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Veinte trucos para mantener tus uñas limpias en una matanza.

PRÓLOGO. El reverso de la luz para comandantes.

Entrada del foro.

¡Bienvenido, Comandante de Baruch! En las siguientes líneas vamos a darte unas indicaciones sobre cómo usar a tus sombras de acuerdo a tus fines, ¡sean estos sucios o cristalinos, eso lo decides tú! Los sombras se pondrán a tu servicio para hacer de tu gran tarea de aplastar mugrientos enemigos algo más fácil.

Y esto es sólo el principio, amigo comandante, innova para utilizar a tus sombras del modo que se te ocurra, sin importar si es una muerte segura, ¡a los sombras sólo nos preocupa el valor de nuestras acciones para el servidor y vivir y morir del modo más valioso posible!

¡Nos vemos en las fronteras!


PARTE I. Entre los sombras.

1. Un campamento.

Moscas y mierda de dolyak.

Eso es todo lo que puedes encontrar. La verdad es que no hay mucha variedad, pero sí toda la cantidad que puedas soportar. Y después todavía mucha más. Y aun así, después, aún más.

Si lo piensas puedes volverte loco.

El agua me hace cosquillas en la nariz. Estamos sumergidos hasta los ojos en el lago, bajo las cabañas de madera, observando. La reserva de suministros pasa de mano en mano en estos días, porque hay varios proyectos de mejora alrededor. Nosotros intentamos construir algún asedio en la fortaleza de Colinas, ellos están intentando reforzar los muros de la Torre. En medio, como el Santo Grial tomando forma cutre, esto. Siempre es buena señal.

Buena señal de sangre.

Recuerdo a Tikiitaka, el Maestro de Armas, prevenirnos a todos en la sala de entrenamiento de la orden. «Señoritas, en este trabajo van a disfrutar de toda la mierda y las moscas que puedan desear, pero olvídense de cualquier otra cosa, porque no la habrá. Los Sombras estamos al servicio de Baruch, ¡y eso significa que no van a ver más oro que el de sus dientes cuando se los arranquen a golpes o cuando se les pudran, si son afortunados, y eso sólo si la orden puede pagárselos!» Mientras hablaba nos sacudía con un palo en la cabeza desesperándose cuando no conseguíamos esquivarle.

Un pez me está mordisqueando las pelotas. Puedo notar sus bocaditos en el cuero del pantalón. No me atrevo a moverme lo más mínimo, se ve aún bastante gente en el campamento. Un Sombra es eso, una sombra, y no puedo descubrir a mi compañero sólo por tener cosquillas. La vida es así de tonta. Si me río nos descubren y nos matan. Por un pez y unos huevos. Mis huevos.

Estúpido.

Un hipnotizador no deja de hacer una y otra vez el mismo recorrido: echa un vistazo a los suministros en el almacén, sube por el camino hasta el portón de piedra y paja, vuelve a bajar y otra vez a empezar. No parece cansarse en absoluto. Aún nos superan demasiado en número, no actuaremos hasta que ellos no sean más que tres contra cada uno de nosotros. Se irán yendo según vayan pensando que el campamento es seguro. Ellos también pueden acercar suministros a la torre, y los dolyak son insufriblemente lentos, tanto que a veces pienso que seria más rápido si no hiciéramos nada en absoluto y consiguiendo que los suministros se aburrieran y decidieran irse por sus propios medios.

Y nos ahorraríamos las mierdas, por supuesto. No se si habéis pisado alguna vez una, pero más que pisarla te entierra. Kilos de pasta maloliente y fangosa rodeando tu pie y fijándote al suelo con algún tipo de vacío. Las mierdas normales resbalan. Estas te atrapan. Los dolyak comen hierba, pero en el estómago deben producir naturalmente cemento.

Jarlax a mi derecha me interroga sin hablar, pasamos tantas horas esperando que a veces pienso que hemos desarrollado algún tipo de prototelepatía. «¿Estás bien?», «Estoy bien, luego te cuento». Aún no sé cómo decir “pez” ni “pelotas” en lenguaje no verbal bajo el agua.

En la ceremonia de iniciación a discípulo sombra el lider Haltair fue parco en palabras, y al menos tan optimista como el Maestro de Armas. «Señores, la Orden de Sombras es un concepto. Sobre todo un concepto. Manténganse dentro del concepto y serán un Sombra, olvídenlo y serán cualquier otra cosa. El concepto es simple. Un Sombra está siempre al servicio de Baruch. Un Sombra vive en sigilo hasta el punto de convertirse en sigilo. Un Sombra no posee nada porque no quiere que lo que tiene le posea a él. Un Sombra vive por él y sus Sombras. Un Sombra asesina pero no disfruta con el dolor. El dolor es el producto de un trabajo mal hecho». Se paró un rato, mirándonos a todos hasta que bajamos los ojos hacia el suelo. «Vivimos tiempos bestiales, pero nosotros no somos bestias. Hacemos lo que hacemos porque es lo que nuestra facción necesita, no porque lo disfrutemos. Simplemente hemos aprendido a vivir con ello. Nunca, y digo nunca, ¡nunca permitan que la guerra conquiste su propia cabeza! Son Sombras, ¡haganlo tan suyo que no puedan evitar serlo!»

Ya son tres o cuatro peces en mis pelotas. Lo de las cosquillas está empezando a pasar a algo más que molesto. El hipnotizador sigue su ruta, invariable. Tres enemigos abandonan el campamento, deben quedar unos doce. Demasiados.

Noto un olor extraño en el aire. El olor de cuando algo está ya sucediendo. Todo se precipita, siento ese hormigueo en la punta de los dedos que busca la daga. Va a empezar algo, y va a hacerlo ya. ¿Por qué?, ¿qué está pasando? Miro a todas partes, intentando encontrar lo que alguna parte de mi inconsciente ha visto mucho antes que yo.

Gemidos.

Débiles. Puedo escuchar débiles gemidos desde una de las tiendas mientras salen de ella dos telas enemigos (¿un nigromante, un elementalista?) llevando a una humana a rastras de los brazos. La cabeza apunta al suelo, el pelo húmedo cae en mechones pegajosos.

La llevan al lado de la hoguera encendida y la ponen de pie. Puedo ver que tiene el lado derecho del pecho completamente ensangrentado. Alguien ha estado pasándoselo bien ahí dentro y alguien terriblemente mal, a juzgar por las heridas y el estado de la ropa. Lo malo de la guerra es que cuando le pides a alguien que en determinadas ocasiones se comporte como un animal es difícil conseguir que no termine haciéndolo siempre.

El elementalista la sujeta mientras el nigromante empieza a lanzar algún tipo de hechizo menor. Noto los ojos de Jarlax clavándose insistentemente en mi sien.

No hace falta mirarle para saber qué está pensando. Tampoco la telepatía. Sus pensamientos están gritando.

Tiro un refugio, salimos del agua y nos metemos dentro, me indica que va a coger a los de la derecha. Asiento.

Mierdas y moscas. Por todas partes. Dos contra doce.

Hay cosas peores.

2. Un encargo.

1.

Es una mañana infernal, con un sol que escuece en lo alto y al que parece darle igual. El camino es una colección de polvo en suspensión que supongo que alguna vez estuvo posado en el suelo. Desde luego ahora no, porque no hace mucho que pasó por aquí una zerg. Se puede ver en las chinches, las pulgas y las garrapatas que se han apeado involuntariamente a medio camino por un rascado imprevisto y andan buscando otro huesped, y rápido.

Desengancho una vejiga de cabra del cinto y le quito el corcho, el olor me golpea en la nariz de plano, fuerte en la pituitaria. Puede parecer que guardar tu propia orina es un comportamiento psicótico, pero yo sólo veo el amoníaco que mantendrá a todos estos parásitos lejos de mí hasta llegar a mi destino. Cualquier mínima gota de sangre puede ser decisiva en un momento dado, y quiero toda la mía para mí mientras sea posible, cueste lo que cueste.

Odio las zerg. Odio que la gente se agrupe para pelear hasta el punto que es imposible mirar quién te está golpeando o a quién le estás metiendo la espada por el culo dejando allí un bonito y duradero recuerdo. Cierto tipo de gente necesita las zergs para moverse por las fronteras, porque nunca está de más confiar en la sanación de un compañero a tiempo y porque si te encuentras con un grupo de exploradores no van a atreverse contra tantos. También tiene sus contras, las garrapatas, las chinches y las pulgas no lo son todo, de regalo puedes disfrutar de las oleadas de sudor y peste colectiva, las riñas estúpidas por cualquier motivo que a menudo terminan en muerte aún más estúpida, la ausencia de suministros y, por supuesto, por la noche los pedos, ronquidos, insomnios y sonambulismos en grupo.

Un orfeón de experiencias organolépticas a disposición del ciudadano.

Recojo unos limones que encuentro junto al camino, en función de cómo sea el agua que me encuentre en mi destino podrán servirme para al menos enmascarar el olor fecal a estancado. En las fronteras se hace lo que se puede y se tiene lo que se tiene, y es así porque casi todo el tiempo te encontrarás en estado de excepción, asediando algo o siendo asediado por alguien, emboscado en un recodo del camino o planeando una emboscada. Hemos conseguido ser una civilización maravillosamente pacífica en territorio y absolutamente demoniaca en las fronteras. Partiendo solamente de nuestro propio valor y esfuerzo hemos conseguido alcanzar las más altas cotas de miseria, dijo alguien.

A ver si le encuentro algún día, para felicitarle personalmente.

La torre de Lago aparece delante de mí, un dolyak está llegando con suministros. Enseño mi insignia de Sombra en la puerta y me dejan paso franco de inmediato, con un respeto acobardado, algo reverencial. Está bien mantener las distancias, así que saludo ligeramente con la cabeza y atravieso el portón.

Y, nada más entrar, un asura, vestido como si fuera a parir pollitos en cualquier momento, se acerca hacia mí dando saltos y haciendo gorgoritos, le sigue una mujer. Al segundo vistazo me doy cuenta de lo que sucede y no salgo de mi asombro.

El muy gilipollas ha traído una puta a una torre en la frontera.

2.

Las Sombras tienen sus modos de actuación, y ninguno de ellos es torcido. Puedo mantener esto ante quien me pregunte sin ningún asomo de faltar a la verdad. Lo que sucede, demasiadas veces, es que no siempre el resto del mundo se mueve por los mismos motivos. El primer motor de la orden es buscar siempre el bien para Baruch, y eso a veces implica transitar caminos... ligeramente embarrados.

Cuando me despierto mi celda está gélida, como casi cada mañana. Los gruesos muros del sitio de la orden retienen el frío de la noche hasta casi el calor directo del mediodía. Pese a la hora ya han dejado mis ropas sobre la silla, y me visto rápidamente intentando calentarme con movimientos bruscos. En el comedor común mis hermanos empiezan con el desayuno, y les acompaño. Nuestras conversaciones a esta hora no tienen nada que ver con lo que serán cuando empiece el entrenamiento, y ya no se volverá a hablar de música, arte o aficiones personales hasta el final del día, delante de la hoguera. El resto del tiempo irá dedicado íntegramente a aprender a matar mejor y más rápido. Sin distracciones.

Un hermano se me acerca, con las manos entrelazadas bajo las mangas y el capuchón cubriendo casi completamente su cara, y me dice que estoy exento de mis actividades diarias porque tengo un encargo. La orden gestiona sus acciones con los comandantes y los clanes, pero de vez en cuando aparece algo más... excepcional. La regla es no hacer demasiadas preguntas, si el hermano quiere dar explicaciones serán bienvenidas y si no quiere... quizá es porque no puede. O porque no debe.

O ambas.

3.

Arco de Leon es un sitio de devastadora humanidad. Lo comparten por igual asuras, charr, norm y humanos, pero todos se impregnan de la esencia humana hasta casi desdibujarse por completo. En cuanto a lo demás... Arco de Leon es el ejemplo de lo que sucede cuando mucha gente se junta. Imagina la injusticia que quieras, está. No falta ninguna. Todas y cada una tienen su sitio aquí.

El Pato Lechoso es una taberna que está a medio camino entre el desastre más absoluto y la ruina más tremenda, pero mantiene un cierto halo de dignidad. Las jarras son de cobre y no de madera, los bancos son de madera y no de piedra, las camareras son de piedra y no del todo de miseria. Es posible que entre sus muros se hayan cerrado los acuerdos más deleznables de toda Tyria, pero al menos se está calentito y no aguan demasiado la cerveza. Al final las oportunidades la han ido convirtiendo en algo casi turístico debido a la fama que ha ido acumulando con los años, y hoy por hoy todo el mundo sabe que puedes pasar allí una tarde más o menos tranquila sólo con un par de guardaespaldas. Eso estimula el negocio.

Mi asura está al fondo, embozado en una capa negra como la noche, y me hace gestos con la mano para que me acerque. Creo que piensa que está siendo discreto, parece ser incapaz de darse cuenta de las decenas de ojos que miran esos gestos localizando un pardillo a tiro. Tendré que emplearme a fondo esta noche.

4.

Una vez sentado miro discretamente alrededor para ver cuántos ánimos se han calmado. La insignia de la orden que llevo en el pecho y en la espalda tienen la virtud de hacer que muchos retomen inmediatamente la senda del bien, al menos momentáneamente, arrepintiéndose de todos sus pecados de cara a la galería, que suele ser el mismo tipo que lleva la insignia.

—Buenas, amigo.
—Buenas Sombra. ¿Lo he dicho bien? No quiero ser descortés, ¿debería ser Maese Sombra, o Maestro Sombra, o cualquier otra cosa?
—Con Sombra está bien.
—Me alegra entrar en contacto directamente con un miembro de vuestra orden. Se hablan maravillas de vosotros en las fronteras.
—Hacemos lo que debemos.
—Y lo hacéis excepcionalemente bien, por lo que me cuentan mis hombres. Este es tiempo de valientes, para todos.
—Lo es. No queda más remedio.
—Bien, Sombra, supongo que te habrán informado de lo que necesito, soy un asura con una intensa actividad en combate, por eso no tienes que preocuparte, y me gustaría pasar un par de días en una torre de la frontera. Quiero entrar en contacto. Mis obligaciones con el clan no me permiten arriesgarme demasiado, por lo que no me suele estar permitido acercarme a territorio enemigo, pero conseguí que me aprobaran una visita con la condición de ir debidamente acompañado.
—Una zerg sería mucho más eficaz, junto con un par de ladrones como guardaespaldas que pudieran sacarte de cualquier cuello de botella en sigilo.
—Lo sé, pero de ese modo el viaje sería completamente inútil. El tema es que me gustaría algo... de protección, mi experiencia es más bien limitada, limitada al territorio, nunca he estado en el calor, pero tampoco quiero tanta protección que ir a la zona de combate sea como mirar un escaparate.
—No hay ningún problema. ¿Cuándo quieres ir?
—Mmm... la orden a la que pertenezco, de la cual soy el tesorero, tiene organizada una zerg para mañana, ellos me llevarán desde nuestro portal asura a la torre más cercana a media tarde, pero por diversos compromisos no pueden quedarse allí más que un par de horas, así que a partir de ahí estaré por mis propios medios. Por supuesto tu actividad quedará correctamente reembolsada mediante una aportación a los principales clanes de Baruch, como concreté con los tuyos.
—No es necesario darme más detalles, te lo aseguro. Por mí es un asunto cerrado. Otros ya tomaron la decisión, yo haré el trabajo.
—Nos reuniremos allí, entonces. ¿Quieres... tomar algo?
—No, gracias, prefiero no hacerlo de momento. No es seguro.
—Muy profesional, me gusta. Quería quedarme a dormir aquí, pero mis oficiales me lo han desaconsejado. Si no necesitas nada más me iré ahora mismo hacia la casa de Horna, donde me hospedaré esta noche. Tengo que estar muy descansado para mañana. Te agradezco tu compañía en esto, sinceramente.
—Perfecto. Te veo mañana en Lago.

El asura abandona la taberna, y registro meticulosamente cuántos se marchan detrás de él. Después salgo y me hago a la idea de que voy a tener que hacer algunas horas extra para que mi cliente llegue a su cama con todos sus agujeros, miembros y dinero intactos. No pienso cobrarlo, va por cuenta de la casa y en reemplazo del entrenamiento al que no he asistido hoy.

3. Un vigía.

1.

Hemos llegado temprano, justo después del desayuno y los rezos de cada uno. La orden no tiene ninguna creencia oficial, aunque se permite libremente que cada uno tenga las suyas. Tampoco es que se haga nada por favorecerlas, no se destina dinero ni recursos a templos o estatuas de dioses, no hay días en los que se honre a nadie más que a las buenas acciones en combate. Gracias a eso hemos evitado ser devastados por los conflictos internos con los que sí tienen que lidiar otras órdenes de fronteras.

Allí donde es muy fácil morir es igual de fácil creer en algo. Allí donde es muy fácil morir es igual de fácil encontrar motivos para matar por algo, incluso a tus propios hermanos. La única creencia que absolutamente todos compartimos es la devoción por la Sombra y el Sigilo, pero es que ambas nos mantienen a salvo. La sombra nos oculta y el sigilo nos disfraza del mundo que nos rodea.

Kazzwarg es una charr imponente, lo que ya es decir. Sus colmillos retorcidos cosen su boca de pequeñas muertes afiladas, sus brazos fuerzan la tela de las mangas de la camisa de un modo elástico y nervioso. Siempre que la veo tengo la sensación de estar delante de un enorme muelle en tensión que puede dispararse en el justo momento en el que haga falta. Y más de una vez he comprobado que es una definición absolutamente precisa.

—Señores, estamos aquí para apoyar en lo posible al comandante. Esa es nuestra única misión hoy. No sé de qué clan es y no me importa una mierda, ni siquiera tengo idea de si es bueno o no en lo que hace o de cuáles son sus planes para el fin de semana, pero dado que su nombre no me suena un carajo supongo que será un completo imbécil. Eso no debe desconcentrarnos, seguramente hará cosas estúpidas y llevará a un montón de desgraciados a la muerte, pero esa, señores, no es nuestra guerra. Tenemos un objetivo, y es hacer que lleguen vacas a Colinas. No somos más que seis, así que os dividiré en dos grupos y uno irá al campamento sur y otro al norte. No pienso admitir un fallo en esta misión, y tampoco pienso admitir ninguna muerte entre los nuestros. Si alguien está pensando en morir hoy será mejor que se lo replantee o juro que en este mundo o en el otro tendrá que enfrentarse a mi mala ostia. ¿Comprendido?

No hay mucho más que decir, así que asentimos, hacemos los grupos y partimos.

2.

Corremos los tres, Helbran va atajando con el arco corto y Jarlax y yo con la daga. El aire está aún frío por lo que aún queda de mañana, y viene bien entrar en calor con el movimiento. Estamos pasando por la parte más baja del desfiladero que atraviesa las montañas sobre las que está construido Colinas, intentando no despertar a las sierpes y que los bichos no nos frenen para llegar cuanto antes al campamento. Este podría ser un paisaje muy agradable si no fuera porque siempre existe la posibilidad de que te estén esperando con la tumba ya cavada en cualquier recodo, listos para zurrarte, meterte dentro y cubrirte de tierra para los restos. Amabilidad de frontera. Nunca se agradece lo suficiente.

Jar se para a recoger unas fresas, vendrán bien a media mañana. Nos metemos en la pequeña cuesta que da paso al campamento y vemos que aún es nuestro. Eso nos deja algunos minutos de relax. Helbran habla con la supervisora de la guardia y le entrega el dinero suficiente para que contrate algunos guardias más y para aumentar la capacidad del depósito. Nos vendrá bien toda la ayuda extra que se pueda obtener. Mientras preparan los arneses de la vaca y cargan las alforjas de suministros nos sentamos en círculo en el suelo.

—Hacía tiempo que no te veía, Helbran.
—Sí... lo sé... ya sabes... hay tanto ahí abajo, en los sótanos de la orden... tanto conocimiento... A veces me meto para leer un rato y terminó quedándome días y días, saltando de un libro a otro... ¿Sabíais que los centauros de ahí arriba, yendo hacia el campamento norte, fueron puestos ahí como defensa por nosotros? Sí, entonces talábamos la madera ahí, y nos los trajimos para que nos echaran una mano... pero se nos olvidó... y a los centauros también se les olvidó... después agotamos la madera y trasladamos la serrería aquí abajo... llevan tanto tiempo peleando ahí que ya no saben ni por qué lo hacen, pero siguen haciéndolo sin descanso... es tan curioso... ahora defienden el territorio de cualquiera que entre, sin ningún objetivo... me pareció leer que han creado una especie de leyenda por la cual están en el territorio de sus ancestros y deben mantenerlo a cualquier precio, pero sus ancestros no están ahí... al menos por lo que yo sé... esta guerra...
—La guerra no hace que la historia sea fácil, Helbran —dice Jarlax—, nadie tiene el tiempo ni las ganas como para echar un vistazo atrás, teniendo tanto punzante delante.
—Sí... la guerra es mala por muchos motivos. Nuestros asedios son tan viejos... no, no me refiero a los asedios en sí... sino a su concepto, ¿sabéis que hace cientos de años usaban exactamente los mismos? No sé cómo es posible que en medio de una guerra constante nadie haya podido mejorarlos... inventar algo nuevo... Un cañón más potente, por ejemplo, tenemos más pólvora de la que podemos usar... sería factible hacer un par de cambios si mejoramos la estructura del cañón... tendría que hablar con un herrero fundidor, alguien que pudiera mejorar la aleación... pero me falta el tiempo...
—Hel —le digo—, si sigues ahí abajo vas a terminar volviéndote loco.
—Y quién te dice que no lo estoy ya. Y quién, sobre todo, no te dice que no lo estemos todos.

Miro a mi derecha y veo que han terminado con la vaca y que está dispuesta para salir. Decidimos que Jarlax acompañará a la siguiente y Helbran apoyará la defensa del campamento. Antes de ponerse en marcha la vaca suelta una gran mierda que cae al suelo con un sonoro plof. Es cuestión de segundos que aparezcan las moscas.

3.

Acompañar a una vaca de suministros en la frontera es como ir con la versión resumida de una zerg, por los parásitos, el olor y el sinsentido. Las vacas no son demasiado listas, y supongo que hay que agradecerlo porque si lo fueran no estarían de aquí para allá llevándonos los suministros de una a otra torre con la posibilidad constante de que las destripen en medio del camino.

—¿Verdad que eres tonta, amiga, verdad que lo eres?

No me responde.

Me adelanto un poco a su paso para ver si hay algún indicio de enemigos delante, y después me retraso por lo mismo. Por lo que va de recorrido parece que será una misión tranquila. No veo polvo en los caminos ni humo en las torres cercanas, así que parece que por lo menos no hay batallas o zergs cerca.

Pero siempre quedan los grupos de exploradores.

En las fronteras no hay gente suficiente para hacer todo lo que hay que hacer todo el tiempo, así que un pequeño grupo de gente bien preparada puede hacer mucho daño tomando campamentos y matando vacas para que no lleguen a su destino. La mayor parte de las veces es una misión suicida, porque sólo tienes que encontrarte con un grupo más grande para que todo termine de un modo poco agradable, pero mientras tanto puedes haber conseguido devastar una zona del mapa.

Los exploradores, los que deciden que eso es lo que quieren hacer en esta vida, se vuelven supersticiosos. Hablan de sus salidas y cuentan el número. Admiran a gente que sigue viva después de un número grande de expediciones, y cuentan en los círculos de hoguera: “este tipo lleva 40 salidas, ¡está en racha!”. Ese tipo folla más que nadie, bebe y come más que nadie, gasta todo lo que tiene según lo gana, porque sabe que está en un tiempo prestado. Sabe que en nada estará otra vez en el camino y que quizá no pueda regresar para gastar, beber, comer o follar lo que deje, así que exprime todo lo que puede cuando puede.

Algunos, pocos, llegan a viejos sólo para descubrir que no tienen cuerpo para seguir patrullando y que no han ahorrado nada para estos nuevos tiempos duros, y tienen en su memoria tantos compañeros muertos que no saben muy bien qué hacen todavía vivos teniendo tanto que echar de menos. Algunos preguntan por qué en la calle a gritos y piden unirse a un grupo sólo para dejarse morir de una vez, y otros alquilan sus conocimientos en las ciudades para nuevos exploradores, pero sus conocimientos están tan viciados por la superstición que hay que saber muy bien como separar la experiencia de la estupidez.

Y no es fácil, nunca lo ha sido.

Movimiento a la izquierda. La bandera del vigía no es nuestra. La vaca marcha delante, deteniéndose de cuando en cuando a mordisquear algo, deteniéndose después a rumiar algo, lenta como una piedra. El vigía está detrás del puente, me escondo tras el cimiento del arco. La experiencia me dice que no saldrá a por la vaca hasta que esta no esté ya en la misma bandera. Tengo un par de minutos preciosos, o más si la tonta se distrae con otra cosa.

Tiro a capa y espada para abrazar el sigilo mientras le robo, y una vez en él le doy una tremenda puñalada por la espalda. Se gira rápido y me lanza las boleadoras, clavándome en el suelo, pero me alejo con un paso sombrío y uso el sigilo que le he robado para acto seguido ejecutar el retorno del paso sombrío y buscar su espalda de nuevo estando oculto.

Y clavar. De nuevo. Está medio muerto. Un par de puñaladas y cae al suelo. Con el rabillo del ojo veo que la vaca sigue su camino como si no estuviera pasando nada. Supongo que para ella no está pasando nada en absoluto.

El vigía busca en su ropa, y empiezo a ejecutar el movimiento para rematarlo cuando levanta la mano y me pide que pare. Y, aunque no sé por qué, paro. Saca un retrato de su pecho y me lo tiende, rogando. Me lo da.

—Dí... díselo... a ella.

Muere. Deja de estar. Deja de ser. Miro el retrato ensangrentado en mi mano, por mi mano, en el que una preciosa charr, supongo, está sonriendo por algo. Es difícil saber cuando una charr es preciosa, o distinguir entre cuándo está sonriendo y cuándo amenazándote de muerte. Me lo guardo.

Miro el cadáver. Limpio en él mis dagas. No parece que fuera un mal tipo. No será un recuerdo especialmente doloroso, pero sí un recuerdo. De repente siento que me he olvidado de algo importante, miro a mi alrededor nervioso buscando.

La vaca está pastando a mi lado.

4. Una misión.

Mañana fría en los muros de la orden, como todas. Paseo sin rumbo fijo entre las galerías rodeadas de arcos en el lado que da al patio central, y no puedo dejar de fijarme en la piedra en el suelo desgastada por el paso de cientos de sombras antes de mí. Está lloviendo. Las gotas de agua repiquetean en la piedra y producen un sonido duro, afilado. Supongo que es el único modo en el que puede caer el agua en este sitio. Cientos de sombras antes de mí y otros cientos después, ley de vida. La orden permanecerá porque es más que la suma de las sombras que la componen, ya que como bien dijo Haltair la orden es un concepto. Mientras haya gente que lo abrace no morirá nunca. Y de algún modo siempre la habrá. Es un modo mejor que cualquier otro de darle sentido a todo lo que está sucediendo, de mantener las distancias con tanta brutalidad, tanta barbarie, tanta estupidez, sin huir lejos y morir aislado en cualquier parte sembrando patatas, dejando el conflicto de lado y con ello a todos tus compañeros.

Y hablando de Haltair... no deambulo sin rumbo fijo, sólo lo intento. Voy hacia sus aposentos, me han avisado durante el desayuno de que quería verme. Uno debería sentir el pecho hinchado cuando el líder de tu orden requiere tu presencia, pero no es tan fácil como parece. Haltair es de ese tipo de gente a la que no quieres decepcionar, aunque no parezca hacer nada especial para conseguirlo. Se limita a ser coherente. Y eso te hace preguntarte si tú tienes ese tipo de coherencia también. Y no es fácil responder, de hecho es tan difícil que la mayor parte de las veces prefieres ahorrarte la pregunta. No pensar en ella.

Levanto la aldaba con la inevitable forma de daga y la dejo caer un par de veces, antes de que una voz ligeramente aguda me invite a pasar. Dentro encuentro duros muros de piedra llenos de estanterías donde los libros y los legajos prácticamente no dejan ver nada de la madera con la que están hechas. Una mesa enorme con más y más papeles y justo tras ellos está Haltair, mirando hacia mí con una franca sonrisa y haciendo un ademán para que me siente.

—Buenos días, Reilly, llegas justo a tiempo.
—Buenos días, Haltair.

Entre los sombras no hay ningún tratamiento especial más que el nombre. No existe ningún título de respeto que debamos utilizar entre nosotros. Pese al cargo que ocupemos todos los sombras no somos más que sombras.

—Tenemos un prisionero, K.
—Algo he oído. Creo que es un norm.
—Así es, un enorme norm muy especial. Un enorme norm que ha estado jodiendo la zona norte del mapa los últimos meses, asesinando todo lo que ha podido mientras tanto.
—Mmm. ¿Qué hace vivo, cómo es que no ha caído en combate?
—Pidió clemencia.
—¿Qué?
—Me has oído bien, pidió clemencia.
—¿Un norm pidió clemencia?
—Entiendo tu incredulidad, pero es un norm especial. Su familia rige la orden a la que pertenecen desde hace generaciones. Le enviaron a fronteras con una hueste lo suficientemente grande como para que no tuviera que arriesgarse demasiado porque querían que se endureciese, como parte del entrenamiento para ser líder de la orden cuando llegue el momento. No contaban con toparse con nosotros, por supuesto. Él tampoco. Silver Clowd lo capturó en el campamento norte después de aniquilar a 25 o 30 de los suyos, con un grupo de diez sombras.
—¿Diez sombras juntas?
—Las matanzas me estaban cabreando. Mucho. No se limitaba a matar soldados, mataba a todo aquel que se pusiera delante. Una verdadera carnicería. Le estábamos buscando a él y a su grupo para restaurar el orden habitual de soldados tatuando sólo a otros soldados. Pero no fue una decisión sólo moral, K, no es sólo moral de lo que estamos hablando.
—¿No sólo?, ¿hace falta más?
—No, por supuesto que no, pero a veces es necesario hacer un cálculo. Podíamos haberle buscado un poco antes, o un poco más tarde, en función de lo conveniente. Es difícil mantener la vista en el plano general, pero yo tengo que hacerlo así, mi puesto lo exige. Los aldeanos, granjeros, agricultores, leñadores y los demás civiles en las fronteras nos mantienen a todos, extraen nuestros suministros, nos alimentan. Pese a la vida paupérrima que llevan lo siguen haciendo porque su existencia no suele estar en peligro, excepto en casos muy puntuales. Si empiezan a morir emigrarán a otra parte y ya no tendremos a nadie que nos sustente. Se acabó la mierda de comida, se acabaron los suministros, se acabó todo lo que no sea respirar aire.
—Y follar.
—Evidentemente. Si crees que ahora la guerra es loca imagínate lo que pasaría si las zerg no pudieran follar de tanto en tanto con algún civil. Evidentemente los efectivos son mixtos, pero entre compañeros jugar al romance suele tener consecuencias desagradables, incluso a corto plazo. Ofensas, celos, despechos... zancadillas, tropezones en combate, accidentes desafortunados para el que se propasó ayer mismo, un despiste como por casualidad... Al final todos se dedicarían a romper culos a los enemigos, pero no en el modo en el que solemos entender por romperlos actualmente. Sin civiles para satisfacerles... ¿qué puta vendría a fronteras, sin una mínima seguridad de mantenerse con vida para poder volver después a casa?
—No hace mucho que vi una puta de Arco en una torre.

Me mira un segundo, levantando la ceja, y continúa acto seguido como si yo no hubiera dicho nada.

—Las aldeanas y aldeanos son de las fronteras, y follan para recibir a cambio algo con lo que completar su dieta. No solemos darnos cuenta del tipo de vida que esta guerra constante les permite tener. La diferencia entre un estómago caliente y la muerte por inanición muchas veces es el pollo que consiguen a cambio de entrar en calor un momento, y eso si no son forzados a ello, lo que sucede mucho más de lo que debería. Y acerca de la puta de Arco... no quiero más detalles por ahora, pero... ¿el asunto está relacionado con la misión del tesorero?
—Así es. No terminó demasiado bien.
—El montón de papeles de la izquierda responde precisamente a eso, no fue algo muy eficiente por tu parte.
—No pude hacer otra cosa —afirmo con un nudo en el estómago.
—Ya me lo explicarás más adelante, de momento sigamos con el norm. Tienes que destruirle. Tienes que partirle en dos.
—No soy muy dado a la violencia contra gente desarmada, pero haré lo que esté en mi mano.
—No me malinterpretes, no puedes tocarle ni un pelo. Tiene que salir de aquí con mejor salud incluso que con la que entró. Sin cicatrices visibles.
—Pero... ¿entonces?
—No lo sé, está en tu mano. El montón de papeles de la derecha son peticiones de rescate por parte de su familia, por un lado, y amenazas de muerte y destrucción si no regresa, por el otro. No me importaría empezar una guerra abierta con ellos, incluso me lo pide el cuerpo después de haber leído sus amables misivas, pero no es lo que más nos conviene en este momento. Empezarla significaría concentrarnos absolutamente en ello y dedicar todos nuestros sombras y recursos sólo a eso, y tenemos otros frentes abiertos. No nos lo podemos permitir de momento.
—¿De cuánto tiempo dispongo?
—Del que necesites, pero tampoco te extiendas mucho. Bajo la amenaza de acabar con su vida podré retenerles algunas semanas, pero prefiero que no sean demasiadas y que no empiecen a pensar que está efectivamente muerto. La venganza por su parte no sería del todo eficaz contra nosotros, ya que su especialidad son el combate de grandes números, pero sí que habría muchas bajas colaterales y los clanes con los que nos hermanamos podrían empezar a su vez a exigirme su liberación, y en este caso no podría negarme a riesgo de perder todos nuestros aliados. Sin embargo, si puedo convencer a su clan de que aún está vivo y de que ciertas normativas de la orden me impiden liberarle en este momento es posible que consiga que su actividad en fronteras mengüe por un tiempo. Eso me interesa.
—Tengo una última pregunta.
—Hazla.
—Si el final de esta historia es devolverle sano y salvo... ¿qué esperas conseguir reteniéndole aquí?
—Fácil. Muy fácil. Quiero que voluntariamente ruegue entrar en la Orden de Sombras.
—¿Qué? ¿Y cómo se supone que voy a conseguir eso?
—No lo sé, K. Como te he dicho antes está en tu mano.

5. Una torre.

1.

Emperifollado como para un baile en la capital se acerca a mí dando saltitos, pletórico de alegría. Es deformación profesional mirar un momento a mi izquierda y mi derecha para ver las reacciones de los guardias de la torre, que se carcajean sin intentar esconderse lo más mínimo. Si la situación se tuerce en algún momento nadie va a dar un cobre por él, así que espero que al menos sea lo suficientemente listo para empezar a repartir oro por todas partes por si hace falta que los soldados piensen que él es alguien al que merece la pena salvar. Al mismo tiempo espero que sepa esconder lo suficientemente bien su bolsa para que no piensen que es alguien al que merece la pena ver morir justo antes de robársela. Ni siquiera harían falta enemigos para eso.

—¡Buenas tardes, sombra!, ¿qué tal el día?
—Habitual. ¿Cómo debo llamarte?
—Androw, amigo. ¿Cómo debo llamarte yo?
—K Reilly, escoge la letra o la palabra que más te guste.
—K de...
—De K.
—Está bien, jugando a los secretitos, jaja. De acuerdo, te llamaré K. He encargado una cena para esta noche que te hará morir de gusto, ¡en serio! Pienso estar delante para ver cómo te retuerces de placer, estimado K.
—No sé si eres consciente de...
—...de que estoy en una torre en la frontera. ¡Claro que lo soy!, ¡es maravilloso! Lo único que noto un poco raro es que el agua sabe... ligeramente mal, no sé si es lo habitual o si estáis habituados a este gusto... ¡pero no es muy agradable, aunque de todos modos no pienso probar mucha, hay alcohol de sobra!
—Pide agua del lago. La que normalmente usamos es de los aljibes que recogen la lluvia. Es especialmente útil en asedios tener una reserva a mano. No obstante un destacamento recoge agua del lago por las mañanas para el consumo diario, excepto si el enemigo está a la vista o si ha llovido tanto que los depósitos amenazan con desbordarse. Amigo, espero que no hayas invitado a esa cena tuya al destacamento de la torre.
—¡Por supuesto que lo he hecho!, ¡no quiero tenerles cabreados!
—Si algo va mal seguro que tampoco querrás tenerles borrachos. Te aseguro que es mucho mejor cabreados y sobrios.
—¿Harían eso?
—¿Acaso no caga el Lord de Central?
—Ehh, sí, pero...
—Pues eso.

La puta se ha posicionado justo detrás de él, sin querer entrar en la conversación sin invitación. Vuelvo a mirar a izquierda y derecha, con cuidado, y veo que muchas sierpes dormidas se han decantado por aceptar la profesión de cerrojo de penal en este momento. No es bueno. Nada de esto está siendo bueno en absoluto.

—Permíteme presentarte a Tyra, Tyra, este es K.
—Buenas tardes, Tyra. No has escogido un buen lugar para trabajar.
—Yo, como casi todos, no puedo elegir del todo mis trabajos.
—Eso es cierto.
—¿De qué estáis hablando?
—Creo que de ti, Androw. Parece ser que nuestro amigo el sombra no está del todo de acuerdo con el hecho de que yo esté aquí.
—Oh, estoy absolutamente de acuerdo, si es por mí y mis ojos. Si tengo alguna reserva es por vuestra salud.
—Bueno, amigo K, este humilde asura piensa que si tienes reservas sobre nosotros tienes reservas acerca de tu propia responsabilidad.
—Así es, amigo Androw. Nada de esto es correcto.
—Pero... —me mira animándome a proseguir, haciendo gestos con las manos.
—Pero... es mi trabajo. Correcto.
—¡Bien, amigo K!, ¡me alegra ver que nos vamos entendiendo! No sé por qué los sombras tienen esa fama de inflexibles, ¡si yo te encuentro perfectamente razonable!
—Quizá no soy del todo representativo de mi orden. ¿Dónde será la cena?
—Oh, el señor de la torre nos ha cedido amablemente sus aposentos, y a cambio de casi nada... cenaremos en su sala y dormiremos en su habitación. Lamento mucho decirte que no he conseguido habitaciones para ti... pero puedes dormir con nosotros.

Miro a Tyra y después a él. Y después a él y de nuevo a Tyra.

—No hace falta, estoy acostumbrado a dormir al raso. Además será más conveniente para vuestra vigilancia que lo haga así.
—Estoy completamente de acuerdo, leñoso silvary. Mi servicio está preparando la cena, pero antes quiero ver atardecer desde aquel baluarte de ahí. ¿Crees que habrá algún problema con eso?
—Espero que no, Androw, pero para estar más seguro creo que voy a echar un vistazo por los alrededores.
—Oh... ¿permites que te acompañe?
—No.
—Bueno, tengo muchas ganas de ver atarceder hoy. Pero mañana iré contigo. Y mañana no escucharé un no con tanta facilidad. ¿Comprendido?
—Mañana será mañana.
—De eso estoy seguro, amigo mío. Y mañana será lo que yo diga, de eso tienes que estar seguro tú.

2.

Se acaba la tarde, y las plantas empiezan a oler a humedad. El lago está cerca e impregna todo lo que le rodea, y la tierra y las flores apestan. Se supone que debería gustarme esto, pero no acaba de hacerlo del todo. Quizá me perdí algo en mi formación, quizá no consiguieron encapsularme del todo en el sueño para que pueda sentirme parte de la naturaleza como debería ser. No me importa demasiado, estoy a otras cosas. No encuentro rastros de tierra apelmazada, ni hierbas aplastadas. Eso es todo lo que me importa ahora mismo de ambas. Eso es todo lo que significa algo ahora mismo.

El sol se esconde en un cuadro para recordar que no recordaré y deja paso a la noche, y la luna llena alumbra el camino que tengo delante. Atravieso el túnel que socava la torre y me acerco al vigía, que permanece atento a la negrura lo suficiente como para verme de lejos.

—Será mejor que digas algo, ladrón, o acabaré con tu vida ahora mismo.
—Deberías mirarme al pecho, compañero.
—Eso he hecho, y gracias a ello no estás muerto ya.
—¿Y aún así me pides que me identifique?
—No es bueno perder las formas.
—Tienes razón, no lo es.

Me acerco a la bandera despacio, sin ningún movimiento brusco. Pese a haber reconocido mis insignias no es algo que no pueda ser falseado por el enemigo, así que entiendo que hasta que no esté a su lado no va a bajar la guardia de sus dos espadas. Yo haría lo mismo en su situación.

—Hola, vigía.
—Hola, sombra. ¿Tienes tabaco?
—Una faltriquera llena. No llevo armas de fuego, así que no puedo darle un mejor uso.
—En eso estoy de acuerdo. Incluso aunque llevaras armas de fuego.
—Te dejaré todo el tabaco antes de irme, estoy en la torre y seguro que allí hay más.
—Gracias.
—Pero ahora nos liaremos un par de cigarros tú y yo.
—Eso está hecho.

El olor a charr casi me tira de espaldas, pero no es un buen rasgo de etiqueta dejarlo caer en la conversación. Los vigías están solos, y aunque tienen la orden de salir corriendo y soltar las palomas al primer signo de amenaza son pocas las veces que consiguen esquivar la muerte. En realidad, no lo consiguen casi nunca. Su única opción es que el enemigo ataque el campamento antes que a ellos mismos para poder correr hasta la torre e informar directamente.

—Hace tiempo que no veo a ninguno de los tuyos.
—Hace tiempo que sólo nos internamos en territorio enemigo.
—Eso me han dicho. ¿Qué tal es?
—Peligroso.
—Debe serlo.
—Lo es. Estar aquí también lo es, sin embargo.
—Son tiempos complicados.
—Llevan siéndolo mucho tiempo.
—Así es, sombra.
—Disfrutemos el cigarro.

La luna entrevera sombras y reflejos por todas partes. Me pregunto cómo consigue mantenerse tranquilo en medio de tanta amenaza, estando tan a la vista.

—Me han dicho que tienen un asura de ciudad en la torre.
—Mi cliente.
—Oh, lo siento.
—Gracias. No hay por qué sentirlo tanto.
—Sí hay que hacerlo.
—Sí, es verdad. ¿Notas algo extraño?
—No. Todo tranquilo. No habrá incidentes esta noche.
—¿Por?
—Están atacando central, mira al norte y verás los fuegos. No van a conseguir nada de momento, pero están ocupados en eso.
—Espero que siga así.
—No cuentes con ello.
—Dime lo que sabes.
—Esta noche intentarán reventarlo, pero mañana se darán cuenta de que no pueden. Y entonces vendrán.
—¿Estás seguro?
—No tengo informes, si es por eso por lo que preguntas. Pero mis entrañas me dicen que mañana no será un buen día para estar por aquí. Y suelo fiarme bastante de mis entrañas.
—Oh, joder.
—Sí. Joder.

3.

Atravieso el vano bajo el chamizo de paja que da paso al campamento. Hay una hoguera alrededor de la cual los defensores charlan, así que alzo la voz para saludar. Cuando tienes un fuego cerca tus ojos dejan de ver adecuadamente la oscuridad, y es mejor no dar oportunidad para que un disparo instintivo te deje muerto en el sitio. Es mucho mejor que recibirlo, desde luego.

—¡Buenas noches!
—Buenas noches, seas quien seas. ¡Di el santo y seña si no quieres que te dejemos seco!
—¿Qué santo y seña? Vengo de la torre pasando por el vigía, ¡y nadie me ha dicho nada de un santo y seña!
—Mmm. Eso es algo que nunca se diría a un enemigo, amigo.
—¿Qué tal si me acerco con las manos en alto, veis quién soy y me dejáis tranquilo?
—Bien, pero tengo otra idea.
—Habla.
—Nos tiras tus dos dagas y la espada y entonces hablamos.
—¡Puedo llevar más que eso!
—Tendremos que verlo. La vida es apostar.

Tiro mis armas desde lejos intentando no herir a nadie y me acerco. Están cocinando un conejo al fuego que huele a gloria.

—Hola, sombra. Johan nos lanzó una paloma diciendo que venías.
—Las palomas no se orientan bien de noche.
—Las que han nacido aquí sí. Al menos por aquí.
—Suerte para mí.
—Suerte completa para ti, amigo. No hay santo y seña, espero que perdones nuestras ganas de divertirnos un rato.
—He estado aquí en otro momento de mi vida, sé lo que es vigilar un campamento de noche.
—Pues eso.
—Eso mismo.
—Siéntate, comparte nuestra cena.
—Tengo un compromiso, pero no me importaría acompañaros un rato.
—¿El asura?
—Mi cliente.
—Lo siento.
—Gracias. ¿Cómo va todo?
—Tranquilo. Eso es suficiente. ¿Has visto los fuegos?
—¿Central?
—Sí.
—Los he visto. ¿Tenéis tabaco?
—Por supuesto. Johan te ha limpiado, ¿no?
—Me he ofrecido.
—Bien por ti. Eso no dice mucho estando en la torre, pero es algo. También lo es que estés aquí.
—Ya sabes, mi cliente.
—Te dará problemas.
—¿Mañana?
—Si llegamos a mañana. Quizá antes.
—Mmm.
—Sí, mmm. No nos van a dar mucho tiempo para reaccionar, cuando quiera que sea.
—¿Qué haréis?
—Vigilar. Y confiar.
—¿Confiar en?
—Con tu cliente vino una zerg. Quizá pase por aquí justo a tiempo.
—Me estuve informando. Parece que hay una justa de clanes en colinas.
—Sí.
—Quizá no vengan.
—Me resisto a creer que dejen perder un campamento por una justa. Pero aún así te concedo un punto.
—Asco de política.
—Ellos cuidan de lo suyo, nosotros de lo nuestro. Si vemos que está todo perdido correremos a la torre.
—No sé si tendréis tiempo.
—Yo tampoco. Te juro que yo tampoco.
—Creo que voy a probar un poco de ese conejo.
—No te arrepentirás, es muy tierno.
—Eso parece.
—Desde luego.

4.

Aún no ha terminado de despuntar el día cuando me despierto. La gente del campamento y Johan están entrando por la puerta. Salgo corriendo al dormitorio del Señor de la Torre para despertar a Androw, que ronca ligeramente entre los algodones de los cientos de almohadas que se ha traído para la ocasión, abrazado por Tyra a su espalda. El asura me mira con ojos de incredulidad cuando le digo que están a punto de atacarnos. De hecho con ojos de incredulidad completa, como si eso no le pudiera pasar a él.

—Sácanos de aquí, sombra.
—Es tarde para eso. Estarán en las puertas en unos minutos.
—Bueno, pues gánate tu sueldo y sácanos de aquí.
—No puedo. Sólo tengo un par de invisibilidades con las que camuflarte, no serían suficientes para atravesarles sin que te descubran.
—Bueno, pues ve a colinas, ¡corre! Mi zerg está allí.
—No llegarían a tiempo. Tenemos que hacer lo posible para que no rompan los muros y ganar tiempo por si viene alguien ayudarnos en la defensa, quizá incluso tu zerg. Por otra parte si voy a colinas te quedarías sin protección hasta que volviera, y he visto asedios realmente rápidos. Más de lo que creerías.
—Tienes que ganarte el sueldo.
—Eso hago. Te estoy despertando.
—Entonces peleemos.
—Eso estoy intentando decirte.

El sol se está levantando con lo que parece un esfuerzo sobreceleste, es un amanecer lento. Subimos a las almenas por las escaleras y vemos la horda de enemigos que acaban de abastecerse en el campamento, ensordecidos por el ruido de los carros de flechas cargando y descargando su vómito desigual por todas partes. Algunos mueren mientras el comandante enemigo lanza una ariete en la puerta y mira arriba y sonríe, alfileteado por miríadas de mosquitos negros que preñan la mañana de muerte y destrucción, y sobre todo de promesa de muerte y destrucción para todos.

6. Un norm.

1.

Está sentado al fondo de la celda, encadenado a la pared por el tobillo. Con la suciedad de un par de días encima, algo de sangre e intuyo por el olor que con sus propias meadas y mierda en la ropa y a su alrededor. No tiene un pinta muy imponente si no le miras a los ojos, pero el orgullo que sale de ellos cambia el dibujo completamente. Tiene ese desafío y dignidad latente, por debajo de la bravuconería. No es un cobarde, porque aún conserva la prestancia suficiente como para no parecerlo.

—Ahh, qué ganas tenía, por fin un sombra en vez de un esclavo más.
—No tenemos esclavos en la orden, los que te han atendido trabajan aquí.
—No me importa lo más mínimo, traidor, me da igual cómo los consideréis, todo aquel que os ayude merecería morir fulminado en un segundo. Los dioses realmente nos han abandonado si permiten que sigáis viviendo, leño asqueroso.
—Me llamo K Reilly.
—Un nombre de bastardo.
—No lo sé, vine del sueño. No tengo padres, por lo que estrictamente no puedo serlo.
—Oh, no te equivoques. Lo eres. No me importan cuestiones de matiz, eres un puto bastardo igual de puto bastardo que todos los putos bastardos que andan entre estas cuatro paredes.
—Excepto tú, por supuesto.
—Un silvary listo, toda una novedad.
—Te sorprenderías.
—No tengo por qué hacerlo. ¿Vienes a matarme?

Buceo en sus ojos intentando encontrar algún rastro de miedo después de hacerme la pregunta, pero no lo encuentro. En este momento no me lo imagino como alguien capaz de rogar por su vida. De hecho me lo imagino más como el tipo que después de perder un combate coge mi propia daga y se la traga hasta la empuñadura antes de arrodillarse.

—No. Creo que no. De momento. Puede que cambie de opinión, no lo sé.
—Igual de traicionero que todos los de tu orden, apuñalando por la espalda para acto seguido abandonar el combate justo, entrar en sigilo y buscar la ocasión de apuñalar de nuevo.
—Es lo que hacemos.
—No entiendo por qué no peleáis como valientes, cara a cara, a menos que no lo seáis.
—Oh, somos tremendamente valientes, dudo que tú mismo te lanzaras a un combate sólo con un par de dagas, una simple gorguera y un peto de cuero.
—Bah, no sois los únicos sin hierro que entran en combate.
—Pero sí los únicos que lo hacen cuerpo a cuerpo.
—Si es que esa cosa que hacéis ayudados por el sigilo se puede llamar cuerpo a cuerpo.
—Siempre digo que cuando puedes oler la muerte en el sudor de la nuca del tipo que estás a punto de asesinar es porque estás realmente cerca de él, y ese sí es un matiz.
—Estoy entrenado en tu disciplina, ladrón, y rara vez he usado el sigilo. No sé por qué en tu orden se dejan de lado tan rápidamente trampas y venenos para usar únicamente la sombra.
—Es algo a lo que te acostumbras cuando no tienes una zerg alrededor cubriéndote las espaldas.
—Yo nunca he matado a nadie amparándome en la noche, cobarde. He asesinado guerreros y guardianes sin tener que recurrir a ella, y puedo asegurarte que son muchos los que han caído bajo mis manos. Sin embargo, lo que vosotros hacéis... eso que le hicisteis a mis hombres, manteniéndoles dando vueltas intentando encontraros, haciéndoles perseguir humo mientras iban muriendo sin poder defenderse ni luchar dignamente... eso es algo más que cobardía, trozo de madera, eso es mucho más que cobardía.
—He visto tu armadura, norm. Pese a ser de cuero está tan reforzada que lo de que no sea de hierro es casi anecdótico. Con eso no puedes moverte adecuadamente, tengas sigilo o no. Con eso eres casi tan lento como un placas. Abrazando la vida de ese modo nunca comprenderás lo que es y puede llegar a ser un ladrón, el daño que puede hacer uno sólo de tus golpes sólo si permitieras que tu cuerpo tenga la suficiente fluidez.
—¿Un ladrón? Uno de los tuyos, querrás decir. Un reflejo en la luz del sol, una sombra un poco más profunda en la de un árbol. Una trampa, un engaño. Engañar no es combatir, y no conseguirás convencerme de lo contrario nunca.
—Te contradices, las trampas y los venenos son también engaños. Aún así para nosotros la sombra es el único combate, norm. No tenemos nada más, un golpe despistado que haga blanco incluso a ciegas puede acabar con nuestra vida. Somos frágiles. Es el precio que tenemos que pagar por la muerte que damos. Somos tan letales porque a su vez nuestra muerte es fácil. Nos desprendemos de todo aquello que nos ralentize, que nos impida movernos adecuadamente.
—Pero eso no sucede, imbécil, no morís.
—Porque ponemos todo nuestro empeño en evitarlo.
—Pero no sucede.
—No te creas, sucede. Yo prefiero pensar en la lucha como un ejercicio de astucia. Otros prefieren blindarse como un bunker y aguantar mientras desgastan y son desgastados, pero si lo piensas un momento el combate así es bastante tonto. Vence el que tenga mejor armadura. —Es cobarde. Buscáis la muerte rápida desde la cobardía.
—Desde la sutileza.
—Odio cuando la gente empieza a justificarse, es signo de una mayor cobardía si cabe, cabeza de madera.
—No estoy justificando nada, no tengo por qué hacerlo. Tú eres el prisionero. Y, aunque te parezca confuso, sólo estoy intentando explicarme.

2.

Han pasado un par de días y Buirig no parece haber avanzado demasiado. Su gesto de incredulidad cuando le saqué de la celda y sobre todo cuando le mostré sus nuevos aposentos en la parte alta de la torre no han desaparecido todavía, pero el odio tampoco. Me costó algún tiempo de duras conversaciones y todo el apoyo de Haltair para conseguir que intendencia me facilitara primero la habitación y después los tapices, las telas, las mantas, los candelabros, los jarrones y los brocados de encaje para decorarla. También hablé con el herrero para que colocara unas argollas especialmente reforzadas en el techo y una cadena tan larga como la estancia, e incluso conseguí que lo hiciera de un modo algo artístico. Una cadena es siempre una cadena, eso es innegable, pero hay formas de hacerla más digerible.

Antes de llevarle a su nueva celda de oro pasamos por los baños comunes, donde otros sombras dejaban caer por los desagües el sudor, el polvo del camino y la sangre seca de los caídos, cuando no la suya propia. Pude advertir en él la vergüenza de llevar restos visibles de sus propios restos ensuciándole todo el cuerpo, pero no hice ningún comentario. Hay situaciones en las que es mejor obviar lo obvio. Mientras se quitaba la mierda de encima no dejaba de mirar alrededor con evidente curiosidad, así que le comenté que podía hacerme cualquier pregunta que quisiera.

—Sombra, no estás tratándome como debes en función de mi rango. ¿Me traes a los baños comunales?
—No hay otros.
—No hace falta que me engañes, no necesito ese tipo de misericordia.
—No lo hago. Todo sombra se baña aquí.
—¿Incluso el líder, aquí mismo, donde bañáis a los prisioneros?
—Por supuesto. Incluso él. No hay diferencias entre nosotros.
—¡Pero él tiene una mayor responsabilidad!
—Esa es su suerte.
—¡Pero ese tipo de responsabilidad tiene que conllevar distinciones!
—Así es, él tiene más suerte.
—Pero... ¿cómo se le puede mantener el respeto si puedes verle con las pelotas colgando mientras se frota la espalda con un palo?
—Buirig... el respeto está en otra parte.
—¡Me la suda!, ¡cómo puede alguien mantenerle el respeto mientras se mete la mano en la raja para limpiarse el agujero a la vista de todos!
—Porque el respeto no se gana aquí, norm. Aquí se viene con el respeto ya ganado.
—Tenéis los días contados, sombra.
—Eso nos han dicho siempre. Aunque nunca por esto.

Una vez que terminó le llevé escaleras arriba hacia su habitación. Al entrar no pudo evitar un gesto de sorpresa. Durante unos minutos estuvo mirando a su alrededor sin terminar de creer del todo que fuera a dormir ahí, temiendo una estratagema, aunque le resultó mucho más fácil hacerse a la idea justo después de que le encadenara. Por la ventana el sol último de la tarde entraba arrancando matices rosados en las paredes, que vibraban con la luz. Entré la bandeja con la cena y me fui después de trocear la carne y decirle que, de momento, debería comer con las manos.

—Lo lamento, pero tendrás que ganarte la confianza suficiente como para que pueda dejarte los cubiertos.
—No lo des por hecho, tronco idiota. En el momento en el que me dejes un cuchillo al alcance de la mano serás madera muerta.
—Es posible, eso puede pasar cada día. Descansa, mañana el día será largo.
—Muérete, sombrajo.
—Buenas noches para ti también. Puedes comprobar que la longitud de la cadena te permite perfectamente ahorcarte tirándote por la ventana. Te aseguro que no es algo que me gustaría que hicieras, pero sí es algo que puedes hacer.

3.

Al día siguiente no estaba muerto. No esperaba otra cosa. Sabía que Haltair me tiraría a mí después por la ventana si comprobábamos que Buirig había decidido decorar las almenas voluntariamente, pero contaba con que no lo hiciera. Al fin y al cabo, no solo nosotros éramos conscientes de su importancia, el norm también lo era. Hay veces que la responsabilidad es tan fuerte que no te permite un gesto idiota a destiempo, y más si le añades una cama tan mullida y una cena tan apetitosa al lado.

Para algunos eso es una tentación insoslayable.

Le bajé encadenado a la zona de entrenamiento, después de darle ropas limpias de discípulo de la orden y de haberle llevado pan tostado con mermelada de arándanos y té de hierbabuena como desayuno. Le senté en las gradas mientras mis hermanos practicaban con armas de madera.

—Esto es imposible, no consigo ver nada.
—Es la idea. Lo importante es que no nos vean.
—¿Pero cómo puede alguien pelear así, un reflejo persiguiendo una sombra que persigue un reflejo?
—Lleva su tiempo. Concéntrate y mira.
—No veo nada.
—Calla.

Suxen espera, depié, sin hacer nada. De repente se da la vuelta y entra en sigilo, mientras Darkbeta aparece justo donde había estado, esquiva hacia la derecha y desaparece. Suxen aparece un instante al lado de un palo de entrenamiento, le tira a capa y espada y vuelve a desaparecer. Dark le ha intuido y de repente ambos son visibles mientras intercambian golpes, esperando que sus sombras se recarguen, para justo después desaparecer de nuevo.

—Oh, joder. Esto es una estupidez, Reilly. ¿Se hacen realmente daño?
—Se lo están haciendo todo el tiempo, Buirig. Lo que pasa es que sólo estás mirando lo que se ve, y no lo que está sucediendo en lo que no se ve.
—¿Pero qué estupidez es esa, leño de mierda? Si no se ve no existe.
—Tienes mucho que aprender. Hay más en lo invisible que en lo visible.

Suxen lo está pasando mal, su resistencia se acaba. Dark acaba de asestarle lo que habría sido una puñalada mortal si las dagas no fueran de madera, justo por la espalda. Como no cree poder más tira el refugio y se mete dentro, y puedo ver la indecisión de Dark, que no sabe si entrar en la luz y empezar a golpear al aire hasta que lo encuentre o hacer lo mismo. Finalmente decide tirar de refugio a su vez.

—Ahora, norm, estamos en tablas. Ambos han utilizado la habilidad de sigilo más larga, y todos nosotros nos regeneramos cuando no somos luz, así que seguramente cuando todo vuelva al rango de lo visible los dos tengan toda su resistencia completa, o casi.
—Oh, por favor, por puto favor, ¿no podemos ver un par de estocadas o algo, un par de defensas por un rato? ¿Esto va a ser así siempre?
—Es una partida de ajedrez, Buirig, no gana el más fuerte, sino el que mejor juega. Tienes que concentrarte, y ver tanto lo que se manifiesta como lo que se oculta. Inténtalo.
—Esto es un puto coñazo, K.
—Mira.

Dark tiene localizada a Suxen, pero esta no deja de moverse, intranquila. No tiene ni idea de dónde está el oponente, así que aparece un segundo al lado de un palo de nuevo y vuelve a abrazar el sigilo, cambia de posición constantemente para no ser un blanco fácil.

—La que está a la defensiva lleva dos dagas.
—Así es, Buirig.
—Así que necesita un enemigo delante para entrar en sigilo.
—No siempre, tenemos los palos y otras habilidades, pero sí la mayor parte de las veces.
—Sin embargo el que está al ataque lleva daga y pistola, así que puede hacerse sombra en cualquier momento, y lo está usando para buscar el golpe perfecto.
—Así es.
—Pero entonces... ¿por qué no lleva el que pierde daga y pistola a su vez?
—Sus preferencias son suyas. Quizá porque en el combate real hay muchos más elementos con los que buscar la oscuridad que en esta sala de entrenamiento, o quizá simplemente porque la doble daga es mucho más letal, debido al daño del movimiento a capa y espada.
—Pero está a la defensiva.
—¿Y?
—Estar a la defensiva es el paso que está más cerca de perder.
—Estás muy equivocado.
—Siempre lo ha sido.
—Tendrás que creerme, puedes matar o ser muerto tanto al ataque como a la defensiva, cada uno tiene sus movimientos, todo es cuestión de la habilidad con la que se los ejecute. Esto es una especie de danza en la cual cada uno tiene los pasos que le han tocado y ninguna certeza de éxito. Dark tiene la ventaja del observador, pero también la desventaja de poder ser descubierto. Suxen tiene la desventaja de la víctima, pero también la ventaja del contraataque más dañino.
—No sé cómo puedes ver esto como algo honorable, silvary. No es más que dos niños jugando a los acertijos.
—Ahora están jugando, Buirig. Pero el resto del tiempo te aseguro que hacen de todo menos jugar. Mira.

No hay luz, ni sombra si miras bien, ni antes de la luz y la sombra hubo otra cosa que no fuera ni luz ni sombra. En un momento dado ambos se hacen visibles al lado uno del otro y mientras Dark usa la pistola y la daga para retornar a la oscuridad recibe un a capa y espada de Suxen seguido de un apuñalamiento brutal por la espalda que le deja a las puertas de la muerte, o que le hubiera dejado en ello si esto no fuera más que un juego.

Pero ahora Suxen está al descubierto. Darkbeta puede intentar rematarle o recuperarse, pero antes de que pueda decidirlo Suxen lanza un polvo cegador que le introduce en la sombra.

Y la posición de tablas arranca de nuevo.

—No van a terminar nunca.
—Lo harán. Pero para nosotros, en el mundo real, es mejor no terminar nunca con un sombra muerto en el suelo. ¿Te das cuenta de la ventaja que nos supone este tipo de entrenamiento, aunque siempre terminara en tablas?
—No sé... ¿un puto coñazo interminable?
—No. Desde luego que no. No me refiero a eso.
—¿A qué cojones te refieres entonces?
—A la posibilidad de atacar siempre un poco más tarde.
—Huyendo, cobardes.
—Puedes verlo como quieras, reposicionarte no siempre es huir. Lo evidente es que siempre hay un golpe que mata.
—Como que hay un mañana, puta rama.
—Y ese golpe que mata, amigo, sólo puedes darlo si no lo has recibido tú antes. Si quieres acabar con tu enemigo deberás ocuparte de eso primero.

4.

Un par de semanas después recibo novedades de Haltair. La situación en fronteras se ha recrudecido, el clan de la familia de Buirig ha tomado posiciones y está destrozando todos los frentes a los que llegan sus hombres.

—Están como locos, Reilly.
—Podemos pararles.
—Claro que podemos intentarlo, y podemos incluso conseguirlo, pero la situación no ha cambiado sustancialmente, tenemos demasiados frentes abiertos.
—Es demasiado pronto.
—Según y como lo veas, K. Ahora mismo ya es demasiado tarde.
—Me niego a aceptarlo, Haltair, ha llegado demasiado lejos.
—No lo suficiente.
—Promete.
—¿Te ha pedido entrar en la sombra?
—No. Pero quiere hacerlo. Lo leo en sus ojos.
—Pero no lo ha hecho.
—No.
—Entonces es tarde. No puedo seguir manteniendo esto. No es posible. Nos arriesgamos a perder a todos nuestros aliados. Ninguno de ellos entiende que siga vivo. Si al menos lo matásemos podríamos justificarlo de algún modo, pero tenerlo aquí así es insostenible. La venganza es un argumento aceptable, la hospitalidad entre enemigos no.
—La gente es idiota.
—No voy a discutir eso, Reilly. No voy a hacerlo. Acaba con esto cuanto antes.

5.

Cuando entro en la habitación Buirig me mira alternativamente a mí y a sus cadenas con sorpresa.

—Pensé que ya habíamos pasado por todo esto, ramita.
—Es evidente que lo hemos hecho.
—Pero estoy encadenado de nuevo.
—Lo sé.
—Y me han traído el desayuno pero han retirado los cubiertos.
—También lo sé.
—Tenemos la partida de ajedrez a medias, ¿podremos terminarla?, ¿ambas?
—No puedo prometerte nada.
—Vaya.
—Tampoco es que fueras a ganar. En ninguna.
—Eso está por ver.
—Está más bien visto. No tienes opción alguna.
—¿Por estar a la defensiva?
—Sabes que no.
—Bueno, es tu opinión.
—Lo es. Creo que ahora importa más que otra cosa.
—Eso debes decírmelo tú, Reilly.
—Lo sé.

Me mira. Queda poco del norm salvaje que me encomendaron hace menos de tres semanas. Me mira desde muy cerca, un poco incluso desde dentro, un poco demasiado dentro de mi cabeza para mi gusto.

—No esperaba que esto fuera a terminar así.
—Yo tampoco, pero aún no ha terminado. Me queda una lección que darte.
—Eres un prepotente.
—Lo tengo claro. Pero esta lección no te va a gustar, no va a ser como las que te di en combate.
—Esas tampoco me gustaron.
—Esta lo hará aún menos. Tengo que presentarte a una gente.
—¿Sombras?
—No.
—Ops. Gente.
—Sí. Y tengo que traer una urna.
—¿Para mí?
—No. Esta no. Esta ya trae su propio cadáver dentro.

Salgo fuera de la habitación, ellos están ahí. Leñadores, agricultores, aldeanos. Todos tienen algo que decir. No se les va a permitir que entren con armas, pero llevarán sus puños de todos modos. Aún así son el arma menos letal que van a meter dentro. Llevarán consigo el recuerdo de sus muertos. Dos compañeros sombra portan el cuerpo difunto del nonato en un habitáculo de cristal, me preguntan y les digo que lo dejen justo en el medio de la habitación. Yo no quiero estar ahí entonces. No en ese momento.

Entran. Nada más hacerlo empiezo a escuchar los sollozos. No sé si Buirig les ha reconocido, pero sabe perfectamente quiénes son. No puede ser de otro modo, las pesadillas se graban en las circunvalaciones del cerebro de un modo profundo. Y desde entonces no dejan de regresar una y otra vez. Una y otra vez sin pausa.

Buirig ha cambiado y ha comprendido algunas cosas. Algunas de ellas terribles, otras todavía peores. En este momento está de picnic con ellas. Su problema, realmente, es haber cambiado.

Ahora es cuando pueden hacerle daño.

Gritos estremecedores. No importa que no sean mi guerra, estremecen igual.

Un par de horas después, cuando todos salen y yo entro en la sala, no queda nada del norm, menos que una huella. Babea apoyado en la silla sobre la que está encadenado. El feto muerto en su cristalera está justo enfrente, y sobre él Buirig tiene los ojos clavados.

—Eres... un... hijo de puta...
—Lo sé.
—Me hiciste... saber... para después darme esto...
—Lo sé.
—No me importa. Te lo agradezco. Creo que... merecía saberlo.
—Lo que se siente.
—Lo que es. Es horrible.
—Pero no sólo ahora. Siempre lo fue.
—Yo no podía verlo.
—Te dije que existe más en lo invisible que en lo visible. La sombra es muchas cosas. El sigilo es muchas otras. Hay menos en lo que te dejas ver que en lo que realmente se puede ver.
—Dios, duele. Duele mucho.
—He venido para poner fin a eso.
—Gracias. De verdad, gracias. Sólo tengo una última pregunta que hacerte... antes de... irme.
—Te creo.
—¿Sí?
—Por supuesto. Te creo. Me gustaría que fuera la correcta.
—Es... tarde. No queda nada correcto, Reilly.
—Eso... sólo depende de ti. Démonos prisa, como comprenderás esto tampoco va a ser muy agradable para mí.

7. Una puta.

1.

Arco de Leon es un lodazal inmundo de engaños. Todo el mundo está intentando timar a alguien al mismo tiempo que evita ser timado. O lo intenta. Los trileros con sus manos vertiginosas, los carteristas camuflados entre su público, los vendedores de reliquias, los agoreros del fin del mundo que predican lo suyo subidos en cajas de madera, la guardia que intenta sacar siempre un buen pellizco vendiendo protección, los ex-guardias que ofrecen protegerte de los guardias, las sacerdotisas de encantamientos prodigiosos que nunca funcionan, los revendedores de oro por casi nada que descargan sus cargamentos de pirita en manos confiadas e inocentes... y yo no tengo nada que reprocharles. Un timo sólo funciona si conecta con la avaricia del que va a ser timado, así que no puedo decir que unos sean mejores que otros, sólo que están en puntos diferentes. No puedo porque todos tienen la misma inveterada ansia de riqueza insertada en el tuétano de los huesos, y ese es el único motivo por el que todos siguen jugando al mismo estúpido juego unos contra otros. Los timados creen que van a hacerse ricos en un segundo sin hacer nada especial y los timadores intentan no sacarles de su error demasiado rápido. Una vez que los primeros se den cuenta dejarán de ser tan confiados o se irán, arruinados, de Arco, pero el tránsito de gente es tan frecuente que nunca faltarán nuevos incautos en el tablero.

En las calles retorcidas serpentean las aguas fecales que la gente tiró desde la ventana. La mierda es universal y tiene el mismo color para todos, así que es difícil saber qué raza de mierda estás esquivando. Tampoco es que sea demasiado importante, todas apestan por igual, todas hablan de la misma o parecida existencia. El Pato Lechoso es el lugar donde los timos se especializan en un tipo concreto de víctima: las atraídas por el olor a honor y victoria de los territorios de frontera. El honor y la victoria son cosas curiosas, porque no tienen un solo significado, depende de dónde se introduzcan en la conversación.

Cuando hablas de ellas aquí, en la civilización, evocan cosas que poco se parecen a las que encuentras en la niebla, por ejemplo.

Al fin y al cabo los timos funcionan en cualquier parte, y no es siempre su objetivo quedarse con el dinero del inútil que tienes enfrente. A veces es algo más sutil, como convencerle de que acuda al campo de batalla, donde se ganará la eternidad como poco. En Arco de León el honor y la victoria son cosas impermeables, irrebasables, grandiosas, que suceden cuando te exprimes al máximo y lo das todo por una idea, por Baruch. En el campo de batalla es lo mismo pero... un poco más sucio, más despeinado y mal afeitado, con menos filtros. El honor es mantenerte vivo sin renunciar a tus principios y al mismo tiempo ser de utilidad a tus compañeros, lo que muchas veces significa escoltar un dolyak hasta la torre mientras te empapas de su olor a establo, o recoger suministros y volver a tu base una y otra vez esquivando el combate porque reparar el muro es mucho más importante que tú y tu ansia de sangre, o gastarte el poco dinero que has ido acumulando vaciando bolsillos en tus escaramuzas pagando a obreros para que refuercen las puertas, porque puedes estar seguro de que no van a hacerlo si no cobran.

Es lo mismo, pero no se parece en absoluto. Tienen un cierto parecido de familia, pero no son el mismo personaje, ni siquiera su gemelo.

En el honor de Arco, por ejemplo, nunca hay ni barro, ni gritos de dolor ni hambre en las tripas esperando un combate cuando despunte el alba, sólo un camino de gloria y victoria en el que embarcarse para darle un sentido a tu vida y ser recordado para siempre. El honor aquí tiene un exceso de maquillaje, aunque supongo que es lo necesario para que los posibles voluntarios no salgan corriendo desbandados para volver a su azada y su hachuelo, besando a su madre mientras preguntan qué hay de cena al mismo tiempo que intentan olvidar a marchas forzadas que han salido alguna vez de la aldea.

Y al final da igual el pequeño engaño porque, pese a toda la carga de realidad al llegar, casi todo el que va termina enganchado a las fronteras. Moscas pidiendo más y más miel, por algún motivo que padezco como todos pero no puedo llegar a comprender. Nadie puede.

2.

Me siento al fondo en un tosco banco de madera y pido una jarra de cerveza. La camarera se me insinúa un poco, lo justo para que en la barra aprueben el movimiento. Todo el mundo tiene que trabajar, pero se dicen demasiadas cosas de nosotros como para que la camarera no sienta que puede terminar bajo las sábanas con un medio asesino medio brujo, y pienso que escoja la mitad que escoja no debe resultar muy tranquilizador en ningún caso. Le miro las tetas y las piernas para halagarla un poquito y declino amablemente la invitación, estoy esperando compañía, le digo. La noche en el Pato Lechoso daría para escribir cientos de historias estúpidas sobre los seres supuestamente racionales que pululan este tipo de noche en este tipo de sitios, así que desde luego no va a faltarme espectáculo. Sólo hay que prestar un poco de atención a los detalles para darse cuenta de qué dinero va a cambiar de qué a qué manos en un momento. O quizá de qué sangre va a decorar una espada si algo no sale precisamente bien. El tipo de la pluma en el sombrero es una víctima y huele a ello a kilómetros, no hace falta tener el olfato ni medianamente desarrollado. A su alrededor, sin que él se dé cuenta, los tiburones cierran sus tratos. “Este es mío”, “ni de coña”, “podemos discutirlo fuera”, “si lo discutimos fuera no nos lo encontramos al volver, es un idiota”, “¿repartimos?”, “será mejor”.

El ritmo fulgurante de la vida en todo su esplendor.

—Hola, sombra.
—Hola, Tyra, no te he visto llegar.
—Lo dudo.
—Bueno, quizá de refilón.
—¿Estás esperando a alguien?, ¿puedo sentarme?
—Sabes que te estoy esperando a ti, no hace falta que sigas el procedimiento habitual.
—Perdona, la costumbre. ¿Me has pedido una cerveza?
—No quería que se calentase.
—Oh, entonces pídela ahora. No sé por qué me da que las camareras te van a hacer más caso a ti que a mí.
—No intentes agradarme, Tyra. Por otra parte, tú también estás preciosa.
—Oh, gracias. No esperaba eso de un sombra.
—Supongo que no soy un sombra al uso, si es que eso es algo.
—Creo que sí. En cualquier caso, gracias.

Y en un gesto se suelta la melena castaña sobre los hombros desnudos mientras sus ojos color miel se derriten en mi cara.

—No te he agradecido lo suficiente que me salvaras aquella mañana.
—No, Tyra, no lo has hecho. Tampoco hace demasiada falta. No sé por qué intuyo que te hubieras desenvuelto igual de bien sin mí.
—Una cosa no quita la otra, Reilly.
—Desde luego que no.

3.

El comandante es un animal. No tiene ninguna intención de ceder en ningún momento hasta que el señor de la torre no caiga bajo su martillo. Da órdenes a izquierda y derecha sin parar, gritando a sus hombres. Rápidamente ha organizado a los arqueros y los nigromantes para que destruyan los cañones y el aceite mientras espolea a los restantes para que empiecen a construir los asedios en la puerta. Androw ha movido su divertido cuerpo por toda la muralla emplazando planos de carros de flechas y balistas por todas partes, sin mirar ni un segundo si están en una posición protegida o no, o si tenemos suministros suficientes para construirlos.

Afortunadamente la defensa de la torre está pudriendo el suelo con los carros frente a la puerta para impedir que el enemigo pueda hacer nada, lo que hace que rápidamente ésta quede llena de cadáveres recientes. La puta se ha quedado en los aposentos de la torre y el asura me pregunta por qué nadie monta sus asedios.

—No tenemos suministros suficientes, Androw.
—Pero... ¿por qué no?
—Porque no los tenemos. No voy a investigar ahora las últimas semanas. Si te fijas, aunque los tuviéramos no tendríamos gente bastante para empuñarlos.
—Bueno, da igual. ¡Se están retirando!
—En absoluto, sólo se están retirando de la puerta. Montarán catapultas ahí arriba.
—Pero... ¡hay que hacer algo!, ¡tenemos que cargarles!

Al menos es valiente. Quizá valiente por estúpido, pero valiente.

—Nos superan en número. Demasiado para este grupo.
—¡Pero tenemos que hacer algo, Reilly!
—¿No tendrás los planos de un trebuchet por ahí?
—Sí, creo que tengo alguno...
—Ven conmigo.

Montamos un trebuchet sobre el tejado de la caseta de suministros gracias a que nadie ha desperdiciado los suyos en los planos que el asura ha ido dejando caer, y destrozamos las catapultas que el comandante enemigo ha montado sobre la loma, frente a nosotros. Todo sucede lo suficiéntemente rápido como para que no me entere demasiado de quién ha caído en ambos bandos, aunque gracias a los muros parece que no estamos haciéndolo mal del todo. El comandante rabia a lo lejos y reúne a su consejo para tomar la decisión de qué hacer a continuación.

—Pensé que no había suministros suficientes, sylvari.
—Bueno, ahora ya sabes que sí.
—¡Pero hay un montón de asedios sin montar!
—No puedo perder el tiempo en explicártelo ahora, Androw, tendrás que confiar en mí.
—Como si pudiera hacer otra cosa.
—Quédate junto al señor de la torre, voy a ver como esta tu amiga. Intenta echarle una mano en lo que pida.
—¿Recuerdas con quién estás hablando, verdad?
—Ahora mismo con alguien que puede ayudar, asura. De todos modos si quieres puedes discutirlo con los de ahí fuera, a ver qué opinan ellos.

Me muevo entre la algarabía del asedio bajando las escaleras hacia el patio central. La gente del campamento y el vigía se han sumado a los soldados de la torre y todos permanecen atentos a lo que sucede detrás de la muralla, plenamente conscientes de lo que está en juego. Entro en los aposentos del señor de la torre y entre las almohadas, llorando, me encuentro a Tyra.

—¡Esto es terrible, sombra!
—Tienes que mantener la calma y confiar en que todo va a salir bien. Mucha gente está esforzándose precisamente en eso ahora mismo.
—Pero y...
—A eso precisamente he venido, Tyra —giro una de mis sortijas y abro una compuerta secreta de la que saco una cápsula—, por ese pero. Tú decides, pero si entran y ves que la cosa está perdida... puedes tomarte esto. Te aseguro que no sentirás nada. Y te aseguro también que la alternativa puede ser terrible, a no ser que alguien pueda pagar un rescate por ti, por supuesto. Y de que seas capaz de convencerles de ello si así es. No puedo mentirte de todos modos, aunque así fuera no te librarías de ciertos... encuentros.

Se me queda mirando un instante, conteniendo las nuevas lágrimas mientras rios de ellas bajan por sus mejillas. Con los ojos hinchados y haciendo pucheros está asquerosamente preciosa.

—Todavía... no sé... como me animé a venir aquí —y en ese preciso momento aferra la pastilla y rompe a llorar de nuevo.
—Aún no está todo perdido, te lo aseguro. De otro modo hubiera venido a hacerte tragar esto en vez de sólo a ofrecértelo.

Le acaricio el pelo mientras solloza con fuerza. Me quedo así un par de minutos, intentando tranquilizarla, y después le susurro que tengo que salir fuera, pero que no tardaré demasiado en volver. La dejo en la cama y salgo. A ver cómo va la partida.

4.

—¿Cuál era la misión, acabar con el asura?
—De un modo discreto, por supuesto. O convencerle de que... convencerle de algo.
—Entiendo. Un cambio de bandera, supongo.
—No puedo decir demasiado más, sombra.
—Tampoco importa demasiado ya.
—Tu gesto intentando consolarme fue muy amable.
—Aunque no sirviera de nada.
—Bueno, sirvió, me consolaste y... me enterneciste un poquito.
—Gracias.
—Y lamento mucho todo lo que pasó por... tú culpa.
—No deberías lamentarte, hice tu trabajo.
—Pero no sabías que lo estabas haciendo. Y además aún no está hecho.
—Créeme, si algo entiendo de todo esto es cuestión de tiempo. El Cuerno Dorado cambiará de bandera más pronto que tarde, debido en gran parte a mi falta de responsabilidad.
—Cuánta culpa arrojas sobre ti mismo, sombra.
—La que tengo.
—No del todo, no del todo. Las negociaciones estaban bastante avanzadas de todos modos, creo que sólo les hacía falta un pequeño empujón. Y para eso estaba yo allí, para sondear al tesorero y... actuar en consecuencia.
—Aprovechando a la orden de sombras.
—Aprovechando que estáis locos, ningún otro clan se hubiera atrevido a proteger a un personaje tan inútil y tan importante con sólo una persona.
—Tuvimos cierta presión sobre eso... y pienso ahora que quizá tú tuviste mucho que ver.
—Bueno... sólo le insinué que ir a una torre en la frontera protegido por una legión de hombres no tenía mucho de... gallardía. Lo demás fue cosa suya.
—Los hombres solemos ser bastante tontos a veces.
—Oh, no pienses así. Lo sois todo el tiempo.

Sus ojos se derriten de nuevo y me hablan de escenas que no quiero visualizar. Ni ahora ni nunca.

—No es necesario que hagas eso, Tyra. Ahora mismo soy inmune a tus encantos —miento.
—Oh, ¿y eso?
—Porque en este instante te odio, y deberías entenderlo perfectamente.
—Una pena. ¿He de pensar entonces que has venido a matarme? Sería incómodo y terriblemente vulgar por tu parte.
—No, Tyra. No he venido a matarte. Te respeto. La partida ha terminado, has jugado bien y has ganado. No tengo nada que reprocharte. El odio que te tengo pertenece a lo que hay en mí de mi orden, pero no he recibido ninguna instrucción al respecto.
—¿Debo guardarme mi daga, entonces?
—Ya te la he guardado yo, amiga, por si te daba por ser imprudente antes de tiempo. La encontrarás bajo mi culo en cuanto me despida y me levante.

Su cara de sorpresa mientras se registra el muslo infructuosamente es una pequeña victoria. Una diminuta.

—No siempre he sido sombra, pero serlo ha potenciado lo que siempre he sido.
—¿Y qué es eso, si puedo preguntarlo?
—No te conozco lo suficiente, pero creo que ambos venimos del mismo sitio, Tyra. He sido lo que he tenido que ser. Conozco estas calles como la palma de mi mano porque de eso dependía mantenerme vivo. Conozco lo que piensa y motiva a la gente por lo mismo. Y porque además ahí es donde siempre estuvo mi beneficio. Y creo ver en tus ojos que compartimos el mismo conocimiento, lo que no tengo tan claro es que tú hayas encontrado un modo de salir de ello. De utilizarlo para algo más que para ti misma.

Su risa estentórea rompe la noche como un millar de gotas rebotando dulcemente en las piedras al fondo de una cascada de agua pura.

—¿Salir de qué, de la vida?
—No, del sinsentido.
—Creo que no tengo ni idea de lo que estás hablando.
—Supongo que no. Nos vemos, Tyra. Nos iremos viendo.
—De eso puedes estar seguro, sombra. Has conseguido despertar mi curiosidad, y eso no es algo que pueda hacerse sin esperar nada a cambio.
—Protege mejor tu daga la próxima vez.
—Cuenta con ello.
—Lo hago.

De camino a mi refugio saltando por los tejados jugueteo con las sombras de la noche en las chimeneas y noto que el calor se adueña de mis movimientos. Y no todo el calor es por el movimiento. Con la espalda contra un saliente introduzco la mano en un bolsillo oculto en mi peto y encuentro allí la pastilla. La coloco con un gesto mecánico de nuevo en su hueco en el anillo y miro al cielo y el millón de brillos que tililan sobre el negro. Mientras lo hago no puedo evitar pensar que no tengo nada claro si le he quitado la daga para evitar el peligro o para poder rozar su pierna un instante. O que quizá si le he podido quitar la daga es sólo porque lo ha permitido. O, lo que me hace temblar como un crío, si me ha dejado hacerlo sólo para que ella pudiera sentir cómo yo la rozaba durante un momento.

8. Un sombra.

He visto a Haltair ya no sé ni cuántas veces haciendo esto. Dando el último discurso a los ya iniciados antes del ritual que les convertirá definitiva e irrevocablemente en sombras de ahora en adelante. Estamos en la sala de reuniones, la cual mantenemos únicamente porque los otros clanes necesitan este tipo de cosas cuando los recibimos para parlamentar. Apariencias. Tapices de gestas sombra decoran las paredes, dos grandes arañas de doscientas velas cada una iluminan desde arriba las caras. Justo en la espalda de Haltair crepitan enormes troncos de madera en la chimenea, flanqueada por las dagas de los caídos en combate. No se puede decir que no muramos nunca, y necesitamos recordarlo. Sobre la chimenea una representación enorme del sello de la orden ocupa el gigantesco tiro de izquierda a derecha. Bajo él, con letras de acero templado, el nombre de los que ya no están. De cada uno de ellos.

Frente al lider cuatro enormes mesas de madera con troncos milenarios a modo de asientos, desgastados por el uso. En ellos los discípulos. Al lado de Haltair estamos algunos sombras veteranos, los que no tenemos misión hoy en ninguna parte, mirando al frente, con las capuchas cubriendo el rostro, guardando silencio. Kazzwarg, Raizo, Jarlax, Hellbran y yo.

Cada vez es lo mismo, y sin embargo cada vez es diferente. Todos nosotros hemos entrenado en un momento u otro con los que hoy recibirán la sombra, y tenemos nuestros pequeños afectos y nuestros odios. La convivencia los hace brotar, simplemente. Los afectos se mantendrán, los odios morirán desde hoy mismo. Una vez que un soldado se convierte en hermano todo el rencor desaparece, las pequeñas desavenencias se pierden. Un hermano es lo único además de nosotros mismos que tenemos en lo que confiar. Y esa confianza es la diferencia, la única que hay y la única que te salvará mañana. Cada vez es lo mismo, y sin embargo cada vez es diferente. Haltair hace variaciones en el discurso e introduce lo que ha visto últimamente en el mundo, en el combate o en la orden. Discursos puede haber siempre, y los hay, pero el del día en el que recibes la sombra no se te olvidará jamás. Por eso tiene especial cuidado. Por eso cada vez es lo mismo, y sin embargo cada vez es diferente.

“Hermanos, sois sombras ya. No importa el tiempo que os quede para terminar de escucharme, acabar la cena y salir de la sala, ya sois sombras. Desde hoy mismo seréis miembros de pleno derecho en la orden a la que lleváis aspirando entrar desde que pisasteis este sitio por vez primera”.

Sonrisas y murmullos, caras y gestos de alivio y alegría.

“No os sintáis tan felices. No todavía. No a partir de ahora. Habéis escogido el camino duro, hermanos. Habéis escogido el camino más duro que hay. No sé si sois del todo conscientes de lo que eso significa. Mataréis o moriréis, como todos, pero vosotros lo haréis de un modo mucho más duro y difícil que cualquier otro soldado. Tenéis que comprender eso. Es vital que lo tengáis grabado en el pecho junto a la insignia. Lucharéis en inferioridad numérica la mayor parte de las veces, y eso no se parecerá en nada a los combates uno contra uno de la sala de entrenamiento. Cuando tengáis que eludir y confundir a diez, quince o veinte enemigos mientras intentáis acabar con ellos os daréis cuenta de lo duro que es el camino que habéis elegido voluntariamente. Nadie os a obligado a ello, pero lo habéis hecho”.

Dentro de los que estamos frente al fuego es el único con la cabeza descubierta, para estar seguros de que es el único que recibe las miradas. En las mesas las caras se han vuelto serias, concentradas. Todo el mundo espera con espectación el giro que volverá el mensaje más festivo, porque piensan que esto es una fiesta.

“Y cuando escapéis con vida agradeceréis todo lo que habéis aprendido entre estos muros y todo lo que vuestros hermanos veteranos os enseñarán ahí fuera de ahora en adelante, y al mismo tiempo seréis muy conscientes de lo cerca que habéis estado de morir. Seguramente os acostumbréis a eso. Al final notar vuestra propia muerte os será tan común como notar que estáis respirando. La convivencia con ella de forma habitual os hará tener las cosas siempre en orden, por si no volvéis. Esa convivencia os infundirá una necesidad constante de aprender y practicar, para poder evitarla. Y la temeréis, pero no os bloqueará. Y si lo hace estaréis muy pronto definitivamente con ella. La muerte será mejor maestro de ahora en adelante incluso que cualquiera de vuestros compañeros. Os enseñará el precioso valor de la vida, de la vuestra y también de la de vuestros enemigos. Nunca os alegraréis de una muerte, ni la celebraréis, porque seréis conscientes de que cuando le arrebatas la vida a alguien no sólo le estás quitando todo lo que tiene y es, sino todo lo que hubiera podido llegar a tener y ser. Algunos odiaréis matar, y será vuestra peor maldición, porque suele ser necesario acabar con la vida del que tienes enfrente para mantener la tuya. Algunos amaréis matar, y será vuestra peor maldición, porque no siempre lo conveniente incluye acabar con el que tienes enfrente en un momento dado. En ambos casos tendréis que llevar vuestra carga con firmeza en todo lugar, y será vuestra mayor fortaleza y vuestra mayor flaqueza al mismo tiempo.”

Ninguno de los veteranos ha movido un músculo. Haltair comienza a caminar de izquierda a derecha, meditando las palabras que va a decir a continuación. Los discípulos parecen mirarle con una mezcla de devoción, respeto y miedo, asimilando la parte del mensaje que quiere entender cada uno. Las velas, el fuego, los tapices, las dagas y los nombres son una presencia demasiado fuerte como para que nadie haya podido distraerse de todo lo que está pasando aquí, en este mismo momento. Este es de hecho el punto de inflexión en sus vidas. Al menos de lo que les quede de ellas.

“Podéis preguntaros qué es lo conveniente. Habéis escogido el camino duro. La sombra es un concepto y ese concepto es claro. Un sombra es para Baruch, la orden y sus hermanos, y todo lo que concierne a ellos es lo conveniente. Nada fuera de esas tres cosas tendrá importancia alguna de ahora en adelante. No utilizaréis jamás ventajas injustas, un combate justo es lo mínimo que le podéis ofrecer a un enemigo y... a vosotros mismos. En el combate justo nuestras habilidades se ponen a prueba, en el injusto nos volvemos perezosos y confiados. El combate justo os mantendrá vivos del mismo modo que lo hará la convivencia constante con la muerte. Tomar ventaja hoy, poneros las cosas fáciles, os matará mañana. Podéis desoír mis palabras hoy, y si aún así habéis muerto con honor estaréis a mi espalda grabados en acero mañana. Si habéis muerto en deshonor... desapareceréis. No habréis sido nada. Habéis escogido el camino duro. Ahora tendréis que aprender a amarlo, cuando realmente consigáis comprender lo que significa.”

Mira hacia delante. Los demás nos quitamos las capuchas y seguimos guardando silencio, con la vista fija en él.

“Hermanos, levantad vuestras copas. Brindemos por los caídos. Habéis escogido el camino duro, como ellos hicieron antes. Espero que su voz os haga compañía de ahora en adelante, porque joder si la vais a necesitar.”

Todos levantan las copas, Buirig entre ellos, con cara de ser el único en las mesas que realmente ha entendido de qué se está hablando.

9. Consecuencias.

1.

—Te alegrará saber que el asura está vivo y a salvo de nuevo en su orden.
—Sí que me alegra, Haltair, no es un mal tipo.
—Supongo que no, un idiota tal vez, pero no un mal tipo. De todos modos el hecho de que le apresaran y pudieran pedir un rescate, cuando las sombras estaban encargadas de él, no le ha sentado muy bien a nadie.
—Lo lamento sinceramente, Haltair.
—Escogiste proteger a la puta en vez de cumplir tu misión.
—No escogí nada, Haltair. Las cosas fueron como fueron.
—Explícate.
—Bfff, no sé si puedo.
—Entonces no lo hagas, simplemente cuéntame lo que pasó.

Las estanterías y la mesa siguen rebosando de papeles. Incluso en el suelo se esparcen documentos como hojas de otoño que seguramente tengan una importancia desmedida. Desmedida porque no son acciones en fronteras, no son combates entre soldados, no se saldan directamente con alguien atravesado por el filo de una espada de parte a parte, no suponen mirar al tipo que tienes enfrente a los ojos sabiendo que al final será él o serás tú y sólo uno de los dos, pero al fin y al cabo importantes por igual de algún modo que nunca he comprendido lo bastante. Haltair amontona unos cuantos legajos y se sienta en las baldosas en el hueco que ha dejado para ambos. Yo hago lo mismo frente a él.

—Lo siento.
—Eso ya lo dijiste.
—El muy idiota fue un dolor en el culo durante todo el asedio, no hacía más que tirar planos de armamento por todas partes sin mirar si había suministros o gente suficientes para hacer algo útil con ello. Gracias a que el destacamento de la torre era experimentado pudimos salvarnos del desastre que hubiera sido hacerle algo de caso en algún momento.
—En el informe de la torre dicen que un trebuchet que tiró fue providencial.
—Lo fue.
—Me pregunto cómo pudo ser providencial si con la regla del dos tú deberías haber llevado también planos. Dos de cada.
—La noche anterior me entretuve defendiéndole mientras volvía a su dormitorio después de haber despertado todas las sospechas posibles en el Pato Lechoso, y por la mañana estuvimos protegiendo vacas para reforzar colinas. Sé que no es excusa, pero no tuve tiempo para cumplimentar mi equipo básico.
—Mmm.
—Lo sé.
—Sigue.
—En un momento dado, después de haber reventado sus catapultas en la colina, el muy idiota decidió que lo más conveniente era una carga directa, así que le ordenó, como te digo, le ordenó a la guarnición de la torre que le siguieran y se lanzó sobre la zerg enemiga. Sin ni siquiera mirar atrás.
—¿Le siguió alguién?
—No. Por supuesto que no. El único que no sabía de qué iba todo era él. El regimiento de la torre no iba a lanzarse a lo tonto abandonando la protección de las murallas, mucho menos en inferioridad numérica, y mucho menos justo después de haber destrozado sus asedios.
—¿Dónde estabas tú?
—Acababa de volver de ver cómo estaba ella.
—¿Y cómo estaba?
—Llorando.
—¿La creíste?
—En ese momento sí.
—¿Tuviste oportunidad de hacer algo?
—Cuando pude subir al muro y mirar el tesorero ya estaba rodeado por una veintena de enemigos, desarmado, atado y amordazado. Joder, Haltair, ¡le dije que se quedara al lado del señor de la torre! Haber ido a morir a su lado hubiera sido un acto estúpido teniendo esa defensa entre manos. —Entiendo. Pero era tu misión. La puta no. La torre tampoco. Si hubieras estado fuera con él antes de que saltara podrías haberle detenido.
—Lo sé.
—Sé que lo sabes. Pero en este caso no es suficiente.
—También lo sé. Joder si lo sé.
—Reilly, vas a tener que abandonar la orden.
—No. No es posible.
—No está en tu mano decidirlo. Y sé que comprendes que en la mía tampoco. Han pasado muchas cosas, K. El Cuerno Dorado, el clan del tesorero, ha abandonado Baruch.
—Lo he oído. Y antes de eso oí los rumores.
—Pues es un hecho confirmado ahora. Nuestros aliados exigen una compensación a las sombras. Además de tu cabeza, claro.

2.

El Pato es uno de los mejores lugares para estar desesperado. Puedes decidir a quién robar, o con quién emborracharte, o a quién follarte, o hacerlo todo tú sólo. Puedes elegir darte la mano si te encuentras de humor, o reconciliarte contigo mismo en medio de la borrachera. Puedes decidir hacer millones de cosas estúpidas que no sirven para nada.

—Hola, puta.
—Veo que estás receptivo.
—Para ti siempre lo estoy, Tyra.
—A la vista de los últimos acontecimientos perdonaré que estés un poco alterado.
—Oh, no te equivoques, no estoy demasiado alterado. Estoy más bien completamente borracho.
—No lo suficiente como para no verme llegar.
—Dame tiempo. Llama a la camarera. Verás qué rápido puedo hacerlo.
—Iré yo misma a la barra, parece que hoy tienen exceso de trabajo arriba.
—Pues yo iré al baño. No te marches sin mi cerveza, o tendré que ir yo mismo a por ella.
—Descuida.

Mientras me acerco al agujero maloliente a mear tengo que desarmar a un par de idiotas que han tenido los oídos lo suficientemente desplegados como para enterarse de que mi cabeza tiene un precio y de que la orden ya no me protege. Para ser un tipo que ya no lleva las insignias en el pecho y que se ha pasado la vida tras una capucha soy sorprendentemente reconocible. Apunto al agujero y acierto en cualquier sitio menos en él. Supongo que no siempre se puede estar al cien por cien.

Cuando vuelvo Tyra desenfunda la pierna y me lanza una sonrisa capaz de destruir una legión entera sólo con rozarla. Me siento a su lado, cojo mi jarra y la vacío hasta la mitad de un sólo trago para levantar algún escudo, aunque sea el de la indolencia etílica.

—Bueno, amiga mía —sonrío, aunque supongo que no con el mismo efecto que el suyo— entiendo por tu presencia aquí que te intereso por algo.
—No tienes ni idea de las normas de etiqueta, K.
—No te creas, no te creas, algo sé. Pero ahora mismo no me apetece andarme con tonterías, creo que podrás comprenderlo. La cosa está bastante jodida sin tener que andar jugando al escote... escondite.
—Algo he oído.
—Oh, no menosprecies tu capacidad de informarte, supongo que lo habrás oído todo. ¿Lo de la expulsión?, ¿lo de no matarme pero tampoco defenderme?
—Sí. Eso es lo que he oído.
—Bueno, entonces estás al día.
—Me sorprende viniendo de tu orden.
—No sé a qué te refieres exactamente... ¿a que no protejan a quien les traiciona?
—Sabes lo que quiero decir. Las sombras son una familia. No se abandonan.
—Eso mismo, eso mismo amiga mía... porque no se traicionan. Y yo lo hice. No puedes reprocharles nada. Si es que de algún modo alguien como tú puede reprocharles algo, claro.
—¿Te han dejado completamente sólo?, ¿sin protección alguna?
—Completamente.
—Qué estúpido, qué perdida de activos.
—Gracias, yo no estoy tan seguro de lo de la pérdida, siendo yo el que falta a partir de ahora, pero gracias.
—¿Y qué vas a hacer?
—¿Ahora mismo?... acabar esta jarra y pedir otra. Y un poco más tarde irme a un lugar más tranquilo contigo si te pones a tiro.
—Vaya, la desgracia no es capaz de eliminar tu natural sutileza.
—Ya te dije que no estoy para escondites.
—Entonces tienes que saber que tendrás que ganarme a pulso. No soy tan fácil.
—Lo comprendo, lo comprendo. Pero tú tienes que saber que voy a evanescerme rápido. No en la sombra por esta noche, en absoluto. Será en estas jarras tan simpáticas. ¿Puedes pedir más?
—Por supuesto que puedo. Y también puedo decirte que desayunaremos juntos mañana, aunque eso no implique que se vaya a hacer realidad el pensamiento que hay detrás de la sonrisa bobalicona que te acaba de aparecer en medio de la cara. Y que tendré cosas interesantes que decirte. Eso tendría que consolarte.
—Muy caro te vendes, amiga mía.
—Eso y que salvaste la torre.
—Oh, un mérito tremendo, la verdad. Salvé la torre yo solito. Sin ayuda de nadie.
—Veo que la borrachera es el menor de tus problemas hoy, porque no es nada en comparación con tu sarcasmo.
—¡En absoluto, en absoluto! Yo solo, permitiendo que el asura se lanzara a los brazos de sus captores, hice que de repente la torre ya no les pareciera un objetivo tan interesante en comparación con ponerle a salvo para pedir un rescate. ¡Si está en pie es completamente gracias a mí, Tyra! ¡Si lo hubiera pensado no me habría salido mejor!
—Eres un idiota.
—No sabes cómo me gustaría escuchar eso mientras te acercas a la barra a por un par de jarras más. No sabes cuánto.

10. Unas bagatelas.

“La vida puede ser maravillosa, lo que pasa es que no le apetece nunca”, susurraba todo el tiempo un viejo compañero de timos, mucho antes de la Orden, mucho antes de que me picara el veneno de las fronteras de una vez y para siempre.

Buirig está desvalijando a los que acabamos de asesinar, despojándoles de la armadura. Tiene especial cuidado en separar cualquier cosa que pueda ser de valor. Habiendo nacido donde ha nacido es una tarea para la que está especialmente cualificado, así que se lo he encargado como siempre. Pese a la práctica no veo que haya aprendido a gustarle.

—¿De verdad tenemos que hacer esto, K?
—Sabes que sí. A la orden siempre le viene bien el dinero.
—¿Puedes quedarte tú este yelmo? Está perdido de sangre.
—Parece mentira lo especial que te has vuelto, Buirig.

Elige la vida. Elige una clase. Elige los colorines que te definen. Elige una legendaria grande que te cagas. Elige armadura, runas, remates del León Negro y hoces del Consorcio. Elige la salud, cobertura de carros y comandantes tranquilos. Elige hincharte a chapas en fractales. Elige atacar Bahía ya medio tomada. Elige rollo random. Elige equipo full berserker y asedios del chino. Elige tirarte doscientas horas farmeando una mazmorra para conseguir una armadura de bodevil. Elige una artesanía y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige seguir la zerg golpeando a ciegas, embotando la mente y aplastando el espíritu mientras llenas tu boca de comidas y aceites de saldo. Elige esconderte en la torre mientras todos mueren fuera para conseguir la diaria sin despeinarte, pudriéndote de cobardía tras los muros en un asilo miserable, siendo una carga para los desesperados que no han sido capaces de meterse dentro a tiempo y mueren estallando como palomitas.

Algunos aldeanos medio acobardados nos miran desde sus chamizos para intentar averiguar cuáles son nuestras intenciones con respecto a ellos. Les enseño la insignia de mi pecho y se tranquilizan lo suficiente como para salir fuera y sonreírnos. Nos ofrecen comida, pero declinamos la invitación amablemente.

No tienen suficiente ni para ellos mismos y nosotros tenemos nuestras raciones de guerra, que nos potencian. Un asado es siempre un asado, pero no podemos despistarnos. En cualquier momento puede empezar el asedio de nuevo y tenemos que estar todo lo preparados que podamos.

Elige la vida. Elige tu futuro.

Antes de desvalijar a los muertos hemos ayudado en lo posible a los obreros a reforzar las murallas. Los obreros son tipos interesados, trabajan siempre y sólo para el que les paga. Tampoco les culpo. No se puede culpar a nadie de nada. Inmediatamente llegó el nuevo señor del castillo, ellos son hijos segundones de los señores también de segunda de su clan que ven en este encargo su único modo de encontrar ocupación y, si todo sale bien, de escalar posiciones.

La sombra a mi lado se está volviendo perspicaz.

—¿Has visto alguna vez a algún señor del castillo ascender, K?
—He visto señores morir, Buirig.

Él tiene otro concepto del ascenso, heredado de su pasado. No es el más frecuente, sin embargo, y últimamente parece que está aprendiéndolo a marchas forzadas.

Hemos roto los muros con un par de catas del clan. Nos habíamos encontrado con un grupo de exploradores y nos echaron una mano con los suministros para construirlas. No se puede contar con esa gente para más, una vez rotos los muros y tomada la plaza se fueron por donde habían venido, sin ni siquiera ayudarnos a destrozar las armas defensivas. Viven del oro de la rapiña. Permanecen donde hay algo que rapiñar. Se van cuando se acaba.

Una vez terminado nuestro particular saqueo construimos algunas defensas con los suministros que quedaron en la torre, dejando las suficientes para poder contratar a los obreros y que refuercen las puertas. Volvemos a revisar por si algún ladrón se ha quedado escondido dentro haciendo una ronda completa, pero no vemos ninguno. Declinamos amablemente de nuevo la invitación a comer. El señor del castillo nos pide algún consejo. Un ojo algo entrenado puede ver perfectamente que bajo esa pose de altivez está hecho un manojo de nervios.

—No tienes nada de qué preocuparte, con esta guarnición y los asedios que hemos puesto podrás defender esto sin ningún problema.

La mentira no elimina la cicatriz, pero al menos cauteriza la herida. Sabe que tenemos que irnos, sabe perfectamente quiénes somos. Nos lo agradece porque también sabe que hemos hecho mucho más de lo que cualquier otro hubiera hecho. Nos abraza a ambos y nos pide que volvamos cada vez que nos pille de ruta. Nos recuerda que aquí siempre seremos bien venidos.

Eso es algo que no está en condiciones de afirmar, sin embargo.

Nos despedimos de todo el mundo, les dejamos algunos planos de asedio para que puedan montarlos si tienen la suerte de que les llegue algún dolyak con suministros. Ellos nos regalan algunas bagatelas a cambio, que agracedemos como si fueran lingotes de oro.

Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer eso?

Atravesamos la puerta y una vez fuera ya empiezo a respirar mejor, con menos claustrofobia. Buirig elimina un mapache, abrazando la sombra. Yo intento seguirle el paso. Se agradece la sensación de correr sin tener que preocuparse de nada más. Empezamos a sudar por el esfuerzo y con ello a encontrar el ritmo, tenemos una larga jornada hacia delante, hacia la siguiente pequeña victoria que se irá sumando a las de nuestros hermanos en el camino de sumar una más relevante, una que merezca la pena.

Buirig me señala un vigía enemigo, más adelante. Asiento.

Siento de repente que ya están asediando las murallas que acabamos de reparar, y la sensación se me agarra al pecho como si pudiera tocarme. Pero no puedo estar seguro. No lo suficiente para volver, al menos. No lo suficiente como para dejar nuestra eterna huída hacia delante atacando donde más duele y donde más daño podemos hacer. Dos sombras tienen su camino y no otro.

Elige tu futuro. Elige la vida... Yo elegí no elegir esa vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones.

¿Quién necesita razones cuando pertenece a la Orden de Sombras?

Y, sin embargo, aunque yo no lo sé aún, mañana estaré fuera de todo lo que me importa.

PARTE II. Entre las luces.

1. La fiebre.

Hiendo la daga y la vuelvo a hender mientras un chorro de sangre me salpica la cara, caliente y metálico. El tipo gime pesadamente mientras me mira una vez más y, de pronto, deja de estar allí. En su lugar sólo queda el cuerpo vacío de un char en una posición forzada, como un pantalón tirado en la cama con prisa. Me doy la vuelta y salgo corriendo para volver al grupo, para intentar estar un poco más a salvo de las flechas que caen en diluvio sobre nosotros pretendiendo diezmarnos. Nuestro comandante tiene pinta de estar cansado, de llevar demasiado tiempo con este asedio. A mi lado un tipo aulla porque una saeta le ha atravesado el ojo, aunque no lo suficiente como para matarle al instante. Noto el olor ocre de la tierra evacuando su intestino rápidamente: huele a mierda. No es que se haya acobardado, es que está muerto y su cuerpo lo sabe, y ya todo le da igual. Sin embargo él parece no ser tan listo, porque aún corre junto a nosotros como si pudiera resguardarse en alguna parte donde podrán curarle. Cuando llega el momento, en medio de un salto, sus rodillas se doblan y golpea el suelo con la nariz porque, muerto en mitad de la caída, no ha podido extender los brazos y protegerse la cabeza del impacto. Su cara tiene que ser un poema ahora mismo, pero no pienso quedarme a darle la vuelta para comprobarlo. Los demás seguimos corriendo para meternos en el tunel y empezar a preocuparnos del resto de los peligros que nos envían con cariño desde las murallas.

El comandante pide aguas como un loco y las rompo con los demás, y el efecto mágico del combo nos regenera a todos. A mi alrededor todo es nerviosismo y ansía y rabia, y mis ojos se nublan brevemente debido al sudor que me cae de la frente. Me limpio con el antebrazo y al retirarlo veo que es de un rojo intenso. Rojo de quiénes, me pregunto, pero no tengo demasiado tiempo para entretenerme en responderme. Nos replegamos a conquistar el campamento, a estas alturas todos estamos secos de suministros y no podemos construir nada para contrarrestar lo que nos viene del cielo desde las murallas. Corremos y corremos más y más como si no tuviéramos piernas, como si voláramos, y entramos en el mismo campamento que asedié con Jarlax trescientas o cuatrocientas vidas atrás, tan lejos me parece ahora aquello. Ahora es diferente, sin embargo, porque estamos en superioridad numérica, y entramos sin cargar poder y sin precauciones especiales, entramos a romper, matar, destrozar, aniquilar. Por los pelos consigo apuñalar una vez al jefe del destacamento que lo protege antes de que muera y sea destrozado por una turba inmensa y rabiosa. Se convierte en trozos de algo que alguna vez fue alguien.

No hay más que cien suministros en el almacén, así que sólo diez de nosotros podrán llenar las bolsas con ellos. Al comandante no parece importarle demasiado, sólo quiere volver y reventar, febril, en medio del combate como un animal sediento de sangre. Supongo que en el fondo sí que le importa, pero no puede dejar el asedio a medias y no hay más campamentos donde abastecerse, así que nos ordena a algunos quedarnos para recoger lo que vaya llegando, da la orden para rematar los combos de poder y una vez fortalecido se larga echando ostias a buscar la torre de nuevo, seguido por su séquito. Arrasan con cada cosa que se mueve frente a ellos mientras avanzan, revientan el suelo que reverbera ante sus pasos.

A mi lado un nigromante hipa, llora y grita de rabia al mismo tiempo. Tiene múltiples heridas, aunque sólo en los brazos y en los hombros. Abusar de tu propia magia tiene consecuencias, el daño nunca puede dirigirse del todo bien y siempre te deja algo de propina. Enloquecido aulla y brama mientras no puede dejar de moverse de un lado al otro, volviendo de vez en cuando al almacén para ver si han traído algún suministro de los campos. Entre las carreras saca una petaca de entre la tela de sus mangas y da un sorbo largo y abrupto. Me acerco y le pido un poco de lo que sea. No me importa demasiado.

—Ah, ladrón, ¡tú tienes toda la suerte del mundo!
—No tengo ninguna, amigo. Puedes creerme.
—¡Pero tú les ves morir, tú les respiras morir, tú les saboreas morir! ¡Cuando mueren tú estás ahí para recoger su muerte en la cara! ¡Un trozo de metal es lo único que separa tus manos de su muerte, y la mayor parte de las veces el metal está bien dentro de su hediondo cuerpo!

El líquido apesta. A alcohol, por supuesto, pero también a algo asqueroso que no sé distinguir. Le pego otro trago largo antes de devolversela, y noto cómo me abrasa por dentro de un modo mucho más que físico.

—De todo te cansas, amigo, de todo te cansas. Al final ya no sé quién es el tipo al que estoy matando y me da igual uno que otro.
—¡Pero eso sólo es porque siempre estás a su lado! Yo pudro el suelo que ellos pisan y les voy desangrando poco a poco, les cangreno los intestinos, ¡les chupo la vida sin que ni siquiera se den cuenta hasta que mueren como alimañas! Pero nunca estoy cerca, nunca estoy lo suficientemente cerca como para notar cómo mueren, como para sentir en mi pulso que el suyo se ha parado para siempre! ¡Ah, cómo te envidio, no sabes cómo coño te envidio!

El combate nos hace esto a todos, en un momento u otro.

Vemos cómo los aldeanos traen más suministros y se los quitamos de los brazos para volver corriendo al asalto, salimos del campamento como alma que lleva el diablo tropezándonos con las piedras que no vemos y con la hierba que nos hace resbalar. Caemos al suelo y nos levantamos y volvemos a correr, porque de nuevo no tenemos piernas y estamos volando como pájaros, como pájaros enfurecidos que tienen un destino al que deben llegar lo más pronto posible. Nos metemos en el túnel regado de cadáveres y veo al fondo al tipo de la flecha en el ojo, que sigue vivo, y a alguien curándole pese al granizo de metal y madera. Veo cómo le levanta sólo para que una nueva andanada vuelva a tirarle al suelo. No puedo oír nada porque a mi lado el nigromante está gritando algo como “venganza” o “muerte” o “hijos de puta” o todo a la vez a golpes de garganta. El comandante se ha alejado del alcance de los carros y está construyendo catapultas, sin protección alguna ni altura pero lejos. Esquivamos áreas y cadáveres, de nuevo corriendo sin que nos importe nada más que llegar a donde están construyendo nuestros aliados para darles nuestros suministros. El nigromante conjura hechizos a una velocidad que no puedo seguir y puedo ver como gente sobre la muralla se va pudriendo lenta pero inexorablemente, así que grito “¡joder, amigo, ahora soy yo el que te envidia!” y eso consigue arrancarle una buena sonrisa. Al llegar ayudamos a montar los asedios y empezamos a golpear los muros, que ya están bastante dañados.

Tenemos un segundo. Me pasa de nuevo la petaca. Le sonrío. Doy un trago largo. Directo al estómago.

—¿Qué es esto?
—No quieres saberlo.
—Tienes razón, no quiero.

Apuro uno más y se la devuelvo.

Los muros han caído y el comandante vuelve a dar la orden de romper los combos de fuego. Un guerrero norm no para de dar dentelladas alrededor mientras avanzamos hacia el Lord de la torre. Está perdido, todos lo estamos, pero al mismo tiempo paradójicamente estamos ganando. La mitad de la defensa ha saltado por la parte posterior de la muralla, la otra mitad muere ante nosotros como valientes, en segundos. El destacamento de que aún queda arriba está tan loco como nosotros, ponen los ojos en blanco y se lanzan sin miedo hacia delante.

La torre es nuestra.

2. Los futuros.

1.

Cuando me desperté aquella mañana Tyra estaba a mi lado, respirando pesadamente. Dulce y preciosa, e igualmente retorcida y peligrosa. O no. O yo qué sé. El caso es que estaba allí y a mí me hubiera gustado tener más recuerdos de la noche anterior, pero no tenía prácticamente ninguno. El esfuerzo de mirar bajo la cama para buscar el bacín casi me hace vomitar del mareo, y en cuanto lo encontré fue lo primero que hice. Hasta el fondo. Todo fuera.

—Tu sí que sabes cómo despertar a una dama, K.
—Te lo agradezco, ando corto de autoestima últimamente.
—Tonterías.

Me concentré de nuevo en el bacín porque no soy de los que dejan las cosas a medias, y no paré hasta que mi estómago se dió la vuelta incómodamente en mi boca y volvió a su posición de nuevo. Me senté en la cama para mirar cómo Tyra se vestía lentamente, de un modo casi ritual, subiéndose las medias hasta mitad del muslo para luego pinzarlas con las tiras del liguero que lleva en la cintura.

—Te aseguro que es casi más excitante ver cómo te vistes que ver cómo te desvistes.
—Te aseguro que no tienes demasiados recuerdos de cómo me desvestí, camarada.
—Es posible, pero puedo hacerme una idea con lo que tengo delante ahora mismo.
—Una idea no es nada. Una idea es humo.
—Soy experto en humo, en aire y en desaparecer. ¿Es eso lo que toca ahora?
—Para nada, amigo. Aún queda lo mejor. Voy a bañarme y nos vemos de nuevo en un par de horas, si estás interesado en una conversación acerca de tu futuro, por supuesto.
—No tengo especial interés, pero lo haré por verte un rato más.
—Estás muy tontito esta mañana, Reilly.
—Es posible, quizá lo he estado siempre, pero antes no podía permitírmelo.
—¿Y ahora?
—Ahora soy un perro sin amo. Tengo todo el tiempo del mundo. Puedo ser lo que quiera.

2.

Un par de horas no son nada cuando tienes que despegarte los párpados, vaciar los intestinos, intentar meterte en una bañera y no morir por la mezcla de la resaca y la bajada de tensión del agua caliente, encontrar las fuerzas para utilizar el jabón y frotar a conciencia, y después de todo ese esfuerzo darte cuenta de que no tienes muda y que tus ropas apestan. A cerveza, a humo de leña y a sexo.

Ese último perfume me parece más soportable, más asequible.

Cuando aparece la dueña del establecimiento cabreada porque no le dejo mi sitio al siguiente le explico lo de mi ropa y se presta amablemente a venderme un juego limpio a un precio desorbitado. En Arco de León se adora la necesidad, se la idolatra, y se le rinde culto y pleitesía siempre que se puede. Le pregunto si puede hacerse cargo de la sucia, a lo que accede a un precio más razonable porque, al fin y al cabo, yo ya estoy vestido y me las puedo llevar a que las laven en otra parte. Le prometo pasar a recogerla por la tarde.

Salgo a la calle bajo un sol cegador que me golpea tras los ojos como un martillo de dos manos manejado por todo un experto. Doy una vuelta por las calles y me siento extrañamente bien, complacido por todo un poco. Me pregunto qué estará pensando Haltair en este momento, en qué guerras andará metido, en que nuevas misiones en las que yo no tendré parte alguna. No todo iba a ser felicidad, por supuesto.

—Eh, ¡sylvari!

Me doy la vuelta y me encuentro a un asura a la altura de mi cintura mirándome con una sonrisa enigmática. Me cuesta un par de segundos recordar al nigromante que me acompañó en una de mis primeras incursiones después de abandonar la orden.

—¿Qué tal, soldado?
—Bien, amigo, bien. Me alegro de verte vivo. Me acuerdo a menudo de aquella tarde estupenda, un asalto perfecto, ¿no crees?
—Un poco largo, un poco demasiado largo.
—Sí, pero al final triunfamos, me preguntaba...
—¿Sí?
—¿Qué estás haciendo ahora?
—¿En las fronteras?
—Sí, vi que no llevabas distintivo de ningún clan... quizá te interese que nos veamos luego y te haga un par de propuestas.

Parece que de repente a todo el mundo le interesa mi futuro.

—Me parece bien... perdona, no conozco tú nombre.
—Astilgore. ¿Y el tuyo?
—K Reilly. Me parece bien entonces, Astilgore. Siempre que haya cerveza de por medio.
—Eso puedes darlo por hecho, K. Conseguí un par de cosas en aquella torre que se han vendido especialmente bien, date por invitado. ¿Te parece bien que nos veamos en el Pato a media tarde?
—Estoy siendo un tertuliano demasiado asiduo al Pato últimamente, pero me parece bien. Tú invitas, tú escoges el lugar.
—Entonces hecho, quiero presentarte allí a alguien. No llegues tarde.

Doblo la esquina y me pregunto por qué todo se enlaza de este modo cuando a la vida le da la gana. Conozco la respuesta desde hace mucho tiempo: las cosas simplemente suceden y nosotros estamos en medio. No hay que darle muchas más vueltas.

3.

He de reconocer que una vez bañada y vestida para la ocasión Tyra está aún más hermosa, y me imagino cuántos tipos inocentes o despistados han perdido hasta la camisa por fiarse de ella. La belleza siempre es un asunto turbio porque es más o menos incondicional, puedes encontrarte a un tipo muy inteligente y desconfiar de él hasta la médula, puedes encontrarte a otro rico hasta la decadencia y desconfiar igualmente, pero una mujer bella no suele despertar ese tipo de precauciones. Supongo que, como me dijo ella misma una vez, los hombres somos tontos hasta el ridículo. Y más allá. Escogemos mal y tarde nuestras desconfianzas. Y así nos suele ir.

—Tyra, estas espectacular.
—Amigo mío, debo decirte que te ha sentado realmente bien abandonar a los tristes de los sombras, creo que como sigas así voy a terminar pensando incluso que estás vivo.
—No será para tanto, al fin y al cabo eres un lugar en el que ya he estado, no me haces hervir la sabia como antes.

Su cara da un ligero respingo y por un segundo parece algo ofendida, pero en seguida retira el gesto detrás de la máscara habitual.

—¡Enhorabuena, te estás haciendo un varón adulto, empiezas a decir las mismas estupideces que ellos!
—Lo siento, realmente no quería ofenderte, pensé que estábamos jugando.
—Y lo estábamos, no soy tan sensible. Si empiezo a pensar que tú sí lo eres tendre que terminar con estas conversaciones, lo que me daría mucha pena, puedes creerme. ¿Quieres tomar algo?
—Cerveza.
—¿No es demasiado pronto?
—El bar está abierto, ¿no?
—Sucio, miserable y abierto, sí señor.
—Entonces ya es incluso demasiado tarde. Llevo retraso.
—Como quieras. Yo creo que me voy a decantar más por un buen desayuno.
—¿Y eso no incluye una buena jarra de cerveza?
—No en mi mundo.
—Recuérdame que se me olvide visitarlo, por favor.
—Creo que puedo incluso poner carteles con un dibujo de tu cara para que te echen si te despistas alguna vez y pasas por allí.
—Sería todo un detalle por tu parte.

Inclina la cabeza en un gesto de agradecimiento, levanta el brazo y llama a un sirviente para pedir. A nuestro alrededor hay caras que no me terminan de convencer demasiado. ¿El tipo de la mesa del fondo, ese norm enorme con cicatrices a modo de tatuajes en la cara y el cuello, no nos está mirando fijamente? ¿Y el humano de dos mesas a la izquierda no está fingiendo conversar con su acompañante mientras nos ojea de soslayo con excesiva frecuencia? Al menos eso le debe parecer a la mujer que le acompaña, porque no para de llamarle la atención para que le haga caso. El norm parece un tipo bastante sólido físicamente y en absoluto moralmente, y casi puedo notar rabia en su mirada. ¿Un antiguo amante? En ese caso el intento de paliza me lo llevo seguro. ¿Podría estar Tyra en la cama con semejante bestia? Supongo que si la situación lo requiriera... ¿puedo yo competir con él? Desde luego no en fuerza. Si al menos me acordara de algo de lo que sucedió anoche... quizá no lo hice mal del todo. O quiza no lo hice en absoluto. O quizá... yo qué sé. Quizá mejor que ese animal de norm. O quizá de otro modo. No tengo ni idea de por qué estoy pensando en esto ahora mismo.

—Parece que tenemos amiguitos, Tyra.
—¿A quien te refieres, al humano floreado y al norm brutal?
—Exactamente.
—El humano es un idiota con el que tuve algunos asuntos hace algún tiempo, no debes preocuparte por él. Al norm no le conozco en absoluto.

El humano me parece mucho más asequible en terminos de guerras entre mantas, colchones y almohadas. Seguro que podría batirle con los ojos cerrados. O borracho. O como fuera.

—Entonces el problema es el norm.
—No creo que lo sea, parece ajustarse más a “bicho amenazante pero incapaz de hacer daño”.
—Si tú lo dices...
—Oh, ¿tienes miedo?
—Dulzura, mi miedo está focalizado exactamente a un metro a mi alrededor en este momento. Y es casi pánico, si quieres que te diga la verdad.
—Eres un sol... ¿de verdad sientes eso por mí? Madre mía, ¡flirteando eres todo un experto!
—Ya sabes, voy probando, tejiendo experimentos, inventando cosas nuevas... me mantengo curioso y aprendo siempre.
—Eso te honra. ¿Quieres que empecemos a hablar en serio o esperamos a la comida... o la bebida, en tu caso?
—No me preocupa en exceso la etiqueta, por mí puedes empezar ahora mismo.

La sonrisa desaparece de su cara y de repente parece concentrarse. Piensa un momento las palabras que va a decir a continuación y me coge de la mano.

—Reilly, estás en una situación delicada.
—Pensé que íbamos a hablar de algo que yo no sabía.
—Ya no bromeo. Ya no. Te aconsejo que intentes hacer tú lo mismo. El Cuerno Dorado te está buscando para hacerte un buen regalo por tu trabajo con el tesorero. Los Dioses de la Guerra te están buscando igualmente, mi inteligencia no ha conseguido todos los detalles pero parece que hiciste un buen trabajito con uno de sus miembros más destacados, un tal Buirig. De algún modo eso motivó que el clan al completo abrazara la causa de Baruch, cosa que no termino de comprender del todo porque el tipo en cuestión, Buirig, no sólo no parece guardarte rencor sino que además se ha unido a las sombras.
—Es un hermano.
—Será hermano de quién sea, pero ahora mismo ya no es tu hermano.

Paramos un segundo mientras el sirviente deja nuestras consumiciones en la mesa. Tyra le sonríe como si estuviéramos hablando de mariposas y no de traiciones.

—Tyra, el Cuerno Dorado ha abandonado Baruch. Desde ese punto de vista van a perseguirme igualmente porque soy un enemigo. Y Los Dioses de la Guerra, por el motivo que sea, han abrazado nuestra causa, así que suponer un intento de asesinato por su parte sería acusarles de traición, ya que por mucho que yo ya no esté bajo el manto de las sombras sigo siendo un soldado de su bandera.
—Pensé que íbamos a hablar en serio, Reilly. Creo que si tenemos que hablar de tu futuro primero tenemos que dejar claro y sin ambages cuál es tu situación actual. Necesito que comprendas eso antes de continuar.
—Sabes que lo comprendo perfectamente.
—Pues entonces compórtate como tal. El Cuerno Dorado se largó en parte por tu falta de profesionalidad con Androw, y por mucho que se hayan ido eso no quita que sigan guardándote rencor por tu fallo.
—Por mí...
—Por tu fallo, sí. No importa lo que yo hiciera, no importa que ellos ya tuvieran un pie fuera antes de lo del tesorero, un clan no puede perdonar que se haya secuestrado a uno de sus miembros, y no quieren perdonar el rescate que tuvieron que pagar para devolverle a sus filas. Los asesinos se contratan para una misión y punto, tú deberías saberlo mejor que nadie. No importa donde estén ellos, lo único que importa es dónde está el tipo que te tiene en su punto de mira. Y los Dioses de la Guerra han entrado en Baruch, pero no voluntariamente. Sea lo que fuera que hiciste con Buirig, el heredero, conseguiste que todo el clan se uniera a vosotros. Pero eso no quiere decir que estén convencidos de dónde están. Tarde o temprano habrá una reunión entre él y su padre y volverán a su lugar natural. Es cuestión de tiempo.
—O no.
—Demasiado convencido te muestras del tratamiento que le aplicaste.
—Tú no podrías comprenderlo, Tyra, simplemente le expliqué la verdad.

Me mira inquisitiva y curiosa. Levanta el brazo para pedirme más cerveza. Sonríe.

—La verdad, Reilly, no existe. ¿Sabes qué es la verdad? Nada. Nada de nada. Las cosas son como la gente quiere verlas, y no hay más. No vemos las cosas como son, las vemos como somos. No puedes explicarle la verdad a nadie porque, te repito, la verdad no existe, la verdad es un cuento de viejas desdentadas que sólo se creen los nietos alrededor del fuego del hogar mientras reciben dulces de sus abuelas. Fuera de ahí, la verdad no existe.
—Eso es triste, Tyra. Sin verdad no hay nada. Sin verdad no hay justicia ni honor.
—Eso mismo. Has vivido un cuento de hadas entre las sombras, un cuento en el que ciertas cosas significaban ciertas otras, pero te aseguro que no has vivido más que un engaño. Si el Cuerno Dorado piensa que quiere que estés muerto lo estarás, y dará igual la verdad o cualquier otra necedad que quieras invocar. ¿Te salvó la verdad de ser expulsado de las sombras? Claro que no. Por mucho que hayas traido a Buirig y su clan a Baruch, del modo que sea, si quieren verte muerto estarás igualmente muerto. Quizá le enseñases a Buirig lo que tú crees que es la verdad, pero la verdad es un cajón en el que cada uno mete lo que le conviene para justificar lo que quiere. Los Dioses de la Guerra lo están viendo ahora mismo exactamente igual que yo, y para ellos eres ya leña muerta. Es sólo cuestión de tiempo. No te refugies en la verdad, te aseguro que es demasiado pequeña como para cobijarte.
—Comprendido, Tyra. Comprendido. Dime lo que has venido a decirme.

4.

Al final pertenecer al Pato es muy sencillo, sólo tienes que ir un par de veces, montar algo de barullo y hacer que la estancia de los turistas sea algo interesante. A partir de ese momento eres parte del elenco. Los turistas son la materia prima del Pato por varios motivos, el primero y más evidente es que se dejan su dinero en la bazofia que te sirven en la barra, y el segundo y más espurio es que cada timo o robo cometido allí debe pagarle porcentaje al dueño. Siendo ese el modo en el que las cosas funcionan lo exótico que pueda atraer al turista, las peleas, los bancos rotos, las mesas volcadas, son el tipo de cosas que hacen que a la casa le parezcas de repente un tipo sumamente rentable. Y así me encuentro, sentado frente a una mesa de madera con tres jarras, junto a un asura con heridas más o menos recientes debidas a un abuso de magia y un norm enorme con cicatrices a modo de tatuajes en el cuello y la cara.

—Tengo que decirte, K, que sabemos quién eres. Y no nos importa.
—A mi zi me importa, zolo quiero que lo zepas antes de zeguir. Erez un puto baztardo que traicionó a su gente. Me gustaría que no aceptaraz el acuerdo para reventarte contra el zuelo ahí fuera. Viendo la mierda de tío que erez no tardaría ni un puto zegundo.
—Tienes que perdonar a Karhun, amigo. No entiende de las sutilezas de la política y la estrategia. No comprende cuánto puedes ayudarnos en nuestro plan.
—Dime qué plan es ese.
—Explorar. Queremos explorar. Queremos hacernos ricos.
—Nadie se hace rico explorando, Astilgore, sólo te haces cadáver.
—¿Vez? Ez un puto cobarde, no ze que hacemos aquí perdiendo el tiempo hablando con él.
—Karhun —silabea cabreado Astilgore— tu boca está hablando. Tienes que controlar eso. Entiendo los peligros de explorar, amigo sylvari, pero contigo nuestras probabilidades pueden cambiar. No es lo mismo explorar con un sombra, con un ex-sombra en este caso. Puedes enseñarnos muchas cosas que aumenten considerablemente nuestras posibilidades de supervivencia. Te necesitamos. Y queremos que te hagas rico con nosotros, por supuesto, incluso más que nosotros si tus lecciones son especialemente útiles.
—Tengo la cabeza en muchos sitios ahora mismo, Astilgore. No sé cuándo estaré preparado para acompañaros por los caminos.
—Tómate tu tiempo, sombra. Como te dije el último asalto me dio bastante dinero como para aguantar un tiempo preparándome para lo que venga después, y no quiero tener prisa en esto. Hay mucho en juego.

Levanto la jarra y la termino. Pido otra.

—Los caminos, Astilgore, Karhun, son la muerte.
—¡Azquerozo cobarde!
—Las zerg hacen sus rutas y van eliminando lo que pillan a su paso, grupos de exploradores enemigos más grandes que este nos barrerán si nos encuentran. Nuestra única posibilidad es lo fácil: no encontrarnos con nadie superior a nosotros. De otro modo, estamos muertos.
—¡Pero los sombras lo hacéis todo el tiempo!
—Sí, y sobre eso tengo dos cosas que decir, Astilgore. Uno: los sombras abrazamos el sigilo, lo que nos hace elegir nuestros combates. Un nigromante y un guerrero no pueden hacer eso, y mucho deberíamos entrenar para poder salvaros a vosotros con mis invisibilidades. Dos: los sombras no somos ricos, pese a explorar constantemente. Gastamos más de lo que ganamos. Lo que está detrás de explorar es ganar emplazamientos para Baruch, si queréis haceros ricos sería mejor que os uniérais a algún clan. Puedo ayudaros a sobrevivir, en incluso puedo hacer que lo hagáis razonablemente bien, pero esta misión no tiene sentido si lo que queréis es haceros ricos. Lamento decíroslo.
—Te dije que no tenía zentido hablar con él.
—Karhun... por favor... contrólate. Reilly, me gustaría que nos dejaras comprobarlo por nosotros mismos, pero con la seguridad de tener un ex-sombra entre nosotros. Te pido una sola ruta, si tú tienes razón repartimos lo que quede y abandonamos. ¿Qué te parece?
—¿Qué ruta?
—Este, norte, oeste y a casa.
—Quieres decir todo el mapa.
—Eso mismo quiero decir. Una vez. Nos llevas a salvo al portal asura, miramos beneficios y entonces decidimos si merece la pena o no.
—Es una locura.
—Tampoco tienes nada que perder ahora mismo. No perteneces a ningún clan, y por muy mal que nos vaya tú siempre puedes evadirte con tu sigilo.
—Astilgore, una vez en combate no siempre es tan fácil dejar a los demás atrás.
—No te preocupes, sombra, si las cosas se ponen feas yo mismo te pediré que te largues. Yo mismo protegeré tu retirada si hace falta.
—Pide más jarras.
—¿Eso es un sí?
—Pide más jarras.

3. El viejo pinchazo.

1.

Correr por los caminos como si no hubiera más mañana que ahora mismo, dar saltos, esquinar enemigos que nos superan en número confiando que no nos hayan visto antes de que nosotros lo hiciéramos, confiar, confiar, confiar en que todo va a ir bien. Asaltar un campamento, confiar en que no va a venir nadie a darnos un susto. Confiar, confiar. En caso negativo, confiar en que podremos huír a tiempo. Confiar en que todo va a salir como debe y que en ningún momento voy a tener que tomar la decisión que más estoy temiendo: dejarles atrás.

Eso es ya confiar demasiado.

Los brazos del nigromante heridos, el martillo del guerrero mellado, mis dagas bañadas en sangre que entran y salen y me ocultan y vuelven al tajo como si no hubiera nada más perfecto que hacer en este o en cualquier otro momento. Más caminos, más enemigos, escoger pequeños grupos que sólo nos superen levemente en número. Y dejar que el nigro pudra el suelo, que el guerrero los atonte a todos para encontrar mi camino de filo de acero que busca dónde el peto termina para entrar, hendir, hundir, hacer todo el daño posible antes de retirarme al abrazo del sigilo a regenerarme. Al final es como métrica, o como una danza, o como un juego de movimientos preestablecidos. Pudrir, atontar, herir y matar. Es como una letanía, algo mecánico y vivo al mismo tiempo. Ritmo. Sentir los tiempos, esperar el momento, y reventar al son que marca la melodía.

Pararse a coger laurel.

Eso te parte en dos. No consigues comprenderlo del todo.

El aire huele al invierno que nos rodea y los aromas que lleva el viento son de todo aquello que ahora mismo está creciendo en medio de la dificultad del frío. Si te paras un segundo a tomar aire puedes notar el sol ténue intentando calentar algo, sentir la brisa en la cara mientras no paras de tomar aliento. Percibes un montón de cosas indefinidas que te recuerdan que hay más cosas que puedes hacer estando vivo que las que de hecho haces, pero tú estás dentro del baile y encuentras los pasos porque tu propia vida depende de ello. Depende de un modo absoluto.

Podrías acunar a tu enemigo mientras cae al suelo y expira su último aliento. Podrías hacerlo. Sería como una bonita despedida. Un perfecto hasta luego. La guinda.

En el fondo, eres consciente, todo esto es tentar y azuzar a la muerte, obligándola a buscarte. Pero así es como las cosas funcionan. Así es cómo has hecho que funcionen.

—Reilly, ¿paramoz aquí?
—No es un mal sitio, Karhun. Astil, te toca cocinar, amigo.

Comer algo, entrar en el juego de risas del juego de risas que toca ahora. Soltar algunas tonterías, compartir fuego. Lo del fuego es una estupidez, pero no he sido capaz de convencerles de que es como avisar a todo el mundo de que estamos aquí. Como invitarles a venir. Sólo he conseguido que lo apaguen una vez que hayan terminado de cocinar, y de que nos mudemos antes de dormir para que nadie venga a vernos atraído por los rescoldos aun calientes.

Así son las cosas.

Después, cuando ya duermen, me levanto y busco a ciegas un buen destino, una piedra, algo bajo la luz de las estrellas que me indique que puede ser bien visible de día. Necesito que lo sea. La marco con tiza y debajo inserto un trozo de papel con mi mensaje: “despeña bien defendido, inútil para un asalto pequeño, campamento nuestro pero sin guarnición extra, nos dirigimos al campamento norte”.

Y después vuelvo a acostarme en el suelo, confiando de nuevo en que ni Karhun ni Astil hayan notado que me he ido un segundo, afilando las excusas y las razones para justificar mi ausencia si llegaran a preguntarme. Confiar, confiar. Y me pregunto qué harán con mis informaciones, me pregunto si estoy haciendo lo correcto. Recuerdo a Haltair, allí en la fría torre de las sombras intentando llevar a buen puerto a Baruch en la medida de sus posibilidades. Qué duro es organizar nada, qué duro es mantenerse entero en medio de este mundo que se tambalea. Qué duro es conservar el norte, pese a lo claras que lucen las estrellas esta noche.

2.

El vigía nos ve venir y se alegra de que le llevemos un desayuno aún tibio, algo de conejo y patatas asadas. Karhun tiene ganas de acción y se mueve nervioso templando el peso del martillo entre las manos, agitando los brazos, moviendo la boca como si estuviera masticando algo duro. Astil se ha alejado un poco para mear en unos arbustos, y y mientras lo hace se frota los brazos dejando que la polla encuentre su camino ella sola. Deben dolerle horrores.

—¿Qué tal, amigo, jaleo? Creo que necezitamoz algo de acción, ¿dónde está? ¿Alguna pizta?
—Ah, vais en camino contrario, están intentando reventar central. Iría para allá yo mismo si no tuviera que estar vigilando aquí, observando que los dolyak llegen en su camino a Despeña. Se va a montar una gorda, gordísima, a juzgar por las noticias que me han ido llegando. Tenemos buenas defensas allí, pero parece que la hueste enemiga es grande.
—¿Cómo de grande?
—No lo sé, sólo he escuchado rumores, pero parece que bastante para que todo el mundo se ponga nervioso.
—Nosotros nos dirigíamos al campamento norte.
—No tiene sentido, es ya nuestro. El último dolyak pasó por aquí hace menos de un cuarto de hora.
—Entonces deberíamos ir a echar una mano.
—Sin duda. Deberíais.
—¿Qué pasa?
—Están atacando central, Astil, y el campamento norte es nuestro.
—Qué contrariedad.
—Depende de cómo lo mires.
—Sólo tengo un modo de mirarlo: dinero. Parece que al final vas a tener razón, Reilly. Esto no es demasiado rentable.
—Quizá en el asalto encontremos lo que buscas.
—O quizá sólo la muerte.
—Eso ya nos rodea bastante.

El vigía come mientras Karhun sigue nervioso. Astilgore piensa murmurando lo que hacer a continuación y yo le ofrezco un cigarro al vigía después de que termine el desayuno. Me da las gracias.

—Oye, sé que es una estupidez, pero me gustaría preguntarte algo.
—Dispara.
—¿Conoces a esta mujer?

Saco la imagen que me dió aquel otro vigía antes de morir, eones atrás. Está algo rota, algo desvencijada, maltrecha del camino. Sé que es prácticamente imposible que la reconozca, pero tengo que intentarlo. Es ya casi una costumbre.

—Ah, Doyla, una verdadera hembra. Grande entre las grandes, muy hermosa.
—¿La conoces?
—Por supuesto que sí, crecimos juntos.
—Asesiné a su amante, o al menos a alguien para el que ella era importante.
—Vaya.
—No pertenecía a Baruch.
—Lo sé. Era un buen charr.
—Eso me pareció.
—Pues yo te lo puedo asegurar. ¿Hace mucho?
—Sí, hace algún tiempo ya.
—Qué lastima, me hubiera gustado despedirme de él.
—Lo siento.
—No tienes nada que lamentar, cada uno escoge su sitio. Él escogió el suyo, y tú el tuyo. Que os encontrarais entra dentro de lo que podía pasar.
—Aún así lo siento. ¿Cuál era su nombre?
—Bormik.
—¿Dónde puedo... encontrarla?
—No lo sé, amigo. Es curandera y va de aquí para allá. Puedes preguntarle a su familia en Arco. Ellos podrán indicarte. Busca a la familia de Doyla Diente Sangrante.
—Eso haré.
—Gracias.
—¿Gracias por?
—Porque eso es hacer las cosas bien.

Le miro directamente a los ojos y bajo la mirada en seguida. Me respeta, me entiende, me comprende y, sin embargo, no puede dejar de odiarme al mismo tiempo.

3.

Entramos por la puerta que da a Despeña, porque por el camino nos han ido informando de que ellos están asediando la puerta de Colinas con todo lo que tienen. Una vez dentro me sorprendo de la cantidad de puestos que ofrecen sus mercaderías incluso en el círculo exterior de la muralla, melocotones, pollos asados, flores, armas y armaduras. No sé si esta gente es consciente de lo que puede pasar si algo va mal, aunque entiendo que pasarán al bando contrario justo en el momento en el que la fortaleza cambie de manos. Y seguirán vendiendo igual. El negocio es el negocio.

Astilgore está pensando exactamente lo mismo mientras le echa un vistazo a los puestos y compra algunas cosas planeando, quizá, revenderlas en otra parte donde haya menos oferta. Los asura son un pueblo grande en algunas cosas y completamente mezquino en todas las demás. Karhun se tambalea por la emoción y busca un sitio donde darle utilidad al martillo.

—Reilly, ¿dónde vamoz?
—Donde quieras, norm. No hacemos la misma guerra, así que no puedo ir contigo en este asedio. Mi forma de hacer daño es diferente a la tuya. Si yo fuera tú buscaría un comandante y me pondría a su lado atento a las cargas. Yo me quedaré detrás para flanquear al enemigo y enmudecer su retaguardia.
—¡Azquerozo cobarde!
—Kar, pensé que ya habíamos pasado por eso. Tú estarás en el centro, pero yo estaré entre sus líneas. Con mi armadura no puedo estar a tu lado, pero te prometo que tus bajas no serán muy superiores a las mías.
—Ezo habrá que verlo.
—¿Confías en mí?
—No.
—¿Puedes confiar en que sea sincero si te digo cuántos han caído bajo mis dagas?
—Creo que en ezo zí puedo.
—Entonces hablamos luego.
—Zi zeguimoz vivoz, en todo caso.
—Tú lo has dicho. Te deseo suerte, amigo.
—Lo mizmo digo, cobarde.

Y su figura se pierde en la distancia mientras yo mantengo un ojo en el asura, que ha terminado de encontrar cosas interesantes y vuelve conmigo.

—Bueno, señor K, voy a buscar mi sitio tras nuestros placas.
—Bien dicho.
—Espero verte cuando todo termine.

Asiento levemente y miro cómo se marcha. Después me acerco a la puerta y subo a las almenas, para evaluar la situación. El asedio es realmente terrible. Están reventando la puerta con arietes por un lado y a distancia con catapultas por el otro, pero gracias a la pendiente ascendente estas últimas no parecen estar siendo muy efectivas. A mi lado repiquetean los carros de flechas que disparan sin cesar, y nuestras propias catapultas que apuntan a las suyas. Ojos inyectados en sangre miran hacia delante y buscan un objetivo mientras apuntan. Tras nuestra puerta el comandante espera el momento de lanzar una carga.

Arriba sobrevuelan los buitres. Hambrientos.

4.

He ido a la sala central donde el Lord de la fortaleza recibe las informaciones y toma las decisiones pertinentes. Comandantes estúpidos de clanes tan estúpidos como importantes se pavonean emperifollados en un ejercicio de bravuconadas sin sentido, “voy a matarles”, “dejádmelos a mí”, “están ya muertos”.

Ecos de fiestas de baile.

Detrás de mí escucho una risa que me hiela la sangre y después la destroza con un leve toque. Esa risa no debería estar aquí. Debería estar en cualquier parte excepto aquí. Me giro lo suficiente como para ver a Tyra al lado de un comandante de palo que habla exaltado de lo que va a hacer en la batalla, inmune al hecho de que está aquí en vez de ahí fuera, bajo los buitres.

Inmune a todo, de hecho. Esa gente no muere en combate, valen más como objetos de cambio. Pero para eso tienen que estar vivos, y el enemigo es más que consciente de ello. Los demás sí morimos.

Ellos no.

Soy consciente de que Tyra me ha visto, y mientras me camuflo tras una columna la oigo despedirse del ególatra gerifalte y sé que se está acercando hacia mí.

—Saludos, reina, ¿qué tal estás?
—Mejor que tú, por lo que puedo ver. Al menos en mejor posición.
—No te creas, mi posición me la labro yo, la tuya depende de todos estos estúpidos intrigantes a los que adulas.
—Eres un sol, ¿estás preocupado por mí?
—No.
—Te hacía yendo al campamento norte.
—Esa era la idea.
—Pero estás aquí.
—En eso terminó todo.
—Tu información no es precisa.
—Lo fue cuando la di. Ese campamento es ya nuestro.
—Ya.
—Me pregunto qué pasaría si le dijera a todo el mundo ahora mismo que eres un agente del enemigo.
—La respuesta es fácil: que tendrías que demostrarlo. Te advierto de antemano que no sería sencillo. Puedes intentarlo, sin embargo, pero me daría mucha pena verte morir tan rápido.
—Eres un verdadero dolor, Tyra.
—Gracias. ¿Cuáles son tus planes?
—Ayudar en el asedio.
—Exactamente igual que los míos, qué coincidencia. ¿Y después?
—Seguir hacia el norte.
—Eso está bien, que no se te olvide.
—Pensé que me estábas siguiendo. Leyendo los mensajes.
—Oh, no seas estúpido. Valgo más que eso. Tengo a gente haciéndolo.
—Lo siento, esperaba más de mí.
—Eres tan inocente que creo que estoy empezando a enamorarme. Hazme el favor de cuidarte y quizá podamos ver otro amanecer, tú y yo. Adios, sol.

Su culo se mueve mientras desbroza el mundo de importancia a su paso.

4. Mermelada.

Conocer gente es importante. Conocer a cierta gente puede salvarte el culo más de una vez. Saber a quién mirar desde arriba y con quién colocarte ligeramente encorvado, disminuyéndote. Incluso saber perfectamente ante quién humillarte. Eso, de hecho, sobre todo. Por encima de todas las cosas.

Parece que el sistema de élites y aristocracia responde a un juego de equilibrios entre las capacidades de todos, y que es la forma más eficaz de organizarse para que cada cual termine haciendo aquello para lo que está más cualificado.

Pero eso es mentira. Lo ha sido siempre. Y va a serlo hasta que el mundo termine.

Acabo la jarra de vino maloliente y me apoyo hacia atrás en el banco, respirando hondo mientras me lío un cigarro. La noche es perfecta para decidir qué hacer. Dorm, el norm regordete y de mejillas enrojecidas, es el dueño del Pato y le gusta. Se nota. Se le ve feliz mientras hace como que atiende en la barra con un ojo en las putas y el otro en los timos en curso.

Es un fiera vigilando el negocio. De eso no hay duda.

Las putas saben que tienen un ojo encima y hacen horas extra. Los que van a timar ajustan los márgenes de beneficio haciendo cuentas de memoria y juzgan hasta dónde y hasta dónde no pueden intentar engañarle. Una de las columnas del negocio es la fiabilidad, y es más que seguro que, si descubre que le están robando parte de su comisión, la situación termine diplomáticamente de mutuo acuerdo, con un pobre diablo desangrándose en alguna parte cerca de los canales y él haciéndose cargo de la herencia de los cuatro oros que le arranque de entre los pliegues de la ropa y pagando una fosa común de su propio bolsillo.

Todo un detalle.

No se permite la disidencia porque la permisividad sería interpretada inmediatamente como un signo de debilidad, y eso sería un golpe muy duro para la macroeconomía del Pato. Conocer gente es importante. Engañar no está mal, pero tienes que saber a quién engañas. Si está por debajo de ti en el equilibrio de poder no pasará nada, será incluso considerado como acto que generará respeto. Si está por encima de ti date por acabado. Por eso tienes que conocer a la gente. Tienes que poder ver las estructuras. Tienes que navegar en las corrientes teniendo siempre el viento en la espalda.

Es un hecho.

Me traen otra jarra y me sirvo para dar un trago largo que me escuece en el gaznate como ácido. Más o menos lo que es. Aquí nadie es engañado, mas que el que lo permite. Cada cual puede hacer lo que quiera con su vida, nadie te va a impedir hacer algo estúpido, creer algo estúpido, convertirte en un estúpido. El cigarro me quema los dedos y lo aplasto contra el platillo que hace de cenicero.

En realidad es como una cebolla, puedes entrar aquí por primera vez y ver las mesas, las sillas, la barra, los barriles, gente trabajando y gente consumiendo. Puedes entrar aquí y ver sólo eso. No darte cuenta de nada más. Puedes tomarte tus vinos, e incluso irte con el dinero restante intacto si resultas lo suficientemente amenazador como para que nadie te tome por objetivo. Pero si estás un poco más avispado puedes empezar a ver cómo surgen uniones invisibles entre la gente, cómo se configura una profusa red de relaciones en la que todo el mundo está tejido entre los demás y lo que sucede. A la primera puedes ver a las putas, por ejemplo, y si enfocas puedes llegar a percibir quién está tirando de sus hilos, y cómo. Puedes comprender qué las motiva para servir e insinuarse y subir y bajar las escaleras en su camino a las habitaciones superiores.

Puedes ver a las ya retiradas que se mueven por la parte de arriba cambiando sábanas cuando éstas empiezan a exudar fluídos corporales y no antes, ya viejas que escuchan tras las puertas para comprobar que nadie está haciendo a nadie más daño del educado y consensuado. Putas viejas que se dejaron el coño en estas cuatro paredes por un sueldo exiguo a las que cuando se les fue el cuerpo no les quedó más que rezar para poder continuar de asistenta y vigilanta, porque la alternativa era la calle y su empedrado. Puedes ver sus caras rotas por la pena y por el hastío de una vida follando que ahora discurre viendo follar a otros. Puedes ver cómo a los clientes a veces les gusta soltarles una colleja o un cachete para mofarse acto seguido mientras no pasa absolutamente nada. Están para eso. Quizás puedas ver incluso un destello de rabia en sus ojos, breve, que justo después enfocan al suelo mientras esperan a que el cliente se largue sin violencia adicional.

Eso puedes verlo si prestas un poco más de atención. Está ahí. Todo el mundo lo sabe.

Y todo empieza a torcerse un poco. Las putas ya no te parecen tan amigables, las viejas no te parecen tan serviciales, los parroquianos desde luego no tan abiertos y confiables. En el centro de todo, si te fijas, puedes ver a Dorm, lugar por el que pasan todas las corrientes y puerto al que todos los barcos llegan. Puedes verle engordar visiblemente y enriquecerse libando de todo lo que mueve incluso un sólo pelo alrededor.

Pero eso no es todo. Ya te dije que esto es como una cebolla sorpresa. Cuando crees que estás en la piel y que has terminado con ella, descubres que no andas más que en medio de una capa más y que después sólo te espera otra. Es importante conocer a la gente, saber entre quién te mueves. Puede salvarte el culo, ciertamente. Es posible que algún día lo haga si andas lo suficientemente listo. Pero aquí “suficientemente” significa mucho.

Tener vista de halcón. Ojos afilados como los puñales que cuelgan de mis costados. Quizá incluso más.

Corrientes, un tapiz de relaciones que se teje a tu alrededor en el que estás siendo tejido al mismo tiempo, aunque pienses que eres un mero espectador.

Aquí nadie permanece fuera del espectáculo. Quiera o no. Nadie.

Si llegas a sobrevivir lo bastante puedes ver que el mundo se organiza de forma fractal, y cada pequeño espacio puede contener la suma de todo el universo que gira alrededor. Puedes llegar a percibir de hecho lo pequeño que puede llegar a ser Dorm, y entender que a cierto nivel no es más que un zapatero de agua flotando en mitad de un remanso insignificante del río en el que todo no deja de suceder nunca.

De hecho en el Pato Lechoso se configuran cosas que después modifican el mundo al completo, se toman decisiones que terminan con la muerte un humano despistado en medio de un campamento de la frontera, mientras intentaba cascársela en una tienda haciendo tiempo para dormirse hasta el amanecer. Eso puede suceder y de hecho sucede, casi constantemente.

Cuando miras al dueño ahí abajo, cuando por fin conoces lo suficiente como para poder verle desde arriba, te das cuenta de que en realidad puede ser tu peligro más frecuente, pero no el más dañino.

Porque la realidad se estructura en capas, y más en sitios como este, y el sigilo no es efectivo donde nadie puede verte. En absoluto. Y a veces reunirse en medio del lugar en el que todo está sucediendo puede ser la forma de escondite más eficaz. Como podría decirte por propia experiencia un trilero, de hecho la mayor parte de las veces lo mejor para esconder la moneda en el vaso no es la falta de luz, ni la rapidez, ni el sigilo, sólo el ruído.

Y aquí, en el Pato, hay ruido de sobra para despistar a casi todos.

Conocer a cierta gente puede salvarte el culo. No reconocer a quien no debes te lo salva seguro. El Pato tiene otras habitaciones abajo, en la que se cuidan otro tipo de negocios. Hay clanes que no pueden hacer públicas sus reuniones porque nadie las entendería, y necesitan de un lugar con estruendo para ponerse en contacto disimuladamente. Una batalla es sólo al final espadas que se entrecruzan, y siempre antes ha habido decenas de horas de conversaciones.

Alianzas que se escriben y se inscriben para borrarse y traspapelarse justo después. Flancos que se abren cuando no deben por un error aparentemente casual, morales que caen porque cierto comandante no ha tenido demasiado gancho motivando a sus tropas en un momento crucial.

Capas y capas de una cebolla. Corrientes. Un tapiz que se teje y se desteje constantemente.

La gente dice “mala suerte”, o “tuvimos un mal día”. Sin darse cuenta de que están mirando las cosas desde muy cerca. Desde peligrosamente cerca si el objetivo es tener el control de tu propia supervivencia.

Por todo eso Dorm es importante, más incluso de lo que él mismo llega a saber. Por todo eso muchos vigilan para que siga estando exactamente donde está. Él piensa que es un genio, que sabe hacer bien su trabajo. Que hace las cosas como debe.

Y los transeuntes entran al Pato y se toman una cerveza, sonríen a la camarera que les devuelve la sonrisa, echan un polvo, escupen a la vieja, pierden su dinero ayudando a un desconocido, se van a dormir para despertarse en medio de una demoledora resaca y deciden que no ha estado mal la noche.

Y todo es perfectamente normal y corriente.

5. Un no lugar.

1.

Tres meses, quizá seis de camino en camino manteniendo la farsa de la pequeña compañía con Karhun y Astilgore por los caminos mientras voy informando de la situación que me encuentro en diminutos trozos de tela garabateados y guardados bajo una piedra con una marca de tiza.

Tres, quizá seis meses de aquí para allá y todo sigue exactamente en el mismo sitio. Ninguna facción ha alcanzado ningún avance significativo en el campo de batalla, torres y campamentos cambian de manos para volver a cambiar poco después, porque cuando los efectivos son limitados no pueden cubrir la expansión a riesgo de perder el núcleo de su territorio. Si te derramas demasiado no cubres el suelo. Y pese a saberlo todo el mundo sigue empeñado en este ridículo baile empuñando la gloria y la victoria como si no fueran la otra cara de la humillación y la derrota.

Ganar es un asunto siempre sobrevalorado, es sólo cuestión de tiempo que lo ganado se pierda en otras manos.

Y entre tanto reuniones con mequetrefes cada vez más importantes, en el juego en el que Tyra me introduce con gusto. Reuniones en el reverso del tapiz, donde se esconden los nudos que permiten la bonita imagen del otro lado. Que la configuran. Interrogatorios suaves en los que van haciéndose a la idea de que puedo ser un tipo en el que confiar, en las que adularme con promesas de futuros entre oro y sedas retirado como maestro excelente. Misiones insignificantes que lo son cada vez menos. Sé exactamente lo que están haciendo, metiendo mi cabeza en medio del cepo lo suficientemente despacio como para que no me arrepienta y me largue y lo suficientemente constante para que yo cada vez esté más dentro. Una vez que mi cuello esté agarrado no tendré marcha atrás, porque una vez que has llegado hasta cierto punto no encuentras motivos razonables para no seguir adelante.

Y yo soy consciente, y sigo porque no puedo hacer otra cosa. Todo me ha llevado a esto, y es ya demasiado tarde para lamentarse.

2.

“Esta noche tienes una reunión importante” me dice mientras termina de vestirse. Fuera atardece y la calle se ha llenado de rojos mientras se desmontan los puestos y se llenan los sacos que retirarán la mercancía. Tengo una cerveza en la mano que no está del todo mal y un cigarro colgando de la comisura de la boca que me está cegando. Tengo un cierto hastío de reuniones a estas alturas. Todas son lo mismo.

Y se lo digo.

Y me responde que no tengo que preocuparme, que todo está llegando a su destino.

Me doy la vuelta, me mira y me sonríe. Me aceco a ella y empiezo a quitarle de nuevo el vestido mientras me dice “K, acabo de ponérmelo”.

Sin dejar de reírse.

Cuando todo termina me levanto y vuelvo a mirar por la ventana, y casi saludo a mis vigilantes. Supongo que el tipo que aparenta ser un mendigo es del Cuerno Dorado, y que el norm que lleva media tarde barriendo el mismo metro cuadrado es de los Dioses de la Guerra. O no. Quizá son sólo un barrendero especialmente profesional y un desamparado.

Pero si es así me pregunto por qué puedo notar que ambos se conocen y se guardan las distancias. O por qué he visto sus mismas caras en diferentes personajes todas y cada una de las veces que he estado en Arco de León últimamente. O por qué ambos tienen extraños bultos en la ropa, uno bajo la axila y el otro en el costado izquierdo. Reprimo las ganas de nuevo de lanzarles un saludo.

Al fin y al cabo sólo hacen su trabajo.

Los primeros fueron más agresivos, y más de una vez tuve que defenderme. Yo tuve suerte. Ellos no tanta. Los peces terminaron siendo siempre los ganadores.

Estos sólo me observan. Me siguen a todas partes. Son mi público.

Debería descansar un rato. El tiempo que me quede.

3.

La habitación no tiene nombre ni dirección, y tampoco ventanas. Supongo que es lo más normal del mundo en situaciones como esta. Hemos llegado a través primero de un largo camino por el alcantarillado y después por una colección interminable de pasadizos, todos oscuros e iguales, guiados por un individuo enjuto y calvo que se movía inteligentemente entre los charcos y las piedras sueltas mientras Tyra y yo íbamos tropezando detrás. Cada cierto tiempo un vigía nos saludaba moviendo ligeramente la cabeza. Espero que mi público no se haya visto obligado a seguirme aquí, porque de otro modo a estas alturas van a tener que empezar a buscarme uno nuevo.

Y al final del todo el no lugar. Velas, telas y mobiliario de lujo. Una mesa dispuesta con comida y bebida abundante. Y en otra esquina, tras un candelabro, un tipo. Atento, con ojos rápidos y profundos, mirándome. Si tuviera que dar una definición de “despierto” la tendría justo delante.

—Buenas noches, Reilly.
—Buenas noches. Disculpe si no conozco su nombre.
—No hay problema alguno. Lo habría si lo conocieras, de hecho. Tyra, puedes retirarte. Raul te guiará a un sitio donde puedes esperarnos cómodamente.

Tyra parece el antónimo de la felicidad después de escucharle, pero sale con el calvo por una puertecilla lateral que se cierra inmediatamente después.

—Tutéame, K, estamos entre amigos.
—Me alegra saber eso.
—De hecho nadie te ha retirado tus armas, eso debería hacerte pensar que eres de confianza. Sírvete lo que quieras, la cerveza es de primera. En realidad todo es de primera.
—Gracias.

El tipo no deja de mirarme mientras me acerco a la mesa y me sirvo en una copa de una jarra que todavía tiene una buena ración de espuma. Cerveza negra como la noche que amarga mi paladar y baja hasta mi estómago haciendo todas las paradas, densa como brea. No tengo apetito, así que me cojo la jarra y la copa y me vuelvo.

—No es inteligente beber.
—En absoluto lo es, estamos de acuerdo.
—Entiendo que tienes cosas que ahogar.
—Ciertamente.
—Estoy aquí para asegurarme de que en un futuro cercano tengas algunas ahogadas ya para siempre.
—Eso me parece interesante.
—Pues intenta no emborracharte, amigo, y presta atención.

La puerta se abre un momento y entra Raul, deja un papel sobre la mesa y se marcha sin prácticamente hacer ruído, soportando la mirada de fuego de mi anfitrión.

—Parece ser que tenías compañía, amigo. Espero que no tengamos nada que lamentar, que no fueran tus hermanos, por ejemplo.
—Yo no tengo hermanos.
—Oh, no digas tonterías. Los hermanos son para toda la vida. Por mucho que suceda no puedes evitar eso.
—Se puede. Yo soy el ejemplo vivo. Dudo que las sombras me estuvieran siguiendo, me condenaron al ostracismo. Prometieron no atentar contra mi vida ni siquiera bajo encargo. Al mismo tiempo, prometieron también no mover ni un pelo por defenderla.
—Eso he oído. Gente extraña los sombras, con extrañas afinidades y lealtades. No comprendo como una diminuta mota de polvo como Androw pudo llevarles a tomar esa decisión.
—Androw era el tesorero del Cuerno Dorado. Por mi culpa fue...
—Por favor, no me cuentes lo que ya sé. Androw ha sido siempre un estúpido y si llegó a donde llego fue por la cantidad de caras que puede romper su padre sin esforzarse demasiado. El niño tontito decidió darse una vuelta por las fronteras pensando que era un héroe y Tyra se encargó de que lo hiciera prácticamente solo. El niño tontito se envalentonó en un asedio porque no tiene ni idea de nada en la vida excepto tumbarse, follar, comer y divertirse haciendo niñerías. Y a resultas de ello un estupendo soldado se vió relegado a ir de campamento en campamento con un nigromante con exceso de ego y un guerrero más tonto que este tintero. Conozco tu historia, K. De hecho, hasta cierto punto la he escrito yo mismo. Por supuesto no la escribí para ti, tú no fuíste más que un daño colateral especialmente doloroso. Lamento profundamente todo lo que te ha sucedido. Pero, una vez en este estado de cosas y después de comprobar que alguien de tu calibre ha sido la víctima inevitable del asunto, no quiero dejar las cosas como están. Quiero resarcirte. No me resigno a que la injusticia que se ha cometido contigo quede impune, mereces algo mucho mejor que lo que tienes.
—En la vida las cosas pasan y nos cogen en medio.
—Eso es cierto, pero siempre se las puede ayudar un poquito a que vayan por un camino más favorable, ¿no crees?
—Nunca lo he intentado.
—Bueno, pues de todo esto sacarás además una lección provechosa. Una buena lección. El lider del Cuerno Dorado, a quien por cierto pertenecía también uno de tus seguidores de esta noche, ha estado jugando con las facciones desde que recuerdo, exigiendo oro por seguir siendo una fuerza en las fronteras. Y como puedes imaginarte después de decírtelo, Baruch pagó mucho tiempo por sus servicios, o de otro modo el clan hubiera sido nuestro mucho antes, incluso superando ligeramente su oferta. En ese sentido no tienes nada que reprocharte, negociábamos con ellos una salida más o menos discreta que no afectara al honor y no había modo de que se presentara la ocasión, así que ellos mismos convinieron en llevar a Androw practicamente desprotegido a la frontera.
—¿El Cuerno...?
—Por supuesto, no sólo estaban informados antes de que todo sucediera sino que ellos mismos fabricaron parte del plan. No hubo nada casual aquella tarde, sylvari, ni la parte de Tyra que ya conoces ni la parte del asedio. El comandante que os atacó conocía perfectamente el regalo que había dentro e iba sólo a por él. Fue una suerte para la guarnición de la torre que el muy idiota decidiera hacer una carga él solito, porque de otro modo la hubieran arrasado hasta los cimientos, con la posibilidad de que Androw resultara muerto, variable que ya había sido contemplada y aceptada. Fue el mismo Cuerno el que retuvo a su zerg en Colinas en la gesta incluso después de que llegaran las palomas con las noticias del asedio. Y después de eso la salida de Baruch estaba garantizada con honor.
—¿Honor?
—El honor, Reilly, es una vestimenta. Uno se coloca el honor encima para que los demás lo vean. Otra salida del Cuerno hubiera sido impensable para ellos, no para nosotros. Al haber cambiado de bandera de forma honorable siempre existe la posibilidad de que renegocien con Baruch y vuelvan a abrazar su causa, lo cual es una posible linea de actuación que a nosotros nos desagrada, como puedes comprender. Si por nosotros hubiera sido simplemente hubieran cambiado de bandera de un día para otro, lo que nos hubiera ahorrado bastante oro en pagos. Un sitio menos al que volver es un sitio menos con el que presionarnos.
—Todo lo que estás diciendo es enfermizo. Todo eso... mientras la gente muere en cada camino, torre, campamento, fortaleza...
—Así es. No voy a negártelo, Reilly. Es asqueroso. Pero así es cómo se configuran las cosas, por encima de lo que a ti y a mí nos guste. Hace mucho tiempo estuve en tu posición. Mucho, mucho tiempo. Pero... ¿sabes? Una vez que has visto las cosas como realmente son superas un punto del que ya no vas a poder retornar jamás. Y la pregunta que te haces en ese momento es clara, y la respuesta lógica sólo es una. ¿Quiero jugar al juego con unas reglas justas pero inocentes y despistadas o con las que realmente se está jugando? Esa es la pregunta que tienes ahora mismo delante de ti. Eso es lo que debes asumir antes de nada. —Pero si todo es como dices nada tiene sentido.
—Sí, amigo. Algo lo tiene. El juego. Y el objetivo del juego es ganarlo. Si no, ¿para qué jugar?
—Se puede jugar respetando otras reglas. Todo el tiempo que pertenecí a los sombras sosteníamos unos valores por encima de todo, y el hecho de respetarlos hacía que toda esta locura de la guerra nos afectara de una forma diferente. El hecho de poder encontrar la justicia, el respeto, el valor y el honor dentro de una situación diabólica permitía que no perdiéramos el norte, y que siguiéramos siendo sujetos... morales. Incluso pese a todo lo que volaba alrededor.
—Eso no te salvó.
—No podía hacerlo. Rompí mi código.
—Oh, por Dios, fallaste una vez. Eso no significa nada, todo el mundo falla de cuando en cuando. Sabes más que perfectamente que eso no es todo. Haltair debió decirte que eso no era todo, porque él es así.
—¿A qué te refieres?
—A la política, por supuesto. Estoy convencido de que una vez que el Cuerno Dorado se deshizo en lamentos por lo que les había reportado el fallo de las Sombras más de un clan empezó a pedir tu cabeza. Y estoy mucho más seguro todavía que fue eso lo que motivó la reacción de Haltair, el perder el apoyo de sus aliados, y de que fue eso más que el hecho de que no fuera capaz de entender tu error.
—Eso... es lo que pasó.
—¿Ves?, ni siquiera Haltair juega las reglas que vuestra orden defiende. Y no puede porque él está en contacto con los demás y los necesita, y por eso mismo tiene que usar las mismas fichas que ellos. Tuvo que elegir, y en vez de escoger el honor decidió expulsarte.
—Pero no acabó con mi vida.
—Faltaría más. Voy a decirte una cosa más, sylvari. La última que necesitas. Él conocía todo antes incluso de enviarte a esa torre. Androw, Tyra, el asedio, todo. Evidentemente no conocía los detalles, pero sí estaba al tanto de las negociaciones, por lo que tuvo que parecerle al menos sospechoso que se pidiera un solo sombra para escoltar al tesorero justamente cuando la situación estaba a punto de caramelo. Y Haltair no es tonto, seguramente dedujo de ello mucho más de lo que ya sabía. Y después, cuando ya todo estuvo claro para los ojos que pueden ver, él mismo te mandó al exilio sabiendo que no habías sido más que un soplo de aire en medio de una acción perfectamente orquestada. Y es que, amigo mío, una cosa es lo que se sabe y otra muy diferente es lo que se tiene que hacer. Ese es el juego. Y todos estamos dentro. La pregunta es... ¿qué vas a hacer ahora que tú estás dentro?

He terminado la jarra sin darme cuenta, así que me levanto a buscar otra mientras el mundo parece desvanecerse a mi alrededor. Por mucho que sepas, por mucho que intuyas, no es fácil ver la realidad de un modo tan crudo.

—Te ofrezco un nuevo comienzo, y una posición acorde a los conocimientos que ahora tienes, y pido bastante poco a cambio, si lo piensas bien.
—¿Cuál es el precio?
—Sencillo. La cabeza de Haltair. La persona que te despojó de lo que más valor tiene para ti, la que precipitó que pudieras ver que todos los valores que te sostienen no son más que humo. Eso nada más.

6. El camino al suelo.

Después de follar dejo que Tyra se duerma antes de bajar a la barra y empezar el ritual. No es muy sencillo ni muy complicado alzar la mano, ver que llevo monedas tintineando en la bolsa, pedir un par de jarras de cerveza y levantar el brazo para acercarme el borde a la boca y tragar, tragar todo lo posible en el menor tiempo posible. Quizá no tenga ni idea de cómo funcionan las cosas, o quizá no tenía ni idea, pero desde luego sí que sé cómo funcionan éstas. Es facil, si tienes dinero bebes hasta partirte por la mitad llenándote mientras te vacías.

Lo demás es puta y dura filosofía.

La segunda. La cojo. La levanto. Es posible que pueda llegar a entender todo lo que pesa, pero antes de que pueda ya no pesa nada.

Se ha terminado, pido más. A mi alrededor el Pato sigue lechoso como siempre y se desdibujan las caras que están a punto de ser timadas, los polvos que se van a echar, las bocas que se van a romper, las idioteces que ni sé ni comprendo pero que siguen sucediendo siempre pase lo que pase.

El mundo es muy cansino.

No se termina, no se harta.

Es inagotable. Irreductible. Por cada tipo que ha llegado al final de sí mismo hay tres o cuatro que empiezan de cero y se piensan que han descubierto el santo grial naciendo.

Ese es el secreto del mundo. Esconde hasta donde puede su inmundicia, pero a partir de ahí no se preocupa en absoluto, como si dijera “eh, sé que soy una mierda, pero cada segundo nacen más y más que me van a ver de cero y no van a entender nada de nada y pensarán que están en el puto cielo, así que no me toques los cojones, tómate tu puta cerveza y vete arriba a echar un polvo restregándote contra ella y disgrégate hasta la mañana, y no me molestes”.

Precioso.

Apoyo los codos en la barra porque las piernas empiezan a flaquear después de cuatro jarras de cerveza rubia sin fuerza metabolizadas en tiempo record. Tengo vigilantes nuevos, esta vez juntos y sentados en una mesa. Me acerco con algunas jarras y me siento. Me miran curiosos. Intrigados. Les acerco sus bebidas y digo buenas noches. Deberían irse pero eso llamaría mi atención, así que se quedan y disfrutan de la cerveza, se ríen de cosas que ya no recuerdo.

¿Estará Tyra durmiendo?

Pido unas fichas y empezamos a jugar al dominó. No tienen mucha idea de estrategia, pero yo empiezo a estar lo suficientemente borracho como para que eso no importe mucho a la hora de ganarme, nos echamos unas risas. Abrazo a uno de ellos después de una partida. Qué sencillo es el mundo cuando el mundo es sencillo.

Tienen orden de vigilarme sin más, así que no temo por puñaladas inesperadas. Por si acaso les desarmo discretamente, no se pueden dejar muy atrás las costumbres. Ni las intuiciones. Ni los sueños. Ni los valores. Ni el honor. Ni la verdad, que existe aunque sea disminuida en estos días. Ni la ferocidad del que sabe que si se despista dejará de ver la luz del día mañana.

Qué mierda de mundo, me digo, mientras gano una partida. Una vez que estoy borracho les digo que sé que me están siguiendo. Se ríen. Me dicen que he bebido demasiado y veo fantasmas. Después les describo a todos aquellos que me han vigilado antes de ellos, con pelos y señales, y en los que sé les describo cómo murieron.

El camino de los peces, flotar en el río. El cuerpo se hincha de gases y flota, es algo desagradable. La putrefacción de la comida que aún queda en el tracto digestivo más la propia putrefacción del organismo empieza a generar gas que hace que el cuerpo flote.

Puedo ver en sus ojos cómo se lo toman como una amenaza, aunque no es eso lo que estoy haciendo. No lo es en absoluto. Simplemente lo comento.

No estoy tan borracho como aparento. Ni tan sobrio como creo.

Y les digo que efectivamente sí, veo fantasmas. Muchos, muchos más de uno. E intento explicarles que con algunos de ellos me llevo bien, pero no con todos. Los fantasmas, los fantasmas de todos aquellos que por mi mano tomaron otro camino, según algunos, y que dejaron de poder tomar alguno, según otros. Esos fantasmas. Esa gente que ya no está y que ya no está por mi acción directa. Habrá más. No puedo ni quiero negarlo. Más que no haya matado directamente que hayan muerto por los caminos que yo he tomado, por el hecho de haberlos tomado. Veo muchos fantasmas. Culpa mía, me temo.

Veo muchos de ellos a ambos lados de la mesa, intentando beber cerveza de la jarra sin conseguirlo.

Es jodidamente triste.

O no.

Nunca he podido realmente saberlo.

¿Estará Tyra durmiendo?

7. Despedida.

—No sé qué puedo decirte.
—Creo que no puedes decirme nada.
—Entonces no sé qué haces aquí.
—Intentaba presentar mis respetos, pero no sé si eso significa algo ahora mismo.
—Sí significa, pero... no lo suficiente. No puedes devolvérmelo.
—No. No puedo. Puedo ayudarte ahora.

Las heridas que son el cuerpo desnaturalizado, atravesado, roto, son puertas por las que la muerte entra cada vez que tiene la oportunidad suficiente, y ella intenta que se quede fuera. Y lo más fascinante es que frecuentemente lo consigue. Su habilidad es justo la contraria a la mía. Es fascinante.

El tipo se llama Balrog, y le han atravesado tres o cuatro flechas en el pecho. No me quiero ni llegar a imaginar lo que eso ha hecho ahí dentro. Ella rompe la saeta, retira la parte posterior con la punta, después la anterior y vierte vino especiado caliente en la herida. Yo le sujeto porque no debe ser muy agradable estar viviendo esto y el tipo se resiste. Ella le mira con una sonrisa en la cara y le dice que debe tener fuerza.

Fuerza.

Y mientras tanto allí dentro, bajo la piel, vete tú a saber qué cosas se han roto y cómo están reaccionando ahora mismo. Justo ahora mismo. Vino caliente, sin llegar a hervir, especiado sobre un agujero que atraviesa de parte a parte.

Eso duele. Quizá cicatrice, quizá llegue tarde, pero duele.

El tipo se desmaya y yo miro a la charr con agradecimiento. No es mi herida, pero de algún modo sí que es mi vida.

Doyla me sonríe y me pregunta si he sido consciente antes del daño que causan las flechas. Yo le respondo que sí, pero que más bien una vez que el cuerpo ha dejado de moverse.

—Peleó como un valiente. Fue duro.
—Lo sé. Pero eso no cambia nada, está muerto.
—Sí.
—¿Sufrió?
—No, no tuvo tiempo. Quizá unos segundos. Pero creo que tú como yo sabes lo que pasa cuando la muerte está viniendo rápido.
—Sí, ya no hay dolor cuando no sirve de nada.
—Acabé con el limpiamente. Sólo tuvo el tiempo suficiente para darme tu foto y decirme que te lo dijera.
—¿Que me dijeras qué, que había muerto?
—No lo sé. Sólo me dijo “díselo a ella”.
—Y tú lo hiciste.
—Lo estoy haciendo ahora. Quiero decir que no tenía un plan predeterminado, ni sabía lo que estaba haciendo.
—Pero me buscaste.
—No sé. Se convirtió en una costumbre. Tenía tu imagen, así que le preguntaba a cada charr que me encontraba por el camino, por si alguien te conocía.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Y yo qué sé?
—¿Te hacía sentir mejor?
—¿Mejor? ¿Comparado con qué?
—No sé.
—Sentía que era lo que tenía que hacer.
—El olvido.
—Seguramente. El olvido. No quería que fuera olvidado. Sentí que tenía que poner mi granito de arena para que tú... supieras. Y te acordarás de él. Que no fuera un tipo muerto en un puesto de vigilancia en la frontera, sin más.
—Oh.
—Lo siento. Eso es lo que fue. Y lo que seguirá siendo, pero ahora tú puedes recordarle.
—Ya podía antes.
—Pero ahora sabes lo que pasó.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Porque eso es hacer las cosas bien.

Me respeta, me entiende, me comprende y, sin embargo, no puede dejar de odiarme al mismo tiempo. A mí y a todo lo que represento.

—Balrog... ¿sobrevivirá?
—Es pronto para saberlo. Si las flechas atravesaron algo que no se pueda curar morirá. De otro modo le espera una recuperación lenta. Muy lenta.
—Espero que se recupere.
—Y a mí me gustaría que no volviera a suceder, ni con él ni con nadie.
—Eso es mucho esperar.
—Lo sé. No dejo de saberlo.

La abrazo, y se resiste. Intenta zafarse, pero no lo permito. Empieza a llorar sobre mi hombro y yo aprieto cada vez más fuerte.

Me atraviesa con las uñas la tela de la espalda y me hace sangrar. Yo aprieto aún más fuerte. Ahora está gritando. No dejo de apretar. Ella empieza a golpearme la espalda con todas sus fuerzas, entre sollozos.

Duele.

Y al mismo tiempo de algún modo cura. Duele y regenera.

Empiezo a cantar una melodía que aprendí en el sueño, que habla de cosas que no recuerdo y no me importan una mierda. Pero la melodía es bonita. Ella sigue golpeándome con todo lo que tiene.

Es un buen adiós. El mejor posible.

El mejor que existe.

8. El olvido.

El cielo es oscuro como un mal presagio, no hay luna y las estrellas se ocultan tras las nubes. Han montado un buen ejército para asaltar la fortaleza de la Orden de Sombras esta noche. Este será el golpe definitivo que acabe con el gremio de una vez y para siempre. Tienen claro que la orden es un concepto, y como tal no basta con acabar con sus miembros, hay que derruir todo lo que existe hasta sus mismos cimientos, y después taparlo todo. Arrancar el clan de la historia y no dejar ni la más mínima huella para que nadie pueda retomarlo.

En cierto modo me producen admiración, tienen las cosas muy claras.

Y en cierto modo siento lástima por todo. Pero la suerte está echada, cada uno jugó sus cartas y ahora es cuando se ponen panza arriba y las consecuencias se hacen las dueñas de todo.

Si tienen suerte la orden hoy se convertirá en un mito desenfocado de algo que fue grande. Un mito que irá creciendo de rumores y de sueños e irá perdiendo cada vez más con el paso del tiempo cualquier parecido con lo que fue. Como las historias de dioses y civilizaciones perdidas no será más que una proyección de los anhelos de cada cultura que lo recuerde, que lo utilice como justificación de lo que necesita.

Y el ejército encargado del trabajo esta noche es tremendo.

Cinco herederos de los cinco clanes principales con sus dagas rituales se encargarán de dar fin a la cabeza visible de la orden. Yo me encargaré de ello. Yo les llevaré entre pasillos y pasadizos hasta sus aposentos y allí acabarán con él.

Cinco contra uno dormido forma parte de ese tipo de honor que no llego a comprender en absoluto, pero con el que tengo que aprender a convivir desde que se me reveló lo que es el mundo en realidad. Humo.

Es un asalto perpetrado con la eficacia y precisión de un portal asura. A mi alrededor se despliegan los planos de asedio que se lanzan en la puerta mientras los nigromantes pudren las atalayas para que nadie quede vivo y pueda dar la voz de alarma. Es una estupidez, porque con el ruido que estamos haciendo nadie necesita la alarma. No es muy necesario pasar desapercibido cuando tus puños tienen la fuerza de un martillo y estás en franca superioridad. Las catapultas revientan los muros mientras los arietes se encargan del portón. Trebuchets destruyen las armas de asedio interiores antes de que puedan disparar nada.

Y dentro no parece haber movimiento alguno.

La orden está dormida.

Cuando cae el muro me introduzco en sigilo con mis cinco acompañantes y busco una piedra suelta que, al girarla, abre una pequeña compuerta que da acceso al sistema interior de comunicaciones, excavado en la dura roca generaciones atrás. Seis tipos enfocados. Me siguen con celeridad, tienen prisa por acabar con el trabajo.

Al sacar la antorcha de su soporte una pequeña entrada se revela. Me giro y les digo que hemos llegado. Los cinco entran amparados en la oscuridad, y yo vuelvo a poner la antorcha en su sitio y la puerta se cierra. Hay un pequeño sistema de seguridad, una madera que, atravesada sobre dos argollas oxidadas, impide que la puerta pueda abrirse de nuevo desde dentro. La atranco y me dirijo hacia arriba.

9. Una bandera.

1.

Se pueden decir muchas cosas. Siempre pueden decirse muchas. Pero no siempre merece la pena. En lo alto de la torre del homenaje de la fortaleza de la orden estoy junto a Kazzwarg, Raizo, Across, Jarlax Le, Erradiqueitor, Pabloalepuz, Tikiitaka, Stika, Suxen, Darkbeta, Helbran, Iris, Max y Blackblaze. Todos tensos, todos nerviosos, impacientes. Hay muchos más miembros de la orden en los pasillos inferiores acabando con los últimos focos de resistencia. Nosotros, pese a que pueda parecer una estupidez, estamos mirando a una puerta con atención mientras todo sucede ahí abajo, sin hacer nada más. Sin despegar un ojo de encima de ella. Esperando para ver quién va a salir. Esa puerta tiene las inevitables aldabas en forma de daga, y un sello especial arriba, sobre el marco. No es una puerta cualquiera.

Cinco asesinos, uno por cada clan más representativo. Cada uno quiso dejar su huella en el magnicidio para establecer ritualmente el poder de su respectiva orden.

Cinco tipos entraron y uno solo está esperando dentro. Despierto y preparado.

2.

Disfrazados de putas y mendigos. Así entraron. La hambruna que asoló Arco de Leon hizo que cientos, miles de ellos se acercaran a la fortaleza de la orden, donde sabían que siempre se da de comer al que lo necesita. Entre ellos contingentes de guerreros entraron tras los muros sin llamar la atención de nadie que estuviera mirando. Y estaban haciéndolo, nadie organiza un asalto sin vigilar cambios en las últimas semanas.

Putas y mendigos. Parecía un ejercito de tullidos que poco o nada importaban para defender la plaza, debieron pensar los exploradores.

Nadie movió un músculo mientras la fuerza enemiga reventaba los muros y puertas exteriores, aunque estaban esperando dentro. Era necesario que el enemigo no pudiera escapar en desbandada ante los primeros indicios de resistencia. Las piedras de la orden, que no habían caído jamás antes, cayeron esa noche. Y nadie hizo nada por impedirlo.

Una vez que los asaltantes entraron en el patio de armas se movieron las empalizadas de madera para cerrar los muros rotos y desde las almenas nigromantes y guardabosques empezaron a descerrajar daño. Se construyeron carros de flechas con los suministros que cada uno llevaba encima.

Fue una sangría. Una matanza horrible.

Los generales de Baruch iniciaron las cargas sobre el enemigo debilitado y los gritos de batalla se confundían con los alaridos de los heridos y los bramidos de rabia. Baruch al completo se había dado cita en aquellos muros para acabar con la amenaza. Baruch al completo, hermanado como hacía tiempo que no lo había estado. O quizá como nunca lo había hecho. Baruch como lo que debería ser Baruch, gente sin clan apoyando a los clanes, gente que nunca había estado antes en la lucha de fronteras junto a veteranos curtidos en miles de batallas.

Bajo una misma bandera, sin disensiones.

Una bandera es mucho más que suficiente. No hace falta más.

No hay enemigo que pueda resistir ese tipo de fuerza.

3.

Jarlax me está mirando al cogote y no puedo evitar pensar que esos cientos de horas comunicándonos en silencio mientras esperábamos que saltara la oportunidad no pasaron nunca en valde. Abajo los gritos de júbilo empiezan a extenderse cuando nuestras fuerzas terminan con los últimos focos de resistencia enemigos. En los pasillos de la fortaleza, en los corredores, la armería e incluso las cocinas grupos de sombras novatos se curten limpiando a aquellos que buscan esconderse en alguna parte para, con suerte, poder escapar con vida cuando todo haya terminado y se haya calmado.

—Todo ha ido como la seda, hermanos —grazna Kazz elevando su voz sobre el estruendo.
—Todo como debía, hoy hemos hecho una matanza de la que tardarán mucho en recuperarse, durante un tiempo tendremos las cosas fáciles —añade Dark.

Helbran se acerca a mí y me saluda inclinando la cabeza.

—Bienvenido a casa, hermano.
—Gracias, Hell.
—Nada de esto hubiera sido posible sin ti.
—No empecemos a chuparnos las pollas todavía.
—Mejor no empecemos nunca.

Y comienza a reírse. Y detrás de él, hermano tras hermano todos empezamos a reírnos echando fuera la tensión acumulada todo este tiempo en el que el destino de la Orden estuvo al filo de derrumbarse. Renovamos los votos de amistad y hermandad unidos en la risa, que es el sitio al que pertenecen todos los caminos que van a alguna parte, y allí donde empiezan y terminan todos y cada uno de ellos.

Tikiitaka, Maestro de Armas, gruñe entre dos almenas.

—Basta ya de mierdas, hermanos. Haltair acaba de salir por la puerta.

10. Mantener las uñas limpias.

1.

Ella está nerviosa, al otro lado de la mesa. Por supuesto sigue siendo más que bella, pero parece algo descuidada. Supongo que es difícil conservar el ánimo cuando todo te golpea al mismo tiempo y sin avisar, y todos tus cimientos crujen uno tras otro haciendo peligrar la estructura.

—Te vi emborracharte una vez tras otra. Pude ver en tus ojos cómo te estabas destrozando a ti mismo por haber sido expulsado de tu orden, al ponerte en contacto con todo lo que más odias y comprender que eso era el mundo. Lo vi. Estaba a tu lado. Estuve en tu cama en ese mismo momento. No es posible que no estuvieras roto. No es posible que hubieras podido fingirlo. Estabas roto. Inutilizado. No eras nada más que odio hacia ti mismo.
—¿He de pensar que has venido a matarme? Sería incómodo y terriblemente vulgar por tu parte.
—No, Reilly. Sabes que no. No ganaría nada con ello. Has jugado bien. Pero estabas roto, yo te vi. Yo lo viví a tu lado.
—Sé que es difícil que me creas, Tyra, pero sólo estaba recordando.
—¿Qué?
—Recordando cómo era mi vida antes de la orden. Recordando cómo era mi vida antes de que tuviera sentido. Una vez que has estado allí no puedes evitarlo del todo nunca, siempre te acompaña. Es parte de mí. Todo ese odio, toda esa falta de sentido, toda esa estupidez me componen de algún modo. Cuando no tengo cómo canalizar todas esas emociones para construir algo útil, algo más grande que mi yo mismo, se desbordan y me destrozan.
—La vida es una mierda, K. Y esto no es nada más que una tregua.
—No, Tyra. En eso estás muy equivocada. La vida no tiene ningún sentido, pero que sea una mierda es sólo responsabilidad nuestra. En la orden no tiene mucho más sentido, pero al menos es honesta.
—La vida es una mierda. Tienes que ir haciéndote a la idea.
—No, Tyra, no. Te repito que no. Si la vida es injusta es por nuestra culpa, si la vida es falsa, idiota, pequeña, estúpida es sólo por nuestra culpa. La verdad existe, y con ella existe el honor, el valor y lo justo. Hace tiempo me dijiste que la verdad era un cuento que las viejas le cuentan a sus nietos frente al fuego, y nunca más que eso. Pero la verdad, sin embargo, es un modo de juego. Nada está escrito, es verdad, pero en realidad eso es una ventaja.
—¿Una ventaja?, ¿no tener ni idea de nada? ¿No saber nada de nada?
—Lo es. Precisamente por no haber nada definido en principio, tu vida será lo que tú quieras que sea. Exacta y milimétricamente eso. Si vives comportándote como una fiera vivirás entre fieras. Si vives honestamente vivirás entre la honestidad.
—Eres un puto iluso, Reilly.
—Y así me va, Tyra.
—Es fácil sacar pecho cuando vas ganando, leño.
—Incluso a mí me suena a veces estúpido lo que digo. Pero funciona.
—Sabes que no todo termina aquí, ¿verdad?
—Lo sé. Me gustaría que todo fuera de otro modo, pero sé que no lo es.
—¿Y aún así no vas a intentar matarme?
—No, Tyra. No. Espero a algo más grande.

2.

Vuelve a ser una mañana fría como casi todas en la orden. Los mamposteros están reconstruyendo los muros, y tienen órdenes especiales para que sean aún más resistentes que los anteriores. Llueve, y las gotas de agua repiquetéan en la piedra con un sonido musical, duro y afilado. En estos muros se recoge una esencia que la Orden mantiene y cultiva por encima de todo lo que pueda suceder en el resto del mundo. Entre estos muros las canciones tienen sentido y hablan de cosas comprensibles, en la medida de lo posible.

En la orden hay ciertas cosas en las que siempre puedes confiar. Hay una verdad, consensuada y que evoluciona, pero una verdad. Y gracias a ello hay honor, respeto, valor, conocimiento. Hay ciertas cosas que sabes que estarán ahí cuando vuelvas, lo que hace al mundo digerible. Hay ciertas cosas que no se visten, se viven. Y al vivirlas se extienden por cada uno de sus miembros haciendo que el sentido que la vida en sí nos niega exista de algún modo en el modo de vivirla.

Hay certezas.

Hellbran me saluda en el patio interior, con prisas. Me cuenta que ha comprendido algo sobre los portales asura que ni ellos mismos saben, y que quizá sea bueno o quizá peligroso, o quizá ambas cosas.

—Hell, tienes que tener cuidado con lo que ves ahí abajo, vas a volverte loco.
—Ya te dije una vez que seguramente lo esté ya, al igual que todos nosotros. Pero no importa, es bueno estar loco, amigo. Es bueno estar excentrado. No hay muchas cosas ahí fuera que tengan sentido, pero hay algunas que no puedes ver si estás... si eres... si te has cristalizado y has perdido elasticidad. La elasticidad lo es todo, amigo. Flotar, moverte, cambiar, girar, esquivar, darte la vuelta y empezar de cero. Ahí abajo hay miles de años de historia, miles de formas diferentes de ver el mundo. Todas ellas fueron algo en su momento pese a que ahora no son nada, y es necesario revisarlas para ver si... para ver... si... de hecho, se puede sacar algo. ¿Sabes que... que... qué iba a decirte? Se me ha olvidado, no importa. Tengo que volver abajo, sólo he subido a por algo de comer. ¿Me prometes cuidarte, amigo? Sí, seguro que sí. Bueno, te dejo. Tengo que seguir mirando. Tengo que seguir buscando. Esa biblioteca... si tan sólo tuviera un poco de ayuda... ¿pero quién...? Bueno, te dejo, tengo que seguir, cuídate.

Se pierde por los pasillos como una mota de polvo ocupada que no sabe dónde va pero tiene que ir a algún sitio.

3.

—Buenas, Haltair.
—Buenas, amigo. Ha sido un largo viaje el tuyo.
—De hecho lo ha sido. A veces pensé que me perdía.
—Pero no lo hiciste.
—Fue fácil. Ya estuve perdido, antes de entrar aquí. Una vez que has probado algo apetece menos. Acabaste con los cinco.
—Bueno, no fue difícil. Eran herederos atontados que no sabían ni cómo pegarse a sí mismos con un palo.
—Y ahora son rehenes.
—Ahora están a nuestro servicio, Reilly. De hecho me estaba planteando si no podrías ocuparte de ellos.
—Puedo aconsejar a otros, Haltair, pero no hacerme cargo de ellos. Ahora mismo tengo que reajustar muchas cosas en mi cabeza antes de estar en condiciones de ajustarlas fuera.
—Lo comprendo. Tómate tu tiempo.
—¿Quién era... quién era el tipo con el que me entrevisté?
—Nadie. Nunca ha sido nadie y no será nadie, él mismo se encarga de eso. Es el reverso de las cosas que suceden. Le encanta manejar las situaciones a su antojo.
—¿Está neutralizado?
—No. En absoluto. Pero no tiene ningún poder en sí mismo, depende del poder de su facción. Mientras sigamos reteniendo aquí a los herederos de las cinco órdenes principales tiene las manos atadas. Por supuesto seguirá conspirando, pero su mano ahora mismo no tiene dedos.
—Me alegro, Haltair. Ese humano es inteligencia pura, de un modo que no había visto nunca antes. De hecho creo que estuvo a punto de unir los hilos y entender que todo era una trampa. En un momento en el que me estaba explicando que tú dedujiste mucho más de lo que sabías en el asunto de la torre y el asura vi un asomo de duda en sus ojos, como si casi intuyera que era demasiado fácil y que en realidad eras tú quien estaba moviendo los hilos.
—Bah, no te preocupes lo más mínimo. Confía tanto en su inteligencia que realmente no puede valorar la de los demás. Podía haberlo visto, de hecho yo temía que lo hubiera hecho, pero eso significaría reconocer que su propio plan no era tan bueno como él mismo pensaba. El orgullo controlado es una cosa maravillosa, pero sin control es una debilidad poderosa.
—Cada uno tiene las suyas.
—Exacto. Todo el mundo las tiene. La única diferencia real la marca ser capaz de reconocer las tuyas propias. Eso, amigo mío, las anula. Las anula.

Un rato después me acerco a las cocinas y picoteo entre las ollas, un poco de todo. Saludo a las cocineras que increpan a los que estan pelando patatas y cebollas para que se muevan más rápido, y ellos se quejan. Hay un gato dando vueltas aprovechando cada oportunidad para robar cualquier cosa comestible de cualquier parte, para después retirarse a comerlo tranquilamente. El frío de los corredores se refugia en las esquinas y las zonas recónditas, donde la luz pierde y deja paso a la sombra.