cientos de migueles

Y la respuesta se irá hilvanando según vaya comprendiendo mi pasado. Nunca fui bueno recordando, no sé si sabéis que una de las primeras cosas que me fascinó de Lorelay fue su capacidad para recordar, tiene una cantidad de recuerdos increíble, que se remontan hasta los cuatro años (más allá de ahí no me creo nada). El acertijo busca su solución en el pasado, ¿por qué dejé que la rutina invadiera todo, olvidando el Kombate?, y... (otra vuelta de tuerca) ¿por qué permití que mi rabia se destilase por donde no debía, se dirigiera en parte a Lorelay y en parte a todos y cada uno de vosotros, al menos de los que veo habitualmente? No es fácil, pero es importante.

Dolores terminó, en parte porque a los diez meses de empezar a hacer el amor nuestra relación se había convertido en sólo sexo (uno de los lugares comunes a donde más va mi rabia y mis ganas), y en parte porque tenía la sensación de que era todo demasiado serio, que aún tenía mucho que vivir. Me fui a Medranda un verano y conocí a Nuria, y no llamé a Dolores en todo agosto. Luego le conté que se habían caído las líneas de teléfono debido a una tormenta de verano, una tontería que ella tragó o no, no lo sé, pero aparentó, al menos, que se lo creía. Volví a Madrid y me llamó Dolores, me comentó que había venido una semana antes de vacaciones sólo para que tuviésemos siete días a solas. Yo tenía dos opciones, decirle el domingo que la dejaba y follar una semana o decírselo el primer día. Se lo dije el primer día, aunque penséis lo contrario. Ella lloró y lloró y me preguntaba todo el tiempo que si había otra. Yo podía haberle dicho que sí, pero no tenía nada que ver con eso. Era algo así como lo de Lorelay conmigo, simplemente me hacía falta. La verdad es que no la eché de menos ni me sentí mal, salí con los colegas y algunos fines de semana con Nuria. Entonces estaba trabajando de camarero en Tetuán por primera vez, y los sábados al salir nos veíamos en plaza castilla. Nos metíamos en un bar a la espera de que abrieran el garito que nos gustaba, del que no recuerdo el nombre pero tenía dos plantas y billar. Jugábamos y después nos sentábamos a magrearnos en uno de los sofás de la planta baja (creo recordar que estaban allí).

Muchas veces he soñado con Dolores. Sé que no fui justo, y ahora cuando la veo miro a otra parte, ni siquiera nos quedan los cafés estúpidos. Tengo la sensación de que yo, cuando olvido, olvido de verdad. Mucho habría que contar de cómo nos conocimos en Sevilla y de cómo empezó todo, y de las cosas curiosas de mi ropa de malote con sus padres, pero no tengo ganas. En cualquier caso ya digo que no tengo mucha memoria, no me gusta recordar, me pone enfermo. Siempre tengo la sensación de que cuando recordamos reconstruimos. Busco en mi pasado cosas que me justifiquen para definirme como quiero. Nadie es objetivo cuando recuerda. Nadie.

Ahora mismo, con un litro de cerveza, me siento bien. Me siento bien haciendo esto, aunque no sé muy bien dónde conduce y son más divagaciones que un intento serio de hacer algo. La tarde es promesa. Eso es lo bueno del Kombate, un lunes por la tarde se convierte en promesa, y aunque al final no pase nada la ilusión no te la quita nadie. Kombate. La teoría de Satán (nada que ver con el satanismo, cosas de otros tiempos...).

Un pelín de teoría, si no queréis entender las raíces saltaros un par de párrafos. Pensamiento Cabalístico. Hay que buscar la palabra de Dios en las palabras de la Biblia. El fin del mundo, el sentido de la vida, el domingo que viene, todo está cifrado, encriptado en la palabra de Dios. La única diferencia es que la palabra de dios es la naturaleza más que la biblia, y que dios no existe, la naturaleza se basta a sí misma. No digo que haya una cierta proyección apodíctica y tajante del futuro en lo que existe, sino más bien que lo que existe se sustenta a sí mismo con unas regularidades significativas a la hora de intentar interpretar el sentido de todo esto.

Es decir: mi presente está cifrado en mi pasado, en todo lo que fui y todo lo que fue conmigo cuando vivía. La aporía infranqueable es que el recuerdo es traicionero, y que el que recuerda está metido de lleno en su propia vida, no hay distancia. Pero, en cierto modo, la filogenia define la ontogenia.

O los cientos de Migueles que fui definen estúpidamente al Miguel que soy.

Ese Miguel que estaba en casa de Dolores pensando que cuánto iban a durar las explicaciones, que quería irse a casa, mientras ella lloraba y no entendía y me pedía que la abrazara incluso mientras la estaba abrazando. No quería que dejara de hacerlo, que me fuera para siempre. Ese café que tomamos quince días después, en el que compré unos libros en simago y fuimos a cheers. Nos despedimos en un rato corto porque le dije que me tenía que ir, más excusas estúpidas. ¿Le creé un trauma como el que lore me crea a mí? ¿Pensó Dolores que era una mierda, tanto como lo pienso yo ahora? No nos acostumbramos a pensar que somos dos personas y que las personas, simplemente, cambian. Y no necesariamente al mismo tiempo, ni del mismo modo.

Me fui de su casa por la noche, liberado. Me sentía bien por no haberla engañado una semana para dejarla el domingo. Hubiera podido ser más fácil, si hubiera estado toda la semana de morros y el último día se lo hubiera dicho. Pero eso sí que no hubiera sido justo para ella, simplemente porque yo ya lo sabía el primer día. Llegué a mi casa y cené con mis padres y mis hermanas y, simplemente, me dormí como un bendito. No recuerdo exactamente cuándo se lo conté a mis padres ni a mis hermanas, porque no me afectaba demasiado, supongo. Siempre he pensado que además de un poco tonto era un poco autista sentimentalmente. Bueno, al menos hasta ahora. O quizá no, quizá me falta empatía. Quizá sea un exceso de egoísmo.

Salí con Nuria algunos fines de semana, hasta que me invitó a hacer una salida con unos críos de un grupo de su barrio. Debía ser monitora de tiempo libre o algo así. Fuimos en un nissan micra (me enamoré del coche viéndole subir el hielo) y me dediqué a los críos, porque siempre he tenido facilidad con ellos. Todo el fin de semana con ellos sin prestar atención a Nuria, porque ella parecía rehuirme. No sé, nunca supe lo que pasó. Sólo sé que volvimos el domingo y el lunes por la tarde me llamó para dejarme. La primera tía que me dejaba, pero duró poco. El miércoles me llamó para quedar el viernes. Yo no me sentía ni mal ni bien, sólo un poco intrigado. Quedamos el viernes y a la media hora me dijo que volver estaba en mi mano. Me molestaba un poco esa falta de comprensión, así que le dije que no. Porque no me interesaba mucho y porque no quería que me estuviera dejando todo el rato. Otra vez me sentí liberado, pero después de bastante más de dos años con tías ininterrumpidamente me prometí que iba a estar un año sin ellas. Y lo cumplí literalmente un tiempo. Nada de tías, sólo colegas y fines de semana y lectura y estudios y guitarra. Ni siquiera un rollito.

Pero claro, a los seis meses llego Lore.

Y ese sí que era un Miguel raro, porque cuando conocí a Lore no estaba en mi mejor momento. Sí con la guitarra y los poemas, por ejemplo. Le había escrito unos poemas muy afectados a Nuria, que no tenían importancia porque no significaban nada pero que me habían entretenido un tiempo y un par de cuadernos. Está bien sentirse mal para escribir cuando uno no se siente realmente mal. No me sentía muy entero, no sé por qué. No me sentía muy bien. Las mentiras que había contado a los tíos de Medranda para aumentar mi imagen me perseguían (y esa sí que es otra historia fangosa en la que algún día tendré que bucear), no podía hablar sin mucho cuidado de casi nada. Me sentía un mentiroso y no me gustaba nada, pero una cosa llevó a la otra y el monstruo tenía que crecer...

Y tuvo que llegar lele para librarme de todo eso, porque ella fue como un punto cero en mi vida. No voy a entrar aquí en cómo nos conocimos o cómo nos liamos, pero una semana entera de conversaciones exclusivamente con ella (dios, ahora me acuerdo de que no he hablado de cristina, qué fallo), me hizo recapitular sobre mí mismo porque nada más conocerla me hice la promesa de no mentirle, sin ninguna razón en concreto, con un montón de razones en abstracto. Después de toda la historia, en la misma Medranda, en aquél tren en el que se fue aquél verano en el que pensábamos que no nos íbamos a ver más, porque ella vivía a dos mil kilómetros y éramos unos putos críos, cuando yuyu se quedó con sus gafas y yo con un montón de recuerdos (los anillos de hierba, los papeles en los que Pablo, el del bar, anotaba los teléfonos donde la tenía que llamar para localizarla), con pedazos de su sexo en mi bello púbico (cuando me duchaba tenía especial cuidado en no tocar ciertas partes de mi anatomía con el agua y el jabón), Cyrano de Bergerac (¿te acuerdas, lore, de Cyrano de Bergerac?). La noche de Hollywood, hmmmm... (hablo de esto sin dolor, lo juro, con la emoción de lo bello, de lo bonito que fue todo). En aquel tren en la que la despedí de una vez y para siempre, pensábamos, y después me metí en el coche de Dany y él lloró, lloró como un idiota porque decía que eso era tan injusto... que nuestra historia era tan terrible...

Claro, yo no lloré, yo me deshacía por dentro y no sabía qué me pasaba. No me había pasado eso nunca. Las tías se iban, era mejor, y si te las habías follado mejor que mejor. No entendía qué pasaba conmigo, por qué me sentía tan mal. Sólo después entendí qué me pasaba, pero eso es otra historia.

Sólo un apunte. Cuando ella se fue de Medranda al pueblo de su padre y a otros sitios (de ahí los papeles en los que Pablo, el del bar, apuntaba números de teléfono), a las doce de cada noche los dos nos poníamos a hablarle a la luna, que era nuestra conexión en la distancia. Yo le decía a la luna todo lo que echaba de menos a lore, y lore al mismo tiempo le decía todo lo que me echaba de menos a mí. Yo en esos momentos sentía a lore, la sentía como si estuviera conmigo.

Y ahora, en esta situación, he vuelto a hablar a la luna. Salgo a la calle a las doce, ayer, por ejemplo, y le hablo. Es difícil encontrarla tras tanto edificio. Por eso me tenía que ir ayer con tanta prisa de casa de Víctor y Leti. Le digo lo que echo de menos a lorelay, lo que la amo. Y aunque sé que ahora la comunicación es unilateral, la siento igual. Más metáforas, pero esta vez no voy a decir de qué.