dando tumbos

Todo sigue más o menos igual y más o menos desigual. Andamos a dos patas excepto cuando nos emborrachamos, que andamos a cuatro. Tomo mucho ron y mucha cerveza y mucho tinto de verano para combatir el calor. Recogimos a Rafa en Atocha después de algunos inconvenientes, nos asamos en la Ceferina (kangoo de mis borracheras madrileñas que me trae a casa conducida por lore, impertérritamente sobria), comimos mi puding de bonito y mis judias blancas a la vinagreta y perdimos el cerebro en el calor, lo recuperé en el ron que adorna mi escritorio y me muero por una siesta caliente y, cómo no, repleta de sexo bestial y tranquilo de mirarse a los ojos y amenazar con hacer, para luego hacer, para luego descansar de costado y sin cigarro, que no me gusta que las sábanas apesten a tabaco. Me bajo del palomar, me lio uno y me lo fumo, escribiendo esto, desnudo sobre la silla y feliz, aunque lo del polvo haya sido un sueño porque lele esta derrengaíta. Pero anoche... Pero esa es otra historia. la semana que viene al curro y no tengo ganas, por supuesto. prefiero no pensar en eso. No leo, no pienso. Paso el tiempo, que ya me hacía falta. Como fuera, bebo. Me emborracho como terapia para salir de mí mismo y encontrarme allí fuera. En el problema de las otras mentes. El teclado es suave y me gusta escribir en él. Paso el tiempo. Me vuelvo a la cama. Muerto de calor. Cervezas, millones de cervezas refrescando mi garganta y nublando mi cerebro. Como hacía falta.