al aire

Bueno, llegó la calma. Estoy preparando unas verduras y un poco de pescado. Mientras tanto, me tomo un poleo. Esta mañana ha sido rara, en la facultad, una mañana de pensamientos raros. No sé si voy a poder ponerlos aquí, ahora no estoy en ese estado. En mi cabeza conviven varios Migueles, ahora mismo tengo al antiguo en primer plano. El antiguo ve las cosas como siempre últimamente (y me refiero al mundo) pero es más duro, más diamantino, ve imperturbable el transcurrir de las cosas, porque tiene los ojos puestos en una sola cosa: sobrevivir. Tiene demasiados daños, demasiadas esperanzas todavía. Afortunadamente no es el único, y los otros van ganando terreno. Está el de esta mañana, por ejemplo, que es indiferente a muchas cosas que al Miguel antiguo sí le afectan.

Esta mañana el problema crucial era yo mismo, mi relación con el mundo. Mi relación con esta ruina constante en la que hay que hacerse un hueco donde uno sea uno mismo. Muchas preguntas salen ahí, qué es ser uno mismo, por ejemplo. Pero ahí está la diferencia, esta mañana estaba claro. Estaba borracho, borracho de ideas. Todo tenía cinco veces más sentido que habitualmente. Tenía ganas de todo, menos de entrar en clase, así que me tomé un café y me senté al lado de la cafetería, sólo, mientras mi cabeza bullía. Me sentía débil, débil físicamente, y eso era porque mi cuerpo no puede aguantar el ritmo de mi cerebro, las noches sin dormir cuando el Miguel entero y seguro de sí mismo domina la situación. La noche anterior hubo fiesta, pero después me quedé despierto, en un ritmo frenético de pensamientos, de comprensión vital del mundo. Los engranajes, están ahí. No conozco muchas cosas, pero las entiendo, es una comprensión pedestre, primitiva, una comprensión brutal del mundo que arremete contra las cosas, que las golpea dejándolas maltrechas. Mi estómago está jodido, me duele la rodilla izquierda, las costillas, los brazos flaquean cuando cojo peso. Eso no es habitual, es sólo de este fin de semana, en el que mi cabeza se ha impuesto por un tiempo. El trabajo suele tener el efecto contrario al fin de semana, estar allí, en esa silla, contemplando la devastación del dinero sobre la gente, el esfuerzo inhumano por ganar una vida que ya está ganada desde que tus padres jodieron y te trajeron aquí con un traje azul o rosa, babeante y lloroso, lleno de sangre y de líquido amniótico, es revelador; pero al mismo tiempo anhelo cosas que ya no puedo anhelar, dejo de comprender cosas incomprensibles que me obligo, constantemente, a comprender de forma tozuda e idiota como remedo de una realidad repleta de culpa y de error. Cuando el otro Miguel llega, el brutal, eso ni siquiera es un problema. Es el otro Miguel, el repleto de sensibilidad desenfocada, el que llora. Es el Miguel que no es una piedra, una roca, o una rana el que llora, el Miguel social, humanamente social, berrea. Pero no la piedra, no la roca, no el barranco o el cañón. El Miguel bruto, pedestre, primitivo, acepta las cosas como un gato, toma cada segundo como el segundo de partida y no se preocupa de lo que es idiota preocuparse. Ni siquiera es capaz de entender el concepto. Es la realidad de un perro, de una brizna de hierba, las cosas son como son, por mucho que te empeñes en rezongar y desear. Hay cosas que se pueden desear, otras no (y lamento que sea el Miguel repleto de pasado el que habla ahora, y no la roca, sería todo más comprensible). La vida es un gran charco de fango, precioso y detestable al mismo tiempo. No vale la pena perder preciosos segundos en lo que no existe, porque no existe. Hay todo un maremagnum de intentos, de sueños, que esperan en el gran charco, que son mierda igualmente, pero mi mierda (y es el Miguel equivocado el que habla, joder, digo cosas que no tienen nada que ver con lo que realmente es, pero esta mañana una conversación me ha retenido y he perdido un tiempo precioso, que he ganado en otro aspecto, por supuesto).

He entrado en la cafetería, a devolver la taza, y allí estaba la hermana de la piba de los tatuajes, con un grupo de gente. Me ha sonreído, le he devuelto la sonrisa. He dejado la taza en la barra y me he ido, despacio, sin perder energía en caminar rápido. No tiene sentido enredarse en un nuevo círculo vicioso. Era un Miguel enorme el que salió de la facultad, cuando me encontré con un antiguo profesor, que me invitó a un café. No pude decir que no. Volví a la cafetería, seguía estando quien no debía, me senté en una mesa mientras el profesor pedía. La típica conversación de docente con Miguel, le apena que a licenciarse sólo lleguen loros y cacatúas, si hubiera podido explicarle lo que yo entendía... pero hubiera sido inútil, sólo una gran pérdida, una pérdida desastrosa, te dan tal conocimiento, es idiota explicar algo así a alguien así. Porque sólo de una gran pérdida nace una gran vida. De todos modos me gustó lo de los loros y las cacatúas, supongo que mi ego se sintió bien al merecer consideración por parte de alguien, ecos de guerras menores, ecos de otros momentos perdidos, ecos... por todas partes. Ahora no me hacen falta esas señales, sé dónde estoy, dónde voy, dónde puedo llegar. No me hace falta triunfar, no me hace falta ser nada en especial, el triunfo lo llevo dentro, tengo escalera de color en mi cerebro. Haré grandes cosas, y no me importa que se queden en la soledad de mi cabeza, no me importa que jamás nadie las mire, que jamás nadie siquiera las comprenda. Claro, tendré grandes baches, grandes depresiones, pero ese es el justo precio por los momentos en los que seré enorme, enorme como un bicho pululando en las calles podridas y llenas de miserias e infiernos personales. Yo no tendré infiernos, porque yo soy mi propio infierno, mi Judas (thanks, Yon), no me importa nada de lo que pueda ser o tener o padecer, me es absolutamente indiferente, la salvación está aquí dentro, lo demás son circunstancias, accesorios más o menos grandes que llevar atados a los costados... mientras quiera.

Así, en ese momento, todo se empequeñece, todo deja de tener importancia alguna, la vida se convierte en hojas, en algo liviano, porque tomo conciencia de que me lleva el viento. Eh, a todos nos lleva el viento, la diferencia está en tomar consciencia de ello, en aprender a vivir en el aire. Todos deberíamos tener la indiferencia de la roca... para algunas cosas. Porque a la roca es difícil moverla... a no ser que ella quiera, como una mula metafísica, como un tocón enraizado en la tierra pero consciente de su propia existencia... en un momento dado. No me da igual la gente, en ella se escriben las cosas, ellos son los que están llenos de futilidades humanas... importantes dentro del mundo humano, que se construye en el aire pero se construye, existe... y lo demás no. Lo demás son inventos que recreamos para perder el tiempo, invenciones de mundos paralelos que destrozan la consciencia y la vuelven pacata, timorata.