el desastre de la armada invencible

La historia de un derrumbe. Esto se recordará en los libros de historia por los siglos de los siglos, durante eras. Los hijos de nuestros nietos lo tendrán claro en su mente y lo sentirán como una lacra y una vergüenza todos los días de su vida. 20 de mayo de 1588, Miguel parte de Lisboa con sus naves. Le había comentado a Lele que pasara a buscar sus cosas por la mañana, y ella me comentó cosas como que era un royo, que bueno, que ya vería... pero que con el frío necesitaba ropa de abrigo ya. Bueno, contesté, ven antes de las cinco y media, cuando salgas de El Escorial, mientras yo aún trabajo. Me respondió más o menos lo mismo. Le comenté que ella sin abrigo no iba a durar ni cinco minutos, porque es friolera hasta el extremo. Quedó claro que quería verme. Hice revisión mental de las buenas y descubrí la suficiente entereza para asumirlo, así que le dije que se pasara por la tarde. Me contestó que estupendo, que me llamaría para decirme la hora exacta. Yo estaba currando, y acto seguido me llamó Ortondo, para proponerme venir a buscarme al curro, llevarme a casa y tomarnos unas cervezas. Él tenía que irse pronto porque hoy abrió el quiosco a las cinco de la mañana. Vino a buscarme, fuimos a Alcampo, compramos unas cervezas. De camino a casa llamó Lore para decirme que estaba en la puerta y que se metía dentro porque estaba pelada de frío. Le dije que estupendo, que fuera cogiendo lo que necesitase. Y entonces llegamos y aparcamos casi en la puerta de casa.

21 de julio de 1588.

Yo había mentalizado a las naves de mi Armada Invencible con entereza en dosis muy altas, lo suficiente como para resistir el primer embate y lo que viniera después. Estaban preparadas y se sentían superiores tanto numérica como psicológicamente. Tenía en mente a Carol, a María, a Vic, a Leti, a Solano, a Koldo, a Goyo, a Hare, a la gente del curro, a Cisneros, a Rosa... en fin, a todo el mundo, y me repetía constantemente “están todos aquí, la vida no se acaba en esto, la vida sigue...”. Cuando entré por la puerta ella estaba sentada en el sofá cama, fumando un cigarro, como si nada hubiera pasado, en casa cuando yo llego. Algunos de mis oficiales me comentaron que aquello no le iba a venir bien a la tropa, pero les callé con insultos y me reafirmé en mi convencimiento de que el trance estaba superado. Avancé y se notó dificultad al maniobrar, debido a lo pesado de mis buques, porque mientras ella sacaba temas de conversación yo me limitaba a mirar por la ventana, ya medio rezando, previendo sin quererlo el resultado del embite. Ella habló y habló de sus planes de futuro y de que iba a abrir una cuenta vivienda para ganar puntos para una casa de protección oficial, de que se iba a mudar a otra casa en ¿Delicias? porque su padre iba a alquilar la de Malasaña y que lo que ahorrase por no pagar casa era justo lo que iba a meter en la cuenta, la nueva casa tiene cuarenta metros y muy bien distribuidos y allí se puede estar muy bien una persona sola; mientras, yo trastabillaba hablando de posibles curros y de lo jodido que lo tengo para llegar a fin de mes, aunque no me preocupa porque ahora lo importante es recomponerme, y mis tropas se iban haciendo preguntas acerca de mis indicaciones y el hecho de que Lore tuviera los planes tan claros les iba desmontando como los cantos rituales africanos a sus enemigos. Decidí refugiarme en Finisterre y abrir una cerveza y tomar un par de sorbos, pensando que aquella embestida sólo era una batalla y que lo importante es la guerra. La cerveza me dio aplomo y recuperé el ritmo de la conversación (de la que, casi desde el principio, quedó excluido Ortondo), al menos por un tiempo, el suficiente para hacerle un café y seguir conversando hasta que se levantó para recoger sus cosas.

23 de julio de 1588.

El ruido de cajones era insoportable. Ortondo sacaba temas de conversación intentando hacerme reir, pero yo ya tenía una gran suma de bajas del 22 y no podía concentrarme en las gracias, por más que lo intentase. Al final, en una de las peores decisiones de todo este periodo, me levanté para ver si podía echarle una mano a lele en lo suyo. Llegué al cuarto y el espectáculo era tremendo, todas las sillas y parte del suelo llenas de ropa apilada en perfecta formación. Aún estaba entero. Me apoyé en la pared. Ella me acarició la cara.

Ella me acarició la cara.

Eso fue suficiente para que desertase la mitad de la tropa aún viva y algunos de los oficiales más relevantes. Noté la rebelión a bordo cuando una lágrima se escapó de mi lagrimal sin aparente dificultad. Me pidió que la abrazase. Le dije que no, ya llorando a lágrima viva, pero con sollozos sordos. Me lo pidió otra vez. Volví a decir que no. Otra vez. No. Me lo volvió a pedir, y transigí (otra decisión estúpida). La abracé como un idiota y todos mis marineros restantes aguantaron como pudieron, empecé a ver el cuarto lleno de los cadáveres de mis hombres, repartidos informes sobre el suelo, el escritorio, la ropa de lele, la bicicleta. Me acariciaba y no sé qué me decía, algo de que no podía dejarme así. Ya eran desastres por todas partes. Bajas, bajas increíbles desperdigadas por todas partes. Me refugié en Calais, sentándome en un rincón, con un cigarro y un vaso de cerveza, mientras ella terminaba. Mientras yo me iba más y más abajo ella estaba cada vez más entera, más crecida, más segura. Mis sollozos ya no eran sordos.

28 de julio de 1588.

Retirada hacia el Mar del Norte. El espectáculo de Miguel tirado en el suelo me desagradó tanto que pensé en reclutar mi última dignidad, y me fui al baño, a llorar como un tonto allí sentado en la taza. Lore terminó y se fue, y salí. Llamaron al timbre, era Lore, se había dejado algo. Abrí y me metí al baño. Al rato salí, ya no estaba, y me puse a llorar como un tarado con Ortondo, que estaba allí sentado y no podía decir nada, porque no había nada que decir. Me dijo lo normal, que ya pasaría y que el dolor sería menos y tal y tal y tal. Y mientras tanto la casa llena de mi tropa. Muerta. Había conducido a mis hombres a una derrota segura.

La noche del 8 al 9 de agosto de 1588.

Recordé que Ortondo tenía que abrir el quiosco, así que le eché de casa, porque podía haber estado hasta las once o las doce viéndome llorar. Cuando me quedé solo en casa las paredes se me echaron encima, así que llamé sollozando a vic y a leti para ver si estaban y para saber si lele estaba allí, para no ir. Como ellos sí estaban y lele no, me arrastré hasta allí con los ojos como tomates maduros y recuperando entereza a marchas forzadas. Llamé a la puerta y subí, entré, estaban en el cuarto del ordenador. No duré ni cinco minutos, me derrumbé otra vez, lloré y lloré y lloré y lloré en el cuarto del ordenador, en el salón, en el baño. Pedí una botella de vino y me tomé un vaso y medio. Me fui, no podía soportar dar la brasa de ese modo. Me metí en la cama, me dormí, me desperté a las doce de la noche. Puse la tele y empezó el manantial otra vez, muertos por todas partes. Estuve dando vueltas, le mandé un mensaje de buenas noches a Lele a la una de la mañana y me llamó, vuelta al ruedo y a llorar. Le comenté su fantástico plan de que fueramos amigos de buen rollo, y le dije que la vida seguiría, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Le mandé un par de mensajes recomendándole que se olvidara de mí, porque si había tomado una decisión no podía tenerme en su costado como un lastre.

A las dos de la mañana, harto, me tomé un somnífero. Caí sobre las tres y media, me costó levantarme a las ocho y media. Me fui al curro con los ojos aún como tomatitos y allí cundió un respetuoso silencio cuando me vieron la cara. Mi jefa intentó echarme la medio bronca por haber llegado un cuarto de hora tarde, pero cuando me vio me dijo que no pasaba nada, que intentase llegar a mi hora y nada más.

La vida es una mierda para algunos. Lore está por ahí, rehecha y disfrutando de su nueva vida subvencionada al 100% por el bucanero, que afronta los gastos del móvil, la casa, la gasolina, el coche y el sueldo. Eso está bien si no fuera porque el bucanero es el padrino, y nunca regala nada. Eso es independencia, la de Yuyu y la de Kike. Aunque me digáis que no tiene nada que ver porque ella es una persona racional, a mí esas lecciones con superioridad sobre organizar tu vida y disfrutar de las cosas cuando parasitas a otra persona me parecen exactamente lo mismo que me contaba Kike en la universidad, cuando tenía cincuenta talegos de sus padres al mes para vivir (más la ropa, el abono y la membresía al partido comunista, por supuesto) mientras yo tenía 60 talegos para pagar casa, comida, matrículas y demás, lo mismo que me parece Yuyu desde Méjico. Supongo que siempre triunfa el poder del dinero, la atracción de la vida despreocupada y remunerada. No niego que no hubiera otras cosas, otros problemas reales que afectaron hasta colmar el vaso, pero supongo que era una mierda luchar por nada. Para nunca tener nada ni poder hacer nada. La atracción de la vida bella. El cambio. Chocolat.

No voy a entrar en otras cosas que me dijo, porque no merece la pena. Fue como ver una imagen de lore en un espejo de azogue podrido, que siempre devuelve una imagen deformada.

Hoy he recibido invitaciones para quedar de David, de María, de Leti, de Jara, de Cisneros. Gracias a todos, tronkos, pero esto se come solo. No voy a llorar delante de nadie más que de mi puta cara de borrego. Hasta que ya no sea necesario. Os juro que saldré de esto, pero desde luego eso no será hoy.