quizá si nada cambiara no habría ni muerte ni sexo, ¿para qué reproducirte si puedes existir para siempre, o para qué morir, más o menos por lo mismo? La muerte es un daño colateral de que el mundo cambie, no una necesidad de por sí.
—¿Y por qué crees tú que el mundo cambia?
—Porque el tipo lo ha introducido como variable en el sistema, por supuesto.
—Menudo cabrón pajillero, ¿por qué cojones habría hecho eso?
—No sé, quizá la vida y la muerte ni siquiera sean el objetivo de todo esto.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, tarado, que quizá el tipo introdujo el cambio para ver qué pasaba con las condiciones iniciales, porque hacer un proyecto en el que todo permanece estático no tiene ningún sentido, no va a revelarte nada que tú no hayas puesto ahí dentro. Quizá lo que entendemos por vida ni se le pasó por la cabeza, y somos un efecto no deseado en el sistema. Quizá a él sólo le interesaba saber qué leyes físicas cristalizarían y ver cómo se comportaba la realidad desde el principio hasta el fin, sacar algunas estadísticas de su modelo matemático.
—El tipo podía haber sido arquitecto en vez de algún tipo de teórico experimental, entonces sí que le interesaría que nada cambiara.
—Pero entonces no estaríamos aquí.
—Te equivocas, amigo, te equivocas, podríamos estar aquí igualmente, y sin tener que morir en ningún momento.
—No veo cómo.
—Pues está claro, si él hubiera sido un arquitecto preparando ese proyecto de fin de carrera del que hablabas, el hecho de que estuviéramos aquí significaría que él nos había puesto precisamente aquí. Y si el mundo no fuera cambiante y él nos hubiera puesto no moriríamos nunca. Ni habríamos nacido, por supuesto, en un sentido uterino. Y podríamos estar más tranquilos pensando que, mejor o peor, existimos por un motivo.
—¿Y dónde queda Dios, en un sentido tradicional, dentro de eso?
—En ninguna parte tal y como nosotros lo hemos definido históricamente. Casi me creo más al pajillero. Si sigo la definición de un dios como perfección suma en un sentido de valores humano, o no existe o ha tomado las riendas el diablo.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que un tipo perfectamente bueno y todopoderoso no puede permitir por inacción el mal. Sería responsable. Pero no llegaría ni a eso: no puede permitir el mal. No podría evitar evitarlo. Es más, si existiera un Dios en el sentido tradicional el mundo sería estático. Él sí que sería un arquitecto, ya que no puede crear nada más que lo perfecto y lo perfecto no puede mejorar en absoluto: ya es lo mejor que puede ser, no puede cambiar excepto para empeorarse. Dios no existe, es un hecho, y la justificación de que nos ha hecho como somos para permitir nuestro libre albedrío es una estupidez: ese dios, simplemente, no puede hacerlo, sería ir contra su propia perfección. A dios le podría molar hacernos imperfectos para ver como intentamos mejorar o permitir el mal para ver cómo reaccionamos ante él, pero simplemente sería formalmente incapaz de hacerlo. Queda por ver lo de tu pajillero, nuestro diablo, que es un tipo mucho más corriente y menos limitado en cierto sentido.

Restallaba brillos de estrellas arriba.

—Menuda sorpresa —dijo Manuel— que se va a llevar.
—¿Y eso?
—Cuando vuelva de la universidad o lo que sea y nos vea en las lecturas de datos.
—¿Cómo?
—Hombre, evidentemente si has hecho un proyecto sobre unas condiciones iniciales y quieres estudiar su desarrollo, el tiempo de ejecución con respecto a tu vida real no puede ser 1:1. Aunque pudieras porque vivieras tanto tiempo no vas a querer tirarte millones de años mirando el experimento. Seguramente el tiempo aquí transcurre mucho más rápido que en el sitio donde está el disco duro.
—¿Y por qué piensas que aún no nos ha descubierto?
—Porque habría hecho algo. Y al igual que aquí millones de años son un segundo allí, imagina lo que sería aquí media hora de allí. Estaríamos acabados. Sorpresa, susto, suprimir la carpeta y fuera. No estaríamos hablando antes de darnos cuenta de que la conversación se había acabado.
—Quizá nos esta mirando ahora mismo, preguntándose qué es eso que está viendo. Quizá es ese momento inicial.
—Saludemos.

Y saludamos.

6.

Aporcar los tomates, eso era lo que había hecho que le levantara a las siete de la mañana y le arrastrara lloriqueando a la huerta. Aporcar los tomates, echar más tierra en los brotes aun pequeños para que pudiera enraizar la mata más desde el tallo, para que tuviera más fuerza. Coger una pala, cargar tierra en la carretilla, acercarlo a las hileras, llenar un cubo más manejable, e ir de mata en mata echando tierra y aplastándola con las manos. Durante un rato su existencia se limitó a eso y nada más. Y si no hubiera sido por el dolor en los muslos de agacharse y levantarse y en la espalda de la carretilla y los cubos no habría estado mal.

Pero dolía.

Resulta que, después de todo, hacer cosas duele.

Cuando el calor fue insoportable nos fuimos a tomar unas cervezas, sonriendo por el esfuerzo. Después a comer y la siesta, para poder volver a bajar al huerto cuando las temperaturas bajasen de nuevo, antes de la noche. Más tomates, más tierra, mas agacharse.

Cuando volvimos a casa esa noche fue directo a la cama, y no pudo ni pensar en dormir antes de dormirse definitivamente. Así pasó los días siguientes mientras yo me reía de su deplorable forma física y de sus agujetas.

7.

—Va a venir Andrea.
—¿Por qué?
—Me llamó preocupada por no saber nada de mí y me preguntó si me lo había pensado mejor.
—¿El qué?
—Lo de salir juntos, entiendo.
—¿Salís juntos?
—Vete tú a saber, es tarde para eso.
—Es tarde para muchas cosas, pero no sé si para eso lo es.
—Es tarde para muchas cosas, tú lo has dicho. Para creerse muchas cosas.
—Sí. Lo entiendo.
—El caso es que va a venir el fin de semana, para pasarlo aquí. Espero que me des un poco de tregua con la huerta.
—No sé si lo mereces. Y tampoco sé si lo merece ella. En cualquier caso está bien, este fin de semana vendrá también Ester.
—¿Quién es Ester?
—Una amiga. Trabaja en Madrid y vive aquí los fines de semana.
—No sólo de pan vive el hombre, parece.
—No. Sólo de pan tampoco.

8.

Apareció el coche por el sendero de hormigón a media mañana del sábado, y Andrea bajó de él sin saber muy bien qué decir, lo que siempre quiere decir sin saber muy bien qué pensar. En la mesa de fuera yo había preparado unas cervezas y algo de picar, para no dejar pasar el rato sin más. Ella le dio finalmente un beso y se sentó, y abrasada por el calor se lanzó a por la cerveza.

—Vaya, esto es el culo del mundo, pensé que no llegaba nunca.
—Sí, pero se está muy bien.
—¿De quién es la casa?
—De un viejo amigo, Viana. Él y su chica están ahora mismo en el huerto. Esa es una tarea interminable, te lo juro.
—¿Y tú qué tal?
—Bien, aquí. Tranquilo.
—¿Qué pasó?
—Un poco de todo, ya te contaré. Vamos a tomar el sol un rato, no creo que tarden mucho en subir. Ayer estuvimos cantando hasta tarde, así que supongo que no tendrán mucho aguante hoy.
—Dios mío, esto está lleno de bichos.
—Puedes jurarlo.
—Se van a comer el jamón.
—No les des tiempo.
—Prometo intentarlo. ¿Estás bien, entonces?
—Ahora mejor, un poco menos confuso.
—Me alegro. ¿Sabes que Merayo y Laura siguen saliendo? Estuve con ellos ayer y la verdad es que se les ve muy felices.
—¡Eso es una buena noticia! Llevaba tiempo sin ver a Merayo con alguien más de una noche seguida.
—¡Pero entonces...!
—No, no, espera. El hecho de que no esté con alguien más de una noche seguida no significa que lo esté a menudo. Y de todas formas eso no tendría nada que ver con Laura, ¿no? Lo que sucede ahora es lo único que está sucediendo.
—Mmm, tendré que preguntarle a él acerca de tus costumbres al respecto.

Y así pasaron un buen rato juntos, con la cerveza y la comida, charlando de todo y de nada en absoluto, hasta que llegamos Ester y yo y nos unimos a la conversación. Y después de comer se fueron a la cama a dormir la siesta para prepararse para la tarde, que yo no había estado dispuesto a perdonar en absoluto.

9.

El sol se estaba yendo, pero aún no había terminado de hacerlo y seguía pegando duro. Les habíamos dicho que cargaran tierra en la carretilla y la acercaran a la zona en la que estábamos trabajando. Andrea parecía más que razonablemente en forma, al menos comparada con él.

—¿Qué clase de nombre es Viana?
—Es un apellido, en realidad se llama Raúl, pero siempre le llamábamos así en la facultad.
—¿Y en esto es en lo que trabaja?
—Así es. Cuando acabamos la carrera no había muchas expectativas de encontrar un trabajo, así que sus padres le ofrecieron venir aquí a cuidar del huerto y vivir en la casa familiar. Trabajo duro, pero no tiene que pagar nada ni por la tierra ni por la casa, lo que simplifica las cosas una barbaridad. Desde entonces está aquí.
—¿Y vienes a verle a menudo?
—Vine una vez, recién instalado aquí, después no he vuelto nunca hasta ahora.
—¿Por qué?
—No tengo ni idea. Empecé a buscar curro, lo encontré, busqué un alquiler, lo encontré, y a partir de ahí se difumina todo.
—Ya.
—Es lo que tiene. Voy a acercarles la carretilla. No te deshidrates entre tanto.
—Haré todo lo posible.

Ester y yo andábamos haciendo cosas con azadas en el pobre suelo, que se dejaba hacer resignado. Ambos sudábamos por el esfuerzo y parecíamos bastante más vivos que él, con los cuerpos morenos, delgados y fibrosos por el esfuerzo físico regular al sol. Manuel sintió que quizá todos se estaban equivocando menos nosotros dos. Todos en el mundo menos nosotros dos y gente como nosotros haciendo lo mismo que nosotros.

Resoplando llegó hasta donde estábamos, volcó con más resoplidos la carretilla, me dio un manotazo en la espalda y me dijo “ahí os lo dejo, ¿necesitáis más?”, pero mi mirada se lo dejó bastante claro, así que se volvió a por más tierra y un beso nuevo de Andrea. Esperaba que sacara mucha energía de ese beso, de otro modo probablemente caería sin sentido al suelo en menos de cinco minutos.

10.

Nos sentamos delante de una cena que no contenía ni un rastro minúsculo de carne, con pan y vino. Andrea y él estaban vivos de milagro, así que encontrarse de repente sentados con algo de alcohol cerca les parecía más que suficiente para mantener el prodigio de que todo siguiera sucediendo.

—Madre mía, tío, ¡estás hecho un mierda!
—Gracias, compañero, tú, sin embargo, estás hecho un dios griego.
—El esfuerzo es bueno, los cuerpos están hechos para mantenerse en movimiento. Dentro de unos años, con ese ritmo de vida, estarás como un elefante marino y con la tensión, el ácido úrico y las fuerzas por los suelos. Deberías replantearte el camino, antes de que te replantee él a ti.
—Agradezco el consejo, sólo estoy buscando el modo.

Y después de cenar cogimos las guitarras y unas cervezas y bailamos, tocamos y bebimos hasta bien entrada la noche. Primero se fue Andrea a la cama, y después Ester. Y yo miré fijamente a Manuel intentando encontrar respuestas.

—Mañana os iréis.
—Sí.
—¿Es un buen lío gordo en el que estás metido?

Siempre he sabido encontrar el momento preciso.

—No, no lo es. No creo que tenga ninguna consecuencia negativa para mí. Lo que tengo que mirar muy bien es qué puedo sacar de ello.
—Un lío... ¿legal?
—Sí. Pero no creo que trascienda, a nadie le interesa. Al menos no a nadie que pueda hacerlo público.
—Eso espero por tú bien. Puede trascender y ser tú el que pague el pato.
—No, no se quedaría en mí en ningún caso, yo no tengo ningún poder. Sería evidente que las órdenes han venido de otro lado porque, sobre todo, yo no he sacado nada con ello. Eso siempre mosquea al que está investigando. Si el culpable no ha ganado nada es que no es el culpable.
—Eso es bien cierto. Pero no te confíes.
—No, no lo hago. Intento encontrar un poco de luz al final de la maraña de intereses que me rodean.
—¿Sigues pensando que lo que te puede salvar siempre es la confianza ciega en el egoísmo de los demás?
—Por supuesto.
—No has cambiado nada. Y no creo que te haya ido muy bien hasta ahora.
—Ya, pero eso es sólo porque nunca he estado en el lugar oportuno, ahora lo estoy. Este es el momento en el que un cualquiera tiene poder de afectar algo las cosas de los que dibujan el tablero. Sólo tengo que tener cuidado, esquivar las consecuencias y no dejarme contentar con cuatro abalorios.
—Ten en cuenta que cuando alguien viene con el cuento de que vas a ganar mucho haciendo algo es porque él va a ganar diez veces más, y a lo mejor incluso se queda con lo tuyo también en el proceso.
—Lo sé, amigo, lo sé. No lo pierdo de vista. Los clanes que lo dominan todo saben cómo usar la realidad a su antojo para seguir ganando y perpetuar las diferencias. Pero en este caso son ellos mismos los que me han puesto aquí en medio para su juego de equilibrios. Tengo que saber utilizar esa posición y saber retirarme cuando sea el momento.
—Y empezar a cuidarte, ¿sí?
—Y empezar a cuidarme. Pero no es tan sencillo. Cuando la vida te está volviendo rematadamente loco es muy complicado no reventarse por dentro para intentar sentir que algo funciona, aunque sea miserablemente.
—Recuerda que siempre tendrás un lugar aquí, pase lo que pase.
—Te lo agradezco. No sabes cuánto. No sabes lo que me tranquiliza que me lo recuerdes. Vámonos a la cama, hoy estamos acompañados. Aprovechemos el viento a favor.

CINCO

1.

La despedida fue breve porque todos se habían dicho lo que se tenían que decir. Andrea y Ester intercambiaron los teléfonos para seguir en contacto en Madrid.

Y cada uno de los que se iban se montó en su coche y empezó el camino de vuelta a su modo. Andrea poniendo un cd de MClan y Manuel pensando en poner el piloto automático desde el minuto uno.

Al fin y al cabo, se había terminado el repecho y empezaban de nuevo las curvas.

2.

Le había comentado a Andrea que la tarde del domingo tendría lío, así que no podían verse. Y era cierto, se fue directo a casa de Susana porque ella había organizado otra sesión para esa misma tarde. Cada vez le gustaba más la idea de la exposición, así que nada más llegar se sumergió en la desnudez y los juguetes como si fueran el mejor lugar donde estar.

Siguieron la planilla, Susana se estaba empezando a poner nerviosa por el tiempo que les quedaba para preparar el evento, que disminuía rápidamente. Pero parece que los días en el campo le habían sentado estupendamente y pasaron de la primera foto inicial a tener seis al caer la noche.

Al terminar se sentaron frente al ordenador a ver el resultado, y ambos estaban impresionados.

—No soy un fotógrafo profesional, pero creo que obviando la técnica el resultado es el que buscabas. No creo que estas fotografías dejen a nadie indiferente.
—Eres muy humilde, la verdad. Las fotografías están muy bien.
—Bueno, me viene bien que pienses así, desde luego. Mejor eso a que pienses que no valen para nada y te busques otro para las siguientes.
—También nos queda preparar lo demás, espero que me eches una mano.
—¿Qué es lo demás?
—Folletos y carteles, invitaciones... el nombre de la exposición, todos los detalles.
—Pensé que de la cartelería se ocupaba la sala.
—Y así es, pero prefiero hacerlo yo si me ayudas. Así todo será más correcto, más preciso. No tengo muchas ganas en confiar en alguien que no conozco para que haga la imagen que atraerá a la gente hasta mis fotografías.
—Entonces creo que tendremos que encontrar una erótica en vez de explícitamente pornográfica para las portadas. En función de los sitios por donde vaya a circular será más conveniente. Y tendremos que encontrar un nombre.
—No me gustan los nombres genéricos, no sé, estilo “miradas” o algo así. Me gustaría que el nombre fuera una frase, algo que defina más lo que quiero decir.
—Jaja, “despertares”...
—Ni de coña.
—Lo sé, lo sé, estaba bromeando. Pero yo creo que escogería uno que no tuviera nada que ver, para despertar la curiosidad sin afinar en absoluto. “Miradas del padre oso”, o “iconografía del tiempo superpuesto” o algo así.
—No entiendo muy bien... me parece que eso no se corresponde con el enfoque que le estamos dando al resto. Debería ser algo insinuante, por supuesto, pero relacionado.
—¿Algo soez, por ejemplo? ¿“Perífrasis desde mi coño”?
—No, definitivamente no. Algo erótico e intelectual al mismo tiempo.
—No me gusta el adjetivo intelectual, siempre se ha usado mucho y muy mal.
—Entiendo, pero me gustaría que fuera algo así.
—Entonces tiene que ser “sexo a través del espejo y otras historias”.
—Eh, ¡me gusta! Por ahí va, tenemos que darle un poco más de forma pero esa puede ser la línea.
—Bien, pues ya tenemos algo.
—¿Quieres una cerveza?
Does the Pope shit in the woods?
—¿Qué?
—Que por supuesto.

Y miró su culo dirigiéndose a la cocina mientras él no paraba de preguntarse qué es lo que estaba haciendo, intentando recobrar el hilo del despertar y de llamar al cerebro de la gente para que volviera a ponerse en marcha. Al fin y al cabo, y él lo sabía desde el principio, todo esto era una gran mierda, pero una mierda que podía servir para algo al fin y al cabo.

Y cuando ella vuelve le mira disimuladamente las tetas, que se bambolean ligeramente a la izquierda y a la derecha mientras camina. Ella abre el litro de cerveza y el tapón chasca brevemente y justo después el sonido del gas escapando hacia afuera le recuerda que no es un mal sitio donde estar. No es un mal sitio donde estar en absoluto.

3.

Se levanta despacio, busca la ducha. No tiene mucho tiempo así que se da prisa, mete un pie en la bañera, luego el otro, mete la mano debajo del agua y comprueba que la temperatura no está mal, así que mete después la cabeza y luego el resto del cuerpo para obrar de nuevo el milagro de la transmutación de la mierda en algo diferente. Quizá no muchos pasos más allá, pero si algunos, los suficientes para poder encarar el día. Cada uno se encuentra donde quiere, y él se transforma de nuevo en humano cada mañana en la ducha, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva.

Cuando llega al trabajo sube directo a recursos humanos, al despacho de Marta más nombre compuesto. Tiene que saber cómo está su situación antes de sentarse en su sitio tranquilamente. Es la primera vez en toda su vida que sube a RRHH sin ningún tipo de invitación, y eso ahora le hace sentirse bien, confiado, contento. Cuando entra por la puerta empieza el ritual.

—Buenos días, ¿puedo ayudarle en algo?
—Por supuesto, vengo a ver a Marta.
—¿Tenía cita? —dice revisando la pantalla de su ordenador.
—Oh, no. Pero creo que querrá verme.
—Tiene que entender que Marta es una persona muy ocupada.
—Lo comprendo, lo comprendo. Sólo dígale que está aquí Manuel Luque. Si no quiere verme no habremos perdido mucho, ¿no?

Ella se yergue en sus tacones con cara de pocos amigos y llama a la puerta y entra. Unos segundos después reaparece y le pide amablemente que entre, que Marta va a recibirle.

Nadie parece darse cuenta de lo ridículo que parece todo, así que atraganta la risa que está a punto de brotarle y entra.

—Buenos días, Manuel. Veo que sigue sin dar mucho resultado tu esfuerzo por volverte algo puntual. ¿Qué tal las vacaciones?
—Un poco precipitadas, como ya sabes, pero bien. No puedo quejarme. Siempre es un placer estar lejos de aquí por un tiempo.
—Entiendo que para algunos así es. Bueno, bueno... parece que eres una persona bastante solicitada. Tengo dos avisos de cita para ti, uno de Jesús López y otra de Don Jaime.
—Bien, les veré en cuanto me sea posible.
—Les verás inmediatamente, empezando por Jesús.
—Debería bajar primero a mi puesto, encender el ordenador... no es muy nuevo, ¿sabes?, y tarda una barbaridad en estar operativo.
—Oficialmente vas a seguir una semana más de vacaciones, así que no tienes prisa alguna.
—¿Supongo que estas vacaciones forzosas no se restarán de mis 22 días laborables al año, no?
—Supones mal, digamos que estas dos semanas son las que debe emplazar la empresa, las otras dos las puedes coger cuando tú quieras.
—Sois muy amables. ¿Podrías darme una comunicación oficial de esa semana? No quiero que nadie cometa un error administrativo y me echéis por faltar a mi puesto de trabajo.
—Por supuesto —irritada— espera fuera.
—Gracias, Marta. Eres un solete.

Y antes de que pueda replicar nada se levanta y sale de la habitación.

En menos de un minuto le dan la comunicación, y él se despide amigablemente y se va.

4.

—Buenos días, Sonia, ¿un café?
—¡Manuel!, ¿qué haces aquí?
—En principio venir a trabajar, pero me han dicho en RRHH que tengo otra semana de vacaciones forzosas.
—Lo sé. Me lo comunicaron el viernes. No sé cómo puedes estar de buen humor con todo lo que se te viene encima.
—No tengo ni idea de qué es eso que se me viene, por eso quería tomar un café contigo.
—Vamos abajo, anda.

La cafetería está vacía a esas horas, excepto un par de mesas.

—¿Sabes quién es el dueño de esto?
—¿De la empresa?
—No, de la cafetería.
—No tengo ni idea, Sonia.
—Del cuñado de Jesús López. Nunca ha funcionado demasiado bien, la gente no tiene dinero y se trae su comida de casa. No sé si recuerdas que al principio no había ningún problema en comer tu tupper aquí.
—Sí, pero después se prohibió.
—Parte de un ataque combinado. Se suponía que RRHH iba a cerrar las salas de los microondas alegando que las necesitaban para impartir cursos al mismo tiempo que se prohibía traer comida de fuera a la cafetería, pero no funcionó. Los sindicatos se metieron por medio y se sacaron de la manga una normativa de la Comunidad que decía que se tenía que habilitar ese espacio para los trabajadores. A Jesús le dio un ataque de rabia espectacular, por lo que me cuentan.
—Supongo.
—Llegó a intentar hacer una campaña en contra de los tupper por eso de tenerlos toda la mañana sin frío, alegando que condiciones insalubres podían aumentar la incidencia de enfermedades entre los trabajadores, pero los sindicatos entraron en juego otra vez y usaron esos mismos argumentos para obligar a la empresa a poner neveras en las salas.
—Supongo que eso tampoco le sentó nada bien.
—Sí, pero no podía hacer nada. Creo que su cuñado le pidió permiso para volver a permitir la entrada de comida de casa aquí, para vender al menos la bebida, pero Jesús no quiso saber nada de ello. No es de los que dan un paso atrás ni para coger impulso. Y por eso ahora tenemos una cafetería enorme medio vacía la mayor parte del tiempo.
—Menudo desperdicio.
—Que compensa con creces la empresa al dueño. Gana más o menos lo mismo y tiene mucho menos gasto en personal. Y además como no viene nadie los directivos tienen un sitio donde comer sin mucha molestia de los empleados.
—Así son las cosas.
—El cuñado tiene otras empresas en la zona, y les da vales de comida a sus trabajadores para que coman aquí. Le sale gratis con la subvención de precios que paga la empresa, y sus empleados, que no tienen ni idea de lo que está pasando, se lo toman como una gratificación en especie que agradecer.
—Todo queda en casa, parece.
—Siempre hay complicaciones. Aunque a don Jaime ni le va ni le viene todo esto, porque él tiene sus propios chanchullos...
—¿Como cuáles?
—El papel higiénico, el jabón y los servicios de mantenimiento los suministra una empresa propiedad de su hermano.
—Joder.
—Eso mismo. Joder. Aunque ni le va ni le viene, como te digo, don Jaime pensó que sería buena idea poner torniquetes en la entrada para llevar un control de la puntualidad y de la gente dentro del edificio en caso de incendio y para que nadie pudiera irse a comer fuera, a los restaurantes de la zona, y se lo vendió a Jesús como una ventaja para que más gente usara la cafetería.
—¿Y cómo iban a prohibir que todo el mundo simplemente saliera por los torniquetes?
—Fácil, ya te digo. Podían haber alegado algún motivo de seguridad o algo semejante para que nadie tuviera posibilidad más que de dos pasos por los torniquetes al día, uno de entrada y otro de salida. La verdad se puede retorcer hasta que encaje en lo que alguien necesita.
—Mierda.
—Y aunque el sindicato echara atrás lo de las dos salidas porque no tiene razón de ser, a Jaime le daba igual, porque lo que él perseguía es que los trabajadores de las demás empresas del cuñado de Jesús no pudieran entrar a comer. No tendría sentido que gente que no trabaja aquí tenga pases de acceso, no se podría explicar fácilmente. Se puso en contacto con el departamento de prevención de riesgos para intentar que normativamente impusieran los torniquetes, y prevención estuvo más que de acuerdo en que es importante saber quién está dentro de la empresa en un momento dado para una acción correcta frente a las posibles incidencias. Así que empezaron a mover informes y presupuestos para la colocación de los torniquetes.
—¿Y...?
—Y casualmente una empresa muy solvente en la gestión de servicios higiénicos hizo una oferta para sustituir la gestión actual, la del hermano de Jaime. Una oferta muy competitiva.
—Joder.
—Tú lo has dicho de nuevo. Esto no es sólo el lugar donde gente viene a trabajar y se gana sus sueldo, Manuel. Esto es más que eso. Esto es una vaca que cada cual exprime como puede mientras se sonríe y se afilan los colmillos al mismo tiempo. Hay dos ramas a cada cual con más poder, y ambas luchan constantemente por ampliar el trozo del pastel que roban a carrillos llenos. Las dos facciones están bien delineadas desde antes de que esta empresa existiera, cuando todo lo que se hace aquí se hacía en el banco matriz. Afinidades, amistades, intereses comunes... Cuando trasladaron aquí a directivos de allí se aseguraron primero de taparles la boca haciéndoles comprar acciones a un precio de risa cuyo valor se iba a disparar en cuanto se hiciera pública su ligazón con el banco, y después intentaron que la gente deslocalizada mantuviera un cierto equilibrio de poder.
—¿Por qué?
—Pues porque la gente es realista, Manuel. Y cuanto más arriba estás en la cadena alimentaria más realista eres. Se creó esta empresa para disfrazarla de una de servicios y pagar a los nuevos trabajadores menos de la mitad de lo que estaban pagando en el banco por hacer lo mismo, pero el propio banco no quería que en ningún momento la nueva empresa tuviera voluntad propia, porque de ese modo en algún momento podría rebelarse y dedicarse a gestionar servicios de otro banco que pagara mejor, así que se trajeron a su propia gente de allí. Pero, como te digo, los lobos son realistas, y todos sabían que se iba a robar, que los directivos liberados en una nueva empresa en la que pasaban de grados medio-altos a grados altísimos iban a empezar a encontrar fisuras en las que colocar sus propios intereses. Y una persona realista, que sabe que todo esto va a suceder sí o sí, lo que hace es intentar que al menos las fuerzas estén equilibradas para que unos se vigilen a otros y los desmadres no sean ni muy grandes ni muy evidentes.
—Pero al final no hay torniquetes.
—Y la empresa del hermano de Jaime sigue trayendo el papel higiénico. Y eso, en un edificio en el que cagan al menos una vez al día más de dos mil personas en tres turnos, es mucho dinero. Equilibrio, todo es equilibrio.
—¿Por qué me cuentas esto ahora, Sonia?
—Porque aunque te parezca mentira, idiota, siempre me has caído bien.
—Si fuera sólo por eso me lo habrías contado antes.
—Por supuesto, por supuesto, pero antes mi culo estaba en medio del barranco y sólo tenía una pierna apoyada en un lado. Ahora tengo una en cada uno. Pase lo que pase yo me escapo y sigo como siempre. Espero que entiendas que no podía contártelo antes. Además parece que te has defendido razonablemente bien, cualquier otro estaría ya en la calle.
—Sonia, me sobrevaloras. Yo no he hecho nada todavía, estoy donde estoy simplemente porque me han traído hasta aquí. No hubiera podido hacer nada de todos modos.
—Hay quien me dice que se te ha visto con Ricardo por la tercera planta.
—Sí. Eso sí es cierto. Pero fue sólo un paseo. Él no sabe nada.
—No fue sólo eso. El sindicato introduce un desequilibrio variable en las dos facciones, porque según le interese apoya a una o a otra.
—¿Según le interese?
—Sí, pero no sé muy bien a qué responde. Ricardo es el sindicato, consiguió que sus compañeros firmaran una bolsa de horas sindicales que pueden utilizar según sus necesidades, pero prácticamente el único que las usa es él, el el único “liberado”, lleva años sin pisar su puesto de trabajo. A veces parece que se mueve por un cierto romanticismo, y hay otras veces que por interés propio. Se rumorea que se está llevando un sobresueldo de la empresa, pero ciertas acciones parecen indicar lo contrario. Nunca se sabe qué pensar de él, y las dos facciones a veces pueden utilizarlo y a veces se ven golpeadas por él, como con lo de las neveras. Lo cierto es que de algún modo ambos le temen. No porque el sindicato como representación de los trabajadores tenga mucho poder en sí en la empresa, que no tiene prácticamente ninguno, sino porque Ricardo juega muy bien entre dos aguas.
—Lo que me asombra, Sonia, es cómo sabes tanto de todo esto.
—Ahh, idiota... porque saber eso es precisamente mi vida. Desde luego no es gestionar vuestro trabajo o vigilar que lo hagáis, aunque algo de eso hay. Sobre todo de dejarlo patente para que la gente sepa que tiene a alguien encima y no se relaje demasiado. Mi trabajo aquí es sobre todo ascender, y para eso tengo que tener muy claro a quién arrimarme, cuánto, cuándo y por qué. La gente en la alta dirección ve esta empresa como un lugar de saqueo puro en el que una vez al mes se recibe mucho dinero en forma de salarios, y las alianzas para las bandas de rapiña son lo que más tengo que tener en cuenta si no quiero pasarme la vida en un escritorio de la primera planta.
—Pero... ¿te merece la pena?
—Quiero vivir bien, Manuel. Y haré lo que sea. Yo no he configurado las cosas así, ya estaban cuando yo llegué. Lo único que quiero hacer es utilizarlas para mi propio beneficio, como todos.
—Siempre puedes confiar en el egoísmo de los demás, ¿no?
—Es lo único en lo que puedes confiar. Ahora tienes que irte, sé que Jaime y Jesús quieren verte.
—Sigo sin saber por qué me has contado todo esto, pero quiero darte las gracias de todos modos.
—Pobrete... te deseo suerte, te van a hacer falta hondonadas enteras de ella.

5.

Fue a ver a Stewe, para aclararse la garganta con algunas cervezas antes de seguir perdiéndose en el laberinto de la amabilidad y el altruismo humano en estado puro. No olvidó dejarle un whatsapp a Ricardo para que supiera que estaba allí.

La enorme cabeza de Stewe mostró una sonrisa serena cuando entró por la puerta y automáticamente abrió la cámara donde guardan los tercios, sacó uno y lo sirvió en la barra.

—¡Hombre, Manuel! ¿Qué tal todo, de vacaciones?
—Sí, ya ves, y aún así por aquí.
—Jaja, me han comentado que tus vacaciones han sido un poco raras, ¿no? —guiñando ostensivamente un ojo— ¡dales duro, tú dales duro!

Se olía lo de Sonia. Demasiado bien relacionada. Pero no terminaba de encontrarle el sentido, no comprendía por qué la gente era capaz de joderse bien la vida sólo para ganársela. Una paradoja: pierdes lo que ganas mientras lo ganas. Una vida en la que la mayor parte de ella estás envuelto en conspiraciones, alianzas y batallas no parece nada parecido a algo que le siente bien al cuerpo, y mucho menos a la mente. Si te mantienes en el filo la presión es constante y si te resbalas... puedes terminar descapullando pingüinos en un escritorio el resto de tu vida, aburrido como una piedra y más o menos con la misma carga de trabajo. Eso en el mejor de los casos, en el peor acabas despedido y a empezar de cero en otra parte con menos años por delante para envenenar y ser envenenado en esa carrera hacia arriba. Si es que es hacia arriba.

Ricardo se sentó a su lado y le miró. Su cara parecía la de un indio navajo, cetrino, moreno, pelo negro como el azabache. Tenso. Stewe puso más cervezas en juego.

—¿Dónde estuviste la semana pasada?
—Fuera, cambiando de aires.
—Hiciste muy bien, fueron unos días bastante tensos por aquí.
—¿Sí?
—Sí. La agencia independiente dice que ya ha terminado la fase de recopilar datos para el informe, y están preparando las conclusiones. Pero no parecen darse mucha prisa. Algo me dice que esta agencia tiene muy poco de independiente. Creo que las “conclusiones” se están redactando en otra parte.
—¿Tienes acceso a algo?
—En absoluto. De momento nada se ha hecho público.
—¿Cómo van mis opciones?
—Ahora mismo ni idea, amigo. Nadie puede saber nada. Evidentemente Jaime quiere principalmente que todo quede en nada, y en ese caso te devolverían tu puesto con dos semanas menos de vacaciones y punto. Jesús quiere que se tire de la manta por completo, y que vayáis todos a la calle, pero lo tiene muy difícil. Precisamente porque la operación que destapó todo, la del tío de Antonio, no llegó a firmarse y desde luego no parece que vaya a hacerse ahora. Parece que Jesús se precipitó al liarla antes de tiempo, y en eso tú tienes bastante culpa.
—¿Y eso?
—Bueno, parece ser que nadie se esperaba tu negativa a sacar la operación adelante. Parece ser que Jesús estaba al tanto y sólo esperaba a que se firmara para destapar la olla, pero el hecho de que tú retrasaras la firma negándote a formalizarla le hizo perder los nervios, o la paciencia, o quizá otra maniobra de don Jaime le llegó por el flanco y no pudo hacer más que destaparla para esquivar un poco el golpe, no lo sé. Pero el caso es que le has jodido bastante bien.
—Bueno, de todos modos me alegro de no se haya firmado.
—Depende de como lo mires, podrías estar ya en la calle cobrando tu paro.
—Sí, y quizás con un juicio pendiente por lo que se les ocurra. De este modo no pueden acusarme de nada.
—Oh, no te equivoques, pueden acusarte de mucho. Has cuadrado muchos balances de un modo un poco... peculiar, por lo que parece. Termine como termine esto es mucho más que probable que acabes con alguna demanda encima, eso no tienes que perderlo de vista.
—Lo dudo mucho.
—Demasiado confiado.
—No, no lo estoy, pero empiezo a ver cómo va esto.
—¿Qué quieres decir?
—He cuadrado muchos balances... que estaban previamente descuadrados. Pueden investigarlo y demandarme, pero al hacerlo encontrarían también el origen del descuadre original, y ahí mismo están todos los comerciales que usaban tasaciones disparadas para abultar sus rendimientos y, por supuesto, sus comisiones. Y justo ese departamento está lleno de hijos y primos y sobrinos y nietos de, y va a haber mucha gente poderosa nerviosa si alguien empieza a remover el avispero. Guardo alguna información que no he querido darle a la comisión, pero dudo incluso que hiciera falta. Está todo en el sistema.
—Mmm. Si tienes las cosas tan claras, sólo espero que me dejes un hueco en el que meter mano antes de que todo se solucione. Podría ajustar un par de cuentas sin ningún problema. Cuentas muy antiguas. Cuentas que escuecen un poco, la verdad.
—No lo sé, ya veremos. Es cuestión de ver por dónde van los tiros.
—¡Stewe! Ponnos un par de tercios, por favor.
—¡Oído cocina!
—Pues espero que los tiros vayan a tu favor, Manuel, porque desde luego también irán por el mío.
—¿Y cuál es el tuyo, Ricardo?
—¿A qué te refieres?
—¿Cuál es aquí tu victoria?
—Yo soy un pobre desgraciado hijo de un pobre desgraciado que trabajó en el banco toda su vida tapando y arreglando los destrozos de los padres de los inútiles que ahora dirigen este chiringuito, y que lo único que pudo conseguir cuando se jubiló, aparte de una pensión de mierda y una placa conmemorativa de metacrilato, fue que “colocaran” a su hijo en recobros. Después de toda una vida entregado al banco se olvidaron de él en cuanto le llegó la edad de jubilación, porque no estaba lo suficientemente alto en la escala como para que les apeteciera darle nada más. Aquí mientras eres útil todo son halagos y cuando dejas de serlo todo son distancias y olvidos. Mi padre estaba muerto en vida releyendo papelajos en su casa mientras yo presionaba a muertos de hambre por teléfono para que pagaran lo que no podían pagar. Pensé que no estaba bien, que no era justo, y en cuanto pude me afilié a CCOO y me metí en las listas a las siguientes elecciones, incluso contra los deseos de mi padre. Nunca ha podido escapar de su propia forma de ver las cosas, por mal que le tratara. Y ahora lo que busco es un poco de equilibrio, un poco de justicia. Que los que siempre salen ilesos no lo hagan siempre y que los que siempre pierden ganen alguna vez. El sindicato no tiene mucho poder aquí, al menos a nivel de comité de empresa, las cosas gordas se dirimen entre los gordos de aquí y los gordos de Lope de Vega, que dicen representar cosas diferentes pero la mayor parte de las veces piensan lo mismo sobre casi todo. Así que tengo que prestarle atención a las cosas pequeñas e intentar que no crezcan, porque si lo hacen se me escapan de las manos y ya no puedo hacer nada.

Si quieres aprender algo de alguien escucha, nunca interrumpas la velocidad cuando aparece. La velocidad es el signo de que algo se está jugando en el tablero.

—No hay mucho margen de acción. Todo está montado para enmascarar la casi completa falta de libertad de acción haciendo parecer que todos y cada uno somos libres y que todos los procesos de la sociedad son transparentes, pero la verdad es que estamos encadenados y las cadenas son invisibles. La transparencia en un primer lugar es quitar lo que esconde el proceso de cómo se hacen las cosas para que todo el mundo pueda verlo y actuar en consecuencia, pero en un segundo lugar es convertir esos propios procesos en transparentes para que nadie pueda verlos de nuevo, o simplemente hacer que nadie tenga interés en mirar.
—Pero la gente protestará, porque otra vez los hilos se mueven sin que ellos puedan enterarse de cómo lo hacen.
—En absoluto, amigo. El esclavo mejor encadenado es el que ve las cadenas como parte de su propio cuerpo, y eso es lo que están haciendo. La gente ama su trabajo y se deprime cuando lo pierde, la gente exige trabajo cuando no lo tiene. Nos han hecho amantes de esto, que lo único que supone es una esclavitud mediante un salario que te mantiene vivo lo justo durante treinta días, lo justo para que nunca dejes de necesitarlo y hagas lo que sea por conservarlo. El trabajo, tal y como está configurado, es una droga. Todo el mundo gime y lloriquea por su dosis. Y, tal y como están las cosas, da igual dónde trabajes, o que cambies regularmente de empleo. Lo único cierto es que sin trabajo no vives porque no puedes pagar la comida y el alquiler o la hipoteca, o el taller y la nevera. Han conseguido que lo que los encadena, su puesto, sea lo que reclaman como su derecho. Y mientras estás preocupado por eso no piensas en cosas que puede que sean injustas, o cosas por las que podrías luchar para cambiarlas. Es una especie de animación suspendida en la que trabajas, consumes, duermes y vas pasando tu vida, sin molestar a los que realmente están sacando beneficio de este timo piramidal que es lo que en esta sociedad llamamos empleo.

Lanza el tercio directo a su boca y se limpia las comisuras de la boca con una servilleta. Sus ojos miran con rabia y algo de impotencia a la barra mientras coge el aperitivo de tortilla de patata y lo mastica con furia.

—Y los muy hijos de puta se pasan los puestitos sinecura de padres a hijos, y están tan tranquilos y tan panchos estafando a una legión de gente que, debajo de ellos, produce lo suficiente para todos, atados a galeras mientras ellos incluso delegan los ritmos de tambor en otros a los que llaman “mandos intermedios”, que están agradecidos por haber conseguido subir un peldaño de la escalera pensando que están más cerca. ¿Más cerca de qué? De la zanahoria. Todo esto no es más que el timo del palo y la zanahoria con el que el burro tira más rápido del carro. Todos somos burros. Excepto los que van en el pescante sujetando el palo.
—Sorprendentemente optimista, amigo.
—Somos una sociedad de esclavos, no hay más que decir. No nos damos cuenta pero lo somos. Han extendido sus garras hasta convertirnos en trabajadores-consumidores mientras ellos lanzan sus aspiradoras para extraer toda la riqueza posible. Ellos son dueños de las empresas, por supuesto, pero también de los centros comerciales y de los cines y de las tiendas de ropa y de los sindicatos y los partidos políticos, de las editoriales y de las discográficas, de las universidades y de casi cualquier cosa que hacemos o necesitamos en la vida. Para ellos somos como cerdos, de nosotros se aprovecha todo. Y encima afirmamos que somos libres, y que decidimos. Escúchame, Manuel, ni somos libres ni decidimos, y aunque fuéramos libres y decidiéramos lo seríamos y lo haríamos dentro de los cubículos que nos han preparado para ello. Estamos bien jodidos. Y nadie parece poder hacer nada al respecto.

Stewe trae dos tercios más, aunque nadie se los ha pedido. Sonríe como si estuviera acostumbrado a escuchar ese discurso por lo menos un par de veces a la semana, y con su mirada parece decirle a Manuel “ahí le tienes, el típico Ricardo”.

—¿Y yo qué hago? Pues intento equilibrar las cosas, a mi modo. No sirvo a nadie más que a mí mismo, y en particular a mi concepto de lo justo dentro de mi posible rango de acción. No te voy a negar que es un poco frustrante, la verdad, porque no siempre puedo pillar al que la caga ni salvar al que no ha hecho nada pero van a por él. Pero no puedo hacer más. No puedo hacer más de lo que hago.
—Una balanza equilibrada entre cien es más que ninguna.
—¿Más? No es casi nada. Te juro que no es casi nada. Ojalá pudiera hacer más. Espero que tú me traigas bastante mierda como para abonarles la cara durante un tiempo. Espero que puedas. Porque te aseguro que se lo merecen, la impunidad con la que nos succionan la sangre abiertamente será, en el futuro, motivo de asombro para los que nos estudien. Si es que no han terminado haciéndose con definitivamente todo, atándonos con deudas y privilegios de sangre hasta que pidamos la esclavitud, la miseria y la explotación de forma más insistente incluso que cómo ahora mismo lo hacemos. ¿Por qué seguimos sosteniendo una monarquía, me lo puedes decir? No comprendo cómo podemos sostener, admirar y apoyar que una familia tenga la representación del estado por derecho de nacimiento, simplemente porque llevan el apellido que llevan. Y a pesar de esta obvia imposición irracional la gente les defiende y reclama que es el lugar en el que tienen que estar. La gente se tumba en el suelo para que les pisen más fácilmente y con menos molestias. No puedo entenderlo. No puedo entender nada de nada. Defendemos los centros comerciales, el trabajo, las marcas de comida que nos envenenan... las hacemos algo propio y nos volvemos ciegos a lo que son y lo que hacen. Nos están exprimiendo, Manuel, y además nosotros defendemos todo el proceso, ¿para qué la transparencia si nadie está dispuesto a mirar? Si esto sigue así, no sé hasta dónde van a poder llegar.

Si quieres aprender algo de alguien, no es bueno interrumpir un monólogo cuando echa a rodar.

—Todos deberíamos intentar empatar las cosas. No es fácil, desde luego, pero cuantos más lo estemos intentando al mismo tiempo más lo notarán, aunque sea sólo un pequeño rasguño en la cubierta de su yate. Algo es algo y por cualquier parte se puede empezar a quitar la venda.
—Lo tendré en cuenta, Ricardo. Lo tendré en cuenta. Vamos a tomarnos los dos últimos, que tengo que ir a ver a dos amigos tuyos.
—Estos corren de mi cuenta, llévales mis saludos.

Si quieres aprender algo de alguien, ten en cuenta que muy pocos consiguen salir de sí mismos. El olor a hierro fagocita todo si no eres capaz de fagocitarlo tú antes.

6.

Don Jaime no tiene mucho tiempo para Manuel, y este tiene la sensación de que la reunión responde más a ver en qué punto se encuentra mentalmente a que tenga alguna noticia relevante.

—Buenos días, Manuel. Espero que estés disfrutando las vacaciones, por más que sean más o menos forzosas, y que hoy no tenga mucho tiempo para ti. Lamentablemente el trabajo me persigue y, aunque yo soy rápido, me alcanza —sonriendo como si aún tuviera gracia una frase tan manoseada.
—Lo comprendo.
—Supongo que no te importará que vaya al grano.
—En absoluto.
—Bien, pues parece que se van definiendo las posturas. Quieren ir a por mí y te quieren utilizar a ti para alcanzarme. Te agradezco que no se lo hayas puesto fácil, por lo que puedo ver en las transcripciones de las conversaciones que tuvieron contigo.
—Pensé que aún no se habían hecho públicas.
—Por supuesto que no, amigo mío, pero el hecho de que no sean públicas no quiere decir que yo no pueda leerlas, yo soy parte interesada en el asunto.

Manuel pensó que precisamente por eso era el último que debía tener acceso a las conversaciones, pero después de la mañana que llevaba no le pareció extraño en absoluto que precisamente él las tuviera.

—Comprendo. ¿Y cómo está la situación? La verdad es que me gustaría saber pronto si voy a poder reincorporarme a mi puesto o si tengo que empezar a buscar algún otro trabajo.
—Yo no me preocuparía por eso, la verdad. Lo bueno de este caso es que me ha hecho comprender que estábamos malgastando tu valía en ese puesto sin importancia que tenías, así que pase lo que pase no volverás a él. Si sale mal, si yo pierdo, te irás a la calle como culpable y te enfrentarás a una más que posible demanda por algún tipo de manipulación interesada de información privilegiada, y si yo gano y prevalece la verdad seguirás en la empresa, aunque en ambos casos me encargaré de buscarte un puesto a la medida de tus posibilidades, en función del resultado del informe. Aquí o en otra parte, como prefieras. Así que olvídate de preocupaciones, si haces lo que tienes que hacer pase lo que pase mejorarás. ¿Qué te parece?
—Correcto.
—El informe lo realiza una comisión independiente, pero como parte interesada en el proceso se escuchará mi opinión y descripción de los hechos y las de la parte contraria, y de algún modo ambas, o al menos la que prevalezca, pasará a formar parte de dicho informe. Si no dejamos suficientes flecos a los que puedan aferrarse saldremos bien parados de todos modos, y eso depende principalmente de ti. ¿Puedo contar contigo?
—Por supuesto.
—Bien, entonces tengo que despedirme. Estamos en contacto, disfruta tu semana y ya veremos que pasa después.

7.

Jesús López es un remanso de calma zen que toma un té verde y una botella de agua mineral mientras mira por la ventana de su oficina. Manuel pasa sin hacer inconscientemente mucho ruido para no turbar la paz que parece haber dentro del despacho. Jesús se gira lentamente con una ceja levantada y saluda.

—¡Hombre, Manuel!, ¡el hombre íntegro!
—Buenos días, Jesús.
—Me ha encantado leer tus declaraciones, ¡verdaderamente has puesto las cosas en su sitio! Lástima que estos ladrones sean tan inteligentes como para no dejar evidencias por escrito, pero eso habría sido mucho pedir. Me gustaría que supieras que apoyo tu trabajo en hacer patente que se estaban modificando los procesos, por otra parte habitualmente cristalinos, que establecimos en su día para que nadie pudiera aprovecharse de la empresa.
—Sólo dije lo que sabía, nada más.
—¡Y nada menos!, esa es una empresa que requiere de un valor excepcional, amigo mío. ¿Quieres beber algo?
—Vichy y café no estaría nada mal, la verdad.
—Olivia, café y vichy, por favor. Siéntate, por favor, siéntate. Bien, las cosas no van mal. No van bien, por otra parte, pero tampoco van mal. El tema es que el hecho de que la operación principal no se acabara firmando y que no te enviaran nada por escrito dificulta un poco las cosas, pero al menos se ha descubierto que algunos procesos eran irregulares y que se estaba abusando de las normas, lo que puede llevarnos a una investigación más amplia de los hechos. En ese caso don Jaime estaría destrozado, y ya no podría volver a utilizar su posición de poder. Ah, Olivia, pasa, déjalo aquí mismo. Gracias. Como te iba diciendo, Manuel, el caso es que pase lo que pase la confianza en él se ha erosionado bastante, y eso puede ser más que suficiente para que esté atado de pies y manos en el futuro, lo que ya sería mucho para evitar situaciones injustas.
—Me alegro, me gusta saber que haciendo lo que siento que tengo que hacer ayudo. Me gustaría saber, en cualquier caso, si voy a reincorporarme a mi puesto de trabajo o si tengo que empezar a buscar otro, para empezar cuanto antes...
—Por supuesto que no tienes que preocuparte en absoluto. Si el informe le es desfavorable será manifiesto que tu papel en esta historia ha sido estrictamente de empleado que cumple órdenes, y se te podría reincorporar sin problemas. Una de las cosas que he sacado en claro de todo este asunto, en cualquier caso, es que desde luego el puesto que tenías hasta la semana pasada no es suficiente para todo tu potencial, así que me encargaría personalmente de buscarte uno más acorde a tus habilidades.
—Me alegra mucho oírlo, si además de ayudar consigo promocionarme mucho mejor.
—Pero, amigo mío, he de ser sincero. Si mi postura en este asunto es la que pierde en el informe no sé qué intentará don Jaime con respecto a ti. Supongo que estará francamente cabreado contigo. En ese caso no sé si mi poder podría protegerte, aunque lo dudo mucho. No obstante, y como no me gusta que la injusticia prevalezca, aunque ese fuera el caso te buscaría un puesto en alguna de las empresas de las que formo parte del consejo de administración, porque si el objetivo en la vida es la sinceridad ésta debe ser premiada sin excepciones. Así que pase lo que pase, en virtud de tu meritorio comportamiento, tendrás trabajo asegurado, y a tu nivel.
—Te lo agradezco mucho, Jesús.
—No hay nada que agradecer, y en el caso de que lo hubiera sería yo el que tendría que hacerlo, desde luego.

En ese momento suena el teléfono y Jesús hace un gesto de inevitabilidad y lo coge, y casi al momento tapa el auricular con la mano.

—Lo lamento, Manuel, pero ésta debo atenderla, ¿te importaría mucho si diéramos por finalizada la reunión?
—Por supuesto que no, Jesús. Gracias por todo. Estamos en contacto.
—Por supuesto, disfruta tus vacaciones.

8.

Andrea levita por el pasillo yendo del salón a la cocina, y el tipo está sentado allí en una silla mirando al infinito.

—No me has hecho ni caso desde que he llegado.
—Lo siento, perdona, ha sido un día muy intenso, y de muchos modos.
—Ya, claro.
—No, de verdad lo ha sido, me siento como una hoja en medio en el aire en un día ventoso de otoño. Todo el mundo tira de mí, pero en cualquier momento todos pueden o partirme en pedazos o dejar de hacerme caso y estamparme contra el suelo. Es extraño.

Y el tipo vuelve a quedarse ensimismado y Andrea vuelve al pasillo, y después al salón, y después enciende el televisor y se sienta con un gesto de enfado.

Ayer mismo estaba en el campo, y el día anterior liado con los tomates. Y todo parecía más sencillo, echar tierra, regar, cuidar que nadie se comiera los brotes. Todo lo demás era superfluo. Y su ahora estaba lleno de todo lo demás, fuera eso lo que fuera. Empezaba a tener claro que el informe sería lo que Jaime y Jesús acordaran, y si no había acuerdo no sería nada. Y si nadie quería investigar nada de lo que había pasado se haría visible, así que él no tendría fuerza alguna y acabaría en la calle sin un duro, en el mejor de los casos. No quería pensar en el peor, desde luego. De cualquier modo, concluyó, el no podía hacer nada más que acudir a Ricardo si todo se ponía feo, y eso ya era algo. Así que decidió abandonar el tema hasta que hubiera más datos, y se levantó y fue al salón y le dijo a Andrea “tiene que haber algún canal de música por aquí” y ella respondió “pues claro”, y él concluyó “pues anda, búscalo y, si quieres, bailamos”.

Y a ella se le iluminó la cara, empezó a luchar con fuerza con el mando, encontró la música, se levantó, le beso, le abrazó y bailaron.

Bailaron en medio de un mundo rompiéndose en pedazos. Lo que Manuel no terminaba de acordar consigo mismo es si eso era especialmente malo o particularmente bueno.

—Ohh, es el telefonillo, no me acordaba de que había quedado con Laura y Merayo, ¡voy a abrir!

Y se fue por el pasillo mientras él le miraba las piernas roturar el aire con promesa de nueva vida, o de la misma pero más bonita, o más tolerable, en cualquier caso mejor. Cogió el mando para intentar encontrar otro canal con algo de música más decente, mientras oía Andrea decir “claro, subid, ¡vamos!”.

Y subieron y tenía buena pinta. Traían cervezas y a ellos mismos y con eso se puede hacer un buen rato en un instante. Merayo y él se miraron y se preguntaron sin hablar “¿qué tal todo?”, “perfectamente”, “por aquí también”. Y entonces sonrieron. Se sentaron en el salón con el sol entrando con hambre por la ventana, abrieron las cervezas, encendieron los cigarros y se pusieron a hablar de todo y de nada sin olvidar reírse ni medio segundo, porque la pirotecnia es siempre importante cuando de lo que se trata es de contentar y compartir. Manuel fue olvidando el día, o más bien almacenándolo en un estómago secundario del cerebro para terminar de digerirlo luego, y alguien saco la guitarra y todo se fue difuminando y difuminando hasta que sólo quedó esa habitación en el mundo entero porque todo lo demás era aburrido, absurdo o estaba demasiado lejos.

SEIS

1.

El tipo nunca ha tenido las cosas muy claras. Bueno, siempre ha creído tener algunas cosas muy claras, lo que para él no ha sido nunca casi nada. Pero según va avanzando la mañana se empieza a alegrar de unas cuantas. Pero no sabe si es real, por supuesto. Por ejemplo, se ha levantado sin resaca, lo cual no es muy habitual. Por supuesto que anoche tomó algunas cervezas, incluso más de las recomendables para cualquiera, pero eso para él no es nada comparado con lo acostumbrado. Y levantarse sin resaca es una cosa bien extraña. Lo primero que notó es que se sentía contento, y eso es difícil de constatar cuando la parte de dentro de tu cabeza quiere salirse fuera mientras la parte de fuera, que está más en contacto con el mundo y por lo tanto sabe mucho más de las cosas, no quiere más que entrar dentro, a un sitio calentito y sin estímulos en el que todo duela un poco menos. Lo segundo es que Andrea estaba a su lado en la cama por la mañana, y su respiración acompasada teñía los humores matutinos de un color mucho más amable que la soledad habitual. Lo tercero, y casi más importante, es que no necesitaba ducharse. Al menos no inmediatamente.

Se lió un cigarro y salió fuera, a la terraza, a ver cómo los dueños de los perros los paseaban. Y la mañana no estaba nada mal, ya que a esas horas el edificio tapaba el sol y había abundante sombra en la que no achicharrarse. Estuvo un rato mirando las conversaciones de los demás sin oírlas, y viendo a los perros correr, y se preguntó si no sería un buen momento como cualquier otro para reconciliarse con el mundo.

Porque tarde o temprano, para siempre o para un rato, es necesario reconciliarse con él. De otro modo uno acaba encontrándole usos inhabituales a las cuchillas del afeitado o al reposo en el horno con las puertas de la cocina a cal y canto. Nadie puede soportar el odio durante mucho tiempo sin convertirse justo en puro odio, en puro descontento maligno. Y el descontento de ese calibre no tarda mucho en volverse contra uno mismo.

“El problema”, se decía, “son los demás, pero lo más jodido es que la solución también son los demás”. Eso tiene su cosa, porque quiere decir que hemos de intentar siempre encontrar el equilibrio entre dos reacciones opuestas que son producidas por lo mismo. Es decir, que no podemos eliminar una sin eliminar las dos, o, de otro modo, o aprendemos a ver lo que queremos o pronto haremos uso de esas cuchillas irremediablemente. No importa lo inteligente que seas, lo harás tarde o temprano.

Y él llevaba un par de semanas teniendo sobredosis de ambos extremos.

Afortunadamente, se decía, tengo casi una semana para reforzarme con una para soportar la otra. Y en esas estaba cuando Andrea despertó todavía más del sueño que en el mundo, y tuvo que dejar de pensar para poder ponerse a hacer café y algo de desayuno antes de que decidiera volver a dormirse. Que desayune, se decía, y volveremos a la cama juntos.

Y así lo hicieron.

2.

Por la tarde había quedado con Susana. Como quería evitar más que posibles suspicacias había decidido contarle a Andrea que se traía entre manos con ella. No era fácil, aunque de otro modo sí que lo era. Así que empezó despacio.

—Hace mucho tiempo que cuelgo algunas fotos en Flickr, y se pusieron en contacto conmigo desde allí, alguien que las había visto, para meterme en un proyecto en el que tengo que fotografiar a otra persona y exponer en una sala en menos de un mes.
—¡Pero eso es la ostia!
—Sí, sí que lo es. Además es proyecto es interesante, así que vale la pena más allá del hecho de exponer en sí.
—¡Joder!, ¿y desde cuándo estás en ello?
—Un par de semanas, quizá.
—¿Y no me habías dicho nada?
—No, verás, es que tiene algunos matices que deberías conocer.
—Bueno, pues cuenta.
—El proyecto es de una tía que se fotografía desnuda, a veces con juguetes, para conseguir un efecto en el espectador. Cuando le plantearon la posibilidad de exponer pensó que prefería no encargarse de tirar las fotos para poder concentrarse más en lo que quería decir.
—¿Le estás tirando fotos a una tía en bolas?
—Sí, eso es literalmente cierto.
—¿Y te has acostado con ella?
—No. No entra en mis planes.
—¿No entra en tus planes?
—No.
—¿Vas a verla a su casa y le tiras fotos mientras ella está desnuda?
—Sí.
—Joder. ¿Y no me habías dicho nada?
—No, acabábamos de empezar tu y yo y no sabía cómo ibas a reaccionar.
—¿Y ahora sí lo sabías?
—No, pero en algún momento tenía que hacerlo, y cuanto más tarde peor.
—¿Y vas a ir a verla esta tarde?
—Sí, he quedado.
—Joder.
—Y quiero que vengas. Aunque simplemente sea para que veas que no es para tanto.
—Madre mía.

3.

Pero Susana no lo tenía tan claro al otro lado del teléfono.

—Esto iba de tu y yo haciéndome fotos. No necesitamos a más gente.
—Tienes que entenderlo, tenía que decírselo antes de que pasara más tiempo. Ese tipo de cosas no se le esconden a una relación que apenas acabas de empezar.
—Pues no entiendo por qué no.
—Pues porque más tarde escuecen.
—No me parece bien. O pondrá caras o se quejará o suspirará, y en cualquier caso me va a desconcentrar.
—Podemos probar hoy, y si no funciona intento que no venga más.
—Podemos hacer otra cosa, puede venir hoy, me conoce, pero cuando empecemos con las fotografías se va. No quiero distracciones.

4.

Están en una terraza tomando unas cervezas. El día pasó, y se conocieron, y se cayeron razonablemente bien, contra todo pronóstico. A veces las cosas funcionan como deben, o como deberían, más que como parece que deben funcionar.

Se cayeron bien desde el principio. Andrea habló bien de la casa, Susana habló muy bien del gusto de esta por la ropa. Andrea no pudo hacer lo mismo, por supuesto, ya que aunque Manuel lo había intentado no pudo conseguir que Susana la recibiera vestida. Tampoco había puesto mucho empeño, la verdad, porque sabía que ella no iba a ceder en eso. Intentó quedar fuera en alguna parte, pero tampoco estuvo dispuesta. Pareció pensar que con todo o definitivamente con nada. Y fue con todo, afortunadamente.

Terminaron las sesiones un par de días después, y la última foto fue nada menos que una imagen sencilla con ella vestida, quién lo iba a decir, aunque vestida con un traje antiguo, cañí, sin ni siquiera un posado erótico o alguna protuberancia de silicona a la vista. Manuel no hizo demasiadas preguntas, por supuesto, ella tenía sus propias ideas y siempre se las contaba... cuando ella pensaba que era necesario.

Andrea incluso estuvo en las últimas sesiones, una vez presentadas e intuyendo que al fin y al cabo ni Manuel ni Susana tenían ganas de conocerse en sentido bíblico el uno al otro, o quizá pensando que si lo querían hacer había poco que ella pudiera oponer, por lo que prefirió al menos ser parte en vez de ser un agujero.

Susana está sentada en la silla con los pies sobre el asiento, las rodillas casi en la barbilla. Tiene una pulsera de hilo en el tobillo derecho con un cascabel diminuto, y rosega un orujo de hierbas despacio, con calma, mirando al infinito. Parte de su pelo ondulado descansa sobre sus hombros y parte cae en cascada por el respaldo de la silla. Fuma despreocupadamente un cigarro e introduce la uña del pulgar de la mano libre bajo las uñas de los demás dedos, haciéndolas chascar. Está pensando.

Andrea, frente a ella, está sentada erguida hasta la cabeza, que cae para permitir que mire la mesa. También está pensando. Lleva unas sandalias de cuero marrón que no son más que tiras que se enroscan y escalan sus piernas hasta la rodilla y apura un tercio antes de pedir otra ronda.

Y Manuel está tranquilo. Está contento. Está confiado en el futuro, si es que eso puede ser con un trabajo que no sabe si tiene en una situación en la que todavía no sabe si saldrá bien o mal o regular. O fatal. Pero en este momento dado, en esta situación, le da francamente igual. Está donde tiene que estar, lo que es más de lo que puede decir el 99.9% de la humanidad.

Susana se acerca a la mesa para echar la ceniza del cigarro en el cenicero, golpeándolo con el índice.

—Hace un tiempo tuve una idea para promocionar la exposición, y está todo preparado, pero aún no sé si es lo que quiero hacer.
—Bueno —dice Andrea— cuéntalo y opinamos.
—No sé, creo que es pronto. Creo que aún debo madurarlo un poco. ¿Cómo va lo tuyo con el trabajo, Manuel?
—Bien y mal, supongo. Aún no se nada más que esta mañana me llamó Marta para preguntarme si estaba de acuerdo con tomarme las dos semanas restantes de vacaciones. Con el tema de la exposición no me pareció mala idea y acepté, pero la verdad es que me da mala espina. Si quisieran despedirme después de estas dos semanas no tendrían que finiquitarme ni las vacaciones, malo para mí.
—Mmm —murmuró Andrea— la verdad es que a mí tampoco me parece muy buena señal.
—Al fin y al cabo si me las tomo me las pagan como día trabajado, así que una cosa por la otra. Ahora mismo, después de lo que ha pasado, no tengo muchas ganas de volver, la verdad. Aunque supongo que precisamente después de la exposición tendré aún menos.
—El trabajo —dijo Susana— es un concepto equivocado, Manuel. Tenemos que trabajar para comer, y eso es una estafa en toda regla. Porque una vez que es obligatorio pueden concederlo en las condiciones que les de la gana.
—Sí. Lo sé. Pero hay pocas opciones de escapar de él.
—Yo no estoy dentro del juego, por ejemplo. Es verdad que no tengo mucho mérito, mis padres tienen dinero suficiente para mantenerme mientras encuentro una forma de ganarlo que no incluya torturarme 40 horas a la semana en algo que no me interesa. Conozco a gente que piensa que soy una niña de papá por ello, pero prefiero ser eso a la parte humana de un terminal en cualquier empresa. ¿Recuerdas lo que hablamos la primera vez que viniste a mi casa?
—¿Acerca de?
—Acerca de que la gente esta adormecida, mantenida en un estado de animación suspendida.
—A mí deberíais darme algunas pistas sobre eso...
—Lo siento, Andrea, a veces se me olvida que no estamos todos en esto desde el principio. Me pregunto, Manuel, por qué narices no se lo dijiste todo el primer día.
—Y yo me pregunto, Susana, si todo va tan bien por qué tendríamos que pensar que habría salido igual de otra manera. Creo que explicarle de nuevo los conceptos es una molestia pequeña comparado con la posibilidad de haber representado los tres un drama griego a lo bestia...
—Hubiera tenido su épica —añade Andrea.
—Es posible, pero yo prefiero esto.
—El caso —sigue Susana— es que la gente anda tan acojonada por llegar a fin de mes que no tiene muchos más recursos ni tiempo para pensar en otra cosa. El síndrome postvacacional creo que no es más que un “¿qué cojones pinto yo aquí?” en mayúsculas y a gritos. Y eso que ya se ocupan de embotarnos bien el cerebro con actividades para que ni siquiera en vacaciones podamos pararnos a pensar demasiado. ¿Has escuchado a alguien diciendo que se va a tomar un mes de vacaciones para aprender a tocar la guitarra, o a cultivar un huerto, o a cualquier cosa que en su día a día no tenga tiempo de hacer? No es habitual. Lo más normal es que la gente se compre un paquete para ir a cualquier parte e ir a ver cosas y a no hacer nada en realidad. Eso no tiene ningún sentido, las vacaciones no hay que ocuparlas, se supone que ya están ocupadas con todo lo que no has podido hacer a lo largo del año. Estamos tan mentalizados de que tenemos que ser productivos que pareceria casi hasta natural pensar que las vacaciones son para no hacer nada, pero nadie lo hace. Tenemos que ser productivos todo el tiempo.
—Cada mes —añade Manuel—consigues los recursos suficientes sólo para vivir otro mes, sólo para ese plazo, lo que deja el futuro envuelto en brumas y miedos. Tienes que ser fiel, tienes que hacer lo que se te pide para conseguir la prórroga de un mes más después. No puedes plantearte mucho más.
—¿Y eso que tiene que ver con fotografiarte en pelotas?
—No lo sé exactamente, Andrea. Pero sí sé que quizá alguien se plantee cosas al verme desnuda en las fotos, sólo por no ver algo habitual, sólo por no estar dentro de la burbuja en la que nos meten de actividades perfectamente encuadradas: el cine, el teatro, las exposiciones, las visitas al centro comercial...
—Es algo así como que si todo lo que vives está dentro del círculo de lo normal, de lo esperado, no hay nada que te haga pensar que quizá las cosas pueden ser de otro modo. Desde ese punto de vista vale cualquier cosa, cualquier cosa que no sea habitual, para que excentre tu mirada y esta se de cuenta de otras cosas.
—Pero hay muchas exposiciones de gente en pelotas. Y no te digo nada de la cantidad de porno que puedes encontrar en Internet.
—Pero no es lo mismo, Andrea. No lo es. Yo no me limito a follarme a alguien y hacerle una foto o a grabarlo en video. Las fotos son todas desencuadres, y para eso me hacía falta Manuel después de lo que vi suyo en Flickr. Una monja rezando ante la cruz con las manos orantes y, entre ellas, un consolador enorme en vez de un rosario, por ejemplo. Son pequeños detalles, llamadas de atención. El hecho de la presencia del sexo es sólo por el gancho que tiene, el excipiente. La medicina está en la foto, no en el sexo. En el encuadre, en el mensaje subliminal. Creo que, en ese sentido, hemos hecho un buen trabajo. No sé si conseguiremos algo de lo que queremos o no, pero la intención está ahí, y el intento.
—Sí, eso lo vi pronto. La fotografía tenía que mostrar una realidad con grietas que se resquebraja. El mensaje va más allá del hecho de ver a una tipa con un buen cuerpo...
—Gracias —sonriendo.
—...haciendo algo con sus agujeros. Lo importante es mostrar que hay huecos por donde la realidad, tal y como la conocemos, se desvirtúa. Puedes pensar que es eficaz decirle a la gente que está muy equivocada, pero no suele serlo. De ese modo sólo consigues fieles y detractores. Sin embargo, si consigues hacer que la gente vea lo que quieres decir y que lo descubra por sí misma, que se de cuenta de que lo que está viendo se puede aplicar a su propia vida, es posible que hayas conseguido que alguien haya aprendido algo. Lo que no puedes saber es qué ha aprendido, porque será personal en cada caso. No tienes acólitos, pero sí gente que ha asimilado la experiencia, la ha digerido, y ha sacado sus propias conclusiones. Y si eso fuera más habitual no estaríamos donde estamos, adocenados y aborregados.
—Entiendo lo que decís, pero creo que ambos os estáis poniendo un poco de más filosóficos, ¿pedimos otra ronda?

5.

Dejaron a Susana en su casa y se fueron a caminar por un parque para aprovechar el calor del verano que se derramaba por todas partes.

Había gente haciendo sus cosas alrededor mientras ellos paseaban cogidos de la mano, disfrutando del ligero sudor y del movimiento.

—¿Crees de verdad en todo eso?
—Sí. Incluso creo que me está pasando un poco a mí.
—¿Y eso?
—No lo sé, ahora por ejemplo estoy más relajado con el tema del curro que en toda mi vida laboral.
—Mmm, eso es porque estás de vacaciones.
—Ya, pero no sé si voy a tener trabajo a la vuelta, y no me preocupa demasiado.
—No sé si debería...
—Yo tampoco. Pero mira Susana, por ejemplo. ¿Crees que es normal que ella pueda hacer lo que prefiera y lo que quiera sólo por el hecho de que sus padres ganen, o tengan, o lo que sea, el dinero suficiente para mantener varias vidas al mismo tiempo, mientras que otra gente no tiene ni para llegar a día 20? Y eso sólo por una parte, por la otra... ¿no seriamos todos mejor si pudiéramos hacer cosas como las que hace Susana gracias al no tener la preocupación del dinero, no avanzaría la humanidad más si todos estuviéramos en la misma situación, sin esa soga al cuello?
—Creo que alguien ha leído a Marx últimamente...
—No. No es eso. No digo que esté mal, pero no es eso. No digo que sepa lo que hay que hacer ni nada por el estilo, pero... no sé. Si esto lo construimos entre todos lo estamos haciendo mal, porque estamos permitiendo que haya algunos que se aprovechen de todos los demás. No entiendo de política lo suficiente como para saber qué sistema es el mejor o el peor, pero sí sé que este produce desigualdades que difícilmente se pueden defender.
—Creo que no tenemos remedio, y que en cada cambio lo único que ha habido es una sustitución de unos por otros arriba. Y luego más de lo mismo. Me gustaría creer que lo que dices es cierto, pero no soy tan optimista como tú. Dios, la propiedad, el dinero... siempre hemos buscado un modo de mantenernos seguros por encima de los demás controlándolos, y eso de algún modo debe estar en nuestros genes, porque ha sido siempre una constante. Intenta que la gente piense si crees que no lo hace, lo que ya es discutible, pero no te sorprendas si acaban pensando lo que tu no esperabas. Intenta cambiar el orden, pero que no te sorprenda si vuelve a parecer exactamente el mismo al cabo de poco tiempo. Creo que si la gente no piensa en lo que tú crees que es importante no es porque estén amenazados o engañados, sino porque a ellos no les parece importante.
—Eso no puede ser así. Nadie está contento siendo engañado. Cuando la gente se da cuenta de que ha sido manipulada, de hecho, la primera reacción es un cabreo de cojones.
—¿Cuántos años lleva “engañándonos” la publicidad? Compra esto y serás mejor, más guapo, más alto, follarás más... llevamos y años y años de resultados negativos y aún así la gente sigue haciéndole caso. Tanto, tanto, tanto... que hasta suele funcionar, como una profecía autocumplida. Porque si todos creemos en que un tipo con este reloj es mucho mejor que los demás, si creemos realmente en ello, te aseguro que ese tipo será el mejor para todos.
—Pero... ¡eso es espantoso!
—Eso es lo que hay, amigo mío. Es lo que hay. Vivo de eso. La creencia no requiere datos. Al menos no la de todo el mundo. Mira la iglesia católica, una virgen fecundada sin sexo ni perder el virgo por una paloma, que dio a luz a un Dios humano que sangra, muere y resucita... ¿qué sentido tiene algo de eso en cuanto te paras a pensarlo? Es de locos. Pero luego te hacen unas cuantas catedrales sobrecogedoras, se visten con oro y boato, amenazan un poco por un lado y prometen recompensas por el otro y... ya nadie quiere la razón para nada. No les hace falta. Tú crees que es un problema de educación y capacidad de juicio. Yo creo que es la misma condición humana.
—No puedo creer en eso. No puedo hacerlo aunque sea como cuestión de método.
—Lo sé, lo sé. Sé que no puedes. Y es muy tierno. ¿Vamos a casa? Me estoy cansando del sol y de la conversación.

6.

Tiene las palabras de Andrea aún en la cabeza cuando aparece Ricardo por la puerta. Jodidamente tierno, piensa. Gracias a esas palabras le ha vuelto la sed, así que está destripando víctimas de ámbar a misma velocidad en la que un soplete prende algodón. Empapado en gasolina. En un aire especialmente enriquecido de oxígeno.

—¿Qué tal, buen hombre?
—Bien, como ves.
—No esperaba tu mensaje, pensé que estarías fuera.
—Sólo quiero saber cómo va todo. Y beber.
—Bueno, creo que puedo ayudarte en ambas cosas, desde luego. ¿Puede ponerme un par de tercios, por favor?

Manuel mira al suyo, sin apartar los ojos de él.

—Mmm, parece que te estás viniendo abajo. Aún no hay nada decidido sobre ti, hasta donde yo sé.
—No, no tiene nada que ver con esto, en serio. Son problemas personales.
—Eso espero, porque la cosa está caliente. Jaime y Jesús se reúnen casi cada día, y aunque los rumores van por direcciones diferentes si los sumas todos parece que podrían estar llegando a algún tipo de acuerdo.
—¿En lo del tío de Antonio?
—No, eso ya es un asunto muerto, enterrado y olvidado. Parece que están llegando a algún acuerdo en lo del reparto de poder.
—Mierda.
—Ya. Reunión de pastores oveja muerta.
—No, no es eso. Es que al final es todo siempre la misma mierda.
—Eso hay que tenerlo bien claro a estas alturas. Pero aún podemos hacer algo.
—Beber. Hoy beber. Después ya veremos.

7.

Al final la lió. Resultó que el traje tradicional era alguna vestimenta regional típica reclamada en su día por el franquismo, si es que eso se puede decir de formas de vestir que vienen de antes y duraron más que el mismo. Pero el caso es que cogió la foto recatada con el traje, lo tituló “Escenas nacionales, una revisión de la moralidad”, para que no quedaran dudas al mismo tiempo que las guardaba todas dentro, y utilizó por un lado los recursos de la sala y por otro las redes sociales para moverlo lo máximo posible. Sembró ella misma polémica de tal modo que todo el mundo pensó que lo que se iba a encontrar allí dentro era un intento más de retorno a valores tradicionales con olor a alcanfor. Y con todo el mundo no me refiero a exactamente a gente del mismo pelaje.

Y funcionó.

El día de la inauguración la calle estaba llena. De grupos diferentes que ya se cuidan mucho de no coincidir en la misma calle a la misma hora, excepto quizá todos los 20 de noviembre para increparse acalorada y mutuamente. Y como suelen estar bastante acostumbrados a gritarse entre sí no sabían hacer otra cosa, y se habían puesto a ello con el fervor habitual para que nadie pensara que estaban bajos de forma.

La dueña de la exposición no sabía si llamar a la policía antes de que alguien decidiera que la pluma es más fuerte que la espada en todas partes excepto en el cuerpo a cuerpo, y afortunadamente no tuvo que decidir porque los vecinos de la calle ya se encargaron de correr con los costes telefónicos.

Y es que el ambiente estaba, cuando menos, como en un día de verano bajo un techo de uralita y a las dos de la tarde. Incluso los gatos se habían largado a ronronear a sitios con menos probabilidad climática de deflagración inminente.

Desafortunadamente los humanos no suelen ser tan listos.

8.

—No entiendo nada, Susana. No comprendo nada de nada. ¿Qué es todo esto?
—Justo lo que queríamos, Manu. No me digas que no esperabas algo parecido sabiendo que no iba a ocurrir nunca. Me he limitado a arrancar un poco el motor.
—No lo entiendes, Susana, aquí va a haber ostias en cuanto se abran las puertas y todos vean lo que hay dentro.
—No. Cuando lo vean comprenderán.
—Estás loca. Eso es lo último que puede pasar hoy.

9.

—¿Has visto a Susana?
—Acabo de hablar con ella.
—¿Y qué narices es todo esto?
—¿Has visto el nombre de la exposición?
—No.
—“Escenas nacionales, una revisión de la moralidad”.
—Oh, no. ¿Esa es vuestra exposición?
—Parece ser que sí, Andrea.
—¿Y qué pasó con “la fruta prohibida del árbol del bien y del mal”?
—Supongo que cambió de planes. Era un nombre estúpido de todos modos.
—¿No lo buscaste para ver dónde estaba anunciado?
—Joder, no. Tengo la cabeza en cien sitios a la vez. De promocionarlo se encargaba la sala y Susana.
—Tendrías que haberlo mirado.
—Tendría que haberlo sospechado cuando cambió de idea en lo de que fuera yo quién diseñara los carteles y la publicidad en general.
—Ya veo, ya. Al menos no es ese nombre estúpido.
—Se va a liar. Probablemente. Es posible.
—Vámonos. Ahora. Antes de que empiece.
—Pero sólo al final de la calle. Quizá al final se quede en nada.
—Ya lo dudo.

10.

—Tienes que ayudarme, Manuel, Susana está desbocada. ¡No podemos abrir!

Luisa es la dueña de la sala, o la gerente, o algo directivo. Está acostumbrada a que transgresor signifique que durante dos semanas sólo va a ver por allí gente vestida, peinada y tatuada de forma rara. Quizá también que los de seguridad tengan que echar fuera a algunas decenas de gente fumando porros, o a retirar alguna lata de cerveza en algún escalón por la mañana. Es lo más lejos que llega para ella el concepto “transgresión”. En realidad para gestionar una sala no hacen falta muchos conocimientos de arte o de su significado, es suficiente con hablar bien de ciertas tendencias aceptables, tener una buena percha y no parecer excesivamente tonta. Pero al menos sí un poco.

—He intentado hablar con ella de eso. No está dispuesta.
—Pues yo no pienso abrir las puertas.
—¿Se lo has dicho a la gente de seguridad?
—Trata de calmarla, voy corriendo.
—Creo que ya no hace falta que vayas.

Las puertas estaban definitivamente abiertas.

11.

Y entonces salió de la mano de Andrea mientras todo el mundo intentaba entrar. Pasó el marasmo ordenado de gente aún sin cabrear del todo y llegó a la calle, donde grupos enfrentados se lanzaban consignas a la cara como si fueran pelotas de tenis rellenas de cuchillas de afeitar. Estaban jugando a una especie de pinpón de insultos sin sentido.

Porque, pensó Manuel, cualquier bando es una colección de consignas en las que sentirse a gusto, una buena zona de confort en la que sabes que respuestas esperar de tus amigos y de tus enemigos. Y estos se estaban empleando a fondo. Se preguntaba qué pasaría si se juntaban uno de cada bando, tranquilamente delante de un café, a intercambiar opiniones sin más para ver a qué llegaban. No pasaría nada, concluyó. Simplemente porque eso no va a pasar nunca. Al menos no así.

Se sintió un poco fuera de lugar en un mundo en el que todo se simplificaba tanto a gusto del consumidor. Se sintió un poco fuera de lugar porque sabía que cuando las decisiones vienen de forma vertical es muy fácil manipular a la gente. Cuando llegan de forma horizontal lo complicado es poner a la gente de acuerdo, pero al menos hay intercambio.

Delante de él un tipo con cresta tiró una lata de cerveza hacia delante, y le dio a una señora en la cara que cayó al suelo inconsciente.

Él vio el bar justo enfrente de la sala de exposiciones, de donde la gente estaba saliendo ahora que la cosa se animaba fuera, y decidió entrar. Agarró aún más fuerte la mano de Andrea, giró la cabeza para intentar tranquilizarla y para tranquilizarse él, y apretó el paso. Dejó salir a los últimos que quedaban dentro y entró.

—¡Tenemos que irnos de aquí, Manuel!
—No. Estaremos más seguros dentro, de momento. Si ves que se dirigen hacia aquí enciérrate en el baño.

Y se fue a la barra a por unos tercios.

Volvió a la mesa y le dio el suyo a Andrea, que ni lo vio. Por la cristalera del bar podían ver cómo aquello se había convertido en una batalla campal. Alguien que parecía haber visto ya las fotos estaba gritando que ahí dentro no había más que pornografía, y un señor mayor le estaba pegando con un bastón en la cabeza. Al fin y al cabo, las líneas paralelas se juntan en el infinito, y en ciertos extremos es difícil a veces concretar quién es el enemigo y quién no. El hombre debió pensar que estaban volcando mierda sobre un contenido más que correcto. O quizá sólo tenía ganas de pegar, quién sabe. Vivimos entre tanta tensión que a veces cualquier excusa es buena.

—Manuel, esto es una locura.
—Lo es.

La policía apareció por fin por la derecha y repartieron porrazos sin más intención que abrirse paso y hacerse una idea de la situación. Cuando la única herramienta que tienes es un martillo todo empieza a parecerse sospechosamente a un clavo.

Una vez clarificado el asunto volvieron a los porrazos, esta vez teniendo perfectamente en cuenta a quién estaban pegando y cuál era el objetivo. No mucho más tarde la gente empezó a esfumarse. Afortunadamente la policía había arrancado desde la puerta del bar hacia la puerta de la sala, así que nadie pudo huir hacia allí.

Manuel fue a por un par de tercios más, pero tuvo que cogerlos él mismo de la cámara porque el dueño, o el camarero, estaba metido en el almacén, desde el que se le oía repetir “es una locura, es una locura” en una cadencia ininterrumpida de nervios arrasando a borbotones a un pobre hombre. Ni siquiera había podido reunir el valor para ir a cerrar la puerta de fuera.

Volvió a la mesa y se derrumbó en la silla.

Andrea le miraba con ojos llorosos desde el otro lado, dando pequeños y constantes sorbos a la botella.

—Esto... —repitió— es una locura.
—Claro. No podía ser otra cosa. No se puede decir que sea algo no esperado.

Y en ese momento Susana salió de la exposición, con un ojo hinchado y la camiseta desgarrada, y les vio en el bar.

Sonrió. Levantó la mano para saludarles. Y fue hacia una periodista que la llamaba desde la esquina. Pletórica.

EPÍLOGO

1.

Hace sol.

Hace un sol estupendo, de hecho.

La luz juguetea con las cosas, arrancando reflejos de los vasos llenos de cerveza mientras el jamón suda en el plato.

La luz hace todo el tiempo cosas como esa, aunque no tengamos tiempo para darnos cuenta.

Manuel está sentado frente a mí, con la mirada perdida, vaciando su vaso. Su tripa es un arco que une sus tetas y sus piernas cuando se acerca a coger jamón. Está tranquilo de algún modo, más que ausente.

—Entonces... —le digo— ¿te echaron al final?
—Bueno, fue un poco más divertido.
—Cuenta.
—Al día siguiente de la exposición, el sábado, Andrea no hizo más que llorar todo el tiempo, supongo que a ella le servía de algo o que no podía evitarlo. La dejé en casa llorando mientras fui a comprar algo de comer y seguía llorando cuando volví. De algún modo la casa se combaba sobre ella para intentar tranquilizarla, o eso me pareció.
—Tuvo que ser bastante fuerte estar tan cerca de tanta violencia.
—Oh, realmente no fue tanta. Un par de cabezas abiertas, algunos brazos rotos, un montón de tobillos dislocados y moretones para todo el mundo, nada serio. No creo que fuera por la violencia por lo que lloraba.
—¿Cómo es que no ha venido?
—Necesitaba quedarse en casa de sus padres tranquila, al menos eso me dijo.
—¿Algún problema?
—¿Entre nosotros? No. No lo creo. Creo que más bien tiene que ver con que se ha dado un baño de realidad en sus propias creencias, que suelen ser un poco menos limpias cuando las ves funcionar en primer plano. Y eso no le ha gustado, la ha desdibujado un poquito. Mientras comimos tampoco dejó de llorar, y eso que le hice una de mis tortillas rellenas.

Hace sol.

Un sol verdaderamente estupendo mientras lleno los vasos de nuevo y el mediodía pica satisfactoriamente en la piel.

—Y siguió llorando por la tarde, acurrucada en mi regazo mientras ambos hacíamos que veíamos una película. Y en todo ese tiempo yo me estaba barruntando que realmente no quería volver al trabajo, que no quería formar parte de eso.
—Pero no es nuevo.
—No. No lo es. Pero en ese momento lo empecé a tener completamente claro. Pasó la noche en mi casa y el domingo por la mañana me dijo que se iba. Le comenté que tenía la intención de venir por aquí la semana siguiente y entonces fue cuando me dijo que necesitaba estar tranquila en su cuarto unos días, en el cuarto en el que creció. Una de las cosas que me hizo tener claro que yo no quería estar más en ese trabajo fue exactamente eso.
—¿El qué?
—No sé. Ella llorando. Ese tipo de cosas. Volver a una situación cómoda y tranquila aunque ya... nada. No sé si me explico.
—Creo que perfectamente.
—Pero no por ella, o porque podría llorar por ello, sino porque yo no quiero pertenecer a ese tipo de cosas. Así que pasé el domingo intentando localizar a Susana y dándole vueltas a todo esto, de tal modo que el lunes me planté en recursos humanos con mi baja voluntaria. Me levanté, me duché, cogí el coche y te aseguro que me sentía contento, muy contento de hacer lo que estaba haciendo. Me estaba gustando a mí mismo. Me costó aparcar, como siempre, pero me gustó mucho pensar que no tendría que hacerlo nunca más, y entré en la empresa.
—Mmm, supongo que les darías una alegría tremenda, un problema menos.
—No te creas, cuando conseguí entrar en el despacho de Marta, que no fue fácil, me recibió a la defensiva. Me dijo que habían hecho lo que habían tenido que hacer, y que yo podría protestar todo lo que quisiera pero que lo habían considerado un despido improcedente, así que no tenía nada que ganar si reclamaba, ni siquiera judicialmente.
—¿Qué?
—Pues resulta que el jueves parece ser que las dos partes habían llegado a un acuerdo y me habían mandado un burofax comunicándome el despido, es probable que el cartero hubiera pasado a entregármelo el viernes, pero yo no estaba allí para recibirlo.
—¿Quieres decir que tú fuiste a presentar tu baja voluntaria y te encontraste con que te habían despedido?
—Exactamente. Así que de no tener nada pasé a tener la indemnización de los últimos ocho años, y veinticuatro meses completos de paro. Soy un hombre rico, tío.
—Jajaja, ¡exagerado!
—Con lo que planteo gastarme al mes te aseguro que tengo para mucho tiempo.
—Me alegro.
—Yo también. No sabes cuánto. Cuando comprendí de qué iba el asunto me acerqué a Marta, que debió pensar que quería agredirla o algo, y le tiré un abrazo. No me quedó muy bonito porque ella no entendía de que iba el asunto, ya te digo, así que quedó algo torpe. Se tranquilizó mucho cuando le di las gracias efusivamente y salí por la puerta.
—Se debió quedar a cuadros. Debió pensar que habías recibido el burofax y que ibas allí a montarla gorda.
—Sin duda.
—¿Y Susana?
—Pues a Susana la estaba viendo por todas partes, ya sabes que la exposición y la pelea tuvieron una repercusión tremenda, pero el caso es que no conseguía hablar con ella de ningún modo. La llamé, le mandé un par de mensajes, correos... No fue posible. Aún no lo he conseguido.

El sol empezaba a flojear. No algo exagerado, quizá algo comparable a cuando el hielo pasa de, pongamos, -8 grados centígrados a -7.5, pero flojeó lo suficiente para que me diera cuenta de que tendríamos que volver a la huerta pronto. Pero creí que ese día nos podíamos dar un poco de respiro, así que entré en la cocina a por un litro de cerveza y volví fuera.

La luz juega con las cosas, que parecen nuevas.

2.

Y claro, si tomas aceleración suficiente el problema con el que te tienes que enfrentar es con la inercia, y después de dos o tres litros la inercia es inmensa. No nos quedó más remedio que cambiar de escenario, bajar al bar, donde supusimos que tendrían una mejor provisión de cervezas.

—El caso de Susana es raro. Con esto de que saliera en todos los medios de comunicación empecé a tener mucha más información de ella. El tema no es que su familia tuviera dinero, es que tiene muchísimo dinero. Y supongo que cuando no te falta empiezas a apreciar otras cosas. La fama, por ejemplo. Y como yo no aparecía en ningún folleto como fotógrafo supongo que prefirió quedarse esa parte también para ella.
—No le pega.
—No es necesario. Ya sabes. Una cosa es lo que la gente dice de sí misma y otra cosa muy diferente es lo que la gente hace. Además mi trabajo con las fotos tampoco fue excesivamente espectacular, no tengo ni idea y voy a ojo, supongo que para la próxima exposición se buscará a otro con mejor curriculum y arreglado. Cuanto más caché tiene el fotógrafo más tiene la exposición. Así son las cosas.
—Pero... ¿no estás cabreado?
—No mucho, la verdad. Tengo otras cosas en qué pensar.
—Pero tendrás correos hablando de vuestra colaboración.
—Por supuesto. Y las fotos en raw. Ella no.
—¿Entonces?
—Ah, no me interesa. Tienes que tener mucho cuidado a la hora de seleccionar tus batallas, porque a lo mejor las ganas pero por el camino te has llenado tanto de rabia que todo cambia. No es un sitio en el que quiera entrar. No es una compañía que quiera frecuentar, y mucho menos para pelear.
—No sé yo si estoy de acuerdo ahí contigo. Si la cosa va bien se va a llevar mucho dinero en derechos.
—Si va bien. Yo lo único que sé es que es una tipa que se hace fotos en pelotas y que se lió parda en su primera exposición debido a un malentendido. Eso puede funcionar... o no hacerlo en absoluto. Si lo hace a su modo se lo habrá ganado, y si no lo hace no he perdido nada. Me gustó hacerlo, las cosas salieron bien por otro lado, es suficiente.
—¿Y qué pasó al final con las secciones enfrentadas de tu empresa?
—No quise informarme mucho, la verdad. Después de salir del despacho de Marta me acerqué a la sala de CCOO a ver a Ricardo. Le comenté lo del burofax y que estaba despedido, e intentó convencerme de que denunciara, pero yo le dije que ya tenía lo que necesitaba y que le dejaba esa tarea a otros, y antes de que me llamara cobarde o insolidario o algo de su estilo le di el pendrive.
—¿El pendrive?
—Bueno, digamos que esos datos que yo me guardaba no eran gran cosa, pero quizá suficiente para alguien que tuviera ganas de buscar y prefiriera no perder mucho tiempo encontrando dónde en la maraña de seguridad para confundir curiosos. Durante todo el tiempo que estuve cuadrando operaciones anoté los números de las operaciones que arreglaba, y lo que le pasé fue un listado de esos números. Desde ahí seguir el rastro hasta las tasaciones correspondientes y las comisiones de los comerciales es más que sencillo.
—Jajaja, ¡se lo has puesto en bandeja! ¡Supongo que el tipo estaría alucinado!
—Me dio las gracias y me sacó fuera a tomar unas cervezas, nos reímos un rato y después me fui. Dormí como un lirón. El martes arreglé el paro y me vine para acá. Y el resto pues... pues ya sabes.
—Madre mía, ¡en dos días el escándalo en los periódicos!
—Ah, no. No creo. Dudo mucho que denuncie nadie.
—¿Qué?
—Yo creo que Ricardo es del tipo más bien realista, y sabe que caerían muy pocos con ello, y seguramente los que cayeran lo harían hacia arriba. Si hace lo que espero creo que guardará los datos y los utilizará convenientemente durante un tiempo. Ya sabes, enseña la patita, amenaza un poco y consigue algo bajo cuerda.
—¡Pero entonces no pagará nadie!
—¡Al contrario! De ese modo pagarán todos un poquito. Y los que no están acostumbrados a ganar nunca a lo mejor empiezan a hacerlo de vez en cuando. No es una gran victoria, pero es la que está más a mano. Del mismo modo que Jaime y Jesús se arreglaron entre ellos para seguir ordeñando la vaca, supongo que Ricardo sabrá ver que le es más productiva la amenaza de revelar los datos que el hecho mismo de hacerlo. No es sano, pero allí nada lo es.
—Yo creo que a él le has puesto en bandeja un sitio en la empresa de por vida.
—Por supuesto, por supuesto. No dudo que utilizará esa información también para sus propios fines mientras ésta tenga algo de valor. Pero también le abrirá puertas a otros trasuntos igual de apestosos, por eso prefiero que sea él quien la tenga. A su modo, es un hombre honesto.
—Confías demasiado en la gente.
—No, no confío en absoluto. En lo único que confío es en su egoísmo, como siempre.

3.

Y claro, al volver a casa estábamos algo mareados, él por el jet lag de coche y yo por la compañía.

—Métete en la cama pronto, mañana te voy a pegar una paliza en el huerto.
—Hoy no es noche para irse a la cama, amigo. Me voy a quedar aquí fuera un rato mirando las estrellas.
—Una última cosa.
—Dime.
—Andrea... ¿vendrá?
—No lo sé. Ella está en sus propias cosas ahora, y yo en las mías. Habrá que esperar a ver si terminan coincidiendo. Pero tengo esperanza. Le enviaré un mail de cuando en cuando con lo que vayamos haciendo. Y con lo que se me ocurra. Y me comentó que vendría algún fin de semana. Tengo esperanza.
—Y yo quiero tenerla, amigo. Pero al fin y al cabo, cada uno elige su propio camino y contra eso no es conveniente hacer nada. No sale nunca bien.
—Tengo que brindar por eso.

Y lo hizo.

Ahí se quedó esa noche, sentado en la tumbona mirando el cielo, liándose un cigarro, encendiéndolo y fumándolo despacio. En el momento el el que le dejé para irme a la cama le vi mover el brazo hacia arriba.

Saludando supongo a un tipo granulento inventado, aunque no por eso menos real que el resto de las cosas que estamos viendo.

SUDO POWEROFF