bombas racimo en la taza

Perdón por la escatología. He estado en la taza del váter sentado más de tres cuartos de hora, con un libro. Aquello salía como si fueran bombas, con un gran estallido, bombas racimo que se convierten en un millón de otras bombas que lo arrasan todo, la selva blanca del fondo de la taza. Qué bonito eufemismo, llamarlo taza: ni siquiera tiene asas. Supongo que me hacía falta, que tenía mucho que vaciar, porque si no no tiene sentido. A lo mejor es una señal mística de los dioses menores: "Te has vaciado", me dicen desde Sus Alturas, "has soltado todo lo que tenías dentro". Mi cerebro está vacío, eso es lo que quieren decir, y mi ano es zona catastrófica, el precio que hay que pagar por el parto.

Como una roca, como un perro, como una garza estoy metido en medio del lío. Me permito estos momentos en los que escribo para no perderme del todo, para marcar con hilo rojo una especie de mapa de los lugares donde estuve. En el centro mismo las cosas sin importarme qué sea lo que esté sucediendo, el mismo valor tiene una noche fuera que una comida con mis padres en términos de Vida.

Allí sentado soltando bombas he dejado el libro, lo he puesto sobre la lavadora. Me he preguntado qué era yo mismo. Pero eso es una puñetera mierda. Me da risa escuchar los problemas de todo el mundo. No en el momento, en el momento estoy metido en ellos. Pronto no me hará falta el después, sino que soltaré una gran risa espasmódica desde dentro del mismo pecho en el mismo momento. No hablo de una risa hiriente, o que menosprecie, sino de una risa sana, una carcajada, un cambio de mirada, de una sana conciencia de que todo es mucho más sencillo, menos complicado, que la mierda cae a la taza suba o baje la bolsa, te dejen o dejes, ganes o pierdas, mientras comas. Y todos consumidos por sus propias torturas personales mientras la mierda sigue haciendo su recorrido dentro del intestino, preparando con eficacia el gran momento del reencuentro contigo mismo. Algunos no son capaces de ver la mierda, sólo se sientan, rápido, tiran de la cadena y lo olvidan. Me da risa comprobar los esfuerzos para construirse a uno mismo, como si eso fuera posible de forma consciente, no jodas, simplemente estás aquí, y te vas haciendo, y si no has podido hacerte en alguna circunstancia es que no te vas a poder hacer en ninguna, porque no te das cuenta pero no te estás dejando suelto, todas las situaciones son Vida, no tienes que irte al otro lado del mundo para ser tú mismo (y eso lo digo con la desconfianza que me da la misma frase, ser tú mismo es algo como un río, fluye y punto, no sé piensa, no se dice, no se habla). Te has puesto una correa a la pata de la cama por un lado y por el otro intentas llegar al baño, pero la correa, no lo olvidemos, te la has puesto tú mismo. Conscientemente sólo puedes delimitar un campo donde moverte, es decir, reducirte. Sólo pierdo la Vida en ciertas visitas a ciertos quirófanos, pero son momentáneos escorzos de mi identidad anterior que aún revive en ciertas fiestas señaladas, como ritual programático, debidos a una violencia escénica basada en la ocultación y el disimulo. Ya lo dije más abajo, ya me aburre decirlo.

Me aburre, me cuesta un poco todo esto. Es casi violento salir del río para sentarme fuera y examinar como un cirujano el cuadro que ha quedado sucinta y secularmente detenido. Vuelta al lío, al transcurrir de las cosas. Tenía una sabiduría abismal aquél que preguntó si un árbol cae verdaderamente si no hay nadie delante para verlo, porque es una pregunta rematadamente jodida. La Vida estuvo delante de mí todo el tiempo, pero para mi no sucedía nada, porque no estaba allí para verlo, yo estaba allí para otras cosas. No me avergüenza haber sido tan torpe, ahora sé que fue lo que fue.