desconfía de los que no encuentran palabras

No sé qué tiene el campus de la universidad que, nada más entrar allí, me recorren sensaciones confusas. Supongo que lo que tiene es que es el lugar donde mucha gente se mueve, hacen cosas, gente que tarde o temprano terminará engrosando las listas del paro o las de personal de empresas estúpidas. Pero ahora mismo aún no se sabe, ahora mismo todos ellos están vivos, llenos de posibilidades, y más o menos se comportan como seres vivos, hacen como si lo estuvieran, y eso compone un cuadro agradable de ver.

Hace bastante tiempo un profesor me dijo que desconfiase de los que decían no encontrar palabras para explicar algo, porque seguramente no tenían nada que contar ni que explicar. Tampoco es necesario, lo jodido es empeñarse en explicar. Hay mucha gente que no ha nacido para describirse de ningún modo, sino sólo para sentir. Claro, eso les lleva a grandes atolladeros, porque la gran verdad que se esconde tras las palabras del profesor es que el que no puede explicarte algo tampoco puede explicárselo a sí mismo. Y así van dándose golpes, y dándoselos a los que se encuentran en la onda expansiva.

Anoche salí con la gente del curro, ribeiros en la casa de Galicia y litros a mansalva en el Baiben. ¿Qué gané? Anoche nada, no tuvo nada que ver con la noche de Miguelón, ni siquiera con mi periplo del martes por las cercanías de la casa de Lorelay. Anoche simplemente estuve, pero eso siempre es importante, porque me enteré del recital de poesía al que voy a ir esta noche. Allí siempre suceden cosas, si no fuera suceden dentro. Mi viaje estomacal al fondo de mi cabeza. Miller: " Si estás intentando mejorar tu inteligencia, ¡desiste! No se puede mejorar la inteligencia. Mírate el corazón y las entrañas: el cerebro está en el corazón." Entonces mi viaje estomacal al fondo del abdomen. Cada vez sintiéndome más equivocado, pero más vivo. Destrozando los conceptos, las ruinas personales que en las que me fui convirtiendo a base de duro y estúpido trabajo, los miedos infames que me volvieron blando, que me hacen aún blando. Rompiendo corazas.

Ayer hablaba con Solano en el messenger de por qué no quería ver a Lore, que es algo que dejé pendiente en la bitácora el miércoles. Es una pena no tener esa conversación a mano, guardada, para plantarla aquí, al menos mi parte. Pero todo sigue en mi cabeza, aunque quizá hoy esté en peores condiciones para adentrarme en ella. Lore ha hecho una amputación de bisturí, se ha cortado un miembro en un ambiente aséptico e higienizado. Reclamando, nada menos, la misma Vida al mismo tiempo. No puedo verla porque cada vez que lo hago me encuentro en ese mismo quirófano de aparente, forzada y fingida normalidad. Tomamos unas cervezas, hablamos de cosas que hacemos o que vamos a hacer, nos soltamos algunas verdades, pero contenidos. Y eso no es Vida, sino teatro. La Vida está por detrás, detrás de Lore y detrás de mí cuando nos vemos, pero lo que se puede ver es una conversación más o menos anodina, reacciones normales. Contención y, por lo mismo, vacío. Me gustaría hacer una gran fiesta con Lore, un puñetero big bang de risas y llantos y sexo y Vida, una gran fiesta de despedida en la que todo lo que tuviera que salir, el odio, el amor, la rabia, saliera para acompañarnos en el último día, bailando con nosotros, todos cogidos de la mano en la explosión consecuente. ¡Qué final para nueve años, qué arder Roma para hacer un nuevo comienzo de otra forma, sea la relación que sea la que quede después! No me sirve de nada ver a Lorelay como si ella fuera una piedra, que me vea como si yo fuera una piedra, mientras detrás de nuestros ojos todos los acompañantes bailan y les cerramos las puertas. Cojones, hemos estado nueve años juntos, puede intentar hacer de la ruptura una simple discontinuidad, ¡pero es una gran grieta, un cañón!, verlo como una discontinuidad es una simulación, un algoritmo, un invento que sólo produce nadas. ¡Verla a ella ahora es como tomar café con la lengua, el paladar y la pituitaria forrados de plástico! Un millón de sentimientos están esperando la invitación a la fiesta, ya vestidos, arreglados y sentados en el sofá, impacientes. Y mientras tanto ella y yo sacamos maniquíes de nosotros mismos y volvemos a cargar toda nuestra relación, lo que queda de ella, de máscaras. De imposturas. Yo debo contenerme porque ella se enfada, ensucio su ambiente aséptico, higienizado, con mi Vida, que son mis sentimientos. Y ella debe contenerse por lo mismo, y no porque, como me dijo Leti una vez, pensara que no tenía derecho a sentirse mal después de haber hecho ella lo que ha hecho. Ella mantiene el ambiente limpio por no hacerme daño, seguramente, y también por no hacerse daño a ella misma. No debemos olvidar que esta es una decisión racional, ¡y que cuando Lore habla de que no hay separación entre la cabeza y el pecho está asumiendo que la cabeza tiene que gobernar al pecho sin motines a bordo! Se enfadó cuando yo la llamé Kant, un día en el messenger, ¡y entonces yo no sabía ni siquiera por qué la llamaba Kant! Mi cerebro tardó semanas en darse cuenta de lo que mi corazón sabía desde el mismo principio, desde el primer lunes sin nosotros. Lore tiene a su corazón espantado dentro del pecho, pero no porque su corazón quiera volver a remozarse con el mío, sino porque seguramente no entiende esta fingida normalidad, está autoimpuesta normalidad. Nunca nada entre nosotros debió ser máscara, teatro, ¡y sin embargo llegó a serlo! Y ahora, después de romper lo ya roto, ¿qué hacemos? ¿Vamos a continuar el mismo juego estúpido que nos condujo a asesinarnos como ella y como yo? Nunca nada entre nosotros debió ser normal, ¡y no fue normal durante mucho tiempo!

¿Y ahora qué es? Cuando nos vemos yo me contengo porque no me deja entrar con ella en mi terreno, en la explosión de sentimientos (granada emocional, dice Solano), ¡pero ella misma se está conteniendo, y puedo verlo sin dificultad con mi percepción afilada por la ostia, percepción potente, meridiana! Alguna vez incluso me lo ha dicho, en algún despiste del control eficaz que mantiene sobre sí misma. NO, no en un despiste, sino en un en un arrebato de sinceridad, porque a ella, como a mí, le gustaría ser absolutamente sincera, ¡aunque no se da cuenta de que al mismo tiempo está llenando el campo de verjas, de vallas con espinos que marcan los lugares donde NO se debe entrar! Existen campos minados que pertenecen a la esfera de lo que tenemos que hacer, de lo que sentimos que tenemos que hacer. Mientras eso dure, mientras no aceptemos que lo que ha sucedido es como una tarde de lluvia, que sucede independientemente de lo que queramos o de lo que intentemos para evitarlo, no podremos tener una verdadera conversación, una conversación real. ¡Y no la tendremos mientras no se acaben los muros, los controles, tanto de una cabeza y un corazón como de la otra cabeza y el otro corazón! No puedo ir a su casa a ver una película (y de nuevo aquí el corazón se me adelantó en la comprensión a la cabeza, y no al revés. Es sencillo comprender que es mi cabeza la que quiere volver, no nos hagamos líos, con su colección de recuerdos y de añoranzas y de lugares comunes, mi corazón sólo quiere estar vivo, ¡sentirse vivo!), no puedo entrar por la puerta, darle dos besos, sentarme en el sofá, picar un par de palomitas y tomar una cerveza. Breve comentario al final. Despedida, metro, autobús y a la cama. ¡No es el momento para eso! Ese momento llegará, pero sólo si suceden otras cosas que ahora no están sucediendo. ¡Ahora tenemos un montón de invitados a los que atender, tenemos que ensuciarnos las comisuras de la boca con bilis y con risas, porque ahora mismo está ahí la Vida, la realidad, lo demás son imposturas de maniquíes, máscaras unas encima de otras componiendo un cuadro triste de absoluta falta de sinceridad mientras todo sucede por detrás, entre bambalinas! Cuando eso haya desaparecido podremos ver una película, o ir a un concierto, sin tener la sensación de que la marejada del fondo vive mientras nosotros fingimos.

Ella se contradice, y me cuenta un día que siempre fuimos sinceros el uno con el otro y otro día que jamás hablamos entre nosotros, ¡y las dos cosas son ciertas, exceptuando la partícula que las universaliza! ¡Qué gran fiesta, joder, si todo lo que tuviera que salir saliera de una maldita vez, si fueramos SINCEROS de verdad un último momento antes de doblar la esquina y cambiar de camino! ¡Qué gran momento! ¿Os lo imagináis? Lloraríamos, reiríamos, nos golpearíamos, nos partiríamos huesos y nos acariciaríamos. Lore, decía, ha practicado una amputación con un bisturí, pero no ha roto nada entre nosotros, seguimos exactamente en el mismo punto fingido, fingiendo. ¡No se da cuenta de que la amputación tendría que haberla hecho a bocados! ¡Tendría que haber puesto sus dientes en el cáncer dañino y haber saboreado el acre y apestoso humor acuoso que hubiera tenido que salir necesariamente de él! Pero el cáncer sigue ahí. El claro entre las nubes es que en realidad la fiesta es innecesaria desde el punto de vista del "Lorelay" y "Miguel". Jamás tendremos una amistad sincera sin ella, ni una buena relación de cualquier modo, ¡pero eso son cosas que sólo le afectan al nosotros, tome la forma que tome! Ella y yo seguiremos nuestro camino y olvidaremos esto, seguramente repitamos los mismos errores con otros, o quizá no, pero encontraremos la vida que sólo te da una gran ostia, estaremos salvados como ella y como yo. Quizá la Vida de Lele le lleve a darse cuenta, tarde o temprano, de que el quirófano es tan error como la misma relación llegó a ser, pero seguramente será tarde, el cáncer se habrá enquistado, se habrá hecho cuerpo en nuestros cuerpos, y si hacemos entonces la fiesta ya no lloraremos, ni reiremos muy fuerte, porque será parte de nosotros mismos, no habrá nada que sacar a bocados por mucho que tiremos, sin riesgo de mordernos el mismo brazo estúpidamente, porque ni así lograremos sacarlo. ¿Habrá menguado? No, habrá dejado de ser importante.

¡Y es todo mucho más sencillo! No es tan complicado, no estamos condenados a nada, a no entendernos o a no abrirnos, a no rompernos el pecho juntos haciendo cualquier cosa en cualquier momento, el corazón palpita de muchas formas. ¡Solamente tenemos que vivir esto, en vez de envolverlo en plástico y meterlo al congelador mientras nos damos dos besos y nos metemos educada y convenientemente en una cafetería, donde seguirá el juego de la nada sobre nosotros, ninguneados! ¿Qué tipo de vida es esa? ¿Qué tipo de vitalidad encierra eso? Cuando llega el bajón, lo tapamos, lo encerramos en el plástico del que salió y lo metemos en el congelador del que escapó. Eso es negarnos la misma vida, cambiarla por todo lo que se hace únicamente por no querer vivir lo que realmente está sucediendo, detrás, en ese momento.

En ese instante, eso es desvirtuar la realidad entera.